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El gran impacto

Enviado por Jesús Castro


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Historia de la Luna
  3. El Gran Impacto
  4. Una frustración fundamental
  5. Una disonancia esencial
  6. Conclusión

Este artículo pretende contestar la siguiente pregunta, basada en los estudios del Génesis: ¿Cuál fue el origen de la Luna?

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Introducción.

Según se informa en la Wikipedia (enciclopedia libre de internet, de buena y gran reputación), la órbita de la luna es la trayectoria que sigue ésta en su movimiento alrededor de la Tierra. Esta trayectoria se describe como una elipse de baja excentricidad (es decir, de baja diferencia con respecto a una circunferencia) que discurre a una distancia media de 384.402 km de la Tierra y que se recorre de oeste a este, es decir, en sentido antihorario (es decir, con un movimiento curvo contrario al de las agujas de un reloj).

No se puede considerar una órbita fija, pues diversas perturbaciones influyen en ella, haciendo que cambie o evolucione a lo largo del tiempo. En todo caso, la órbita Luna-Tierra está inclinada respecto al plano de la órbita Tierra-Sol, por lo que sólo en dos puntos de su trayectoria, llamados "nodos", la Luna puede producir eclipses de Sol o sufrir eclipses propios.

El periodo de revolución lunar es de 27'32 días y el sentido del movimiento es de oeste a este, es decir, en sentido antihorario visto desde el Norte del sistema solar (ver imagen, a continuación). El plano de la órbita está ligeramente inclinado respecto a la órbita de la Tierra alrededor del Sol (5° 9' en promedio), por lo que corta a ésta sólo en dos puntos, llamados "nodos" lunares. El nodo en el que la Luna pasa del sur al norte se denomina "nodo ascendente" y el contrario se llama "nodo descendente".

Sin embargo, la órbita real es más compleja, no una elipse fija, sino que va cambiando debido a la influencia del Sol, que ejerce una fuerza gravitatoria sobre la Luna que es más del doble de la que ejerce la Tierra, pero también por la influencia de los otros planetas e incluso de la no esfericidad de la Tierra. Todo ello hace que el cálculo de la órbita de la Luna sea uno de los problemas más complejos de la mecánica celeste.

Uno de los cambios es el alejamiento de la órbita, que se mide con precisión mediante pulsos láser enviados a la superficie de la Luna y devueltos por los retrorreflectores situados allí por las misiones lunares norteamericanas y soviéticas. Este alejamiento es de 3'8 cm al año y se explica por la transferencia de energía causada por las mareas que la Luna induce en la Tierra. Esta transferencia de energía depende de la distribución de los continentes en la Tierra, por lo que no ha sido constante a lo largo de la historia del sistema Tierra-Luna.

Otros efectos son el avance del perigeo, la retrogradación de la línea de nodos, la evección y la variación de la inclinación de la órbita. El avance del perigeo se refiere a que la posición del perigeo avanza, es decir, se mueve en dirección Este, dando una vuelta completa cada 8'8 años. Por otro lado, tenemos la retrogradación de la línea de nodos, llamada a veces "regresión de los nodos", que significa que la línea que une los nodos gira en sentido contrario al de la órbita, con un período de 18'61 años. Es como si el plano de la órbita se bamboleara continuamente, como hace una moneda al caer, al girar antes de quedarse quieta. La evección de la órbita hace referencia a que su excentricidad no es fija, sino que oscila entre 0'044 y 0'067 en un período de casi 32 días. La inclinación de la órbita respecto a la eclíptica también varía, entre 4°58' y 5°19'.

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El periodo de revolución de la Luna alrededor de la Tierra, llamado "mes sidéreo" es de 27'32 días, sin embargo el período entre una fase nueva y la siguiente, conocido como "período sinódico, lunación o mes sinódico" es de 29,53 días. Esto se debe a que durante cada revolución de la Luna la Tierra avanza unos 27° en su propia órbita alrededor del Sol, por lo que las posiciones relativas de los tres cuerpos no vuelven a ser las mismas hasta entonces. Como vemos, las fases lunares dependen de la posición del Sol y la Luna respecto a la Tierra.

Historia de la Luna.

El relato del Génesis no da ningún detalle acerca de la historia geológica de la Luna. No informa nada sobre su origen, ni de cómo vino a la existencia. Sólo permite discernir que su nacimiento es anterior a los Días Creativos, y queda enmarcado dentro del inmenso periodo de tiempo que podemos denominar "el principio" recogido en las primerísimas palabras del Génesis: " En el principio Dios creó los cielos y la tierra" (Génesis 1:1). Se infiere que tal "principio" o comienzo (ver artículo G005, La creación del universo, páginas 1 y 2) se inició con la creación del universo material (cuyo origen es datado actualmente por la ciencia cosmológica en aproximadamente -14×109 años, siendo el signo menos un indicativo del tiempo pasado, como se explica en el artículo G010, La Tierra Informe, página 2 ) y terminó en algún momento bastante posterior a la formación de nuestro sistema planetario o binomio Tierra-Luna ( cuyo origen es confusamente datado actualmente por los astrónomos en aproximadamente -4×109 años).

La reconstrucción de la historia natural de la Luna es de importancia fundamental para discernir su futuro, según opinan los teóricos, pues aporta una serie de datos imprescindibles que nutren los complejos cálculos matemáticos requeridos en dicho vaticinio. Seguidamente, echaremos un vistazo a las hipótesis más relevantes acerca del origen de nuestro satélite, emitidas a lo largo de los siglos, desde la antigüedad hasta ahora, ya que suministran un marco comprensivo ineludible para entender bien el asunto.

Desde tiempos inmemoriales, la Luna ha servido como faro a los viajeros durante la noche, como calendario a los agricultores y como referencia orientativa a los marinos. Su fascinación ha despertado la imaginación de muchos, y como consecuencia del alejamiento del Creador y del estado degenerativo e ignorante concomitante no pocas culturas la han considerado una diosa.

Según el último recuento, nuestro Sistema Solar alberga más de 150 lunas. Neptuno tiene 13, Saturno 48 y Júpiter tiene nada menos que 62. La Tierra, por el contrario, sólo tiene 1 luna; pero se trata de un satélite muy especial.

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Nuestra Luna tiene un tamaño asombroso. No es en absoluto la mayor del Sistema Solar, pues muchas son mayores que ella. Titán, por ejemplo, una de las lunas de Saturno, es el doble de grande. Pero nuestro satélite es la mayor luna del Sistema Solar en relación al tamaño del planeta alrededor del que orbita: "Su tamaño (diámetro) es ¼ del de la Tierra. Es realmente grande, en relación con la Tierra. Cuando se observa la Tierra con un telescopio, desde una gran distancia, se ve otro cuerpo cercano a ella y de gran tamaño. Pero cuando observamos Júpiter, vemos un gran planeta y varias lunas diminutas a su lado. Nuestra Luna, en cambio, es comparativamente mucho mayor; y nuestra Tierra es el único de todos los planetas en donde eso ocurre", ha señalado William Hartmann, del Instituto de Ciencia Planetaria de Tucson (EEUU).

Los tamaños relativos de ambos astros, Luna y Tierra, son lo bastante parecidos como para que algunos astrónomos se refieran a ellos como un "planeta doble". La distancia media entre la Tierra y la Luna es de 384.400 km. Un día lunar equivale a 27'3 días terrestres, y esto sucede porque la Luna siempre nos muestra la misma cara. La Luna está coordinada con nuestro planeta en este sentido, ya que describe una órbita completa alrededor de la Tierra al mismo tiempo que efectúa una rotación completa sobre su eje. Es algo similar a unos niños jugando al corro, que miran siempre hacia el interior mientras se mueven en círculo cogidos de la mano:

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A pesar de estar muy relacionada con la Tierra en cuanto a su origen geológico, la Luna es un sitio muy diferente a nuestro planeta y un lugar extremadamente peligroso para la vida humana, aunque se disponga de un traje espacial como protección. Es un satélite que carece por completo de atmósfera, por lo que no hay aire que pueda transportar las ondas sonoras. En consecuencia, si estuviésemos parados en su superficie con un amigo al lado e intentásemos comunicarnos verbalmente con él, éste no podría oírnos a menos que utilizásemos una transmisión de radio entre ambos.

Al no haber atmósfera en la Luna, tampoco hay partículas de aire que dispersen la luz solar; por eso su cielo es siempre negro. El paisaje no es atractivo en general, sino más bien tendente al monocromatismo o con muy escasa variedad de colores; casi todas sus rocas son grises o marrones. Las temperaturas son extremas, con una variación brutal entre el día y la noche lunar: 130 grados centígrados a mediodía y -150 grados centígrados durante la noche.

La baja gravedad de la Luna, igual a la sexta parte de la terrestre, supone un riesgo para el turista espacial, y éste es un hecho que los astronautas de la nave Apolo tuvieron muy presente durante sus paseos lunares. Eran muy conscientes de que sin su resistente visor y su traje espacial, morirían rápidamente. Si hubieran chocado contra una roca, o si hubieran golpeado un saliente rocoso con el visor y éste se hubiera roto, podrían haber quedado expuestos al mortífero vacío circundante.

Pero aunque sus trajes espaciales los protegían del vacío del espacio, de la falta de oxígeno, de las temperaturas extremas y de la letal radiación solar, poco podrían haber hecho en su favor ante el riesgo de los "micrometeoritos", diminutos cuerpos sólidos que a gran velocidad impactan con frecuencia sobre la superficie lunar. Éstos micrometeoritos son una especie de grava cósmica interplanetaria que arde y se consume al entrar en contacto con nuestra atmósfera, dando lugar a las llamadas "estrellas fugaces". Pero en la Luna no hay atmósfera, por lo que descienden hasta impactar contra la superficie rocosa y la pulverizan, generando una capa polvorienta de un material arenoso-gravoso llamado "regolito" (roca triturada). Un tipo de regolito lunar es polvo muy fino, capaz de pegarse a los trajes espaciales e introducirse en los instrumentos de trabajo de los astronautas y causar problemas.

Pero en el pasado también han colisionado grandes meteoritos contra la Luna. De hecho, los terribles impactos causados por ellos son los responsables de las zonas oscuras circulares que se presentan en la superficie lunar. Estas manchas oscuras han sido observadas desde nuestro planeta e interpretadas por algunos psedoastrónomos como los ojos, la nariz y la boca de un rostro humano, el cual ha llegado a conocerse como "el hombre de la Luna".

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Las colisiones de los grandes meteoritos contra nuestro satélite han producido enormes cuencas en la superficie de la Luna, algunas de las cuales miden 1.130 km de diámetro. Entonces, a través de la grietas producidas por el impacto, emergió lava oscura e inundó las concavidades. Actualmente a estas zonas oscuras se las conoce como "mares", un término que se remonta hasta el siglo XVII, cuando los observadores del Renacimiento elevaron su mirada hacia la Luna y especularon con la idea de que tal vez se trataba de océanos. Los astrónomos de la época bautizaran a esas numerosas zonas oscuras o mares con nombres curiosos: "Los mares llevan los nombres de los efectos que se atribuían a la Luna… Tenemos el Océano de las Tormentas, el Mar de la Crisis, el Mar de la Tranquilidad, y muchos otros", afirma Dana Mackenzie (autor de THE BIG SPLAT).

Algunas de las cuencas lunares más recientes presentan características interesantes. Una de ellas, el llamado "mar oriental", mide unos 1.125 km de diámetro y el impacto que la creó fue tan intenso y directo que su aspecto es muy parecido al de una bala que colisiona perpendicularmente contra una diana: "El Mar Oriental parece el impacto de una bala sobre un cristal, con anillos concéntricos y grietas que parten desde el interior. Se ha dicho que si se hubiese producido justo en frente de la Tierra, la mitología sobre la Luna habría sido muy diferente, ya que habría tenido el aspecto de un gran ojo que nos observa", ha comentado William Hartmann.

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NOTA:

El denominado "mar oriental" ("mare orientale", en italiano) apenas es visible desde la Tierra, puesto que está situado a la izquierda del límite curvo de la cara visible de la Luna y, como sabemos, nuestro satélite siempre ofrece la misma faz a cualquier observador situado en la Tierra. Su cuenca es la más circular de todos los mares lunares, y posee un borde prácticamente completo. Aunque su nombre indica que se encuentra hacia el Este (el oriente lunar), se encuentra en realidad en el Oeste lunar en 1961, pues la Unión Astronómica Internacional redefinió las posiciones del este y oeste lunares para que fueran similares a las terrestres para un observador situado en la superficie lunar (o sea, que al mirar de frente hacia el Norte tuviera el Este lunar hacia su derecha).

Tres anillos concéntricos de aspecto de sierra rodean al Mar Oriental, y algunos de los dientes o picos montañosos miden varios cientos de metros de alto.

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Las sierras terrestres han sido causadas por la deriva continental, debido al choque a poca velocidad de las placas tectónicas. Pero en la Luna no existen los movimientos tectónicos, pues su superficie es estática.

Así que las montañas lunares han sido causadas por los impactos de meteoritos.

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Otro importante cráter de impacto, mucho menor que el Mar Oriental pero igual de espectacular, es Tycho (el cual recibe el nombre de un célebre astrónomo danés del siglo XVII). Este cráter está situado en el cuadrante sudoeste de la cara visible de la Luna. "Se encuentra en la zona iluminada y es casi detectable a simple vista. Cuando se produjo la explosión que lo formó, salieron despedidos chorros de polvo brillante, y por eso parten esos radios de él. El impacto tuvo que ser expectacular", declara William Hartmann.

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Sobre la superficie lunar, los rastros de materia pulverizada llegan a 1.450 km desde el lugar del impacto de Tycho. Además, una montaña de restos se eleva en el centro del cráter y debe su origen a la reacción de retroceso consecuente a la colisión del asteroide. Es decir, una parte del material comprimido en el centro del lugar del impacto salió al exterior, cosa que siempre ocurre cuando el cuerpo que ha colisionado contra una superficie se desintegra o rebota.

Ahora bien, mucho antes de que el paisaje de la Luna pudiera ser captado con sofisticados telescopios y viajes espaciales, la observación minuciosa del comportamiento y apariencia de la Luna ya era de gran importancia para los habitantes de la Tierra. Desde casi el comienzo de la humanidad, el hombre se ha inclinado hacia la veneración de la Luna debido a su alejamiento del Creador, pues desgraciadamente la historia humana tiene unos inicios lamentables. Muy poco tiempo duró la vida en perfección en el jardín edénico, ni siquiera una generación completa. La desconexión con el Creador pronto introdujo comportamientos humanos descarriados del ideal, y esto afectó indudablemente a la visión humana del cosmos.

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En su condición de alejamiento de Dios, la humanidad, igual que un niño inexperto e influenciable, se dejó arrastrar por su admiración hacia la fuente de luz lunar, la guía para la navegación que facilita la Luna en el firmamento, la referencia para las labores agrícolas que supone el calendario lunar y el práctico sistema para medir el tiempo que toma a los movimientos de la Luna como eje cronométrico. El grueso de la sociedad humana cayó en la trampa que se describe en la Sagrada Escritura del siguiente modo: "En conformidad con los deseos de sus corazones, Dios los [dejó en libertad para cambiar la verdad] por la mentira y [venerar y rendir] servicio sagrado a la creación más bien que a Aquél que [efectuó dicha creación], que es bendito para siempre [jamás]" (Romanos 1: 24 y 25).

Antes de la aparición de los sistemas modernos, medir el tiempo no era una tarea sencilla. Los primeros encargados de dicho menester tenían 2 opciones: tomar como referencia el Sol, o tomar como referencia la Luna. Dana Mackenzie comenta: "Si nos paramos a pensar en el hecho de contar los días utilizando un calendario solar, como hacemos en la actualidad, tendremos un año de 365 días. Son muchos días para contar, y no es algo que una persona normal pueda hacer demasiado bien. Pero comparando esto con el calendario lunar, notaremos que cualquier persona podría afirmar fácilmente si hay luna llena o luna nueva. Además, sólo tenemos 28 ó 29 días en un ciclo lunar, cosa fácil de contar. Por eso, la mayoría de las sociedades antiguas comienzan su historia con un calendario lunar".

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Los primeros humanos que observaron la Luna también se percataron de que nuestra vecina espacial produce un efecto físico en la propia Tierra, pues es la causante de las subidas y las bajadas de las mareas. Dana Mackenzie explica: "Imaginemos que la Luna es una pelota de tenis y la Tierra es un balón de rugbi. La atracción gravitatoria de la Luna sobre nuestro planeta es lo que causa las mareas. Digamos que la Luna tira del agua de la Tierra hacia sí, creando un ligero movimiento de ascenso marítimo en dirección a ella. También, aunque no resulta tan evidente, se produce asimismo un movimiento acuático en dirección contraria; por lo que de hecho existen 2 mareas altas cada día. La fuerza centrífuga de la Tierra en rotación es lo que causa la otra marea opuesta. Tanto la Tierra como la Luna rotan sobre sus ejes, y eso hace que el agua terrestre de la parte más alejada respecto a la Luna también se desplace":

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El avance y el retroceso de las mareas afecta, y hasta crea, el hábitat de muchas especies de seres vivos terrestres. Pero otro de los efectos gravitatorios de la Luna sobre nuestro planeta tiene una repercusión mucho mayor sobre la biosfera. Es el que tiene que ver con la estabilización del clima de la Tierra, al mantener constante el ángulo de inclinación del eje de rotación de nuestro planeta. Esta inclinación es la que mantiene el ciclo de las estaciones, a medida que la Tierra orbita alrededor del Sol:

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La astrofísica Robin Canup, de la Universidad de Colorado (EEUU), expone: "Podemos demostrar matemáticamente que si la Luna no existiese, o fuese mucho más pequeña, la inclinación de nuestro Polo Norte sería muy diferente. Su ángulo podría cambiar unos 90 grados. Actualmente, su inclinación es de 23'5 grados; y sin la Luna variaría caóticamente. Así que la Luna ha sido muy importante para la estabilidad del eje de rotación de nuestro planeta y, por lo tanto, para nuestro clima".

Durante milenios, la imponente presencia de la Luna en nuestro cielo nocturno llevó a los hombres a especular sobre su origen: ¿cómo se formó? ¿Cuál fue su origen?

En el año 415 aEC (antes de la Era Común o Cristiana), el sabio griego Anaxágoras afirmó que la Luna no era más que una roca que se había desprendido de la Tierra. Por el contrario, muchos de sus contemporáneos estaban convencidos de que la Luna era un dios o quizás una inmensa bola de fuego. Así que la teoría de Anaxágoras no despertó gran interés.

Las especulaciones continuaron, pero no encontramos información relevante al respecto hasta el año 1.609, cuando el astrónomo italiano Galileo Galilei dirigió uno de los primeros telescopios hacia ella y se percató de que estaba observando el paisaje de otro mundo. Dana Mackenzie esplica: "Cuando se observa la Luna a través de un telescopio, su aspecto es completamente diferente al que presenta a simple vista. En vez de parecer plana, como ocurre a simple vista, aparece esférica y se pueden discernir las sombras de los cráteres, los cuales no se distinguen sin un telescopio. Así, de pronto, adquiere el aspecto de un mundo tridimensional".

Galileo realizó dibujos detallados de la superficie lunar y dejó claro, de una vez por todas, que se trataba de un mundo sólido. No era un dios, ni una bola de fuego. Pero el revolucionario astrónomo nunca especuló públicamente sobre el origen de la Luna, principalmente porque pronto centró su interés en otros cuerpos: los planetas.

La primera teoría con base científica sobre el origen de la Luna no fue hecha pública hasta 1.873 y emergió de la mente de un relevante astrónomo francés llamado Edouard Roche: "Él estableció la llamada Teoría de la Acreción, que afirma básicamente que la Luna y la Tierra se formaron al mismo tiempo y con los mismos materiales" (Dana Mackenzie). En esa época, muchos científicos empezaron a creer que los planetas podrían haberse formado por la condensación de nubes calientes de gas. "Supusieron que esas nubes se fueron enfriando y contrayendo gradualmente y, conforme se contraían, fueron generando anillos de gas concéntricos de manera igualmente progresiva. A su vez, estos anillos de gas terminarían fundiéndose y dando lugar a los planetas" (Dana Mackenzie).

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Roche consideraba al binomio Tierra-Luna como un sistema solar en miniatura. Su idea era que la Tierra comenzó siendo una bola ardiente de gas que se enfrió, se contrajo y expulsó un anillo gaseoso, que, a su vez, se fundió y formó la Luna:

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Pero esta teoría plantea algunos problemas. Por ejemplo, el porcentaje de hierro de la Luna es mucho menor que el de la Tierra, según se ha podido constatar al examinar muestras de rocas lunares tomadas por los astronautas de las misiones Apolo. Por lo tanto, la cuestión suscitada es que si ambos cuerpos se hubieran formado por los mismos materiales entonces su composición básica debería ser la misma, pero no lo es. Ésta y otras inconsistencias de la teoría aceptada pronto llevaron a los astrónomos a buscar nuevas ideas que explicasen la existencia de la Luna.

Por otra parte, al tener menos hierro que la Tierra, la Luna es menos densa. William Hartmann explica: "Debemos tener en cuenta que la Luna no posee un núcleo de hierro como la Tierra. La Tierra tiene una parte central de gran tamaño; la mitad del interior de la Tierra, aproximadamente, está compuesta de hierro y níquel; y ese material se fue filtrando hacia el centro de la Tierra cuando estaba caliente, al principio de su formación. La Luna, en cambio, se parece más a una simple roca".

Los investigadores anteriores a la Edad Moderna dedujeron la masa de la Luna gracias a la observación y a los cálculos matemáticos. Luego se supo que la Luna no parecía estar formada por la misma clase de materia primordial que la Tierra, pues su contenido en hierro no era similar. Roche no pudo aclarar este punto, por lo cual no tardó en aparecer otra teoría tras la hipótesis de la Acreción. En 1.878, George Darwin hizo pública la llamada "Teoría de la Fisión" para explicar el origen de la Luna. Esta idea fue recibida con cierto interés, gracias al hecho de que su padre era el célebre Charles Darwin, autor de "El origen de las especies".

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Esquema gráfico de la "hipótesis de la fisión (o escisión)" para la Tierra y la Luna.

Sin embargo, con el tiempo, George Darwin dejó de estar a la sombra de su padre y se convirtió en el más grande experto británico acerca del tema de las mareas. A través del análisis exhaustivo de la relación entre la Luna y las mareas, George Darwin se percató de que la Luna se está alejando de nuestro planeta. "Este alejamiento no se probó hasta 95 años más tarde, cuando los astronautas llegaron a la Luna y colocaron pequeños espejos. Entonces, al dirigir un rayo láser hacia uno de estos espejos, el rayo regresa y nos permite medir la distancia exacta entre la Tierra y la Luna. Esa distancia aumenta a razón de 3'8 cm al año, lo cual no es una insignificancia desde el punto de vista astronómico. Por ejemplo, si rodáramos aceleradamente una película que abarcara suficiente tiempo veríamos a la Luna alejarse gradualmente de la Tierra" (Dana Mackenzie).

El Gran Impacto.

Hace aproximadamente 40 años (ahora estamos al comienzo del 2012), los astronautas de las misiones "Apolo" dejaron sobre la superficie de la Luna varios espejos reflectores para medir desde la Tierra la distancia que nos separa de nuestro satélite; y parece que se ha logrado confirmar que se aleja de nosotros a razón de unos 3'8 cm por año. Es verdad que este alejamiento no aparenta gran cosa, pero lo cierto es que después de un tiempo suficientemente largo ello traería fatales consecuencias para la vida en nuestro planeta.

Si pudiéramos echar la película hacia atrás, retrocediendo gradualmente en el tiempo, veríamos que la Luna se acerca a la Tierra. Pero a medida que la secuencia de la película marchara hacia atrás, no sólo se produciría el citado acercamiento sino que las rotaciones de ambos cuerpos aumentarían en velocidad paulatinamente. "Con el tiempo, se esperaría que la Luna se fundiera con la Tierra en algún punto del pasado cósmico, como si colisionara pegajosamente contra ella. La conclusión lógica que extrajo Darwin fue la de que una porción de la Tierra en estado líquido incandescente, afectada por el giro rápido del planeta, pudo haberse separado por centrifugación de la masa planetaria principal y salir despedida para formar nuestra Luna" (Dana Mackenzie).

George Darwin comenzó a trabajar arduamente en cálculos matemáticos con la intención de revertir teóricamente toda la trayectoria de la Luna, hasta su origen convergente con la Tierra. "Lo más frustrante es que llegó a un punto muy cercano a nuestro planeta, pero entonces no pudo continuar. Las matemáticas no le permitieron continuar. Se quedó en un enclave en el que la Luna giraba alrededor de la Tierra 5 ó 6 veces por día. Éste era un giro muy rápido, a una distancia orbital de unos 8.000 km de la superficie terrestre" (Dana Mackenzie).

Las matemáticas, pues, no le permitieron a Darwin poner en contacto a ambos cuerpos celestes.

La "teoría de la Fisión" se debatió durante décadas, hasta que al final los científicos concluyeron que los movimientos de la Tierra y la Luna no podían deberse a las explicaciones propuestas por dicha teoría. Por ejemplo, la Tierra no habría podido rotar a tanta velocidad con respecto a su rotación actual.

La búsqueda de una explicación sobre el origen de la Luna continuó, y un norteamericano no tardó en aportar una nueva teoría. En 1909, Thomas Jefferson Jackson See era un capitán de la marina de los EEUU con base en la isla de Mare, cerca de San Francisco. Su trabajo consistía en determinar la hora oficial de la costa oeste de los EEUU. Pero See también era un científico de gran talento; había estudiado astronomía durante su juventud: "Fue uno de los primeros norteamericanos en doctorarse en astronomía. Fue a Alemania y allí se doctoró en astronomía, algo muy poco común por aquel entonces… En materia científica, los EEUU seguían anclados en el año 1800" (Dana Mackenzie).

See disponía de un observatorio astronómico en la isla de Mare, y su trabajo como capitán le permitía pasar mucho tiempo desarrollando teorías. Había analizado las hipótesis de la Acreción y de la Fisión sobre el origen de la Luna, y ninguna de las dos le parecieron correctas. Con el tiempo, desarrolló una idea completamente diferente, la cual sería conocida como la "teoría de la captura".

Esencialmente, See afirmó que la Luna se había formado en otro lugar del Sistema Solar, lejos de la Tierra; había orbitado alrededor del Sol, como los planetas; pero, en algún momento, se había acercado tanto a la Tierra que había sido atraída por la gravedad de ésta: "Su idea era que había algo en el espacio exterior, que él llamaba MEDIO RESISTENTE, pero que actualmente sabemos que no existe. Nunca consiguió explicar adecuadamente este concepto, limitándose a decir que probablemente eran diminutas partículas materiales que existieron por un tiempo y luego desaparecieron. Según sus ideas, para que la Tierra hubiera podido atrapar a la Luna esta última debería proceder de muy lejos y también tendría que haber colisionado con ese Medio Resistente, y entonces gradualmente habría sido frenada y capturada en la órbita circunterrestre" (Dana Mackenzie).

La teoría de la Captura, de Thomas See, explicaría bien el por qué del diferente contenido de hierro entre la Tierra y la Luna, pues si nuestro satélite se hubiera formado en cualquier otro lugar del espacio evidentemente cabría esperar que se diera esa diferencia. Por otra parte, la idea de que la gravedad de la Tierra pudiese atrapar y retener un cuerpo tan grande era poco probable, ya que no hay evidencia alguna de la actuación de ningún Medio Resistente capaz de frenar un cuerpo como la Luna.

Las tres teorías citadas tenían importantes puntos débiles, y el origen de la Luna continuaba siendo un misterio. Ahora bien, El 20 de julio de 1969 los astronautas estadounidenses pusieron el pie en la Luna por primera vez. Alunizaron en una llanura de lava conocida como "Mar de la Tranquilidad". El piloto de la misión, Buzz Aldrin, describió el paisaje como "una magnífica desolación". Los astronautas regresaron con 22 kg de rocas, y de componentes del suelo lunar conocidos como "regolitos". En el Centro Espacial "Johnson", de Houston, los geólogos estaban ansiosos por comenzar su estudio. Gary Lofgren, conservador de los materiales lunares, recuerda: "Cuando llegaron las muestras, todo el mundo estaba muy nervioso. Fue algo increíble. Nadie sabía lo que iba a ocurrir. Pero enseguida nos dimos cuenta de que trataba de rocas basálticas, como las que se pueden ver en Hawai. De hecho, eran muy parecidas a éstas".

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A los geólogos de la NASA les sorprendió encontrar no sólo rocas basálticas, sino también rocas de otro tipo, conocidas como "breccias", las cuales se forman durante los impactos de los asteroides. "Tenemos que imaginar el impacto de un cuerpo grande contra la Luna como algo muy caótico, que lanzaría restos por los aires que cubrirían el cráter después del impacto; y hay muchos cráteres en la Luna.

Esos restos se entremezclaron y cayeron a la superficie lunar, alrededor del cráter. Se compactaron debido al calor desprendido por el cráter y se convierten en rocas de aspecto caótico. Se han observado fragmentos de todo tipo, forma y tamaño en las rocas de la zona del impacto. Esto nunca se ha visto en la Tierra" (Gary Lofgren).

Las rocas de la Luna pronto comenzaron a desvelar una historia fascinante. Para empezar, las muestras de roca y suelo contenían partículas que indicaban que la Luna había estado cubierta por un profundo océano de lava líquida tras su formación. Esta idea se vio reforzada por el descubrimiento de que las rocas carecían en gran medida de lo que los científicos denominan "materiales volátiles". Robin Canup explica: "Los elementos volátiles son aquéllos que se pueden evaporar con facilidad, y por lo tanto se pierden cuando la roca se calienta. El agua y el potasio, por ejemplo, son elementos volátiles. Si comparamos las rocas de la Tierra con las de la Luna, descubriremos que las rocas lunares son extremadamente secas. Parece como si hubieran sido calentadas y hubieran perdido buena parte de sus elementos volátiles".

Pero, además de estas evidentes diferencias, las rocas lunares también revelaron al menos una sorprendente similitud entre la superficie lunar y sus rocas y el suelo de la Tierra: "Los distintos elementos poseen formas o isótopos diferentes, en particular el oxígeno. Los porcentajes de estas diferentes formas en la Luna eran exactamente los mismos que en la Tierra. Pero todas las demás rocas que conocemos de otros lugares del Sistema Solar, por los meteoritos que llegan del espacio, tienen diferentes porcentajes de isótopos de oxígeno. Por tanto, el material lunar y el terrestre son muy parecidos" ( William Hartmann).

Las muestras habían aportado muchas pruebas sobre la composición geológica de la Luna, pero los astrónomos que intentaban comprender el origen de nuestro satélite seguían enfrentándose al viejo enigma. Pero para William Hartmann, del Instituto de Ciencia Planetaria de Tucson (Arizona), la información suministrada por las rocas lunares apoyaba algunas de las ideas en las que llevaba trabajando casi una década. A principios de los años de 1.960, Hartmann, un prestigioso astrónomo y pintor de imágenes del espacio, estudiaba en la universidad de Arizona, donde formaba parte de un proyecto para cartografiar los cráteres de impacto de la Luna, desde las enormes cuencas o mares a los más pequeños puntos visibles. Él explica: "Durante ese proyecto de los años de 1.960, nos dimos cuenta de que las grandes cuencas son en realidad restos de impactos. Asteroides de gran tamaño impactaron en la Luna causando enormes explosiones. Hay cráteres de hasta 950 km de diámetro. ¿Qué objeto podría causar algo así, a menos que tuviera 160 km de diámetro? Así que, mientras la Tierra se formaba, había enormes objetos recorriendo el Sistema Solar y chocando con los planetas".

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A Hartmann, la idea de que asteroides de 160 km de diámetro hubieran chocado contra planetas le planteó un par de preguntas: ¿Podrían haber chocado entre sí cuerpos del tamaño de planetas? Y ¿podría algo así estar relacionado con el origen de la Luna?

En 1.972, Hartmann y Donald Davis, también astrónomo en Tucson, habían creado un programa informático como herramienta para desarrollar esas ideas. El programa hizo una simulación aproximada del proceso de acreción en los inicios del Sistema Solar, con objeto de averiguar si algún otro objeto planetario podía haberse formado cerca de la Tierra y colisionado con ella: "Pensamos que si hubiese habido otro cuerpo y si hubiese chocado contra la Tierra, habría salido despedida gran cantidad de materia de la corteza terrestre y del otro cuerpo, y ése podría haber sido el origen de la Luna" (William Hartmann).

Según la simulación, podría haberse formado un segundo planeta en la zona de acreción de la Tierra. Sí, un planeta del tamaño aproximado de Marte. Pero no podría tratarse de la Luna, ya que, de serlo, habría estado constituida por los mismos elementos que la Tierra y por lo tanto también habría constado de un núcleo de hierro y de una densidad tan pesada como la de nuestro planeta; sin embargo, esto es algo que evidentemente no sucede para con la Luna. Estos razonamientos bastaron a Hartmann para formular una nueva hipótesis o cuarta teoría sobre el origen de nuestro satélite. Se denominó TEORÍA DEL GRAN IMPACTO.

En 1.974, el mundo científico, pues, contaba con una nueva hipótesis para explicar el origen de la Luna: "Básicamente, la teoría explica que hace unos 4.500 millones de años la Tierra chocó con un cuerpo de tamaño similar al que actualmente tiene Marte. Fue una colisión enorme, que hizo que la Tierra comenzase a rotar. Creemos que ésta fue la causa de nuestro día de 24 horas. El choque fue tan colosal que puso materia planetaria en órbita alrededor de la Tierra, y suponemos que esa materia fue la que posteriormente llegó a convertirse en la Luna" (Robin Canup).

La doctora Robin Canup y otros científicos del Instituto de Investigación del Sudoeste, en Boulder (Colorado), han creado un modelo informático para estudiar los detalles del gigantesco impacto. "El modelo informatizado divide a la Tierra, y al protoplaneta que chocó contra ella, en muchas partes, y calcula la evolución de cada una de esas partes durante el impacto… Probablemente, la Tierra estaba en estado fundido incluso antes del impacto… En un principio, el otro cuerpo llegó a la Tierra de tal forma que no produjo una colisión frontal sino lateral, dando lugar a un largo brazo de materia tras el impacto" (Robin Canup):

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Los científicos creen que las capas externas de la Tierra se fundieron por completo después del impacto: "La colisión hizo que la Tierra comenzara a rotar, tras deformar en gran medida a nuestro planeta (ver imagen 1, a continuación). La simulación informática nos indica que después de un par de horas, contando a partir de la colisión, el brazo de materia del otro cuerpo quedó dividido, por efecto de la gravedad, en dos grandes masas: una exterior y otra interior (imagen 2). La masa interior estaba principalmente compuesta por el núcleo de hierro del protoplaneta, el cual, por la acción gravitatoria, impactó de nuevo con la Tierra y pasó a integrarse en ella (imagen 3). La masa exterior giró en torno a nuestro planeta, aproximándose a él, y entonces se estiró en un largo brazo por efecto de la gravedad y de la fuerza centrífuga generada por su propia orbitación alrededor de nuestro planeta (imagen 4). Luego, el citado brazo terminó por quebrarse y formar un disco parecido a un anillo pedregoso en torno a la Tierra (imagen 5)" (Robin Canup).

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Se cree que Ia materia del anillo pedregoso {imagen 5), procedente del estiramiento de Ia masa exterior {imagen 4), se fusionó y formó Ia Luna en menos de un ano a partir del Gran Impacto. En Ia actualidad,Ia Tierra no presenta indicios de ese enorme impacto debido a que en aquel momento el tamano de nuestro planeta era solo el 90'Yo del actual: el otro lO'Yo se deberia probablemente a Ia acumulaci6n causada por impactos posteriores mucho menores. Ademas,Ia propia gravedad terrestre hizo que seremodelara la forma del planeta. "Sólo un día después del impacto, la Tierra habría recuperado una forma básicamente esférica y la depresión causada por la colisión se habría suavizado", declara la doctora Robin Canup.

William Hartmann, el autor de la Teoría del Gran Impacto, presentó su hipótesis en 1.974 en una conferencia científica, pero durante casi una década no se le prestó demasiada atención. El interés por la Luna había decaído mucho con el final de las misiones Apolo. Pero durante un congreso celebrado en Hawai en 1.984, doce años después del último vuelo con destino a la Luna, los astrónomos más reputados del mundo alcanzaron un consenso. La Teoría del Gran Impacto se reveló como la explicación más plausible hasta la fecha sobre el origen de la Luna. "Todavía quedan por explicar algunas discrepancias respecto al origen de nuestro satélite, pero, en conjunto, la Teoría del Gran Impacto funciona bastante bien"

(Dana Mackenzie).

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Una frustración fundamental.

La reconstrucción del pasado histórico de la Luna, del Sol, de nuestra galaxia o del universo material es una tarea detectivesca, que puede apasionar a algunas mentes investigadoras. Pero la complejidad y la envergadura del trabajo hace que la duración de la vida de un solo aventurero intelectual sea extremadamente insuficiente para completar siquiera una mínima parte de la tarea, por lo que es imprescindible llevar a cabo una "carrera de relevos". Pero semejante "carrera" tiene un lado muy feo, y es el hecho de que los que comenzaron a correrla no estarán allí, después de los siglos, para recibir los éxitos y para recrearse en los adelantos conseguidos. Sin embargo, los pioneros de la "carrera" son los más esforzados, los merecedores más sobresalientes, pues han tenido que enfrentarse a la falta de medios, principalmente a causa de la deficiente tecnología del pasado.

Partes: 1, 2
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