1ra edición: Sihanoukville, 11 de enero de 2011 en
http://albeiror24.wordpress.com/article/la-virgen-de-los-sicarios-de-fernando-12v5ymiwunp3l-10/
http://www.mundoculturalhispano.com/spip.php?article5801
Segunda edición revisada y ampliada, Kep City, 23 de mayo de 2013.
Abstracto
Análisis crítico de la novela del escritor colombiano Fernando Vallejo, La Virgen de los Sicarios, publicada por Alfaguara en 1994. El análisis es hecho por un hijo de las comunas de Medellín, uno de los temas centrales de la obra.
Abstract
A review on the work The Virgin of the Assassins by Colombian writer Fernando Vallejo. The analysis is made by an inhabitant of the Medellín poor barrios, the main scenario of the Vallejo"s work, where the topic of urban violence is centralized.
Contacts and comments: [email protected]; Twitter: SDBofCambodia
Introducción
"Las comunas son, como he dicho,tremendas. (…) casas y casas y casas, feas, feas, feas, encaramadas obscenamente las unas sobre las otras…" (LVS 56). Foto de la cuadra en donde crecí en el barrio Doce de Octubre,la "Comuna" Noroccidental. |
Terminé de leer la novela, tal vez la más célebre, del maestro Fernando Vallejo, mi conciudadano, no sólo por colombiano – o anticolombiano -, sino también por medellinense, aunque en este punto habría que discutir si ambos pertenecemos o no a la misma ciudad, pues en su novela hace una división de la misma que yo ya había revelado anónimamente a mis compañeros de clase en la Universidad Pontificia Bolivariana, aunque la propuesta de renominar las dos ciudades es suya y apoyo la iniciativa.
Dice el maestro Vallejo que "Medellín son dos ciudades, la de abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en las montañas, rodeándola" (LVS, 82) y agrega además: "Yo propongo que se siga llamando Medellín a la ciudad de abajo, y que se deje su alias para la de arriba: Medallo" (LVS, 84). Esa propuesta es en verdad un hecho y por eso puedo decir que Vallejo es de Medellín y que yo soy de Medallo, pues es de allí de dónde vengo y por lo cual me ligo íntimamente a esta obra.
También debo decir que he leído varias críticas a la obra y que ninguna me convence completamente, porque da la impresión de miradas muy superficiales, al mismo tono con que se mira la realidad de Colombia, desde una perspectiva generalizada, casi temerosa, que cae en conceptos etiquetados.
Frases que se sacan de contexto, intelectuales que quieren manejar el tema del sicariato, de la violencia, de Medellín y Medallo, de Colombia, como si supieran mucho. Un crítico costarricense incluso concluye que Medellín es la ciudad maldita, al sacar las frases lapidarias de Vallejo que dice "eran los demonios de Medellín, la ciudad maldita (…)" y "mi Medellín, capital del odio" (LVS 82) y otro asegura que Vallejo es racista porque despotrica del mestizaje: "De mala sangre, de mala raza, de mala índole, no hay mezcla más mala que la del español con indio y el negro (…)" (LVS 90). Respecto a todas esas críticas, con sus debidos valores, pienso que es como aquel director inglés que intentó hacer una formidable película sobre Pablo Escobar con actores mexicanos y escenas en Texas.
Hay entonces una ventaja de aquel que no sólo conoce las dos ciudades a las que se refiere Vallejo, Medellín y Medallo, sino que es hijo de una de las dos, Medallo, siendo el autor hijo de la otra. De alguna manera se trata de un complemento entre ambas, como lo es la simbiosis entre Fernando y Alexis-Wilmar. En el caso, la novela es de Vallejo-Medellín y la crítica es de Albeiro-Medallo. Algo así como si Alexis-Wilmar hubiera sobrevivido, estudiado algo y leído la novela para después dar su apreciación.
Si tuviera que rescribir esta obra, sin duda no podría hacerlo desde el Fernando de Medellín, sino desde el punto de vista del Alexis-Wilmar de Medallo. Como para el maestro Vallejo la primera persona narrante es la más conveniente en literatura porque "¡No sabe uno lo que uno está pensando va a saber lo que piensan los demás!" (LVS 16), de la misma forma puedo concluir que una crítica literaria en primera persona es más conveniente y detallista que una crítica escrita desde Costa Rica sin conocer Medellín, mientras se elaboran especulaciones.
Barrio Santo Domingo Savio. |
A manera introductoria puedo decir que es una novela estupenda. Su narrativa es dinámica, poética, especialmente descriptiva y rica en juegos gramaticales, sin nada postizo, sin nada que le sobre, sin nada que le falte.
Cierto que es una de las más grandes creaciones de la literatura colombiana y es lamentable que muchos han tratado de ignorarla, puesto que toca la llaga de muchos problemas actuales y el aurea de diferentes instituciones nacionales que le crean enemigos. La diferencia es que Vallejo ha alcanzado un gran prestigio internacional, el mismo que no pudieron a su tiempo escritores como Vargas Vila o Porfirio Barba Jacob, personajes que recibieron un gran desprecio de parte de la sociedad agudamente conservadora de su tiempo. Incluso lumbreras como el maestro Tomás Carrasquilla o El Brujo de Otraparte, Fernando González Ochoa, tuvieron sus oponentes de peso que los acallaron y que apenas en la actualidad repuntan con creciente valor. Por su parte, Fernando Vallejo puede sentirse satisfecho de que tiene muchos simpatizantes dentro y fuera de Colombia y eso le da fuerza a sus obras y una gran influencia en el pensamiento colombiano de hoy. A pesar de la situación social, política y económica en que se encuentra el país y de un estado lamentable de sus instituciones corroídas por la corrupción, la megalomanía, la retórica vacía y la inoperancia, la Colombia de hoy no es la que vivió Vargas Vila o Barba Jacob o Fernando González Ochoa, en donde las conciencias eran cerradas por las llaves de la Iglesia de entonces, por la absoluta ignorancia del pueblo y la arrogancia de las oligarquías. En la Colombia de hoy es más posible escuchar voces como las de Fernando Vallejo, de esas que llaman al pan, pan y al vino, vino.
Leí la Virgen de los Sicarios el 2 de enero de 2009 en la ciudad marítima de Kep, en Camboya. Vine solo a este balneario lleno de franceses a descansar y me encerré en un hotel con Vallejo. Ya había visto la película y leído numerosas críticas, algo opuesto a lo normal y los colombianos no somos amigos de seguir las leyes regulares de este mundo. La razón de que leyera la obra a lo último, es que en Camboya no hay obras hispanoamericanas ni en español ni en inglés ni en chino. Camboya se encuentra en este momento de su historia mirándose el ombligo y hambrienta de dólares. Se miran a los extranjeros como cerdos, por kilos de dólares. Tengo la segunda edición de Alfaguara publicada en Santafé de Bogotá en julio de 2000 (digo Santafé porque así se llamaba Bogotá ese año y según el libro).
Respecto a la película, aunque impresionante, creo que tiene escenas muy postizas. Recuerdo a mi profesor de cine en la UPB que decía que una novela hecha cine siempre sería un desastre.
"Hasta allá subí a buscar a la mamá de Alexis y de paso a suasesino. Vi al subir los "graneros",esas tienduchas donde vendenyuca y plátanos, enrejados ¿para qué no les fueran a robar lamiseria? Vi las canchas de fútbol voladas sobre losrodaderos. Vi el laberinto de lascalles y las empinadasescaleras. Y abajo la otra ciudad,en el valle rumoroso…" (LVS 86) |
Otra cosa que me une a la obra, además de ser un hijo de las comunas, es que soy salesiano de Don Bosco. Vallejo es exalumno salesiano, lo que no creo tenga muy contentos a los miembros de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, porque en la novela son algunos de los damnificados. Hace varias referencias a los salesianos y a Don Bosco que ofenderían a cualquiera que se siente parte de la Familia Salesiana y aprecie todo el valor y el alcance social de las obras del santo de Turín en todo el planeta. Seguramente esta misma crítica me traerá antipatías debido al valor que le doy a la obra como pieza de la literatura colombiana y como un material sociológico e histórico de gran importancia. Pero asumo el riesgo. En ese sentido, creo que las ideas que el autor expresa sobre la Iglesia, sobre los salesianos, sobre Don Bosco, sobre María Auxiliadora, sobre Medellín, sobre nuestra raza paisa, sobre Colombia, pueden ser tomadas de muchas maneras. Una es que son apreciaciones personales del autor, otra es que son llamadas de atención sobre la anomalía de ciertas realidades. El título mismo puede parecer chocante a los salesianos, tan devotos de María Auxiliadora. Pero señala una realidad indiscutible: ¿Cómo es posible que semejante devoción, de tanto respeto y admiración, haya terminado en una anomalía devocionaria como amuleto de sicarios? En particular, como salesiano, no me siento ofendido, sino cuestionado, como me siento cuestionado sobre lo que quiere decir el autor con sus afirmaciones tajantes hacia las comunas en donde crecí, mi Medallo, o hacia Medellín, o hacia nuestra raza o hacia Colombia. Como me sentí indagado en el íntimo de mi identidad colombiana cuando el maestro Fernando Vallejo renunció a su nacionalidad colombiana.
Por mi parte, a pesar de que tengo radicales diferencias de pensamiento con Vallejo, creo que se trata de uno de los grandes de nuestra literatura y de nuestra filosofía criolla. Grande como un Andrés Caicedo, como un Fernando González Ochoa, como un Gonzalo Arango, como un Gabriel García Márquez, como un Jorge Luis Borges… De este Fernando Vallejo diría nuestro Fernando González Ochoa si lo hubiera conocido, que sería uno de los frutos de la autenticidad, la cual abogaba él. Definitivamente Vallejo le hubiera gustado a González. Hubiera gozado con él, como decimos en Medallo. Se hubiera deleitado oyéndolo decir esas cosas que dice de Colombia, como que es un país asesino. ¿Acaso no dijo González también cosas similares? "Colombia es un país de malas pasiones" y después "Ninguna ciudad tan vil como Bogotá" (Sin el Santafé) (Salomé 22).
Qué risa oír a estos enemigos de lumbreras como González y Vallejo condenándolos con esa autoridad chillona de la ignorancia. Hace poco un artista camboyano, fotógrafo, exhibió unas apsaras desnudas, como en los tiempos antiguos, como están escarpadas en las rocas de Angkor Wat. Obras bellísimas, cuerpos voluptuosos de doncellas, como aquellas que seguramente bailaron para los reyes angkorianos. Avemaría, se vino una avalancha de críticos condenatorios diciendo que el artista era un vulgar ofensor de la cultura camboyana. Así que, Fernando, no sufras por palabras necias, si es que sufres, que de todo hay en la viña del Señor. Qué tendríamos qué decir pues de las obras de Michelangelo, de Da Vinci ¿qué ofenden la cultura de occidente? Qué tendríamos qué decir de La Virgen de los Sicarios porque desnuda nuestras realidades más íntimas. La violencia se tomó las calles de Colombia y de América (incluida Costa Rica). La violencia es hija de la pobreza. La política, la economía, la religión, las costumbres, el idioma, todo nuestro entorno, se permeó de violencia. Esa es la denuncia de la obra. Esa es la realidad sobre la cual tenemos que trabajar. A eso hay que llamarlo por su nombre, en un país en donde todo se oculta, en donde "nadie vio aunque todos vieron" (LVS 30).
Trama
La trama es simple e intensa: un hombre maduro, de nombre Fernando, intelectual, regresa al país después de muchos años de ausencia y en particular a su ciudad natal, Medellín. Este Fernando es un gramático y un escritor. Sin duda se trata del mismo Fernando Vallejo. Pero al regresar a su ciudad, encuentra muchas cosas diferentes a las que él conoció, especialmente una situación de violencia. Homosexual, busca un joven amante y encuentra a Alexis, un muchacho de las comunas. Pronto descubre que este muchacho es un sicario. La historia se ubica después de la muerte de Pablo Escobar en 1993, lo que hizo que las bandas de sicarios que estaban al servicio del mayor capo del narcotráfico, se quedaran sin el empleo que les proporcionaba las mafias. Los sicarios se van por la ciudad y cometen numerosas atrocidades. Uno de ellos es Alexis, el amante de Fernando. Ambos recorren la ciudad, especialmente visitando templos y Fernando relaciona los recuerdos de su niñez con lo que ve en el presente, mientras Alexis se convierte en el ángel de la muerte, asesinando a todo aquel que se cruce en sus caminos y que provoque el descontento de ambos.
El clímax de la obra se alcanza cuando Alexis es asesinado por dos sicarios en una moto. Esto lleva a que Fernando busque por el asesino. En su búsqueda conoce a otro muchacho con el cual inicia una relación bajo las mismas condiciones de la anterior.
Este segundo muchacho también es un sicario, se llama Wilmar y Fernando lo relaciona completamente con Alexis. De igual manera, Wilmar sigue siendo el ángel exterminador mientras sigue el itinerario de visita a templos, hasta que La Plaga, un amigo de Alexis, le dice a Fernando que Wilmar es quien mató a Alexis. Cuando Fernando quiere matarlo para vengarse, no se atreve porque lo ama y porque Wilmar le dice que mató a Alexis porque este había asesinado a su hermano.
La conclusión de la obra se da cuando Fernando le pide a Wilmar que se vayan del país, pero el muchacho le dice que quiere ir a la casa a despedirse de la mamá. Fernando lo espera en el apartamento, pero recibe una llamada de las autoridades que le dicen que debe ir a identificar el cadáver de un muchacho que tenía su número telefónico. Cuando Fernando va a la morgue, descubre que es Wilmar.
Personajes
2.1. Personajes principales
Los tres personajes principales representan las dos ciudades de las que habla Vallejo: Medellín es de Fernando, el símbolo de la ciudad ordenada, tradicional y agobiada por la violencia; y Medallo es la de Alexis-Wilmar, la cuna de la violencia. La relación entre Fernando y Alexis-Wilmar es el símbolo del amor entre Medellín y Medallo, las dos ciudades que están unidas por el amor y la tragedia de la violencia.
Alexis y Wilmar se unen en un solo personaje por su continuidad y por la identificación que el mismo Fernando hace: "Le dije a Alexis, perdón, Wilmar (…)" (LVS 92) y "De qué le estaría dando gracias Alexis, perdón, Wilmar, a la Virgen?" (LVS 95). De hecho, Fernando conoce a Wimar después de una oración que hace en la iglesia de La América: "Entré, y en el primer altar, el del Señor Caído, arrodillándome, le pedí al Todopoderoso que puesto que no me mandaba la muerte me devolviera a Alexis. A Él, que todo lo sabe, lo ve, lo puede" (LVS 90). En cierta manera, Wilmar es el cumplimiento de un milagro: es el regreso de Alexis. Tiene como el primero, lo ojos verdes (comparar LVS 9 y 119).
Fernando:
Un hombre mayor, en sus cincuenta, escritor y gramático, homosexual. Regresa a la ciudad después de años de ausencia. Su casa quedaba en el Barrio Bostón. La descripción física es poca, quizá porque la historia es narrada por el mismo personaje. En un momento determinado Fernando motiva los asesinatos cuando Alexis-Wilmar comienzan a disparar contra todo aquel que es criticado por este. Se da una simbiosis entre el sicario y el autor intelectual: Fernando valora la vida de las víctimas, como símbolo de la realidad colombiana en donde el autor intelectual señala a los muchachos a quien matar, pero no disparan ellos mismos. La única víctima directa de Fernando es un perro callejero herido y atrapado en un caño cuyas esperanzas de vida son pocas (LVS 77). Los dos personajes sienten pesar y Fernando decide que es mejor matarlo para que no sufra más. Sorprendentemente Alexis se siente incapaz de hacerlo y entonces lo hace directamente Fernando.
Alexis:
Un adolescente de los barrios populares, sicario, homosexual. Su casa queda en el Barrio Santo Domingo Savio. Su padre murió asesinado. Su madre tiene hijos con otro hombre que la abandonó. Miembro de una banda de sicarios al servicio de Pablo Escobar. Los miembros de la banda fueron todos asesinados y Alexis es el único sobreviviente. La banda también estaba en problemas territoriales contra una banda del barrio La Francia. Dos elementos reiterativos: ojos verdes y llevaba tres escapularios. Llevaba siempre una pistola que se ponía al cinto, entre los pantalones.
Wilmar:
Adolescente también de los barrios populares y sicario, su casa estaba en el Barrio Santa Cruz. Alexis había matado a su hermano y lo buscaba para vengarse. Le decían Laguna Azul porque se parecía al personaje de esa película. El personaje asume completamente la identidad de Alexis, es su continuación, aunque haya sido su asesino. Tiene también ojos verdes y el carácter no lo distingue para nada del anterior. Dice las mismas cosas y reacciona de la misma manera, por ejemplo, matando.
Personajes secundarios
El Difunto: Es un persona casi omnisciente que aparece y desaparece durante toda la obra. Su pequeña biografía se encuentra en LVS 43: Lo habían acribillado, lo estaban velando y en el velorio se despertó, de ahí el nombre. Previene a los personajes principales de atentados contra su vida (dos veces) y les cuenta historias suplementarias como la muerte de El Ñato.
La Plaga: También es un joven sicario, amigo de Alexis. Su nombre es Heider Antonio, pero Fernando no está seguro (ver LVS 35). Es quien le dice a Fernando que Wilmar es Laguna Azul, el asesino de Alexis.
La mamá de Alexis: Aparece una sola vez en la historia. Su corta biografía se recuenta en LVS 86-87. Tiene tres niños pequeños, hijos de otro hombre que la había abandonado, mientras el papá de Alexis había sido asesinado. Ella le da información a Fernando sobre el asesino de Alexis, un muchacho de los lados de Santa Cruz y La Francia que llaman Laguna Azul.
José Antonio: Amigo de Fernando, un proxeneta, presta su casa en donde hombres adultos se encuentran con muchachos para tener relaciones. Es en su casa en donde Fernando conoce a Alexis.
El Ñato: Un personaje extraño que Fernando dice fue asesinado dos veces. Era homofóbico (LVS 106 – 108).
Difuntos
A través de la obra se presentan una serie de asesinatos perpetuados por Alexis-Wilmar y en la mayoría de los casos animados por el mismo Fernando: "Basuqueros, buseros, mendigos, policías, ladrones, médicos y abogados, evangélicos y católicos, niños y niñas, hombres y mujeres, públicas y privadas, de todo probó el Ángel, todos fueron cayendo fulminados por su mano bendita, por la su espada de fuego" (LVS 103).
1. Un ladrón obeso asesina a un joven por robarle el carro (LVS 19).
2. Un mendigo amanece acuchillado a la entrada del edificio en donde viven Fernando y Alexis (LVS 26). El muerto no es de ambos, pero denuncia la muerte de indigentes en Colombia: "les están sacando los ojos para una universidad".
3. Alexis asesina al punkero que no le gusta a Fernando porque hace ruido en la noche (LVS 26).
4. Se narra la muerte de Pablo Escobar, histórica (LVS 33-34 y 61).
5. Muerte de tres soldados que hacen una requisa (LVS 38).
6. Se narra la muerte histórica de Luis Carlos Galán (LVS 40).
7. Alexis asesina a un transeúnte que se tropieza con ellos y los insulta (LVS 40-41).
8. Alexis asesina al taxista que se negó a bajar el volumen del radio por solicitud de Fernando. Cuando se bajaron, el muchacho le disparó y el taxi atropella a una señora con dos niños (LVS 47-48).
9. Alexis asesina a una camarera que los atiende mal (LVS 49).
10. Alexis asesina cuatro gamines que están atacando a un joven policía desarmado (LVS 54). Es una parodia de la justicia en Colombia: el que debería proteger, es en cambio protegido. Es el sicario y quien lo manda quien posee la verdadera autoridad y quien decide quién vive y bajo qué leyes. Los policías son vistos como otros delincuentes o como seres indefensos, como en este caso en el que se trata de lo que se conoce como policía-bachiller, un muchacho que presta su servicio militar en la policía y que cuida las violentas calles desarmado: "El policía, uno de esos jovencitos bachilleres que están reclutando ahora para lanzarlos, sin armas y atados de manos por las alcahueterías de la ley, al foso de los leones (…)".
11. Unos sicarios que iban a matar a Alexis y a Fernando, asesinan a una señora embarazada (LVS 62).
12. Alexis asesina a un mimo que se burla de un anciano y a una persona que hace un comentario sobre esa muerte (LVS 64 – 65).
13. Alexis asesina a seis borrachos en una cantina (LVS 67).
14. Alexis asesina al guardián de la tumba de Los Priscos que les hace un mal comentario (LVS 71): Otra parodia a la violencia. Los Priscos fueron la banda de sicarios más fuerte de Medellín y todos asesinados fueron enterrados en un pomposo mausoleo en el cementerio de San Pedro en donde fue ordenado poner la música que ellos oían en vida por espacio de quince años. Para cuidar que nadie se robe el equipo, se pone a un guardia. La muerte de este al lado de la que fuera la más temible familia de matones de la ciudad, es una burla más de la violencia.
15. Alexis asesina a dos niños que pelean y a cuatro espectadores de la pelea (LVS 72).
16. Alexis mata a sicarios que iban a matarlos (LVS 72-73).
17. Alexis mata a un carretillero desde un taxi porque Fernando le dijo que estaba torturando un animal al hacerlo trabajar y mata al taxista para no dejar testigo (LVS 76).
18. Alexis es asesinado por Laguna Azul (LVS 78).
19. Wilmar asesina a un hombre que silbaba en la calle y que molesta a Fernando. Después Fernando descubre que era el hombre obeso que había matado al muchacho por robarle el carro (LVS 99). Otro ciclo de violencia que recuerda el adagio "quien a fierro mata a fierro muere".
20. Wilmar asesina a una señora con dos niños en un bus porque los niños estaban molestando y no eran controlados por la mujer. Al bajarse del bus, asesina al conductor porque se tarda en abrir la puerta (LVS 101).
21. Wilmar asesina a un mendigo que pide en el bus (LVS 103).
22. Historia de la muerte de El Ñato (LVS 106 – 108).
23. Wilmar es asesinado cuando va a despedirse de su mamá para irse con Fernando (LVS 116).
Personajes históricos
Una serie de personajes históricos afectan la historia.
Pablo Escobar: Este personaje tiene una gran importancia en la obra porque es señalado como uno de los principales responsables de la violencia y del sicariato. Con su muerte, los sicarios sin empleador van por la ciudad cometiendo crímenes atroces.
Virgio Barco: El presidente de Colombia que declaró la guerra al narcotráfico, es visto por el autor con gran simpatía.
César Gaviria: Su nombre no es mencionado, pero es visto por el autor con gran antipatía. Durante su gobierno se dio la muerte de Pablo Escobar.
Padre García Herreros: Sacerdote eudista, muy apreciado en Colombia por sus obras de caridad pública conocidas como El Minuto de Dios, por un programa de televisión que era de un minuto. Logró recaudar fondos para construir casas para los pobres. Su nombre se ha incluso introducido para causa de canonización. Pero para el autor, su acción no es buena porque ayuda a promover más pobreza e incluso lo relaciona con las mafias al, según el autor, recibir donaciones de los mafiosos.
Cardena Alfonso López Trujillo: Un hombre controvertido en Colombia y con muchos enemigos dentro y fuera de la Iglesia. Murió en El Vaticano. El autor lo acusa de gran amistad con Pablo Escobar y de grandes robos.
Pedro Justo Berrío: Gobernó Antioquia a finales del siglo XIX y le abrió las puertas a un gran progreso. Se cuenta como uno de los grandes del orgullo antioqueño. Es mencionado varias veces frente a su monumento en el Parque Berrío, como una parodia de la que fuera una edad de oro y paz en la región.
Fidel Castro: Mencionado una vez con gran antipatía.
Luis Carlos Galán: Candidato liberal asesinado por sicarios de Pablo Escobar en plena campaña política.
Don Bosco y los salesianos: Mencionados con frecuencia debido a que el autor estudió en uno de los colegios salesianos. En Medellín sus escuelas han sido de gran prestigio y otros intelectuales han tenido que ver con los salesianos y sus obras educativas. La percepción negativa del autor hacia la Iglesia hace que presente a estos de manera dura.
Los Priscos: Una de las primeras y más poderosas bandas de sicarios de Medellín al servicio de Pablo Escobar. Fueron todos asesinados y sus restos guardados en un mausoleo al cual tiene música infinita por quince años.
Temas
Medellín – Medallo y la violencia
La violencia divide y fragmenta. La ciudad, Medellín, es presentada como un campo violento, sin reglas, en donde el que manda es el que está bien armado. Después de la muerte del mimo "El terror se apoderó de todos. Cobarde, reverente, el corrillo bajó los ojos para no ver al Ángel Exterminador porque bien sentían y entendían que verlo era condena de muerte porque lo quedaban conociendo" (LVS 66). Aunque en esta época Medellín ganó el record de ser la ciudad más violenta de América, el problema de la violencia en el continente no es ingénito a Medellín, como quieren presentarlo algunos en su afán de buscar chivos expiatorios. La violencia descrita en la obra incluye todo el país y a muchas regiones de América, bajo los mismos patrones.
El sicario, llamado "Ángel Exterminador", es el dueño de cada situación sin que exista una autoridad que ponga fin a su paso de muerte. La policía no tiene en la obra un papel protagónico, es completamente ausente, lejana y en los pocos momentos en que es mencionada se hace con desprecio, se equipara a la misma delincuencia e incluso patrocina la delincuencia cuando un sargento vende balas a Fernando sin muchos problemas (LVS 37).
El sicariato es una acción directa de las mafias sobre los barrios más pobres de la ciudad. Estos sectores, conocidos en Medellín como las "comunas", son en realidad en su mayoría antiguas invasiones que hicieron campesinos, muchos de los cuales huían de la violencia en el campo. Esto creó las dos ciudades de las que habla el autor: la ciudad tradicional, la que estaba de siempre, la de clase media y alta, en la parte baja del valle y la ciudad ilegal, sin planeación, marginal, en las laderas de las montañas.
La carencia de una presencia de Estado en estos sectores, la marginación de los planes de desarrollo, dio paso a que las mafias y especialmente las de Pablo Escobar, encontraran un caldo de cultivo para sus planes. El origen a su vez campesino de Escobar lo hizo un hombre popularmente carismático entre los sectores menos favorecidos. Sin duda, Pablo Escobar no era un tipo arrogante con el pueblo pobre y necesitado. Al contrario, actuaba como un líder que se preocupaba por sus problemas y les daba soluciones inmediatas, algo que los gobernantes tradicionales del país no tienen. A su muerte, miles de personas acompañaron su féretro y le mostraron su simpatía, aprecio y agradecimiento. Era técnicamente un Robin Hood criollo, con la diferencia de que no utilizaba flechas, sino subametralladoras y carros-bomba.
Pablo Escobar ofreció oportunidades de empleo a una población desempleada en donde abundaban los niños y los jóvenes. Trabajar con Pablo Escobar era tenerlo todo y bastaba con serle fiel, porque fallarle, era condenarse definitivamente. De ahí que en Medellín, especialmente en las barriadas populares, se comenzó a llamar como El Patrón. Nadie mencionaba directamente su nombre. No era solo trabajar como sicario. El Patrón tenía una verdadera empresa en la cual usted podía vincularse: en el departamento de distribución (las mulas de la cocaína), como transportador (llevando cocaína dentro y fuera del país en vehículos de todo tipo), como representante (testaferro), como asociado (jueces, abogados, policías, militares, médicos, periodistas, etc, comprados por el negocio de las mafias y trabajando para esta), como agente de seguridad (guardaespaldas o sicario) o en el departamento de entretenimiento (prostitución). Se trataba de una inmensa red de empleo en donde corría el dinero y muchos querían participar. Esta situación obviamente corrompería todos los mecanismos democráticos, institucionales, industriales y económicos. Haría bien pronto de Colombia una narcodemocracia (John F. Kerry, 1994), pero no sólo de Colombia: sería un problema de toda las américas en donde otras nacionalidades se verían implicadas, desde Argentina y Chile a México, el Caribe, Canadá y, claro, Estados Unidos, primer consumidor global de drogas.
La diferencia es que en Colombia el problema tocó fondo y se agudizó en Medellín.
La palabra sicario es del latín por sicca, "puñal". Un sicario era en el antiguo Imperio Romano un asesino pagado para que apuñaleara a un enemigo político. Básicamente es eso lo que la mafia genera, sin decir con ello que el fenómeno sea nuevo en Colombia. Un sicario, por ejemplo, asesinó el 9 de abril de 1949 al caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán, aunque en ese tiempo el término no estaba muy en uso. Son pues las mafias las que le dan vigencia al término. Buscan entre los barrios populares a muchachos que puedan hacer ese trabajo, el de eliminar a aquellos individuos que se declaran enemigos del narcotráfico y ponen en peligro sus redes, como magistrados, jueces, periodistas, policías, militares, etc., pero también los que traicionan la organización, los que deben y no pagan, los que roban a la organización (dentro de la mafia misma no hay corrupción administrativa) y cualquier otro tipo de uso funcional.
Un sicario puede ser cualquiera, desde un niño con el suficiente coraje hasta un hombre maduro o una mujer. La razón por la cual se hizo recurrente que los sicarios fueran muchachos, es precisamente porque estos no tienen tanto temor y se muestran firmes en lo que hacen. El muchacho tiende a ser más leal y es capaz de dar su vida por quien sabe es su amigo o su ayuda. Por ejemplo, Alexis cubrió con su cuerpo a Fernando para protegerlo. Un sicario adulto es más calculador y teme más, porque tiene mayores obligaciones. A esto dice Fernando que un sicario es: "un muchachito, a veces un niño, que mata por encargo. ¿Y los hombres? Los hombres por lo general no, aquí los sicarios son niños o muchachitos, de doce, quince, diecisiete años, como Alexis, mi amor (…)" (LVS 9).
Ser un muchacho de las comunas entre las décadas de los 70 y los 90 no fue fácil por ejemplo para mí, que crecí en esos años en medio de la Zona Noroccidental. Ser muchacho era ser sospechoso de ser sicario, no importaba si te metías o no te metías. Salir a caminar por la calle y encontrarse con policías era tensionante: te miraban con odio, con rencor, así nunca los hubieras visto ni tuvieras nada que ver con violencia. Era de entender: Pablo Escobar llegó a pagar un millón de pesos (500 dólares) por policía asesinado durante su guerra contra el Estado. Entonces todos los muchachos de las comunas de Medellín éramos sicarios en potencia. Te hacían parar contra la pared y te requisaban cuidadosamente, para buscar el famoso tote, es decir, el arma. Te pedían la tarjeta de identidad, la dirección de tu casa, el oficio de tus padres. Especialmente salir en la noche era un riesgo, porque si bien se habla de la acción de las mafias sobre nuestros barrios, no se habla de otros actores igualmente violentos y oscuros que vinieron a sembrar el terror en nuestras cuadras. Muchos jóvenes murieron acribillados en las esquinas por la metralleta de vehículos de vidrios oscuros que subían al barrio en la noche. Disparaban indiscriminadamente. Aquellos que no fuimos sicarios y que no aceptamos los negocios de las mafias en nuestras comunas, nos encerrábamos por la noche en casa a ver televisión o a hacer la tarea, para escuchar tiroteos cercanos o lejanos y saber los nombres de los difuntos al día siguiente. Éramos los sanos, como decimos por allí a los pelaos que no se meten con nadie, que no aceptan la violencia.
En 2000, cuando el maestro Vallejo publicaba en Bogotá La Virgen de los Sicarios, yo terminaba mi propia obra, una pequeña y anónima que imprimí en una imprenta menor de Medellín. La obra se llama La Flor de Loto, un cuento de muchachos de lado y lado del planeta. Es esa parte que no encuentro en la novela sicariesca, la parte de los muchachos que dijimos no a la violencia, no a la opción de la muerte y sí al estudio o a la vida pobre pero digna. Lógicamente el maestro Vallejo tiene más dinero que yo para publicar sus obras con bombos y platillos, mientras yo sigo siendo un man de las comunas y ahora en este país de pobres como voluntario, publicando lo que puedo en la red.
Recuerdo cuánto me dolía ser identificado con un sicario solo por ser un muchacho de las comunas y muchos muchachos sanos murieron por ese motivo. Nunca se supo quiénes eran esos que cometían masacres de pelaos en las noches. El rumor fue siempre organismos de seguridad del estado que elaboraban incluso listas negras. Sobre esto cae el misterio per secula seculorum, siguiendo la tradición de impunidad en Colombia. La masacre de policías dirigida por el Cartel de Medellín tampoco ha sido propiamente manejada. A mi modo de ver todas esas víctimas deben ser compensadas en la historia de nuestro país.
Lo cierto es que el mundo de las comunas es aún más complejo del que La Virgen de los Sicarios puede narrar.
Hay varias apreciaciones acerca de las comunas:
"La ciudad de abajo nunca sube a la ciudad de arriba pero lo contrario sí: los de arriba bajan, a vagar, a robar, a atracar, a matar. Quiero decir, bajan los que quedan vivos, porque a la mayoría allá arriba, allá mismo, tan cerquita de las nubes y del cielo, antes de que alcancen a bajar en su propio matadero los matan" (LVS 82). Ciertamente yo soy uno de esos que bajé. Bajé en enero de 1989, cuando mi cucho que es profesor, con mucho esfuerzo se buscó un préstamo en el Icetex para que yo estudiara en la Universidad Pontificia Bolivariana, que era su sueño. La idea en principio casi no funciona. Era en verdad un pasar de ciudad a ciudad, de Medallo a Medellín. Veía a Laureles como si estuviera en el extranjero y mis compañeros, personas que hoy amo con toda mi alma porque me acogieron, me veían en principio como a un sobreviviente. No es cierto completamente que la ciudad de abajo no subía a la ciudad de arriba. Eso lo dije arriba: los de abajo subían a exterminarnos, con sus sicarios oficiales de Estado, pagados tal vez no por las mafias, pero si por individuos fascistas deseosos de destruir las comunas para volver a la vieja Medellín (la Medellín sin tuburios, diría Escobar). Todos, todos, éramos sicarios para los de abajo. Eso hizo que pasaran cosas que no he visto publicadas en ninguna parte, como que las empresas, negocios, empleadores en general, le negaran trabajo a aquellos que veníamos de las comunas, sin importar los estudios y referencias. Bastaba que en la hoja de vida dijera La Francia, Aranjuez, Castilla, Doce de Octubre, para que rechazaran la solicitud. El único contratista era la mafia, los paramilitares, las guerrillas, las bandas criminales. Todos esos que nos etiquetaron, son culpables de abrirle el espacio a estas para que se convirtieran en los amos de las comunas.
"A machete, con los que trajeron del campo cuando llegaron huyendo dizque de "la violencia" y fundaron estas comunas sobre terrenos ajenos, robándoselos, como barrios piratas o de invasión. De "la violencia"… ¡Mentiras! La violencia eran ellos. Ellos la trajeron, con los machetes. De lo que venían huyendo era de sí mismos" (LVS 83). El autor, hijo de la Medellín tradicional, expresa la mentalidad de la llamada época de la violencia, una guerra civil no declarada que azotó el campo entre la década de los 50 y los 60. La violencia respetó paradójicamente a las ciudades y sus alrededores y se centró en las zonas rurales de Colombia. Los habitantes de la ciudad sabían que había "problemas de orden público" en el campo, pero no auténticas masacres que hoy en día no han sido completamente registradas. La misma situación pasa con la acción de los paramilitares: mientras estos masacran campesinos en el campo, las ciudades no saben de esto. Los desplazados por la violencia de hoy, son esos mismos que llegaron buscando refugio en las ciudades hace más de cincuenta años. Los terrenos ocupados por las comunas fueron en realidad áreas baldías, ubicados en las faldas de las montañas, es decir, las laderas. Esas zonas estaban contempladas como parques naturales por la ciudad tradicional y eran utilizadas como zonas de veraneo por los ricos de entonces. Si bien muchas de las tierras fueron invadidas, muchos terratenientes vendieron por lotes sus terrenos a los recién llegados, todos campesinos de las zonas más inusuales de Antioquia, Chocó, Córdoba y Sucre.
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