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La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo (página 2)


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En los barrios Florencia, Santander y parte del Doce de Octubre, mi barrio, la familia Echavarría Misas vendió lotes de su propiedad que después serían legalizados. Los Echavarría eran de los ricos de la Medellín tradicional. Otra cosa a saber es que si bien no hubo una presencia de Estado, esto tampoco es completamente certero, pues la ciudad tradicional se preocupó en crear redes de energía para los nuevos barrios, pavimentar las vías principales y se construyeron escuelas, insuficientes, pero se hicieron. Por su lado, la Iglesia hizo presencia activa entre los recién llegados con barrios en los cuales se cuenta el nombre de numerosos sacerdotes como fundadores. En los diseños improvisados de los nuevos barrios, se destinaba siempre un espacio para una Iglesia y para una escuela. La violencia somos nosotros. Sí. Como la somos todos en Colombia, todos los que se olvidan del drama del campesinado, de su marginación y de su explotación. Las comunas no fueron fundadas por Medellín: ellas son una fundación del campo colombiano a las puertas de la ciudad indiferente, para recordarle en dónde estamos. En Colombia la ciudad no va al campo: el campo tiene que venir a las ciudades a hacerlas feas para que vean que existimos.  Respecto del campesinado dice "No hay plaga mayor sobre el planeta que el campesino colombiano, no hay alimaña más dañina, más mala. Parir y pedir, matar y morir, tal su miserable sino" (LVS 84). Obviamente no creo que sea eso lo que literalmente el autor piensa del campesinado colombiano. Por mi parte, revela la conciencia de lo que la gente de la ciudad, la de Medellín, Bogotá, Cali, Barranquilla, México, Buenos Aires, Lima… piensan del campesinado, especialmente de aquel que se atreve a explorar las ciudades en búsqueda de El Dorado, como mis propios padres campesinos decidieron hace ya décadas en la idea de que en Medellín todo será mejor, como aquella canción de Luis Advis: "Vamos mujer, partamos a la ciudad. Todo será distinto, no hay que dudar. No hay que dudar, confía, ya vas a ver, porque en Iquique todos van a entender…" Es lo mismo hoy y seguirá siendo lo mismo hasta que en un país como Colombia no existan las mismas oportunidades para todos y la tierra sea propiedad de la gente y no de unos que ni siquiera viven en Colombia.

La religión y la religiosidad

El título del libro parte de un elemento del devocionario católico no sólo importante en Colombia sino en todo el mundo católico: la devoción a María Auxilio de los cristianos, llamada en la obra "la Virgen de los sicarios" debido a la devoción que estos le tienen. Esto es patéticamente real y válido de ser denunciado de esa manera.

Pero los sicarios de Medallo no son devotos sólo de María Auxiliadora: también del Señor Caído, de San Judas Tadeo, de los ángeles, de la Virgen del Carmelo y de tantos íconos de la religiosidad popular. Pablo Escobar era devoto del Divino Niño de Atocha.

Ahora que nadie venga a decir que esto es producto de la perversión de la Iglesia Católica, porque lo he visto igual de vivo en otras partes del mundo: los muchachos (otra vez los muchachos) palestinos musulmanes, atacando en nombre de Dios; los matones camboyanos, heredes de la violencia de la guerra y de los jemeres rojos, tatuándose espléndidas imágenes de Buda y de Visnú en el pecho y en la espalda para que las balas no entren. Tampoco es nuevo al mundo católico y Medellín en ello no es pionera de la religiosidad del crimen: ¿Quiénes más católicos que los mafiosos italianos? 

Tiene que ver también con ese concepto de religiosidad popular sobre el que mucho se escribe. La religiosidad popular y la religión tienen la misma cosa que la división vallejesca entre Medellín y Medallo. La religión es la de abajo, la del valle, la bien trazada y con autoridades bien delineadas. La religiosidad popular es la de arriba de la montaña, sin ley ni orden. La Iglesia Católica americana ha hecho grandes esfuerzos por conquistar la religiosidad popular, por "evangelizarla", como dice en el documento de Puebla.[1] Si bien es posible que los fieles católicos reciban una mayor formación en este aspecto, lo cierto es que la religiosidad popular es un hecho alternativo y autónomo, tan difícil de asimilar como a las mafias en una sociedad, con la diferencia que no se puede dar un valor ético a la religiosidad para concluir que es bueno o malo en sí. La religiosidad popular es la religión alternativa, en la cual no existen mandos reguladores. Ésta es el mismo pueblo y los valores que éste da a sus creencias y relaciones con lo mistérico y adquiere mayor fuerza allí en donde está ausente la autoridad religiosa.

En la novela Fernando y Alexis-Wilmar visitan siempre los templos como señal de la profunda identidad católica de la cultura colombiana. Sin embargo, en ninguno de ellos se encuentran con sacerdotes, aunque estos no están del todo ausentes. Aquellas personas que encuentran en el templo son siempre del pueblo raso. La violencia se pasea incluso en los lugares sagrados con la misma impunidad que hace en las calles. Abaleos y asesinatos en los templos colombianos y americanos han sido reales y no son una exageración literaria: ¿Acaso no murió asesinado por un sicario Monseñor Oscar Romero en la capilla del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador? Por su parte, hay una crítica tácita a una Iglesia que se pronuncia vehementemente en temas como el control de la natalidad, el homosexualismo y otros, pero se muestra tímida en el confronto de realidades tan crueles como el sicariato, las mafias, la guerrilla, los paramilitares, la corrupción, la explotación, etc., muy a diferencia de lo que hizo un pastor como Monseñor Romero en El Salvador.

La malinterpretada idea de que la Iglesia no puede intervenir en política, se convirtió en un arma de doble filo: esgrimida por los enemigos de la Iglesia cuando les conviene que ésta no se pronuncie y exhibida por algunas personas de las jerarquías para cerrar los ojos ante las evidencias de la realidad criminal.  Cuando se habla de que la Iglesia no puede intervenir en política, esto se entiende estrictamente dentro del ámbito de las disputas partidistas y electoreras. Por otro lado, la Iglesia, sea que se vea como institución divina o no, científicamente es un conglomerado social y por lo tanto, tiene responsabilidades sociales. Como a su vez es un ente social, es un ente político. Ello no quiere decir que la Iglesia colombiana no haya tomado posiciones frente a la violencia y la injusticia social, sino que no ha sido un papel activo en aquella que históricamente participó en la generación de espirales de violencia durante la primera mitad del siglo XX. En ello, la Iglesia colombiana, al mejor estilo de un Juan Pablo II, debería pedir perdón al pueblo colombiano por el comportamiento de ciertos individuos que azuzaron de manera fundamentalistas a los creyentes alineados en el rango conservador para violentar a aquellos que señalaron como enemigos de la fe y de la patria.[2]

El ícono de María Auxiliadora tiene su atracción para el mundo devoto del sicariato. Es la devoción nacida al seno de fuertes disputas y guerras religiosas en la Europa medioeval. La devoción que esgrimió Pío V en contra de los musulmanes y a la que se debe su derrota en la Batalla de Lepanto. La devoción a la que acudió Pío VII prisionero de Napoleón. Por último, la devoción de San Juan Bosco, a la que le dedicó la siguiente interesante oración: 

"¡Oh María, Virgen Poderosa! ¡Grande e ilustre defensora de la Iglesia y auxilio poderoso de los cristianos! Terrible como un ejército ordenado para la batalla, ¡Tú sola has destruido todas las herejías del mundo entero! Oh Madre querida, en nuestras angustias, en nuestras luchas, en nuestras dificultades defiéndenos del enemigo! Y en la hora de la muerte recibe nuestra alma en el paraíso. Amen."

No es que la devoción tenga en sí algún problema. ¡Por favor! No comencemos a manipular los elementos que han servido a tantos otros para inspirarse hacia el bien. Por otro lado, con Don Bosco nadie se mete (LVS 105). En este punto el maestro Fernando Vallejo olvidó leer a Garibaldi, el líder de la unificación italiana y férreo enemigo de la Iglesia, quien en 1880 dijo que no iría a Turín porque allí estaba Don Bosco.[3] En este sentido, el maestro Vallejo desconoce la trayectoria de uno de los hombres más carismáticos del siglo XIX y, como diría mi padre, hombre de las comunas a las que nunca ha subido el maestro, la excepción confirma la regla. Pero volvamos a la oración que Don Bosco compuso en un tiempo particular, en medio de una mentalidad propia de su siglo, de una Iglesia que se defendía con garra fundamentalista de las invasiones musulmanas y después se enfrentaba al avance frenético de los nacionalismos agnósticos de Europa. Se trata de la oración de un guerrero, por lo que resalta los elementos bélicos: "Virgen poderosa", "defensora", "auxilio poderoso", "terrible como un ejército ordenado para la batalla", "defensora del enemigo" y cuya tarea va incluso hasta la muerte cuando ha de recibirnos en el paraíso.

Elementos que cazan perfectamente para los sicarios que, dicho sea de paso, utilizan tres escapularios de la Virgen del Carmen (correspondiente en orden a nuestros hermanos carmelitas): "(…) tres escapularios, que son los que llevan los sicariosuno en el cuello, otro en el antebrazo, otro en el tobillo y son: para que les den el negocio, para que no les falle la puntería y para que les paguen (…)" (LVS 16).

Obviamente estas devociones sicariales no fueron una concertación de los mismos sicarios. Esto está presente en toda la cultura colombiana y paisa en particular. No eran solo los sicarios los que utilizaban escapularios de la Virgen del Carmen y le rezaban a María Auxiliadora. También yo de muchacho los utilicé bajo recomendación expresa de mi madre con el fin de evitar los peligros de la calle.

Pero María Auxiliadora recuerda también un elemento de mucho peso en las comunas: la cucha. Es decir, la mamá. No podría decir de dónde se originó la palabra "cucha". De muchachos decíamos que cucha era la contracción de cuchara, es decir, esa mujer que nos alimenta día a día. Esto nos remite entonces al papel de la mujer en la vida de las comunas. Como siempre, es la mujer la que termina asumiendo las consecuencias de las guerras y los conflictos de un país como Colombia. Las guerras son cosas de hombres. Ellos se matan unos a otros, mientras las mujeres terminan casi siempre solas. Muchos decían en las comunas que padre era cualquier hijueputa, lo que revela ya la situación a la que me refiero y que es la realidad de muchas familias allí. Muchos de esos barrios fueron levantados en realidad por mujeres, niños y el cura que llegó con ellos. Muchas de esas mujeres, como la mamá de Alexis (LVS 86-87), levantaron a sus familias solas, viudas o abandonas por sus maridos. De niño, recién llegado a la cuadra en donde crecí en el barrio Doce de Octubre, recuerdo que unos ladrones asesinaron a la entrada de su casa a uno de los vecinos. El hombre llegaba del trabajo a altas horas de la noche y cuando iba a abrir la puerta, los asaltantes lo apuñalearon. La viuda, una mujer llegada del campo, quedaba con seis hijos, cinco de ellos varones, todos pequeños, para criar. El marido era ascensorista y allí fue ella a continuar el trabajo para poder levantar la familia. De estos seis hijos se criaron cuatro: dos de ellos murieron abaleados en su adolescencia.

Ello hizo que se resaltara la figura de la madre. Las comunas, en sentido estricto, son culturas matriarcales. Son las mujeres, las comuneras, si se puede llamar así, las que han levantado estas familias que se agarran de la montaña y tratan de sobrevivir cómo se puede. Todo para la cucha, nos levantamos oyendo y el día de la madre es una fiesta mayor en los barrios. Regalarle una nevera, una lavadora, una cocina integral, ropa nueva, un equipo de sonido, es la realización de los sueños de cada muchacho. Entre las cosas que Wilmar quiere para sí está "una nevera para la mamá: uno de esos refrigeradores enormes marca Whirpool que soltaban chorros de cubitos de hielo abriéndoles simplemente una llave…" (LVS 91) y antes de irse con Fernando, tenía que ir "(…) a su barrio a despedirse de su mamá y a constatar que de veras le hubieran enviado la nevera" (LVS 116), hecho que le costó la vida.

También en este sentido, María Auxiliadora asume de lleno el papel de la cucha. Una mujer poderosa, que todo lo puede, como las mamás de las comunas que trabajaron incansablemente y enfrentándose a peligros y durezas para levantar a sus hijos y que lleva en el regazo a un niño. La ternura y la fortaleza unidas. Cada sicario en su oración se siente identificado con ese niño rubio y que le pide a su mamá su protección, que nunca lo abandone, que lo perdone de todo y le dé capacidad para ayudar a la mamá, para responder a la pregunta de Fernando: "¿De qué estaría dando gracias Alexis, perdón, Wílmar a la Virgen?" (LVS 95). 

Realismo, realismo mágico, neo-realismo o surrealismo

Evidentemente Fernando Vallejo se presenta como una figura del realismo muy contraria a la literatura del realismo mágico o macondiano de Gabriel García Márquez y otros del boom de la literatura latinoamericana de mediados del siglo XX. Sin embargo, esta es una discusión abierta. Para muchos como el escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet, el realismo mágico es ficción, una apreciación que suelen tener observadores superficiales europeos y estadounidenses de la literatura hispanoamericana, seguramente porque Fuguet creció prácticamente en Estados Unidos. La descripción de la Masacra de las Bananeras en Cien Años de Soledad no es precisamente ese "tucanes parlantes y abuelitas volando" que el maestro Fuguet dice. Lo cierto es que el realismo mágico nace no de los desvaríos de los escritores de la región, sino de la propia realidad cruda, mezclada con esas imágenes semióticas que ponen a hablar a los tucanes y a volar a las abuelitas.

Pero en la apreciación que el maestro Fuguet hace de Andrés Caicedo,[4] le da la razón en la búsqueda de ese eslabón pérdido del boom hispanoamericano que expresa esa realidad cruda de otra manera que no sea el realismo mágico. En lo personal creo que Andrés Caicedo no es de los primeros que se aleja completamente de Macondo.

El maestro Fernando Vallejo dice en su obra: "El pobre surrealismo se estrella en añicos contra la realidad de Colombia" (LVS 118). De hecho, parece que el realismo mágico atrae más al común, porque si bien parte de dicha realidad cruda, como la narración de la Masacre de las Bananeras ya mencionada, tiene un mayor candor, una mayor musicalidad que la hace menos cruel, como ese vallenato mencionado en la obra, La gota fría, que todos cantan a pulmón, "Me lleva a mí o me lo llevo yo pa que se acabe la vaina"  y sobre lo cual acota Fernando "(…) Lo cual traducido al cristiano, quiere decir que me mata o lo mato porque los dos, con tanto odio, no cabemos sobre este estrecho planeta. ¡Ajá, conque eso era! Por eso andaba Colombia tan entusiasmada cantándola, porque le llegaba al alma" (LVS 64). Quizá esa sea la virtud o el defecto del realismo mágico: que dice lo que tiene que decir con música y a veces no le paran bolas o le parece a los extranjeros libretos de ficción como para películas de Hollywood.

En cambio una novela como La Virgen de los Sicarios gusta menos a un público selecto que seguramente tiene en sus estantes a Cien Años de Soledad. La obra de Vallejo ha sido condenada ya por muchos que no soportan que se desnude la realidad de esa manera, sin ponerle magia al ambiente, como se margina a Viento Seco de Daniel Caicedo que describe crudamente la violencia, esa que generó mis comunas de Medallo y otras tantas en Bogotá y Cali. Seguramente a públicos selectos no les interesa leer ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo sobre la realidad de los jóvenes en la Cali de los años 60.

Sin embargo, hay algo que anotar en la obra de Vallejo. Un elemento que no puede pasarse por alto y que creo demuestra que el realismo mágico no está completamente ausente de La Virgen de los Sicarios: el caso de El Ñato. El caso está narrado entre LVS 106 y 110. Cuatro páginas que se salen completamente de tónica. En ella, la participación de Alexis-Wilmar es nula y la historia es misteriosa y llena de semántica. Sólo tres personajes son importantes en esta pequeña historia que podría ser acusada de realismo mágico: Fernando, El Difunto y El Ñato. El Difunto es en sí un símbolo muy fuerte: aparece y desaparece como un arcano de la violencia y como un ángel que protege a los protagonistas. El Difunto le cuenta a Fernando que El Ñato, uno que detestaba maricas, fue muerto en el cruce de Maracaibo con la Avenida Oriental. Fernando había recordado que hacía 30 años habían matado a uno con el mismo apodo y en el mismo cruce y por la misma razón. Esto motiva a que quiera ir a ver el difunto y cuando abre el ataúd descubre que es el mismo: "Y en efecto, era El Ñato, el mismo hijueputa. Las bolsas bajo los ojos, la nariz ñata, el bigote a lo Hitler… Igualito. Era por que era. Pero si habían pasado treinta años, ¿cómo podía ser igual? Ahí les dejo, para que lo piensen, el problemita". A esto concluye: "¿No sería que la realidad en Medellín se enloqueció y se estaba repitiendo?" (LVS 109). Ese es el punto: la realidad de la violencia tiene una explicación muy difícil. Nadie sabe cómo comenzó ni con quién y nadie sabe cómo se va a terminar. En Colombia todas las generaciones recuentan de violencia y muchos tratan de explicarla a sus maneras, desde posiciones ideológicas, políticas, religiosas, sociales o literarias. Pero lo cierto y es lo que en La Virgen de los Sicarios insiste el autor, la realidad de la violencia es cíclica: "Los pobres producen más pobres y la miseria más miseria, y mientras más miseria más asesinos y mientras más asesinos más muertos. Esta es la ley de Medellín, que regirá en adelante para el planeta tierra" (LVS 83). La violencia gira sobre su mismo eje: "Una muerte trae otra muerte y el odio más odio. Esto es así, la ley del gato que gira y gira queriendo agarrarse la cola. Y las rachas de violencia que no apagan los entierros…" (LVS 58). Y ese girar de los personajes por la ciudad es la representación de la muerte no detenida por nada ni por nadie, solo por más muerte. Y La Virgen de los Sicarios es la continuación de Viento Seco y si la violencia no se detiene, será la antecesora de más novelas sicariescas para este nuevo siglo. La violencia se detiene sólo con una cosa: que los pobres dejen de ser pobres, las comunas dejen de ser comunas y Colombia progrese con las mismas oportunidades para todos.

Apéndice

Cuando entré por primera vez a un salón de clases en la UPB, me sentí de pronto en otro mundo, como si hubiera ido al extranjero. Pronto pensé que mi papá me había enviado a ese lugar por capricho, cuando llegaba a pie y la mayoría de los compañeros en sus propios autos. Hablaban diferente, con acento paisa, pero no era el mismo acento que yo tenía, ese de mis comunas, ese que después llamarían parlache. Me dediqué a estudiar con esmero para que el sacrificio de mi papá pagándome una universidad tan costosa, no se perdiera. Poco a poco me fui ausentando del barrio. Llegaba siempre de noche y veía a mis amigos cada vez menos, para empezar a recorrer la Medellín, no mi Medallo, por todos los barrios de abajo de mis nuevos compañeros.

Un día mi buen amigo Luis Miguel Rivas, compañero en la Facultad de Comunicación Social, quiso hacerme una entrevista para algún medio en el que trabajaba. La primera pregunta fue "¿Cuántos mataron anoche en tu barrio?". En realidad no sabía cuántos habían matado la noche anterior, pero la pregunta me pareció entonces exagerada. Uno se enteraba siempre de muertes con una frecuencia casi indiferente y para todo había una justificación popular: se decía lo mataron por marihuanero, lo mataron por sapo, lo mataron por ladrón, lo mataron por sicario, lo mataron por robarle, lo mataron por error… Para mis compañeros yo era un sobreviviente de las comunas. Ahora me doy cuenta que sí, que lo soy y por eso me propongo a contar las cosas que vi.

La ciudad ha cambiado substancialmente, pero los problemas no se han solucionado completamente. Decir que la ciudad vive un oasis de paz es falso, pero decir que ha habido pasos es cierto. El descenso de las estadísticas de muertes violentas es positivo, pero hay que seguir trabajando por ello. La idea es que las comunas deben ser integradas a la sociedad, a Medellín. Es necesario que se acabe con la marginación social, promotora de la violencia. En ese sentido, lo que hizo el alcalde Sergio Fajardo fue muy importante, porque abrió esos espacios que no se tenían y creó una mayor presencia de Estado. Dignificó las comunas, las hizo sentir importantes, parte de la ciudad. Lo que él hizo como gobernante es un hito que comienza un proceso y que no puede detenerse. Crear escuelas, colegios, incluso universidades en las mismas comunas, abrir espacios para parques, bibliotecas, mejorar los sistemas de transporte, darle participación a las comunidades, hacerlos sentir personas, es cerrarle la posibilidad a que las mafias, los paramilitares, las guerrillas, busquen en los barrios a los muchachos para sus ejércitos de violencia. Salvar a un muchacho es salvar a Colombia.  

Bibliografía

  • La Virgen de los Sicarios, Fernando Vallejo, Ed. Alfaguara, II edición, Bogotá, julio de 2000. ISBN 958-24-0141-9. En este documento abreviado como LVS.

  • Salomé – El Remordimiento, Fernando González Ochoa, Ed. Universidad EAFIT,Medellín, agosto de 2008. ISBN 978-958-720-013-3

 

 

Autor:

R. Albeiro Rodas-Torres[1]

Periodista, comunicador digital, investigador social

 

[1] Rodas Torres es un periodista colombiano (n. Amalfi-Antioquia y crecido en Medellín), radicado en el Sudeste Asiático desde 1999, master en comunicación digital, cineasta y estudioso de la violencia en países como Colombia y Camboya, el tráfico humano y las culturas juveniles. Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Instituto Teológico Salesiano de Ratisbonne, Jerusalén, creador de las escuelas de periodismo Don Bosco en Camboya.

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