Una forma de inflación de importancia histórica fue la que se produjo en la época del bimetalismo y del patrón oro que consistía en la deflación monetaria cuando el gobernante reducía la cantidad de metal precioso que llevaban las monedas. Esta actuación permitía asegurar al Estado beneficios a corto plazo, puesto que éste podía utilizar la misma cantidad de metales preciosos para acuñar más monedas, pero, a largo plazo, esto aumentaba el nivel general de precios debido a la ley de Gresham según la cual "el dinero malo desplaza al bueno". Estas deflaciones monetarias solían deberse a los esfuerzos bélicos de los gobiernos, lo cual explica parcialmente la correlación de la inflación con la inestabilidad política. La entrada de plata en Europa proveniente del Nuevo Mundo en el siglo XVI también se asocia con los aumentos graduales de los precios que se produjeron en aquella época, cuando el valor de los metales preciosos tendía a disminuir, pero esta teoría no es aceptada de forma general. En la actualidad, los gobiernos hacen lo mismo cuando emiten más dinero del necesario, o cuando, de cualquier otra forma, modifican el valor del dinero.
HISTORIA:
Los ejemplos de inflación y deflación son numerosos a lo largo de la historia, pero no hay registros fiables para medir las oscilaciones de los niveles de precios antes de la edad media. Los historiadores económicos afirman que los siglos XVI y XVII fueron periodos con alta inflación a largo plazo en Europa, aunque las tasas medias anuales del 1 o 2% son tasas despreciables en relación con las actuales. Los principales cambios se produjeron durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, cuando los precios aumentaron a tasas medias del 8,5% mensual y durante la Revolución Francesa, cuando los precios aumentaron en Francia a tasas del 10% mensual. Estos breves periodos inflacionistas eran seguidos de largos periodos en los que se alternaban las inflaciones y deflaciones a nivel internacional, siempre vinculadas a hechos económicos o políticos concretos.
En relación con los patrones de inflación que se han dado a lo largo de la historia, el periodo posterior a la II Guerra Mundial se ha caracterizado por niveles de inflación relativamente altos en muchos países y, desde mediada la década de 1960, se ha mantenido, en casi todos los países industrializados, una tendencia hacia la inflación crónica. Por ejemplo, desde 1965 hasta 1978, el índice de precios al consumo en Estados Unidos se ha situado en una tasa media anual del 5,7%, con un máximo del 12,2% en 1974. En Gran Bretaña, la inflación también alcanzó un máximo en 1974, a raíz del alza de los precios del petróleo, que aumentaron a una tasa superior al 25%. Otros países industrializados padecieron alzas similares en sus niveles de precios, pero algunos países como Alemania Occidental (actualmente parte de la reunificada República Federal de Alemania) consiguieron impedir que se produjera una inflación crónica. Debido a la actual integración de las economías de la mayoría de los países, la disparidad de inflaciones refleja la relativa eficacia de las distintas políticas económicas nacionales.
Esta tendencia inflacionista desfavorable consiguió revertirse en casi todos los países industrializados a mediados de la década de 1980. Las políticas fiscales de austeridad y las restrictivas políticas monetarias emprendidas a principios de la década, se combinaron con las drásticas caídas de los precios del petróleo y de los precios de los bienes para lograr que las tasas medias de inflación descendieran hasta el 4%. Los países de América Latina, en su mayoría, experimentaron tasas de inflación crecientes a partir de la segunda mitad de la década de 1950. La variación anual del índice de precios al consumo sufrió violentos cambios en países como Argentina; desde el año 1975 hasta finales de 1980 pasó de un 43,5% a un 178,3%; México en el año 1982 llegó a tener una inflación del 58,9%; Perú, a partir de 1978, tuvo una inflación creciente alcanzando el 75,4% en 1981; Brasil llegó al 105,6% el año 1981.
CAUSAS:
La inflación de demanda es aquel fenómeno que ocurre cuando la demanda excede a la oferta, forzando el aumento de los precios y de los salarios, así como el coste de los materiales, los costes de funcionamiento y los financieros. La inflación de costes se produce cuando los precios aumentan para poder hacer frente a los costes totales manteniendo los márgenes de beneficios. Se puede generar una espiral inflacionista cuando las instituciones y los grupos de presión reaccionan ante cada nueva subida de precios. Se producirá una deflación cuando se consiga revertir la espiral inflacionista.
Para poder explicar por qué cambian los determinantes de la oferta y demanda los economistas han llegado a establecer hasta tres tipos de teorías: del lado de la demanda, la teoría cuantitativa del dinero y el nivel agregado de los ingresos; y las variables de productividad y costes del lado de la oferta. Los defensores del monetarismo piensan que los cambios en el nivel de precios reflejan las fluctuaciones de la cantidad de dinero disponible, cantidad que se suele definir como la cantidad de dinero en efectivo en circulación más los depósitos bancarios. Defienden que, para mantener el nivel de precios estable, la oferta de dinero tiene que aumentar a una tasa constante y coherente con la capacidad productiva real de la economía. Los detractores de esta teoría afirman que las variaciones en la oferta de dinero son una respuesta y no la causa de las variaciones en el nivel de precios.
La teoría basada en el nivel agregado de ingresos está fundamentada en la obra del economista británico John Maynard Keynes, publicada en la década de 1930. Según la teoría keynesiana, o keynesianismo, las variaciones de la renta nacional determinan las tasas de consumo e inversión; así pues, el gasto público llevado a cabo por el gobierno, así como sus políticas impositivas, deben estar encaminadas a mantener en su totalidad los niveles de empleo y el máximo nivel de producción posible. Por lo tanto, la oferta monetaria debe ajustarse para financiar el nivel deseado de crecimiento económico y para evitar las crisis financieras y los altos tipos de interés que frenan tanto el consumo como la inversión. El gasto público y las políticas impositivas pueden utilizarse, según esta teoría, para impedir tanto la inflación como la deflación, al ajustar la oferta a la demanda.
La tercera teoría se centra en las variables del lado de la oferta relacionadas con la disminución de la productividad. Estas variables incluyen la tasa de inversión de capital a largo plazo y el desarrollo tecnológico; las variaciones en la calidad y edad de los trabajadores; el cambio de actividades productivas; la rápida proliferación de regulaciones gubernamentales; la inversión en actividades no productivas en lugar de en actividades productivas; la creciente escasez de determinadas materias primas; los desarrollos políticos y sociales que reducen los incentivos para trabajar; y varias distorsiones económicas relacionadas con problemas monetarios y de comercio internacional, con aumentos elevados de los precios del petróleo y con desastres naturales que reducen las cosechas a escala mundial. Estos temas relacionados con la oferta son importantes a la hora de diseñar políticas monetarias y fiscales.
EFECTOS:
Los efectos de la inflación y la deflación son varios y cambian a lo largo del tiempo. Normalmente, la deflación es debida a una caída en la producción y a un aumento del desempleo. Los menores precios debidos a la deflación pueden llegar a aumentar el consumo, la inversión y el comercio exterior, pero sólo si se corrigen las causas fundamentales que provocaron el inicio de la deflación.
Al principio, la inflación provoca un aumento de los beneficios, puesto que los salarios y los demás costes se modifican en función de las variaciones de precios, y por lo tanto se alteran después de que los precios hayan variado, lo que provoca aumentos en la inversión de capital y en los pagos de dividendos e intereses. Puede que el gasto de los individuos también aumente debido a la sensación de que más vale comprar ahora porque después será más caro; la apreciación potencial de los precios de los bienes duraderos puede atraer a los inversores. La inflación nacional puede, de forma temporal, mejorar la situación de la balanza comercial si se puede vender la misma cantidad de bienes a mayores precios. Los gastos del gobierno también aumentan porque suelen estar explícita, o implícitamente, relacionados con las tasas de inflación para mantener el valor real de las transferencias y servicios que proporciona el gobierno. Los funcionarios también pueden prever la inflación y por lo tanto establecer mayores necesidades presupuestarias previendo unos menores ingresos impositivos reales debido a la inflación.
Sin embargo, a pesar de estas ganancias temporales, la inflación distorsiona la actividad económica normal; cuanto menos regular sea la tasa de inflación, mayor serán estas distorsiones. Normalmente, los tipos de interés reflejan la tasa de inflación esperada; cuanto mayor sea ésta, más altos serán los tipos de interés y más aumentarán los costes de las empresas, además de disminuir los gastos de consumo y el valor real de los bonos y las acciones. Los mayores tipos de interés en las hipotecas y el aumento del precio de los alquileres disminuye la tasa de construcción de viviendas. La inflación disminuye el poder adquisitivo de los ingresos y de los activos financieros, por lo que reduce el consumo, sobre todo si los consumidores no pueden, o no quieren, acudir a sus ahorros o aumentar el volumen de sus deudas.
La inversión de las empresas también disminuye a medida que la actividad económica se reduce, y los beneficios son menores porque los trabajadores demandan un aumento de sus salarios mediante cláusulas que obligan a los empresarios a defender a los trabajadores de la inflación crónica mediante subidas salariales automáticas en función del aumento del coste de la vida. Los precios de casi todas las materias primas responden rápidamente ante señales inflacionistas. Los mayores precios de los bienes que se exportan pueden disminuir las ventas en el exterior, creando déficit comerciales y problemas en los tipos de cambio. La inflación es uno de los principales determinantes de los ciclos económicos que provocan distorsiones en el nivel de precios y de empleo, así como una incertidumbre económica a nivel mundial.
Los efectos de la inflación sobre el bienestar individual dependen de muchas variables. Aquellas personas que tienen ingresos relativamente fijos, sobre todo cuando pertenecen a los grupos de menores ingresos, están muy afectadas por la creciente inflación, mientras que aquellas que tienen ingresos flexibles pueden mantener su nivel de bienestar e incluso mejorarlo. Aquellas personas cuyos ingresos provienen de activos con valores nominales fijos, como las cuentas de ahorro, las pensiones, las pólizas de seguros y los instrumentos financieros a largo plazo padecen una pérdida de riqueza real; sin embargo, aquellos activos cuyo valor es variable, como la propiedad inmobiliaria, las obras de arte, las materias primas y los bienes duraderos pueden experimentar subidas de precios iguales o superiores al alza del nivel general de precios. Los trabajadores del sector privado exigirán que sus contratos laborales lleven cláusulas de ajuste que permitan que sus salarios no padezcan la subida del coste de la vida. Los prestatarios suelen beneficiarse de los efectos de la inflación, mientras que los prestamistas pierden dinero, ya que los préstamos hipotecarios, personales, comerciales y públicos se pagarán con un dinero que tendrá menor poder adquisitivo y los tipos de interés aumentarán después de que los precios se hayan incrementado. La toma de decisiones económicas, tanto pública como privada, puede depender de un factor psicológico inflacionista.
MEDIDAS DE ESTABILIZACIÓN:
Cualquier intento serio de atacar la inflación implicará dificultades y riesgos, siendo además un proceso largo porque las medidas restrictivas tienden a reducir la producción y el empleo antes de que se hagan patentes los beneficios. Por otra parte, las medidas fiscales y monetarias expansivas tienden a aumentar el nivel de actividad económica antes de que aumenten los precios. Estos riesgos económicos y políticos explican por qué predominan las políticas expansionistas.
Las medidas de estabilización anulan los efectos de la inflación y la deflación al restablecer el nivel normal de actividad económica. Para que sean efectivas, estas medidas tienen que ser permanentes y no solamente ajustes temporales que, a menudo, no consiguen más que agravar las variaciones cíclicas.
El requisito indispensable para luchar contra la inflación implica que la cantidad de dinero y de créditos crezca a una tasa estable en función de las necesidades de crecimiento de la economía real y financiera. Los bancos centrales pueden determinar, a largo plazo, la disponibilidad de dinero y créditos controlando las reservas financieras necesarias, y con otro tipo de medidas. La restricción monetaria durante las recesiones cíclicas permite la recuperación financiera. Sin embargo, las autoridades monetarias no pueden imponer la estabilidad económica si la inversión y el consumo privados siguen creando presiones inflacionistas o deflacionistas, o si el resto de la política económica entra en contradicción con la política monetaria anti-inflacionista. El gasto público y la política impositiva tienen que ser coherentes con la actuación monetaria con el fin de lograr estabilidad y evitar excesivas oscilaciones en la política económica.
Concretamente, los gobiernos tienen que financiar sus enormes déficit presupuestarios o bien pidiendo prestado o bien emitiendo dinero. Si se adopta esta última medida, las presiones inflacionistas aparecen inevitablemente. La única forma de lograr que las medidas de estabilización sean efectivas es manteniendo una política monetaria y fiscal estable y coordinada.
También es necesario emprender medidas desde el lado de la oferta para luchar contra la inflación y evitar los efectos de estancamiento económico debidos a la deflación. Entre las posibles medidas a tomar desde el lado de la oferta se encuentran las medidas incentivadoras del ahorro y la inversión; mayor gasto para el desarrollo y la aplicación de nuevas tecnologías; la mejora de las técnicas de gestión y de la productividad del trabajo a través de la educación y las prácticas laborales; mayores esfuerzos para mantener estable el valor de las materias primas y para desarrollar nuevos recursos; y la reducción de la excesiva regulación gubernamental.
Algunos analistas recomiendan la aplicación de políticas de rentas para luchar contra la inflación. Estas políticas abarcan desde las imposiciones gubernamentales sobre niveles de precios, salarios, rentas y tipos de interés hasta los incentivos fiscales, o simplemente recomendaciones hechas por el gobierno. Algunos afirman que la intervención del gobierno podría complementar las principales medidas económicas monetarias y fiscales, pero los críticos de esta postura señalan las ineficiencias de los anteriores programas de control en los países desarrollados. Entra en lo posible que las futuras medidas de estabilización se basarán en coordinar las políticas monetarias y fiscales y en aumentar los esfuerzos desde el lado de la oferta para mantener la productividad y desarrollar nuevas tecnologías.
Todos los temas relacionados con la inflación, la deflación y las políticas asociadas con estas problemáticas están adquiriendo mayor importancia debido a la creciente movilidad de la inversión y a la especulación de los mercados internacionales que cada vez están más interrelacionados, sobre todo en las últimas décadas del siglo XX. Dado que las finanzas internacionales pueden cambiar el valor de una moneda en cuestión de minutos, o llevar a un país a la crisis económica, la gestión empresarial está adquiriendo un papel relevante a la hora de lograr la estabilidad económica.
LAS CAUSAS DE LA INFLACIÓN:
Es evidente que, en toda economía en movimiento, tiene que haber modificaciones en precios, respondiendo a condiciones cambiantes en los distintos mercados. Estos se pueden ver afectados por el avance tecnológico; por el aumento de la población, y su composición y distribución regional; por variaciones en la distribución del ingreso; por nuevos patrones de gustos de los consumidores; y hasta por fenómenos climáticos. De esta forma, los cambios en los precios de los múltiples productos de una economía pueden constituir respuestas naturales a la evolución tecnológica, demográfica y social de un país. Estos elementos impactan la oferta y la demanda, y necesariamente tienen un efecto sobre el nivel general de precios y sobre los precios relativos (es decir, la relación del precio de un producto con respecto a otro).
La mayoría de los ajustes en precios se dan a la alza, por lo que prácticamente en toda economía existe una cierta tasa de inflación que condensa los cambios que constantemente se están llevando a cabo. Cuando la inflación es baja, y se debe a las fricciones naturales de una economía en actividad, los costos que trae consigo son negligibles. Sin embargo, cuando esta alcanza niveles medios y altos surgen los efectos nocivos que se comentan posteriormente. Debido a ellos, los gobiernos aplican políticas dirigidas a disminuirlas. En el diseño de las políticas de contención inflacionaria, es indispensable tener un marco de referencia acerca de cuál es la causa de la inflación, para que su instrumentación ataque la raíz del problema y no sea únicamente un paliativo sobre los efectos.
El estudio de las causas de la inflación ha sido un tema de interés para los economistas prácticamente desde el nacimiento de la disciplina. Sin embargo, fue a partir del final de la segunda guerra mundial (período en que se generalizó la tendencia a la alza en el nivel general de precios de las economías de mercado y mixtas), cuando el estudio de la inflación pasó a ocupar un lugar central en la agenda de la investigación económica.
Las distintas corrientes de la teoría económica han dado explicaciones alternativas al fenómeno inflacionario. En un extremo, se encuentra la hipótesis monetarista que, simplificando, sostiene que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario. Es decir, para los monetaristas la inflación surge porque en la economía hay demasiado dinero yendo tras poco bienes, lo que provoca un exceso de demanda y que los precios suban. En el otro extremo, está la posición estructuralista-neomarxista, la cual sostiene que la inflación surge por presiones que ejercen distintos grupos sociales para mantener y aumentar la parte del ingreso nacional que perciben.
Una posición intermedia es el enfoque ecléctico de las causas de la inflación, del que se desprende que no existe una receta rígida ni única para frenar el proceso inflacionario. A través de este enfoque se pretende tener una visión global del fenómeno de la inflación y no buscar restringir su explicación a una sola causa. Esta idea fue desarrollada, entre otros economistas, por Rudiger Dornbusch, Stanley Fischer y Franco Mpdigliani, del Instituto Tecnológico de Massachussets; Michael Bruno, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén y gobernador del Banco Central de Israel; Otto Eckstein, quien fuera catedrático de la Universidad de Harvard; y Mario H. Simonsen, de la Fundación Getulio Vargas de Brasil.
Este enfoque, que en la literatura económica contemporánea se conoce como la Teoría Moderna de la Inflación, atribuye la inflación a tres causas principalmente, que pueden actuar simultáneamente o en forma aislada:
Exceso de demanda.
Componentes Inerciales.
Impactos de oferta.
EXCESO DE DEMANDA:
En primer ligar se analiza el problema del exceso de demanda, tanto porque este fue históricamente el primer causal identificado de la inflación, como porque en muchas ocasiones la inflación se debe, originalmente, a un fenómeno de este tipo. Cuando la demanda agregada, es decir, el total de los bienes y servicios demandados para propósitos de consumo privado, inversión, gasto del gobierno y del exterior (las exportaciones), es mayor a las posibilidades de oferta incluyendo a las importaciones de la economía, se origina una presión sobre los precios, por lo que éstos comienzan a aumentar, surgiendo así el fenómeno inflacionario.
En general, el déficit del sector público es el componente de la demanda agregada que hace que esta supere las posibilidades de producción de la economía y que ejerza presión sobre los precios. El decir que es el déficit del sector público el elemento inflacionario de la demanda agregada requiere de una explicación que se expone a continuación.
El gasto en consumo privado se financia con el pago que se hace a los factores de producción (sueldos y salarios a los trabajadores, pagos al capital, etc.), de tal manera que lo que se está generando en valor de la producción por un lado, se consume por el otro, siendo el valor total del consumo privado equiparable con una fracción del valor de la producción. De esta forma, el gasto en consumo agregado no ejerce presiones inflacionarias por no ser la demanda en este rubro mayor a la oferta global.
Por otra parte, la inversión privada se financia con utilidades retenidas o con créditos otorgados por el sector bancario. Estos créditos tienen su contrapartida en el ahorro que se obtuvo en la economía y que nuevamente es un porcentaje del ingreso que se generó en esta. Así, la inversión privada tampoco fuerza a que la demanda total sea mayor a la oferta y que se generen presiones inflacionarias, ya que sus fuentes de financiamiento están restringidas precisamente por el ahorro y las utilidades retenidas que se generen.
Por lo tanto, estas dos componentes de la demanda agregada no son los que originan una inflación de demanda. Como ya se mencionó, en algunas ocasiones, por haber cambios en gustos, o en otras variables (por ejemplo, avance tecnológico), se modifican las demandas específicas o particulares en un mercado, lo que ocasiona aumentos en los precios, proporcionándose, así, las señales adecuadas para la reasignación de recursos en forma eficiente. Sin embargo, estos ajustes de precios no se pueden describir como inflacionarios, pues no son generalizados ni sostenidos, sino manifestaciones propias de la dinámica de la oferta y de la demanda en cada mercado.
En lo que se refiere al gasto del sector público, este se financia con la recaudación fiscal, las utilidades de la empresas públicas, la emisión de valores gubernamentales en los mercados financieros y con la emisión primaria de dinero por parte del Banco Central. Los primeros tres elementos nuevamente no son inflacionarios, ya que los dos primeros se sustraen directamente del ingreso generado, mientras que el tercero absorbe parte del ahorro de la economía.
Sin embargo, cuando el déficit del sector público es elevado y se tiene que acudir al financiamiento a través de la emisión primaria de dinero, es cuando el déficit se hace inflacionario, ya que la demanda agregada se vuelve mayor a la oferta de bienes y servicios disponibles en la economía. Por lo tanto, en muchas ocasiones, la inflación de demanda se debe a un desbordamiento del gasto del gobierno y, por consiguiente a un alto déficit fiscal.
COMPONENTES INERCIALES:
La inercia inflacionaria ocurre cuando una vez que se genera un proceso inflacionario, por ejemplo, en el caso de una inflación de demanda debido a un elevado déficit fiscal, esta persiste, aun cuando su causa original, es decir, el déficit, haya desaparecido. Existen tres razones básicas, no necesariamente excluyentes, por las que la inflación puede adquirir vida propia.
La primera de éstas surge porque en la economías existen esquemas de indización formales e informales. Un proceso de este tipo se presenta cuando los precios, los salarios, las utilidades, las tasas de interés, el tipo de cambio, etc., se fijan en función de la inflación.
Supongamos que el aumento porcentual en los salarios, o en el tipo de cambio (que son el precio de la mano de obra y de la moneda extranjera, respectivamente), es igual a la inflación pasada debido a la regla de indización. De esta forma, al generarse inflación y sin importar la causa primaria por la cual ésta surgió, al periodo siguiente los precios que están indizados aumentarán en la misma proporción que la tasa de inflación. Si estos precios abarcan un alto porcentaje de los insumos, es decir, de los costos de la economías, los productores cuyos precios no estén indizados experimentarán el aumento en sus costos y, por lo tanto, repercutirán estos incrementos a los precios de sus productos. Así, el proceso inflacionario se perpetuará, aun cuando la causa inicial de la inflación haya desaparecido.
La segunda causa importante por la que la inflación puede adquirir carácter inercial, se debe al hecho de que no todos los precios (de loa economía) se ajustan en el mismo momento. Los contratos salariales no vencen en la misma época del año, sino que su vencimiento se encuentra distribuido a lo largo de éste. De esta manera, si surge por ejemplo un choque de oferta que afecte la estructura de los costos de un alto porcentaje de productos, los precios irán aumentando escalonadamente afectando nuevamente costos y precios, por lo que el proceso adquiere vida propia. Esta segunda causa refuerza a la primera, debido a que si existe indización en la economía junto con las decisiones escalonadas de fijación de precios y salarios, es sumamente fácil que una vez que aparezca un brote inflacionario, éste se autopreserve.
La tercera causa de inercia inflacionaria viene dada por las expectativas de los distintos agentes económicos, particularmente de aquellos que fijan precios en sus respectivos mercados. Si se tiene la apreciación de que la inflación futura va a ser igual a la pasada, los aumentos en salarios, y los de precios, se otorgarán bajo este supuesto y, de este modo, las expectativas de inflación se validarán.
Los tres elementos de inflación inercial actúan en muchas ocasiones en forma conjunta, y pueden hacer que los procesos inflacionarios se vuelvan sumamente rígidos.
IMPACTOS DE OFERTA:
Al igual que en el caso de la inflación de demanda, los impactos de oferta son también causa de un brote inflacionario que más adelante puede adquirir vida propia. Estos pueden surgir por distintas razones. Por ejemplo, un problema en la balanza comercial (ocasionado por una caída en los términos de intercambio), que conduzca a una devaluación del tipo de cambio, provoca un aumento de precios en los bienes comerciables internacionalmente, es decir, los importados, los exportables y aquellos que son sustitutos de importaciones, elevando así los costos de algunos productos. De esta forma, se crean presiones inflacionarias. En este caso el impacto de oferta tuvo su origen en la devaluación que afectó la estructura de costos de la economía.
Otro ejemplo de impactos de oferta son los aumentos salariales concedidos por arriba del crecimiento de la productividad, o por algún evento que afecte la producción agrícola, como una sequía o inundación, y que genere aumentos en los precios de dichos productos.
En resumen, hemos visto que un proceso inflacionario es posible separarlo en tres elementos: uno de exceso de demanda, otro de carácter inercial y uno más de impactos de oferta. El primero y el tercero son los que generan los brotes inflacionarios, mientras que el segundo es el que provoca que aumenten los precios en forma sostenida y persistente. En general, es difícil encontrar una inflación pura en el sentido de que sea únicamente de demanda o de oferta. Esto se debe al papel que desempeñan las expectativas, a la disponibilidad de información entre mercados, y a la complejidad de las instituciones de una economía moderna, que hacen que la inflación tenga siempre cierto carácter y elemento inercial.
COSTOS DE LA INFLACIÓN:
Las políticas de combate a la inflación tienen como fin disminuirla o incluso estabilizar el nivel de precios. Implícitamente, el hecho de que se dedique un gran esfuerzo en el diseño de políticas para lograr este objetivo, significa que su existencia tiene altos costos para la sociedad.
¿Cuáles son éstos? Los costos de la inflación son múltiples y de diversa índole. Existen algunos específicos y de carácter económico, y otros que poseen implicaciones sociales y políticas. Entre los primeros se puede señalar las distorsiones administrativas, las fiscales y las que se presentan en la asignación de recursos.
DISTORSIONES ADMINISTRATIVAS:
Cuando la inflación es alta, el costo de mantener recursos monetarios o saldos líquidos (por ejemplo, dinero en caja o en efectivo) aumenta, por lo que las empresas y los individuos realizan un esfuerzo adicional para manejar eficientemente sus recursos financieros y evitar que la inflación erosione su valor real o poder de compra. Para percatarse de este fenómenos, basta ver el crecimiento de las tesorerías o de las áreas de finanzas de las empresas que hacen que recursos que pudieran ser utilizados en la producción de bienes y servicios, se empleen en el manejo de la posición financiera de éstas.
DISTORSIONES FISCALES:
Si el sistema está diseñado y especificado en términos nominales, la inflación crea distorsiones importantes que afectan la recaudación real o incide desfavorablemente sobre la distribución del ingreso al beneficiar en mayor medida a los grupos de ingresos altos. Veamos el por qué. Cuando los rangos o cajones impositivos están fijados en términos nominales, la inflación aumenta la carga fiscal para el contribuyente, especialmente el de ingresos bajos, ya que va trasladándolo -dentro de la tabla de aplicación de tasas impositivas – a rangos superiores de ingresos nominales, correspondiéndole una mayor tasa. Esta disminuye el ingreso disponible principalmente en estos grupos.
Por otro lado el sector público, el valor real de los ingresos fiscales será, cuando existen rezagos en la recaudación, menor entre más alta sea la inflación. Un ejemplo hará más transparente el problema: si el rezago en la recolección de un año, al mismo tiempo que la inflación anual es de 100%, entonces el sector público recaudará, en términos reales, exactamente la mitad de lo que habría recaudado si la inflación hubiera sido igual a cero.
Es claro que entre mayores sean los retrasos en la recolección, mayor será la pérdida en los ingresos reales del gobierno. Además, existe un incentivo por parte de los causantes para posponer en la medida de lo posible, el pago de sus obligaciones fiscales conforme la inflación va siendo mayor. Así, aunque existen otras distorsiones de carácter fiscal, resulta evidente que la inflación tiene un impacto negativo sobre las finanzas públicas.
Adicionalmente, cuando las deducciones fiscales por depreciación están en términos nominales, la inflación provocará que su valor real caiga constantemente, lo que hará menos atractivos los planes de inversión para las empresas, con el consecuente costo en producción y empleo a mediano plazo. Así, la inflación puede incidir desfavorablemente en la generación de empleos, en la distribución del ingreso, en los ingresos del sector público y en la inversión productiva.
DISTORSIONES EN LA ASIGNACIÓN DE RECURSOS:
Si la economía no se encuentra indizada, y continúan existiendo rigideces nominales, es decir, precios que no se mueven en forma sistemática o al parejo de la inflación, se crean distorsiones importantes en la asignación de recursos, viéndose afectados determinados productos, mercados o sectores.
Si bien dichas distorsiones económicas pueden ser significativas, también pueden ser secundarias al contrastarlas con las implicaciones de tipo social y de bienestar. Como se mencionó en párrafos anteriores, la inflación afecta de manera directa a la sociedad, dado que, al no existir en la práctica un sistema de indización perfecto, la inflación necesariamente incide de una u otra forma sobre los flujos de ingreso, favoreciendo a algunos individuos en detrimento de otros miembros de la población. Así, se afecta la distribución del ingreso y la riqueza. A la primera, porque existen ciertos sectores que pueden ejercer mayor presión para que sus ingresos reales no se deterioren, especialmente aquellos que laboran bajo contratos indizados.
En este sentido, la diferencia entre los ingresos reales de los grupos que operan en el sector formal de la economía y los de aquellos que operan en el informal se acentúa, principalmente en países en vías de desarrollo. Adicionalmente, la distribución de la riqueza también se ve afectada negativamente, debido a que los grupos de la población con menor riqueza tienen escaso o nulo acceso a instrumentos financieros y otro tipo de activos que les permita protegerse de la inflación, lo cual hace que su riqueza se vaya evaporando con el proceso inflacionario. La inflación resulta, en consecuencia, motivo de injusticia social.
Por otro lado, el público percibe que al existir inflación elevada, el gobierno está faltando al compromiso básico de mantener una unidad monetaria estable que sirva como medio de pago, unidad de cuenta y depósito de valor, condiciones que resultan necesarias para el eficiente funcionamiento de la economía.
En general, una inflación alta puede crear un gran desconcierto y malestar social e, incluso puede llevar a un debilitamiento y fractura del orden institucional establecido.
EL SIGNIFICADO Y LA MEDICIÓN DE LA INFLACIÓN:
Históricamente, la economía general ha fluctuado de tal manera que experimenta inflación, una pérdida del poder adquisistivo del dinero con el paso del tiempo. La inflación significa que el costo de un artículo tiende a aumentar con el paso del tiempo o, puesto de otra manera, la misma cantidad monetaria compra menos de lo mismo.
MEDICIÓN DE LA INFLACIÓN:
Los economistas han desarrollado una medición llamada índice de precios al consumidor (IPC), basada en una cesta de mercado de bienes y servicios (canasta básica) requeridos por el consumidor medio. La cesta usualmente contiene elementos de ocho grupos principales: (1)alimentos y bebidas alcohólicas, (2)vivienda, (3)vestimenta, (4)transporte, (5)cuidado médico, (6)entretenimiento, (7)cuidados personales y (8)otros bienes y servicios.
El IPC compara el costo de la cesta de mercado de bienes y servicios en este mes con el costo del mes anterior, de hace un año o hace 10 años. El punto temporal en el pasado con el cual se comparan los precios actuales se denomina período base. El período base para el índice actual es 1967. Por ejemplo, suponga que en 1967 se podía comprar la cesta prescrita con 100 dólares y que esa misma combinación de bienes y servicios cuesta 291.80 dólares en 1992. Se calcula entonces el IPC correspondiente a 1992 multiplicando por 100 la razón entre el precio actual y el precio en el período base. En este ejemplo, el índice de precios sería ($291.80/$100)100 = 291.80, lo que significa que el precio de la cesta en 1992 es el 291.80% de su precio en 1967.
Este método para evaluar la inflación no implica que los consumidores vayan a comprar los mismos bienes y servicios todos los años. Ellos tienden a ajustar sus hábitos de compra de acuerdo con los cambios en los precios relativos y sustituir los artículos cuyos precios han aumentado notablemente en términos relativos. Debemos comprender que el IPC no considera este tipo de comportamiento del consumidor, ya que se basa en la compra de la cesta fija que contiene los mismos bienes y servicios, en las mismas proporciones mes tras mes. Por ello el IPC se denomina índice de precios y no índice de costo de la vida, aunque el público en general con frecuencia lo llama índice de costo de la vida.
PRODUCTO INTERNO BRUTO:
Producto interior bruto (PIB), concepto económico que refleja el valor total de la producción de bienes y servicios de un país en un determinado periodo (por lo general un año, aunque a veces se considera el trimestre), con independencia de la propiedad de los activos productivos. Por ejemplo, la producción de las empresas españolas instaladas en Argentina es parte del PIB argentino y no del español. Casi todos los países industrializados consideran que el PIB es el mejor indicador de la actividad económica pero, hasta principios de la década de 1990, Alemania, Japón y Estados Unidos preferían utilizar el producto nacional bruto (PNB), que es la suma total de todos los ingresos percibidos por los residentes de un país, independientemente de dónde se sitúen sus activos productivos; así, los ingresos percibidos por una empresa española radicada en Argentina se considerarán parte del PNB español, y no del argentino.
El PIB engloba el consumo privado, la inversión, el gasto público, la variación en existencias y las exportaciones netas (las exportaciones menos las importaciones). Al principio, el PIB pretendía reflejar la aportación a la producción de un país de los distintos sectores: agricultura, industria y servicios. En los países más industrializados, los servicios representan entre el 60% y el 70% del PIB, la industria entre el 25% y el 40% y la agricultura menos del 5%. Por supuesto, siempre hay excepciones. La contribución de la agricultura al PIB supera el 5% en Irlanda, España y Nueva Zelanda, por ejemplo. La contribución de los servicios al PIB estadounidense supera el 70% y en Japón la industria representa más del 40% de su PIB.
El PIB suele calcularse a precios de mercado. Sin embargo, si se restan los impuestos indirectos y se suman los subsidios y las transferencias del Estado se obtiene el PIB al coste de los factores, lo que permite una visión más precisa de la remuneración de cada factor de producción. También puede calcularse a precios constantes (lo más habitual) o a precios corrientes (que no tienen en cuenta los efectos de la inflación). El PIB se puede establecer de tres maneras: sumando el valor de todos los bienes y servicios producidos; sumando todos los gastos invertidos en bienes y servicios; o sumando la remuneración de todos los factores productivos. En teoría, los tres métodos de cálculo deben ofrecer un mismo resultado, puesto que la producción tiene que ser igual al gasto, que a su vez es igual a los ingresos. Sin embargo, es imposible calcular con absoluta precisión el PIB, aunque sólo sea porque siempre existe cierta economía sumergida (actividades no declaradas de forma oficial); por ejemplo, en Italia existe una importante economía sumergida estimada en torno al 20% de toda la actividad económica, aunque para algunos analistas es algo superior.
Uno de los indicadores del nivel de vida de un país viene dado por el PIB per cápita, que no es más que el valor del PIB total dividido por el número de ciudadanos. Esta cifra suele darse en dólares estadounidenses para facilitar las comparaciones entre países. Si el PIB crece más deprisa que la población, se considera que aumenta el nivel de vida. Si la población crece más deprisa que el PIB se dice que el nivel de vida disminuye. Dado que el PIB per cápita no tiene en cuenta el coste de la vida de cada país, ciertos analistas consideran que es mejor valorar el nivel de vida en función de la paridad del poder adquisitivo (PPA), la cual se establece en una escala de 1 a 100, siendo el poder adquisitivo igual a 100. Otro indicador del nivel de vida es el índice de desarrollo humano, publicado por primera vez por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 1990. Tiene una escala de 1 a 100 y tiene en cuenta el PIB per cápita, el grado de alfabetización y la esperanza de vida de la población.
COMPORTAMIENTO HISTORICO DE LA INFLACION EN PANAMA EN LOS ULTIMOS AÑOS.
CONCLUSIONES
1. La inflación es un fenómeno que se da en forma continua y persistente en el incremento general de los precios de los productos de una economía.
2. La inflación distorsiona la actividad económica normal esto provoca la disminución en: los gastos de consumo y la inversión de las empresas.
3 El requisito necesario para luchar contra la inflación, implica que la cantidad de dinero y de créditos crezca a una tasa estable en función de las necesidades de crecimiento de la economía real y financiera.
4 Si el PIB crece más que la población se considera que aumenta el nivel de vida , si la población crece más de prisa que el PIB el nivel de vida disminuye.
BIBLIOGRAFÍA
Dornbusch, Rudiger. El Combate a la Inflación.
Autor:
Lic. Ovidio E. Montenegro H.
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