Descargar

El gran impacto (página 2)

Enviado por Jesús Castro


Partes: 1, 2

Nos encontramos aquí una gran ironía, una devastadora frustración para las mentes inquisitivas. Por un lado, se considera privilegiado al individuo que puede seguir la inercia de su fisiología cerebral en cuanto a investigar el medio ambiente de manera racional y sistemática; lo cual, en principio, promete ser una sublime y absorbente empresa, capaz de envolver y seducir recompensadoramente. Pero, por otro lado, la brevedad de la vida humana, que no tarda mucho en hacerse notar, acometerá como un león e infligirá al investigador un "castigo" inexorable, apartándolo sin misericordia de la aventura apasionante del Conocimiento cuando éste tal vez se halle en un momento prometedor. Entonces, agotando los últimos destellos de su existencia efímera, el aventurero tal vez se pregunte si ha merecido la pena, en su caso y después de todo, haber entregado su vida a la causa de la Ciencia.

Para algunas personas, pues, el desarrollo de su potencialidad mental gracias al ejercicio de investigación científica no termina con un final placentero. Más bien, dota a su intelecto de herramientas eficaces para percibir con mayor nitidez el triste desenlace por venir. La preclaridad mental, en este caso, juega un papel contraproducente contra la mente misma. Advierte de una paradoja fundamental, que atañe al motor cerebral del elemento clave en la investigación, a saber, el científico individual. Ha avistado un displacer amargo y profundo a causa de una ruptura irresoluble de la coherencia, sí, a causa de haber hecho volar la mente del investigador hacia el futuro para que éste se proyecte en la búsqueda de soluciones a los problemas planteados, y, entonces, antes de acabar la carrera, es de obligado cumplimiento cortar en seco dicho vuelo usando un conformismo artificial y autoimpuesto, consistente en asumir algo que repugna a la mente investigadora: la propia muerte.

El sabio rey Salomón tiene adjudicadas unas interesantes palabras en el libro de Eclesiastés, capítulo 1, versículo 18. Son las siguientes: "En la abundancia de sabiduría hay abundancia de irritación, de modo que el que aumenta el conocimiento aumenta el dolor". Tocante a dichas palabras salomónicas, la obra PERSPICACIA PARA COMPRENDER LAS ESCRITURAS, volumen 1, página 528, editada en 1991 por la Watchtower Bible And Tract Society, comenta:

«Salomón al parecer le atribuyó al conocimiento una influencia negativa cuando dijo: "Porque en la abundancia de sabiduría hay abundancia de irritación, de modo que el que aumenta el conocimiento aumenta el dolor". Este punto de vista parece contrario a lo que la Biblia suele decir del conocimiento. Sin embargo, en este pasaje Salomón subraya de nuevo la vanidad de los esfuerzos humanos en todos los asuntos que no tienen que ver con llevar a cabo los mandatos de Dios. Así, un hombre puede conseguir conocimiento y sabiduría en muchos campos, o explorar en profundidad uno en concreto, y el conocimiento y la sabiduría adquiridos pueden ser apropiados en sí mismos, aunque no estén directamente relacionados con el propósito declarado de Dios. Sin embargo, el tener más conocimiento y sabiduría puede hacer que se tenga más conciencia de lo limitadas que son las oportunidades de emplear el conocimiento y la sabiduría debido a la fugacidad de la vida, los problemas existentes y las malas condiciones que presenta la sociedad humana imperfecta. Esto aflige, causa irritación y un doloroso sentido de frustración».

edu.red

Una disonancia esencial.

Cuando alguien se aficiona a la música, adquiere progresivamente la capacidad de distinguir la calidad de las melodías y finalmente puede darse cuenta de si tal o cual canción tiene un acabado deficiente o no. Lo mismo pasa con la poesía, la pintura, la escultura, la arquitectura y cualquier otra arte o manifestación. Nuestra mente tiene potencialidades asombrosas en este sentido, pues posee la facultad de captar patrones o regularidades en los fenómenos y luego puede discernir entre lo excelente y lo mediocre. También es capaz de superar fácilmente un test del tipo: "escribir el número siguiente al último de la lista: 1, 2, 4, 8, 16" (No hace falta ser demasiado inteligente para saber que se trata del número 32). Pues bien, de manera similar nuestra mente es capaz de sentir la "frustración fundamental" señalada anteriormente, pues se trata básicamente de la ruptura de una regularidad. ¿Qué regularidad?

Cuando un científico aborda un problema, elabora un plan de futuro para solucionarlo. Sin embargo, la realidad se le presenta de tal manera que un interrogante conduce a otros, y cada uno de éstos a otros más; de forma que se podría hablar de un crecimiento exponencial para las nuevas cuestiones planteadas. Esto natural, pues es similar al caso de un ciego que recobra la normalidad visual paulatinamente. En efecto, la mente de una persona invidente no puede preguntarse qué es lo que aparece a su vista, ya que nadie puede pensar en algo inexistente para su cerebro; pero si el individuo es muy miope, entonces observará con claridad los pocos objetos que existen a escasa distancia de sus ojos y podrá formularse cuestiones relativas a éstos, mientras que de los objetos más allá tendrá una impresión borrosa, confusa o nula. Sin embargo, pronto percibirá que los objetos suelen estar colocados unos detrás de otros, de tal manera que los más cercanos eclipsan parcial o totalmente la percepción de los más lejanos; de modo que tal individuo se preguntará sin tardanza qué habrá detrás de las cosas que él distingue claramente, es decir: ¿Qué es lo que se esconde tras los objetos que se pueden ver con nitidez? Esta pregunta llegará a ser un problema a resolver evidentemente, que requerirá de su parte un plan de futuro (un proyecto) para solucionarlo…

A medida que su técnica visual mejore y pueda conseguir unos lentes que le permitan ver más hacia el fondo, ampliará su horizonte y descubrirá muchos más objetos… y entonces se hará preguntas, muchas más preguntas, pues habrá detectado mayor número de cosas visibles que le suscitarán interrogantes del tipo:

¿Qué es lo que se esconde detrás de los objetos que se pueden ver con nitidez?… Cada vez descubrirá más cosas, pero, a la vez, cada vez se encontrará con mayor cantidad de preguntas. Ahora, su plan de futuro, para contestarlas todas, se ha ampliado infinitamente… Su mente se ha deslizado hacia la pasión de "vivir para ver"… Su cerebro se ha hecho adicto a formular proyectos de futuro, necesita proyectarse hacia el futuro, vivir… El hábito o regularidad de resolver problemas mentales, tan natural en la persona como el usar las piernas para andar y las manos para coger las cosas, le ha llevado a este estado… Querer vivir para ver la respuesta a las preguntas no es un estado anormal… Las preguntas son infinitas, por consiguiente el deseo de vivir sin fin es normal.

edu.red

No tenemos constancia de que exista ninguna forma viviente terrestre que se haga preguntas acerca de lo que percibe, salvo el hombre. Es lógico, por lo tanto, que sea sólo el hombre la criatura que, de manera natural, anhele vivir sin fin. Empero se dan muchos casos excepcionales en este sentido.

Las excepciones tienen que ver más con imposiciones circunstanciales y condicionales que con la ausencia real de diseño cerebral capaz de sentir la "frustración fundamental". Así, hay individuos que viven como si fueran animales porque circunstancialmente han tenido que hacer frente a durísimas condiciones de supervivencia que han impedido el desarrollo de su potencialidad mental reflexiva e interrogativa. Existen personas que han sido adoctrinadas en algunos métodos de enseñanza que han bloqueado su capacidad interrogativa innata. Se sabe de individuos que a sí mismos se han "capado" intelectualmente o emocionalmente y por ello han erradicado de su mente la capacidad de hacerse preguntas existenciales; y así sucesivamente.

De la misma manera que consideramos productos típicamente humanos a la música, la poesía, la ciencia, la filosofía, la religión, la alta tecnología, etc… a pesar de que no todos los seres humanos son poetas, científicos, filósofos, etc. (aunque todo individuo humano normal nace con la potencialidad de desarrollar cualquiera de esas actividades)… De igual forma, todo humano nace con la potencialidad de sentir la "frustración fundamental".

Los filósofos griegos de la antigüedad dieron gran importancia en sus vidas a las actividades mentales e intelectuales, independientemente de si llegaron a conclusiones más o menos acertadas. Pero por el hecho de haber ejercitado a fondo sus mentes, algunos de éstos debieron toparse con lo que hemos denominado aquí, anteriormente, la "frustración fundamental". ¿Hay alguna evidencia de ello?

Consideremos, por ejemplo, el caso de Sócrates, quien vivió entre los años 470 y 399 aEC (antes de la Era Común o Cristiana) y es tenido por uno de los más grandes filósofos de la antigüedad. Maestro de Platón, que a su vez tuvo a Aristóteles como discípulo. Estos tres son los representantes fundamentales de la filosofía griega.

La sabiduría de Sócrates no consistía en la simple acumulación de conocimientos, sino en revisar los conocimientos que ya se tienen y a partir de ahí construir conocimientos más sólidos. No escribió ninguna obra porque creía que cada uno debía desarrollar sus propias ideas. Conocemos en parte sus ideas gracias a los testimonios de sus discípulos: Platón, Jenofonte, Aristipo y Antístenes, sobre todo.

edu.red

Sócrates murió a los 70 años de edad, tras ser juzgado por un tribunal y declarado culpable de no reconocer a los dioses atenienses y de corromper a la juventud, pues dos de sus discípulos fueron tiranos que atentaron contra Atenas. Aceptó serenamente esta condena y la cumplió sin resistencia en el año 399 aEC. Según relata Platón, en la Apología que dejó de su maestro, éste pudo haber eludido la condena (consistente en ingerir una copa llena de un potente veneno llamado "cicuta"), gracias a la influencia de los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir. Platón no pudo asistir a los últimos instantes de la vida de Sócrates, pero se tomó el trabajo de reconstruirlos en su obra "el Fedón", sirviéndose del testimonio de varios discípulos presentes en el desenlace.

La obra PERSPICACIA PARA COMPRENDER LAS ESCRITURAS, volumen 1, página 1.045, publicada en español en 1991 por la Watchtower Bible And Tract Society, comenta:

«Sócrates, un filósofo del siglo V aEC, enseñó que el alma humana era inmortal. En el Fedón (64c, 105e) Platón pone en boca de Sócrates y de otros dos compañeros la siguiente conversación: ""¿Consideramos que la muerte es algo? […] ¿Acaso es otra cosa que la separación del alma del cuerpo? ¿Y el estar muerto es esto: que el cuerpo esté solo en sí mismo, separado del alma, y el alma se quede sola en sí misma separada de cuerpo? ¿Acaso la muerte no es otra cosa sino esto?" "No, sino eso" —dijo—". ""¿Es que el alma no acepta la muerte?" "No"." Sócrates continúa: ""Por tanto el alma es inmortal." "Inmortal""».

Aparentemente, esto significa que para Sócrates el alma no acepta la muerte. Sin embargo, hoy sabemos, gracias al aporte de las neurociencias, que las propiedades que él atribuyó al "alma" son en realidad propiedades mentales, esto es, productos de la actividad cerebral pensante. Por tanto, su conclusión acerca de que el alma es inmortal es errónea. Ahora bien, después de todo, atisbó lo que hemos denominado "la frustración fundamental", aunque se dejó llevar por los anhelos de la mente (que él confundió con un alma inmortal). Estos anhelos son típicos de las inteligencias con proyecto cognitivo de futuro, implicadas en la resolución placentera de problemas, las cuales reclaman el vivir y no morir.

El libro del Génesis nos induce a creer que no existe tal cosa como un alma humana inmortal, sino todo lo contrario. Es decir, el alma es tan mortal como el hombre mismo. De hecho, los conceptos de alma y hombre (o de alma y animal viviente) quedan vinculados por sinonimia (igual significado). Por ejemplo, en Génesis 2:7 se lee: «Y Jehová Dios procedió a formar al hombre del polvo del suelo y a soplar en sus narices el aliento de vida, y el hombre vino a ser alma viviente»; aquí, la expresión "alma viviente", referida al hombre, significa más bien "criatura respiradora", del hebreo "lenéfesch jaiyáh". Obsérvese, por otra parte, que se dice que "el hombre vino a ser alma viviente" y no que "el hombre recibió un alma".

Por consiguiente, tomando al Génesis como fuente de información confiable, tenemos que concluir que la susodicha "frustración fundamental" es una reminiscencia del estado de perfección original, antes de la caída en desgracia de la raza humana. El diseño del cuerpo humano, las características creativas de su cerebro y de su mente, eran especiales dentro del universo material. La mente humana, pues, fue concebida por el Creador para que pudiera aprender eternamente y disfrutar con ello; de ahí que entre los mayores goces del ser humano, desde su infancia en adelante, esté el buscar y encontrar respuestas a sus preguntas.

Conclusión.

Regresando al tema fundamental de este artículo, que gira en torno a la pregunta "¿Cuál fue el origen de la Luna?", tenemos que decir que, según el Génesis, la Luna cumple un propósito al orbitar la Tierra, por lo que es razonable pensar que de algún modo el Creador actuó sobre los acontecimientos cósmogónicos para que al final nuestro satélite ocupara su debida posición espacial en beneficio de la vida terrestre. Por lo tanto, si los desenvolvimientos de la historia de la Luna coinciden a buen grado con lo que propone la Teoría del Gran Impacto, no sería desatinado pensar que Dios interpuso previamente sus cálculos infalibles para posteriormente inducir una "jugada de billar" cósmica y hacer que el Gran Impacto deviniera en óptimas condiciones para la vida humana.

edu.red

 

 

Autor:

Jesús Castro

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente