En todos estos casos vemos una lucha dolorosa entre lo que me gustaría (emoción) y lo que, en evitación de males mayores, la razón o inteligencia me aconseja. Si actúo conforme a la emoción, tendría problemas, y por tanto me reprimo y no actúo (control emocional). La satisfacción de nuestras emociones constituye la base de nuestra calidad de vida (un extremo). La represión de las emociones se sitúa en el extremo opuesto. Recordemos que en medio de los dos extremos se situaría la mejor opción. Hay veces que tengo que reprimir y otras que debo satisfacer.
EJEMPLO DE CONTROL EMOCIONAL
Caso "a": Abro la puerta de mi piso y veo que lo han saqueado los ladrones. El daño es grande y el malestar que me produce es grande. Tengo que procurar con todas mis fuerzas que se localice al ladrón para que se aminore el perjuicio y aminore mi malestar. Mientras no aparezca el ladrón persistirá el malestar que es quien impulsa la acción de búsqueda y castigo. El ladrón nunca aparece y mi malestar continúa largo tiempo.
Caso "b": Abro la puerta de mi piso y veo que lo han saqueado los ladrones. El daño es grande y el malestar que me produce es grande. Sin embargo la Inteligencia empieza a controlar la emoción dolorosa, colocando en el otro platillo de la balanza emociones de signo contrario: "tengo un seguro muy bueno", "yo ya estaba cansado de los electrodomésticos tan anticuados y pensaba comprar otros nuevos"… Empieza a bajar el nivel de malestar (incluso podría darse el caso que desembocara en alegría, con la Ilusión de cómo va a quedar mi nuevo piso con los nuevos muebles) de manera que ni me molesto en localizar al ladrón, duermo tranquilamente y mi vida continúa sin malestar.
La persona del caso "a" no hace nada por controlar su emoción. No sólo ha perdido los muebles sino que encima ha perdido su felicidad por largo tiempo.
La persona del caso "b" ha perdido los muebles pero no ha perdido su felicidad. Estas conclusiones presuponen que va a ser casi imposible encontrar al ladrón. Si hubiese claras posibilidades de encontrarlo, el primer caso estaría más acertado que el segundo, porque el malestar le empuja a localizarlo, mientras el caso "b", al no sentir malestar, se despreocupará de la búsqueda y lógicamente no encontrará los muebles.
La inteligencia aconsejará en cada caso cuál debe ser la mejor conducta.
Las emociones también pueden influir sobre la inteligencia: Si estoy encaprichado con algo, la ilusión subrayará el lado positivo del asunto, y para engañar y distraer a la inteligencia, ignorará o maquillará la cara negativa (caso de los enamoramientos inconvenientes). La Emoción ilusionante puede "taparse los oídos" a la voz de la Inteligencia o razón. De ahí aquello de que "el amor es ciego".
La Inteligencia puede modificar la verdadera realidad por nuestro interés, pero como no podemos engañarnos a nosotros mismos, existe lo que, de forma coloquial, podríamos llamar "la voz de la conciencia", que en todo momento nos recuerda esa dolorosa realidad que no podemos ignorar a pesar de haber intentado maquillarla.
Hay un funcionamiento de URGENCIA que no necesita el concurso de la Inteligencia (muy lenta en su funcionamiento): Por ejemplo, voy con el coche por la carretera. Encuentro un obstáculo repentino insalvable (sentido de la vista). La memoria instantáneamente recuerda los casos similares que he visto o me han contado con anterioridad, con resultado mortal. "El estómago se me viene a la garganta"(malestar grande e inmediato) e inconscientemente piso el freno o doy un volantazo. Las Emociones pueden actuar directamente con la información recibida de los sentidos y de la Memoria ( la Memoria va almacenando datos de la experiencia de casos propios o ajenos, vividos o conocidos), sin necesidad de que intervenga la Inteligencia: desde mi casa oigo alguien hablando en la calle (sentido del oído) reconozco la voz de mi amigo (memoria); salgo inmediatamente a encontrarme con él. La inteligencia no ha necesitado elaborar ningún estudio para realizar la acción automática. La Inteligencia puede continuar con el pensamiento analítico que la ocupaba, y a la vez estamos saliendo a vernos con nuestro amigo. Un 90% de las acciones de nuestra vida, llamadas rutinarias, se realizan gracias a nuestra memoria operativa. Esto permite a la Inteligencia seguir trabajando en ese otro 10% de problemas para los que buscamos una solución más complicada.
De la satisfacción de una necesidad presuntamente beneficiosa para el individuo, nace una sensación placentera (ya he resuelto la necesidad, fin del problema) Esa sensación placentera hace funciones de incentivo, para propiciar que en el futuro vuelva a satisfacerse la necesidad. Mientras la necesidad no se satisfaga, hay sensación de malestar (que será la fuerza que me obligue y empuje a solucionar el problema y conseguir el incentivo placentero) si ese malestar no existiese (me da igual blanco que negro), pasaríamos página sobre el problema y quedaría sin resolver, resultando así empobrecida nuestra vida. Diríamos en este caso que la persona es indolente o "pasota".
Las emociones conducen nuestra vida con garantías de automatismo. La inteligencia es lenta y voluntaria. Las emociones son rápidas e inconscientes (son pilotos automáticos de nuestro comportamiento. Esa es su virtud y ese su inconveniente. Al ser automáticas no podemos eludirlas cuando, por determinadas circunstancias, resultan inconvenientes). Si suprimiésemos todas las emociones, la vida sería un caos porque a la inteligencia se le amontonaría el trabajo y por la premura de los acontecimientos las decisiones se tomarían de forma arriesgada, tardía o incluso no llegarían a tomarse. La inteligencia ayuda a reducir la severidad de las emociones coyunturalmente inconvenientes (control emocional); anularlas totalmente es casi imposible. La emoción dice negro, la inteligencia propone blanco (opuesto), y así al final quedará el gris, liberándonos por tanto del negro total excesivo. Cuanto más blanco aporte la inteligencia, más claro resultará el gris, y más lejos estaremos del negro total que nos hace un daño infructuoso. Así las personas más inteligentes y analíticas, saldrán más fácilmente de situaciones de ansiedad y depresión, y todo lo contrario ocurrirá a las personas menos reflexivas que se entregan de lleno a la tiranía de sus emociones sin ningún tipo de control o freno. Decimos que las personas más inteligentes disponen de más recursos para salir de la depresión, pero paradójicamente son más propensas a entrar en ella, ya que son capaces de ver en los problemas una complejidad y "gravedad" que los menos inteligentes, por suerte, no alcanzan a contemplar.
Las emociones se formaron y fueron muy válidas en tiempos prehistóricos. Nacieron a medida de las necesidades de aquellos hombres cuya vida evolucionaba muy lentamente. En las civilizaciones actuales, los cambios son tan vertiginosos que nuestra genética (formada a lo largo de milenios) se ve sorprendida e incomodada de forma traumática por los novísimos estilos de vida, produciéndonos situaciones de descontento o falta de felicidad. Tratamos de ignorarlas pero ellas (las emociones) son las reinas de nuestro estado de ánimo.
MECANICA DE LAS EMOCIONES Y JERARQUIA DE GRUPO. El sentimiento o emoción controla nuestros pasos de manera sencilla, automática y eficaz, basada en el principio de doble rienda: Malestar (daño, abstinencia, carencia…infelicidad) – Bienestar (placer, descanso, tranquilidad…felicidad). Sufro, por ejemplo, una abstinencia o un daño, calificado previamente como tal por la inteligencia . Inmediatamente interviene la emoción correspondiente que pone en funcionamiento las hormonas o sustancias desencadenantes del malestar. Este malestar obliga a la inteligencia a organizar (sin perder de vista otras emociones concurrentes) la acción o abstención tendente a mejorar el problema. Conseguidos los fines, el organismo aplaude el éxito obtenido, mediante la hormona o sustancia del bienestar (placer, tranquilidad, descanso…). Si la reparación del daño escapa a nuestras posibilidades, el malestar continúa (lo llamamos frustración, impotencia). Si el daño era poco importante, o siéndolo, la inteligencia consiguió devaluarlo (recordemos la fábula de la zorra y las uvas) nuevas emociones positivas ocuparán nuestra vida, y el daño irá perdiendo fuerza hasta quedar en el olvido, quizás como un mal recuerdo. Si el daño es muy importante, no nos resignamos y seguimos hurgando en el problema irresoluble, el malestar se eterniza hasta que el organismo, ante tanto malestar sin descanso y sin satisfacción, sólo encuentra un camino drástico de poner fin a la situación dolorosa: La depresión, con la que el organismo nos dice en tono revolucionario algo así como: "Si tú eres incapaz de resignarte al problema y devolverme la tranquilidad, yo pondré los medios para obligarte a dejar esta lucha tan infructuosa, porque así no podemos seguir."
EJEMPLO DE FORMACIÓN DE LA JERARQUIA SOCIAL
Ejemplo: hemos salido los dos a buscar comida y sólo hemos encontrado una manzana. Si yo me la como, te dejo a ti sin ella. Esto va a originar una confrontación para ver quién se come la manzana. Se la comerá el que más fuerza tenga. Los dos luchamos por la manzana. El otro tiene más fuerza que yo, y el resultado es que no me he comido la manzana y encima he recibido en la confrontación 4 bofetadas. La próxima vez que encontremos una manzana, y visto que él continúa siendo más fuerte que yo, lo más inteligente por mi parte será cederle directamente la manzana al otro y al menos me ahorro las 4 bofetadas. Esta mecánica va a repetirse en todos los repartos y de este modo nace la Jerarquía del grupo, que podemos definirla como la especial y tácita ordenación interna del grupo, que permite un reparto de los bienes no equitativo, pero al menos con el máximo ahorro de disputas inútiles.
La Jerarquía tiene sus leyes: (A) Los individuos se ordenan en el grupo por su fuerza total demostrada o aparente. (B) La ordenación jerárquica puede sufrir cambios por nuevos acontecimientos (puedo subir o puedo bajar en el nivel jerárquico según mi fuerza total aumente o disminuya). (C) En la ordenación o escalafón, el de arriba tiene prioridad sobre los de abajo en el reparto de los bienes, y a la vez carga a éstos con las obligaciones molestas desagradables o peligrosas.
Ampliamos el punto (A): Para determinar la Fuerza Total se valoraría:
– La fuerza física personal
– La fuerza de las ayudas (familiares, amigos, aliados, simpatizantes…)
– El apoyo de personas con fuerza reconocida en el grupo (jefe, líder, héroe salvador, hechicero, adivino…)
– Los valores personales que benefician, alegran o deleitan al grupo y que otros individuos no tienen o tienen en menor medida: Por ejemplo, conocer técnicas especiales de artesanía, conocimiento meteorología, conocimiento del fuego, buen sentido de orientación, conocimiento amplio del territorio, inteligencia para resolver problemas, inventor de estrategias defensivas u ofensivas, perfeccionamiento en la construcción de armas, o trampas, construcción de chozas o habitáculos, dotes para la caza, amabilidad, simpatía, dotes de canto, belleza o armonía física, y un largo etc. que podemos imaginar.
– La capacidad de persuasión.
Ampliamos el punto (B): La ordenación jerárquica no es estática sino que se va adecuando a las circunstancias cambiantes: Por ejemplo, en mi tribu de 100 individuos, yo me encuentro aproximadamente en el puesto 50, es decir tengo por encima 49 individuos que pueden abusar de mis "derechos" y darme órdenes coercitivas desagradables; yo empezaré a comer cuando ellos terminen (comeré lo que me dejen); detrás de mí hay otros 49 de los que yo puedo abusar, y a los que puedo dar órdenes; ellos empezarán a comer cuando yo termine.
Podemos concretar que para mí existen 2 grupos en la tribu: A los primeros 49 los llamaré "abusones" y a los últimos 49 los llamaré "pupas". Me interesa (es para mí buena noticia) que cualquiera de los "abusones" tenga problemas que les hagan perder puntuación, de manera que yo pueda alcanzarlos más fácilmente. No me interesa (es mala noticia) que cualquiera de ellos se revalorice con nuevos méritos, porque consolidan su superioridad y me dificulta poder alcanzarlos. Igual me ocurrirá con los "pupas": No me interesa que mejoren sus méritos porque podrían situarse delante de mí. Si pierden méritos, mejor, porque tendrán más dificultad en alcanzarme. Todas estas variaciones me afectan tanto más cuanto más cerca de mi puesto escalafonal esté el compañero en cuestión. De manera que los que están en puestos muy lejanos, tanto por arriba como por abajo, me afectan de manera muy débil, porque no compiten conmigo.
Cómo me ayudo yo en el terreno de la jerarquía. En una doble dirección, la 1ª cultivándome continuamente para mejorar o conseguir nuevos méritos personales (forma noble). La 2ª dificultando los méritos de los demás con una conducta picaresca impulsada por la Envidia. Esta emoción era una herramienta de trabajo importantísima en la prehistoria. Podía ir en ello la vida.
Ampliamos el punto (C):A la vista de la valoración que hicimos en el punto (A), cada individuo, conociendo sus méritos y conociendo los de los demás ( aquí vemos la necesidad del sano "cotilleo"), se asigna para sí un puesto razonable e imaginario en el escalafón del grupo. Esta asignación es sincera y sería imprudente intentar calificarse mucho más alto: Sería de tontos competir con alguien mucho más alto en el escalafón: perderíamos el bien y encima llevaríamos las 4 bofetadas. El extremo opuesto sería también negativo, es decir si nos valoramos más bajo de nuestros merecimientos reales, esto nos asegura que nunca nos darán las 4 bofetadas, pero en los repartos, continuamente estaremos perdiendo unos bienes a los que podríamos acceder sin mayores problemas (esto lo conocemos con el nombre de Timidez). Ni un extremo ni otro, en medio estaría la virtud. Es decir una valoración un poquitín alta ( autoestimandonos) de manera que nos aseguremos el máximo de beneficios aunque de vez en cuando caiga alguna bofetada esporádica.
Cada uno aspirará a la máxima puntuación para situarse lo más alto posible en el escalafón, y así alcanzar el máximo de privilegios y el mínimo de obligaciones.
La Jerarquía impregnaba en la antigüedad todos los campos de la vida. Empezó a perder fuerza con la aparición de los grandes focos de población y la necesidad de regirse por normas escritas. Ahora el ciudadano ve protegidos sus derechos, y a la vez se ve impedido de ejercer personalmente la justicia para equilibrar sus problemas sociales, como antes hacía, porque la Ley lo protege a él, pero también al resto de ciudadanos, de manera que no puedan agredirse unos a otros a voluntad.
Ahora la Jerarquía sólo queda vigente y visible en las relaciones laborales y en el poder, y aún así de forma limitada.
REGULADORES AUTOMATICOS DE LA CONDUCTA
La Emoción es el impulso imprescindible para la acción. Todos nuestros actos van precedidos de una emoción. Las tendencias, inclinaciones, aversiones, instintos, funcionan igual que las emociones y pueden quedar englobadas en el mismo concepto.
En un principio los seres humanos éramos como los animales, es decir con muy pocas emociones (hambre, sed, deseo de reproducción, protección de la prole, temor relacionado con la supervivencia, y alguna más. Hay animales, como el zorro o la ardilla, que conocen el ahorro y guardan sus excedentes alimentarios). La vida para ellos es muy simple. A medida que nuestro cerebro fue aumentando su capacidad, se fueron abriendo nuevos horizontes, nuevos cambios y por consiguiente nuevos problemas a los que había que dar solución. Por ejemplo: inventamos la camisa para abrigarnos, y enganchada a ella nos aparece un inconveniente que hay que solucionar: nos la roban los compañeros, cosa que antes –lógicamente- no ocurría. Podríamos seguir poniendo infinitos ejemplos, pero concluyamos que todo cambio enriquece la anterior situación pero a la vez necesita de unos ajustes y servidumbres que pueden afectar y complicar el anterior ordenamiento (invento la camisa, mi vida mejora, tengo que defenderla, me quita el sueño, mi vida mejoró con la camisa pero empeoró en otra dirección). Así las emociones sociales fueron multiplicándose y alejándonos cada vez más visiblemente del resto de los animales. Quiere decir que las emociones no tienen todas la misma antigüedad. Hay algunas más primitivas –las más vitales diríamos- y otras de aparición posterior nacidas para ajustar nuestra conducta al grupo. A más antigüedad más arraigadas están en nuestra genética y resulta más difícil controlarlas. Entre éstas podríamos destacar por encima de todas el Gregarismo, que unido a los potentes medios de comunicación actuales, convierten al individuo en marioneta, conduciéndolo por caminos fuera de toda lógica y razón. El individuo lo sabe.
Todos lo sabemos; sin embargo nadie se atreve a dar un paso en dirección contraria al grupo. El individuo no encuentra cauce para manifestar sus opiniones a la masa, pero el dinero (los medios de comunicación) sí.
Cada una de los reguladores de conducta conlleva una sensación de Bienestar o bien de Malestar. El Bienestar nos sirve como refuerzo o premio por haber solucionado un problema, o satisfecho una carencia, y va precedido del Malestar que nos produce ese problema o carencia.
Tengo un problema o algo que creo me perjudica, según me informa la Inteligencia. Inmediatamente se produce un malestar que no es más que el empujón (e-moción) que necesito para dirigir mi conducta a la solución. Cuando llega esa solución viene acompañada de un bienestar, que hace de refuerzo o premio, de manera que en problemas sucesivos similares nos motivaremos a resolverlos.
¿Qué ocurriría si ante un problema ( por ej. "hace frío") yo no sintiese malestar? Pues sencillamente, podría ocurrir que me dejara morir de frío sin darme cuenta. Afortunadamente siento ese malestar y actúo: me acerco al fuego e inmediatamente mi cuerpo me lo agradece ofreciéndome un gran bienestar.
Para que el bienestar se produzca debe ir precedido anteriormente de un problema, malestar, o carencia. Cuando desaparece el problema o se satisface la carencia, al poco se diluye el bienestar: En el ejemplo anterior, cuando tenía frío y me acerqué al fuego, sentí
bienestar. Pasado un tiempo de la desaparición del frío, desapareció el bienestar. Me quedé sin nada: sin problema, sin malestar y sin bienestar. Sean bien venidos los problemas, que nos harán sentir vivos. No me refiero a los terribles problemas modernos nunca antes conocidos (hipotecas, adolescencias de 20 años de duración, problemas post-divorcio, trabajo repetitivo e insatisfactorio de por vida…) El término "sociedad del bienestar" no es totalmente exacto. Está basado en evitarnos los pequeños problemas y tener cubiertas todas las necesidades y carencias, de manera que el Placer queda ahogado en la abundancia. Esto es importantísimo y muy a tener en cuenta. No va a disfrutar más de la comida quien tiene el frigorífico abarrotado, sino quien tiene mucho hambre.
Filosóficamente es importante concluir que para sentir que nuestra vida va bien, no podemos partir de una situación de "no problemas" o de "tenerlo todo". Si quiero sentir el bienestar del calor, tengo que partir de una situación problemática de frío. Nuestra equivocación radica en que asociamos las situaciones problemáticas productoras de malestar, con algo a evitar (parece lógico). Parece lógico pensar que es mejor no sentir frío que sentirlo. Bajo esta lógica engañosa tomamos medidas para anticiparnos al frío y así nunca sentimos el bienestar de calentarnos.
El ser humano está genéticamente adaptado a encarar problemas y buscar soluciones (siempre fue así), y aunque no parezca lógico, esto es lo placentero. Lo terrible es la ausencia de problemas. Esto lo vemos claro en el ejemplo de los crucigramas o similares: Es un problema que voluntariamente buscamos para sentir el placer de resolverlo. Podría ver la solución en la última página pero no lo hago. El placer del bricolaje no es otra cosa que afrontar una serie de problemas, dificultades y costos para fabricar un artículo que encontraríamos en el mercado mejor y más barato, pero hemos superado las dificultades y generado bienestar. Los países que llamamos tercermundistas (más problemas) está estudiado que tienen mejor salud mental que los muy desarrollados. Este dato debería considerarse en su punto de gravedad y tener claro sin miedo a equivocarnos, que algo falla en nuestro concepto de "progreso". Hemos pasado del término medio aristotélico que presidía la vida de nuestros antepasados, al extremo revolucionario, insostenible y perjudicial.
Cuando al problema que nos afecta de manera real o imaginaria, pasa el tiempo y no le vemos solución aceptable, sólo sentimos el malestar y no alcanzamos la satisfacción o bienestar. Si la situación problemática se prolonga y no somos capaces de aparcarla, ese malestar sin fin que nunca se equilibra con bienestar, va a desembocar en trastorno psicológico más grave o enfermedad depresiva. Estamos genéticamente diseñados para alternar malestar y placer, pero no para ahogar los placeres en un malestar indefinido.
El placer o felicidad nos puede llegar por dos caminos: uno el de la solución del problema o satisfacción de necesidad o carencia. La naturaleza que es sabia, inventa un nuevo cauce para enriquecer nuestra vida: La Ilusión. Es el camino que recorremos para llegar a una meta positiva y asequible, más allá de las necesidades de una carencia imperiosa. La Inteligencia debe dar su veredicto sobre la viabilidad de la meta, que llevará –como es lógico- algunos costes. La Ilusión es la fuerza y Bienestar duradero que nos permite acometer la empresa. Al final llegamos a la meta y sentimos –de forma poco duradera- un pico de bienestar por haberlo conseguido. Si, a medio camino, sentimos que la meta es imposible de alcanzar, o el precio a pagar es excesivo, termina la acción ilusionante y comienza un malestar (Frustración), que es como un toque de atención a la Inteligencia para que otra vez sea prudente y mida mejor las posibilidades reales de llegar a la meta. No es bueno correr con unos gastos para nada. En cualquier caso el camino fue placentero y duradero, y así debemos valorarlo
consiguiendo que el sentimiento de Frustración pierda fuerza ("Fue bonito mientras duró"). La Ilusión es el único placer que se obtiene antes de llegar a la meta. El organismo no puede enviar malestar previo, ya que nos dirigimos hacia algo bueno pero no partimos de una situación problemática (como ocurre con los restantes placeres). Diríamos que se trata de conseguir un extra o mejoría en nuestra vida.
Las Emociones son necesidades genéticas que al satisfacerlas producen felicidad. Si las reprimimos, nos causan malestar, no para fastidiarnos, sino para empujarnos a satisfacerlas (no se dan por vencidas, debido a su automatismo funcional).
Las emociones no podemos, por así decirlo, quitárnoslas de encima ya que funcionan automáticamente queramos o no, pero no debemos ignorar que su intensidad podemos atenuarla o acentuarla con la ayuda de la Inteligencia, la educación infantil y los comportamientos culturales de grupo. Podemos hablar de control emocional y de inteligencia emocional, al referirnos a aquellas personas que saben conducir y sacar el máximo provecho a sus emociones, potenciando las beneficiosas y maniatando las dolorosas o entorpecedoras.
CÓMO LAS EMOCIONES DECIDEN NUESTRA CONDUCTA
Cada emoción tiene su peso, y es fácil entender que hay emociones muy importantes y pesadas y otras muy ligeras.
Ejemplo: Pienso cambiar de acera porque la emoción del solecito de invierno me empuja a ello. En el platillo contrario de la balanza, la inteligencia empieza a colocar emociones que se oponen: La emoción del esfuerzo extra que necesito; la acera va más transitada y entorpecida; me molesta el sol porque he olvidado las gafas; corro el riesgo de tropezarme con el pesado de todas las mañanas que por allí transita. Al final el platillo del solecito ha pesado más (por poca diferencia) que las emociones del otro platillo, y empiezo a cruzar la calle. A medio cruzar alguien me para y me dice: El sol perjudica la piel. Entonces me vuelvo otra vez a la sombra porque la nueva emoción (cuidado de la salud) ha terminado por inclinar el platillo hacia el otro lado.
Al final son las emociones las que deciden nuestros actos, y como la intensidad de éstas viene configurada por la cultura del entorno, la educación recibida, y la propia genética (igual que unos nacemos con una nariz más larga que otros, nacemos también con mayor o menor predisposición a una determinada emoción, pero siempre de unos límites bastante próximos –nadie tiene una nariz el doble que otro-), y como esta configuración de la intensidad emocional, escapa en un alto porcentaje a nuestra voluntad, deberíamos mostrarnos más tolerantes con los actos del prójimo que nos afectan, y dejar un poco la mala costumbre de juzgarlos y etiquetarlos según nuestras emociones particulares, desconociendo las suyas, que, desde el plano humano, deberían ser totalmente respetables porque todos los seres humanos vamos en el mismo barco. Además, la Tolerancia y solidaridad, al haber estado muy presentes hasta la llegada del nuevo orden de valores competitivos impuesto por la "sociedad del bienestar", se hizo genética, es fuente de Felicidad, y su ausencia crea malestar. Se trata de poner un poco en cuarentena nuestro florido catálogo de "derechos", porque también nosotros con frecuencia invadimos los de los demás.
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