Condición de la mujer durante el siglo XIX en México
Una de las características fundamentales del siglo XIX fue la importancia que se le daba al poder político, económico y social, por lo que la conservación de estos tres elementos, constituyeron la base sobre la cual se fundo la ideología del mismo siglo. Aunado con ello, se puede observar el gran dominio que existía por parte de las familias acomodadas hacia la clase baja, la gran explotación, la desigualdad social y, por consecuencia, las innumerables luchas; tal es el caso de la querella de Independencia en nuestro país. La gran jerarquía que representan estos elementos en la vida cotidiana de la población del siglo XIX, influyeron la forma de actuar de la mujer y la manera en como fue vista y tratada durante esta primera época.
No se puede negar que la gran herencia de la época colonial sirvió de cimiento a la manera de actuar de la sociedad, en específico de los hombres, respecto a la vida matrimonial de las mujeres. Durante los 300 años de dominación española, a la mujer se le vio como un objeto de compañía, ayudante y "sirvienta" del hombre. "Como todo ser humano, la mujer entraba en la vida familiar cuando nacía, a menos que formara parte del gran numero de niños abandonados que recogía la Iglesia."
Para explicar el rol que las mujeres desempeñaban en el siglo XIX, hay que tener en cuenta, decía, la herencia de la época colonial, ya que es a partir de este periodo cuando se empieza a ser más evidente la diferencia entre el hombre y la mujer.
Francoise Carner afirma que "si bien la independencia constituye una fractura política, ideológica y económica para el país, en el ámbito de la vida femenina, centrada en gran medida en la vida familiar y en el matrimonio, no se rompieron significativamente ni la estructura social, ni las normas, ni las conductas que habían regido en Nueva España." Y es que durante el siglo XIX, al igual que durante el periodo colonial, a la mujer difícilmente se le considero como un ser humano que podía pensar, razonar y gobernar su vida por sí misma.
Es durante la época colonial, cuando surgen los estereotipos que gobernarían la vida general de la mujer del siglo XVI-XVIII, y más tarde la subsistencia de la mujer del siglo XIX, entre los que se encuentran resaltan: la sumisión absoluta al hombre, la predestinación al matrimonio, la permanencia en el hogar, el cuidado de los hijos, la conservación del recato y la virginidad, entre otros. "En la sociedad Colonial, apunta Ots Capdequi (sic), la mujer como el indio y el esclavo fueron declarados inferiores, sometida a la explotación en calidad de objeto y a la tutela varonil por causa de su inferioridad" .
La mujer del siglo XIX a pesar de haber vivido un cambio en las estructuras políticas, ideológicas, económicas y sociales, no vivió un cambio en el ámbito personal, pues sus sentimientos, pensamientos y opiniones quedaron callados y omitidos por la mayoría de los hombres y de la sociedad de dicho siglo. Ni la independencia ni la colonia le permitieron a la mujer desarrollarse como ser humano; es más, no le permitió ni siquiera decidir sus sentimientos en cuestiones de amor, amistad y fraternidad.
La mujer al único papel al que podía aspirar, dentro de una sociedad creada y gobernada absolutamente por y para los hombres, era el de ser vista como conservadora de la riqueza, de la sangre y de la religión. Por lo tanto, para comprender la situación de la mujer durante el siglo XIX, es necesario echar un vistazo a la condición que mantenía en la etapa colonial, ya que es a partir de este periodo cuando se le empiezan a colocar etiquetas a la mujer que no cumplía las normas establecidas por la sociedad y a exaltar a la mujer que seguía el ejemplo de honradez, rectitud y respeto, hacia el hombre y la misma sociedad.
La familia y la mujer
La familia del siglo XIX representaba toda una institución de enseñanza moral y religiosa que, ayudada por la Iglesia, se encargaba de controlar la forma de pensar, actuar y sentir de la mujer. Tuñón afirma que la "familia es una institución social y pública estrechamente vinculada con la vida económica y política" que se vivía en el México del siglo XIX. Esta afirmación no va muy lejos de la realidad, ya que no importaba la clase a la cual perteneciera la mujer en aquella época, se le tomaba como simple objeto de pertenencia, primeramente por el padre, posteriormente por el esposo o hermano.
Durante el siglo XIX mexicano, la familia fue la institución más importante para la conservación de la riqueza, de la sangre y de la religión, por medio de ella se dan las alianzas matrimoniales y, por ende, el mantenimiento del poder, del linaje y la riqueza. La Iglesia ve en esta institución, por un lado, la conservación de la religión y, por el otro, la conservación de su poder político, económico y social.
Por ejemplo, los cambios políticos, principalmente, suscitados a raíz del movimiento de independencia cambiaron la estructura social del indio, por el hecho de "liberarlo" de la esclavitud. No obstante, su núcleo de apoyo siguió siendo la familia, en ella encontraba el apoyo, la compañía y la importancia que la demás parte de la sociedad le había negado; la mujer siguió desempeñando el papel que tenía en la colonia, servir a su marido, trabajar y procrear hijos; es decir, para ella no cambió mucho la situación con el movimiento de independencia.
En lo que se refiere al matrimonio, los indios se casaban con cuantas mujeres querían, haciendo de ellas sus esclavas en todos los sentidos, al mando de todas ellas estaba la primera; también se casaban con las mujeres comprándolas desde pequeñas a sus padres y poseyéndolas hasta que tenían su primera menstruación, la cual menciona María de la Luz Parcelo era celebrada con un baile en el que participaba la novia. Las mujeres de las tres clases sociales (baja, media y alta) existentes en la primera mitad del siglo XIX, padecían una angustia en común: el matrimonio por conveniencia.
Otro claro ejemplo son las mujeres de clase media que reunían las características típicas del momento: abnegada, sumisa, respetable y respetuosa. En la familia veía el santuario del respeto y reconocimiento social. Su vida no tenía más horizontes, por lo regular, que la ciudad o el campo, condenada a servir a su marido, a educar a los hijos de acuerdo a los ideales de categoría y religiosos. Aunque debemos de rescatar un punto fundamental en estas mujeres de clase media, pues es aquí donde surgen los ideales femeninos vinculados con la educación, la participación económica y política. No debemos olvidar a sus figuras contemporáneas como es el caso de Sor Juana Inés de la Cruz y, para su tiempo, de Josefa Ortiz de Domínguez, entre otras, que lucharon por los ideales negados para la mujer. No obstante que las mujeres de la clase media se dedicaban a la crianza de los hijos, a su educación y a efectuar labores del hogar, también se encargaban de ir a rezar y pedir a dios la compresión de su situación económica, política y social.
El dinero y el poder que de él emanaba, y que regía aquella época, influyó de manera particular en la clase alta, ya que la mujer sufrió la esencia de aquel pensamiento varonil, en el que se respiraban aires de inferioridad con relación a lo femenino.
Las mujeres indias y mestizas servían a las "niñas" ricas, permaneciendo a su lado para cuidarlas y atenderlas en todo la necesario, para que ellas solamente se ocuparan de las tareas propias de su clase. Eran labores de su clase: bordar, coser, pasear por las alamedas e instruirse en la religión católica.
La familia las preparaba para el matrimonio o para el claustro, con la finalidad de servir ya sea a dios o a su marido. La mujer de clase alta fue sometida al igual que las demás mujeres, presa de su época y su riqueza, encerrada en la ambición y el poder, nunca vio un amanecer más allá de lo que su clase le permitía. La mujer de alcurnia era educada con más rigurosidad que la mujer de las otras clases, ya que ella representaba el honor y el respeto del país, además pertenecía a lo máximo de la población y, por lo tanto, no debía permitírsele caer en la perdición.
La influencia de la familia y la iglesia en su vida tenía un gran peso para su formación matrimonial, ya que estos dos elementos le proporcionaban los ideales para ser "feliz". Ella nunca conoció el verdadero amor, aunque siempre lo soñaba, pues desde pequeña era "vendida" al mejor postor con la finalidad de salvar de la ruina a su padre o a su futuro marido.
Cuando la mujer de clase alta se unía en matrimonio al hombre, iba carente de amor y sentimientos, la procreación de los hijos se tenía que dar por proceso natural para conservar la sangre; pero nunca por amor. Si la mujer procreaba hijos varones tenía mayor aceptación y adquiría una posición de valor y presunción.
En general, la clase alta fue la que más dinero y poder poseía dentro del ámbito social, pero la mujer siguió sufriendo los penares del momento histórico, la abnegación, las buenas costumbres y el porte eran considerados propios de su clase, por ello tenían que conservarlo a como diera lugar.
La iglesia, su moral y el comportamiento social
La mujer durante la primera mitad del siglo XIX, se encontraba empapada y regida por la religión católica, en donde la conservación de los valores religiosos y el cumplimiento de los mandamientos que imponía la ley de dios, le daba un estatus de respeto, admiración y bendición.
A través los siglos se ha visto cómo la iglesia católica ha menospreciado e ignorado a la mujer; teólogos y santos como San Agustín, San Anselmo, San Gregorio, entre otros, han declarado que el único papel que la mujer viene a desempeñar en la tierra es el de servir al hombre, así como procrear hijos y si son varones éstos, mejor. Inclusive, en la interpretación del Génesis que se encuentra en la Biblia se menosprecia y se hace a un lado a la mujer, afirmando que el hecho de haber sido creada después del hombre confirma también su inferioridad, y la formación a partir de la costilla asocia, además, a la mujer con el mundo de las sensaciones y las pasiones, en vez de la razón.
"La Iglesia mantuvo en el siglo XIX mexicano, continuando la tradición del virreinato, una importancia fundamental en la vida de las mujeres. En primer lugar, porque la Iglesia es una de las instancias morales y religiosas que definen el papel de la mujer para las sociedades católicas. En segundo lugar, porque la religión es una actividad en que las mujeres tienen un gran papel, como monjas o como fieles" Desde el punto de vista de la religión católica del siglo XIX, la conservación de la moral religiosa agradaba a dios, a los hombres y la misma familia, obteniendo a cambio bendiciones, buena vida y un lugar celestial.
El siglo XIX no se vio muy alejado de tales afirmaciones, ya que la iglesia se encargó de exaltar a la mujer cuyas características eran la sumisión, la obediencia, la humildad y el estricto control de su compostura física. A través de la familia se controlaba a la mujer, pues desde su infancia se le inculcaban los deberes, los hábitos y los pensamientos que harían de ella la mujer ideal para el matrimonio o, en su caso, para el monasterio. Además, era un hecho inalienable que se convertiría en la "mercancía" perfecta para que su familia pudiera conservar su riqueza y poder, mediante la unión de aquella mujer recta con un joven adinerado y poderoso.
Para la doncella del siglo XIX cumplir los mandamientos que promovía la iglesia, era conservar su moral ante dios y su religión, era sentirse bien consigo misma y con su alrededor. Esto implicaba que debiera renunciar a aquellas tentaciones, pasiones y oportunidades que se le presentaran en su vida diaria, tal es el caso del "pecado de la carne". La iglesia se encargó de inculcarle a la mujer la idea de que el placer es un castigo por la desobediencia cometida, expresaba así su condena: "el placer es un castigo impuesto por Dios por causa del pecado de Eva. Y el placer experimentado en el acto sexual, aun cuando éste sea realizado con intención de procrear, constituye un pecado venial". Por esta razón, la mujer debía evitar el contacto sexual con los hombres, ya que si lo experimentaba muy seguido se perdía el agrado de dios y, por ende, la moral religiosa.
Otro de los casos muy típicos en el siglo XIX, y aun en nuestra época actual, es la preservación de la virginidad en la mujer, ya que la pérdida de la misma, significa automáticamente el desprecio de quien la pierde y la lleva a ser considerada un ser sin valor, que de por sí ya lo era, ante la sociedad. "La pérdida de la virginidad y de la reputación impide en muchos casos a la mujer seguir su destino matrimonial ‘normal’".
La iglesia condenaba la pérdida de la virginidad, fuera del matrimonio, pues consideraba a este acto como una ofensa a dios y la propia familia, por ejemplo, el obispo Atanasio consideraba que la mujer se transformaba en símbolo de la comunidad de acuerdo con su condición sexual. Al respecto decía que la mujer virgen es la comunidad fiel a la ortodoxia, y la ramera expresa el peligro de los que rompen la ortodoxia y se oponen a la jerarquía de la Iglesia.
La obediencia de la mujer al hombre significaba otra virtud para la iglesia que la mujer debía de poseer para conservar su moral ante dios. La mujer en todos los casos debía estar bajo el cuidado y tutela del hombre, ya fuera su padre, hermano o marido, pues al tomarla como un ser inferior, ella debía respeto y admiración al sexo opuesto, inclusive la Iglesia hace una comparación entre la mujer y Cristo. El apóstol Pablo deja ver en la carta que escribe a los efesios que existe "un paralelo entre el amor de los esposos y el amor de Cristo y la Iglesia, la cual refería que: las casadas están sujetas a sus propios maridos. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como cristo es cabeza de la Iglesia. AsÍ como la Iglesia esta sujeta a Cristo, así también las casadas lo están a sus maridos en todo".
Lo anterior es una verdadera demostración de que la Iglesia era la principal institución de sometimiento y control de la mujer, ya que a través de sus principios y mandamientos impulsaba a la mujer a no sentir, no protestar y no pensar con la "garantía" de conservar la moral que tanto prestigio le dada en todos los ámbitos de la vida.
Uno de los temas que no pueden pasarse por alto es el de la moral en el siglo XIX, exaltado por la familia y por la iglesia, principalmente. La sociedad veía con malos ojos a la mujer que rebasaba los límites de comportamiento social, es decir, que su comportamiento no fuera acorde con los principios de recato, alejamiento del pecado, entre otros.
Uno de los comportamientos de la mujer en sociedad que la población veía incorrecto era el rapto, en nuestra sociedad se traduce como el "robo" de la mujer para casarse, por el hecho de que deshonraba sexualmente a la mujer. Con este acto se obligaba a que los padres de la muchacha dieran su aprobación para que se casara con el hombre, antes rechazado por los mismos.
Cabe mencionar que en algunos casos, el matrimonio no era la consecuencia del rapto, pues si el muchacho estaba por debajo de la categoría social de la mujer, se prefería sufrir la deshonra de la hija, antes de manchar el honor de toda la familia. El siglo XIX es un siglo de la honra y la conservación, que se vio influido por la época colonial.
Otro de los casos de deshonra para la mujer en el siglo XIX era la seducción sin intención de matrimonio, la cual se puede describir como "el interés de los hombres por adquirir los favores de una soltera, con el especial interés en que sea virgen, que una vez consumada daña el honor de la ‘doncella’ y de su futuro marido". El hombre que la deshonraba, era posible que fuera obligado a casarse con ella; pero en muchos casos éste oponía resistencia y huía.
Aunado con el tema anterior, tenemos, nuevamente, el controvertido argumento de la virginidad, que hasta nuestra fecha está presente. Su pérdida implicaba que la mujer no continuara su camino normal; es decir, que se casara con el hombre que su familia había elegido para ella, por lo antes dicho sobre el respeto de la sociedad y el buen ejemplo de los hijos. La madre soltera era vista como una anomalía social que se procuraba esconder en el seno de la familia; no es coincidencia que en las novelas de la época se represente a la madre soltera como la hermana de su propio hijo, cuyo niño ve en su abuela la personalidad maternal. Inclusive la clase alta mandaba a sus hijas, durante su embarazo a una de las tantas propiedades que poseía para que diera a luz.
El ser madre soltera para la sociedad, la iglesia y la misma mujer, era considerado como un pecado por haber ofendido a dios durante la procreación, era un pecado que muchas veces era remediado con la entrada al convento; pero que al fin de cuentas siempre significaba una ofensa en común.
El adulterio, por ejemplo, era la peor manifestación de deshonra para la mujer, pues se entendía como un pecado esencialmente femenino. Consistía en romper la fidelidad al marido y resistirse al "mandamiento" de que el hombre era el absoluto dueño de su cuerpo y su alma. Si era descubierta, el marido dudaba de la legitimidad de los hijos y, por consecuencia, perdía su derecho de heredar nombre y patrimonio como miembros de una familia o un grupo determinado.
Si la infidelidad la cometía el esposo era solamente una falta menor, que podría ser perdonada por la mujer y por la sociedad, porque solamente dañaba el "amor" a la esposa; pero no su honra. Y que podemos esperar de todo esto, si el hombre entre más mujeres poseyera mejor era su altanería y validez entre la sociedad masculina. Y si a todas aquellas mujeres con las que se metía las mantenía era visto como un dios.
Estas son algunas de las faltas que la sociedad del siglo XIX consideraba como deshonra y ofensa a dios, muchas veces la mujer sufrió a consecuencia de aquellas faltas, lo que no se ha tomado en cuenta es que la mujer buscaba el amor que nunca había conocido dentro del matrimonio, así como una felicidad fugaz que la hiciera sentir y vibrar, a cambio de su dignidad y de su condena.
Conclusiones
La mujer del siglo XIX en México, fue una mujer que a diario vivió con mayor fuerza los penares de su época; la guerra de independencia significó un cambio en las estructuras del México colonial, mas no en la vida de la mujer, pues como se ha dicho, la herencia de una época de dominación española siguió presente en la vida de la mujer durante la mayor parte del siglo XIX, y yo me atrevería a decir que sigue presente en nuestros días.
Ser mujer no es fácil, pues se lleva cargando, a diario, el pecado de haber nacido bajo un sexo que a la vista de la mayoría de los hombres y de la iglesia no es el mejor. Imaginemos pues la vida de la mujer en el siglo XIX y encontraremos un ambiente lleno de injusticias, de desamor y de cobardía.
En este trabajo he planteado los problemas y estereotipos de una época en donde la mujer no tenía mucho qué decir, es cierto que algunas obras mencionan que no todas las mujeres entraban en los patrones que la sociedad imponía en el siglo XIX, pero sí la gran mayoría de las mujeres que pertenecía a la clase alta, principalmente. Con este enfoque pretendo resaltar el valor, la importancia y el significado de la vida social en el siglo XIX, y lo que ella misma imponía para que la mujer permaneciera aislada de un mundo, en donde la realidad era la otra cara de lo que ella vivía en su interior.
Muchas veces nos hemos preguntado, más específicamente como mujeres del siglo XXI, ¿Por qué la condición de la mujer en nuestros tiempos está tan alejada de los privilegios y oportunidades a los que tiene derecho el hombre? La respuesta se encuentra en el mismo pasado, en la herencia que al correr el tiempo se nos ha dejado implantada en las ideologías y creencias de la sociedad. La mujer tanto en la colonia, en la independencia, en la revolución o en el siglo XX, ha sufrido la misma discriminación, tortura y desprecio, que la ha llevado a ser considerada un ser muy por debajo del hombre. Con esto no quiero decir que nuestra condición como mujeres del siglo XXI es la misma que en la época independiente, es cierto que existen nuevas oportunidades de estudio, de trabajo, de derechos, de oportunidades, bueno hasta de defensa; pero también es cierto que nuestra condición conserva la esencia de los periodos antes mencionados, en donde muchas veces se nos cierra la puerta por pertenecer al sexo "débil".
La respuesta de nuestra condición como mujer se encuentra en el pasado, en el propio siglo XIX; es gracias a los antecedentes como podemos justificar el presente, además de darnos cuenta de las verdaderas raíces del problema a estudiar. Es verdaderamente necesario el estudio de temas relacionados con la mujer, ya que estamos viviendo en una época en la que a diario se comete todo tipo de violencia contra ellas, es urgente explicar el porqué de la situación y esto sólo se logrará a través de la comprensión y los estudios que hagan alusión a la problemática que vivió y que sigue viviendo la mujer.
Reflejo de esta situación actual, es el hecho de que todavía se nos sigue reprimiendo en cuanto a sentimientos, acciones y opiniones, es necesario que como estudiante rescatemos el verdadero valor de la mujer, con esto no pretendo justificar una historia en donde la mujer sea estudiada de una manera superior al hombre, por el contrario, pretendo y pretendí hacer un estudio en donde la mujer vaya a la par del hombre.
Bibliografía
Carner Francoise, "Estereotipos femeninos en el siglo XIX", en Presencia y transparencia: La mujer en la Historia de México, México, El Colegio de México, 1987.
Delgadillo Guadalupe, Entre la violencia y el amor,
Francois Giraud, "Mujeres y Familia en Nueva España", en Presencia y transparencia: La mujer en la Historia de México, México, El Colegio de México, 1987.
García Ana Lidia, Problemas metodológicos de la historia de las mujeres: la historiografía dedicada al siglo XIX mexicano. México, UNAM, 1994.
Parcelo María de la Luz, Condiciones de la mujer en México durante el siglo XIX, México, Colección Científica, 1992
Tuñón Julia, Mujeres en México. Recordando una historia, México, CONACULTA, 1998.
Erika Leticia Bobadilla Quiroz
Toluca, México
Noviembre 2005
Estudiante de Historia
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |