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María, ejemplo de humildad

Enviado por Agustin Fabra


Partes: 1, 2

  1. La virtud de la humildad
  2. Mariología
  3. María: nacimiento y asunción
  4. María en la palabra de Dios
  5. María: ¿adoración o devoción?
  6. María y los dogmas marianos
  7. María y las apariciones marianas
  8. El culto mariano
  9. La crisis del culto mariano
  10. María en la discusión ecuménica
  11. Anexos
  12. Bibliografía

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD

"Cualquier cosa que hagas, hijo, hazla con discrección, y te amarán los hijos de Dios. Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y el Señor te mirará con agrado. Porque grande es el poder del Señor, y los humildes son los que le dan gloria" (Sirácides / Eclesiástico 3:17-20)

La humildad

La palabra humildad proviene del latin humilitas y es una virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.

Todos debemos conocer nuestras limitaciones, asumir que no somos perfectos, que por muy bien que hagamos algo, siempre vendrá alguien que tarde o tempano nos superará; que necesitamos a los demás. Con este conocimiento sabremos cómo actuar, hasta dónde podremos llegar, cómo mejorar, cómo buscar a la gente adecuada que nos ayude y complemente, cómo cubrir nuestra debilidades.

Hay una historia que ilustra perfectamente lo que es la humildad y quién no lo es. Dice así:

Caminaba con mi padre, cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:"Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?" Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: "Estoy escuchando el ruido de una carreta…"

" Eso es", dijo mi padre, "es una carreta vacía". Pregunté a mi padre: "¿Cómo sabes que es una carreta vacía si aún no la vemos?" Entonces mi padre respondió: "Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía; es por causa del ruido. Cuánto más vacía está la carreta, mayor es el ruido que hace".

Me convertí en adulto y hasta hoy, cuando noto a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace".

La humildad consiste en callar nuestras virtudes y en permitirle a los demás descubrirlas. Y recuerden que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. Nadie está más vacío que aquel que está lleno del yo mismo. Seamos lluvia serena y mansa que llega profundamente a las raíces, en silencio, nutriendo.

Grados de humildad

Decíamos al principio que la humildad es una virtud, un hábito bueno que nos ayuda a conocernos a nosotros mismos, a ser conscientes de nuestras limitaciones y debilidades. Toda criatura está llamada a la humildad; al reconocimiento de Dios como Creador, a la sumisión ante Él. Y este rendimiento nos enaltece. Nada nos ennoblece más que proclamar que sólo Dios es Dios.

La historia de los hombres parece, en tantas ocasiones, ser un canto a la soberbia, al envanecimiento insensato, a la presunción absurda. Ya nuestros primeros padres, Adán y Eva, cedieron a la tentación de desconfiar de Dios, de pensar, por un momento, que Dios compite con nosotros, que resta espacio a nuestra libertad.

En cambio María, ya en el Magnificat, no teme engrandecer al Señor; no tiene miedo a decir en voz alta que Dios es grande: "Celebra todo mi ser la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva, porque quiso mirar la condición humilde de su esclava. En adelante todos los hombres dirán que soy feliz" (Lucas 1:46-48).

Sin embargo, para llegar a la modélica humildad de María, debemos atravesar cuatro marcadas etapas o grados: conocerse, aceptarse, olvidarse de sí mismo y darse a los demás. Analicemos a continuación cada uno de esos grados.

Conocerse

Ya los griegos antiguos ponían como una gran meta el aforismo: "Conócete a ti mismo". La Biblia dice a este respecto que es necesaria la humildad para ser sabios: Donde hay humildad hay sabiduría . Sin humildad no hay conocimiento de sí mismo y, por tanto, falta la sabiduría.

Es difícil conocerse ya que la soberbia, que siempre está presente dentro del hombre, ensombrece la conciencia, embellece los defectos propios, busca justificaciones a los fallos y a los pecados. No es infrecuente que, ante un hecho claramente malo, el orgullo se niegue a aceptar que aquella acción haya sido real, y se llega a pensar: no pude haberlo hecho, o bien no es malo lo que hice, o incluso la culpa es de los demás.

Para superar esta etapa debemos hacer un examen de conciencia honesto. Para ello primero pediremos luz al Espíritu Santo, y después miraremos ordenadamente los hechos vividos, los hábitos o costumbres que se han enraizado más en la propia vida: pereza o laboriosidad, sensualidad o sobriedad, envidia o generosidad, etc.

Aceptarse

Una vez se ha conseguido un conocimiento propio profundo viene el segundo escalón de la humildad: aceptar la propia realidad. Resulta difícil porque la soberbia se rebela cuando la realidad es fea o defectuosa.

Aceptarse no es lo mismo que resignarse. Si se acepta con humildad un defecto, error, limitación, o pecado, se sabe contra qué luchar y se hace posible la victoria. Ya no se camina a ciegas sino que se conoce al enemigo. Pero si no se acepta la realidad, ocurre como en el caso del enfermo que no quiere reconocer su enfermedad: no podrá curarse. Pero si se sabe que hay cura, se puede cooperar con los médicos para mejorar. Hay defectos que podemos superar y hay límites naturales que debemos saber aceptar.

Dentro de los hábitos o costumbres, a los buenos se les llama virtudes por la fuerza que dan a los buenos deseos; a los malos los llamamos vicios, e inclinan al mal con más o menos fuerza según la profundidad de sus raíces en el actuar humano. Es útil buscar el defecto dominante para poder evitar las peores inclinaciones con más eficacia. También conviene conocer las cualidades mejores que se poseen, no para envanecerse, sino para dar gracias a Dios, ser optimista y desarrollar las mejores tendencias y virtudes.

Es distinto un pecado, de un error o una limitación y conviene distinguirlos. Un pecado es un acto libre contra la ley de Dios. Si es habitual se convierte en vicio, requiriendo su desarraigo, un tratamiento fuerte y constante. Para borrar un pecado basta con el arrepiento y el propósito de enmienda unidos a la absolución sacramental si es un pecado mortal y con acto de contricción si es venial. El vicio en cambio necesita mucha constancia en aplicar el remedio pues tiende a reproducir nuevos pecados.

Los errores son más fáciles de superar porque suelen ser involuntarios. Una vez descubiertos se pone el remedio y las cosas vuelven al cauce de la verdad. Si el defecto es una limitación, no es pecado, como no lo es ser poco inteligente o poco dotado para el arte. Pero sin humildad no se aceptan las propias limitaciones. El que no acepta las propias limitaciones se expone a hacer el ridículo, incluso hablando de lo que no sabe o alardeando de lo que no tiene.

Olvidarse de sí mismo

El orgullo y la soberbia llevan a que el pensamiento y la imaginación giren en torno al propio yo. La mayoría de la gente vive pensando en sí mismo, dándole vuelta a sus problemas. El pensar demasiado en uno mismo es compatible con saberse poca cosa, ya que el problema consiste en que se encuentra un cierto gusto incluso en la lamentación de los propios problemas. Parece imposible pero se puede dar un goce en estar tristes, pero es por pensar en sí mismo.

El olvido de sí mismo no es igual que tener indiferencia ante los problemas. Se trata más bien de superar el pensar demasiado en uno mismo. En la medida en que se consigue el olvido de sí, se consigue también la paz y alegría. Es lógico que sea así, pues la mayoría de las preocupaciones provienen de conceder demasiada importancia a los problemas, tanto cuando son reales como cuando son imaginarios. El que consigue el olvido de sí mismo está en el polo opuesto del egoísta, que continuamente esta pendiente de lo que le gusta o le disgusta. Se puede decir que ha conseguido un grado aceptable de humildad. El olvido de sí conduce a un santo abandono que consiste en una despreocupación responsable: ya no se preocupa; se ocupa.

Darse

Este es el grado más alto de la humildad, porque más que superar cosas malas se trata de vivir la caridad, es decir, vivir de amor. Si se han ido subiendo los escalones anteriores, ha mejorado el conocimiento propio, la aceptación de la realidad y la superación del yo como eje de todos los pensamientos e imaginaciones. Si se mata el egoísmo se puede vivir el amor, porque el uno mata al otro.

En este nivel la humildad y la caridad llevan una a la otra. Una persona humilde al librarse de las de la soberbia ya es capaz de querer a los demás por sí mismos, y no sólo por el provecho que pueda extraer del trato con ellos.

Cuando la humildad llega al nivel de darse se experimenta más alegría que cuando se busca el placer egoístamente. La única vez que se citan palabras de Nuestro Señor del Evangelio en los Hechos de los Apóstoles dice que se es más feliz en dar que en recibir . La persona que es generosa experimenta una felicidad interior desconocida anteriormente en su vida.

A San Antonio Abad Dios le hizo ver el mundo sembrado de los lazos que el demonio tenía preparados para hacer caer a los hombres. El santo, después de esta visión, quedó lleno de espanto, y preguntó: "Señor, ¿quién podrá escapar de tantos lazos?". Y oyó una voz que le decía: "Antonio, el que sea humilde; pues Dios da a los humildes la gracia que necesitan, mientras que los soberbios van cayendo en todas las trampas que el demonio les tiende sin que ellos mismos se den cuenta".

Solamente la gracia de Dios puede darnos la visión clara de nuestra propia condición y la conciencia de su grandeza que origina la humildad. Hemos de desearla y pedirla incesantemente, convencidos de que con esta virtud y con el amor de Dios, seremos capaces de grandes empresas.

Aprenderemos a ser humildes meditando en la vida de la Virgen María y uniéndonos a ella en oración. La mujer más humilde y por eso también la escogida de Dios; la más grande. La esclava del Señor; la que no tuvo otro deseo que el de hacer la voluntad de Dios.

MARIOLOGIA

La Mariología es el estudio sobre la Virgen María. Jesús, el hijo eterno de Dios, nació de una mujer (Gálatas 4:4), María, con quien tuvo una relación profunda. Por ello, desconocer a María sería como negar la realidad de la encarnación del Hijo de Dios y su dimension plenamente humana.

Consideramos importante hablar de la Virgen María, no solamente por ser un ejemplo de humildad, sino también por los tres ejemplos siguientes:

Primero.- María tiene una misión extraordinaria en la historia de la salvación, después de la de Jesús, superior a la de cualquier otro personaje bíblico. Jesús es el Salvador, pero María ha colaborado positiva y activamente en la obra de salvación.

Segundo.- La Mariología está directamente relacionada con los principales tratados teológicos y ayuda a comprender otras temáticas importantes, como son éstas:

o Cristología (Estudio sobre Cristo): En el Concilio de Efeso, en el año 431, bajo el

Papa Celestino I, María fue proclamada Theotokós, Madre de Dios y de Jesús.

o Eclesiología (Parte de la teología que estudia el papel de la Iglesia como entidad orgánica): En la constitución dogmatica sobre la Iglesia, Lumen Gentium, María es el prototipo de la Iglesia.

o Escatología (Creencias religiosas sobre la vida después de la muerte y sobre el fin del universo): María ya es desde ahora lo que cada uno de nosotros y la propia Iglesia será al final de la historia.

Tercero.- La Mariología es importante porque se ha convertido en uno de los mayores obstáculos en el diálogo con los hermanos protestantes y en una gran division entre cristianos, ya sea por ignorancia o por prejuicios. Con demasiada frecuencia encontramos a hermanos protestantes que piensan en honrar a Jesucristo rechazando o menospreciando a la Virgen María, su Madre.

En este estudio analizaremos lo que dice la Biblia acerca de la figura y la misión de María y seguiremos en lo posible su vida personal y familiar desde su nacimiento hasta su Asunción. Profundizaremos en las cuatro afirmaciones mariológicas que pertenecen a la fe y a la enseñanza de la iglesia católica y en al final trataremos del culto a la Virgen María y la tradición ecumenica sobre María.

La historia del nacimiento y de la Ascensión de María ha sido obtenida de los

Evangelios Apócrifos debido a que no hay constancia de ello en la Biblia canónica.

Asimismo se han utilizado partes del texto de Lumen Gentium (LG), que es la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, y de Dei Verbum (DV), Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación.

MARIA: NACIMIENTO Y ASUNCION

De acuerdo al Evangelio del Pseudo Mateo (de gran similitud al Protoevangelio de Santiago), María fue hija de Joaquín y de Ana (IV). El era una persona temerosa de Dios, pastor de profesión y perteneciente a la tribu de Judá. Cuando tenía 20 años se casó con Ana, hija de Isachar, de la misma tribu que él (I.2).

Llevaban ya 20 años casados y no habían tenido hijos ni hijas por lo que no tenía permitido ofrecer incienso ni sacrificios a Dios en el Templo, ya que sólo los que tenían descendencia podían efectuarlo (II.1). En su frustración Joaquín se retiró a la montaña con sus rebaños durante cinco meses, regresando a su casa cuando un ángel les comunicó a ambos de que tendrían descendencia (III.1 y 2).

Al cabo de nueve meses Ana, que hasta entonces había sido estéril, dió a luz una niña y le puso por nombre María, de acuerdo al mandato del angel (IV).

Según continúa Mateo, María era la admiración de todo el pueblo. Ya a la edad de tres años María caminaba con paso seguro, hablaba perfectamente y ponía gran ardor en alabar a Dios y estaba en oración como si se tratara de una persona de treinta años (VI.1).

María se había impuesto la regla de orar todas la mañanas, después tejía durante tres horas y luego regresaba a la oración y no paraba hasta que un ángel del Señor se le aparecía y recibía el alimento de su mano. Cada día María poseía más sabiduría en las cosas del Señor, era más humilde, más afable en la caridad, más pura en su castidad y más perfecta en todas las virtudes.

A esa edad, Joaquín y Ana entregaron a su hija María al Templo para que fuera educada con las demás doncellas. Ahí estuvo María hasta la edad de doce años, edad máxima permitida por los sacerdotes para que una mujer pudiera residir dentro del Templo (VIII.1). Por ello los sacerdotes eligieron a José de Belén para que se convirtiera en el guardián de María, y se la entregaron para que residiera en su casa, acompañada con otras cinco compañeras suyas (Rebeca, Séfora, Susana, Abigea y Zaheli) (VIII.4 y 5).

José era viudo, carpintero de profesión, y con su fallecida esposa habían tenido cuatro hijos y dos hijas. Sus nombres eran: Judá, Josetos, Santiago, Simón, Lisia y Lidia

(Historia de José el carpintero II). En una ocasión José tuvo que ausentarse un largo tiempo fuera de su residencia por motivos de trabajo, y al regresar encontró a María encinta, lo cual le ocasionó una gran turbación que no se resolvió hasta que un ángel del Señor le comunicó que María, de catorce años, estaba embarazada por voluntad de Dios por medio del Espíritu Santo (X.2).

Por los envangelios canónicos conocemos ya la vida de María desde la Anunciación hasta la Resurrección de Jesús, pero su Asunción solamente es narrada en los Evangelios Apócrifos, en el Libro de San Juan Evangelista.

Según San Juan el Evangelista, un día viernes, al regresar María de visitar el sepulcro de Jesús, recibió la visita de un ángel que le avisó de que en pocos días abandonará el mundo y partirá hacia las mansiones celestiales, al lado de su Hijo, para vivir la vida auténtica y perenne (III).

Al regresar a su casa en Belén María oró pidiéndole a Jesús que le enviara a Juan para que estuviera en aquel momento a su lado, así como a los restantes apóstoles, tanto a los que seguían vivos como a los que ya habían partido (V).

Atendiendo al ruego de María, Juan fue traido desde Efeso en una nube (VI). El fue el primero al que Ella pidió a su lado acordándose de la voz del Señor cuando dijo a Juan "he aquí a tu madre" y después a María "he aquí a tu hijo" (VII). Juntos se pusieron a orar (VIII) hasta que llegaron los demás discípulos y apóstoles del Señor traídos en una nube desde diferentes partes: Pedro desde Roma, Pablo desde Tiberia, Tomás desde el centro de las Indias, Santiago desde Jerusalén (XII), Andrés, el hermano de Pedro, junto con Felipe, Lucas, Simón el Cananeo y Tadeo, los cuales ya habían fallecido (XIII). Marcos, vivo aún, llegó de Alejandría, y así otros más traidos por el Espíritu Santo desde diferentes partes del mundo (XIV).

La casa donde ellos estaban reunidos con María fue rodeada por ángeles y ocurrieron tantos portentos que quien tocaba las paredes de la casa era sanado de inmediato (XVII). A la vista de lo que estaba sucediendo los sacerdotes judíos advirtieron al gobernador romano diciéndole que si no actuaba de inmediato en contra de María y de los discípulos de Jesús, ellos darían cuenta al emperador en Roma (XIX). Pero avisados por un angel, los discípulos salieron de la casa en dirección a Jerusalén llevando en una litera a María, aún con vida, y fueron arrebatados por el Espíritu Santo en una nube, dejándolos en la casa que María tenía en Jerusalén, donde estuvieron juntos cantando himnos durante cinco días seguidos (XXII).

Al cabo de esos días se apareció de nuevo el Espíritu Santo que por medio de un angel les dijo que en un día domingo tuvo lugar la Anunciación, el nacimiento de Jesús en Belén, la entrada de Jesús en Jerusalén montado en un asno y la Resurrección del Señor. En domingo vendrá también a juzgar a vivos y a muertos y aquel mismo día, domingo, debía partir la Virgen María (XXVII).

El Señor descendió de los cielos para trasladar la santa alma a los cielos, coronada de un gran resplandor (XXXIX) y dijo que el cuerpo de María sería trasladado al paraíso. Después los discípulos sepultaron el cuerpo de María en el Getsemaní, en una tumba nueva, de donde se desprendía un exquisito perfume. Durante tres días estuvieron orando junto a la tumba mientras se oían las voces de ángeles invisibles. Al finalizar los tres días se dieron cuenta de que ya su cuerpo había sido trasladado al paraíso, tal como había predicho Jesús (XLVIII).

MARIA EN LA PALABRA DE DIOS

María en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento no habla explícitamente de la Virgen María, aunque sí podemos asegurar que prepara de varias maneras el acontecimiento salvador, que se realiza en Jesucristo.

Las bases del Antiguo Testamento estaban establecidas para anunciar proféticamente la venida de Cristo (DV 15), o sea que el Antiguo Testamento está patente en el Nuevo y el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo (DV 16).

El Antiguo Testamento, al preparar la venida de Cristo, prepara también la figura y la misión de María, su Madre. Debemos recordar la realidad social de aquella época, ya que antiguamente la brutalidad de las costumbres confinaba a la mujer dentro del grupo familiar como si fuese una esclava, sin personalidad, como si fuese un objeto que se vende y se utiliza, a pesar de la maternidad. María dio una nueva comprensión y valorización de la dignidad de la mujer con el ejemplo de su vida.

Poco a poco la Biblia nos presenta a muchas figuras que manifiestan una importancia mayor de la mujer en la vida de Israel, como la que Proverbios 31:10-31 describe ("Una mujer fuerte, ¿quién la encontrará?. Es de más valor que cualquier joya"). Podemos ver también en el ejemplo de Rut, Ester, Sara, Judith, etc. como la emancipación de la mujer llega a su plena realización en María.

El Antiguo Testamento nos ofrece también una preparación más directa y profunda al detallar los valores religiosos y morales de varias mujeres, que la Virgen María exaltará en el transcurso de su vida. Así vemos que su devoción materna manifestada en el Calvario, ya aparece en Rispá, la madre que vela y defiende los cadáveres de sus hijos ejecutados (2 Samuel 21:10-14). La fe, el amor y la esperanza contenidas en el Magnificat aparecen en el Cántico de Ana, la madre de Samuel (1 Samuel 1:4-10). En otras palabras, podemos decir que la santidad de María es el fruto maduro del espíritu religioso del Antiguo Testamento.

Hay varios textos del Antiguo Testamento que, aún cuando no hablan de María, tienen una gran importancia teológica, pues manifiestan la idea que la Iglesia tiene de María. Los siguientes son algunos ejemplos de lo mencionado.

Judith 15:9 "Al entrar a su casa, todos la felicitaban con estas palabras: Tú eres la Gloria de Jerusalén, el orgullo supremo de Israel, el honor mayor de nuestra raza". El texto es una alabanza para Judith, que ha librado al pueblo de las amenazas de Holofernes (general asirio de Nabucodonosor). Judith es una prefiguración de María y de su misión en la historia de la salvación.

Sirácides 24:9 "Desde el principio me había creado, antes que empezara el tiempo, y jamás dejaré de ser, sirviéndolo junto a El en su Tienda Celestial". El texto afirma que la Sabiduría acompaña a Dios desde el principio, lo cual, aplicado a María, significa que en el plan Salvador de Dios, concecibo desde la eternidad, se contempla también la presencia de María al ser predestinada desde la eternidad a ser la Madre de Cristo.

Provervios 8:22-23 "Yavé me creó por primera, antes de sus obras más antiguas. Desde el principio me tiene formada, desde el comienzo, antes de la tierra". Dios ya contaba con María para su plan salvífico, desde el principio de los tiempos.

La Iglesia reconoce el significado mariológico de tres textos del Antiguo Testamento acerca del anuncio profético de María. Son éstos:

Génesis 3:15 "Enemistad pondré entre tí y la mujer, entre tu linaje y su linaje;

ésta te pisará la cabeza mientras tú te abalanzarás sobre su talon".

Isaías 7:14 "El Señor, pues, les dará esta señal: la Virgen está embarazada y

da a luz un varón a quien le pone el nombre de Emmanuel".

Miqueas 5:1-3 "Pero tú, Belén Efrata, aunque eres la más pequeña entre todos los pueblos de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar a Israel: su origen se pierde en el pasado, en épocas antiguas. Por eso, si Dios les abandona es sólo por un tiempo, hasta que aquella que debe dar a luz tenga su hijo. Entonces volverán a Israel sus hermanos desterrados. El se pondrá de pie y guiará su rebaño con la autoridad de Yavé, con la gloria del nombre de Dios; vivirán seguros, pues su poder llegará hasta los confines de la tierra. El mismo será su paz".

La lectura de Génesis se refiere a la advertencia que Dios da a Adán y a Eva por su desobediencia, mencionando que la mujer (María) vencerá al enemigo, identificado por la serpiente, un ser demoniaco que conduce al mal.

En este último texto de Miqueas vemos cómo se resalta la dignidad de Belén por ser el lugar de nacimiento de Jesús. Además Dios anuncia un castigo para el Reino de Judá, hasta que una mujer de a luz un niño: cuando Jesús nazca de María Virgen.

Los evangelios reconocen en Belén de Efrata la designación del lugar del nacimiento del Mesías de la Virgen María (Mateo 2:6 y Juan 7:42). También la tradición cristiana es unánime en reconocer el carácter mesiánico del texto, atestiguado por escritos de Justino, Tertuliano, Eusebio, Cirilo de Jerusalén, Juan Crisóstomo, etc. Ese dominador elegido para restablecer un dominio hasta los confines de la tierra del que habla Miqueas, no es otro que el Emmanuel de la profecía de Isaías, y la Virgen embarazada no es otra que María (7:14).

María en los evangelios de la infancia

La figura de María, profetizada en el Antiguo Testamento, se hace plena realidad en el Nuevo Testamento, sobre todo en los llamados evangelios de la infancia, o sea, en los dos únicos Evangelios donde se narra la Anunciación de María: los de Mateo y de Lucas. Los evangelios de Mateo y de Juan empiezan hablándonos de un Jesús ya adulto.

Vamos a examinar brevemente las afirmaciones principales de ambos evangelios en lo que se refiere a la Virgen María.

La Anunciación

"El angel Gabriel fue enviado por Dios" (Lucas 1:26). El acontecimiento se puede interpretar como una experiencia interior de María.

"A una virgen que era prometida de José" (Lucas 1:27). La palabra griega usada era emnesteuméne y significa prometida o también desposada o casada. Mateo favorece claramente la hipótesis del noviazgo (Mateo 1:18), al igual que los evangelios apócrifos que hablan de este tema. Recordemos que María y José estaban a punto de casarse y que al estar ya comprometidos, según la ley judía tenían los mismos derechos del matrimonio (cfr pag. 141 Lucas).

"Y entrando le dijo: alégrate". (Lucas 1:28). No se trata de un saludo corriente, sino de un saludo mesiánico que aparece ya en el Antiguo Testamento (cfr 855 Sofonías). La palabra Alégrate en griego es Kháire, la misma que pronunciaban los profetas antiguamente en el Antiguo Testamento para referirse a la Hija de Sión (Zacarías 9:9).

"Llena de gracia" (Lucas 1:28). La palabra que pronunció el angel fué kekharitoméne, que equivale a un nombre propio. En la Biblia el nombre nunca es arbitrario, sino que explica lo que una persona es, su realidad y su misión. María es la kekharitoméne, la que por excelencia es objeto de la benevolencia divina. La Biblia Vulgata lo tradujo en latín como gratia plena, que significa llena de gracia, por lo cual la Iglesia Católica ha llegado a la afirmación de la Inmaculada Concepción; la perfecta santidad de María desde el primer instante de su existencia.

"El Señor está contigo" (Lucas 1:28). El texto griego no tiene el verbo, con lo cual podría aludir a la palabra Emmanuel o Dios-con nosotros. María es invitada a la alegría por causa de Emmanuel, que se hace Dios-con María, encarnándose en su seno.

"Vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús" (Lucas 1:31). Este versículo alude claramente a Isaías 7:14 donde dice "El Señor, pues, les dará esta señal: La Virgen está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre de Emmanuel". María le pone el nombre de Jesús, que significa Yahve salva.

"¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún hombre?" (Lucas 1:34). El verbo indicativo expresado en esa frase corresponde a la forma verbal hebrea yiktól y puede traducirse por no puedo o no quiero conocer varón. El propósito de la virginidad no era algo extraño o excepcional en Israel ya que sabemos que en la época del Nuevo Testamento la virginidad era practicada por muchos componentes de los esenios.

"El Espíritu Santo descenderá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con tu sombra" (Lucas 1:35). El versículo alude a Exodo 40:34: "La Nube cubrió entonces la Tienda de las Citas y la Gloria de Yahve llenó la morada". Dios mismo actuó en María para tomar carne en su seno. Durante nueve meses Dios mismo habitó en ella, como en un Templo cubierto por la Nube.

"Por eso tu hijo sera Santo y con razón le llamarán Hijo de Dios" (Lucas 1:35). Para la mentalidad semita llamarse equivale a ser. En consecuencia María puede verdaderamente llamarse Madre de Dios ya que el mismo Dios habitó en ella.

"Dijo María: Yo soy la servidora del Señor, hágase en mi según tu palabra" (Lucas 1:38). La palabra hebrea dúle equivale a esclava. Con ello María manifiesta su plena disponiblilidad al plan divino de salvación. Además el de María la relaciona directa e indisolublemente con Cristo y con su destino y se prolonga hasta la cruz.

El sueño de José

José y María estaban comprometidos, pero aún no se habían casado. Cuando él se dió cuanta de que María estaba embarazada y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto, o sea, firmarle en secreto un acta de divorcio (Mateo 1:19). José era un hombre justo, fiel y obediente a la voluntad de Dios. Piensa que no es su derecho el revelar el misterio de María y decide dejarla secretamente. No quiere encubrir con su nombre a un niño a cuyo padre no conoce, pero al mismo tiempo está convencido de la virtud de María, lo cual le tiene indeciso acerca de si debe dejarla o no.

Dios mismo interviene mediante un sueño indicándole el proceso y el motivo de la maternidad de María (Mateo 1:20-23). El niño no es su hijo carnal, pero al ser José hijo de

David, podrá incluirlo en la descendencia davídica. Por ello Jesús desciende jurídicamente de David por parte de José y desciende también de Aarón por parte de María. Será Rey y Sacerdote al mismo tiempo.

La visitación a santa Isabel

Cuando Isabel oye el saludo de María, llena del Espíritu Santo exclama: "¡Bendita tú entre las mujeres y bandito el fruto de tu vientre!" (Lucas 1:42). Es la primera expresión de alabanza, el primer acto de veneración y de culto a la Virgen María. La grandeza de María está en su fe: "¡Feliz la que ha creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!" (Lucas 1:45). Así como Abraham creyó y tuvo fe en Dios cuando lo llamó a salir de Ur, María creyó en el llamado de Dios.

María, ante las palabras de su prima Isabel respondió con un cántico de alegría, el Magnificat, celebrando los beneficios que Dios le ha concedido (Lucas 1:46-55). Es una oración de alabanza y de acción de gracias que nos hace recordar la de Ana, su madre (1a. Samuel 2:1-10).

La fuente de la alegría de María está motivada por el hecho de haber sido escogida por Dios por su pobreza de espíritu. María es una de los pobres de Israel: no confía en sí misma, sino totalmente en Dios. A través de María Dios nos hace llegar un claro mensaje: el hombre se salvará solamente si vive en la misma actitud de pobreza de espíritu de María, pues Dios desprecia a los soberbios y revela su misericordia a los que le temen y ponen su confianza en El.

Así comienza una nueva era. Dios toma en sus manos y bajo su protección a su pueblo, realizando las promesas hechas a Abraham y a su descendencia. Por el de María ahora se cumplen las bendiciones prometidas a Abraham en favor de todos los pueblos.

El nacimiento de Jesús

Lucas nos recuerda la época del nacimiento de Jesús: el gobernador de Siria, Quirino, ordenó el empadronamiento obligatorio entre los años 7 al 5 antes de Cristo (Lucas 2:1-

7). José y María, ya embarazada, se trasladaron a Belén, la ciudad de David, donde debían empadronarse. Alli nació Jesús: "Y dio a luz a su primogénito…" (Lucas 2:7). En griego la palabra protótokos significa primogénito, aunque según la mentalidad judía protótokos no sugiere forzosamente la idea de otros hijos y se puede usar para identificar a un primer nacido sin que hayan posteriores hermanos del mismo. Las Iglesias protestantes toman al pie de la letra la palabra primogénito para defender su tesis de que María tuvo más hijos, sin hacer caso al significado real de protótokos.

Jesús nació en un pesebre porque no había lugar para ellos en la sala común (Lucas

2:7). La palabra katályma en griego significa posada o alojamiento, pero también sala o habitación; es decir, el lugar de la casa en donde están las personas. Esa habitación estaba tan llena de gente con motivo del empadronamiento, que María se trasladó al lugar de la casa reservado para los animales para así poder dar a luz tranquilamente. Así Jesús nació enmedio de la pobreza y en la humildad.

La fé de María

María tenía una fé dinámica. No fue perfecta desde el comienzo ya que ella no conocía plenamente el plan de Dios, pero poco a poco descubre el rostro de Dios y su plan de salvación. Su fé es luz y sombra: acepta a Dios aunque no todo sea evidente, y avanza en la pregrinación de la fé (LG 58). Aquí vemos la grandeza de María. Así como nosotros, ella camina y progresa en la fe.

El silencio contemplativo de María

Lucas por dos veces en el mismo capítulo nos menciona la vida interior de la Virgen:

"María, por su parte, observaba cuidadosamente todos esos acontecimientos y los guardaba en su corazón" (Lucas 2:19).

"… su madre guardaba fielmente en su corazón todos estos recuerdos" (Lucas 2:51). Ambas afirmaciones manifiestan la profundidad espiritual de María. En el recogimiento interior, María medita la Palabra de Dios y los acontecimientos que suceden a su alrededor. Silencio de palabras en lo exterior y profundo diálogo interior del alma consigo misma y con Dios. María es un alma espiritual y contemplativa. Vive su vida en la profundidad de su espíritu.

La presentación de Jesús en el templo

Los padres de Jesús, cumpliendo con la ley judía, presentan a su hijo primogenito en el Templo (Lucas 2:22). Simeón, movido por el Espíritu (Lucas 2:27), fue al Templo y ahí reconoció al Mesías en el niño que estaban presentando. En su canto Simeón proclamó a Jesús como luz y salvación de todos los pueblos, no solo para Israel, sino incluso para pueblos aún paganos por aquel entonces (Lucas 2:29-32).

Pero Simeón tenían también un mensaje para María: "… y a tí misma una espada te atravesará el alma" (Lucas 2:35). Se trata de palabras misteriosas, que anunciaban futuros sufrimientos. María participará en la pasión de Cristo para redimir al mundo. Es la Madre dolorosa que acompaña a su Hijo hasta la cruz; nuestra corredentora.

La templanza de María

La templanza es la serenidad o moderación de la persona en el ánimo, las pasiones y los placeres de los sentidos. Es considerada una virtud cardinal.

El valor de la templanza es el esfuerzo por alejarse de los extremos viciosos, comportándonos así como adultos conscientes y responsables. Es la serenidad de la persona que ha aprendido a conducir su vida sin extravagancias ni cosas adicionales a estas que puedan causarle algún daño.

Como en muchas otras cosas, María es para todos nosotros un ejemplo claro de templanza. Es la mujer serena, que con su ejemplo y vida nos ilustra a imitar sus obras y sus virtudes con dulzura y encanto. Cuanto más nos acerquemos a esta excelsa Mujer, más aprenderemos a ser serenos y moderados en todo nuestro actuar.

El cántico de la serenidad es la templanza, en esto María es maestra y madre para enseñarnos el camino seguro y firme de esta disciplina. La templanza se ejercita con obras de luz y misericordia al servicio del prójimo, socorriendo sus necesidades corporales y espirituales.

María siempre aplicó en su vida estas instrucciones divinas: "¿Amas la justicia? La sabiduría con sus obras es la madre de las virtudes: ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y el valor; pues bien, nada en la vida es más útil a los hombres" (Sabiduría 7:7).

Como el principio de sabiduría, "sólo se que no se nada", igual ocurre con este valor:

"In medio stat virtus", o sea, "en el punto medio está la virtud entre dos extremos".

María en los escritos de Juan

A veces imaginamos y concebimos algunas páginas del evangelio demasiado teñidas de azul celeste o excesivamente bañadas en un marcado tinte poético. Sin duda en cierta casa de Nazaret se respiraría un penetrante perfume de paraíso, pero a la vez la vida allí discurriría dentro de una gran normalidad. Y debió desenvolverse con todo tipo de acontecimientos; los de todos los días.

La vida de la Virgen se vió salpicada de eventos extraordinarios; es verdad. Pero la mayor parte seguramente transcurrió de un modo muy sencillo. Incluso los episodios sublimes y grandiosos, María los vivió con la humildad y sencillez habituales en Ella a lo largo de toda su vida.

María tenía motivos más que suficientes para crecerse, engreírse, reconocerse superior a sus semejantes. Se vio adornada de dones y gracias que excedían con mucho a los de las demás personas. Recibió privilegios que la situaban muy por encima de los más privilegiados de este mundo. Sin embargo, Ella vivió siempre y en todo momento con una humildad y simplicidad que nos llenarán siempre de un asombro total y absoluto que posiblemente nos cueste entender.

San Luis María Grignon de Montfort dijo: "La humildad de la Virgen María fue tan profunda que no tuvo en esta tierra otro deseo más fuerte y continuo que el de esconderse a sí misma y de todos, para ser conocida únicamente por Dios.

Es suficiente con contemplarla en algunos de los episodios narrados en el Evangelio de San Juan para percatarnos de la humildad y del poder de intercesión de María.

La boda de Caná (Juan 2:1-11)

El vino de la boda se había acabado y María le dice a Jesús: "No tienen vino" (2:3), a lo que El le respondió; "¿Qué tengo yo contigo, mujer?. Todavía no ha llegado mi hora" (2:4). La petición de la Madre está hecha con gran discreción y sencillez y, en cambio, la respuesta de Jesús ha sido dura, en apariciencia. Sin embargo el texto es muy claro. La respuesta de Jesús significa "¿Qué relación hay entre nosotros?". Y es que entre ambos la única relación es la de madre-hijo, pero cada cual debe seguir su propio camino, ya marcado por Dios de antemano. Y su hora (2:4) es la de su muerte y resurrección, cuando El salva al mundo entero.

Y esa hora parte la vida de Jesús en dos momentos muy marcados entre sí:

1 El primero, cuando la boda de Caná, es el momento de su ministerio público en Palestina; Jesús se dirige al pueblo de Israel y lo invita al banquete del Reino. La libertad apostolic exige en ese momento el desprendimiento complete, la separación de la familia y de las actividades particulares. En este period María tiene que apartarse, ponerse a la sombra, sin intervenir en la actividad apostólica de Jesús.

2 El segundo momento es el de la realización universal. Es la hora de Jesús en la cual muere, resucita, es glorificado y entrega su Espíritu para la vida del mundo. Aquí María está muy presente y tiene un importante papel cerca de Jesús y colabora con El en la Iglesia para la salvación del mundo.

Partes: 1, 2
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