En el auge de las ideologías populistas se observa complicidad por dejación del propio sistema. Lo que quiere decir que el populismo carecería de bases ideológicas de imponerse la racionalidad en la política. Frente a la idea común de oposición al sistema capitalista como soporte ideológico común por ser grato al pueblo [13]sostenido en postulados más o menos enérgicos, el populismo radical, que como no sólo rinde culto a las ideas comercializables políticamente, sino que observa la realidad y se nutre de sus evidencias, también capitaliza la incapacidad de las elites precedentes para abordar aspectos que interesan al colectivo social [14]Por ejemplo, las empresas capitalistas han dominado abiertamente el panorama político tanto de las sociedades avanzadas como de las rezagadas, gozando de privilegios económicos e imponiendo sus conveniencias en el mercado laboral, sin que el sistema de poder propusiera limitaciones o lo hiciera de forma tímida. La mejora de las condiciones de vida en general ha quedado reducida por las crisis económicas globales, que han servido de caldo de cultivo para los populismos disidentes de ambas tendencias. De un lado, se propone bienestar, pero se reserva a unos pocos; de otro, las desigualdades crecen; la explotación aumenta y con ella las injusticias. En el populismo de corte oficial, la clase política y la burocracia que asumen un control exorbitante sobre el pueblo, en forma de funciones que estrechan su círculo de libertad, aumentan también su distancia de ellas, convencidas de que son poder en sí mismas. Todo ello es consecuencia de un sistema de hacer política al margen de cualquier control por parte de las masas. Porque no puede entenderse como tal el circo electoral reflejo de una opinión tímida, que se completa con el surgir de los populismos en un grado de mayor o menor radicalidad, sólo sometido al control de los intereses dominantes. En cuanto al poder real, el económico, resulta que el propio capitalismo no ha hecho sino fomentar el populismo disidente y ha llevado incluso al populismo oficial hacia el terreno de la confrontación con su mandante.
3.2. La utilidad de la demagogia.
Definida la praxis en términos populistas, es decir, como lucha en torno al ejercicio del poder entre los diversos grupos de la clase política, utilizando como moneda de cambio a las masas, constreñidas a un determinado espacio geográfico delimitado en términos de Estado, es inevitable utilizar todos los instrumentos de convicción a fin de ganarlas para la causa. La base de la acción política del populismo consiste en persuadir, frecuentemente a base de promesas que no se pueden cumplir, para obtener votos, de ahí la necesidad de acudir a la demagogia. Cada uno despliega su discurso basado en un fondo ideológico tomando como referencia los intereses puntuales de las masas locales, a las que definen como nación o como pueblo, jugando en mayor o menor medida con el radicalismo de sus pretensiones, dejando la cuestión en lo terminológico. Se trata de dos formas de entender un colectivo de masas localizadas. La izquierda populista se inclina por lo radical, por la ruptura con el precedente, y acude al término pueblo como base de legitimidad de sus pretensiones, al considerarlo arma eficiente para el cambio al ver en él la representación de lo común, muchedumbre, materialidad, proximidad, nivelación, heterogeneidad y antielitismo. La derecha lo hace por el término nación como expresivo de moderación, tradición, idiosincrasia, espiritualidad, homogeneidad y elitismo natural. El populismo oficial se mueve entre ambos, pero se pronuncia en términos de ciudadanía o ciudadanos como conjunto de individuos, para denotar la dependencia de las masas localizadas respecto de un orden jurídico que tienen la exclusiva de garantizar. En todos ellos se aprecia con mayor o menor intensidad una nota coincidente, la pretensión de cercanía tendiendo puentes con las masas [15]
Puesto que el populismo tiene fijado su punto de mira en las masas localizadas, conceptualizadas como pueblo, nación o ciudadanía, la práctica política en torno al poder no puede prescindir de la demagogia. Si viene a ser entendida en su sentido clásico de degeneración del modelo de democracia, y su finalidad es ganarse al pueblo a través de aquello que le resulta atrayente poniéndolo imaginariamente a su alcance sin llegar a tocarlo, al tratarse en definitiva de un engaño, resulta que armoniza con los intereses del populismo. La demagogia es aneja a la política, porque de lo que se trata es de adjudicar un producto que tiene trampa. Como toda operación comercial, no está exenta de desconfianza mutua, ya que en el fondo se trata de que una parte obtenga beneficio en detrimento de la otra. Si bien en el mercado real la cuestión se plantea en términos de equidad formal, aunque se rija por la oferta y la demanda, y a tal fin intervenga el regulador jurídico poniendo orden, siempre se impondrá el más hábil, es decir el que persuada a la contraparte de las mayores ventajas de su producto. Con la demagogia en el terreno de la política viene a suceder algo parecido, ya que el demagogo juega con la ventaja del vendedor que ilusiona al pueblo publicitando las virtudes de su programa. Lo oferta como el mejor de todos de los productos en el mercado político, y aunque sus rivales promocionen en los mismos términos respectivamente el suyo, al tratarse de ideas, las venderá el que cuente con mayores dotes de persuasión. A esto se reconduce la política en la práctica. En contraposición con el mercado regulado, aquí vale todo, no hay responsabilidades cuando se descubre el engaño, ni derecho a devolución.
El pueblo, que no ha superado el sentimentalismo pese a la ilustración -aunque sea dirigida-, tropieza una y otra vez con la misma barrera, que fácilmente podría sortear con ayuda de la razón. Bastaría con que, frente a la demagogia, se entregara a la democracia real, sin embargo se ve implicado en la lucha por el poder entre facciones, ya sea otorgando legitimidad a los contrincantes, en la época de la demagogia pura, o añadiendo a la legitimidad implícita, previamente establecida en un procedimiento, su determinación por uno de los rivales en liza. De manera que, para competir en la batalla en torno al poder, hoy se acude al llamado populismo, que coloca hipotéticamente la idea de pueblo como soberano en primera línea, convenciendo a las masas, afectadas por esa idea, de que cada producto ideológico en el mercado político hace posible su autogobierno. La partida la gana el que persuade de manera convincente, maniobrando con más habilidad que el contrario, hasta ganarse mayoritariamente la confianza del electorado.
Cuando el principio de nación primaba sobre el de pueblo, la demagogia consistía en validar o legitimar hechos consumados derivados de la fuerza material; había que acatar lo que en definitiva era una imposición resultado de la lucha entre elites políticas. El papel de los nacionales era aportar la fuerza de la colectividad a la elite que se vendía como la mejor representación del espíritu nacional, es decir, la que prometía ser la expresión de la idiosincrasia de sus gentes, respetaba sus costumbres, rendía culto a la tradición y adelantaba una mejora en las condiciones de vida. Instalada la elite en el poder, cumplía con la parte de los compromisos acordes a sus intereses e ignoraba todo lo demás. Pero la revolución burguesa cambió el planteamiento elitista de la política para dejarlo intacto, es decir, modificó la forma, desplazando el principio de nación, sustituyéndolo por el de pueblo, más cercano a la multitud, como si las masas, separadas de sus elites controlaran la situación. Frente a la política como idealidad alejada de las masas conducida por las elites, se coloca la materialidad de lo político, que trasciende a la política dominada por las instituciones estatales encargadas de regir su práctica. Si desde la nación, la política se reserva a las elites, la primera propuesta requiere una intervención de las masas reducida o nula, salvo a efectos legitimadores; la segunda, apunta a lo participativo a través de un viejo pero renovado método conocido como democracia, en este caso representativa. Es como si se pretendiera que lo político trascendiera a la política en términos de masas y no de elites, rompiendo con la visión tradicional. El problema residía en que el Estado a través de sus distintas instituciones tenía que ser dirigido por una minoría, que obligadamente pasaba a ser élite en el ejercicio del poder. Por tanto, la demagogia seguía ahí pero bajo nuevas formas, si el protagonismo antes arrancaba de las elites de forma impositiva, utilizando un sistema de engaño sin convencimiento, a partir de entonces, de un lado, intervenía el pueblo convencido y, de otro, las elites acogidas a nuevas formas.
Puede decirse que hasta épocas recientes, la acción populista, ahora reconocida como populismo, carecía de relevancia porque quedaba subsumida en el término demagogia, propia del ejercicio del poder, sin embargo ha cobrado autonomía. Tal vez porque el engaño inherente a la demagogia, ante la necesidad de justificaciones del poder que impone el sistema democrático, afecta en mayor o menor grado al sistema político y haya que distinguir el programa de los aspirantes al poder de los que ya se han consolidado. Si en otros tiempos, demagogia era cantar al oído de las masas lo que querían oír para proyectarse hacia el poder y, una vez situado el demagogo, hacer oídos sordos para, lejos de imponer la tiranía de las masas, imponer su tiranía personal, ahora basta con la democracia representativa recogida en el engaño del voto. O sea que, como todos engañan, la demagogia con fines electorales ha perdido atractivo. Para establecer diferencias se habla de simple engaño material, en el caso de la demagogia, frente al del populismo, que viene a ser un engaño idealizado. El populismo o falso protagonismo del pueblo, está ahí como nueva arma basada en la palabra. Ya no se ventila sin sujeción a norma, hay que someterse a ella y guardar las apariencias, dado que en la mayoría de las organizaciones políticas se rigen por un orden jurídico irrenunciable, aunque mutable. Hay que convencer, manipular y, en definitiva, seducir, porque la fuerza, ahora económica, se encuentra al otro lado, fuera de los límites de la cuestión política, en la que el pueblo se dice soberano, pero sólo legitima a sus gobernantes. En la lucha por el poder se puede mentir, engañar, estafar sin que haya responsabilidades enérgicas previstas por el ordenamiento. A veces las previsiones jurídicas se reconducen a sanciones simbólicas de lo que se entiende como mala praxis. Con lo que el populismo hace uso del modelo de engaño propio de la demagogia para conquistar el poder político, empleando efectos escénicos para despertar emociones, avivar creencias, convirtiendo al demagogo en portador de soluciones. Se dulcifican los términos de persuasión, hasta convencer al destinatario del engaño, el pueblo, de que su producto es mejor que el que vende el contrario. Pero resulta que el fondo es el mismo, seguir generando elites, que para consolidarse como futuros gobernantes, en su condición de profesionales del marketing, adulan al pueblo o a la mayoría de sus gentes deslizando mensajes para acariciar el oído, esperando pasar de mandados a mandantes.
3.3. La retórica del discurso.
Se ha generalizado el recurso retórico al punto de que nadie que acceda a la política puede ignorarlo, porque en este plano de lo que se trata es de ganar votos y para ello hay que utilizar cualquier argumento que permita desmontar las estrategias del contrario, convenciendo de las bondades del suyo. El populismo difunde su ideología desde la retórica, improvisa cada día interpretando desde su razón la realidad. incorporándola a la ideología una vez manipulada. En el proceso se trata de jugar con el aspecto emocional del pueblo conducido por la palabra, dejando caer lo que se quiere oír [16]Acudir a la expresión sonora que emociona y persuade, dejando que la realidad camine por otra dimensión, la retórica ayuda a construir la utopía política y alienta la esperanza. Persuadir supone hacer ver la realidad desde una falsa perspectiva de particularidad. Sin embargo hoy la imagen resta protagonismo a la palabra, incluso toma su lugar. La retórica de los actos y de la imagen refuerzan un mundo de apariencia haciéndole más efectivo. Es lo sensible, la parte que completa el vacío de las ideas, de ahí que en el proceso de discurso la palabra se acompañe de gestos, de imágenes, de formas para llenar el vacío con más vacío, porque no dicen nada, ya que incluso falta la sensación estética.
Las ideas son la inconsistencia, el vacío relleno de nada, el soporte del personaje que se convierte en el símbolo de la esperanza y pasa a ser el centro del discurso ideológico. La ausencia de trascendencia de las ideas se resuelve acudiendo al reconocimiento del carisma del líder, que no es sino un producto de la propia mente colectiva. El líder es imagen y palabra sirve de guía conductor del rebaño, que se entrega a sus determinaciones asido a la esperanza de una utopía pregonada como posible. La retorica es en realidad charlatanería cuya finalidad es adular al pueblo, elevar al orador y desprestigiar al contrario, puro populismo.
Además de entregarse al personalismo del liderazgo, el discurso populista ha roto con el sentido estético de la retórica. En su afán de ofrecerse como pueblo, se queda con la palabra y descompone la imagen para llamar la atención. Con esta finalidad renuncia a lo selecto y proclama la estética de la vulgaridad. Propone un líder cercano, arropado por un grupo esperpéntico, para que las masas les acepten como uno de los suyos y les adornen de un carisma imaginario puesto que solamente lo perciben ellos [17]Es la respuesta a la incapacidad de las elites tradicionales de resolver los problemas del pueblo, la reacción desbordada que las lleva a caer en la interpretación de un pueblo desde el personalismo de unos de los suyos empujados a los altares en su imaginación desilusionada con lo precedente.
Cabe señalar que la rotura con el principio estético que ha venido rigiendo la práctica política como instrumento de captación de la voluntad del pueblo alcanza en ocasiones dimensiones considerables.
En el caso del populismo de izquierdas, que dice sentirse más cercano al pueblo, la virtud, el modelo de amejoramiento, lo selecto representativo de las viejas elites se echa por tierra como quien derriba un ídolo para poner en su lugar lo irreverente, rompiendo a menudo con los convencionalismos de la práctica política [18]La antivirtud e incluso la vulgaridad descarnada toma asiento hasta cercar las instituciones, mientras el pueblo en su reacción contra las viejas elites simplemente se entrega a la destrucción por la simple destrucción. Es la fiesta de la anarquía servida por las elites de reemplazo populista.
Propone el populismo de derechas en su discurso oportunista al aire de las nuevas realidades, romper con las elites de los Estados hegemónicos para volver a lo nacional proponiendo sus elites particulares. La inmigración, el desempleo las crisis económicas son sus argumentos de atracción que ejercen un singular efecto sobre los nacionales, desencantados porque tienen que compartir con los invitados la tarta de la riqueza nacional.
El populismo oficial quiere recuperar su poder tradicional en el Estado-nación, pero no puede librarse de la influencia del Estado hegemónico, ni superar los límites de poder que le impone el capitalismo y sus multinacionales. De ahí que no se defina, se muestre tolerante con los graves problemas irresolutos que sirven de base al populismo disidente. Sigue las consignas imperiales de su Estado hegemónico, de un lado, mientras, del otro, halaga al pueblo favoreciendo a determinados sectores y grupos de interés en la distribución de bienes para ganarlos a su causa electoral. Despliega innovaciones de progreso aparente para entretener a los electores. Su visión de la ciudadanía votante se mide a cada instante y para condicionarla se entrega permanentemente al ejercicio de la retórica de la palabra y la imagen, para difundirla en interés de una mayor efectividad diseña la propaganda, adaptándola a las circunstancias.
3.4. El dominio de la propaganda.
La retórica sin difusión es palabra muerta si falta el auditorio, lo que no sucede con la propaganda, dispuesta para ocupar todos los espacios ideológicos al estar respaldada por el poder oficial. Sus efectos son evidentes al venir etiquetada con una marca de valía. Por ello, la lucha por el poder en el populismo incluye alcanzar mayores cotas en la difusión de sus ideologías, lo que le permite construir su propaganda. En este punto el populismo oficial juega con ventaja, ya que en la distribución de las cuotas de difusión, cuando existen, se lleva la parte sustanciosa. Los otros populismos, en tanto no alcanzan derecho a cuota de difusión de su propaganda, la utilizan bajo la fórmula de publicidad comercial. En este plano se encuentra devaluada. La razón es que la propaganda goza de presunción de credibilidad, mientras la publicidad se sujeta a valoración para determinarla.
Entendida la propaganda como el instrumento idóneo de difusión de la ideología, y la acción política reconducida a ofertar a la ciudadanía sus méritos, ha pasado a ser el armamento moderno que permite librar la lucha por el poder. Cuando un conjunto de ideas transformadas en ideología, por su propensión a la praxis, adquiere consistencia, en virtud de la aceptación por un buen número de individuos dominados por el grupo que la representa, aspira a convertirse en dogma oficial generalizado, se hace imprescindible el uso de la propaganda. Dada su capacidad de influencia al reunir energía suficiente para hacer presente las ideas ajenas en la mente colectiva, imponiéndose como conductora del pensamiento general, la lucha por el poder requiere el dominio de los medios de difusión.
Se ha acostumbrado a gozar en exclusiva del uso de la propaganda, al disponer del control de los aparatos ideológicos oficiales y de buena parte de los medios de difusión. Por otro lado, al tomar el control de las instituciones estatales, la acción política se mueve en sus actuaciones en la dirección de la ideología oficial, con lo que su poder es abrumador. Su forma particular de populismo incluye mostrar como populismo decadente las ideologías de sus adversarios, presentándolas intelectualmente como sofismas y, en términos de sociedad de masas, como engaño, con su carga de espectáculo, de tal manera que esta las asuma en tono irónico. Las del populismo oponente pasan por la rutina de desacreditar lo acreditado, con la vista puesta en la cuestión de fondo, que no es otra que atraer a las masas para que, al amparo de la democracia representativa, las coloquen en la condición de elite en la praxis política.
Actualmente, la política, en la parte que afecta a lo político, se define en términos de lucha por el poder. El ejercicio del poder, que es la parte visible de lo que se llama política, tiene como finalidad gobernar a las masas. La gobernanza pasa por cumplir con el ordenamiento jurídico desde un principio de autonomía basado fundamentalmente en el mantenimiento del orden social en el marco estatal, junto con la gestión de ingresos y gastos, imponiendo al pueblo sus particulares criterios jurídicos, de orden interno, de relaciones internacionales y de recaudación, como tarea soporte de la gestión política, seguida de la distribución a su criterio. El pueblo paga, en su condición de avalista de la política, pero no gestiona ni dispone en este punto de derecho alguno. El terreno donde se decide la lucha por el poder, el gobierno y el reparto es el ocupado por la colectividad de masas que se concreta en términos territoriales como pueblo, definido en orden a su identidad e idiosincrasia. El método de lucha es el debate sobre los componentes de lo popular y la práctica el llamado populismo, con lo que el modelo político soportado en una ideología no puede entenderse al margen del populismo en sus distintas variantes -oficial, nacionalista y popular- puesto que es la nueva forma de hacer política.
El nuevo populismo ha tomado de sus precedentes lo sustancial, el aspecto comercial: el culto a la idea de pueblo y el retorno al líder como símbolo del grupo. Lejos de seguir una dirección decidida, se mueve en términos de oportunismo, cultivando las demandas del momento. No es definitivo, se construye cada día en términos de pueblo atendiendo a sus necesidades debidamente encauzadas en la medida de intereses particularizados. Si bien el grado de ilustración haría previsible la reacción de las masas en las sociedades avanzadas frente al populismo de nuevo cuño, perdida la esperanza se entregan a la utopía como alternativa, aunque siempre queda a salvo la ironía y el espectáculo visto como entretenimiento.
Conviene destacar que el sentido de la propuesta populista responde a un principio sustancial que hoy se agudiza por el avance en el desarrollo de la democracia. Se nota el reforzamiento de la pretensión de autogobierno de los pueblos. La vieja cuestión hábilmente solapada, hoy se reconduce al proceso electoral y al control de la sociedad civil desde los grupos representativos de diversos intereses particularizados que pugnan con los intereses generales, pero que son disfrazados en defensa de hipotéticos valores como igualdad, justicia, solidaridad y libertad interpretados a conveniencia. En tales casos se aprecia la propensión a tomar una dirección elitista, porque, pese a los avances de la civilización y el proceso de ilustración, se sigue considerando que las masas no disponen de las condiciones para gobernarse por su cuenta. La apreciación no deja de ser aceptable, pero sometida a plazo de caducidad.
Más allá de las luchas por el poder temporal, hay otra realidad de fondo que domina la situación: el capitalismo como poder. Es el que determina la marcha de la sociedades en un panorama de totalidad. El Estado y el Derecho son los principios del orden capitalista que no pueden ser sorteados, con lo que cualquier lucha por el poder y el ejercicio de la gobernabilidad debe atenerse a ambos. Asimismo, la democracia representativa establece las reglas del juego de la lucha por el poder y cualquier intento de salirse de sus límites rompe las reglas por las que se rige la política.
Pese al despliegue de cortinas de humo, el populismo no es mas que una estrategia, en la que se nota la presencia del capitalismo para frenar el avance de las masas en la construcción de su futuro político que desemboca en la democracia real. Por eso se vende el pueblo dirigido por el grupo con su líder, de manera que el principio de la diferenciación elites y masas no desaparezca y las masas sigan gobernadas. La aspiración populista de liquidar viejas elites consiste en poner otras en su lugar como elites de reemplazo, con lo que el problema de fondo se perpetua. Así, el pueblo no se autoconstruye se le construye. Finalmente no hay que ignorar que los populismos relevantes se financian con el dinero del capitalismo.
Bibliografía citada
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Herzen, A., "El desarrollo de las ideas revolucionarias en Rusia", Siglo XXI, 1979.
Laclau,E., "La razón populista", FCE, 2005.
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Lechner, N., "La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado", Siglo XXI, 1986.
Mouffe, Ch.,"En torno a lo político", FCE, 2007.
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Shils, E., "The Torment of Secrecy", Ed., 1956.
Taguieff, P., "L"illusion populiste", Flammarion, 2002.
Autor:
Antonio Lorca Siero
Febrero de 2017
[1] En cualquier debate, no se puede dejar de considerar que la pol?tica, como dice Lechner, N., ?La conflictiva y nunca acabada construcci?n del orden deseado?, Siglo XXI, 1986, est? dirigida en ?ltimo t?rmino a la construcci?n del orden social.
[2] En este punto se toma como referencia la distinci?n entre lo pol?tico y la pol?tica, que puede verse en Mouffe, Ch.,?En torno a lo pol?tico?, FCE, 2007, quien entiende lo pol?tico como la dimensi?n del antagonismo constitutivo de las sociedades humanas, mientras que la pol?tica es el conjunto de pr?cticas e instituciones a trav?s de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de lo pol?tico.
[3] Populismo es para Shils, E., ?The Torment of Secrecy?, Ed.1956, una ideolog?a que identifica la voluntad del pueblo con la justicia y la moral, pero de la que se desprende un cierto resentimiento contra el orden social impuesto por la clase dirigente que ha asumido el monopolio del poder, la propiedad, el abolengo y la cultura.
[4] Se viene se?alando que los or?genes del populismo, en el orden intelectual se remontan alrededor de 1856, con Herzen, A., ?El desarrollo de las ideas revolucionarias en Rusia?, Siglo XXI, 1979, y en cuanto a la acci?n, al Partido del Pueblo en USA, en 1892. En ambos ambos casos se coincide en otorgar un protagonismo real al pueblo frente al Estado, que va m?s all? de la te?rica presencia que emana de la democracia representativa, haciendo de ?l punto de referencia de la acci?n pol?tica.
[5] Este modelo ha sido objeto de an?lisis por autores como Pipes, Knight, Weyland, Fallers, Roberts, Meyer, Knight, Aboy,Touraine, Worsley, Savarino o Zizek, entre otros.
[6] Laclau,E., ?La raz?n populista?, FCE, 2005.
[7] Tal como la entiende Schmitt,C., ?El concepto de lo pol?tico?, Alianza, 1998.
[8] Hay que explotar el antagonismo porque, a decir de Laclau , E. ? Politics and Ideology in Marxist Theory?, London Humanities Press, 1977, el populismo comienza donde las demandas populares-democr?ticas son presentadas como opciones antag?nicas de la ideolog?a del bloque dominante.
[9] Para Canetti, E., ?Masa y poder?, Muchnik E., 1981, el antagonismo amigo/enemigo, se transforma en agonismo Defini?ndose el enfrentamiento en t?rminos nosotros/ellos, se suaviza y el enfrentamiento no llega a la propuesta violenta.
[10] Es una ideolog?a que emerge de las relaciones reales aprovechadas pol?ticamente por los m?s aventajados que como dice Elliott, A., ?Teor?a social y psicoan?lisis en transici?n?, Amorrortu, 1991, permite establecer una relaci?n imaginaria de los individuos con su existencia social
[11] Se habla de capitalismo decadente aquel cuyo objetivo no es propiamente capitalista -invertir capital para crear m?s capital-, sino el que est? guiado por el principio de simple acumulaci?n de riqueza personal y ajeno al sentido din?mico del capitalismo.
[12] Hermet, G., ?El populismo como concepto?, en Rev. de Ciencia Pol?tica , 2003, ha se?alado esta caracter?stica del populismo al definirse en primera instancia por la temporalidad antipol?tica de su respuesta presuntamente instant?nea frente a los problemas o aspiraciones que ninguna acci?n gubernamental tiene en realidad facultad de resolver o de colmar de manera inmediata.
[13] Incluso el populismo oficial, al servicio del capitalismo, cara a la ciudadan?a juega con la apariencia de tratar de ser anticapitalista dictando disposiciones que dicen controlar la actividad de las empresas, pero lo que las resta, para atender a las demandas ciudadanas, acaba por d?rselo con intereses por otro lado.
[14] Afirma Freidenberg, F., ?La tentaci?n populista:una v?a al poder en la Am?rica Latina?, S?ntesis, 2006, que el populismo es la respuesta a la frustraci?n de las clase bajas y las clases medias a la ?lite pol?tica incapaz de resolver los problemas sociales y econ?micos b?sicos
[15] Taguieff, P., ?L?illusion populiste?, Flammarion 2002, dice que el mensaje de cualquier populismo es el rechazo de la mediaci?n, juzgada como in?til y superflua, como restrictiva o perjudicial; este rechazo puede ser retratado como un sue?o de inmediatez, de cercan?a, de contacto directo, de transparencia o de retorno a lo original.
[16] En este punto Canovan, M., ?Populism?, Houghton Mifflin Harcourt P, 1981, observa que el populismo es una forma de acci?n pol?tica de contornos difusos que situando en el centro del discurso al pueblo su verdadero objetivo es provocar una en?rgica reacci?n emocional ante el auditorio.
[17] Como dice Freidenberg, F., ?La tentaci?n populista:una v?a al poder en la Am?rica Latina?, ob. cit., es un estilo de liderazgo basado en la relaci?n personal, directa y paternalista con sus seguidores, en la que no se reconoce mediaciones extrapersonales; de manera que sobre la base de una relaci?n clientelar, el l?der pasa a ser la v?a exclusiva y excluyente para mejorar las condiciones de vida del pueblo.
[18] Su modo de participaci?n, como observa Arditi, B., ?Pol?tica en los bordes del liberalismo?, Gedisa, 2009, se aleja de las reglas de etiqueta o ?modales de mesa? de las ?lites pol?ticas sin pedir disculpas por su brusquedad.
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