Tampoco se mueven al azar ni autónomamente: igual que en las políticas de la historia las memorias colectivas y sectoriales son intervenidas desde el poder sin que lo perciban sus portadores; tanto a escala de la vida política nacional mediática como de las pequeñas comunidades. En ambas políticas se establecen y consagran monopólicamente modelos oficiales uniformizantes, estereotipados, discriminatorios y mentirosos a la hora de describir y explicar el pasado histórico, por ende la realidad.
Quien mejor lo ha visto es Pierre Nora, el gran historiador francés:
"La memoria depende en gran parte de lo mágico y sólo acepta las informaciones que le convienen. La historia, por el contrario, es una operación puramente intelectual, laica, que exige un análisis y un discurso críticos. La historia permanece; la memoria va demasiado rápido. La historia reúne; la memoria divide".
En suma, las memorias no dialogan ni debaten con otras memorias, están, y quieren hacerse visibles. Ello implica suspender la problematización histórica y sistémica del pasado, pese a la difundida creencia en contrario, pues como alguien ha dicho acertadamente las memorias no enjuician sino que condenan directamente.
Las políticas de la memoria procuran exacerbar disconformidades, frustraciones, contradicciones y reivindicaciones de todo tipo en aparente solidaridad ideológica y humanitaria con colectivos perseguidos o reprimidos, cuando lo que verdaderamente persiguen y logran es la fragmentación de sus dispositivos de impugnación, reduciendo así sus riesgos reales y potenciales.
Los populistas actuales proponen el regreso a un renovado ejercicio de la vieja y peor clase de "nacionalismo" latinoamericano posible. El futuro lo han descartado, por ende el pasado verdadero también.
Esa operación les sirve para captar intelectuales seudo progresistas -eternos culposos, principistas y utópicos- haciéndoles creer que las ideas están de asamblea y que la patria se está moviendo subterráneamente; es decir, que la diversidad de las memorias expresa su autonomía frente al poder, por lo tanto ellos pueden y deben participar como intelectuales para "acompañar al pueblo", no para dirigirlo ni con aquellas pretensiones de vanguardia de otras épocas muy intensas pues hoy fungen de "maduros".
Más no creamos que ellos creen semejante montaje mediático. Como sector históricamente cooperante con el poder nunca fueron ingenuos sino astutos y oportunistas, y saben muy bien que quien opera y mueve los piolines es la maquina cultural oficial estratégica. ¡Como no van a saberlo si la mayoría de ellos trabaja en eso y come de eso!
De ahí para abajo, las múltiples usinas culturales y educativas proyectarán ciertas memorias con retóricas conmovedoras, con lo cual estarán mintiendo y a la vez pervirtiendo los términos empleados.
Concluyendo: la historia y las memorias recorren caminos divergentes y producen resultados opuestos: las memorias, cuando el poder las agita y manipula, dividen y fragmentan al pueblo y a los colectivos sociales impidiendo la agregación de energías disponibles para el reencuentro societal en pos de un proyecto común para todos.
La experiencia indica hasta el hartazgo que cada punto indebidamente marcado hoy en el haber de los gobiernos populistas y paternalistas será mañana un tanto en el debe de la sociedad.
La duda es ¿cuánto falta para mañana? Entre tanto, ¿qué hacer aquellos que frecuentamos la historia? Cito nuevamente a Pierre Nora:
"En un mundo delirante, es imprescindible que reasumamos una misión de vigilancia intelectual, racional y cívica. La tarea del historiador es ayudar a la sociedad a reflexionar sobre sí misma, pero sin emitir juicios de valor. No tiene razón de ser un historiador obligado a llegar a conclusiones políticamente correctas. Los historiadores no tienen lugar en un mundo donde sólo reinan el ´bien´ y el ´mal´".
MEMORIA O MEMORIAS… ¿PARA QUÉ?
Es ingenuo creer que porque actualmente existe una proliferación de memorias, y entre ellas algunas impuestas a los codazos, a los golpes, por decreto, por censura y por autocensura (es decir, mediante distintas formas y magnitudes de violencia) nos estemos emancipando de algo.
A los argentinos no nos caracteriza la lucidez política sino todo lo contrario, es decir, la dependencia de un pensamiento mágico, la restauración de mitos inservibles y la creación constante de otros nuevos. En general, quienes mandan nos malgobiernan, nos perjudican, nos dicen que nos aman pero nos matan. Y sin embargo, surgen constantemente de nosotros mismos, quienes los elegimos y reelegimos con frenéticos ardores.
Creer que es necesario por nuestro propio bien recomponer una construcción ideológica oficial y uniforme aunque se haga en nombre de "todos", o de la Nación, o de la Patria o del Pueblo es en el mejor de los casos una candorosa ingenuidad, pero siempre es fruto de la intervención del poder en la mentalidad de los habitantes. Algo que debiera ser masivamente conocido por nosotros en este momento de la historia argentina, latinoamericana y mundial.
La crisis de identidad basada en ese abstruso concepto de "lo nacional" arrancó con el último golpe militar en Argentina, se profundizó con el desastre de Malvinas, con los fracasos del gobierno de Alfonsín, luego se aceleró en los 90´s como fruto de los fuegos fatuos de esa década y de su propio fracaso, más los fracasos actuales aunque estén vestidos con ropas de fiesta y se relaten como éxitos.
Como puede observarse, resulta cada vez más ridículo explicar esa crisis en forma monocausal, en base a la clásica tesis de izquierda del arrollador avance de la "dominación imperial" en la etapa de la Globalización, convertida en un cliché que impide pensar bien.
Lo cierto es que ese "lo nacional" ya había caído por si solo, por su propio peso, por sus propias limitaciones e incapacidades, por sus características masificantes, populistas, demagógicas, corruptas, antidemocráticas y dictatoriales. A ese nacional/nacionalismo le vino bien la Globalización para construirse un renovado enemigo mortal, un chivo expiatorio que desviara la reflexión crítica de los argentinos.
La prueba está en que tanto dentro como fuera de la Región existen países con dirigencias políticas lúcidas que promovieron procesos de lectura crítica de sus realidades locales, abandonando los discursos paralizantes del progresismo zonzo, lo cual les permitió generar oportunidades para el desarrollo promoviendo un nuevo espíritu de participación. Esos países permitieron que sus sociedades abandonen sus viejas y gastadas identidades locales y particulares para adquirir identidad mundial: algunos ex locales juegan ahora en el mundo.
¿Qué significa esto, entonces? Pues, precisamente, que los cambios se han producido en ellos no por la clásica acción unilateral del mundo central o de las multinacionales para aumentar sus condiciones de pobreza y subdesarrollo, sino por la voluntad de cambio y las acciones en tal sentido nacidas en su interior. Y esos cambios no significan mengua ni aumento de asimetrías, sino nuevas formas democráticas de participar mediante esfuerzos reales para cambiar en serio. No los famosos melodramas dictatoriales cargados de frases rimbombantes como el famoso "¡No pasarán!" o "Hasta la victoria siempre".
La identificación con ese nacionalismo declamatorio y de alharacas patrioteras[5]está en retroceso en América latina y lo estará cada vez más. Para ello es preciso que la percepción de la realidad real se efectúe descorriendo los velos y los filtros que proporcionan tantos mitos inservibles pero siempre útiles para los maquiavélicos manipuladores del sistema político republicano.
Apenas tres países han podido encarar estos cambios: Brasil, Chile y Uruguay, gracias al desarrollo de una conciencia cívica que ya no se alimenta de discursos formateados sino de acciones concretas que se contraponen a la inasible "conciencia nacional", o al "ser nacional" que tanto hemos fogoneado los latinoamericanos, pero que sólo ha servido para matarnos entre nosotros.
En Argentina existe un saludable crecimiento de conciencia crítica -todavía insuficiente, por cierto- pero ya el conocimiento de nuestros propios defectos, de nuestras limitaciones, de nuestros fracasos de antes y de los actuales se va extendiendo en la sociedad, permitiendo así prever los próximos inminentes pero sin caer en autoengaños, en melodramas inconducentes, "sine ira et estudio", única manera de conocer y, en consecuencia, pensar cómo cambiar.
La historia enseña que en manos del poder -me refiero siempre al poder autoritario, ya sea que esté concentrado o repartido, arriba o abajo- la identidad es un pretexto para estrujar más y más a la sociedad, en lugar de ser un medio para permitirle ser cada vez más autónoma.
El poder lleva a cabo políticas de identidad allí donde necesita disimular su carácter antidemocrático, dictatorial o totalitario. En consecuencia, necesita que en la vida diaria haya atmósferas mágicas, ardores colectivos, adrenalina constante, fantasías populares, furores locos y crispamientos propios de viejas estéticas que confunden a algunos con la famosa vieja Revolución, fetichismos nacionalistas y revolucionarios cargados de resentimiento, con color local y fiestas populares subsidiadas, y todo así con la excusa de que se están jugando momentos cruciales para la humanidad representada en la nación o la etnia, motivo por el cual hay que defender hasta la muerte al ser nacional (¡…!).
Esta identidad nacional, este nacionalismo, es el peor de todos, el que produce fanáticos y suicidas, asesinos y aduladores, analfabetos y ricachones, estafadores y estafados, bufones que baten palmas (unos con sueldos, otros por gusto).
He aquí porque al reflexionar sobre los temas de este trabajo no puedo evitar terminar lleno de amargura. Nada académico, por cierto.
Y por suerte.
Conclusión
Hasta aquí, pues, mi intervención en este seminario sobre Problemáticas Contemporáneas Complejas. Lo reducido del tiempo inicialmente previsto para su realización exige acotar el número de encuentros asignados a cada uno de los colegas participantes. Razón por la cual nos hemos visto obligados a acotar nuestra intervención a la presentación de un panorama básico sobre el estado actual de lo que en el habla cotidiana se ha dado en llamar identidad nacional, aun siendo concientes de la particular importancia de las problemáticas identitarias étnicas y de género, sobre todo en Argentina y América latina, y de su vinculación con los asuntos desarrollados en el presente trabajo.
De modo que la complejidad, extensión y actualidad de la problemática aquí tratada apenas queda esbozada en este trabajo. Esperamos continuar en ella en un futuro cercano.
A todos muchas gracias.
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ANEXO
EL CORSET DE LA IDENTIDAD
POR CARLOS SCHULMAISTER (Argentina)
"´ Uno´ nunca es uno. Nadie es sí mismo, porque estamos siendo el ´otro´. Somos, siempre, varios ´yo´ en un punto que luego desaparece y se impulsa a sí mismo para mantener la ilusión".
Freddy Quezada (Nicaragua)
La reciente y hermosa nota de Freddy Quezada (19/05/2008), "Los otros "yo" de uno", en El Nuevo Diario, de Managua, me llena de alegría por las coincidencias entre su contenido y mis puntos de vista. En vista de ello busqué estas viejas páginas y las remocé para darles nueva vida y ampliarlas a otros temas. Por supuesto, van dedicadas al "gran Freddy" con todo mi afecto.
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Cuatro años atrás, Carlos Fuentes se refirió al español como una "lengua impura", señalando que en esa impureza residía su capacidad de renovación. Compartí entonces el sentido positivo que el genial escritor buscó expresar de ese modo y en el resto de su nota, y a partir de ella me dediqué a pensar en otros temas conexos. Pero, ¿qué quiso expresar con esa frase? Sencillamente, el hecho de que el español está constituido por aportes lingüísticos de muy diversa procedencia. Siendo así, no tenía necesidad de utilizar la díada pureza-impureza si buscaba aludir a la idea de diversidad. Es que la noción de impureza de los fenómenos sociales, aparte de ser incorrecta, suele preparar el camino a la asunción lisa y llana del carácter maléfico o patológico de tal o cual rasgo o comportamiento humano, lo cual posee un trágico historial en su haber que no querríamos repetir. Pensar lo social en términos de impureza o imperfección es fruto del pensar dentro de rígidos marcos de blanco o negro cuando no se sabe, no se quiere o no se puede ver las notas de diversidad que caracterizan a lo social, diverso por antonomasia. El recorrido posterior suele ser la búsqueda de uniformización, purificación reordenamiento de las sociedades, y supresión o "control" de sus elementos "anormales" o "desviados". Procesos éstos para nada inocuos ni placenteros como lo demuestra la historia. La esencia de lo social no es la uniformidad sino la diversidad, que se expresa de múltiples maneras y en múltiples campos, por ej. respecto de los orígenes de un fenómeno, es decir, en cuanto a sus vertientes generadoras; en consecuencia, también en relación con sus elementos constitutivos, y por ende con la variedad en sus formas de actuación y comportamiento. No hay nada más diverso que lo humano. Los hombres piensan, sienten, perciben, actúan y se expresan con diversidad. Su creatividad se manifiesta plena de diversidad en la coordenada espacio temporal individual y colectiva, pero en cada una de ellas tampoco nada permanece igual a sí mismo. El hombre y la cultura cambian permanentemente. De modo que el cambio es primordial en lo social: paradójicamente, es lo único constante. No obstante, ese carácter no niega la existencia de uniformidad, rigidez, invariabilidad e inflexibilidad en ciertos aspectos y momentos. Lo que ocurre es que una perspectiva histórica larga registra preferentemente los cambios, y una perspectiva corta -a escala de la vida humana- tiende a confirmar las permanencias. En ambos casos, lo registrado depende de la observación, es decir, depende del acto de los observadores; de los sujetos, no de los objetos observados. El cambio, por lo general, se mueve en el campo de la libertad, la cual en realidad es sólo aparente ya que simultáneamente es producto y productor del sistema global, es decir, de la realidad. Es decir, el cambio crea y luego obsoletiza lo creado. En suma, igual que el título de una famosa película, nada es para siempre. Y esta afirmación no depende de la frecuencia con que se presenta un fenómeno, pues si existe una mecánica y una dinámica celeste ¡qué menos puede esperarse en el campo de la vida y sobre todo de la vida humana! En realidad, aquello cuyo cambio no alcanzamos a ver es sobre lo cual decimos que está quieto o que permanece: pero que nosotros no veamos o no comprendamos que algo cambia, o que está cambiando, no significa que no lo haga. Y si todo cambia, nada es igual a sí mismo para siempre. Los objetos materiales creados cambian, envejecen, no sirven más. Con los inmateriales pasa lo mismo, por caso las ideas: muchas de ellas cambian, envejecen, no sirven para tiempos posteriores y terminan siendo olvidadas, y otras pocas que podrían servir, corren la misma suerte o permanecen dificultosamente en el presente. Sin olvidarnos de que otras pueden reciclarse y reaparecer de otras maneras. Todo ello es aplicable a esa mezcla de materialidad e inmaterialidad que es la palabra, hecha de sonido, significado y sentido. Las cosas humanas, por lo tanto, no valen para los hombres siempre igual, pues su valor no está en su forma, ni tampoco demasiado en su esencia o en su función, sino fundamentalmente en el sentido que las diversas generaciones en tiempos y lugares diversos les atribuyen y les atribuirán. La creación de sentido por el hombre es mucho más plenamente cultural y más compleja que la propia creación de objetos. Esto nos lleva a desconfiar de la apariencia de las cosas (y no tan sólo de su esencia), del estado aparente en que se hallan o en el que nosotros creemos verlas. Todo está cambiando, independientemente de nuestra capacidad para comprenderlo. Admitir esto implica poner en duda nuestra capacidad potencial de conocer tal como se nos ha enseñado y sobre todo de conocer el ser de las cosas y los principios básicos de la lógica, como el de la identidad, ya que éste por un lado expresa estados transitorios de las cosas y en sí mismo también es una afirmación provisoria. Si admitimos que existen casos o situaciones de las que no sabemos o no podemos registrar sus cambios, entonces debemos desconfiar también de los espejos, pues lo que creemos ver en ellos es sólo una ilusión. Ergo: no podemos identificarnos: no reconocemos nuestra propia identidad. Pero no porque no poseamos identidad, sino porque ésta es múltiple y provisoria, es decir, es un constante ir siendo. Diversidad y cambio son inherentes a la condición humana y a lo social. No sólo las palabras están en permanente transformación, también lo está el ser humano individual en el largo periplo de su vida así como los grupos y sociedades en la historia. Por lo tanto, no existe la pureza ni la impureza en sí misma en los fenómenos sociales. Ellas constituyen formas incorrectas de expresar los variables grados de representatividad o correspondencia resultantes de su referenciación con sistemas, teorías, estándares, modelos, puntos de vista, supuestos o estereotipos desde los cuales se expresa el núcleo del saber oficial de un grupo social, y de todo grupo social. En consecuencia, también las identidades sociales no son un estado definitivo, no son estables, no lo son para siempre. Las "identidades" políticas, culturales, sociales, étnicas, etc, también se transforman en las sociedades conservadoras, con velocidades y matices diferenciales, por cierto, pero en los últimos tres siglos lo vienen haciendo con ritmo tan frenético que resulta muy fácil percibirlo y demostrarlo. Tal el caso de la Argentina, la menos latinoamericana de nuestras naciones y la de mayor integración étnica. Por eso mi pregunta de fondo: ¿en el mundo actual tiene sentido cristalizar la percepción y la autopercepción identitaria a partir de privilegiar un rasgo determinado y aislado, como lo es el origen étnico, dentro de un conjunto mucho más amplio de caracteres cuya verdadera incidencia en la formación de las personas reviste mucho mayor peso que aquél? ¿Puede alguien que no vive hoy en una tribu sino en una sociedad urbana del mundo capitalista, que establece relaciones sociales, afectivas, económicas, laborales, políticas y culturales dentro de los parámetros de la misma y sujeto a los mismos avatares de la mayoría, y que ha sido educado y formado en el mundo de valores de esta sociedad global dominante (muchos de los cuales, dejando aparte aquellos claramente negativos, no son en principio antagónicos sino que, más allá de lógicas diferencias poseen elementos compartidos con los valores y creencias más profundos de los pueblos originarios y de otros pueblos de todos los tiempos y lugares), y que sueña y proyecta para sus descendientes los mismos sueños y proyectos de cualquiera en este mundo occidental, puede, repito, ese alguien sentirse mapuche porque tiene un apellido de ese origen, cuando a lo mejor también lleva en su sangre una vertiente criolla, europea o incluso asiática? ¿Qué drama original de desdoblamiento psicológico tendrá que enfrentar en nuestra Argentina intemperante un adolescente con antepasados mapuches e italianos, por ejemplo? ¿Deberá optar por asumir declarativamente con carácter militante y belicista su opción fundamentalista por alguna de sus ascendencias, la italiana o la mapuche, en desmedro de una u otra de ellas, olvidándose incluso de lo que pudiera deberle a la Argentina en la formación de su personalidad si es que ésta no es mala palabra para entonces? ¿De qué dependerá tal acto forzoso: de la cara o el apellido que porte?, ¿de si tiene tez blanca como su antepasado italiano, o la morena de los mapuches? ¿No resulta superficial y falsa tal encrucijada cuando uno ha sido socializado en la cultura contemporánea de este mundo conflictivo, desigual e injusto, pero cada vez más consciente de la justicia y la desigualdad de modo tal que millones de blancos y mestizos pueden sentirse negros en el afecto y admirar a Martin Luther King, a Nelson Mandela o al indio Catriel sin complejos por no ser negros o indígenas, del mismo modo que quienes son descendientes de europeos y americanos pueden hacerse cargo, con sentido de integración, de los aportes culturales históricos de todas las comunidades étnicas originarias y no originarias que han venido a este continente y formaron y transformaron permanentemente la cultura que consumimos hoy, y puedan considerarlos parte vital del patrimonio cultural de la Argentina, no sólo como argentinos sino como humanidad, en igualdad de derechos culturales y de modo que todos podamos sentirnos igualmente representados por otro ser humano sin importar los colores, los orígenes o los apellidos de ninguno? El signo de los tiempos no es la cristalización de las ideas (y menos aun la de la identidad), sino su provisoriedad, tampoco lo es la fragmentación ni la atomización, sino la integración y el mestizaje, la interculturalidad y el sincretismo, lo que corresponde a lo que somos: un constante ir siendo que tiende puentes hacia todos los rumbos, que no se cierra, que gana y se enriquece en el intercambio cultural sin fronteras ni resentimientos. Los intentos de constreñir las transformaciones sociales que corren por los estratos sociales de abajo -y la integración cultural es una de ellas, necesaria por lo demás- terminan por lo general siendo tareas que se emprenden desde los pináculos de la sociedad, como la pretensión de regular la lengua española. Cuando excepcionalmente no nacen en esos niveles, igualmente terminan siendo útiles a los poderes que moran en esas alturas. Esa clase de resistencias a la realidad suele producir más mal que bien y dura hasta que la misma realidad cambiante termina enviando esos intentos a un oscuro rincón de la historia. o0o o0o o0o En: El Nuevo Diario (Managua) – 31/05/2008 – http://www.elnuevodiario.com.ni/blog/articulo/120
IDENTIDAD
Carlos Schulmaister
A veces sé que sé, a veces digo lo que sé, a veces dudo de lo que sé, a veces sé que no sé, a veces digo que no sé, a veces me preocupa no saber, a veces me da igual.
A veces creo que sé, a veces hablo como si supiera, a veces me creen, a veces no, a veces no sé que sé, a veces no sé que no sé.
A veces no sé expresar lo que sé, a veces no me entienden, a veces lo expreso bien, a veces no me creen, a veces no me quieren creer.
A veces muestro lo que tengo, pero no lo ven, o ven otra cosa, a veces lo escondo, pero igual lo ven, a veces no sé, ni digo, ni muestro, unos suponen que no sé, que no tengo nada, otros creen que sé, que tengo, que oculto.
Y así me conocen, con lo que saben de mí, con lo que creen que saben, con lo que digo y lo que callo, con lo que muestro y lo que oculto, con lo que suponen y lo que ignoran, con lo que quieren creer.
Yo hago lo mismo con ellos, y aun sabiendo cómo se conoce me olvido que lo sé, y quiero conocerme en ellos, en sus palabras, en sus gestos, en sus ojos, aunque como yo nadie me conoce, ni yo podré conocerlos como ellos se conocen.
Y entonces maldigo las palabras, los gestos, las miradas, por inútiles, por vacías, por ambiguas, aunque no sean responsables, pues uno no se conoce, ni se deja conocer, como hay cosas que sabe, y no desearía saber.
Los demás nos espejan mal, se crean espejismos, y se los creen, aunque toda imagen nuestra, reflejada por los otros es siempre diferente de uno mismo.
Uno es único y es múltiple, incognoscible totalmente, por los demás y por uno mismo. Sólo vemos sombras y fantasmas, de uno y los demás, que componen nuestra vida, sin saber ni poder vivir sin ellas, como una carga a cuestas, a veces ligera, a veces pesada, a veces grata, a veces triste, según cómo nos reflejan, que complacen o lastiman cuando reflejamos a otros.
Ese amasijo abstruso, de acciones y palabras, realizadas y pronunciadas, imaginadas y recordadas, lo llevamos en la frente, pero nos pesa en la espalda, como una cruz inmensa, que nos agobia en la vida, y desaparece en la muerte.
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Autor:
Carlos Schulmaister
[1] OTAS El argumento meramente abstracto de que la profesora quería evitar que el tema del origen se convirtiera en un tabú no me convence. Creo que en ciertas ocasiones una intención correcta puede ocasionar resultados negativos, tanto que, como en el ejemplo citado, semejante intención podría calificarse de reaccionaria. Esto sucedía a comienzos de la década de 1980, bajo la tiranía; hoy, treinta años después, una intervención semejante suele resultar esclarecedora para un alumno en particular y para todos sus compañeros.
[2] http://www.freddyquezada.blogspot.com/ En El Nuevo Diario, de Managua, Nicaragua, (19 de mayo de 2008) Freddy Quezada dice lo siguiente: “(…) ahora sabemos que A no es igual a A. Y que dentro de "A", como en las polvaredas de Cantor en las que todos los números ya se encuentran en cualquier segmento de ellos, está todo el alfabeto. Así, pues, “uno” nunca es uno. Nadie es sí mismo, porque estamos siendo el “otro”. Somos, siempre, varios “yo” en un punto que luego desaparece y se impulsa a sí mismo para mantener la ilusión. Toda la tradición “oriental”, desde mucho antes de Freud y Lacan, se ha consagrado a destruir tal ilusión. Es viejamente sabido, que el yo se descompone en el tiempo, en el espacio, en el inconsciente e, incluso, a cada instante estamos siendo habitados por un enjambre de escenarios que se nos ofrece y de los cuales, al decidir por uno, matamos todos los demás. La coartada que se usa, para explicarnos la identidad que poseemos, es la de contar con una memoria que une unos momento con otros, a conveniencia y solicitud, como un collar de perlas sin hilos, separadas unas de otras, por una especie de vacíos cuánticos, como esos trenes de alta velocidad, cuyos vientres jamás tocan los rieles. Por ejemplo, en el tiempo, nadie puede decir que uno es igual al niño visto en los álbumes familiares, ni al adolescente vital y agresivo que fuimos; en el espacio, uno no se comporta lo mismo en un lugar que en otro. Hay que sumar a la fragmentación, los distintos roles que asumimos a veces sucesiva o simultáneamente, cuando somos subalternos, dominantes, receptores, productores, emisores, consumidores, etc. En fin, somos una colonia de “yo” despedazados, nube de puntos sostenidos por una tensión de rayos láser, como los píxeles de un cuadro que, de lejos, parecen brindarnos una imagen, pero de cerca son puntos separados por pequeños intersticios que, en el caso de la conciencia, son empujados por un horizonte o sentido al que nos entregamos… “ En: El Nuevo Diario – 31/05/2008 – http://www.elnuevodiario.com.ni/blog/articulo/120
[3] Para ver el proceso histórico de construcción de la patria y el patriotismo en Argentina véase mi trabajo La construcción oficial de la idea de patria y patriotismo en la escuela argentina, en monografías.com /trabajos20/idea-de-patria/idea-de-patria.shtml y en mi blog El ansia perpetua, http://www.elansiaperpetua.com.ar/?p=533
[4] Alguien ha escrito palabras brillantes relacionadas con este tema. Es mi amigo Freddy Quezada, de Nicaragua. Véase El poder y sus sirvientas, en El Nuevo Diario, 30 de abril de 2004. En: http://archivo.elnuevodiario.com.ni/2004/abril/30-abril-2004/opinion/opinion3.html.
[5] Véase mi artículo El patrioterismo. En: Diario Río Negro -www.rionegro.com.ar – 05/01/2006 -. Y en El ansia perpetua www.elansiaperpetua.com.ar nos pesa en la espalda, como una cruz inmensa, que nos agobia en la vida, y desaparece en la muerte. o0o o0o o0o o0o
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