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Sábato: estrategias burdas de autoconstrucción como intelectual

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    1.-Fundamentos de esta sección

    Los párrafos venideros pretenden ir en paralelo con el camino de la obra ensayística del propio Sábato o, más específicamente, con el devenir de sus recursos de autoconstrucción como intelectual. Porque, si bien puede sostenerse que la obra de Sábato es objetable desde Uno y el Universo y que no era pertinente hablar de un intelectual en decadencia crítica porque Sábato nunca había tenido, en rigor y más allá de su legitimidad, un momento de esplendor crítico, es también pertinente agregar a todo esto que los trabajos de Sábato, nunca genuinamente comprometidos, se han vuelto, desde su obra Antes del fin, particularmente vacuos. En la lectura de Sábato como pseudo- intelectual, por lo tanto, deben considerarse al menos dos grandes pilares de análisis cuyo centro, principalmente, es el de la calidad de sus artificios: por un lado, aparece el despliegue más o menos sutil del registro de la piedad, canal por donde Sábato, implícitamente, despliega su efecto de compromiso. Por otro lado nos ocuparemos aquí del momento en el que Sábato deja de ser un escritor que se vale de recursos de autolegitimación para pasar a reducirse a sus recursos. La distinción se hace concretamente porque las estrategias de autoconstrucción de Sábato ya no son, en esta etapa, implícitas, sino que están expuestas hasta lo burdo. Hasta cierto momento, digamos que hasta Apologías y rechazos, podría hacerse el análisis de una cierta habilidad en la escritura sabatiana para velar el ejercicio de poder que sobre su objeto efectúa a través de su registro de la piedad. En adelante, en cambio, su zona más hábil, la de su cierta sutileza al momento de entramar la fachada de comprometido desde el discurso, entra en declive respecto de su trabajo anterior. Es una etapa no de una continuación en su autoconstrucción como intelectual, sino de una simplificación de sus estrategias. Esa simplificación podía vaticinarse, quizás, en su dudoso procedimiento de repetir ideas abstractas. La repetición tiende, en Sábato, a convertirse en una fórmula (hasta que, quizás, todo Sábato pueda ser reducido a un solo aforismo). Tal es la etapa que atenderemos: algo así como el seguimiento de un escritor acrítico al cuadrado.

    Lo que mostraremos ahora, es el uso cada vez menos oculto de esas estrategias. A tal punto este análisis se hace pertinente, que la propia estructura de estos apartados, en adelante, no serán más que un resumen de los trucos de Sábato, casi tan explícitamente expuestos como lo hace el propio Sábato en sus últimos tres trabajos.

    2.-El aura de Sábato: comparaciones con el modelo del compromiso sartreano

    Mientras que Sartre no descartaba la idea de ocupar espacios como los mass-media con el fin de activar la conciencia de los oprimidos; mientras que la relación, diríamos, Sartre- fama era una relación exclusivamente estratégica porque necesitaba de una numerosa recepción de oprimidos para hacer germinar una masiva conciencia, Sábato parece interesarse, según se verá, por el reconocimiento personal en términos auráticos; parece importarle la fama en sí y postergar ad infinitum su uso estratégico en el orden del crear conciencia o en el de la denuncia. La relación de intereses (y de éticas) se invierte entre Sartre y Sábato en la medida en que el primero la visualiza, en este sentido, como un medio, y el segundo como un fin. España en los diarios de mi vejez es un documento interesante de la relación Sábato- fama. Porque esa obra, y ya entrando directamente en lo dicho sobre esta segunda etapa sabatiana de simplificación de sus propios procedimientos de legitimación, puede ser leída como una compilación de episodios en los que Sábato es reconocido, aplaudido, celebrado y amado por su público. En principio, en este libro, que es el trabajo aléphico de Sábato en cuanto a que está constituido por casi todos los puntos que se le han objetado hasta el momento, la propia elección del género plantea sus intenciones. El hecho de que Sábato elija el género diario no es casual: el diario se vale de un particular registro confesional que permite, más que ningún otro género, emanar un efecto de intimidad en el que el lector no debe intervenir críticamente porque es casi un impostor en esa intimidad (no gratuitamente al sustantivo diario suele acompañarlo el adjetivo íntimo). El diario (íntimo) repele las objeciones. Sábato, valiéndose de esta herramienta, utiliza el género para seguir construyendo (y repeliendo las objeciones desde la propia elección del género) su propio efecto de intelectual comprometido, para compararse con José Saramago o con Ernest Hemingway, según se verá. El diario de Sábato es su último recurso de autolegitimación, y es el más (burdamente) explícito que ha utilizado porque sus propósitos se muestran sin filtros ni velos: el yo sabatiano selecciona inocentemente los aplausos y ovaciones que él mismo recibe y se quiere autorretratar exactamente como sus críticos más acérrimos (López y Korn) lo habían venido satirizando: como a un sabio longevo, derruido por la edad y aplaudido por su vitalidad y su compromiso. La autodescripción, leída en clave de ironía, es muy superior a todas las ironías que contra él se dirigieran antes de estos tres trabajos finales. Este pasaje, por ejemplo, ganaría en agudeza si hubiera sido escrito por uno de sus críticos que se dispusiera a satirizar, por ejemplo en una novela, la figura de Sábato: "Al finalizar [se refiere a un discurso de José Saramago, figura de la que se hablará a continuación], saltando las exigencias protocolares y tal como Elvira lo había convenido con José, casi inválido por el peso de la emoción, me subí al estrado para estrecharlo en un abrazo. Más que abrazarlo, caí en sus brazos; fue un momento sagrado, eterno en la vida. Quedó grabada nuestra hermandad, nuestro compromiso común ante los avatares del mundo, y esa alegría simple de camaradas que han vivido luchando siempre en el mismo bando." (SÁBATO, 2004). E inmediatamente anota: "Un público ferviente nos aplaudió durante largo rato" (Ibídem). Para terminar rematando con una imagen que exige ser leída como caricaturesca: "Luego, sostenido literalmente por Elvirita y por José, el rector me colocó la medalla Honoris Causa". Como se observa, y como se sugirió al principio de esta segunda sub- sección, hallamos, en pocas líneas, concentrados todos los recursos que Sábato, en obras anteriores, distribuía mejor, solapándolos entre viejos hallazgos y destellos de lucidez. Aquí, Sábato va deviniendo una fórmula de sí mismo, y hallamos rápidamente tres procedimientos que están a la vista: el registro diario íntimo, que posee rasgos del registro de la piedad en su máxima potencia como el del contenido emotivo y, por eso, en apariencia difícil de refutar o cuestionar por un lado; por otra parte, encontramos a la herramienta de la figura de Saramago, a quien Sábato tiene como co- protagonista en esta obra, y cuya legitimidad mundial le sirve para alimentar su legitimidad nacional; por último, podríamos mencionar la existencia de un factor que lo autoriza a hablar desde más allá, logrando la figura de "sabio" (de esto se hablará en los próximos apartados) que persigue: ese factor es el de su ancianidad y su invalidez física, con el que especula (y esto se corroborará también en las otras dos obras citadas para esta sub- sección) para ser escuchado o, más bien, obedecido. Sábato promueve, porque él mismo está involucrado, según se reforzará más adelante, la imagen del sabio anciano y desvalido. Objetar, como los defensores de Sábato como reserva moral suelen hacer, que no puede ejercerse sobre él crítica alguna por lo avanzado de su edad, no puede ser, ahora menos que nunca, un argumento pertinente: Sábato sabe que su edad es avanzada, y además especula con eso; lo utiliza como parte de su propia estrategia de legitimación. No obstante todo ello, si aún intentara sostenerse que su ancianidad lo absuelve en sus declaraciones, cabe recordar otro rasgo sartreano del compromiso que ya se ha recordado con insistencia: el de saber silenciarse a tiempo. Una vez más: "el deber del literato consiste, no solamente en escribir, sino también en saber callarse cuando es necesario" (SARTRE, 1948). Aquí está Sartre, llamado a sí mismo, y voluntariamente, al silencio en épocas del intelectual específico foucaultiano. En dirección opuesta, Sábato, que publica el back- stage de sus propios recursos más o menos velados antes de Antes del fin (1998). La responsabilidad de publicar o no lo impublicable corre también por cuenta del intelectual comprometido (en ello se pone en juego parte de su compromiso), y sólo le cabe a él, aún a los (y por sus) noventa y tres años de edad. Por si no había sido advertido, además de todo lo dicho en el que hemos llamado compendio de trucos de autolegitimación por parte de Sábato, en las citas anteriores se adjudica sin más el don de haber estado siempre del mismo bando que Saramago, lo que sería, en rigor, en la izquierda (Saramago: Soy un comunista hormonal Le Monde Diplomaticque.). Una vez más, luego de haber criticado acérrimamente la revolución soviética de 1917 en 1979, (v. sub- sección primera de la Sección Cuarta), se coloca ahora cerca de ese bando en el que Saramago ha declarado, hormonalmente (es decir ineludiblemente), estar. Los desplazamientos políticos sabatianos son frecuentes, y aquí se perciben con gran nitidez.

    El género diario íntimo le permite a Sábato, además de lo ya dicho, seleccionar estratégicamente los momentos que desea dejar registrados y que, además, su selección no pueda ser cuestionada, valiéndose de la presuposición según la cual, en un diario íntimo, se escribe sobre lo que el autor desea escribir. Así es como, explícitamente, Sábato selecciona, también para autolegitimarse, todos los momentos en los que, entre marzo de 2002 y junio de 2003, recibe el reconocimiento del público y, además, el del propio Saramago: "En El País veo la fotografía que tomaron del abrazo con Saramago en la universidad. La imagen muestra ese momento de mutua admiración y respeto" (SÁBATO, 2004).

    Tales algunos de los procedimientos visiblemente expuestos por Sábato para la construcción de su propio aura.

    3. "Sábato quiere congelarse" (LÓPEZ- KORN, 1997)

    Sábato, en esta última obra con mayor énfasis, pero también en La Resistencia y en Antes del Fin, vuelve a inclinarse por repetir algunas de sus viejas ideas. Pero en este caso, avanza un paso más sobre lo que ya habíamos mostrado en la sub- sección anterior, en la que vimos que Sábato repetía, por momentos, casi exactamente lo dicho entre obra y obra. Ahora, no hay repeticiones sino simplificaciones de lo dicho en obras anteriores. Hay una especie de transformación en tópicos de viejas ideas dotadas, en su momento, de una mayor complejidad en Sábato. Así, no solamente al no reformular, sino al reducir a axioma sus viejas reflexiones, las convierte en lugares comunes, generándose con eso que su registro discursivo se desarticule al mismo tiempo que se escribe. Aquí se citan algunas de sus ideas simplificadas y el tópico a que corresponde cada una de ellas: "y todos enfrentaremos, algún día, el mismo dolor y la misma incertidumbre ante la muerte" (España en los diarios de mi vejez: tópico de la muerte igualadora); "Por hechos que suceden o por estados de ánimo, a veces vuelvo a pensamientos catastróficos que no dan más lugar a la existencia de los hombres sobre la tierra. Pero la vida es un ir abriendo brechas hasta finalmente comprender que aquél era el camino" (España en los diarios de mi vejez; tópico de la vida como camino); "¡Cuánto mejor eran los viejos trenes!" (España en los diarios de mi vejez; tópico de la valoración del tiempo pasado); "¿Qué pasó entre aquellas mañanas plenas de promesas y este tiempo aciago en que nuestra gente padece hambre y frío? ¿Qué alta traición cometimos?"; "Pensando en ellas [Sábato alude a mujeres que aprecia] recordé a mi madre, a mis maestras, y a todas aquellas mujeres de antes, de las que ya no las hay" (España… ; Ubi sunt?); "¡Qué horror y qué tristeza, la mirada del niño que perdimos!" (La Resistencia; tópico de la infancia perdida); "Segunda carta: Los antiguos valores" (Título del segundo apartado de La Resistencia; tópico de la "edad de oro" perdida); "Otro valor perdido es la vergüenza." (La Resistencia); etc.

    "Sábato quiere congelarse", dicen María Pía López y Guillermo Korn; el recurso a la frase hecha, congelada, y más aún, ahora simplificada, lo ratifica. Los ensayos del Sábato actual, al ser simplificaciones de un ensayista de por sí (según se vio) falto de compromiso crítico, lo ponen en un nivel de abstracción y de vacuidad equiparable (y similar en estilo) al de escritores de la corriente actualmente conocida como "New- Age": Paulo Coelho, Víctor Sueiro, James Redfield, parte de Osho, etc. Hay en ellos, aunque no podamos extendernos en el análisis de la New- Age, una tendencia a reducir, de una u otra manera, los problemas inherentes al ser humano a fórmulas simples y, por tanto, a generar un efecto de simpleza en la posibilidad de solucionarlos.

    Ese congelamiento de Sábato es otro rasgo anti- sartreano, en la medida en que, mientras que en Sartre había un camino teórico cuyo destino, aquí leído, fue su concepción del intelectual, en Sábato vemos a un escritor objetable desde el principio en su condición de intelectual crítico y que, luego, des- complejiza sus propios argumentos (en su detrimento) con el correr de sus ensayos. Lo contrario de todo esto es la constante revisión crítica por parte del intelectual: discutir, polemizar, es un síntoma de vigencia. La ciclotimia sartreana, sus vaivenes, el calor de la discusión con Camus, con Fanon, con Foucault, lo son. Sábato ha dejado de discutir cuando empezó a repetirse y a simplificarse, es decir, hace unos treinta años. En esta simplificación, en esta transformación al aforismo de viejas ideas más complejamente presentadas por él mismo, hay, también, un procedimiento visible: el cambiar la discusión por la sentencia, el de la hipótesis por la conclusión, el del problema por la solución. Un intelectual que sólo concluye o que concluye solo es un intelectual muerto como una lengua que ya nadie habla y de la que sólo se conserva su gramática y parte de su vocabulario.

    4. Sabiduría, abstracción, abstención

    Uno de los desplazamientos que existen entre Sábato y Sartre, del que ya se habló al comienzo de este apartado, podría graficarse haciendo notar que, mientras Sartre es intelectual y concreto, Sábato es sabio y abstracto. Y su condición de sabio se la debe a su abstracción. Ya habíamos señalado que Sábato tiende a ubicarse, ya por su invalidez física que se encarga de señalar, ya por su elevada edad que tampoco olvida recordar, ya por el efecto de compromiso que lo ha llevado donde está en la escala de reconocimiento social, más allá de su objeto. Su registro paternalista, emotivo, confesional e íntimo, lo yerguen sobre todo lo que defiende, sobre esa humanidad esencializada por él. En sus últimos trabajos, siguiendo la lógica de esta segunda sub- sección, la abstracción de sus reflexiones posee un matiz que remarca esta actitud del aquí llamado yo- ensayístico. Su registro de la piedad está, ahora, revestido visiblemente y por lo notorio de su abstracción crítica, de un efecto de sabiduría universal que, descascarado, se revela como vacuidad: "Nos pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera condición del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que –únicamente- los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana" (SÁBATO, La Resistencia, 2000). Sábato apela, como ya debería sernos familiar, a los valores del espíritu. Categorías que requieren ser enmarcadas, que requieren una especificación sobre qué valores son esos valores y qué espíritu es ese espíritu que Sábato menciona. Y esos valores y ese espíritu son planteados como lo constitutivo del hombre, llegándose a un punto en el que se deduce que lo constitutivo del hombre es lo no especificado por Sábato. Por lo tanto, que se posterga así el contenido real de lo que Sábato está pidiéndole a la sociedad. Por lo tanto, finalmente, que no está pidiéndole nada.

    Tal y como lo señalaron López y Korn, las categorías sabatianas poseen la abstracción de lo acomodaticio. O bien, necesitan ser tan abstractas como versátiles: la esencia del hombre, sin mayor concreción; el espíritu; los valores, son palabras que, según sugiere Osvaldo Bayer en Rebeldía y Esperanza, pueden ser usadas por cualquier ideología. Son palabras que necesitan, inmediatamente, un anclaje, y un anclaje político. En Sábato, lo político se muestra, sin embargo, como menor frente a una supuesta esencia verdadera del hombre, frente a los valores de su espíritu, y entonces lo que Sábato proclama como hombre concreto no es sino su opuesto: un hombre abstracto, desposeído de su condición política y social. Así es como Sábato invierte al Sartre que admira.

    En su obra Antes del fin, Sábato habla para los jóvenes, y sostiene que le insistían de esta forma para que publicara su libro: "tiene el deber de terminarlo, la gente joven está desesperanzada, ansiosa y cree en usted; no puede defraudarlos". El libro es un mensaje para los jóvenes, de parte de un anciano sabio que va a transmitirles su experiencia: "En las comunidades arcaicas, mientras el padre iba en busca de alimento y las mujeres se dedicaban a la alfarería o al cuidado de los cultivos, los chiquitos, sentados sobre las rodillas de sus abuelos, eran educados en su sabiduría. (…) En torno a penumbras que avizoro, en medio del abatimiento y la desdicha, como uno de esos ancianos de tribu que, acomodados junto al calor de la brasa rememoran sus antiguos mitos y leyendas, me dispongo a contar algunos acontecimientos…" (SÁBATO, Antes del fin, 1998). Lo que Sartre leía en el intelectual como la conciencia objetiva, conciencia que lo iba a transformar en el portavoz de las masas que aún carecían de ella, en Sábato es una lección paternalista de sabiduría en general a jóvenes y ancianos. De manera que, hasta aquí, Sartre y sus delimitaciones políticas: se habla al pueblo, se llama a la conciencia de los oprimidos, el intelectual posee la conciencia por haber atravesado la contradicción entre su saber práctico universal y su destino injustamente particular (según ya se habló), y los valores de los que habla son valores políticos de corte marxista, valores que pretenden entre otras cosas una justicia social partiendo del cambio revolucionario de las estructuras jurídico políticas. Este planteo es concreto, y, por serlo, le dan consistencia al tono denuncialista sartreano. Sábato, con tono denuncialista, con herencia sartreana, con compromiso social, con palabras como hombre concreto, es en su discurso una fachada de todo aquello, y lo es porque su hombre concreto no es concreto y porque no se sabe a qué valores ni a qué espíritu se refiere. Todo esto produce que sus planteos se vayan convirtiendo paulatinamente y, sobre todo en sus últimos tres trabajos, en quejidos inconsistentes: un llamado a la falsa conciencia, en términos, posiblemente, de Sartre. Un llamado al actuar de mala fe, en términos indudablemente sartreanos.

    Otro punto de discusión sobre las últimas obras de Sábato en relación con las anteriores es el de haberle agregado, a su última etapa, un optimismo que, si bien antes se percibía en algunos facilismos de los que ya se habló en su momento, ahora aparecen sin sutilezas, remarcados: "El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria" (La Resistencia); "Sobre nuestra generación pesa nuestro destino, es ésta nuestra responsabilidad histórica" (Ibídem). Podríamos preguntarnos a qué remite Sábato con aquél ésta; podríamos preguntarnos, ahora viendo más claramente lo expuesto de sus falencias argumentativas, qué responsabilidad histórica quiere Sábato si no especifica, más que con un esta, dicha responsabilidad. Esta elipsis nominal puede leerse bajo la hipótesis de que Sábato no hay una responsabilidad histórica sino una trascendental; no una posición política sino espiritual; no acción sino resignación mística: "Cada vez me ocupan menos los razonamientos, como si ya no tuvieran mucho que darme. Como bien dijo Kierkegaard, "la fe comienza precisamente donde acaba la razón" " (La Resistencia). Fe. No razón. Una vez más, y notoriamente falto de disimulo, tenemos frente a nosotros los mecanismos de construcción de la sabiduría sabatiana y de su tono sacerdotal (David Viñas).

    5.-Radicalización de la posición

    "5º radicalizar la acción en curso, mostrando más allá de los objetivos inmediatos, los objetivos lejanos, es decir la universalización como fin histórico de las clases trabajadoras" (SARTRE, 1965). Quizá, uno de los gestos más típicamente sartreanos, uno de los elementos que hacen que surja el intelectual sartreano en Sartre es el de la radicalización de la posición crítica. El intelectual comprometido ve en la sociedad una radicalización política y social que mueve a la participación activa de todos, una vez conscientes de ello. Sartre en la ocupación alemana en París es Sartre delineando su vuelco al marxismo, y esto no es casual: el Sartre intervencionista es producto del Sartre consciente de lo que es la sociedad. El Sartre portavoz es el que primero ve la situación radicalizada de la sociedad para después radicalizar su posición: intervenir, ser portavoz, conducir, hacer la revolución. El intelectual comprometido que se precie de tal, entonces, no tiene otra opción que ser radicalmente crítico con una sociedad a la que ve radicalmente violenta. Frente a este panorama, no haremos por este apartado mucho más que citar esta frase de Sábato: "El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana. Debe prepararse para asumir lo que la etimología de la palabra testigo le advierte: para el martirologio. Es arduo el camino que le espera: los poderosos lo calificarán de comunista por reclamar justicia para los desvalidos y los hambrientos; los comunistas lo tildarán de reaccionario por exigir libertad y respeto por la persona. En esta tremenda dualidad vivirá desgarrado y lastimado, pero deberá sostenerse con uñas y dientes" (Antes del fin) y compararla con lo sostenido en su momento respecto de la relación entre abstracción y capacidad acomodaticia. La comparación, hecho ya aquí el análisis del registro de la piedad en el Sábato de épocas de la dictadura militar de 1976- 1983, anteriores y posteriores a ella, nos deja como saldo que de nada sirve que se mencionen las palabras Testigo insobornable, coraje para decir la verdad, levantarse contra todo oficialismo, o que se aluda a la sacralidad de la persona humana si todo esto no es encarrilado hacia una posición ideológico- política concreta. Sábato, entonces, al no radicalizar su posición, en términos sartreanos, no la tiene. Y al no tenerla, no es un intelectual comprometido. Bayer dice en Rebeldía y esperanza: "En la alocución final del Nunca Más, Sábato dijo que el autor del holocausto argentino fue el demonio. Lástima que no nos dijo los nombres y apellidos del demonio" (BAYER, 1993). Sábato, según ya vimos en la primera sub- sección, no radicaliza su posición como siguen haciéndolo, aún sin ser lo suficientemente escuchados, los intelectuales sartreanos actuales: es, en el terreno político, en última instancia, neutral, lo que se confunde con objetivo.

    6.-Paréntesis. Herencia: suerte casi nunca merecida

    Por alguna razón, bastante hilarante a esta altura por lo fortuito del asunto, Sábato se ha quedado solo en el podio de escritores cuyo primer lugar tanto añoraba. El momento más irrisorio es aquel en el que pretende equipararse con Ernest Hemingway. En el canon nacional, sus ambiciones, no tan burdamente declaradas, se cumplen en forma bastante macabra: el mapa en el que a Sábato le interesa incluirse es el que mencionamos en la Nota al Pie sobre Borges, al que habíamos considerado una falacia y sobre la que se insiste a la hora de hablar sobre intelectuales y escritores en Argentina. Sábato saca provecho del mote que le han puesto a Borges para aumentar el efecto de su otro falso mote de comprometido. Aquí, Sábato se siente particularmente cómodo. Pero la realidad es que los intentos por superar a Borges en aquel terreno del pensador comprometido tampoco funcionaron sino hasta hace muy pocos años: Rodolfo Walsh fue asesinado en la Dictadura, pero Sábato aún no ingresaba en el canon del compromiso: la dicotomía seguía siendo "Cortázar o Borges"… . La muerte de Cortázar en 1984 y la participación de Sábato ese mismo año en la CoNaDeP, que inventariara (con su herramienta primordial: el maniqueísmo, que ahora le permite volcarse contra aquello que, por su mismo maniqueísmo, estaba, antes y como se vio, a favor) las atrocidades de la Dictadura en el informe autodenominado (precisamente) Informe Sábato, lo elevan en forma definitiva al casillero que anhela. La clase media tiene su héroe. De paso, aquí, se ve claramente el desplazamiento que se produce en Argentina y que va del intelectual sartreano en sentido estricto (más sartreano que el propio Sartre: Walsh), pasa al intelectual- referente crítico (Cortázar) y termina en la figura del sabio, una figura sacerdotal, incuestionable, que está más allá y al que, por ello, preguntarle ciertas cosas es un tabú: de Walsh a Sábato con escala en Cortázar. He ahí el mapa del intelectual comprometido dibujado a la sombra de Borges. Cortázar o Borges, dirá Mateos; Sábato o Borges, dirá el propio Sábato; Walsh o Borges, dirá David Viñas.

    Sábato, muerto Borges, muerto Cortázar, llega. Aún quedan los espacios de competición en el terreno de la escritura. El premio Cervantes, en el glorioso 1984 de Sábato, ayuda a que también en ese terreno ascienda su prestigio. Y, si había tenido que esperar a 1984 para quedarse con el lugar del comprometido, deberá sobrevivir al menos cronológicamente a los escritores canónicos que le son contemporáneos: Borges y Bioy Casares. Toda esta lectura, que va más allá del propio Sábato, resulta curiosa por lo casual de los acontecimientos, pero lo cierto es que mucho de la legitimidad monopolizada en Sábato se debe, entre otras causas, a la muerte de sus competidores. En 1986 le toca morir a Borges y en 1999 a Bioy Casares. En el número 27 de la revista Lea, la nota de tapa pregunta si existe una literatura argentina. Figuran simpáticas fotografías con las caras de Borges, Sábato y Bioy Casares superpuestas en tres folkloristas tocando sus instrumentos. En ese entonces, sólo Sábato queda en pie.

    López y Korn dicen en una nota al pie de su libro Sábato o la moral de los argentinos: "El rival de Borges [haciendo alusión a la faja de un libro de Sábato que tenía esa inscripción] debió conformarse –en tiempos recientes- con disputar, por el puesto vacante de gran escritor, con el amigo de Borges." Borges muerto, muerto Bioy Casares, puestos vacantes en el canon, Sábato longevo: Sábato tiene, además, mucha suerte.

    7.-Conclusiones

    Sería un error, se dijo, leer los tres trabajos de la última etapa sabatiana, Antes del fin, La Resistencia y España en los diarios de mi vejez, como la parte decadente de un intelectual comprometido en la Argentina: constituyen, en realidad, simplemente los síntomas más visibles de un Sábato del que muchos intelectuales verdaderamente críticos han extraído sus atendibles conclusiones sobre su figura de intelectual. No se ha hablado en profundidad de la cara sabatiana perteneciente a sus declaraciones públicas en épocas de regímenes de facto, a sus equidistantes comentarios, a su notoria contribución a la difusión de la teoría de los dos demonios en la Argentina incluida en las primeras líneas del prólogo de la CoNaDeP; ese trabajo está agotado por intelectuales ya mencionados hasta el hartazgo. Ni siquiera se ha hecho un seguimiento de toda la trayectoria sabatiana, sino de su último tramo, segmento al que le basta un análisis inmanente para concluir en que Sábato ha exhibido en ellos todos sus puntos más criticados e inconsistentes como el intelectual comprometido que pretende ser. De hecho, la autoadulación que se observa en forma creciente en los últimos trabajos vistos de Sábato, responde de alguna manera a lo que Osvaldo Bayer presenta con el vocablo alemán Rechtfertigungliteratur o Literatura de Justificación, que en nuestro país se vio notoriamente en la inmediata recuperación de la democracia en 1983, y que refiere a las declaraciones, notas, comentarios y escritos de intelectuales que justifican, con sinceridad o con más hipocresía, sus dudosos actos durante la Dictadura del 76. Una posible conclusión sobre la ensayística final de Sábato supone la prolongación hasta los últimos días de su vida de esa Rechtfertigungliteratur, ya no en sus declaraciones, ya no en la cara externa de su escritura, sino en ella. La literatura de justificación sabatiana ya no constituye la otra cara del Sábato que escribe, sino que es ahora el Sábato escritor, y luego ya nadie tiene que ir y pescar in fraganti a Sábato declarando pestilentes comentarios en la revista alemana Geo Magazin, sino que todo está en la propia obra que él mismo decide publicar. Sábato se ha sincerado frente a sus críticos. Pero no con la sinceridad que podríamos saludar y que incluso nos obligaría a repensar la ética sabatiana, sino con la falta de sutileza de su última escritura y con la caricaturización de sí mismo y de su propia autoconstrucción antaño hábil que le merecía a críticos como Adolfo Prieto (en su Nota sobre Sábato) un mínimo respeto.

    Analizar la figura de Sábato, por lo tanto, no significa decir lo que ahora, luego del denodado y valioso esfuerzo de ciertos intelectuales por desenmascararlo como figura comprometida, sería obvio: apunta a la pregunta por el intelectual comprometido en general, sugiere revisar otros casos, obliga a preguntarse por qué Sábato y no Viñas, por qué Sábato y no Bayer, qué falla en el intelectual comprometido para que un impostor sea inmensamente más escuchado que ellos, y qué sociedad hay que tener para que un intelectual comprometido genuino pueda ser escuchado; o qué estrategias debe tener hoy un intelectual comprometido para influir sobre una sociedad. Todas estas preguntas recaen indudablemente sobre Sábato, símbolo argentino de un trunco destino: el del modelo sartreano de intelectual.

    Fernán Tazo