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Génesis, apogeo y disolución del Partido Laborista (página 2)

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6- La organización del Partido Laborista

Luego de la imponente marcha del 17 de octubre Perón tenía asegurado el apoyo de la clase obrera en su conjunto. Sin embargo con eso sólo no bastaba. Debía trabajarse, y con muy poco tiempo, en la organización y canalización de las fuerzas obreras para que éstas pudieran ejercer un sólido peso político. Los sindicalistas comprendieron esto y se lanzaron a la concreción del partido que les posibilitaría encauzar el movimiento.

Las reuniones en donde se gestó el Partido Laborista se realizaron en el Estudio de Arte del profesor Julio Horacio Rabufetti, en la calle Seaver 1634, en pleno Barrio Norte. Allí se dieron cita los principales representantes gremiales de los más importantes sindicatos de la Capital y el Interior del país y decidieron fundar la organización partidaria. El cónclave estuvo conformado por una heterogénea masa de dirigentes sindicales, entre los que se contaban socialistas, sindicalistas, radicales, miembros de la CGT, de la USA y autónomos. Luego de arduas deliberaciones, el 24 de octubre quedó fundado el Partido Laborista. En ese mismo día se designó una mesa directiva provisional13, que el 10 de noviembre dejaría paso al Comité Directivo, integrado por militantes de 15 a 20 años de antigüedad14, lo que muestra el grado de penetración que la vieja guardia sindical había tenido en la formación del partido. También se constituyeron tres comisiones: una, para confeccionar la Carta Orgánica; otra para redactar la Declaración de Principios; y la tercera, para elaborar el Programa del partido (ver anexo).

Analizaremos brevemente estos tres documentos que expresan la orientación que el Partido Laborista pretendía llevar adelante.

La Carta Orgánica establecía que el partido se regiría por Los Congresos ("autoridad soberana del partido"), La Junta Confederal Nacional ("órgano deliberativo permanente") y el Comité Directivo Central (órgano ejecutivo nacional, elegido por la Junta Confederal Nacional). Los miembros de este último no podían a la vez ocupar cargos políticos. Esta separación de esferas de influencia también se delineará entre el sindicato y el partido, y quedará claramente establecida a través del artículo 41° que sostenía: "El Partido Laborista no tendrá injerencia en los asuntos no políticos de los sindicatos incorporados a su seno". Esto también quedaba reflejado en el artículo 2 a), que prescribía que los asociados a un sindicato que integrase el partido automáticamente pasarían a ser afiliados a él, a excepción que cada persona manifestase su voluntad de no pertenecer a la entidad política, con lo que inmediatamente adquiría su libertad de actuar políticamente.

En el estatuto también se hacía referencia a la forma de financiación del partido, estableciendo que no serían aceptadas contribuciones de gobiernos de cualquier naturaleza, "ni de empresas que puedan tener interés en la sanción de leyes u ordenanzas que la favorezcan". Asimismo el partido podía establecer pactos con otras agrupaciones políticas, previa aceptación de tal alianza por un Congreso. Y también dejaba bien en claro quiénes no podían formar parte del laborismo: "En ningún caso se aceptará el ingreso como afiliados al Partido, de personas de ideas reaccionarias o totalitarias, ni de integrantes de la oligarquía."

Lo importante de este documento partidario era que en él se instaba a construir una base interna ampliamente democrática, respetando la representatividad de cada sindicato en los congresos congregados. Y que mantenía la absoluta independencia del movimiento gremial; en palabras del presidente del Partido Laborista, Luis Gay: "La independencia o autonomía se entendía así: el movimiento gremial podía adherirse al Partido Laborista si la mayoría del sindicato así lo requería, pero el partido desempeñaba su función política y el sindicato su función gremial (…)15" Asimismo cada decisión debía ser avalada por su correspondiente discusión y aprobación. Para Juan Carlos Torre este resguardo sobre los mecanismos institucionales del propio partido pone de relieve que "(…) para la mayoría del grupo organizador, la nueva entidad no era un fenómeno transitorio destinado meramente a afrontar las inminentes elecciones"16.

La Declaración de Principios señalaba que la situación económica del momento acentuaba la desigualdad e injusticia para la mayoría del pueblo argentino. Su letra separaba en dos a la sociedad Argentina: por un lado una mayoría compuesta por obreros, empleados, campesinos, profesionales, artistas, intelectuales asalariados, pequeños comerciantes, industriales y agricultores (el "pueblo", en los discursos políticos). Esto mostraba que aunque el partido tendría una base sindical, estaría abierto a la contribución de otros sectores sociales. Todos ellos formarían parte de la clase laboriosa que engrosaría las bases partidarias. Por otro lado se encontraba una minoría constituida por latifundistas, hacendados, banqueros rentistas y todas las variedades del gran capitalismo nacional o extranjero quienes no buscaban el bien general, sino sólo el individual ("la oligarquía"). Esta dicotomía pone de relieve que lo que se ponía en juego en las próximas elecciones eran dos tipos de concepción radicalmente diferente de la Argentina. Y que esta polarización se había acrecentado de manera tal que ya había madurado lo suficiente como para hacerse explícita en el año 1945.

El documento que más acabadamente expresa las intenciones laboristas es el Programa Político lanzado en vista de las elecciones del 24 de febrero de 1946. En él se tocan temas esenciales para la salud del país como ser Política, Economía, Legislación Obrera, Finanzas y Cultura y Asistencia social.

En la parte política se mantiene la necesidad de realizar la democracia política a expensas de la realización de la democracia económica. De esta manera se intenta darle un status más elevado a la justicia social, como eje principal por donde pasaría la consecución de un país cada vez más democrático. En conexión con estos ideales se propone expandir los derechos políticos a la mujer.

Para la economía se tenía preparado un plan en el que sobresalían ciertos puntos, como ser la nacionalización de los servicios públicos y la promoción de créditos y ayudas a sectores de la industria nacional (una de ellas sería la exención impositiva a la industria). Con esto se intentaba fortalecer la independencia del país con respecto a los países que manejaban el monopolio del comercio internacional. En el sector agrario iban a introducirse una serie de medidas tendientes a favorecer a los pequeños agricultores, en desmedro de los latifundistas que monopolizaban el ámbito rural. Asimismo se impulsaría un impuesto sobre aquellos propietarios que no transformasen a la tierra en un bien de producción.

Por supuesto, el tramo que mayor importancia tenía era el de la legislación obrera. Allí se llama a extender a todos los trabajadores del país el régimen de previsión social y jubilaciones, y avala el derecho del obrero a tener participación en las ganancias. También se les daría el carácter de ley a todas las medidas dictadas desde el régimen militar desde el 4 de junio, lo que muestra cuánta importancia tuvo para el sindicalismo haberse encontrado con un gobierno que canalizara sus reivindicaciones de tantos años. Por otra parte se llamaba a la instauración del salario mínimo para toda la clase obrera y a la construcción de viviendas.

Con este conglomerado de proposiciones, el Partido Laborista venía a reivindicar a los hombres y mujeres que constituían la clase menos pudiente del país, que había sufrido bajo las hostilidades del régimen conservador vigente en la década del 30’ y en los primeros años del 40’.

Luego de creado el partido, la nueva meta se estableció en ganar las elecciones del próximo año. Para esto era necesario sumar fuerzas para contrarrestar la fuerte oposición que se estaba gestando alrededor de la Unión Democrática. Por eso es que el Partido Laborista se alió con el Partido Unión Cívica Junta Renovadora presidido por Hortensio Quijano, el cual era una escisión de la UCR del Pueblo, y con un partido llamado Independiente que encabezaba el general Filomeno Velazco. Para poder integrar esta alianza se creó una Junta Nacional de Coordinación Política, encabezada por Bramuglia, a fin de solucionar todos los problemas referidos a las candidaturas. Allí se acordó que cada uno de los partidos elegiría a sus candidatos y que el 50% de los cargos debían pertenecer a los laboristas y el 50% restante a los renovadores e independientes. Por lo tanto allí donde el candidato a gobernador provincial fuera laborista, el vice debía ser renovador o independiente y viceversa. En el caso de que no hubiera acuerdo se presentaban listas separadas.

El proceso en el que se designaron los respectivos candidatos fue una experiencia caótica y en varias ocasiones dirimidas a los tiros (más precisamente en los congresos de los renovadores). Pero el punto de mayor desacuerdo entre laboristas y renovadores fue el referido a la designación de candidato a vicepresidente. Con respecto a la candidatura a presidente no había ninguna duda: Perón era la cabeza saliente del movimiento y gran parte del posible triunfo eleccionario recaía sobré él. El 15 de enero se reunió el congreso del Partido Laborista en un salón ubicado en Cangallo al 1700 y designó al binomio Perón-Mercante como su mejor opción para pelear en las urnas. Mercante era secretario de Trabajo y Previsión del gobierno en retirada de Farrel, puesto que había conseguido gracias al expreso pedido que había realizado Perón luego del 17 de octubre. Desde allí había trabajado en conexión con los sindicalistas laboristas para tratar de darle organización y cohesión al partido. Por eso es que estaba en estrecha relación con éstos y aprovechó esos vínculos para proponerse él mismo como candidato a vicepresidente. De esa manera desairó a Gay y Reyes, nombres que sonaban con fuerza para ocupar el puesto.

Al otro día el congreso de los renovadores decidió que su pareja electoral sería la de Perón-Quijano. Esto planteó el problema que sólo pudo ser superado por la aceptación de los laboristas de esta última opción. Por supuesto que la aquiescencia dada no satisfizo a las huestes laboristas, pero pesó más el temor de estar muy cerca de la elección y no tener un candidato a vicepresidente, con la consabida muestra de fragmentación que esto daba.

Lo que ocurría con esta discusión era sólo la muestra más vistosa del choque al que tendían inevitablemente las dos fuerzas. Su mayor punto en común era Perón, todo lo demás era tema de debate. Lo que ocurría, como bien señala Félix Luna17, es que los dos partidos provenían de historias diferentes. Los renovadores tenían un estilo arraigado por su pertenencia a la tradición del partido radical, por lo cual se remontaban en sus ideales a formas del pasado político (relacionadas con la figura de Hirigoyen, aunque Quijano había sido un conspicuo alvearista). En cambio los laboristas eran un fenómeno nuevo, protagonizado por sindicalistas curtidos por la lucha gremial que no tenían ligazones políticas con el pasado, sino un ímpetu renovador y revolucionario.

Por lo tanto las confrontaciones estaban a la orden del día. Así ocurrió con las importantes candidaturas de la provincia de Buenos Aires. Tanto para diputados como para vicegobernador y gobernador. En el primer caso el laborismo fue con los independientes en una lista separada de los renovadores. Para los principales mandatos provinciales la contienda fue más compleja. En un primer momento la Convención Provincial del Partido Laborista aprobó la fórmula Bramuglia-Leloir, el primero por el Partido Laborista y el segundo por los renovadores. Pero éstos sostuvieron que en primer término debía ir el candidato radical renovador. Al no llegar a un acuerdo, el laborismo decidió proclamar sus candidatos para gobernador y vicegobernador. Pero al reunirse la Convención Provincial para la proclamación Bramuglia no apareció, por lo tanto la Convención Provincial del Partido aprobó la fórmula Mercante-Machado. En este punto hizo su intervención Perón solicitando que la fórmula proclamada sea la de Leloir-Bramuglia, en vista de los acuerdos acordados con la Junta Renovadora. Sin embargo las autoridades del partido sostuvieron la decisión de la Convención Provincial arguyendo que la vida democrática del partido no aceptaba la sustitución de candidatos. Más allá de resaltar lo complicado del proceso de integración del apoyo a Perón, este hecho señala la decisión del Partido Laborista de mantener su autonomía exenta a las intervenciones del líder.

Para abonar este último argumento diremos que, si bien Perón creó con su acción desde la Secretaría de Trabajo y Previsión las condiciones para que el Partido Laborista tenga una razón de ser, fueron muy claros los límites que sus dirigentes pusieron a la acción del candidato a presidente. El hecho de que Perón fuera el primer afiliado al Partido Laborista era algo que honraba su importancia, pero como señala Juan Carlos Torre "(…) un primer afiliado no es lo mismo que un jefe de partido, y esa cuidadosa elección de honores ponía a salvo la integridad de la fuerza política recién creada"18. A su vez, según lo declarado por algunos militantes laboristas, Perón no tuvo mucha trascendencia en la creación del partido; y si la tuvo fue a través de terceros; hecho que los partidarios desconocían.19 Estas concepciones laboristas serían registradas en la mente táctica de Perón, quien sabía que en momentos pre-eleccionarios no convenía crear grandes enfrentamientos. Por eso será después de ganado el escrutinio que arremeterá contra los principales dirigentes del laborismo, para diluir cualquier intromisión perniciosa para sus planes de gobierno.

Pese a que Perón no gozaba todavía del culto a la personalidad que lo caracterizaría años más tarde, en la campaña electoral comenzaron a esbozarse los senderos que lo conducirían a esa entronización. En sus salidas en campaña por el interior del país, el tren que lo conducía, cuya locomotora había sido bautizada como "La Descamisada", era preso del furor de miles de fanáticos. Por lo general realizaba fatigosos itinerarios por diferentes ciudades y pueblos, donde daba un discurso, satisfacía los ruegos de la muchedumbre por verlo, y seguía viaje. También supo reunir a grandes cantidades de público en sus actos electorales. Los más importantes, realizados en La Plaza de la República en pleno centro capitalino (en donde estaba la sede central del Partido Laborista, en Cerrito al 300), tuvieron una enorme convocatoria y fueron palabras que quedaron grabadas en la mente de sus concurrentes de forma indeleble. Para graficar el momento que vivía la política Argentina, haremos mención al discurso dado por Perón el 12 de febrero de 1946, en ocasión de la proclamación oficial de la dupla Perón-Quijano. El dato que revela lo acontecido en ese día es, nuevamente, en qué grado los asuntos argentinos estaban imbuidos de la política exterior.

El día del discurso se conoció la noticia de que el Ministerio de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos había difundido entre diplomáticos latinoamericanos una publicación denominada el "Libro Azul". En ella se hacía referencia a la supuesta conexión que Perón y el gobierno argentino habían tenido con la Alemania hitlerista y a la contribución de éstos en el derrocamiento de democracias latinoamericanas Detrás de esto se olía la mano del enemigo público número uno de Perón: Braden. Haciendo gala de su cintura política, el candidato laborista no se amilanó ante las acusaciones norteamericanas y convirtió una circunstancia adversa en un arma dentro de su batalla por la presidencia. Ya casi al final de su exposición ante la gente congregada en el obelisco sentenció:

"Sepan quienes votan el 24 por la fórmula del contubernio oligárquico comunista, que con este acto entregan el voto al señor Braden. La disyuntiva en esta hora trascendental es ésta: ¡Braden o Perón!"20.

De esta forma Perón deslizó su confrontación con la Unión Democrática hacia una figura exterior, mostrando cómo las propuestas de la oposición eran extraídas de los problemas europeos y norteamericanos más que de las cuestiones propias del país. Cabe recordar que la Unión Democrática, cuya fórmula presidencial era José P.Tamborini-Enrique Mosca, construyó su plataforma política sobre la vuelta a la democracia, el respeto a la constitución y la lucha contra el elemento fascista, argumentos que estaban en consonancia con las principales voces del mundo occidental de posguerra.

La campaña que culminaba en los días de febrero había sido una encarnizada lucha entre partidos que representaban y querían introducir formas de gobierno separadas entre sí por un espacio abismal. Ataques verbales, violencia callejera y odios recíprocos entre sus integrantes y sus seguidores era la demostración más diáfana de que las elecciones serían el punto culminante de un enfrentamiento social mucho más vasto. El triunfo de uno suponía la exclusión del otro. Por eso la afrenta se enseñoreó en la campaña y no dejó paso a una acabada discusión del proyecto de país que desde los dos rincones del espectro político se pensaba llevar adelante. Siguiendo el análisis de Félix Luna21, una Argentina que se ubicaba en el mundo de la posguerra con buenas expectativas gracias a las divisas y las reservas de oro acumuladas durante la conflagración, con una incipiente estructura industrial asentada desde los años 30’ que había traído a la ciudad ingentes cantidades de hombres que se debatían por su inserción en los marcos ciudadanos, planteaba interrogantes que no fueron elucidados en los tiempos anteriores a la elección de febrero. La Unión Democrática siguió pidiendo por el restablecimiento de las garantías democráticas, mientras que Perón insistió en los logros que había conseguido gracias a la política de justicia social.

Así se llegó a la elección del 24 de febrero de 1946. Para la Unión Democrática no había dudas de que sería la ganadora absoluta. Sin embargo sus adeptos tuvieron que sobrellevar la fulminante noticia de que el candidato postulado por el Partido Laborista, el Partido Unión Cívica Junta Renovadora y el Partido Independiente, Juan Domingo Perón, había triunfado por un margen del 10%. Exactamente el martes 8 de abril se supo definitivamente el resultado del escrutinio, aunque la tendencia ya lo había hecho irreversible: Perón había sido votado por 1.478.500 ciudadanos; Tamborini por 1.212.300. El 55% contra el 45% del electorado. La diferencia mostraba cuán reñida había sido la campaña.

Perón había triunfado pero la escasa diferencia que había logrado por sobre sus adversarios suponía un intenso trabajo para ampliar la red de apoyo en su futura gestión. Para esto iba a valerse de todo su bagaje estratégico para que las fuerzas que antiguamente lo apoyasen se alinearan tras su figura. Algunas aceptarán este mandato que buscaba dotar al flamante presidente de atribuciones extraordinarias. Sin embargo será el Partido Laborista, que en una nueva muestra de autonomía y temperamento tratará de quedar incólume ante la artillería del líder, oponiendo resistencia para resguardar la organización que con tanto ahínco se había gestado desde el movimiento obrero. La historia dirá que el esfuerzo no dio sus frutos, pero que no por ello fue en vano.

7- 1946. Inmejorables condiciones y disolución del Partido Laborista

El panorama político económico con que se topó el primer gobierno de Perón puede caratularse de muy beneficioso si se tienen en cuenta las duras jornadas en las que se asfixiaba el viejo continente. Era un año de plena reconstrucción, reconstrucción que no podía llevarse a cabo por ninguno de los países beligerantes europeos. Por esos pagos había hambruna, lo que dificultaba aún mas tomar acertadas decisiones para marcar el camino correcto en un futuro inmediato. El gobierno argentino estaba al tanto de los acontecimientos y contaba con las herramientas necesarias para manejarse con serenidad y sacarle el mayor jugo a la situación. El trigo y la carne argentina servirían para saciar los estómagos vacíos de las naciones europeas, que acababan de ser testigo de la más cruda y terrible experiencia en la historia de la humanidad producto de la ceguera incondicional de la raza humana.

Va a ser en éste ámbito de posibilidades y de jolgorio, el cual Félix Luna destaca como un clima "de fiesta"22 donde Perón tirará por la borda aquel entusiasmo y dedicación que los dirigentes sindicales habían abordado en una causa que sentían por primera vez en su vida los abrigaba a todos: un partido político autónomo que respondiese a los intereses de los mismos trabajadores. El 23 de mayo Perón dictó un ukase que fue trasmitido por todas las cadenas de radio del país: se disolvía por su propia autoridad el Partido Laborista, la UCR Junta Renovadora y los Centros Cívicos Independientes a la espera de la formación de un partido que necesitaba el gobierno y cuya titularidad asumiría días después. Hubo dos respuestas a la declaración del líder, la de los renovadores que carecían de una figura carismática y de suficiente peso, (porque Quijano no era, ni estaba dispuesto a llevar a cabo esta tarea contra su compañero de fórmula) quienes eran desertores del viejo tronco radical y que los llevaría irremediablemente a alistarse bajo las filas peronistas y la de los laboristas muy distinta a la de los primeros.

Enamorados los laboristas de lo que fue su propia creación, enorgullecidos con la obra terminada luego de años de batallas, se sintieron vejados en lo mas profundo con el escalofriante anuncio del presidente. Aquí unas palabras que explican los sentimientos de sus integrantes a través de Luis Monsalvo, ferroviario: "En solo siete días de trabajo, desde el 17 al 23 de octubre, habíamos constituido el Partido Laborista y el día 27 ya teníamos 85 centros laboristas constituidos en el interior del país. Así, en un período de diez días el líder ya tenía un partido constituido que aseguraría, el día de las elecciones, la existencia de las boletas de votos hasta en el más apartado lugar del país."23

Luego de las elecciones de febrero se lleva a cabo por el gobierno de Perón una campaña difamatoria contra los principales dirigentes del Partido Laborista que enjuiciaba el accionar de los mismos así como el de su máximo representante Luis Gay. La campaña, que tenía como objeto el desgaste del partido por su posición incómoda a aceptar la unidad propuesta por el líder populista alzó las voces desde todos los rincones del joven partido. A las reiteradas disidencias protagonizadas entre el Partido Laborista y la Junta Renovadora que se habían transformado en cotidianas en épocas de elecciones con respecto a las candidaturas se le adosaron problemas en torno a la propuesta de unificación de fuerzas, evidencias que apuntaban a que sus diferencias eran mas profundas, es decir ideológicas y políticas. En distintas publicaciones los dirigentes laboristas se encargaron de explicar el por qué de la desaparición " La acción confusionista y de disolución, de que es víctima el Partido Laborista, no es otra cosa que la ofensiva del capital nacional monopolista, contra los intereses de la Nación.(…) El Partido Radical Junta Renovadora está en contra de los intereses del pueblo; su falta de fuerza numérica y doctrinaria, su ausencia total de ética política lo hace peligroso."24

Como se puede observar las incomodidades entre ambas fuerzas políticas eran lo suficientemente marcadas como para poder seguir conviviendo en un mismo ambiente. Aquella hazaña de Perón y los suyos en tiempos de campaña, donde lo que se necesitaba era la imperiosa necesidad de amuchar gente en una sola vereda y diferenciarse por sobre todo, con los que en contra de los intereses de la revolución decidían alistarse en la vereda de enfrente (así lo enunciaba el mismo líder), demuestra que la débil alianza iba a culminar en algún momento ante cualquier desajuste desde arriba. Los laboristas entendidos como nacionales, antiliberales y contrarios a la entrada al capital extranjero contrastaban con la identificación de los de la Junta Renovadora como una organización liberal y antinacional al promover la entrada del capital internacional. Pero también es cierto que los mismos laboristas no se oponían a la unidad siempre y cuando se respete la cesión de un congreso partidario que respondiese a los intereses de una voluntad entendida como mayoritaria.

El compromiso con la causa laborista no se hacía ver solamente en sus dirigentes sino también en las bases del partido, representados en distintos Centros Laboristas a lo largo y ancho del país. Estos, solidarizados con las autoridades del partido propugnaban el mantenimiento de la total autonomía del mismo. Reconocían como únicas autoridades a la Junta Nacional presidida por Luis Gay y a la Junta Provincial, cuya presidencia estaba a cargo del diputado nacional Cipriano Reyes. Lo importante es desentrañar que si bien en los aspectos declarativos, a lo que se oponían los laboristas no era a Perón sino a que se mutilen las prácticas democráticas y autónomas del partido, el grado de enfrentamiento no hacía más que mostrar que la incomodidad se suscitaba por el estilo de conducción que el nuevo mandatario había ideado para comandar el gobierno.

El 29 y 30 de mayo el Partido Laborista convoca su Cuarta Conferencia Nacional. Luego de arduos debates presentaron la renuncia del Comité Directivo Central los señores Luis Gay, Luis Gonzalez, Pedro Otero, entre otros, con el fin de transportar la defensa del movimiento que auspiciaban a la consideración de un Congreso Nacional que decidiría la suerte final del partido. En las mismas reuniones aceptaron la decisión de unificación con las demás agrupaciones que meses antes había agrupado Perón con la condición de respetarse una representación acorde a su importancia política y numérica. Se delegaba a los legisladores nacionales la dirección del partido. Sin embargo el rumbo de los acontecimientos mostraron lo contrario y fue el 17 de junio del mismo año donde Perón anuncia en un comunicado de prensa que serían cerradas las puertas del partido, claudicando toda función del Comité Directivo Central del mismo, lo que significaba la disolución definitiva.

Creemos importante destacar que, en relación directa con la característica que venimos barajando desde el comienzo de nuestro trabajo, o sea que el Partido Laborista constituyó una organización política autónoma del movimiento sindical argentino, esta idea de autonomía fue muy defendida y respetada por su dirigencia en épocas de gestación y organización pero a la vez mucho menos convincente en días en lo que se avecinaba era su extinción. Los jóvenes dirigentes no encontraron en esos tiempos la fuerza necesaria para oponerse a las medidas del líder populista. El partido que poco a poco fue construyendo los cimientos de su castillo con el temperamento de sus batalladores dirigentes se resquebrajó ante su falta de años en experiencias políticas, no atinando (pese a que hubo algún que otro dirigente que se creyó con las agallas necesarias) a desobedecer en lo más mínimo las resoluciones emanadas de su líder. Los motivos que hubiesen llevado a Perón a dictaminar la disolución del partido no difieren en gran volumen en lo que hace a las opiniones de los autores que en el desarrollo del trabajo venimos trabajando. Es interesante la opinión de Susana Ponts al respecto: "Las razones las encontramos en las consecuencias que la autonomía representada por el laborismo podría tener para el desarrollo del populismo argentino. Es decir, que el partido significaría apoyo al régimen pero también control sobre el cumplimiento del programa político"25. Resulta a la vista que el peronismo no pretendía tener ni siquiera cerca ninguna fuerza política con peso propio que se pudiera llegar a convertir en un contrapoder. En resumidas cuentas, la presión en pro del cumplimiento democrático de la política a llevar por Perón que seguramente iba a ejercer el laborismo cercaría el estilo personalista que el mismo presidente tenía en mente desenvolver.

Tampoco resulta acertada la hipótesis de desvalorizar el poder que en sus primeros meses de nacimiento había sostenido el Partido Laborista. Al contrario, fue su inminente amenaza por la que Perón no dejó pasar mucho tiempo para ordenar la caducidad del novato partido que le había abierto la llave para ganar el poder meses antes. Mientras que a la vez no debemos olvidar que el proyecto de la constitución de un partido cuyos miembros provengan de las raíces sindicalistas fue promovido por la acaparante Secretaria de Trabajo y Previsión, quien con el anuncio de la disolución del partido dejaba bien en claro su idea de alistar a todos los gremios sindicalistas bajo su control, bajo el poder del Estado. Por esta razón no debe sorprender que el grueso de los dirigentes laboristas agachara la cabeza y siguiera para adelante, entendiendo que al fin y al cabo los beneficios para esta clase tan maltratada en años anteriores seguirían intactos y que no cambiarían en absoluto las comodidades económicas y sociales con que estos últimos dos años los habían acostumbrado. Sin embargo habría alguien que sí iba a oponer una férrea batalla a las aspiraciones de Perón.

8- Cipriano Reyes: El coraje de Reyes frente al poder de Perón

En medio de estos días agitados y difíciles que les tocaba vivir a los dirigentes laboristas, va a ser Cipriano Reyes, uno de las máximas figuras del movimiento y perteneciente al gremio de la carne, el que va a formar parte de lo que Walter Litlle engloba en su trabajo bajo el nombre de "peronismo independiente"26. Los trabajadores de la carne eran uno de los gremios nuevos, entendidos como alternativos, y fomentados por Perón a partir de 1943. Reyes creía seriamente en su poder y, en su lucha por no bajarse del título de laborista independiente, le desató una disputa al propio Perón apostando a que las reacciones de los distintos afiliados sean ambivalentes. Sin embargo sus ilusiones de movilizar a los dirigentes sindicales detrás de su figura fracasaron, lo que llevó a su debilitamiento en el transcurso del año 1946 y a su tácita derrota en 1947.

Reyes, obrero de Zárate y Berizzo, luego de pasar por varios oficios, había enfrentado a los comunistas de Peter conquistando su conducción a balazo limpio. Muertos sus dos hermanos en un tiroteo en septiembre de 1945 en la localidad de Berizzo, Cipriano había tenido un papel innegable en la manifestación del 17 de Octubre. Mencionado como candidato a diputado nacional del Partido Laborista, el hombre de la carne se manejó entre su guapeza y su ingenuidad en la disputa que a la forma de un atrevido le planteó a Perón.

Los problemas entre el coronel y el sindicalista provienen del verano de 1946, en este caso lo que no conformaba a Reyes eran las designaciones de las candidaturas bonaerenses. Empeoraron aún más con el anuncio del mismo Perón que su segundo Domingo Mercante se haría cargo de la gobernación de Buenos Aires. Este mismo día el gremialista de la carne fue agasajado por una tumultuosa manifestación laborista, mientras que Mercante no tuvo mas remedio que sentarlo al lado suyo en momentos de los discursos. Pero el acontecer de los sucesos no daba tregua para quedarse reflexionando demasiado sobre cada una de las figuras políticas de entonces, ya que al dictar Perón la disolución el 23 de mayo, Reyes intentó hacerse fuerte en la conducción partidaria de Capital y Buenos Aires, invadiendo por la fuerza el local laborista de la calle Bartolomé Mitre. En esa ocasión ni el propio Perón encontró los medios para sacarlo de allí de la forma más pacífica posible. El primer mandatario le habría ofrecido el cargo de presidente de la Cámara de Diputados no teniendo la suerte necesaria para seducir al flaco y enérgico sindicalista quien con una humorada parece haberle contestado "que él no servía para tocar la campanilla".

Al promediar el año 1946 la tensión entre estas dos figuras se encontraba relativamente estable en relación a los primeros meses del año en donde las asperezas eran difíciles de ocultar. Ya en el mes de septiembre del mismo se comenzaba a hablar del "Partido Único de la Revolución Nacional", designación poco feliz que no habría de prevalecer. Pero Reyes seguía en su tesitura, no atacaba directamente a Perón pero su oposición se iba transformando en incómoda para el gobierno. Al mes siguiente el tenso clima político se vio a flor de piel en conmemoración del primer aniversario de la movilización de octubre del año anterior. Pues mientras que las filas oficialistas se encargaban de festejar el "Día de la Lealtad" con su habitual clima de exaltación paralelamente el Partido Laborista se rendía en su fiesta por el "Día del Pueblo" con sus respectivas manifestaciones en La Plata y otra frente al Palacio del Congreso. Perón y los suyos, cuyo acto se celebró en la Plaza de Mayo, se enfrentaban a una multitud haciendo referencias al movimiento de octubre de 1945 y al baile programado en la avenida 9 de Julio una vez culminadas sus palabras. "Pues soy un hombre de pueblo y quiero divertirme con el pueblo"27. A veinte cuadras de allí el diputado rebelde increpaba a los que festejaban el 17 de octubre con acento oficialista "Aspiramos a una democracia integral, sin amos ni caudillejos"28. Pero toda esa polenta que Reyes tenía en sus discursos no se amoldaba al apoyo cada vez más insignificante de lo que iban a ser sus supuestos seguidores. Solo un puñado de diputados lo acompañaba, se encontraba carente de medios de expresión importantes que le posibilitasen peligrar aunque sea un poco la conducción de Perón.

En enero de 1947 se decide poner el definitivo nombre al partido, se llamaría como auguraban sus partidarios "Partido Peronista". Marginado totalmente del proceso de unificación, Reyes estaba condenado a su agonía en materia política. El 4 de Julio del mismo, Reyes protagonizó un suceso que alarmó al país y puso al dirigente en primer plano. Cuando el mismo se dirigía a la estación de la Plata fue interceptado por un automóvil negro donde desde su interior lo intentaron ametrallar, pudiendo salvarse casi de milagro. El suceso suscitó reiteradas controversias en la Cámara de Diputados entre los que el mismo Reyes se encargó de decir lo suyo con severas acusaciones al gobierno, caratulándolos como los bárbaros del siglo. Luego de un comienzo tentador en las investigaciones, los estudios correspondientes quedaron cada vez más olvidados. De todas formas el mandato de Reyes concluía en abril de 1948, pero como era de preveer la rebeldía de Reyes debía ser ajusticiada de alguna forma. Cada vez mas debilitado Cipriano en el gremio de la carne debido a infinidades de amenazas y presiones y al llamado de lealtad a Perón, la represalia de este último no dejó de ser considerada como exagerada.

El 24 y 25 de septiembre de 1948, los cuales iban a ser feriados amanecieron con una reveladora noticia. Se delataba que un grupo comandado por el mismo Reyes había planeado asesinar a Perón y a su esposa el día 12 de octubre, a la salida del teatro Colon. En la investigación se habían secuestrado una serie de armas y municiones que tendrían que ver con las acusaciones al dirigente sindical. Perón dispuso un discurso por lo acontecido que no tuvo grandes diferencias de aquellos que entonó en 1946 en la campaña presidencial. Fue un típico discurso de "Braden o Perón", haciendo mención que las causas de estos sucesos de impunidad defendían los intereses extranjeros y antinacionales.

El final de Reyes fue de lo peor que le puede esperar a un hombre. Versiones dicen que fue picaneado y hasta quisieron castrarlo. Su condena fue hasta el mismo año en que su verdugo populista iba a ser derrocado por los militares con la Revolución Libertadora comandada por Aramburu en 1955. Lo demás es anecdótico y solo hace reflejar el grado de convencimiento que tenía el mismo Perón contra cualquier intruso que se dispusiera a hacerlo al menos tambalear en el poder. Lo relatado en torno a esta especie de batalla que se produjo entre Reyes y Perón indica que las raíces del Partido Laborista fueron plantadas con el objeto de llevarlas adelante hasta su punto de mayor maduración; la mayoría quedó en el camino por no sentirse, no solamente con el coraje si no también con las pulsaciones tan a mil como para tirársele en contra a quien le había dado tantos beneficios como ninguna otra persona anteriormente. Reyes las tuvo y de más está decir que la elección no fue acertada debido a la falta de apoyo de sus propios compañeros.

9- Conclusiones

A forma de conclusión haremos mención a los hechos que entendemos deben quedar bien en claro. Por un lado que el movimiento obrero se encontró con la posibilidad de conformar un partido político propio gracias al viraje que el gobierno militar que asumió el 4 de junio de 1943 decidió realizar. En él estuvieron contenidas una serie de medidas que vinieron a recompensar al sector obrero una década de pesares y olvidos.

Gracias a esta política los principales miembros de la vieja guardia sindical vieron fortalecida su posición en la sociedad, de ahí que pudieran armarse del valor necesario para afrontar las complejas luchas en pos del movimiento.

El 17 de octubre terminó de decidir su ventura y la del mismo Perón. A partir de esa jornada quedaba en claro que la acción política directa era la única forma de defender sus intereses. Por esto nació el Partido Laborista, que iba a contar en sus filas con las clases más bajas del espectro social argentino, como así también estaría abierta a otros sectores; de ninguna manera iba a abrigar al llamado "oligárquico".

En la idea de sus precursores estaba realizar una acción partidaria autónoma tanto con respecto a la figura de su candidato a presidente, como a la de las demás fuerzas políticas que circunstancialmente se habían aliado con él. Asimismo preveía un mecanismo democrático y justo para aquellos sindicatos que engrosaran sus filas, dejando al libre arbitrio de sus afiliados la condición política que decidieran profesar. Esta idea de autonomía, resguardada hasta sus últimas consecuencias por los líderes laboristas, entraría en conflicto con el estilo personalista que luego de las elecciones del 24 de febrero comenzaría a pergeñar Perón. Sus intereses políticos no podrían llevarse a cabo con una fuerza que controlase su autoridad y el rumbo a seguir.

Por lo tanto, la idea de Perón de alistar a todas las fuerzas sindicales bajo su égida y la del propio Estado, iba en contra de este sentimiento democrático y autónomo que el Partido Laborista pretendía plasmar en el mundo político argentino. Siguiendo lo dicho, la decisión prematura de parte del líder populista de disolver la entidad política que meses atrás lo había llevado al poder, no suena para nada disparatada si se tiene en cuenta que con ello daba un paso esencial en la consecución de una sociedad cada vez más subordinada a su figura.

El caso de Cipriano Reyes grafica de qué manera la causa laborista había sido de suma importancia para el movimiento sindical. Y a su vez, la reacción persecutoria de Perón y la pasividad del resto de la dirigencia laborista ante ésta, muestra cómo el líder supo captar y maniobrar las conciencias de los hombres que, hacía muy poco tiempo, se habían mostrado reacios frente a sus intromisiones. Mucho de la impunidad de que gozó el ahora presidente estuvo sostenida en la incondicionalidad del pueblo, que veía en él al principal benefactor de sus vidas ciudadanas.

Trabajo realizado y enviado por: Gastón Raggio, 23 años, cursando 5° año de la carrera de Ciencias de la Comunicación Marcelo Borrelli, 24 años, cursando 5° año de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Materia Historia II, cátedra Vazeilles, en agosto de 1999. marcebor[arroba]cvtci.com.ar

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