Literatura ecuatoriana: cuentos, leyendas y relatos de Don Napo (página 2)
Enviado por Napoleon Jaramillo
Fregándose las manos en señal de alegría asomó por la esquina del patio el tío Pacho y en su bolsillo de la camisa blanca, la única que tenía, traía unos papeles escritos y muy bien doblados, era el testamento que tanto trabajo le había costado, a nadie le dejó sin la respectiva herencia, de acuerdo a sus gustos, preferencias y circunstancia de la vida.
Al encontrarse con su mejor amigo que era desde la infancia, le confesó que ya había elaborado el testamento y le fue leyendo con el propósito de encontrar sugerencias y cambios. Los dos amigos leyeron y releyeron el testamento e iban corrigiendo y completando lo que faltaba.
A medida que llegaba la media noche, la luna ya había recorrido la mitad del cielo y resplandeciente alumbraba el ambiente fiestero; a voz en cuello, el tío Pacho anunció que faltaban unos pocos minutos para que sea la hora cero, es decir, el fin del año y que convendría parar la música y el baile para escuchar el testamento. Todos se quedaron en silencio y curiosos por saber que les tocaría a cada uno. Subiéndose a una silla para que le vieran, casi gritando leyó: Hijitos míos, hombres y mujeres; nietitos adorables; parientes cercanos y lejanos . . . . . todos y todas presentes aquí en esta mi última morada y de una agonía muy intensa; en que me ha tocado estirar la pata y quedar boca arriba, que me vistan de fiesta y me metan en la caja; me encierren en la tumba oscura y muy helada; y, de mi se acuerden el año venidero, les quiero expresar mi voluntad serena y encargarles para rígida obediencia el cumplimiento estricto de niños buenos. En este instante de despedida y que nadie se salva de ella, les quiero recordar con vehemencia y destello, el valor que tiene la vida y la transcendencia de ella; que nadie que nació se quede sin disfrutarla, porque no hay otra mas bella…… A mi hijo, José María, el más viejo de todos, le dejo el bastón de mando, para que con su ejemplo de buen garañón, cuide y proteja a las desamparadas mujeres y en sus momentos del tiempo libre haga cumplir a raja tabla las normas de esta gran comarca. Al Pedro que vive el rincón mas lejano, cerca de la jungla espesa, le dejo este inmenso horizonte para que cuide con afán y evite que nadie destruya el ecosistema que esta lleno de vida y su entorno esta en peligro. Al Juan José, rubio de nacimiento y ennegrecido por el frío y el viento, le dejo el cacho del buey arisco, para que sople a todo pulmón desde la cima, convocando al vecindario para aplicar la justicia por propia mano a los cuatreros que por aquí merodean. Al Martin de la esquina oscura, le dejo el guagrapinga de cuero de vaca madura, para que castigue con bravura a todos los guaynanderos que andan sueltos haciendo de las suyas y llenando a las mujeres de guaguas. Al Manuel, el carpintero, le dejo un hacha muy fila, para que con destreza fina, labre bigas y pilares para construir casas finas. Al Agustín de tinte fino, le dejo su telar y muchas ovejas cargadas de lana fina, para que cubra con unción los cuerpos de las damas con pañolones y muchas chalinas. A mi lánguido Rufino, le dejo las tijeras y la barbera, para que siga cumpliendo con afán y muy ligero siga dando cada semana al vecindario, chismes mas calientes y amenos. Al Andrés, al más hablador de la comarca, le dejo una yunta de flacos bueyes y el arado, para que nunca el bastimento falte. Al tímido Matías, que vive junto a su adorada tía, le dejo una alforja llena de amorfinos, para que en los carnavales recorra con sus amigos entonando y cantando coplas a sus vecinas y vecinos. Al Carlos, al más entonado de todos, le dejo el recetario de amantes, para que acuda diligente con sus sabios consejos antes de que las parejas presurosas metan las patas y al abismo se lancen juntas. Al Miguel, al más expedito, de lengua larga y que es un buen quishca, le dejo el libro grande de las leyes, para que en el consulte cada caso y dé el respectivo castigo, añadiendo sus consejos de gran amigo. Al Estuardo, que de flaco, casi no se le ve cuando esta en la cancha, le dejo una docena de balones untados con cebo de vaca para que convoque a la juventud al juego y de los vicios les saque. Al Milquisidé, de espalda ancha, que por su devoción al trabajo, es ejemplo en la barriada, le dejo su aguda garganta, para que con voz de autoridad serena, ayude a todas las familias a transmitir las buenas costumbres y los buenos modales. A todos mis hijos queridos, sin discriminación alguna, les dejo el consejo oportuno de permanecer unidos siempre y que a ninguno les falte el saludo, el aire, el agua y la papa; que gocen de la maravilla de la vida, que cuiden a la naturaleza toda y que luchen siempre por la libertad que es el don mas sagrado de la vida. Que no se escondan tras las sobras de la noche, que hagan las cosas con limpieza de corazón, pensando en que todos somos hermanos.
En mis minutos que quedan, no quiero olvidarme de mis hijas mimadas; a ellas que son la esencia de la belleza, manantial de superiores sentimientos, expresión diamantina de sutileza; con devoción, admiración y delicadeza, les encargo de por vida la buena crianza y la formación armónica de generaciones sabias, con alma de seres libres y no de esclavos. A la Juanita, con alma sencilla y buena, partera de nacimiento y comadrona por herencia, le dejo una inmensa planada de hierbas buenas y plantas curativas, para que aliviar el dolor con amor y sabiduría en los partos pueda. A la María, de trenzas largas y gruesas, que a pesar de su joroba, sus años no le pesan, le dejo el libro de la sabiduría, para que con su testimonio de vida ofrezca, los mejores consejos de ejemplar madre, esposa y hermana a la vez. A la Margarita, de cuerpo esbelto le dejo toda la alegría y la firmeza para que sigua haciendo de la juventud una generación con sabiduría, alegre y competitiva. A la Luz Angélica le dejo, mi única maquina de coser y de aguja fina, para que siempre les tenga, a la moda, bien vestidas y luzcan en las fiestas andinas. A la bella Inés, que toda una mujer es, le dejo el encargo de seguir, con ahínco catequizando para la libertad a toda la niñez. A la Amadita, que es toda una damita, por encargo de vida le pido que sigua siendo consejera de todos y todas las ovejas descarriadas. A todas las niñas buenas, sin discriminación alguna, de tarea les dejo que cuiden la cultura de mi pueblo, y que se miren en ese gran espejo. A los niños traviesos les pido, que obedezcan a los mayores, que es el único legado que les queda. A toditos los nietos adorables, en esta noche de mil última morada, les encargo de por vida a la madre naturaleza, que la cuiden y la defiendan, ya que es la única madre generosa y buena, generadora de vida entera, pero frágil como ninguna. Al despedirme de toditos, les comparto mi regocijo: que sigan alegres y unidos, que celebren mi despedida y empiecen una nueva vida cargada de muchos bríos. Que juntos busquen ardientemente la felicidad en cada instante; y que por sobre todas las cosas antepongan la justicia, como seres con inteligencia. Que siempre estén presentes, en todos los actos de sus vidas el amor al prójimo como Doctrina.
Así expiró el año viejo cuando el reloj del tío Pacho marcaba las doce la noche y en ese momento todos se abrazaron de gozo. Ninguno se quedó sin dar ni recibir su feliz año nuevo. Muchos lloraron de emoción infinita, algunos se quedaron atónitos por tan gran acontecimiento, hasta que únicamente quedaron las cenizas y el recuerdo del año que se fue y que de ningún modo retrocederá.
El mirlo parlanchín
Volando entre los arboles, unas veces nervioso, con la mirada por todos los lados, con sus ojos bien abiertos a pesar del malestar causado por el smog de la gran ciudad o con la calma de una ave segura de estar en su propio territorio, gorjeando de vez en cuando para comunicarles a sus parientes y amigos que está en su espacio; con la libertad, compitiendo con el viento, está el mirlo parlanchín, vestido todo él de negro brillante para no confundirse con los demás que no sean de su especie; sus patas y el pico son de color amarillo. Solo le falta el bastón y el sombrero negro para estar vestido como todo un varón.
Durante todas las madrugadas, religiosamente, le saluda a la madre naturaleza y se inclina reverente para hacerle la primera oración de agradecimiento, por haberle permitido ser parte de ella, por brindarle los mejores alimentos para su sustento diario y por haberlo acogido con el calor de su nido cuando fuera pichonzuelo.
Posado en una rama de un árbol centenario de capulí, que frondoso le brinda abrigo en la noches frías de verano, bullicioso cual ninguno, despierta a todos los lindantes y muy especialmente a sus críos y les va contando la historia de su vida en el tiempo y en el espacio de una tierra pródiga y generosa en donde anidan infinidad de seres que hacen y dan testimonio de la grandeza como expresión infinita de la creación entera.
Con armoniosa voz y delicada poesía va cantando la historia todos los días: Nacimos en un nido tosco, de ralas ramillas secas entretejidas por nuestros hábiles progenitores, que una a una reunieron en miles de vuelos. Pocos pelos y lanas de borregos y más musgos que plumas delicadas de gorriones, sirvieron de abrigo, primero de los huevos y luego de los polluelos.
Del amor de nuestros ascendientes, mi madre puso en el nido dos huevos y a partir de eso, nuestros padres se alternaban, y con sus cuerpos el calor nos suministraban. Luego de algunas semanas, bien cuidados, los cascarones de maduros se fragmentaban y con nuestros picos a la luz del mundo asomábamos. A partir de esa maravilla de la vida, en turnos estrictos nos alimentaban, trayendo en sus buches las delicias de la tierra: gusanos y mil lombrices, semillas de zapán y capulíes, pepas de espino y de vez en cuando unos mortiños. Esas eran nuestras predilectas golosinas, cargadas de muchas proteínas y minerales que a las pocas semanas éramos unos fornidos pichones. En las noches, siempre estaban los dos junto a nosotros para darnos abrigo cuando necesitábamos porque nacimos sin plumas y sobre todo para protegernos de algún nocturno enemigo que nunca faltaba. Cuando percibían que algún chucuri se acercaba, una gran bulla levantaba y a pesar de la oscuridad de la noche, con su aletear amedrentarlo lograban. Y luego de ese gran susto, con música paterna nos arrullaban hasta que llegue la madrugada en que éramos acariciados por la melodía bulliciosa de muchos mirlos adultos que contaban las historias a sus críos.
Una vez que nuestros cuerpos, de plumas se cubrían, se acercaba la hora de aprender el aleteo para el vuelo y posados en el filo del nido que nos arrullaba, con la debilidad de frágiles polluelos simulábamos volar y volar, pensando en que todo el horizonte era nuestro. Luego de varias semanas de gozar en el nido y luego de varios días de preparación para el primer vuelo, llegó la hora cero, en que hambrientos a propósito nos tenían y mostrándonos en el pico una rica lombriz que de desayuno serviría, nuestros padres nos incitaban a seguirles volando de rama en rama. Por descuido o por pereza, muchas veces al suelo caíamos y nuestra madre presurosa al auxilio venía en prevención de salvaguarda de nuestras vidas.
Sintiéndonos jovencitos, siguiendo los consejos de estar siempre atentos a la presencia de algún extraño, en silencio bajo las ramas permanecíamos, hasta que alguno de los adultos nos diera una señal de que el peligro ha desaparecido.
Hace no mucho tiempo, las ciudades no eran tan grandes, había muchos árboles de maderas finas, con abundantes y sabrosas semillas, con muchas hojas que hospedaban cantidades de insectos que eran verdaderas golosinas. Frutas, por supuesto que también había, se podía escoger el menú para la alimentación de cada día; los hortelanos viraban la tierra agrícola a menudo y muchos gusanos y lombrices teníamos. Muy rara vez a los niños traviesos, con flechas en las manos les veíamos. La vida era llena de respeto, libertad y de abundante aire puro, que los estornudos no conocíamos.
El agua fresca para calamar la sed o para deleitarnos del baño en los veranos ardientes, en las quebradas cercanas se encontraba. Todo era una verdadera maravilla, y la vida era mucho más fácil que producía una gigantesca alegría.
Con el pasar de los años, las calles de la ciudad permanecen oscuras que parece neblina; pero es consecuencia de muchos autos que llenan de gases malsanos que tanto daño hacen a todos los seres que habitamos entre el concreto y los rascacielos, entre la abundancia y la miseria, entre la prisa y el stress, entre el ruido y el temor, entre la estrechez y a insalubridad. Cada día y cada noche que pasan, marcan en el calendario de la vida, una mancha que es imborrable y es que, a la madre tierra y a su entorno natural se le causa una enorme herida que el tiempo no le cicatriza.
El Planeta tierra, entero está en peligro, por culpa de las ambiciones mezquinas de los humanos que a lo largo de su historia no han sabido cumplir con sus obligaciones de hijos buenos, de cuidarla y protegerla. Al contrario, lo han explotado sin mesura sus recursos naturales; han roto los ecosistemas; han contaminado las vertientes, los ríos, las lagunas y los mares; han talado las selvas y los bosques, rompiendo el equilibrio natural y lo que el más grave han roto el equilibrio de la humanidad, creando brechas muy grandes entre los indigentes y los millonarios; entre los pobres y los ricos; entre los explotadores y los explotados; entre los opresores y los oprimidos; entre los menesterosos y los poderosos.
En este bregar de la vida, de búsqueda de alimentos para la dieta diaria, de una hambruna absurda y provocada, hemos tenido que aprender a subsistir; a escondidas hemos ejercitado a saquear la comida chatarra de perros y gatos citadinos, que sus amos les proporcionan en bolitas para que permanezcan entretenidos. En los basureros y en las esquinas mal olientes, cautelosos nos acercamos para tomar unos trozos de pan que es lo único que desechan algunos humanos.
Muchos de nuestros parientes, a tiempo tomaron la decisión de hacer vuelos largos para irse tras los chaparros y la selva, en busca del agua pura y fresca. En búsqueda de alimentos sanos y naturales, lejos de la contaminación y de las enfermedades, lejos y muy lejos del ruido y de la inmundicia, es decir de la suciedad, de la basura, de la mugre, de los excrementos. Cuentan que han tenido que adaptarse a otros climas, a otras formas de alimentación, a otras costumbres, a otras relaciones de vida con otras especies, a defenderse de otros enemigos naturales; pero también a disfrutar de la abundancia que ofrece la madre naturaleza en el seno de la selva: alimentación variada de acuerdo a las estaciones del año, agua cristalina para saciar la sed, agua sana para refrescarse en horas del calor, protección segura en las horas de la noche bajo el ramaje espeso de muchas especies forestales; libertad y seguridad para cantarle a las anchas a la madre naturaleza, para ofrecerles mensajes de optimismo a los sobrevivientes de la tierra, para con su sonoro gorjeo , anunciar la llegada de la madrugada, siendo reloj para los labriegos que tanto necesitan de la musicalidad delicada de su Pacha mama, para que eleven su espíritu de lucha, en la búsqueda de un mundo de libertad con dignidad.
La llama encantadora
José Manuel, desde cuando tenía cuatro años de edad, todos los días acompañaba a su hermana mayor al páramo para pastar a la manada de borregos; para ellos no habían Sábados, Domingos ni días festivos. Se levantaban muy temprano, antes que el sol asomara brillando entre las montañas lejanas de su Comunidad. En las madrugadas, su madre les preparaba la acostumbrada tonga integrada de tostado, máchica y unos trozos de panela que depositados en las shigras de lana de borrego, las llevaban colgadas en el hombro bajo el poncho o la bayeta para mantenerlas abrigadas hasta el momento de saciar el hambre en el frío intenso del páramo. Luego de desayunar, presurosamente se dirigían al corral para hacerles despertar, en unos casos o hacerles levantar a algunos borregos perezosos. Nunca dejaron de acompañar a los pastores los dos perros blancos, que aunque lánguidos y flacos no dejaron de ser fieles y de disfrutar de las largas caminatas ayudando a arrear ordenadamente a la manada que de vez en cuando algunos se salían del grupo para tomar unos bocados de hierba tierna a la orilla del chaquiñán.
Un cierto día, en el crudo invierno del páramo, el sol no se dejó ver debido a la copiosa neblina que cubría el ambiente. A pocos centímetros no se podían divisar a los borregos. El frío era mas intenso que nunca. El papa cara caía con tal intensidad que partía sin compasión la tez de los curtidos rostros de los pastores. Los fieles compañeros de los jóvenes campesinos lograron acurrucarse en un hueco que hicieron rascando entre la paja del páramo. Junto a ellos se encogieron los pastores para aprovechar el abrigo que aunque mal oliente de perros mojados, les servía para mantenerse con calor en tan intensa helada.
Habían pasado varias e interminables horas de tan frío helado, de intensa oscuridad y de terror provocado por los rayos y los truenos que dominaban al gran pajonal. Los borregos no se doblegaban ante la inclemencia climática, disfrutaban del pasto tierno que encontraban entre las plantas de chuquiragua. De vez en cuando se sacudían para botar el agua que se quedaba encharcada en la lana y muchos de ellos retozaban aprovechando que los perros estaban escampando junto a sus pastores.
José Manuel se había quedado profundamente dormido, a tal punto que no sintió el abandono de su hermana y de sus dos fieles amigos que de regreso por el resbaladizo camino llevaron a la manada rumbo al guatana al caer las sombras de la noche.
A media noche, el pastor se despertó debido al hambre, había escampado y la luna brillaba con intensidad a tal punto que podía divisar el horizonte. Las estrellas eran cada vez más numerosas, de vez en cuando escuchaba el croar de algunos sapos y a lo lejos divisaba algún relámpago que adornaba la espléndida noche en el pajonal. No sintió frío ni temor alguno, pues estuvo bien acompañado, es más, se sintió muy bien cobijado por una sedosa y delicada cobija que nunca antes había experimentado. Al momento en que intentó incorporarse, José Manuel sintió una caricia muy delicada en su rostro curtido por el frio del páramo y escuchó a la par una voz que le susurraba al oído ….. No temas José Manuel . . . . Tu hermana, tus dos perros y los borregos están a salvo, llegaron de vuelta al corral . . . esta noche no escucharás el aullido de los lobos hambrientos. . . . ellos ya saciaron el hambre con los descuidados conejitos que saltarines jugaban a las escondidas entre las plantas de la paja del páramo . . . . . El Sacha runa tampoco saldrá del socavón del miedo a los truenos. Al escuchar esta narración José Manuel experimentó una aguda curiosidad . . . deseaba saber quien la acompañaba. . . quien la protegía . . . . Quien la susurraba . . . y por mas que abría sus ojos no podía divisarla, únicamente sentía su calor, su presencia, un aroma muy especial, era la llama encantadora que estaba junto a el, aquella dulce llamita que, cuando caía con mas intensidad la lluvia, con un fuerte soplo la alejaba para evitar que José Manuel se mojara. Así la protegió durante todo el pertinaz aguacero de las alturas.
La llama encantadora continuó con su agradable platica, mientras que José Manuel la atendía con mucha atención . . . le contó que el planeta tierra estaba en riesgo a consecuencia de la destrucción de los bosques, de la contaminación del aire y del agua causada por la industrialización, por las malas prácticas agrícolas, por el uso indebido de pesticidas, por la quema del pajonal, por la presencia de plásticos en la tierra que no se descomponen a pesar del paso del tiempo, por el egoísmo de los hombres que desean sacar el máximo provecho de la pacha mama sin importarles que hay muchos seres que habitan y se alimentan de lo que la madre tierra produce.
A la hora acostumbrada de levantarse, José Manuel experimentó un agradable olor a leche, era su desayuno que la llama encantadora le ofrecía y que él la complementó con unos granos de maíz tostado que le sobraba en su shigra de lana de borrego.
Al momento en que José Manuel salió de su guarida, con asombro observó a un hermoso animal que vestido de un color café claro, le insinuaba a que la acompañara por el chaquiñán que conducía a la conocida yacu pamba o pampa del agua, que era un lugar poco frecuentado por los pastores y sus rebaños. Sin dudar un solo instante, él se acercó a la llama encantadora, la acarició su frente blanca, la tocó todas y cada una de las partes de su cuerpo, con asombro palpo la sedosidad de su pelo y volvió a experimentar el olor mientras estuvo en su guarida durante la noche. En ese momento comprendió que era ella quien la acompañó y la protegió mientras dormía en el frío y húmedo pajonal. Con afecto, él la preguntó. . . cómo te llamas . . . . en donde vives. . . . qué haces tan temprano en el pajonal . . . . tienes familia . . . . quien es tu dueño.. . . . . . Mientras le seguía preguntando, la llama continuaba con su caminata a la par que iba respondiendo a cada una de sus inquietudes.
La llama también le contó que tenía muchos parientes cercanos y lejanos. . . . que algunos se llamaban vicuñas, otros alpacas y camellos, que pertenecían a la familia de los camélidos, que tenían diferentes tamaños y tonalidades en su pelaje y que éste servía para tejer hermosas prendas de vestir, que eran muy abrigadas en el frío y muy frescas en horas de calor, que ella se llamaba llama y que vivían especialmente en los páramos andinos, que muchos estaban en peligro de extinción. Le contó que ellas no destruían el ambiente, que no provocaban la erosión de la tierra debido a que en la planta de sus cuatro patas tenían una especie de esponja para amortiguar el peso de su cuerpo. Le contó que sus excrementos servían para abonar el suelo., que se podía también utilizar cuando seca para quemar en vez de leña . . . . . Cuando llegaron a yacu pamba, la llama encantadora se dirigió a la manada de sus parientes para presentarles a su amigo José Manuel. Eran muchas llamas de diferentes edades y tamaños, habían machos y hembras, pocos recién nacidos, todas y todos estaban alegres disfrutando de la copiosa hierba tierna que crecía en esa pampa bajo el amparo del urcu rumi en donde anidaban cóndores como dueños legítimos de la montaña.
José Manuel se quedo sorprendido al escuchar de la llama encantadora la noticia de que esa manada le correspondía por derecho y por herencia de sus ancestros y se comprometió a cuidarlas y protegerlas. . . a repartir una pareja a cada familia en las comunidades cercanas y lejanas, a buscar mas llamingueros para capacitarles en el cuidado y la alimentación, en el control de las enfermedades, en la industrialización y la comercialización de la lana, en la organización del turismo ecológico, para que gentes de las ciudades y de otros países vinieran a conocer el mundo interno y externo de la llamas andinas
La sabiduría del chacarero
No hace mucho tiempo atrás, quizá unos 90 o 100 años, un niño nacido en el capo, por alguna circunstancia no definida se quedó huérfano y se crió bajo el amparo de un tío paterno. Su infancia no fue de lo mejor, no tuvo la oportunidad de ir a la Escuela, su tiempo estaba dedicado al cuidado de una manada de borregos, a acarrear agua para la elaboración de la comida de una familia muy grande, a recoger leña para cocinar. Desde muy temprano aprendió a lavar su ropa, a manejar con habilidad el azadón y el machete. Tiempo para jugar con niños de su edad no le quedaba debido a sus responsabilidades que le fueran encargadas y controladas con mucha reciedumbre. Un cierto día de crudo invierno en que el cielo permaneció nublado, puesto su poncho y su sombrero viejo de lana de borrego, con sus pies desnudos, tiritando de frio, cumplió con su obligación de arrear al rebaño rumbo al páramo para el acostumbrado pastoreo. Al igual que todos los días estaba acompañado por su perro fiel que nunca le dejó solo, que siempre estuvo atento al desorden de algunos borregos hambrientos que se salían del grupo para tomar algunos bocados de hierba en la orilla del camino.
En el páramo, el frío era mas intenso y de vez en cuando caía el papacara con tal intensidad que al rostro curtido del niño le hacía sangrar; los dedos de sus manos y de sus pies estaban casi helados. Los borregos aprovechaban para hacer de las suyas en la libertad. El fiel compañero del niño pastor se acurrucó entre las pajas para protegerse de las inclemencias del clima. La neblina se intensificaba con el paso del tiempo a tal punto que no se podía distinguir a un metro de distancia; en esas circunstancias el niño, se encogió junto a su perro buscando abrigo. Así, pasaron las horas oscuras durante la jornada del pastoreo.
Aprovechando la oscuridad del día debido a la fuerte neblina, los lobos hambrientos del lugar hicieron presas fáciles de algunos indefensos corderos que se alejaron de la manada y que jugaban y saltaban entre las pajas y los bordes de los caminos tantas veces caminados por ellos.
Cuando llegó la tarde, el pastorcillo y su fiel compañero, rigiéndose por el reloj biológico, recogieron al rebaño y decidieron regresar al corral luego de recorrer muchos kilómetros de distancia. Como de costumbre su tío, al caer las sombras de la noche les recibió a la entrada y empezó a contar uno a uno a los borregos y cayó en cuenta de que faltaban al menos seis corderos. Por este hecho le propinó una paliza con el mismo látigo que usaba para arrear al rebaño, ordenó que no le dieran su merienda y que durmiera junto a los borregos.
El indefenso pastorcillo, cayó en una terrible depresión, sus abundantes lágrimas no fueron suficientes para desfogarse de tan cruel e injusto castigo. La presencia de su perro fiel y de su gemido no lograron apaciguar su resentimiento. Era injusto el castigo.
Cuando empezaron el cántico de los gallos y la sinfonía mañanera de los mirlos y los gorriones anunciando la llegada de la aurora, el niño agobiado por la crueldad de su tío, decidió iniciar una caminata sin rumbo. Le acompañó su fiel amigo que no dejó de mover la cola en señal de que estaba junto a él, en las buenas y en las malas. También le acompañaban los recuerdos y los momentos vividos con sus compañeros de pastoreo. Caminaron y caminaron sin descanso durante todo el día. Saciaron la sed bebiendo agua fresca que encontraban encharcada en los camellones del camino. Al atardecer encontraron unas plantas de mortiño que colgaban de sus ramas unas pocas frutas maduras, era un verdadero manjar para saciar el hambre y recobrar las energías perdidas. Sin mirar hacia atrás continuaron el camino lodoso y cuando las sombras de la noche empezaban a cubrir el ambiente, miraron a lo lejos venir en su dirección a un jinete cabalgando en un caballo muy brioso que daba miedo.
De pronto al acercarse el jinete preguntó al niño sudoroso y agitado: a donde vas tan tarde? De donde vienes? Como te llamas? El pastorcillo muy asustado, iba respondiendo a cada pregunta y le conversó a cerca de su decisión de abandonar la casa de su tío y de no regresar para soportar los crueles castigos a los que era sometido en casos de cometer algún error. El caballero que cabalgaba de prisa se detuvo para escucharle con mucha atención y de inmediato le invitó a que le acompañara a su casa en la hacienda Rumipamba, de cual era su mayordomo. El niño aceptó la invitación y acto seguido montó en el anca del caballo y el amigo fiel le siguió a galope hasta llegar a la hacienda. El mayordomo les convidó una suculenta merienda y acto seguido le llevó al niño a un cuarto para que durmiera sobre unas cargas de paja de cebada, cubierto con unos ponchos viejos, lo suficiente para abrigarse durante la noche. Su fiel compañero se acurrucó tras la puerta hasta la mañana siguiente.
En la hacienda, el niño se integró al grupo de trabajadores, allí aprendió a ordeñar a las vacas para lo cual se levantaba a la madrugada, motivado porque podía tomar con libertad la leche tibia recién ordeñada. Aprendió también como atender a los terneros recién nacidos, a vacunar e inyectar al ganado, a amansar y a montar a caballo, a organizar y controlar el trabajo cotidiano de la hacienda. Cuando adolescente aprendió a manejar el tractor agrícola, a comercializar la leche y los quesos. Se proyectaba a ser un buen administrador y por eso es que gozaba de la confianza del mayordomo que le llegó a estimar en alto grado. Lástima que falleció prematuramente a causa de una enfermedad propia de la época.
Como los propietarios de la hacienda que residían en la Capital tuvieron buenas referencias del Jovencito en cuanto a su horades y responsabilidad, le confiaron la administración de la propiedad, que desde ese entonces comenzó a generar muchas utilidades, lo cual provocó el despilfarro de los señoritos que se habían dejado influir por las exigencia de la sociedad de consumo: reuniones permanentes, derroches ilimitados, consumo de whisky de las mejores marcas, vestidos finos para engalanar los cuerpos esqueléticos de las muchachas, es decir todo cuanto servía para hacer relucir la vanidad de la familia.
Con el paso del tiempo, el joven administrador, se enamoró de una de las ordeñadoras más bonitas del grupo, con la cual contrajeron nupcias que fueron celebradas en la propia hacienda. Asistieron como invitados especiales los dueños de la hacienda que a la vez fueron sus padrinos, todos los trabajadores y los vecinos de la comarca. Para la celebración mataron un torete, muchas gallinas y cuyes; las mujeres se encargaron de pelar varios quintales de papa chola; prepararon algunos barriles de chicha de jora que sirvió para beberla durante una semana que duró la fiesta. De su matrimonio tuvieron ocho hijos que crecieron felices en el campo, compitiendo con la libertad del viento, respirando aire fresco sin contaminación, tomando leche fresca de vaca hasta saciarse, alimentándose de granos tiernos, de carne de gallina, de cuy y de todo lo que con generosidad producía la madre tierra que era labrada con mucho afán y esperanza. Aprendieron con obediencia las reglas básicas de la moral a través del testimonio de sus padres. Cuando llegaba la edad escolar, en turno acudieron a la escuela del lugar, en donde aprendieron las primeras letras que les serviría para continuar sus estudios en la Capital.
Como sus patrones habían entrado en el juego de la sociedad de consumo y cada vez experimentaban mayor exigencia social y económica, decidieron vender la propiedad por partes, empezando desde el páramo, para terminar con la casa de hacienda. El administrador que tenía una buena perspectiva, iba comprando uno a uno los lotes hasta que con el pasar del tiempo la integró en su totalidad para transformarse en el nuevo hacendado, con la diferencia de que el en persona trabajaría sus propias tierras, cuidaría a sus animales y asumiría las demás actividades propias del campo.
Cuando su primer hijo, se graduó de Odontólogo, luego de felicitarlo, el primer y gran consejo que le dio fue: Que el dinero que ganes honradamente te llegue al bolsillo y no a la cabeza.
A su segundo hijo, que luego de pasar varios años en la Universidad y que se dedicó a la dulce vida en vez de estudiar para lograr su profesión, con ocasión de su prematuro matrimonio, con lágrimas en sus ojos le expresó: cuando yo muera, no quisiera tener un hijo millonario, un nieto botarata y un bisnieto pordiosero. . . . A su hija la mas consentida de todos y que se recibiera de médico, con motivo de la fiesta de graduación, en su discurso lleno de sabiduría, entre otras cosas, con la delicadeza del caso le dijo: que tu profesión sirva para salvar vidas, no para interrumpirlas y peor para inmolarlas con prácticas suicidas a consecuencia de desequilibrios mezquinos de la sociedad.
Al Abogado de la Familia, en su primer día de oficina. Con ocasión de la inauguración que lo celebraron con tanta pompa, en el momento oportuno le pidió que sus actuaciones fueran con profesionalismo, pero sobre todo con honestidad. Que su profesión debería estar al servicio de los más pobres, para quienes la justicia es inalcanzable.
A la ingeniera Agrónoma, que tanto se había motivado por el trabajo abnegado de su padre; que a pesar de ser testigo de la dureza de sus jornadas en la cotidianidad del trabajo de campo, con ocasión de la fiesta de su graduación le pidió que no destruya la naturaleza, deforestando la vegetación de la hacienda y especialmente de las quebradas; que no contamine las vertientes de agua cristalina con el uso y abuso de pesticidas; que no rompa el equilibrio ambiental con prácticas irracionales pensando en el dinero; que ayude a la tierra a protegerse de la erosión con la implantación de cortinas naturales y que sobre todas las cosas, respete la vida de todos los seres que habitan la faz de la tierra.
A sus tres restantes hijos que estaban bien enrumbados en el estudio, en su lecho de agonía les dijo con la alegría del padre que ve a sus hijos triunfar: sigan adelante, la vida es un reto para cada uno de nosotros, no descuiden los valores éticos y morales que les hemos podido transmitir con el ejemplo. No descuiden los valores de la solidaridad, el respeto y la generosidad. Por ningún concepto deben ser serviles y perder la dignidad humana. Que esta despedida, no sea una despedida triste, sino de esperanza y de optimismo.
Taita carnaval
En una pequeña y acogedora población de los andes ecuatorianos, enclavada entre cerros y quebradas, muy cercana a la ciudad de Guaranda, nació y creció un apuesto joven, bajo la tutela de una familia distinguida, muy conservadora, pero responsable en su trabajo diario de hortelanos. Por ventura había cursado el segundo año de la primaria en la Escuela del lugar; en aquella época era más que suficiente como para cumplir cualquier actividad enmarcada en los derechos ciudadanos. Cuando cumplió los veinte, por voluntad propia fue al cuartel militar a cumplir con su obligación, vivencia que le sirvió para templar su carácter, aprender un oficio y abrir horizontes para su existencia. De regreso del cuartel, fue muy cotizado por las solteras de su terruño. Con sus amigos que tenían la misma edad organizaban y salían a dar serenatas en altas horas de la madrugada. No importaban las distancias que tenían que recorrer, ni el frio o la lluvia que soportar; lo importante era cumplir con el objetivo: pasar bien. Muchas de las veces les fue muy mal: los taitas de las chiquillas no les abrían las puertas, como era la costumbre en la comarca; algunas veces fueron echados con perros bravos; otras, bañados con orinas que las madres recogían en bacinillas a propósito. Cuando estaban con mucha suerte, amanecían bailando con las muchachas de la casa y bebiendo con el padre de ellas algunas botellas de mistela o aguardiente de contrabando, cuyo licor era muy apreciado porque no provocaba estragos en el chuchaque.
Para salir de serenatas había que saber tocar algún instrumento musical y en esa época era la guitarra que se había puesto de moda, pero era difícil rasgarla para acompañar a los cantos que se entonaban en aquel período y en tan especial ocasión. Todas las tardes religiosamente se reunían en el corredor de su casa para aprender a tocar la guitarra y cuando alguien ya aprendía, lo festejaban con unas copitas que solamente les servían para calentar el cuerpo o afinar la garganta.
En sus primeros años mozos le fue muy bien. Con ocasión de sus trasnoches, sus serenos, sus dones de buena gente, de muy buen conversador, con su buen humor de joven muy bien parecido, consiguió muchas amistades y algunos compromisos amorosos. Pero al momento en que las muchachas y sus padres se dieron cuenta de que se estaba pasando de listo, le cerraron todas las puertas y las posibilidades del disfrute de las serenatas con sus respectivas algarabías del baile y el cortejo acostumbrado. Quedó muy lejos la acostumbrada buena voluntad de las amas de casa, de brindarle un café bien cargado endulzado con panela y acompañado con unas deliciosas tortillas de harina de maíz tostadas en tiesto de barro y con abundante queso. Así de sencillo, se acabo la buena vida.
Y Cuando se estuvo quedando solterón, se detuvo para reflexionar y buscar una modalidad para reconquistar a sus amistades y a sus viejos amores y así superar de alguna manera su soledad.
Así empezó a hacer volar a su imaginación. . . . . . .Había que crear un motivo o una ocasión para visitar a los familiares, a los vecinos, a los compadres, a los conocidos y hasta a los desconocidos. Así es como empezó a barajar diversos pretextos y le pareció el mejor, el de recorrer los senderos tantas veces caminados, los chaquiñanes lodosos y resbaladizos entonando coplas nacidas de su propia inspiración que describían la vivencia, la soledad, la inocencia, la picardía, las esperanzas y desesperanzas, los dichos populares llenos de sabiduría.
Es así como empezó a ensayar uno que otro verso con rima, con contenidos extraídos del contexto de su mundo conflictivo. Estas coplas serian cantadas con ocasión del Carnaval, que coincidía con la temporada de las deshierbas del maíz y que para ello las familias se preparaban con la debida anticipación, ya que había que preparar los siete platos para dar de comer a los peones en señal de agradecimiento a la madre tierra y con la fiel convicción de que las cosechas serán abundantes. En ninguna casa faltaban la fritada de chancho y el mote pelado, el cuy con papas enteras, el caldo de gallina, la conserva de calabaza y el barril de chicha de jora y por supuesto los chigüiles envueltos en hojas de maíz.
Con sus amigos de mayor confianza que tenían la costumbre de reunirse todas las tardes para tocar la guitarra, ensayaron algunas coplas que servirán de muestra para ir creando y cantando de acuerdo a la ocasión. Como tenían que acompañar con la guitarra ensayaron varias combinaciones de notas musicales, hasta que les parecieron las más adecuadas, en su orden: MI menor, Do, MI menor y LA menor. La primera nota serviría para el espacio entre uno y otro verso o copla del carnaval.
La tarde y la noche del Viernes decidieron iniciar la aventura y para ello primero se dedicaron a repasar las primeras coplas que habían compuesto: A la voz del Carnaval todo el mundo se levanta; aun mas oyendo la voz, del quien suspirando canta. Que bonito es carnaval. Esta copla que se convertiría en la introducción antes de cualquier otra.
Así decidieron comprar algunas botellas de aguardiente de contrabando, algunas cajetillas de cigarrillos de marca dorado para envolver. A alguien se le ocurrió blanquearse la cara con talco para perder la vergüenza. Con dos guitarras y un tambor viejo que había encontrado en el soberado de su casa, iniciaron el ensayo y que les serviría para ir entrando en calor mientras iban planificando las visitas a las diferentes familias de la calle principal que terminaba en una quebrada que era muy conocida por el terror que causaba en altas horas de la noche; pues, se creía que de allí salía el duende para deambular la noche entera.
Cuando llegaron a la primera casa, luego de la primera copla cantaron: Pasando, pasando estoy, pasando por mí camino; Y las puertas me han de abrir, si me muestran cariño. Que bonito es carnaval. Pero como no tuvieron respuesta positiva continuaron caminando, sin antes manifestar su descontento: El cielo esta estrellado y la noche muy helada. Quédate no mas echada, como una burra preñada. Que bonito es carnaval.
Al acercarse a la siguiente casa, luego de entonar las dos primeras coplas, y al recordar a su primer amor, ensayaron la siguiente: Las estrellas en el cielo, caminan de dos en dos; Así caminan mis ojos, negrita por verte a voz. Que bonito es carnaval. A la vida de mi vida, muerta la quisiera ver; En una sala tendida y no en ajeno poder. Que bonito es carnaval. Y para despedirse cantaron: De esta esquina para arriba, disque me juran matar. Cual será ese valeroso para darle la del oso. Que bonito es carnaval
En la tercera casa tuvieron suerte. Es que el dueño de casa era muy amigo de los padres del carnavalero y como le gustaba la bebida, aprovecharía el fin de semana para pasarla bien. Entonces llegó la hora de lucirse con las mejores coplas: Ahora si que estoy con gusto, ya no siento la pobreza; Ahora que estoy con mis amigos y aguardiente a la cabeza. Que bonito es carnaval. Esta noche es de alegría y de amigos a lo grande; yo aquí alegre cantando y mi mujer muerta de hambre. Que bonito es carnaval.
Tanta era la algarabía y tan buenas eran las coplas, que llamó la atención a la vecindad y que en el transcurso de la noche fueron sumándose con cierto recelo a la fiesta del carnaval, en donde se polvearon con harina de maíz, jugaron al tusuchi con afrecho. Este juego fue un gran pretexto para manosear a las solteras. Bailaron hasta el cansancio y para descansar crearon un estribillo que decía: ya será bueno, ya será basta; Zapato de hule pronto se gasta. En los momentos de descanso aprovecharon para conversar, para planificar las siguientes visitas, para contar chistes y reírse a carcajadas.
A media noche, los carnavaleros estaban lánguidos y cansados por el baile, afónicos de tanto cantar, los guitarristas ya no podían con el dolor de los dedos de tanto puntear y de pronto a alguien se le ocurrió cantar las últimas coplas que decían: Mi garganta no es de palo ni hechura de carpintero; si quieren oírme cantar, denme un trago primero; que bonito es carnaval. Señora buena Señora, mátele al gallo patojo; Para ir tomando caldito porque me muero de antojo; Que bonito es carnaval. Por la chicha y por el cuy, por eso no mas me vine; porque tostado y mazamorra en mi casa mismo tengo. Que bonito es carnaval. A lo que los dueños de casa respondieron de inmediato sirviendo el banquete del carnaval a todos los presentes. Hubo caldo de gallina, papas con cuy, fritada de chancho con mote pelado, dulce de calabaza con chigüiles y chicha de jora en abundancia. Luego de tan exquisita comilona y ya con las energías recuperadas continuaron con las coplas de agradecimiento, con el baile, con el juego con polvo hasta el amanecer. Ninguno sintió los estragos de la mala noche; casi nadie se había embriagado a pesar de haber ingerido tanto aguardiente. Es que el buen humor y sobre todo por la transpiración provocada por el baile no les permitieron emborracharse.
Cuando el sol había calentado el ambiente, y el momento en que las chicas se dieron cuenta de que los carnavaleros estaban con mal olor debido al sudor de tanto baile, con el respectivo disimulo y al menor descuido les lanzaron agua; así se instituyo el juego del carnaval con agua, nadie se salvó del baño, eran todos contra todos, a las muchachas les metieron en el tanque que estaba casi lleno; así pasaron hasta el medio día, y cuando estaban casi secas las ropas que llevaban puestos, decidieron organizarse para ir a visitar a otras familias. Como ya estaban bien ejercitados en el canto de las coplas, sabían cuales eran las más adecuadas para las diversas ocasiones y sin duda para manifestar sus deseos. Así llegaron a una casa importante, en donde fueron atendidos a cuerpo de Rey. Cantaron y bailaron hasta el agotamiento, se sirvieron un gran banquete y bebieron las mejores mistelas preparadas para la ocasión. Aquí se les ocurrió a las muchachas ensayar algunas coplas satíricas dirigidas a los jóvenes del grupo: Los jóvenes de este tiempo son de pura fantasía; meten la mano al bolsillo, sacan la mano vacía. Que bonito es carnaval. A lo que de inmediato los jóvenes respondieron: Las muchachas de este tiempo son como la granadilla; apenas tienen quince años ya mueven la rabadilla; Que bonito es Carnaval. A la vecina del frente se ha quemado el delantal; a no ser por los bomberos se quemaba el animal Que bonito es carnaval. La única muchita que tengo, a la puerca le he de dar; voz carishina y pelada, que es lo que me vas a dar. Que bonito es carnaval. Las mujeres cuando mean, mean que chisporrotean; los hombres cuando orinamos, sacudimos y guardamos; que bonito es carnaval.
Así se armó lo que se llamaría mas tarde el contrapunto que consiste en organizarse en grupos para ir cantando coplas satíricas que son respondidas de la misma manera en turnos bien organizados. Y por supuesto no se salvaron los casados: Más arriba de mi casa se ha formado una laguna; donde lloran los casados sin esperanza ninguna. Que bonito es carnaval.
Y tampoco se salvaron los bailarines: Bailen, bailen bailarines; bailen que les pagaré, una rosa en cada en cada mano y clavel en cada pie. Que bonito es carnaval. Y para variar, con el afán de sacarse el clavo por algo del pasado: Esa pareja que baila se parece a San Francisco, y galán que lo acompaña, es igual a chivo arisco. Que bonito es carnaval. Y un estribillo: Alhaja guambra la de la loma, que se hace dueña de mi paloma.
Pasaron los días y las noches, crearon y cantaron innumerables coplas, ensayaron los más diversos pasos de bailes de la época, comieron y bebieron los mejores banquetes y las más sabrosas mistelas hasta saciarse, jugaron al tusuchi y se polvearon los rostros con talco y harina de maíz, se bañaron para refrescarse y superar el chuchaque, se quedaron dormidos sentados para recobrar las energías, hicieron grandes amistades y algunos compromisos matrimoniales. Así llegó el día Miércoles de ceniza y con el, el día de la despedida de la fiesta que mas tarde será la más popular de la comarca.
Este día compusieron y cantaron las coplas más tristes de despedida a la fiesta del Carnaval: Cantaremos carnaval ya que Dios ha dado vida, no sea cosa que el otro año, ya nos toque la partida o caigamos patas arriba; adiós, adiós Carnaval. Mushca, mushca tototo muérdele al carnavalero; a que el otro año no vuelva como perro molinero, Adiós, adiós carnaval.
Tan fuerte fue la tristeza que provocó la finalización de esta fiesta muy especial que, se les ocurrió enterrar al carnaval, para tener un pretexto más para ponerse a llorar mientras entonaban las coplas más tristes. Es así como se les ocurrió armar una caja de madera muy similar a las de los funerales que lo llevaron cargando a remuda entre todos y todas al cerro más alto de la Comarca, en donde mientras continuaban cantando, cavaron el hueco para sepultar al carnaval. De las coplas que mas sobresalieron fueron las siguientes: Cuando Salí de mi casa de nadie me despedí; solo de una hojita seca, que cayó cerca de mí. No te vayas carnaval.
Es así como se instituyó la fiesta del carnaval y a la persona que lo inventó se lo bautizo como el Taita Carnaval y se lo recuerda con mucho cariño, porque gracias a el se conserva la tradición y los valores de la generosidad, la solidaridad, la alegría, la poesía, la fantasía.
Coplas del carnaval
Cuando Yo era chiquito, me gustaba el queso tierno
ahora que estoy grandecito, me muero por ser su yerno.
Mi mamita me pegaba con un rabito de oveja
ahora que estoy grandecito, el amor ya no me deja.
De todos los animales, yo quisiera ser el oso
para estar muy pegadito a este culito cerdoso.
De todos los animales, yo quisiera ser venado
para meterte el cachito por donde sale el meado.
La muchita vale medio, el abrazo real y medio
debajo de la cobijas ajustemos los tres reales.
Que bonita esta casa armada con soleras
que bonita esta familia adornada de solteras.
Desde Chillanes me vine montado en un pericote
cuatro veces me ha tumbado, fuera mi tonga de mote.
Que placentero es cagar en ladera empinada
la mierda rueda que rueda y el culo agradecido queda.
Disque te andas alabando diciendo que te he querido
cuantas veces yo te he dicho, que siempre te he mentido.
Todas las mujeres son, como las hojas de Zinc
Cuando no se les clava bien se vuelan donde el vecin o
Yo mismo lavo los platos, yo mismo tiendo la cama
Con esto del feminismo
Solo de parir me falta.
Todas las mujeres tienen en el ombligo una zeta
Pero más abajito tienen la shugua de mi peseta
Salió tu mama y me dijo, por la puerta condenado.
Señores quieren saber cuantos pliegues tiene el culo,
en el verano cincuenta y en invierno treinta y uno .
Yo mismo lavo los platos, yo mismo tiendo la cama.
de la sala a la cocina, el trabajo es mi destino
como no tengo dinero, tengo que cumplir el oficio.
Cuando mi mujer se enoja, me quita toda la plata
Para que ella me devuelva, tengo que cogerle la pata.
Las mujeres de esta era, ya no ayudan al marido
Con esto del feminismo, solo de parir me falta.
No quieren cuidar a los niños, ni lavar los calzoncillos.
Al pasar por tu morada, visitarte es mi deseo,
Pero como no hay cariño, yo sigo triste mi camino.
ESTREBNILLOS
En esta esquina baila un payaso, se guambrita dame un abrazo.
Movete, movete matita de ají, como te movías cuando te cogí.
Hay Dios se lo pague, por este banquete, Agradeciendo me voy saliendo
Hay de mi, hay de voz en una cárcel los dos, comidos o no comidos pero juntitos los dos
Asi diciendo vamos andando, buscando amigos y también cariño
El gorrión solitario
En una calle transversal, nacida de una principal de la Cosmopolita ciudad de Quito, en un árbol enano y retorcido de capulí que creció de porfiado en un espacio vacío del jardín junto a una enorme edificación de concreto que alberga a decenas de familias, afónico cantaba un gorrión que quedó solitario por la muerte prematura de parientes y vecinos. Vestía un traje muy elegante, aunque un tanto manchado; llevaba camisa y corbata blancas, pantalón habano y leva café con rayas plomizas. En su cabeza lucía un hermoso sombrero; sólo le faltaba su bastón de fiesta. La mañana estaba fría, las gigantes paredes no dejaban pasar los rayos del sol naciente en un día espléndido de verano. Los citadinos no se levantaban de sus camas aún calientes. Era un día domingo de descanso. El cielo estaba mas celeste que nunca, no había nube gris que contraste.
El pájaro cantarín, posado en una rama seca se tambaleaba jugando con el viento fresco de la mañana y en su vaivén con nostalgia iba gorjeando:
De prisa inviernos y veranos van pasando.
Inmensos bosques y potreros han sido devastados.
Ladrillo a ladrillo edificios enormes han sido levantados.
Las vertientes y riachuelos con asfalto han sido tapados.
Las calles adornadas con flores silvestres han sido adoquinadas.
Gentes de todas partes la gran ciudad han superpoblado.
El ruido ensordecedor de autos viejos y nuevos ha aumentado
El smog envenenado en vez de la fresca neblina se ha quedado
Largas avenidas llenas de niños pobres pedigüeños se atestan
Mal olientes veredas para lánguidos caminantes se cimentan.
De pronto el tropel de un niño consentido, irrumpe la inspiración del solitario gorrión. El crío corría muy cerca de su abuela que iba muy presurosa a la misa dela mañana. Llevaba en sus manos delicadas una funda de ricas golosinas, que al tropezarse en el bode de la vereda dejó caer un delicioso chito muy cerca de una planta de tomate riñón que había crecido en la orilla de la vereda.
El hambriento gorrión que no había comido por varios días dijo:
Esta es mi oportunidad de llenar el estómago aunque fuera con comida chatarra. Pues los humanos a menudo lo hacen y sin embargo mal o bien sobreviven.
Con este claro pensamiento, el gorrión voló junto a la golosina y picoteando lo saboreó y al comprobarlo que estaba de su agrado intentaba arrastrarlo bajo el follaje de la plantada de tomate para esconderlo y en la tranquilidad saciar su deseo. Sedaba mil modos para lograr el objetivo, pero el peso y el tamaño de la golosina lo impedían. Utilizando el pico y sus delgadas patas, hacía todo el esfuerzo para esconderlo y cuando estuvo a punto de lograrlo, un inesperado intruso se acercaba; era un silencioso ratón atrevido que alzando su cabeza movía a todo lado y olfateando con insistencia a la golosina se aproximaba presuroso. Una vez que logro verla de muy cerca, el goloso ratán, muy contento planeó llevarse al tifón para servirse un delicioso desayuno al estilo de un gran Rey roedor.
El gorrión al tener a su rival al frente, trataba de defender sus sustento y picándole en la nariz trataba de ahuyentarlo, mientras le decía:
Repugnante ratón, nacido en el hediondo sifón ,
Aléjate de mi territorio y no seas tan ladrón.
Respeta el turno como lo hacen los llamados civilizados
Cuando esperan enfilados formando un colón.
Pero el porfiado ratón que ya olió la golosina, insistía en llevársela. En ese preciso instante en que se disputaban de tan exquisito desayuno, escucharon los pasos de seres extraños que se avecinaban al sitio de los acontecimientos, se trataba de un perro flaco y lánguido que era llevado con una cadena por sus amo, para que hiciera sus necesidades biológicas en la calle o en acera.
Al ver que el galgo estaba tan cerca, olvidándose del botín encontrado y para salvar la vida, el gorrión dio un salto espectacular a la verja y ponerse a buen recaudo; mientras que el atrevido ratón muy asustado se deslizó con la velocidad de un rayo al sifón por donde salió.
El gorrión encaramado en la verja miró con tristeza e indignación al perro que dando un gran sacudón al abuelo que lo llevaba, tomó de un solo bocado el rico manjar encontrado en aquella fría mañana y escuchó decir al abuela con su voz temblorosa:
Apúrate perro elevado, no te distraigas por nada. Camina de prisa, pues tenemos que regresar al departamento antes de que se llenen de carros y nos impidan cruzar las calles.
El perro por su parte, cada vez que se encontraba con un poste de luz o alguna planta ornamental, se paraba, olía y alzando la pierna hacía pipi y cuando su dueño lo halaba bruscamente, éste le replicaba:
Eres demasiado grosero y rezongón,
espera que tengo que limitar mi territorio
Soy el primero en la mañana en salir y por cierto
No han pasado ninguno de mis colegas por esta estación.
Como la ciudad comenzaba a desertarse, el ruido de los vehiculaos mas intenso se hacía, las calles se llenaban de smog, el gorrión comenzó a toser y toser a causa de tanta contaminación.
Superando su crisis respiratoria se puso a saltar de rama en rama en el árbol de capulí que era su albergue preferido y buscaba entre las escasas hojas los pocos pulgones que quedaban. Cuando encontraba alguno, feliz lo saboreaba a pesar de saber a acierte, a diesel o a gasolina. Pero no le quedaba otra alternativa que la de ingerir estos insectos como alimento aunque estuvieran tan contaminados y pusiera en peligro su vida y se consolaba, al saber que no era el único ser que estaba en riesgo de perder prematuramente su vida.
La araña y doña Rosa
Doña Rosa era anciana de cabellera blanca como la nieve, de rostro muy arrugado, que caminaba temblorosa y muy encorvada por el peso de sus años. Vivía sola en una casa muy vieja, de paredes de tapial, techo con tejas de barro cocido. Cuando llovía había muchas goteras que mojaba el interior. Se dedicaba al comercio de harinas que las vendía diariamente a los vecinos del barrio. De bodega, tienda y dormitorio tenía un cuartucho con piso de tierra. En la trastienda estaba la cocina con un fogón, en donde cocinaba con leña para ella y su gato flaco que se encargaba de cazar o ahuyentar a los ratones golosos que no faltaban a consecuencia del olor agradable que emanaban las harinas calientes que eran traídas del molino de agua de Dn. Lucho.
Su cama servía también para esconder el dinero fruto de la venta de sus productos. Debajo era el escondite de una manda de cuyes criollos y ariscos a quienes no les faltaba la hierba fresca para la alimentación.
El mal olor de los excrementos de los cuyes era un atractivo muy fuerte para moscas y mosquitos que invadían la habitación y que molestaban con sus zumbidos a los compradores.
La puerta de calle estaba tan vieja y llena de rendijas, al igual que la que daba a la cocina. Del marco superior prendía una enorme tela de araña que crecía día a día y que servía para atrapar a los moscos que llegaban desde el exterior. Su dueña era una enorme araña negra que tejía sin descanso durante las noches para asegurar abundante comida para ella y sus tiernos hijos.
Todas las mañanas Doña Rosa se levantaba muy temprano para hacer su oficio de ama de casa, luego de su aseo personal: arreglar su cama, barrer la habitación, hacer el desayuno que se servía con su gato cariñoso, proporcionar la yerba a sus cuyes, con quienes conversaba amigablemente.
Como no podía enderezarse ni mirar hacia arriba y peor hacer movimientos en lo alto, jamás destruyó la red tejida por la araña. Sus clientes que eran bien atendidos tampoco hicieron nada para destruirla, además en nada les molestaba.
Del fruto de su trabajo y del ahorro de toda su vida, Doña Rosa había amasado una buena fortuna que la tenía bajo el colchón viejo y molido de tanto soportar el maltrato por tantas noches de insomnio. Sus vecinos murmuraban: Qué hará Doña Rosa con tanto dinero? . . . en donde guardará? . . . . .quién heredará cuando muera?
Por su parte Doña Rosa, todas las noches mates de acostarse, después de rezar con devoción, conversaba con su gato y le decía: cuidarás los atados de billetes a fin de que los ratones no se acerquen y destruyan o utilicen haciendo nidos. . . . Cuando yo me muera, después de pagar los gastos de mi entierro, el sobrante entregarás a una casa de ancianos y algo guardarás para que pagues por las misas de honras, cada año.
El gato por su parte le decía: No es bueno que guardes tanto dinero, reparte a la gente pobre que tanto lo necesita, a los niños huérfanos, haz obras de caridad, no seas tacaña.
Mientras se desarrollaban las conversaciones, la araña continuaba tejiendo presurosa en la oscuridad de la noche. Aprovechaba de la ocación para servirse de vez en cuando un descuidado mosco que había caído en la enorme red.
Una determinada noche, cuando el sueño les había invadido y se quedaron profundamente dormidos Doña Rosa y su gato; agazapándose en las sombras de la noche, llegaron tres ladrones a la puerta principal y forzando con una barra las seguridades, la abrieron para cometer el robo de la fortuna de Doña Rosa. Los cuyes asustados corrían por todos lados emitiendo fuertes chillidos que hicieron despertar a los dormilones.
Los ladrones, al ver que una sombra se movía lentamente en el interior de la habitación, dispararon apuntando al cuerpo de la anciana que se dirigía a la cocina para esconderse.
Asustados los ladrones y creyendo que le habían muerto a la anciana, emprendieron en veloz carrera, mientras se acusaban mutuamente de haber cometido tal acelerado hecho.
Una vez que el silencio y la calma volvieran a la habitación, el gato salió del escondite para buscar a su ama que estaba asustada, sentada junto al fogón de la cocina. El minino cariñoso como siempre, acercándose con su cuerpo encorvado y la cola alzada se refregaba en el cuerpo tembloroso de la mujer, a quien le iba diciendo: Los ladrones ya huyeron. . . . . los vecinos del barrio fueron tras ellos . . . . . Debes cerrar la puerta . . . . Levántate y entremos a la habitación . . . los cuyes ya se callaron. . . . . Todo está en calma.
La ancíana incorporándose con dificultad siguió al gato que se adelantó con rumbo al dormitorio. Una vez que estuvieron en el interior, el gato señalando con el dedo mostró a su dueña las cuatro balas que estaban enredadas en la enorme tela de araña y le dijo: La red tejida por la araña negra, fea y repugnante, salvó tu vida y la mía. No únicamente servía para cazar moscas y mosquitos. Fue nuestra segura protección.
Desde aquel entonces, la anciana comprendió que todo cuanto existe en la naturaleza es parte de la armonía del entorno natural y que todos sus elementos son útiles y necesarios para los seres que habitan la faz del planeta tierra.
La ranita y la serpiente
En una noche de pleno invierno, en un ambiente selvático alumbrada por una enorme y redonda luna llena, una hermosa ranita vestida toda de verde claro, croaba y croaba sin cesar y en su cantar iba pronunciando unos versos acompañados por la dulce melodía brindada por tiernos grillos y enamoradas cigarras:
Escondida de curiosa luna,
bajo el ramaje te espero
y en el cristalino estero
del amor nos saciaremos.
Saltando junto a cada ola,
la gran noche disfrutaremos,
despertando hermosos sueños y
a plenitud muy juntos cantaremos.
De pronto un agudo silbido irrumpe el ambiente romántico de la fresca noche; era una intrépida serpiente que sigilosa se acercaba a la orilla del arroyo en busca de alguna descuidad presa. Alzaba su cabeza para mirar a todos lados y con la fina lengua iba olfateando. Aquella noche estrenaba su vestido nuevo y lucía mas brillante que de ordinario.
La ranita, al percatarse que la peligrosa rastrera se acercaba al sitio en donde estaba esperando a su amado, se quedó muy quieta para evitar que la descubriera. Miraba con disimulo buscando un escondite; pero, muy lejos estaba el hoyo apropiado para refugiarse. Aceptando la imposibilidad para llegar al escondite buscó otra alternativa para su seguridad y arrastrándose silenciosamente se acercó a una rama seca, que había caído de un árbol de guayabo, la tomó por el medio entre sus mandíbulas, de manera que la rama cruzada se volvía en un fuerte impedimento para que la hambrienta enemiga la tragara.
La serpiente desafiante, arrastrándose muy cerca a la asustada ranita verde y con una voz que infundía miedo, mientras la atacaba, murmuraba:
Suelta la rama que tienes en la boca, en esta noche no he encontrado a ratón descuidado,
yo necesito saciar el hambre y tu carne me provoca.
Por su parte la ranita se movía por todos los lados sin soltar la rama que era su única defensa, mientras la imploraba:
No me hagas daño, soy demasiado joven para morir.
hoy empiezo a sentir el sentimiento más sublime,
quiero vivir el amor a plenitud y demando vivir.
La serpiente hambrienta y muy enojada insistía en devorarla, pero la tenacidad de la ranita, impidió tan malévolo propósito; hasta que las dos lucharon hasta el cansancio y se quedaron tendidas en el suelo mirándose mutuamente, atentas al menor movimiento.
En el mínimo descuido de la culebra y con la rapidez de un rayo, la ranita asustada dió un salto muy largo para dejarse caer en el vado del cristalino estero, pensando que su enemiga no sabía nadar; más la intención fue vana, porque las culebras son muy buenas nadadoras. Una vez que las dos contrincantes se encontraron frente a frente en el agua, empezaría otra lucha a muerte; pero felizmente la ranita precavida no dejó en tierra la ramita que la protegía y que en el agua su uso era más fácil porque flotaba y ya no era necesario seguirla teniendo en la boca. En esta ocasión se abrazó fuertemente a la rama. Con las extremidades posteriores nadaba y se protegía del ataque de su enemiga, hasta que encontró una rama más gruesa a la que se aferró a un extremo y con el otro se defendía propinándole fuertes garrotazos a la porfiada serpiente. Por varias ocasiones a la serpiente, soñada la dejaba.
La serpiente no queriendo darse por vencida y con el capricho de vencedora, insistía en devorarla. La ranita saltó a la orilla del estero, pensando esconderse entre la maleza, pero aquella orilla estaba desprovista de todo materia que pudiera servir para tal propósito. La ranita asustada, apenas dio tres saltos, se encontró nuevamente frente a frente con la obstinada serpiente. Pero en el momento en que iba a cumplir con el objetivo de saciar su hambre; con una picada espectacular, llegó una gigante lechuza que estuvo de paso, también en busca de alguna ingenua criatura nocturna y que al darse cuenta de la lucha tan desigual, decidió ser la mediadora, sabiendo que la serpiente la temía, por ser su comida preferida. La salvadora lechuza, simulando atacar a la serpiente, dio varios vuelos sobre ella, mientras le decía:
La luna está alumbrando, radiante en la noche fresca,
cigarras y grillos enamorados nos brindan sus sinfonías;
en el estero cristalino, los pececillos nadan y nadan sin desvarío
dulcemente la fría brisa de esta noche hermosa nos acaricia
y el aroma intenso de las flores de cafetal nos animan.
Al ver que la serpiente asustada se quedó quieta, la lechuza posándose en una piedra a la orilla del arroyo le seguía dando su letanía:
La vida en esta estancia
no es una mera concurrencia,
es un regalo de la naturaleza,
es un don de la existencia.
Somos parte de esta tierra,
nacimos desde sus entrañas;
todos somos muy hermanos
una bella armonía fundamos.
Los hombres con su inteligencia,
atacan a víctimas indefensas;
rompiendo cadenas tróficas,
acabando despiadados la existencia.
En esta gran noche de ensueños,
gocemos juntas de tantas esperanzas
tomadas de las manos jugueteemos
con el brillo eterno de la luna alumbradas.
Luego de escuchar muy atentas el mensaje de la inspirada lechuza, las dos contrincantes sonrieron con dulzura, se abrazaron, se perdonaron mutuamente y las tres se quedaron admirando a la luna que se escondía entre las lejanas nubes y que retornaba coqueteándose para peinarse en el cristalino río.
La tórtola y la paloma
Era un palomar, hermoso cual ninguno. Sus albergues, adornados en sus entradas con arcos de muchos colores, copia exacta de los viejos que aún quedan en algunas regiones de la Gran Francia. Al frente de él estaban los soberados que hacían de graneros y que siempre estaban llenos de mazorcas de maíz suave y duro. Los alares de las casas de campo eran refugio preferido de palomas caprichosas que anidaban buscando abrigo seguro para sus críos delicados.
Todas las mañanas, a pesar de ser frías, las bandadas a recorrer la zona salían. Como la era estaba llena de arvejas frescas, a recogerlas se detenían.
En un árbol viejo y retorcido de jigua, las tardes y las mañanas frías, antes de que el sol saliera, una tórtola muy sola gemía. Era un verdadero canto de agonía, puesto que muy sola se sentía; un maldito cazador a su pareja le dio cacería. Muy sola volaba y vivía y cuando cansada se sentía, en la misma rama se dormía.
La afortunada tórtola valoraba su vida, que a pesar de su soledad perderla no quería, ya que muy bien ella comprendía que no hay otra oportunidad para disfrutarla cada día.
Ella también, fue a la era a recoger unos granos de arveja para su dieta del día y de pronto se encontró con una paloma muy blanca, que llevaba en su cabeza una corona de plumas doradas; era muy joven y hermosa, pero a la vez muy solitaria. Llevaba en su alma una profunda condena: había enviudado muy temprano a causa de una enfermedad un tanto rara. Las dos aves de pronto se pusieron a platicar y la paloma le invitaba a que fuera a vivir en su palomar; pero la tímida tórtola le replicaba: Es mejor que tu vengas con migo a navegar por aquel firmamento que se pierde a lo lejos, por donde sale y se esconde el astro sol.
Asombrada la paloma por tal invitación, le repetía: tengo miedo de alejarme de mis amigos y familiares.
No te preocupes mi querida paloma blanca, yo te enseñaré a recorrer los campos y a recoger los granos; dormiremos en las ramas más espesas para cubrirnos del frío y escondernos de los cazadores o de los lobos hambrientos; conocerás y experimentarás la verdadera libertad. Beberemos agua fresca del arroyo que baja de la montaña, conoceremos otros lares, de muchos amigos nos haremos y muy felices viviremos.
Llegó el día en que la tórtola muy triste acercándose al oído le dijo: Querida amiga mía, ha llegado la hora de mi despedida. Luego de que el sol caliente los trigales, llegarán mis amigos, haciendo una verdadera romería para regresarme al inmenso valle que nos espera con sus sementeras cargadas de ricos manjares.
No te vayas mi querida compañera, hemos hecho una linda amistad, nos hemos confiado nuestros secretos y también nuestras dolencias; juntas las heridas de nuestros corazones nos hemos curado. . . . . . .
Cuando los ojos de las dos amigas empezaron a empaparse, por la cruel separación, escucharon un gran ruido provocado por el aleteo de una gran bandada de tórtolas que venían al rescate de aquella tórtola desesperada que en una mañana de verano, tomó el vuelo para sumirse en la soledad, pensando que era una mejor manera de llegar al agonía .
La tórtola viajera, dándole un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, se despidió de su amiga entristecida que quedó mirando a la bandada que emprendió el vuelo y entre las nubes se perdían.
Al sentirse otra vez sola, sin pensar en más, la paloma emprendió un vuelo desesperado. Volaba y volaba, y cada vez sacaba fuerzas de donde más podía para alcanzarlas. Sus alas iban perdiendo energías de tanto esfuerzo que hacía, hasta que a lo lejos divisó a un cristalino río que generoso le ofrecía agua fresca para recobrar sus energías. Mientras iba saciando su sed, miraba a su alrededor y de pronto fue atraída por el cántico de una hermosa y gigante torcaza que arrullaba a sus tiernos polluelos.
El paso aéreo de la paloma blanca una sombra iba proyectando, que jugueteando entre las ramas, la curiosidad iba despertando en las tórtolas hambrientas que no perdían un instante para irse alimentando. De pronto, la sombra de la viajera, a su amiga la cobijó, que inquieta alzó la vista al cielo para sorprendida descubrir que se trataba de su buena amiga a quien le invitó a posarse en la rama de un árbol para poder conversar con más calma.
Qué haces tan sola en esta inmensidad de la selva? . . . la tórtola preguntó y la paloma fatigada respondía: Al sentirme tan sola luego de tu despedida, decidí darles alcance para cumplir con el sueño de descubrir nuevos mundos. La tórtola le susurraba: pronto aprenderás a vivir en la selva y gozarás de la variedad de frutos deliciosos que producen las plantas generosas, dormirás en la rama bien protegida.
Luego de esta amena conversación, las dos amigas decidieron integrarse al grupo de viajeras. La alegría se reflejaba en la hermosa tórtola al saber que muy pronto recorrerá los sitios más preferidos de su infancia y logrará una doble satisfacción al hacerlo con su amiga y compañera de aventura. Así volaron hasta llegar al valle más hermoso, donde el sol se levanta muy temprano y se oculta sin antes transformarse en una enorme esfera pintada al rojo vivo.
Al llegar a la tierra de los ensueños, cada una con su pareja, volvieron a posarse en el árbol de su preferencia y entonando una verdadera sinfonía despidieron al ocaso para sumirse en un profundo descanso necesario para recuperar las energías y acarrear en sus picos: pajas, lanas y cerdas recogidas en el campo para construir con habilidad los nidales en donde depositarán los huevos con cuidado para mas tarde incubarlos y brindar los mejores cuidados a sus críos.
Muy juntas las dos amigas, en la selva muchas cosas descubrían. Todas las tardes, posadas en la misma rama seca, cubierta por otras frondosas que buena sombra les ofrecían, miraban a la hilera de doble vía que las hormigas hacían, cargando en sus espaldas finas, trozos de hojas tiernas diez veces mas pesadas que sus cuerpos, para enterrar en sus guaridas y cultivar hongos para su comida.
Descubrieron también una colmena, que aprovechando un enorme tronco viejo y agrietado por el paso del tiempo, las abejas se habían instalado para elaborar una exquisita y aromática miel muy parecida al color del marfil.
Con mucha alegría disfrutaban de la felicidad experimentada por las parejas enamoradas de las tórtolas que veían a sus huevos reventar y salir unos hambrientos pichones, que con el cuidado generoso iban creciendo aceleradamente y empezaban a ejercitar los primeros aleteos aprendiendo a volar.
Pero, llegó el momento en que, organizadas en una fuerte bandada, mucho más numerosa que la anterior, alzaron el vuelo para cruzar el inmenso firmamento en busca de mejores días y de seguridad para la supervivencia de la especie.
Unidas las amigas, mas que nunca, participaron de esta nueva aventura hasta cuando al pasar por aquel cielo despejado, que cubría viejos recuerdos, la palomita blanca, que agotada por el viaje y agobiada por el peso de sus años, haciendo una picada espectacular al piso se desplomó hasta llegar a la era de sus dorados sueños, muy cerca del palomar en donde nació, creció y vivió gran parte de su vida.
Sus amigos, parientes y mas vecinos, agónica la encontraron, le dieron los últimos cuidados y cuando apacible murió, le hicieron una gran fiesta brindándole un adiós de despedida y cavando con sus picos muy hondo le sepultaron para que experimente la verdadera libertad, y recordaron que todos vuelven al lugar en que nacieron y que para seguir generando vida es preciso llegar a morir.
Los tres hermanos
Todas las mañanas en la temporada de invierno sobre un inmenso y copioso bosque de eucaliptos, que cubría una vasta extensión de suelo laderoso, propio del paisaje serraniego, en donde dos quebradas amoldan a un río de mediana dimensión, que cruzando la metrópoli se desliza todo él turbio y muy hediondo, volaban con placentera libertad tres hermanos gallinazos vestidos todos de negro, con sus picos de color amarillo que contrastan con los ojos redondos y muy brillantes.
Todas las tardes de lluvia, los gallinazos se guarecían en una cueva rocosa de donde admiraban con melancolía los fuertes aguaceros que provocaban crecientes destructoras de las laderas. Con verdadera alegría miraban que luego de la creciente, el río quedaba sin malos olores y cristalino.
En sus momentos pacíficos y de inspiración uno de los hermanos hacía un canto a la madre naturaleza:
Hermoso cielo que nos cobijas,
de azul muy claro hoy te vestiste,
de verde los campos se alegran,
mil plantas florecen radiantes,
perfumando el sempiterno horizonte.
Luego de que la lluvia amainaba, los tres compañeros inseparables, en el árbol más alto se posaban y abriendo sus alas tomaban el calor del sol que se despejaba en aquella tarde de invierno helado. Desde lo más alto del árbol preferido miraban con atención como se iban formando las nubes que nacían desde el agua del río cristalino para regarse en el infinito firmamento, ayudadas por las corrientes del viento que soplaba por la cañada.
Una vez que consideraban estar listos, con un fuerte aleteo emprendían hasta tomar cierta altura y quedarse con sus alas extendidas para navegar plácidamente utilizando sus colas como timones para tomar la dirección deseada. Con sus ojos bien abiertos y sus olfatos muy atentos exploraban la zona hasta encontrar alguna carroña, rodearla insistentemente por varias horas y cuando estaban seguros de que no había intruso alguno bajaban en picada para servirse el suculento majar tan preferido.
Mientras todo aquello ocurría, en un ambiente de alegría y bullicio, un grupo de niños juguetones y muy traviesos bajaban presurosos al rió a nadar en la posa de agua dormida que cristalina quedaba luego de que la creciente pasaba llevando toda la contaminación que la gran ciudad producía.
Del grupo de niños, el más escandaloso, tomando una piedra y lanzando con fuerza hizo daño a una ala de un desafortunado gallinazo que estaba comiendo su deliciosa mortecina. Sus amigos le decían: no tienes que ser y tan malvado. . . por qué haces daño a ese pobre e indefenso gallinazo? . . . . Lo único que hace es asear la quebrada que la ensucian la gente que vive en la ciudad. . . . Él es el que corre el riego de contagiarse de enfermedades al alimentarse con los desperdicios, con piltrafas y hasta con las serpientes que son un peligro.
Debido a la herida causada en su ala, el adolorido gallinazo quedó inhabilitado para volar y tuvo que pasarse acurrucado en el suelo durante toda la noche hasta cuando le atacó un feroz chucuri de la quebrada, que tomándole del cuello con sus mandíbulas, la sangre le chupó para luego marcharse.
Al día siguiente, los dos hermanos miraron desde las alturas el cadáver del desgraciado gallinazo y soltándose en un llanto imparable, decidieron alejarse para siempre del lugar en que nacieron, mientras iban preguntándose:
Por qué tanta maldad en algunos niños insensibles?
Acaso la vida de un gallinazo no tiene sentido?
Por qué las personas que tienen inteligencia, no valoran la libertad de quienes libres nacimos?
Así volaron con tristeza y se perdieron tras los cerros nublados que están tan lejos de la gran ciudad. Jamás volvieron a mirar el espeso bosque de árboles viejos y retorcidos de eucaliptos y peor visitar a la quebrada y al río.
El tiempo iba pasando presurosos, las quebradas se llenaban de olores nauseabundos, sin control las ratas repugnantes aumentaban día a día; la posa de agua dormida y cristalina donde se bañaban los niños se llenó de basura y de porqurías.
Los niños que presenciaron la violencia en contra del indefenso gallinazo, extrañaban el vuelo apacible de los tres hermanos que alegraban el ambiente semi selvático de aquella orilla tan entrañable.
Debido a la acumulación de tanto desperdicio que era la delicia de los gallinazos, la zona se infestó provocando una fuerte epidemia que afectó a la población de los alrededores. Muchos fueron salvados al ser llevados oportunamente al Hospital y algunos murieron prematuramente.
El niño causante de la tragedia del indefenso gallinazo sobrevivió con una fuerte secuela de la epidemia y en sus momentos de reflexión hizo un canto a la vida:
Todos los seres, en esencia somos la vida,
nacidos de las entrañas de la misma tierra,
componentes de una compleja naturaleza,
somos frutos del amor y de la providencia.
Somos el resultado de la cultura y de la herencia
somos susceptibles de realizar el bien o el mal,
corremos el riesgo de ser auténticos creadores,
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