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La fiesta y la preservación. La identidad cultural (página 2)


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El principio de identidad, a su vez, se formula diciendo que todo objeto es idéntico a sí mismo; lo cual puede expresarse también con la fórmula: A=A. Podría decirse que en rigor, este principio no pertenece a la lógica sino más bien a la ontología, es decir, a la metafísica; ya que, en realidad, no se refiere a pensamientos, sino más bien a objetos. Sin embargo, se coloca también entre los principios lógicos, porque es precisamente el que tiende los hilos entre la lógica y la ontología; mostrando que en definitiva, al examinar los principios de pensamiento, en último análisis nos encontramos con principios del ser.

Siguiendo a Hessen, podemos afirmar que, los principios del pensamiento, son principios sui generis; que no tienen el principio de los objetos; pero finalmente remiten a principios de los objetos[2]Desde éste punto de vista, aplicado a los objetos culturales, permite aterrizar en un concepto de suma importancia como es el de su identidad en relación con el concepto para el cual adquiere sentido como objeto significado y referente que aglutina.

¿Qué es identidad cultural?

En el campo cultural, se habla y se especula mucho en torno a lo que es, lo que debe ser o lo que no debe ser la identidad cultural. Pero muy poca es la luz que la mayoría de las veces, estas disertaciones aportan para hacer claridad en torno al sentido íntimo y radical de lo que realmente representa la identidad cultural para cualquier sociedad o comunidad humana. Y cuando hablamos de comunidad humana, hacemos la salvedad de que la cultura es un fenómeno estricta o exclusivamente humano, solo el hombre es un ser cultural, creador de cultura o con capacidad de darle sentido y valor a los objetos, situaciones o hechos que en conjunto constituyen el ser de la cultura.

En matemáticas y ciencias exactas se aplica el concepto, como identidad abstraída del desarrollo de las cosas, es decir, como una necesidad de su forma de desarrollo cognitivo, así por ejemplo, se habla de la identidad o igualdad entre dos expresiones algebraicas (A es A, o A = A), la cual es verificable a partir de los valores que tomen las variables en la fórmula, a partir de un conjunto de reeplazamiento. En lógica, por su parte, se emplea el Principio de Identidad[3]como principio fundamental de la coherencia o razón de ser del pensamiento, de un conocimiento o una proposición, según este principio, algo no puede ser a la vez su negativa, es decir, algo no puede ser y no ser al mismo tiempo.

Pero en la realidad material y social de la cultura cotidiana, no se puede aplicar con precisión el Principio de Identidad, ya que las tautologías lógicas y matemáticas, no son isomórficas a las realidades de la vida concreta. La misma identificación de los objetos y personas exige de su previa diferenciación, lo cual implica una vinculación indisoluble de la identidad a la diferencia, y por tanto, su carácter relativo. En consecuencia, la identidad cultural, adquiere lógica y sentido, solamente a partir de la diferenciación, que mediante comparación, se haga con otras culturas, a partir de lo cual se percibe su ser-en-sí.

Se asume igualmente que toda identidad es relativa, transitoria y temporal, incluidas las identidades lógico matemáticas; mientras que su desarrollo, su cambio, es absoluto y esto se pone particularmente de presente al abordar un análisis de la identidad cultural, fenómeno que permanece en un continuo hacerse y deshacerse, como el río, el mar, o el árbol, como en el eterno fluir de Heráclito.

La identidad se debe entender ante todo, como un proceso psíquico por medio del cual una persona que se siente emotivamente vinculada a otra, a una determinada situación, realidad o proceso, asimila algunas características de estos y las incorpora como parte esencial de su ser y su personalidad. En este sentido, se asume que la identidad cultural es ante todo, vivencia y sentimiento profundo del ser humano, que se va forjando en contacto vital con un conjunto de objetos, persona, valores, comportamientos y costumbres, que con el tiempo conforman un ethos, un modo de ser y de actuar, que le es propio, privativo y que caracteriza y define individual y socialmente a las personas en sus comportamientos, conductas, valores y visión del mundo, frente a los miembros de otros entornos culturales (diferenciación por comparación) y se expresa o manifiesta en diferentes niveles, endógena y exógenamente, según el grado de desarrollo que la sociedad haya alcanzado.

La Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales, auspiciada por la UNESCO, reunida en Ciudad de México en 1982, al referirse a este aspecto, señala que "La identidad cultural de una sociedad, puede ser inicialmente captada, tanto desde el exterior como del interior de la misma, a través de la historia, por el conjunto de obras que la explican".

Sin embargo, más allá de las manifestaciones tangibles que pueda generar y portar una determinada sociedad, "La identidad cultural es ante todo el conjunto de sentimientos que experimentan los miembros de una colectividad que se reconoce en su cultura". En este sentido, la identidad se entiende como auto-reconocimiento.

Esto señaló el Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, en el documento "Para un Mundo Posible[4]Esto implica que la identidad es ante todo vivencia, sentimiento permanente de presencia asumida de algo a lo cual se pertenece o de lo cual se hace parte y que se convierte en memoria, conciencia colectiva de una sociedad, pues antes que disolverse, como ocurre con muchos otros sentimientos, su desaparición lleva con sigo el signo contrario, la sedimentación y casi petrificación, en cuanto se convierte en paradigma de sustentación de todo lo demás, en conjunto de vivencias y sensaciones que se transforman en conciencia, y es una conciencia que marca a quienes son cobijados bajo el peso y la sombre de su influencia formativa, por eso hemos afirmado en otras oportunidades, que Identidad es aquello que nos queda cuando todo lo ajeno desaparece.

Pero la identidad cultural, además de vivencia interiorizada que se vuelve consciencia, es un conjunto de sentimientos arraigados en el ser humano, que se van forjando en contacto con un entorno, del cual hacen parte y se superponen en el espacio y en el tiempo, personas, objetos, valores relaciones, paisaje, comportamientos, raíces, historia, costumbres, cotidianidad, cosmovisión, conocimientos y tradición. Elementos estos, que por un proceso cuantitativo acumulado de contactos vivenciales permanentes y sostenidos, se va des-realizando o des-objetivando e idealizando, transformándose en imagen que se interioriza como representación, perfil, vivencia, memoria, conciencia, logos, discurso. Teniendo en cuenta que todo hecho humano, tiene una significación especial en cuanto es respuesta (individual) del sujeto a las situaciones cotidianas que le ocurren, pero que están ligadas a la consciencia colectiva (del grupo o clase social).

Por ende, teniendo en cuenta que existe una estrecha correlación entre las estructuras mentales de la vida social y las creaciones individuales que le dan estructura a los patrones culturales aceptados por el colectivo para organizar su entorno, la consciencia de grupo y el universo imaginario que se crea en esa estrecha correlación entre lo individual y lo social, permite comprender lo señalado por el referido documento de Colcultura, en el sentido de que "La identidad cultural es el lugar en que se vive la cultura como subjetividad, y en donde la colectividad se piensa como sujeto".

En la identidad cultural, el individuo -como hombre singular que se identifica en una relación simbiótica con su contexto-, se constituye en reflejo del todo, debido a la unidad genérica que conserva, con él, que a su vez solo obtiene sentido en la medida que sus singularidades se identifiquen con él. De ahí que, en donde cada miembro del agregado social, constituye una identidad atomizada o dispersa, pues solo se identifica consigo mismo, no se puede hablar de colectivo con identidad.

La identidad se construye como un quehacer social, que resulta de la permanente interacción del grupo con el entorno, para satisfacer necesidades fundamentales y construirse como colectivo social. Este modo de actuar va generando un decantado histórico, tanto material como espiritual, que es determinante del ethos social, en la medida que se asimila, se interioriza, se vive y se comparte con otros, como elemento de mediación en las relaciones sociales. Este proceso de creación colectiva tiene como características, el ser un hecho inconsciente o no expresamente intencional; además, es anónimo, en la medida que los aportes individuales de interés para el colectivo, son asimilados rápidamente por el grupo y pierden la referencia de su singularidad original, para constituirse en apropiación y patrimonio social; dando como resultado un acumulado histórico colectivo, que como sedimento o decantado histórico, se transforma en memoria social que vincula a todos los miembros del grupo y genera lazos de identidad, a través sentimientos básicos de cohesión, pertenencia y arraigo en relación con los patrones y valores colectivo. Pero no es un proceso acabado, definitivo; sino en permanente construcción y de-construcción.

Así entendida, la identidad resulta ser una mediación histórica bi-dimensional -material y espiritual- inacabada que no cesa de hacerse y deshacerse; es dialéctica, se presencializa y se forja en el conflicto entre lo novedoso y lo permanente, entre lo estable o durable y lo cambiante.

Metáforas que se asocian al concepto de identidad cultural, son el árbol centenario de cualquier plaza pública: está allí hace muchas décadas, ha cambiado su follaje cada otoño, sus ramas han cambiado; no se conserva idéntico a hace veinte años, aunque es el mismo árbol de hace veinte años, referente físico, social, de encuentros, recuerdos y memorias de los habitantes del pueblo. El árbol ha cambiado, pero se mantiene él mismo. Igual sucede con la bahía o el puerto de cualquier ciudad, es el mismo puerto con el mismo mar de siempre, pero diferente, siempre está cambiando. Y qué decir de las personas, siempre las mismas, con unos rasgos biológicos, genéticos, psicológicos y señales particulares propias, pero siempre cambiando. Igual sucede con la identidad cultural, siempre la misma, con sus elementos tangibles e intangibles, valores, fundamentos e imaginarios, pero siempre cambiante, aunque lo esencial permanezca.

Por ser ante todo una dimensión psicológica, la identidad, brota y se mantiene por la sinceridad y autenticidad de las personas que, aunque lleguen a adquirir una información, un conocimiento, una educación y una vivencia experiencial que le abre el horizonte de valores universales o de otras culturas, siguen manteniendo como algo sólido, los basamentos de su cultura de origen, esforzándose para no perderlos, a pesar de la tensión y el conflicto que representa el hecho de la descontextualización o el encontrarse fuera del hecho siempre naciente de la cultura de referencia y encontrarse en cambio, asediado por los valores de una cultura receptora que le es extraña, y como tal, le convierte en "extranjero". O también cuando puesta en escena, la cultura propia debe compartir desempeño con manifestaciones de otras referencias que pueden ser maquilladas mediáticamente y ofertadas como sucedáneas de los valores propios, que son relegados o aplazados; especialmente en una sociedad de consumo, en donde los medios y la publicidad ejercen una función devastadora sobre las culturas locales, consideradas exóticas.

Este hecho muestra la necesidad de que los pueblos y los grupos sociales dispongan de mecanismos propios para exaltar y enaltecer los valores propios de su identidad y su cultura, cuya base es la memoria patrimonial del colectivo social, todo lo cual debe ser preservado con cautela por los miembros del colectivo en donde el grupo se sienta reflejado en el producto de su quehacer histórico.

Los pueblos que pierden la memoria, quedan condenados a repetir el eterno retorno de sus propios fantasmas. Pero la memoria, como patrimonio social de los pueblos, para su preservación necesita de líderes privilegiados, dotados por la naturaleza con dones especiales de liderazgo, imaginación y creatividad, cuya iniciativa creadora jalone los derroteros de la identidad y la memoria. Afortunados los pueblos que cuentan con personajes así; ellos son el soporte para que su existir ingrese y permanezca en el escenario de la posteridad.

La preservación de la identidad requiere además, la creación de escenarios de representación, en donde la memoria patrimonial se coloque y exalte, como referente estimulador de su propia valía, y que el colectivo la disfrute encontrando en ella un mundo de significaciones valiosas, que lo vinculan, cohesionan y comprometen, por el valor que en sí mismo contienen y representan.

La fiesta en la historia

Entre esos escenarios, las celebraciones, los ritos, los festejos, las fiestas y festivales, constituyen ejemplos dignos de mención, porque son contextos en donde la expresión cultural se manifiesta en una diversidad de expresiones que permiten apreciarla en toda su dimensionalidad y riqueza expresiva. Pero al mismo tiempo, los ritos y las fiestas cumplen una función social de vital importancia, como fuerza de cohesión de los elementos propios de la comunidad o del grupo social, dentro del cual, cada quien cumple un rol determinante para los otros.

En uno de los diálogos de El principito, la inmortal obra de Antoine de Saint-Exupéry, la zorra le habla al Principito de la importancia que tienen los ritos para quienes hacen parte de un determinado contexto. Para hacerse entender, habla desde su propia experiencia, contándole que los cazadores del pueblo celebran una fiesta todos los jueves, durante la cual se concentran y olvidan de cualquier otro tipo de actividad; pero esta circunstancia es la que le permite a ella salir a comer gallinas sin el temor de ser cazada. Si no existiera ese rito de los cazadores, ella se vería en apuros para alimentarse, pues no podría cazar gallinas los jueves.

La fiesta, asumida como el conjunto de actos y diversiones que se organizan para el regocijo público, teniendo algún motivo o un acontecimiento especial y como cualquier otra circunstancia en donde la cultura es puesta en escena, debe ser entendida como un gran espacio de interacción social, en donde tiene lugar el comportamiento de comunicación global de un colectivo de sujetos relacionados entre sí. Como toda forma y convención de interacción social, las fiestas están marcadas por la cultura y la historia, y en consecuencia, sujetas a un cambio permanente. Son básicamente la expresión del grado de diferenciación del statu quo social, pero también una ocasión para su modificación.

En la interacción social, particularmente en la propiciada por el ambiente festivo, los individuos se influyen mutuamente y adaptan su comportamiento frente a los demás. Cada individuo va forjando su identidad específica en la interacción con los demás miembros de la sociedad en la que tiene que acreditarse y la fiesta conforma un escenario propicio para las interacciones. Pero también, la fiesta es el escenario más propicio para la socialización de mecanismos e instituciones culturales, a través de la danza, por ejemplo, el baile, los rituales, el juego y otras formas culturales de interacción y para enriquecer los valores propios de la identidad, mediante la agregación de elementos accesorios que no afecten su naturaleza y esencia, pero la acrecientan.

El origen ritual de las fiestas primitivas, está asociado a la conformación de escenarios en donde el hombre buscaba expresar su identificación con el medio y lo trascendente, por eso tienen un sentido inicialmente religioso. Cuando el homo sapiens, descubrió su capacidad de imitar los sonidos de la naturaleza diferenciándolos de los que constituían la estructura de su lenguaje, dio origen a la música, al homo musicus, con el cual "comenzaron a perfilarse las primeras expresiones musicales asociadas a un hecho colectivo: rituales funerarios, cacerías y ceremonias vinculadas a la fertilidad formaban parte de una cotidianidad de la que la música había entrado a formar parte por derecho propio[5]La música entra a hacer parte esencial de la fiesta, desde el momento en que el hombre concibe el cielo como una gran bóveda, en la cual los sonidos resuenan en todo su territorio, como una forma de comunicación con realidades trascendentes y la música entra a ser elemento fundamental de rituales festivos.

El origen religioso de la fiesta, parece ser algo indiscutible, pues siempre se ha visto esta tendencia social, como una actitud del hombre a responder a los dioses y agradecer sus bendiciones, lo cual es explicado por Fustel de Coulanges, diciendo que "en todo tiempo y en todas las sociedades, el hombre ha querido honrar a sus dioses con fiestas, y ha establecido que habría días durante los cuales el sentimiento religioso reinaría sólo en su alma, sin ser distraído por los pensamientos y labores terrestres. En el número de días que ha de vivir ha reservado una parte a los dioses[6]

Las ciudades antiguas se fundan conforme a unos ritos, que en el pensamiento de los fundadores buscan mantener en su interior a los dioses nacionales. Los rituales de fundación debían renovarse cada año; se hacía mediante las fiestas del día natal, que todos los ciudadanos debían celebrar. Igual ocurría con los nacimientos de las personas, que originaron los natalicios, junto con otros sucesos importantes para el grupo social, que fueron considerados dignos de celebrar. Los natalicios, surgen del nombre de una fiesta originalmente celebrada en Roma el 21 de abril, con el nombre de la parilia, que posteriormente pasó a llamarse Natalis Romae y que no era otra cosa que el aniversario de fundación o natalicio de la ciudad.

Así, para los antiguos todo lo sagrado era pretexto para una fiesta. Existía la fiesta interna de la ciudad denominada amburbalia; mientras que la de los límites se llamaba ambarvalia. Las celebraciones consistían en rituales, que se expresaban mediante procesiones en las cuales la persona ocupaba un lugar según su posición social; el vestuario que se lucía y su parafernalia, eran especiales para la ocasión; igual los cantos y la música. Los ritos concluían con los sacrificios de quienes se inmolaban al concluir la ceremonia.

La fiesta de los fundadores de las ciudades también exigía mucho culto con ritos y ceremonias, especialmente si ellos también eran los protectores de la ciudad. De tal modo que calendarios como el romano, estaban cargados de festividades y ceremonias en honor a los diferentes dioses, las cuales implicaban actos curiosos. Un ejemplo fueron las lupercales, celebradas en febrero con el sacrificio de un perro y una cabra a continuación de lo cual se realizaba una carrera de jóvenes; igualmente fueron notables las fiestas de Rómulo, Servio Tulio y otros notables en Roma; así como las de Cécrops, Erecteo y Teseo en Atenas, en donde además se veneraban a otros héroes del país, como Euristeo y Andrageo.

Pero los dioses mayores eran honrados con fiestas especiales, como las bacanales romanas o fiestas báquicas, en honor de Baco, el equivalente romano de Dionisos[7]dios del vino y de la embriaguez extática; También celebraban las saturnales, en honor de Saturno, el dios de la agricultura. A su vez, en Grecia fueron notables las dionisiacas, fiestas celebradas en honor a Dionisos, la versión griega de Baco y a partir de la fiesta de Olimpia[8]que se vuelve una fecha común para toda Grecia -casi una fiesta nacional- nacen las olimpíadas. Desde entonces y como ahora, las fiestas se realizaban en medio del bullicio, la danza desordenada y la música estrepitosa y nunca faltaban actividades accesorias como la iluminación nocturna con velas y antorchas, la celebración de banquetes y bebidas, juegos de lotería y azar, intercambios de regalos, disfraces y mascaradas.

Por otro lado, hay que destacar que durante muchas de estas fiestas, como en las saturnales, los esclavos, los esclavos gozaban de gran libertad, mientras sus amos se reunían con sus amigos a disfrutar en los banquetes, ocasión que ellos aprovechaban para dar rienda suelta a una creatividad y expresividad reprimidas, dentro de la cual estaba la dramatización satírica de la vida de sus amos, lo cual era permitido por el ambiente de fiesta.

Mientras esto ocurría en las ciudades, en el campo a su vez, en Roma y Grecia -cunas de la civilización occidental-, se celebraban las fiestas del trabajo, de la siembra, de la floración, de la vendimia; todas las cuales estaban asociadas a rituales y sacrificios que se ejecutaban acompañados de cantos o himnos sagrados y danzas. Las prescripciones eran dadas por la religión oficial.

Las ciudades todas, tenían fiestas dedicadas a las divinidades que habían adoptado como protectoras y en la medida que el culto era introducido, se le dedicaba un día del año, en el cual estaba prohibido trabajar, con el fin de que cada ciudadano dedicara su tiempo a la actividad del culto merecido por el dios tutelar o protector, con la obligación adicional de estar alegres, emplear el canto, la danza y los juegos en público.

De esa manera, la fiesta primitiva va incorporando a la celebración religiosa, los elementos culturales de la lúdica y la recreación cotidiana, dándoles a la fiesta un sentido social, participativo y alegre, en la medida que exige hacer todo en público y abre la opción de la participación de todos con entusiasmo que en muchos casos llega al paroxismo.

Ésta costumbre, como se puede observar, fue heredada por el catolicismo, que estableció al menos un ícono religioso de su santoral, como patrono de las parroquias o pueblos fundados en su área de influencia, dando origen al llamado calendario, que en un principio no era más que la sucesión de las fiestas religiosas, tal como fue establecido por el clero. Y pasó mucho tiempo antes de que fuera puesto por escrito, pues en un principio, el pontífice, luego de ofrecer un sacrificio, convocaba al pueblo y luego anunciaba las fiestas que debían observarse durante el mes; la calatio, que era el nombre de esta convocatoria, dio origen al término calendas, que se daba al día festivo y de aquí surgió calendario, como elenco de todas las fiestas. Pero al principio no había un calendario universal, sino uno para cada ciudad.

El calendario católico ya no está regido por el ciclo de la luna y del sol y solo es regulado por leyes religiosas únicamente conocidas por sacerdotes; lo cual llevaba muchas veces a abreviar el año o a veces a alargarlo, según las necesidades. Los cristianos celebran y expresan su fe mediante ceremonias y ritos, como los sacramentos, que son representaciones simbólicas de los mensajes divinos, que los fieles celebran en diversos momentos de su vida; igualmente celebran en su calendario, como sucesos religiosos, los acontecimientos más destacados de la vida de Jesús y en un principio se pretende que la celebración religiosa tenga carácter incontaminado con prácticas profanas de origen pagano.

Fiesta e identidad cultural

A pesar de los esfuerzos iniciales de la jerarquía católica, los actos de celebración de la fiesta empezaron a combinar elementos religiosos con elementos profanos, como la lúdica, la danza, la música, el teatro, la bromatología y otros elementos propios de la cultura local, que con el tiempo entraron a restar espacio e importancia a los elementos religiosos, dando origen a las fiestas puramente profanas.

Con la fiesta profana aparece también el festival, que significa fiesta valiosa o fiesta grande (de: Festis y valere), mediante el cual se busca exaltar una expresión, generalmente creativa, artesanal, folclórica o artística de un medio o un sector de creadores, especialmente de artistas (cine, danza, teatro, música, cuento, poesía, etc.) y en general de aspectos de la cultura local o regional, del folclor y la identidad cultural de una región o país.

La fiesta o el festival, entran dentro de la cultura contemporánea y postmoderna como espacios de consolidación y referentes de afirmación y proyección de identidad cultural, que permiten a las comunidades locales y regionales, poner en escena su acumulado patrimonial o lo más destacado de sus creaciones, tangibles e intangibles, con el fin de compartirlo y fortalecerlo, en la medida en que la valoración de sus elementos, hecha extraños a quienes se les ofrece en los distintos espacios y escenarios festivos; y la oportunidad de comparar los valores propios con los foráneos, permite hacer de los valores de la cultura propia, un referente de relaciones interculturales, en las cuales cada quien afirma lo propio para ofrecerlo al interlocutor y retroalimentarlo, fortaleciéndolo.

El reconocimiento y afirmación de las culturas locales y regionales por medio de los diferentes escenarios festivos y el fortalecimiento de la capacidad de gestión de sus líderes, promotores, gestores, administradores y difusores culturales; así como el apoyo sostenible a las propuestas creativas de los productores culturales, tendientes a generar la consolidación de los diferentes núcleos humanos locales y regionales, se constituye para éstos en una alternativa de supervivencia, frente a las amenazas representadas por la avalancha de propuestas globalizantes impulsadas por una cultura trasnacional dominante, que busca borrar todo asomo de diferenciación, como mecanismo facilitador de la dominación y el sometimiento y propiciar de esa manera el emparejamiento de gustos, prácticas, hábitos y consumos, que generen mayores dividendos a las industrias culturales.

El intercambio que se da en los diálogos interculturales propiciados por la fiesta, posibilitan consolidar la identidad de los pueblos, en la medida que, por el auto-reconocimiento, los grupos sociales encuentran el camino propicio para afirmarse en lo que son y marcar diferencia con lo que no son. Desde ese punto de vista, la fiesta posibilita auto-reconocerse en la diferenciación con la cultura del otro, en los espacios de confrontación que la fiesta o el espacio festivo posibilitan. Y desde esa perspectiva, se constituye en un mecanismo de defensa frente a cualquier amenaza o riesgo de desaparición.

Pero para que la fiesta sea escenario de construcción, afirmación preservación y fortalecimiento de identidad, y al mismo tiempo medio de afirmación social de los grupos humanos, es indispensable que se le presente y defienda en su sentido original, como espacio cultural, en donde se exaltan los factores identificadores de la cultura local y estos sean ofrecidos a propios y extraños como elementos propios de la cultura de referencia, que revelan su propio rostro para que la comunidad local o regional encuentre en ellos el reflejo de su propio ser y de su ethos y sean reconocidos, valorados y respetados por los demás.

No se trata de cerrar la fiesta con sentido endogámico, excluyente y chovinista. Por el contrario, abrirla, para que la cultura local tenga la oportunidad de ser exaltada, valorada y evaluada; y tenga así, la ocasión de compararse en diálogo intercultural con otras expresiones, para que de allí salga enriquecida y fortalecida.

Es en ese sentido como la fiesta cumple la función social que le corresponde como protectora y guardiana de la identidad, que la escenifica y fortalece sin desvirtuarse como farsante que comercia con ella y sus elementos, sin beneficio de inventario, ofreciéndose en subasta al primer postor, que en nombre de la sociedad de consumo ofrece a cambio oropeles y abalorios. Este es el cuidado que deben tener los líderes y promotores festivos, detrás de los cuales siempre hay una pléyade de publicistas, promotores comerciales, vendedores, comerciantes, operadores, impulsadores y otros especímenes de la fauna comercial, que ven en el escenario festivo el espacio más propicio para dinamizar la dialéctica trial de producción-venta-consumo.

La fiesta y los espacios festivos de una sociedad, por ser patrimonio sagrado del colectivo. Su forma, expresión y manifestación, no pueden estar supeditadas a los intereses de los mercaderes de la cultura que saturan los escenarios y espacios propios de las diferentes expresiones con una publicidad aplastante, reduciendo posibilidades a las expresiones y creaciones locales o relegándolas a segundo plano, para poner en primer plano los estereotipos que buscan imponer como íconos sacralizados de su política consumista.

Ser conscientes de ésta realidad, asumirla como compromiso de vida y luchar por defender sus postulados, es el compromiso que debe asumir todo promotor cultural que se dedique a incentivar fiestas y festivales, para que su quehacer se revierta en beneficio de su realidad y su cultura y no en instrumento al servicio de intereses extraños.

Valledupar, Colombia, septiembre de 2009

Obras consultadas

COPI, Irving M. y COHEN, Carl. Introducción a la lógica. México: Limusa, 2002

COULANGES, Fustel de. La ciudad antigua. Bogotá: Panamericana, 2007

HESSEN, Johannes. Tratado de filosofía, Tomo I. Madrid: Herder, 1978

JAEGUER, Werner. Paideia. México: FCE, 2001

NAVARRO, Joaquín, et. Al. El mundo de la música, grandes autores y grandes obras. Madrid: Océano, 2000

REPÚBLICA DE COLOMBIA. INSTITUTO COLOMBIANO DE CULTURA, COLCULTURA. Para un mundo posible. Bogotá: Colcultura, 1993

 

 

 

 

 

 

Autor:

Simón Martínez Ubárnez

Licenciado en Filosofía, Magister en Filosofía y Letras, Experto en Política y Administración Cultural; Diplomado en gestión cultural.

Catedrático de Filosofía de la Cultura y Filosofía del Derecho.

[1] Cfr. COPI, Irving M. y COHEN, Carl. Introducción a la lógica. México: Limusa, 2002, pp. 357-369

[2] . Cfr. HESSEN, Johannes. Tratado de filosofía, Tomo I. Madrid: Herder.

[3] . El Principio de identidad, junto con el de Tercero excluido, hacen parte de los Primeros Principios de la lógica aristotélica, los cuales fueron complementados por Leibniz, con el Principio de Razón suficiente.

[4] . Este documento fue elaborado en 1993, por un grupo de expertos culturales, como fundamento para la definición de una política cultural estatal. Éste instituto desapareció en 1997 para dar paso a la creación del Ministerio de Cultura.

[5] . NAVARRO, Joaquín, et. Al. El mundo de la música, grandes autores y grandes obras. Madrid: Océano, s f p 6.

[6] . COULANGES, Fustel de. La ciudad antigua. Bogotá: Panamericana, p. 183.

[7] . Cfr. JAEGUER, Werner. Paideia. México: FCE, 2001, p. 420

[8] . Olimpia era un centro religioso ubicado en el Peloponeso, dedicado en un principio al culto de Zeus Olímpico y más tarde a Hera. En su estadio tenían lugar los juegos gimnásticos pan helénicos, que más tarde fueron conocidos como juegos olímpicos, que implicaban días de tregua en las luchas y eran una exaltación de la cultura panhelénica

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