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Trascendencia

Enviado por Jesús Castro


  1. Muerte
  2. Deseo de vivir
  3. Trascendencia

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Este artículo pretende contestar lo más eficaz y sencillamente posible la siguiente pregunta, basada en los estudios profundos del Génesis: ¿De qué manera la humanidad alejada de Dios acusó la pérdida de la trascendencia existencial, cuando la futilidad se adueñó de la vida cotidiana?

Al parecer, tanto Adán como Eva tenían un concepto bastante claro de lo que es la muerte. Es posible que el hebreo arcaico básico, es decir, el idioma original con el que fue dotado Adán al tiempo de ser creado, con el objeto de facilitarle la comunicación con el Creador, contuviera ya el vocablo "muerte" o similar. No obstante, como quiera que los animales y las plantas morían o dejaban de existir, y este hecho era bien evidente para la primera pareja humana, no sólo de manera teórica sino también de forma experimental u observable, ellos, pues, quizás comprendían muy bien el significado de este concepto.

NOTA:

El relato sagrado dice que el Jardín de Edén era un paraíso de placer, por lo tanto surge inevitablemente la siguiente pregunta pertinente: ¿Si en el paraíso edénico existía la muerte, en el caso de los animales y las plantas, cómo es posible que tal hecho no enturbiara o mancillara el disfrute de la primera pareja humana antes de su caída en el error? ¿No es la muerte un desenlace siempre amargo, desagradable, penoso y trágico?

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Antes de la aparición del hombre, el relato sagrado informa que fueron creados los vegetales, los peces, las aves y los animales terrestres. Por lo tanto, dado que éstos son perecederos, se desprende que el objetivo de su existencia es transitorio o que cumplen una función finita en el tiempo. Algunos estudios biológicos llevados a cabo recientemente parecen indicar que los animales están programados para morir, después de haber cumplido éstos con su ciclo vital.

El hecho de que Dios haya creado animales perecederos no convierte al Todopoderoso en un ser despiadado ni inmisericorde, puesto que ello no tiene por qué estar vinculado necesariamente al sufrimiento. Un animal pudiera morir sin experimentar ninguna clase de dolor o malestar, bastando simplemente con que acuse una especie de decaimiento de la vitalidad conducente a un sueño profundo y eterno. Quizás ése fuera el patrón original, antes de que el error humano repercutiera negativamente contra toda la biosfera.

Las Santas Escrituras contienen pasajes que muestran que el Creador siente compasión por los animales y que no desea que éstos sufran gratuitamente. A la antigua nación de Israel, por medio del profeta Moisés, la piedad divina hacia los animales domésticos quedó legislada de la siguiente manera: "Si encontraras el toro de tu enemigo, o su asno, descarriado, sin falta has de devolvérselo. Si vieras echado debajo de su carga el asno de alguien que te odia, entonces debes guardarte de dejarlo. Junto con él, sin falta has de librarlo" (Éxodo 23: 4-5). "Seis días has de hacer tu trabajo; pero el séptimo día has de desistir, para que descansen tu toro y tu asno y para que se refresquen el hijo de tu esclava y el residente forastero" (Éxodo 23:12).

A fin de no sobrecargar al animal más débil a causa del empuje de otro más fuerte, tal como ocurre con el asno (relativamente más débil) y el toro (relativamente más fuerte), la ley divina estipulaba: "No debes arar con un toro y un asno juntos" (Deuteronomio 22:10). También, al objeto de evitar el sufrimiento del animal que realiza trabajo forzado sobre aquello que le es apetecible, la ley mosaica decía: "No debes poner bozal al toro mientras está trillando" (Deuteronomio 25:4).

A través de Salomón (un rey que recibió sabiduría divina para gobernar), el Creador expresó su manera de pensar en cuanto a los animales: "El [hombre] justo está cuidando del alma de su animal doméstico, pero las misericordias de los [hombres] inicuos son crueles" (Proverbios 12: 10).

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Por consiguiente, debemos ser capaces de armonizar los distintos pasajes que contienen las Sagradas Escrituras para llegar a conclusiones certeras en cuanto a la forma de actuar del Creador. Respecto a los animales, por un lado son programados para morir y por otro lado Dios desea que vivan felices bajo el cuidado amoroso de los seres humanos. La conclusión más obvia es que la muerte de éstos no debía ser cruenta, sino algo como un sueño profundo, del que no hay retorno. Tal debió ser la manera en que el Todopoderoso arregló las cosas originalmente para el caso de su creación animal.

Del siguiente relato sagrado se desprende que Dios tenía previsto para el ser humano una vida sin fin sobre la Tierra, en un entorno paradisíaco: «Ahora bien, la serpiente resultó ser la más cautelosa de todas las bestias salvajes del campo que Jehová Dios había hecho. De modo que empezó a decir a la mujer: "¿Es realmente el caso que Dios ha dicho que vosotros no debéis comer de todo árbol del jardín?". Ante esto, la mujer dijo a la serpiente: "Del fruto de los árboles del jardín podemos comer. Pero en cuanto a [comer] del fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios ha dicho: "No debéis comer de él, no, no debéis tocarlo para que no muráis"". Ante esto, la serpiente dijo a la mujer: "Positivamente no moriréis. Porque Dios sabe que en el mismo día que comáis de él tendrán que abrirse vuestros ojos y tendréis que ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo"» (Génesis 3: 1-5).

Muerte.

La obra PERSPICACIA PARA COMPRENDER LAS ESCRITURAS, editada en 1991 por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, tomo 2, páginas 427-431, dice en parte:

«[La muerte es el cese] de todas las funciones vitales; por lo tanto, lo contrario de la vida. En la Biblia, se aplican las mismas palabras del lenguaje original que se traducen "muerte" o "morir" tanto al hombre como a los animales y plantas. Sin embargo, en el caso de los humanos y los animales, la Biblia muestra la función esencial de la sangre en mantener la vida al decir que el "alma de la carne está en la sangre" (Le 17:11,14; Gé 4:8-11; 9:3,4). Tanto del hombre como de los animales se dice que "expiran", esto es, "exhalan" el aliento de vida (hebreo "nisch·máth jai·yím") (Gé 7:21,22; compárese con Gé 2:7). Y las [Santas] Escrituras muestran que tanto en el hombre como en los animales la muerte sigue a la pérdida del espíritu (fuerza activa) de vida (hebreo "rú·aj jai·yím") (Gé 6:17, nota; 7:15,22; Ec 3:19).

Es interesante ver la consonancia existente entre estas declaraciones bíblicas y lo que científicamente se denomina "el proceso de la muerte". En el hombre, por ejemplo, cuando el corazón deja de latir, la sangre cesa de transportar los nutrientes y el oxígeno (que se obtiene al respirar) a los miles de millones de células del cuerpo. Sin embargo, según se señala en "The World Book Encyclopedia" (1987, volumen 5, página 52b), "cuando los pulmones y el corazón dejan de funcionar, puede decirse que la persona está clínicamente muerta, aunque no tiene que significar necesariamente que se haya producido la muerte somática. Las células del cuerpo viven aún varios minutos, de modo que si el corazón y los pulmones reanudan su funcionamiento y suministran a las células el oxígeno necesario, aún es posible reanimar a la persona. Al cabo de unos tres minutos, comienzan a morir las células cerebrales, las más sensibles a la falta de oxígeno. Al poco tiempo, la persona estará muerta sin posibilidad de reanimación, y el resto de las células irá muriendo gradualmente. Las últimas en morir son las células óseas, capilares y dérmicas, cuyo crecimiento puede continuar durante varias horas". Así que aunque es evidente que la respiración y la sangre son necesarias para mantener la fuerza activa de vida (rú·aj jai·yím) en las células, también se hace patente que la muerte no sólo se debe a que cesa la respiración o a que el corazón deja de latir, sino a que la fuerza de vida o espíritu desaparece de las células del cuerpo (Sl 104:29; 146:4; Ec 8:8).

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La primera mención de la muerte en la Biblia aparece en Génesis 2:16,17, cuando Dios le dio al primer hombre el mandato de no comer del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. La violación de aquel mandato traería como consecuencia la muerte. Sin embargo, en el caso de los animales, la muerte ya debía ser un proceso natural, pues no se hace ninguna alusión a ellos cuando la Biblia relata cómo se introdujo la muerte en la familia humana (Compárese con 2Pe 2:12). Por lo tanto, Adán entendía la gravedad de la desobediencia, que, como le había advertido su padre celestial, se castigaría con la pena de muerte, pena que sufrió por incurrir en ese pecado (Gé 3:19; Snt 1:14,15). Con el tiempo, su pecado y el fruto de éste, la muerte, se extendieron a toda la humanidad (Ro 5:12; 6:23).

En ocasiones se recurre a ciertos textos para intentar probar que, al igual que los animales, el hombre fue creado para morir con el tiempo; entre esos textos están la referencia a que la duración de la vida del hombre es de unos "setenta u ochenta años" (Sl 90:10) y el comentario del apóstol acerca de que les "está reservado a los hombres morir una vez para siempre, pero después de esto un juicio" (Heb 9:27). No obstante, estos textos se escribieron después de que la muerte se introdujo en la humanidad, y se aplican a los humanos imperfectos y pecadores. La impresionante longevidad de los hombres antediluvianos ha de considerarse como al menos un reflejo del enorme potencial que posee el cuerpo humano, un potencial mucho mayor que el de los animales, aunque se hallen en las circunstancias más favorables (Gé 5:1-31). Como ya ha quedado demostrado, la Biblia no deja lugar a dudas, y relaciona la aparición de la muerte en la familia humana con el pecado de Adán.

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Puesto que el pecado ha apartado de Dios a la humanidad, se dice que toda se halla en "esclavitud a la corrupción" (Ro 8:21). Tal esclavitud se debe al fruto corrupto que producen las obras del pecado en el cuerpo, de modo que todos los que desobedecen a Dios están bajo el dominio del pecado y son esclavos suyos "con la muerte en mira" (Ro 6:12, 16, 19-21). Se dice que Satanás tiene "el medio para causar la muerte" (Heb 2:14,15) y se le llama "homicida" (Jn 8:44), no necesariamente porque produzca la muerte de manera directa, sino porque lo hace al servirse del engaño y la seducción al pecado, al inducir o fomentar el tipo de conducta que produce corrupción y muerte (2Co 11:3), y al originar actitudes asesinas en la mente y corazón de los hombres (Jn 8:40-44,59; 13:2; compárese con Snt 3:14-16; 4: 1,2.) Por lo tanto, no se presenta a la muerte como un amigo del hombre, sino como su "enemigo" (1Co 15: 26). Por lo general, los que desean la muerte son las personas que están sufriendo un dolor tan extremo que no pueden resistirlo (Job 3:21,22; 7:15; Rev 9:6).

La Palabra de Dios muestra que los muertos "no tienen conciencia de nada en absoluto" y que la muerte es una condición de inactividad total (Ec 9:5,10; Sl 146:4). Se dice que los que mueren van al "polvo de la muerte" (Sl 22:15), y que "están impotentes en la muerte" (Pr 2:18; Isa 26:14). En la muerte no hay mención de Dios ni se le alaba (Sl 6:5; Isa 38:18,19). Tanto en las Escrituras Hebreas como en las Griegas la muerte se asemeja al sueño, comparación que no sólo es apropiada debido a la inconsciencia de los muertos, sino también porque tienen la esperanza de despertar gracias a la resurrección (Sl 13:3; Jn 11:11-14).

Mientras que los antiguos egipcios y otros pueblos paganos, especialmente los filósofos griegos, creían en la inmortalidad del alma humana, tanto las Escrituras Hebreas como las Griegas dicen que el alma (hebreo né·fesch; griego psy·kjé) muere (Jue 16:30; Eze 18:4,20; Rev 16:3), que necesita que se la libre de la muerte (Jos 2:13; Sl 33:19; 56:13; 116:8; Snt 5:20) o, como sucede en el caso de la profecía mesiánica concerniente a Jesucristo, que puede "derramarse hasta la mismísima muerte" (Isa 53:12; compárese con Mt 26:38). El profeta Ezequiel condena a los que tramaban "dar muerte a las almas que no deberían morir" y "conservar vivas a las almas que no deberían vivir" (Eze 13:19).

Por ello, en el Vocabulario Bíblico de la versión de Evaristo Martín Nieto (edición de 1974) se comenta lo siguiente bajo el apartado "Antropología bíblica": "Hay que evitar, ante todo, el concepto nuestro, procedente de la filosofía griega, que considera al hombre como un ser compuesto de dos sustancias —alma y cuerpo— distintas y bien definidas". De igual manera, Edmond Jacob, profesor de Antiguo Testamento de la universidad de Estrasburgo, señala que, puesto que en las Escrituras Hebreas la vida se halla relacionada directamente con el alma (hebreo né·fesch), "es lógico que la muerte se represente en ocasiones como la desaparición de esta né·fesch (Gén. 35:18; I Reyes 17:21; Jer. 15:9; Jonás 4:3). El que la néfesch "salga" debe entenderse como una figura retórica, pues no continúa existiendo con independencia del cuerpo, sino que muere junto con él (Núm. 31:19; Jue. 16:30; Ezeq. 13:19). Ningún texto bíblico apoya la opinión de que el "alma" se separa del cuerpo en el momento de morir" (The Interpreter"s Dictionary of the Bible, edición de G.A. Buttrick, 1962, volumen 1, página 802).

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Isaías 25:8 registra la profecía de que Dios "realmente se tragará a la muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro". El aguijón que produce la muerte es el pecado (1Co 15:56), de modo que la muerte obra en el cuerpo de todos los que tienen el pecado y la imperfección resultante (Ro 7:13, 23,24). Por lo tanto, para suprimir la muerte, es necesario eliminar lo que la causa: el pecado. Cuando se haya erradicado el último vestigio de pecado de la humanidad obediente, la autoridad de la muerte se habrá abolido, y la muerte misma será destruida, lo que se conseguirá durante el reinado de Cristo (1Co 15:24-26). Por eso, la muerte, que sobrevino a la raza humana como consecuencia de la transgresión de Adán, "no será más" (Ro 5:12; Rev 21:3,4). Su destrucción se asemeja de manera figurada a que se la arroje en un "lago de fuego" (Rev 20:14).

[Mediante ilustraciones, se] personifica a la muerte como un "rey" que gobierna a la humanidad desde el tiempo de Adán (Ro 5:14) junto con el "Rey Pecado" (Ro 6:12). Se dice que estos reyes ejercen su "ley" sobre aquéllos que están bajo su dominio (Ro 8:2). Con la venida de Cristo y la provisión del rescate, la bondad inmerecida empezó a ejercer un reino superior sobre aquéllos que aceptan el don de Dios, "con vida eterna en mira" (Ro 5:15-17,21).

Aunque los hombres, desatendiendo los propósitos de Dios, pueden intentar hacer su propio convenio o pacto con el Rey Muerte, éste fracasará (Isa 28:15,18). Se representa a la muerte como un jinete que cabalga detrás de la guerra y el hambre, y causa una gran mortandad a los habitantes de la Tierra. (Rev 6:8; compárese con Jer 9:21,22)».

Deseo de vivir.

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La revista DESPERTAD del 22-6-1998, publicada por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, bajo el tema "Busquemos las respuestas arriba, no abajo" (páginas 8 a 11), incluye el siguiente comentario: "La Biblia no explica en términos científicos lo que les ocurrió a los cuerpos perfectos de Adán y Eva cuando éstos pecaron. La Biblia no es un libro de ciencia, así como el manual de instrucciones de un automóvil no es un tratado sobre ingeniería automotriz. Pero al igual que éste, la Palabra de Dios es exacta; no es un mito… Cuando Adán y Eva traspasaron la barrera de seguridad de la ley divina, su organismo sufrió daño. A partir de ese momento empezaron un lento descenso hacia la muerte. Por las leyes de la herencia, sus descendientes —la familia humana— adquirieron la imperfección; por eso ellos también mueren (Job 14:4; Salmo 51:5; Romanos 5:12)".

El daño físico sufrido por nuestros primeros padres tras su rebelión en el jardín de Edén, al comer del fruto prohibido, pudo haber sido de carácter epigenético, aunque no podemos asegurar de manera categórica nada al respecto. Pero la manera en que se desarrollaron las cosas sugiere que, al menos en parte, los mecanismos epigenéticos acusaron grandes y perjudiciales modificaciones.

La Epigenética es una ciencia nueva, que viene a dar respuesta a aquellos fenómenos para los que la Genética se queda muda. Estudia los rasgos que se heredan pero que no están codificados en los genes; estos rasgos afectan a la cromatina nuclear, tanto a la metilación del ADN como a ciertas marcas en las histonas que indican cómo se pliega el ADN en los cromosomas. Todas las células de nuestro cuerpo comparten el mismo genoma, pero su epigenoma, que especifica qué genes se expresan, es muy diferente. Muchos rasgos epigenéticos se borran entre generaciones, debido a su reprogramación en las células germinales, pero no todos. Por lo visto, ciertas marcas epigenéticas asociadas a la longevidad son heredadas hasta durante tres generaciones en el nemátodo "Caenorhabditis elegans". Además, se ha observado que la expresión de los genes responsables del borrado y de la reprogramación de estas marcas está controlada por un complejo formado por ciertas enzimas (o sus correspondientes genes). A partir de esto se concluye que la manipulación controlada de ciertos modificadores de la cromatina en los padres permite inducir una memoria epigenética de la longevidad en sus descendientes hasta durante tres generaciones (hijos, nietos y bisnietos). Tales observaciones practicadas en el citado nemátodo son presumiblemente extrapolables a los mamíferos y al hombre, dada la uniformidad y universalidad del código genético.

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La Epigenética es, pues, una disciplina científica que tiene por objeto la reprogramación del genoma sin modificar el material genético. Está ganando cada vez más peso en la senda de la investigación de un posible elixir para prolongar la juventud, un ámbito en donde se están poniendo expectativas materialistas demasiado triunfalistas. Esto se debe a distintos experimentos científicos realizados hasta el momento con levadura, gusanos, moscas y ratones, los cuales han desvelado que es posible aumentar la longevidad de estos organismos en porcentajes de al menos el 50 % respecto a sus tiempos de vida convencionales, según ha explicado el doctor Esteller. Este científico ha destacado la similitud entre la epigenética de los recién nacidos y la población centenaria, mencionando que uno de los grandes retos de los investigadores es el de encontrar "un equilibrio" genético que garantice una reproducción celular sin riesgos. Es decir, ha declarado que conseguir incrementar la longevidad sin el peligro de que en el proceso de aumentar la vida celular se produzcan daños genéticos irreparables causantes de tumores es prioritario y constituye un gran reto técnico.

A modo ilustrativo, la Epigenética sería como los programas de software del ordenador, con los que se realizan las operaciones y se accede al sistema operativo en el disco duro, mientras que este último representaría la genética. Actualmente, los científicos tratan de comprender por qué ciertas regiones exigen contraseñas para acceder y otras no. Como parte de la investigación epigenética, los científicos tienen abiertos varios frentes de estudio; uno de ellos es el de las modificaciones genéticas que causan las "sirtuinas", unas moléculas encargadas de desacetilar o inactivar las histonas, unas proteínas que regulan el ADN. Además, se conoce que la sirtuina es la proteína implicada en los procesos de restricción calórica, lo que también influye en la longevidad, ya que se sabe, de acuerdo a los resultados de investigaciones, que los organismos que comen menos viven más. El equipo que dirige Esteller está investigando el rol de las alteraciones epigenéticas en el envejecimiento precoz y la relación entre cáncer, envejecimiento y epigenética, buscando moléculas que sean activadoras de sirtuinas, y por tanto prolongadoras del tiempo de vida. Otras líneas de investigación abiertas en el ámbito de la epigenética están centradas en el estudio de metilaciones (activaciones) aberrantes del ADN de ciertos genes, como los asociados a enfermedades de envejecimiento prematuro, entre otras, la "progeria".

Es notorio el hecho de que la ciencia contemporánea invierte grandes esfuerzos y recursos en la investigación de la longevidad, a pesar de que muchos asumen que es natural que el ser humano muera. La teoría de la evolución, aceptada o defendida por la mayoría de la gente, no tiene una explicación satisfactoria ante la resistencia del hombre a aceptar la muerte, por natural e inevitable que ésta parezca. A este respecto, La revista DESPERTAD del 22-6-1998, citada anteriormente, expone:

«La muerte, según revela la Biblia, se desencadenó por el pecado, por la desobediencia a Dios. Si nuestros primeros padres hubieran sido obedientes, habrían vivido para siempre junto con su prole. Dios, en efecto, programó la mente humana con el deseo de vivir eternamente. "Puso […] la eternidad en la mente del hombre", dice Eclesiastés 3:11, según la Sagrada Biblia, de Agustín Magaña. Por consiguiente, cuando se impuso a los humanos la pena de muerte, se suscitó en su interior un conflicto, una falta de armonía persistente.

A fin de conciliar dicho conflicto interno con el anhelo natural de vivir, la humanidad ha forjado toda suerte de creencias, desde el dogma de la inmortalidad del alma hasta la creencia en la reencarnación. Los científicos escudriñan el misterio del envejecimiento porque también ellos desean librarse de la muerte, o al menos aplazarla. Los evolucionistas ateos descartan el deseo de vida eterna diciendo que se trata de un engaño evolutivo, pues choca con su opinión de que los seres humanos son simplemente animales superiores. Por otro lado, la declaración bíblica de que la muerte es una enemiga armoniza con nuestro anhelo natural de vivir (1 Corintios 15:26).

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Ahora bien, ¿hay en nuestro cuerpo señales de que fuimos hechos para vivir eternamente? La respuesta es sí. El cerebro en sí mismo nos deslumbra con pruebas de que fuimos hechos para gozar de una existencia mucho más larga que la actual.

El cerebro pesa aproximadamente 1'4 kilogramos y contiene de 10 mil millones a 100 mil millones de neuronas, de las cuales, según se dice, no hay una igual a otra. Cada neurona puede comunicarse hasta con otras 200 mil, dando lugar a una cantidad astronómica de circuitos o sendas en el cerebro. Y como si esto fuera poco, "cada neurona es una refinada computadora", dice la revista "Investigación y Ciencia".

El cerebro está bañado en una sopa química que influye en el comportamiento de las neuronas, y posee un grado de complejidad mucho mayor que incluso la computadora más potente. "En toda cabeza hay una central eléctrica extraordinaria, un órgano compacto y eficiente cuya capacidad parece expandirse hacia el infinito cuanto más aprendemos de él", escriben Tony Buzan y Terence Dixon. Y citando del profesor Pyotr Anokhin, agregan: "Aún no existe un hombre que pueda utilizar todo el potencial de su cerebro. Por eso no aceptamos ningún cálculo pesimista de los límites del cerebro humano. Es ilimitado".

Estos hechos asombrosos desafían el modelo evolucionista. ¿Por qué habría de "crear" la evolución para simples cavernícolas, o incluso para el cultísimo hombre moderno, un órgano capaz de servir para un millón o hasta mil millones de vidas? En realidad, sólo la vida eterna tiene sentido».

Trascendencia.

La palabra TRASCENDER proviene del vocablo latino "transcendere", que significa "rebasar subiendo", y en sus diversas acepciones conserva el significado de "ir más allá". A su vez, "transcendere" es la fusión de los términos latinos "trans" (más allá) y "scendere" (subir) o "scando" (escalar).

El sentido más inmediato y elemental de la voz "trascendencia" se refiere a una metáfora espacial. "Trascender" significa pasar de un ámbito a otro, atravesando el límite que los separa. Desde un punto de vista filosófico, el concepto de trascendencia incluye además la idea de superación o superioridad. En la tradición filosófica occidental, la "trascendencia" supone un "más allá" del punto de referencia. "Trascender" significa la acción de "sobresalir", de pasar de "dentro" a "fuera" de un determinado ámbito, superando su limitación o clausura.

Pues bien, de alguna manera, el cerebro humano está hecho para "trascender" la finitud en el tiempo y adentrarse en un aprendizaje sin limitaciones de carácter temporal. Esto constituye un mudo testimonio interior que, por supuesto, no es vivenciado con la misma intensidad por todas las personas. Así, hay individuos con una gran consciencia de la trascendencia, mientras que otros tienen poca o ninguna. Sin embargo, podemos decir que las excepciones no anulan la característica, pues lo que se define es un rasgo humano a nivel de especie: el sentido de la "trascendencia" (el anhelo de ir más allá de la simple futilidad y transitoriedad existencial, que no se manifiesta en los demás seres vivientes del planeta).

NOTA:

El ser humano, en general, se caracteriza por poseer una serie de rasgos de la conducta y personalidad, tales como la capacidad de hacer matemáticas (aunque no todos los hombres son matemáticos), poesía (no todos son poetas), música, comercio, tecnología, etc. De la misma manera, como especie, el hombre posee un deseo aparentemente innato de "trascendencia".

 

 

Autor:

Jesús Castro