- Introducción
- Sinopsis
- Definiciones ineludibles
- El ciclo económico
- Un ejemplo ilustrativo
- Los servicios
- El artificio místico
- Dinero, maldito dinero
- El "capital" es la riqueza
- La competencia y el mercado, la oferta y la demanda.
- La propiedad y otros valores
- El Estado
- A modo de epílogo
- Conclusiones
Introducción
La riqueza sólo se origina de la naturaleza, desde ella extraemos, transformamos, creamos y reponemos riqueza, desde la que se forma y de la que nosotros mismos formamos parte.
El dinero ha sido un invento del hombre. A partir de allí investigamos la implementación de un nuevo sistema monetario, que fuera más apto a los requerimientos actuales de la humanidad. El dinero no es una mercancía pues no posee ninguna de las características que la definen, por lo que el dinero no puede ser un fin en sí mismo.
Pero no sólo debe ser un nuevo sistema monetario, de creación humana y por lo tanto artificial, transitoria y perfectible, sino que también debe estar relacionado con la riqueza cimentadora de la vida humana, es decir, con la naturaleza. En ella debe fundamentarse. Un sistema monetario debe apoyarse sobre lo material. Así es como pierde, como cualquier otra propuesta que pretende ser científica, su sobrenaturalidad.
Esa es la parte integrante fundamental de este escrito. La comprensión cabal del funcionamiento de ese proceso cíclico es imprescindible. Además, no es difícil de entender, porque su reconocimiento y la importancia de su función son empíricamente demostrables. Su existencia es certeza: lo demostraremos en un apartado dedicado a él exclusivamente.
Para su comprensión, se necesita la redefinición total, revolucionaria, definitiva de la mayoría de los conceptos actuales de economía; del abandono de sus imprecisiones e indefiniciones. Y a la inversa, este nuevo concepto de economía necesita de la renuncia de todo aquello que no haya exigido la comprobación experimental de sus principios.
Hoy existen algunos pocos países, lamentablemente pocos, aquellos que no integran el mundo capitalista, que han alcanzado por otros medios los cambios iniciales, principales, imprescindibles que en ella se proponen (la eliminación del hambre, la salud y la enseñanza accesibles, etc.), aunque aún no han conseguido el logro de otros muchos.
Se está proponiendo una forma diferente de ver la economía, una forma basada en la materia, científica. A través de ella se llega a una enorme variedad de conclusiones nuevas, algunas de la cuales eran consideradas imposibles por otras teorías.
Esta es una teoría macroeconómica y monetaria. Algunos de sus capítulos están dedicados a describir sus postulados monetarios, en tanto que otros tocarán temas más generales sobre economía, incluyendo, obviamente, algunos relacionados directamente con los de la teoría monetaria propuesta.
El sistema monetario de ésta teoría, hay que decirlo, no es lo fundamental que se propone, sino sólo una de las conclusiones que se derivaron del descubrimiento principal: el estricto orden del ciclo económico que existe en la naturaleza, compulsorio para el ser humano, en todo sentido, por encima de sus creencias o deseos. No es un orden impuesto por la inteligencia o el interés de algunos hombres o por una clase social o por el Estado, sino que es un orden impuesto por la naturaleza, es una ley natural, rigurosa, que no podemos torcer. Así como cuando empezamos a contar aprendemos que el tres está después del dos y este después del uno, y aunque somos capaces de imaginar un orden natural distinto, la empecinada realidad nos convence de cuál es el orden verdadero.
Sinopsis
No ha existido ningún sistema económico que haya resuelto el problema principal de la humanidad: la satisfacción de todas las necesidades materiales del hombre. Y todas las necesidades materiales, es seguro, se pueden satisfacer. (La definición de necesidad económica es la falta de algo que otros poseen; por lo tanto, ya existe la forma de satisfacerla.)
La realidad indica que no hay ser vivo con más capacidad de adaptación a la naturaleza y con más aptitudes de adaptarla a ella misma, que el hombre. Es más, es el único que ha podido alcanzar esta última posibilidad.
Sabemos, porque lo vemos cotidianamente, que si toda la capacidad del hombre se vuelca en pro de cualquier objetivo, por imposible que parezca (el vencer al hambre por ejemplo), no sólo es capaz de hacerlo sino que, aseguramos, podrá hacerlo. Ya podría haberlo hecho, podría hacerlo ahora mismo, mediante los sistemas que hoy se aplican. Si lo quisiera.
La capacidad productiva nunca ha sido tan potente ni tan redituable. Las comunicaciones nunca han sido tan variadas y rápidas. El capitalismo nunca, hasta ahora, se lo ha propuesto, porque el vencer la pobreza, el vencer el hambre, es hoy totalmente posible, tanto en términos productivos como en la distribución de esa producción. Pero es un negocio no tan beneficioso o tan redituable como lo es el servicio fúnebre, por ejemplo. Los hambrientos no tienen un poder adquisitivo tal que pueda corresponderse con su propia necesidad de consumo, ni con la ambición de los productores de alimentos. En ése sistema económico se da una regla: los más necesitados son los menos posibilitados. Nos han hecho creer que esa regla es "natural"; que esa contradicción existe y que es irreversible: nos han hecho creer que es una condición, que siempre ha sido así.
Hoy existe una enorme capacidad productiva y su correspondiente oferta de comestibles (como nunca antes), mientras que en los países del "tercer mundo" hay una enorme demanda de ellos, como tantas veces, antes y ahora; como siempre. Pero en el capitalismo, un poder adquisitivo que sea suficiente para cumplir con tales exigencias, es una posibilidad exclusiva de un grupo pequeñísimo. El precio, la oferta, los costos, la producción y la demanda dependen exclusivamente del poder adquisitivo de la población en su conjunto, como benefactora de la economía. Ésa es la ley. La capacidad de consumo se debe (y es posible) hacerla corresponder con la capacidad productiva.
La demanda en el capitalismo, al igual que el precio, depende –sólo si el poder adquisitivo de la población es alto- exclusivamente de la oferta. Si los empresarios capitalistas quieren vender más cantidad, venderán, utilizando estas dos herramientas de su exclusiva propiedad: oferta y precio. Si quieren aumentar sus beneficios, los aumentarán; si quieren bajarlos, los bajarán. Si quieren aumentar o disminuir la oferta o los salarios lo harán.
Ahora, si el poder adquisitivo es bajo, no podemos siquiera hablar objetivamente de "demanda". Estaremos hablando solamente de demanda de justicia distributiva.
En el socialismo se ha vencido al hambre. Incluso se hizo mucho más que vencerlo. Pero le falta "algo": sus pobladores no cuentan con el suficiente y merecido poder adquisitivo, con una verdadera capacidad de compra y la posibilidad de usarla. No sufren de necesidades materiales vitales, pero adolecen de muchas de las que no lo son, esto es, sufren de un tipo de pobreza económica que no les permite saciar necesidades más superfluas o gustos o caprichos.
Podemos empezar aseverando rotundamente que el principal error cometido por las distintas teorías ha sido el uso generalizado y dogmático de errores conceptuales, no materiales. No son errores producidos por cambios generados por la naturaleza, externos a la voluntad del hombre. Ni siquiera son errores de cálculo sobre datos verdaderos, sino cálculos casi correctos sobre datos erróneos; no son errores atribuibles a "algo" que esté por fuera de la humanidad. Han sido errores humanos de observación, de toma y manejo de datos equivocados y de las conclusiones necesariamente desacertadas a que arribó la propia humanidad. Pueden ser atribuibles a la ceguera por ignorancia de la mayoría, a la falta de escrúpulos de los pocos capaces de vislumbrarlos y hasta por la interesada mezquindad de una minoría, menor aún que la más pequeña, que fue "favorecida" por esos errores, y que voluntariamente los mantiene, si es que alguna vez pudo o quiso reconocerlos.
La invención del dinero fue la invención de la cuadratura de la rueda, y obstinadamente aún la utilizan todos los hombres, sin distinciones entre los dos diferentes sistemas económicos que existen.
Así, la teoría capitalista concluyó equivocadamente, a todo lo largo de su historia, que si se logra que ese minúsculo grupo de personas que conforman su capa más adinerada esté satisfecho, el resto podrá estarlo también, más tarde o más temprano, aunque no posean más que necesidades y necesidades de más. Esa misma historia, sin embargo, ha demostrado que todo esto ha sido y es falso de toda falsedad, puesto que esta minoría ha sido y es cada vez más pequeña y cada vez más enriquecida, a pesar de que el número de seres humanos y el de su capacidad de producción han sido multiplicados varias veces. No hubo una correspondencia entre la capacidad productiva y la capacidad de consumo. Ésta se ha concentrado y reconcentrado en ese grupúsculo. En el capitalismo hay mucha producción pero no hay a quién vendérsela. Esta afirmación nos demuestra otra: la especulación se torna más redituable que la producción y su consumo, especialmente en el capitalismo neoliberal.
En el socialismo se ha concluido, también en error, que la falta está en el efecto y no en la causa: han creído que el problema está –casi excluyentemente- en la propiedad sobre los medios de producción. Esto, dentro del capitalismo, es algo muy cierto e inocultable. Más aún, es cierto dentro de todos los sistemas de clases antagónicas. Pero es el efecto, es la consecuencia generada por una causa anterior. La realidad indica que el motivo de todos los males de la mayoría de la humanidad está en la condición de propiedad y uso sobre el medio de consumo, sobre el dinero; tal propiedad es la causa y el origen de todos los otros medios de carácter económico. El dinero da la posibilidad (mediante su uso como medio de pago, es decir, su uso para la compra y venta) de adquirir y poseer los medios de producción; así es usado para generar más dinero. De allí se induce que el capitalista es capitalista antes de poseer el medio de producción. La propiedad sobre el medio de consumo es lo que lo hace capitalista.
Si se le da al dinero un significado concreto, medible, comprobable, haciendo así que no sea accesible sólo para una minoría (ubicándose a sí mismo por encima de los intereses de clases o de grupos); si se reconoce definitiva y universalmente que ha dejado de ser una mercancía; que es un patrón o sistema de medida y comparación (tal como el metro o el kilogramo); si se le da una definición matemática a su valor (a través de una fórmula de resultado inobjetable y de fácil comprensión), el dinero se vuelve indevaluable, impidiendo así que el interés malicioso de ciertos grupos o los "pases mágicos" que los "justifican", puedan modificarlo a su antojo.
No existe filosofía que niegue que el objeto de toda actividad humana (entre ellas la economía) debe ser el saciar las necesidades de los que las sufren (por ejemplo, la necesidad de un médico ante una dolencia). En tanto que la lógica indica que no se hace necesario para aquellos pocos que las puedan tener resuelta y colmada (una persona sana no está necesitando un médico): aunque el mejor ejemplo es la propia economía. Por lo tanto, toda acción económica debería dirigirse a darle a los necesitados la posibilidad y la certeza de que dejen de serlo. De esa manera, la economía debería hacer que todo necesitado (un consumidor en potencia) pudiera llegar a ser un consumidor auténtico. Se debe reconocer que esto sólo puede lograrse a través del aumento de su poder adquisitivo, del crecimiento de su ingreso. Y no olvidemos algo fundamental: todos somos un consumidor, incluso los integrantes de esa minoría que no sufre necesidades. Así, tal aumento del poder de compra adquiere el carácter de derecho universal; pierde entonces el carácter de dádiva o limosna. Es la devolución de la expropiación original realizada a la naturaleza y a la humanidad. Ése derecho (lo aseguramos) puede realizarse sin necesidad de otras expropiaciones entre humanos. Los medios materiales para cumplirlo existen sobradamente. Lo único que aún falta es el reconocimiento pleno de que todos los hombres (y no sólo los necesitados) tenemos ese derecho por el simple hecho de vivir. Y, económicamente, vivir es trabajar y consumir, acciones ambas que mueven y permiten la economía: que son las dos actividades que crean, transforman y dan uso a la riqueza.
Ésta aseveración se apoya en un descubrimiento, alejado de todo misticismo o deseo; está por fuera de toda voluntad, mala o buena y de toda emoción. Debemos asegurar que ese descubrimiento es lo realmente importante, sustancial, trascendente, desde donde nacen todas y cada una de éstas aseveraciones tan "quiméricas". Es ver el verdadero ciclo económico.
Hemos descubierto que en realidad toda actividad humana que produzca un objeto (tangible o no), con el fin de ser consumido o usufructuado, forma y conforma un proceso cíclico económico que se inicia necesariamente con la extracción por parte del hombre de la riqueza natural de la zona que habita, y que termina forzosamente en la reposición de ésa riqueza extraída, para que así pueda iniciarse otro ciclo similar. Este axioma tan simple, casi obvio, no ha sido tomado como hipótesis básica en ninguna de las teorías economías que han existido. Las pocas que se le aproximaron (como es el caso de las economías que hoy existen), lo han hecho en un orden inverso al real, por lo que nunca pudieron entenderlo (y menos aplicarlo) tal como es.
El hombre continuamente ha tomado prestado de la naturaleza esa riqueza original, como el imprescindible "capital inicial", con que ha comenzado, construido, soportado y mantenido todo hecho y acto económico a lo largo de la historia. Y no sólo utiliza esa riqueza original en forma directa para su propio bien (algo que siempre hizo), sino que puede y debe aumentarla, continuamente, a través de su propia actividad (es lo que resta por hacer en las teorías primitivas). Aunque ya no sólo para su único beneficio, sino también para el mantenimiento y el mejoramiento del medio ambiente que habita y comparte con otras especies. Después de extraída esa riqueza, el hombre debe hacer todo lo posible por reponerla de alguna manera, y así poder seguir explotándola, para no destruirla irreversiblemente.
Veremos que el cumplimiento de ese ciclo es la única condición indispensable, ineludible, obligatoria, para alcanzar el bienestar de toda la humanidad; sin distinciones de raza, creencia, sexo o clase. Es más, para ese ciclo sólo existe una clase: la de los seres humanos. Todos los hombres cumplimos el rol de consumidores y reponedores (consumidores-reponedores), y a su vez, todos debemos cumplir el rol de productores y reponedores, (productores-reponedores), de la riqueza natural. Ésta debe ser extraída y repuesta, consumida y repuesta.
Esa conjunción de derechos es la que explica, genera y avala la propiedad social sobre el medio de consumo; éste es el dinero en su forma indevaluable: el indev, la moneda del ciclo económico natural.
El ciclo económico nos enseña dos realidades concluyentes: una, que una distribución justa de la riqueza no sólo es una obligación moral sino una necesidad económica; dos, que la economía del ciclo no sólo obliga a realizar esa distribución sino que la hace totalmente posible. Hay en el libro un capítulo exclusivo dedicado al ciclo económico.
Nos deja claro también que no hay producción ni reposición de riqueza sin trabajo y que éste no es otra mercancía.
Una actividad cualquiera no es mercancía: es acción, es movimiento; no se crea ni se destruye. La actividad del hombre es una forma especial -o una especie- de energía natural, que en términos sociales nunca se detiene, nunca descansa. Por lo tanto, si definimos al trabajo del hombre como otro tipo de energía, concluimos que de ninguna manera es un "objeto útil, provechoso o agradable que proporciona a quienes lo consumen un cierto valor de uso o utilidad", es decir, una mercancía.
Así, el ciclo económico nos dice que el trabajo, definitivamente, no es una mercancía. La imagen de un buey tirando de un arado, o la de un caballo arrastrando un carro, nos da la idea concreta de lo que significa la capacidad o la fuerza de trabajo. Exactamente lo mismo sucede con el trabajo físico del hombre (como cuando un obrero hace una zanja) sin importar la herramienta que utilice. Objetivamente, no podemos considerar esa fuerza como una "mercancía". Pero la idea de que su fuerza de trabajo no es una mercancía es muchísimo más clara al considerar el trabajo humano creativo, cuyo resultado puede ser tangible o no, pero que ciertamente es generador de riqueza nueva, que antes de esa actividad no existía.
Nuestro medio de consumo se posa sobre esa cifra fundamental, el ingreso mínimo vital y natural, que permita una vida digna, una vida de bienestar; debe necesariamente estar relacionado con la cantidad de seres humanos de un país, sin importar edades o sexos, y con la riqueza del territorio que ellos habitan. Por dos razones fundamentales: primera, porque todo hombre (sin importar ni considerar diferencias reales o imaginarias), es un consumidor, y segunda, porque el hombre, como cualquier otro ser o cosa, puede existir y sobrevivir solamente si es capaz de obtener sus materiales indispensables desde y en su propio ambiente, sin dañarlo y sin agotarlo. Porque si así no fuera, no tendría sentido vivir ni la posibilidad de sobrevivir en, con y desde ese espacio que ha elegido.
Con esta propuesta aseguramos la desaparición de la pobreza económica y todos los sufrimientos que de ella se derivan. Es seguro que es necesaria, aunque quizá no sea suficiente. No podemos asegurar lo mismo sobre las "otras" pobrezas que existen, lamentablemente. La puesta en práctica nos dirá cuántas de ellas están realmente relacionadas a la pobreza, a la falta de oportunidades, a la desigualdad; y cuántas de ellas forman parte de la naturaleza humana. Pero creemos que, por ahora, con eliminar la pobreza económica daremos un paso enorme hacia la concreción de un sin fin de soluciones.
Hay dos maneras de leer esta propuesta, una correcta y otra que podríamos calificar de limitada. Una de ellas es considerarla como una mejora del sistema capitalista. Para explicar dicha manera debemos tener en cuenta que ese sistema favorece a una clase de personas, en tanto perjudica a otro grupo de ellas. La manera más obvia de mejorar a ese sistema es haciendo que esta clase perjudicada se convierta en integrante de aquella otra, y la forma de hacerlo es dándole a la clase perjudicada el mismo poder adquisitivo de la favorecida; pero, para no cometer el mismo error original del capitalismo, sin perjudicar a esta última. Quizá forzando en demasía la imaginación, se podría decir que sólo podríamos mejorarlo al transformar a todos en capitalistas. Pero al hacer eso estaríamos negando la hipótesis desde la que arrancamos: el capitalismo necesariamente persiste en función de la existencia de esas dos clases antagónicas.
Por el contrario, el ciclo económico natural nos hace decir que la naturaleza posee todo lo necesario para el mejoramiento de la vida del hombre (mediante la producción y el consumo), y esa riqueza la pone a disposición de la humanidad. Esta última puede y debe beneficiarse de todo lo disponible, a través, únicamente, de lo que ella puede aportar: el trabajo, que no es una mercancía más sino una forma de energía natural, cuya función principal e ineludible es reponer a la naturaleza la destrucción que el hombre le hace, con los mayores beneficios y mejoras que todo el conocimiento adquirido a lo largo de la historia pueda aportar, con el objeto de que esa riqueza sea accedida por todos los hombres, sin distinciones de especie alguna, y sin que se la agote. Que no sólo importa la producción sino también su consumo.
Definiciones ineludibles
Ahora comenzamos con las definiciones imprescindibles que se necesitan para lograr una cabal comprensión de lo que se quiere exponer, y porque cualquier ciencia como tal, exige definiciones precisas. Estas definiciones han de entenderse como propias de la economía, aunque parezcan que la sobrepasan. Son abiertas, no exhaustivas, pero inmodificables en su concepto fundamental, no por capricho del autor, sino porque su propia naturaleza así lo obliga.
Llamamos naturaleza a una zona específica, delimitada geográfica, temporal y políticamente, que comprende un ambiente ecológico, pasado, presente y futuro. Puede ser una comarca, una provincia, un estado, un país, el planeta, la galaxia, el universo, según el caso.
Llamamos riqueza a la totalidad de sólidos (la tierra, suelo y subsuelo) y fluidos (aire, aguas). Son riqueza también todos los compuestos, orgánicos (animales, vegetales) e inorgánicos (minerales en general), todo tipo de energía (luz, calor), toda cosa o ser, todo objeto que se ubica temporal y espacialmente en dicha zona. Se desprende que no existen propietarios individuales de esta riqueza y que ella es el "capital" inicial en que la economía se basa y que todo lo mueve.
Desde esa riqueza, por ella, con ella y hacia ella transcurre la vida. No es ni debe ser, por tanto, considerada un recurso ni un medio ni un fin, en algo exterior a la vida, sino en parte integrante de ella, y que puede transformarse para hacer que la vida sea mejor. La propia humanidad forma parte de esa riqueza, pues la humanidad es naturaleza. La vida es la mayor riqueza.
De esa manera, al ser riqueza la vida misma, es riqueza también su disfrute y es perjudicial el mal uso de ella. Segar durante el proceso económico una vida extra humana (una brizna de trigo, un árbol, un animal) tiene por fin mejorar la vida del hombre.
La riqueza es única, pero puede diferenciarse según su origen en riqueza natural y riqueza artificial o racional. Aquélla es la producida por la naturaleza propiamente dicha, y ésta es la producida por la actividad del hombre, por el
Definimos como artificial, en puro sentido económico, a la transformación, por la mano del hombre, de algo natural en algo no natural. Así, lo artificial es derivado de lo natural. Es "hijo" de la naturaleza: ella es su madre y el trabajo del hombre es su padre.
Sólo la propia naturaleza –erupciones volcánicas, inundaciones, sequías, el hombre mismo, huracanes, etc.- puede destruir y, a la vez, reponer esa riqueza. El uso de ella por parte del hombre, cuando la explota artificialmente, debe finalizar con la reparación del daño y concluir ese ciclo productivo con un resultado positivo o, como mucho, igualado, en el momento que tenga que rendirle cuentas. La actividad humana propiamente dicha se mide según esta reparación, según cumpla con la terminación del ciclo iniciado.
Toda producción humana tiene por función esencial el ser consumida, sin importar la diferenciación de su origen entre esas dos formas de relacionarse con la naturaleza. Pero la forma de producción social (la actual, la que utiliza lo que llaman la división del trabajo) es la única que necesaria y forzosamente debe llegar al hombre como consumidor, debido tanto al cometido de dicha función esencial como por la forma destructiva en que ésta se genera.
En el proceso de producción de un bien, el hombre toma prestado de la naturaleza parte de su riqueza, no gratuitamente, dañando a aquélla y destruyendo a ésta como tal, generando así una deuda. A partir de ese momento la riqueza natural destruida pasa a ser materia prima, no natural. De allí su desarrollo: lo natural es transformado en artificial. En la tala de árboles, sea para producir leña o madera, el árbol ha dejado de ser riqueza natural para pasar a ser materia prima, riqueza artificial. El árbol ya no existe como tal, sólo quedan madera y desperdicios. Todo trabajo humano se realiza sobre objetos que fueron naturales pero que ya no lo son. La pesca por ejemplo, consiste en destruir vida marina para transformarla en otra cosa –alimento, aceites, artesanías, etc.-. Un pez al morir por la mano del hombre se transforma en pescado.
Llamamos vida, en un sentido puramente económico, a la riqueza principal de la naturaleza. La terminación natural de una vida es una transformación de riqueza; es una etapa más de ambas. En cambio, la terminación no natural de una vida es una pérdida irreparable, un cataclismo. Cualquier terminación no natural de vida es pura destrucción, es perjuicio, es ruina. La muerte de un ñu por una manada de leones es una transformación natural de riqueza, es una muerte que genera vida. La caza de animales sin un fin transformador –que sólo lo logra el consumo- es perjuicio puro. El hombre es el único ser que comete este crimen, y el único que puede y debe enmendarlo.
El aumento de vidas es aumento de riqueza. El mantenimiento de la vida es mantenimiento de la riqueza. El mejoramiento de la vida es mejoramiento de la riqueza. Vemos así que el concepto de riqueza es social.
Toda la vida del hombre es productiva. No podemos definir la actividad del hombre tal como se ha hecho hasta hoy, en que se considera al ser humano como un eterno empleado de un patrón eterno. Cada hombre como productor tiene su propia finalidad social, su propia vocación y capacidad particular para cada una de las incontables tareas que la humanidad puede realizar. No existe un trabajo que sea más trabajo que otro.
Un animal o un vegetal cualquiera –en realidad toda cosa- no es un productor ni consumidor, sino que de por sí sólo y por definición de ella, es riqueza. Exceptuado el hombre moderno, ningún ser vivo es un productor o trabajador. El hecho de formar parte de la naturaleza convierte a todo ser en un objeto del principal derecho: el de la vida. En tanto que formar parte de la humanidad hace que ese principal derecho conlleve además el agregado de dignidad. Aquel derecho elemental adquiere otra particularidad cuando nos referimos al hombre, pasando a ser el derecho a una vida digna.
No existen derechos por encima de esos naturales. Por ejemplo, para la humanidad no existe derecho que esté por encima de los llamados derechos humanos; los derechos humanos son aquellos derechos que se obtienen al nacer y que se mantienen durante toda la vida. Definimos a éstos, sólo en sentido económico, como el derecho a una vida digna; una vida que tenga asegurada su alimentación, su salud, su educación, su esparcimiento, su vivienda, su libertad, su independencia, su dignidad, alcanzables a través de un ingreso mínimo de magnitud suficiente. Ese ingreso pasa a ser entonces un derecho humano. Por ello a ese ingreso mínimo fundamental también le llamaremos "ingreso natural".
El valor de una riqueza de fácil reposición es menor que el de otra de más difícil reposición. Todo valor de reposición está dado por la cantidad de trabajo social contenido en él, más, si cabe, el valor de irreparabilidad, esto es, el valor derivado del perjuicio ocasionado, calculable a su vez por el trabajo social que se necesitará para suplirlo, en el futuro, de alguna manera. Existe un tipo especial de uso de la riqueza, ineficiente por perjudicial, que es la extracción de los llamados "recursos no renovables". Para atenernos a las definiciones dadas, debiera decirse riqueza no reponible (el petróleo por ejemplo) pues su reposición será imposible o tan costoso que su explotación se hace ineficiente, haciendo necesaria la toma de riqueza mediante otro tipo de actividad menos perjudicial (el biocombustible, por ejemplo) cuyo costo de reposición es mucho menor. Así, un posible perjuicio se transformará en un real beneficio. Existe también la posibilidad de que, al cierre de su ciclo económico propio, la creación de riqueza artificial sea mucho más beneficiosa que la destrucción de riqueza natural, por lo que los beneficios para la humanidad o para la naturaleza serán tales que harán perder su calificación de perjudicial.
El costo traducible a cifras de una riqueza se calcula a través de su costo de reposición, de reparación, nunca el de extracción. La siembra es reposición, la cosecha es extracción, el valor económico de ésta está dado por el costo de aquélla. La meta u objetivo inicial es aumentar siempre el volumen de reposición, aumentando así la riqueza; es devolver el "préstamo" con "intereses", siempre y cuando este hecho no genere un perjuicio. No se debe llegar al punto en que dicho aumento de la producción genere un daño (ecológico por ejemplo), sino a uno inferior. Una vez alcanzado ese máximo de productividad los valores de reposición y de extracción han de ser iguales.
Hasta ahora se ha entendido –erróneamente- que el precio de un "recurso no renovable" está dado por su costo de extracción. Por ejemplo, el petróleo de la península arábiga es más barato que el venezolano o el argentino, pues su extracción es más fácil. Sin embargo, la calidad de riqueza no reponible es igual en cualquiera de esos y de todos los países productores.
La explotación que genere la imposibilidad de reposición, la irreparabilidad, conlleva una enorme responsabilidad al ser humano, por lo que si se hace inevitable el explotarla, la decisión de llevar a cabo esa destrucción debe ser respaldada, necesariamente, por todos los involucrados de la zona en cuestión. Su grado de inevitabilidad no puede ser resuelto por unos pocos, por más funciones ejecutivas que estos pocos cumplan.
Llamamos productor, como término absoluta y únicamente aplicado a la economía, a todo ser humano en edad productiva, cualquiera sea su actividad, por intermedio de la cual produce o crea un bien como objeto, tangible o no, que mejora la existencia de su mundo, su comunidad y la suya propia. Porque: la esencia del hombre es el conjunto de las relaciones sociales. Todo productor es generador indirecto de nueva riqueza, racional o natural, cuya razón de ser es el consumo. Así, la personalidad del hombre está determinada por las relaciones sociales en general y las de producción-consumo en un lugar primordial.
Definimos edad productiva como la edad en la que un productor ejerce tal actividad. Un bebé es un productor dentro de la actividad que pueden ejercer los bebés. Un anciano es un productor dentro de la actividad que pueden ejercer los ancianos. Estos ejemplos extremos se muestran porque ellos, al crear bienes intangibles o no, también son capaces de mejorar la vida del mundo, de la comunidad y la propia. Son también, como todo hombre, productores de riqueza y consumidores de ella.
Toda la vida del hombre es productiva. No podemos definir la actividad del hombre tal como se ha hecho hasta hoy, en que se considera al ser humano como un eterno empleado de un patrón eterno, individual o colectivo, público o privado. Cada hombre como productor tiene su propia finalidad social, su propia vocación y capacidad particular para cada una de las incontables tareas que la humanidad puede realizar. No existe un trabajo que sea más trabajo que otro.
Definimos un bien económico como un objeto que suple una necesidad y que ocupa un lugar en el espacio y/o un momento en el tiempo. A la calidad de ocupar un lugar en el espacio se le llama tamaño; a la calidad del momento que ocupa en el tiempo se le llama durabilidad: existen, en términos humanos, objetos durables y perecederos, permanentes o instantáneos. Cualquier fruta es perecedera, cualquier edificación es durable.
Definimos ingreso como todo beneficio representable numéricamente, medible matemáticamente, verificable económicamente, que únicamente se obtiene y se alcanza al completarse definitivamente el ciclo económico que le atañe. Por su intermedio se satisfacen las necesidades materiales en general, entre las que se destaca el aumento del propio ingreso. No existe beneficio de ningún tipo, ni individual ni social, si el ciclo económico en el que está involucrado no se concluye correctamente, no se cierra completamente.
Pero si se alcanza a cumplirlo, no sólo se logran beneficios sociales significativos, sino la posibilidad del enriquecimiento individual. Cada ser humano recibirá un ingreso doble: el ingreso natural y los beneficios propios derivados de su actividad.
El objeto de la actividad humana, de toda la sociedad humana (dado y medido a través de la economía), no es el estudio de cómo generar ganancias o dividendos, sino que es la obligación de saciar las necesidades materiales de la humanidad, lo que le da su valor. Especialmente de aquellas que no pueden ser satisfechas de una manera natural, sino mediante lo producido artificialmente en el cumplimiento del ciclo económico. Entre ellas se encuentra el propio ingreso. La economía debe colmarlas sin generar perjuicios. Primero debe saciar las necesidades, después saciará lo gustos y por último los caprichos, inclusive. Repetimos: ese objeto se alcanza únicamente cuando la actividad del hombre se ha realizado mediante el cumplimiento del ciclo, que definiremos en un capítulo aparte.
Las necesidades, en un sentido más general, son aquellas faltas que son imprescindibles, en primer lugar, para mantener viva y sana a una persona. Posteriormente, las que se necesitan para mejorar esa vida con todas las seguridades y comodidades que pueda y deba producir la propia sociedad. Necesidades, específicamente, son aquellas cosas, materiales o no, que unos hombres poseen y disfrutan en tanto otros sufren su carencia.
La necesidad de un bien es lo que lo hace útil. Dicho de otra manera: la utilidad de un bien se la da la necesidad que exista por él, que es una propiedad intrínseca del bien. Es por ese motivo que se lo produce: para existir como objeto de consumo o usufructo.
Lo que se conoce hasta hoy como consumidor final (o simplemente consumidor, en el sentido económico común del término), es uno de los dos papeles fundamentales del hombre en la economía; es tan importante como el de trabajador. En verdad es aún más importante, porque cada habitante es un consumidor, sin importar si ejerce un trabajo o no. Todos somos él, todas las cosas económicas son él, toda actividad existe por y para él. Un bebé es un consumidor, un anciano también. El consumidor entrega parte del fruto de su vida social e individual –el salario, sus ingresos– a cambio del bien que necesita y que le ofrece la sociedad por intermedio de su ciclo económico.
Desde él (únicamente desde él) se obtienen todos los beneficios individuales y colectivos que se distribuyen a lo largo y ancho de ese ciclo. Su función como consumidor aumenta la riqueza automáticamente y sin generación de costos, perjuicios o pérdidas. Él y sólo él hace que la economía y la destrucción de la riqueza natural tengan razón de ser: es quien le da valor (valor social cuantitativo) al bien producido. La economía y sus herramientas – la contabilidad, la estadística, etc.- se deben utilizar desde el punto de vista del consumidor y no desde otro. Por todos esos motivos, y desde ahora, pasa a llamarse benefactor, con un sentido puramente económico.
Desde el punto de vista de la sociedad toda, el bien que se está produciendo va, en sí mismo, generando riqueza, cuyo valor máximo es el precio de venta final: su costo social de producción. Éste se transforma, en el momento de pagar su monto el benefactor, en riqueza social.
De esa manera, el costo social de producción (que no encarna ningún beneficio, ni general ni particular) se transforma en un valor social (en beneficio social) sólo por obra del benefactor.
Cada benefactor es propietario de todo bien que adquiera y que haya sido producido mediante el cumplimiento del ciclo económico, puesto que el cumplimiento de ese hecho es el que le otorga aquel derecho y el que lo hace inalienable. A él estuvo y está dirigido.
La humanidad tiene una manera principal –por su magnitud- de reponer la riqueza natural que destruye con sus actividades: mediante la creación de la riqueza artificial en sus innumerables formas, que sólo puede realizarse a través del trabajo (todo acto productivo o reponedor). Además, por su intermedio y su conclusión, un productor se transforma en benefactor. Un mismo hombre mientras trabaja es un productor, mientras consume es un benefactor, y éste es quien finaliza el proceso productivo o ciclo que aquél inició. Toda la humanidad, sin exclusiones, es productora y benefactora, alternativa y simultáneamente.
Definimos el trabajo justamente de esa manera; al haberse convertido en un componente inseparable de la vida humana, es toda actividad que genere un objeto -tangible o no- que aumenta la riqueza de la sociedad humana, integrante y conformadora de la naturaleza, o de ésta directamente. Todo trabajo es consumidor de vida, todo trabajo es productor de vida. Vida y trabajo siempre se han medido de la misma manera: mediante el tiempo. Pero la vida no se conforma solamente de trabajo. También tiene horas de descanso, de diversión, de aprendizaje, etc. Tiene horas de sueño en ambos sentidos: el sueño de dormir y el sueño de soñar. Por lo tanto, la vida tiene dos características principales, no excluyentes de otras: la vida es actividad, pero hay una vida socialmente activa y otra que no lo es. Además, el trabajo – que es la actividad social más importante para la economía- no contiene en sí una parte inactiva: el trabajo es una actividad social permanente; es una acción continua, es energía en incesante transformación. Por lo tanto no puede ser medida (en términos sociales) mediante el tiempo; la unidad de medida del trabajo social que utiliza el ciclo económico es el indev; el medio de consumo, el patrón de medida de la riqueza. Otra vez: la vida es la mayor riqueza.
El trabajo social consiste en crear, transformar y reponer riqueza. De allí que el trabajo puede existir solamente dentro del ciclo económico. Éste es quien lo constituye y le da su definición.
Por definición, las personas que no realizan ninguna actividad son las únicas que no trabajan, y es necesario conocer el motivo de esa inactividad, para que la sociedad pueda solucionar el problema (cuando ella es la responsable) o simplemente comprenderlo, captarlo, cuando no lo es.
El trabajo dependiente (un empleo, por ejemplo) alcanzará tal grado de justicia, de humanismo, de naturalidad y de libertad que puede llegar a ser considerado como un pasatiempo bien retribuido y no como un suplicio insufrible por quien lo realiza, porque cada individuo ya tiene satisfechas sus necesidades básicas; solo trabajaría por aumentar su ingreso y por simple gusto. La explotación del hombre por el hombre (donde cada uno es un "recurso no reponible") queda de hecho eliminada.
Definimos al dinero, a grandes rasgos, como un patrón de medida de la riqueza social total (la suma de la riqueza natural y de la artificial, generadas mediante el trabajo). Él no es la riqueza, tal como el metro no es la distancia, ni el termómetro la temperatura.
El concepto de escasez es clave en la economía de "libre mercado". Pero el ciclo define a la escasez como falta de riqueza, como falta de previsión, como perjuicio. Porque ella misma es, de por sí, la demostración práctica de la ineficiencia de la economía y de sus ejecutores. Demuestra la ineptitud de sus responsables y, en especial, de sus ideólogos. Utilizar la escasez como explicación de la propia economía es una incoherencia, un dislate, un absurdo. El ciclo nos dice que hay que preverla, evitarla y derrotarla.
Así, queda definida la abundancia como aumento de riqueza, como existencia de trabajo, como fruto y fin de la previsión, como inteligencia. Es el cumplimiento efectivo del ciclo económico; es su razón de ser. Hay que alcanzarla siempre.
A través del cumplimiento del ciclo económico haremos posibles la libertad y la liberación, la igualdad y la justicia, la solidaridad y el enriquecimiento. Todo dentro de la independencia real y definitiva.
El ciclo económico
La naturaleza de la riqueza viene dada, por un conjunto de acciones de forma periódica entre las cuales se encuentra la producción y consumo de bienes y mercancías, todas estas acciones dependen de la capacidad del hombre de aprovechar y generar el trabajo necesario para crear su propia riqueza.
La riqueza original que se toma de la naturaleza del lugar donde nos toca vivir es la que nos permite iniciar nuestras actividades productivas, las que tienen por fin producir bienes que serán consumidos o usufructuados, y así alcanzar en definitiva nuestro bienestar. El resultado de la actividad humana, (las mercancías o bienes producidos) tienen objeto de ser, razón y sentido, solamente, si son accedidas por el benefactor. Además de ser éste el objeto de todo acto económico, respaldado por la anterior aseveración, el benefactor es quien paga todos los costos de cualquier actividad, a la vez que transforma los costos sociales en beneficio general.
Nota: la actividad humana no se conforma únicamente de tareas productivas, sino una conjunción inseparable (dialéctica) de producción y consumo. El diagrama estilo "yin-yang" intenta representar esa unidad. Es una unidad de contrarios: no existe consumo sin producción, pero tampoco puede existir una producción (económicamente racional y efectiva) sin el consumo de ella.
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