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Atomos – El corazón de toda la materia (página 3)

Enviado por ivan_escalona


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En la industria, el imán es el ayudante silencioso del hombre. Levanta grandes cantidades de chatarra de hierro y acero para las fundiciones, extrae pedazos de metal de los ojos de los obreros sin lesionarlos, localiza metales bajo tierra y en el mar, y si se usa para ello, saca a la superficie lo que ha localizado.

Figura Pág. 18 William Gilbert, un médico inglés, dijo que la Tierra era un imán gigantesco.

Sin embargo, hace sólo ciento cuarenta años que un científico danés, Hans Oersted, se asustó y asustó al mundo al descubrir que la electricidad y el magnetismo eran parientes cercanos. Son infinitas las posibilidades que abrió ese sencillo descubrimiento.

Fue hasta fines del siglo XVI cuando empezó a estudiarse con rigor científico el tema del magnetismo. En el año 1600, William Gilbert, de Manchester, Inglaterra, publicó un libro acerca del magnetismo titulado De magnete, que puso a pensar a la gente acerca de esa fuerza misteriosa. Gilbert, que era médico de la corte de la reina Isabel, afirmó que la Tierra era un imán y que su magnetismo superficial provenía probablemente de las materias magnetizadas que estaban en su interior, escribió acerca de la declinación y de la inclinación magnéticas, y también apuntó que el hierro magnetizado perdía su poder de atracción cuando se le calentaba al rojo vivo, pero que lo volvía a adquirir cuando se enfriaba.

Gilbert estaba convencido del valor de los métodos y los experimentos científicos, al respecto, afirmó: "En el descubrimiento de los secretos y en la investigación de las causas ocultas de las cosas, son los experimentos fidedignos los que proporcionan las pruebas claras, y no las suposiciones probables y las opiniones de profesores y filósofos vulgares". Sin embargo todavía creía que el magnetismo era algo como un alma o un espíritu dentro del metal magnetizado.

Faltaba algo en el mundo de Wiliam Gilbert, sin lo cual le era imposible señalar el camino a los hombres que le sucederían, este faltante era el conocimiento de la electricidad misma. Setenta y cinco años después de la publicación del libro sobre magnetismo, de Gilbert, Robert Boyle, un científico aficionado irlandés, de cuarenta y ocho años de edad, publicó el primer libro acerca de la electricidad. En este libro examinaba el hecho singular que ocurre cuando se frota un pedazo de ámbar con un pañuelo de seda, el ámbar se comportará con algunos objetos ligeros, no metálicos, tales como el tejido vegetal o los pedazos de papel, en forma muy similar a como se comporta un imán frente a trozos de hierro. Pasaron otros setenta y cinco años antes de que sucediera algo que señalara que la atracción que ejercía el ámbar, cuando se le frota sobre los pedazos de papel, era la misma fuerza que causaba que el rayo brincara de la nube a la tierra y de la tierra a la nube. En 1752, Benjamín Franklin lo demostró al obtener una chispa de una nube cargada de electricidad. El famoso experimento de Franklin, con una cometa, una cuerda, una llave y la descarga de un rayo, hizo posible que los hombres se dieran cuenta de que el rayo era lo mismo que una chispa eléctrica.

Al mismo tiempo, un francés de nombre d´Alibard llegó a la misma conclusión que Franklin es decir, que el rayo era simplemente una forma exagerada de la chispa producida por el frotamiento del ámbar con un pañuelo de seda. Pero, ¿cuál era la relación de la electricidad con el magnetismo? Antes de que transcurriera otro siglo, la electricidad llegó a ser tan familiar a los científicos que fue el tema de innumerables experimentos. En el año 1819, Hans Christian Oersted, quien también era filósofo, descubrió que una corriente eléctrica que pasa por un alambre paralelo a la aguja de una brújula, puede hacer desviar la aguja hasta ponerla en ángulo recto con el alambre conductor. Este fenómeno probaba que la corriente eléctrica, o sus efectos al menos, no estaba limitada en su totalidad al alambre conductor, parecía como si la corriente estuviera rodeada por algo que pudiera alcanzar y causar efectos en los conductores cercanos, este algo es lo que se llama un campo de fuerza, y era el campo de fuerza que rodeaba al alambre conductor de la corriente eléctrica, el que hacía que el alambre cargado actuara como si fuera un imán.

Hemos vistos que los primeros imanes conocidos eran pedazos de mineral de hierro, mismos que hoy día se conocen como imanes naturales, o piedras imán, que en francés antiguo, en italiano y, por supuesto, en español, significa piedra dura. Pero en inglés, la piedra imán se denomina lodestone, término formado de dos palabras que significan "piedra" y "camino", por lo que en ese idioma, la piedra que usada como brújula, señalaba a los marineros el camino que debían recorrer. Sin embargo, como ya se dijo, también hay imanes artificiales, el hierro endurecido común o el acero, pueden ser imanados si se les golpea, siempre en la misma dirección, con un imán, recientemente se descubrió que si se imana una aleación de aluminio, níquel y cobalto, se obtiene un imán de dureza y duración extraordinarias.

La íntima relación existente entre el magnetismo y la electricidad, descubierta por Hans Christian Oersted, fue el principio de una nueva rama del conocimiento científico: el electromagnetismo, que condujo al descubrimiento de que podía crearse un imán, si se envolvía una barra de hierro con alambre aislado y se hacía pasar una corriente eléctrica a través del alambre, el primero que lo demostró, al año siguiente al descubrimiento de Oersted, fue un francés de nombre Dominique Francois Arago. El primer electroimán, en forma de herradura, fue construido por el inglés, William Sturgeon, el año 1824.

Con el descubrimiento del electromagnetismo y la adquisición de la capacidad para aplicarlo, los científicos empezaron a buscar la manera de convertir en fuerza la relación entre el magnetismo y la electricidad. Si la electricidad podía producir magnetismo, se desprendía claramente que el magnetismo debía ser capaz de producir electricidad. Pero, ¿cómo? Entre los años 1830 a 1860, los científicos encontraron el cómo, y de ello lograron construir el motor eléctrico, en el que se usa un electroimán para girar un eje forrado con alambres conductores de electricidad. Tomas Davenport, un herrero de Nueva Inglaterra, E.U.A., patentó el primer motor eléctrico en 1837, se dice que usó el vestido de bodas de su esposa, hecho de seda, para aislar los alambres que empleó al hacer los electroimanes para su motor.

En 1831, Michael Faraday, uno de los hombres más notables en todo el campo científico, tuvo buen éxito en su intento de hacer que un imán produjera electricidad. Es de advertir que el imán que usó fue la propia Tierra. Para alcanzar este resultado hizo que una barra de hierro maleable, en la que enrolló alambre aislado, diera vueltas sobre sí misma, y así interrumpió las líneas de fuerza del campo magnético de la Tierra, interrupción que tuvo el efecto de generar una corriente eléctrica en el alambre. Cuando se sustituyó el campo magnético de la Tierra, un tanto difícil de manejar, por un electroimán, o una dínamo, se había encontrado una inapreciable aplicación del magnetismo.

Figura Pág. 20 Oersted colocó una aguja imantada paralela a un alambre que conducía corriente eléctrica, proveniente de una batería, la aguja se desvió hasta formar ángulo recto con el alambre. Cuando invirtió la dirección de la corriente, la aguja giró en la dirección opuesta. Así descubrió Oersted que la electricidad y el magnetismo están íntimamente relacionados.

Figura Pág. 21 Un electroimán se forma al pasar corriente eléctrica por un alambre que está enrollado en una barra de hierro.

Figura Pág. 22 El aparato es un generador cuando una flecha gira dentro del campo magnético, la corriente eléctrica se genera en las bobinas. El aparato es un motor cuando la corriente eléctrica se suministra a las bobinas y la flecha gira dentro del campo magnético.

El año 1844, Samuel F. B. Morse envió por primera vez un mensaje por medio de un telégrafo eléctrico. Morse inventó su telégrafo con la ayuda de los conocimientos científicos de Joseph Henry, un paisano suyo quien había descubierto que empleando unos alambres se podía hacer funcionar un electroimán colocado a gran distancia. Pero fue Morse quien usó este conocimiento con buenos resultados, para producir sonidos como de golpes secos, largos y cortos, comparables a puntos y rayas para lograr este objetivo se valió de una barra móvil montada en una espiga, la que suspendió sobre un electroimán, que estaba unido por alambres a un interruptor, el cual, al cerrarse enviaba una corriente eléctrica que magnetizaba al electroimán, que entonces atraía la barra hacia abajo, produciendo un sonido seco. Al abrir el interruptor, el electroimán perdía su magnetismo y la barra volvía a su posición original mediante un resorte colocado al efecto, con lo que volvía a su posición original mediante un resorte colocado al efecto, con lo que volvía a producirse el ruido. Un sonido breve, o sea un punto, se producía al oprimir y retirar la presión rápidamente del interruptor, un sonido largo, o raya, se lograba al mantener la presión sobre el interruptor.

En una ocasión, Morse afirmó: "Como la esencia de mi invento consiste en el uso de la fuerza motriz de la corriente eléctrica o galvánica, a la que llamo « electromagnetismo » cualquiera que sea la forma en que haya sido generada, para marcar o imprimir caracteres inteligibles, signos o letras a cualquier distancia, resulta una nueva aplicación de esa fuerza, de la que denuncio jurídicamente ser el primer inventor o descubridor".

Esta demanda concreta de Morse no fue resuelta favorablemente por la Suprema Corte de los Estados Unidos, la que sentenció que una ley de la naturaleza no podía ser patentada por individuo alguno, sin embargo, el telégrafo de Morse colocó los cimientos para el establecimiento del moderno sistema telegráfico con que contamos hoy día.

Figura Pág. 23 Samuel F.B. Morse (1791-1872), fue pintor e inventor, de hecho, en 1832 era profesor de pintura y escultura en la universidad de la ciudad de Nueva York. En 1837, abandonó las bellas artes y se dedicó por completo a encontrar aplicaciones para la electricidad. Además de ser conocido por la invención del telégrafo, también concibió la famosa clave telegráfica que lleva su nombre.

La tierra es un imán

Aun cuando nuestro planeta está formado por todos los elementos químicos, en combinaciones y proporciones diferentes, y aun cuando la corteza de la Tierra está constituida en su mayor parte por granito, la Tierra se comporta magnéticamente en forma muy parecida a como lo haría si fuera una esfera sólida de metal.

Al ser una esfera que gira continuamente sobre sí misma como si fuera un enorme y fantástico trompo, nuestro planeta tiene lo que se llama un eje. El eje terrestre es una línea imaginaria trazada a través de su centro, como si se atravesara una naranja con una aguja de tejer. Si con un movimiento de torsión se hace girar la aguja, la naranja girará también. Podemos imaginar que la línea trazada a través del centro de la Tierra, la aguja de tejer sobre la cual gira el planeta, sale a través de la corteza terrestre en dos puntos: uno superior y otro inferior, el superior es el polo norte y el inferior el polo sur.

Figura Pág. 24 El eje de la Tierra pasa por el polo norte geográfico y el polo sur geográfico, en la posición aproximada que muestra la aguja de tejer que atraviesa la naranja.

Figura Pág. 25 La línea de puntos que pasa a través del imán de barra se alinea con el polo norte magnético, y con el polo sur magnético, los que no son los mismos que los polos geográficos norte y sur, respectivamente.

Sabemos que un imán tiene polos en los que se concentra su fuerza magnética, pero los polos magnéticos terrestres no son los mismos que los geográficos. En realidad, la Tierra es como la naranja del ejemplo en la que alguien hubiera introducido un imán de barra, sin tratar de alinearlo exactamente con el eje sobre el que gira la esfera, este imán está colocado en el interior de la naranja en tal posición que forma ángulo con el eje que une el polo norte geográfico con el polo sur geográfico. Aunque no llega hasta la superficie de la naranja, un polo del imán ejerce su fuerza sobre la superficie, fuerza que está concentrada en un punto llamado polo norte magnético. En nuestro planeta, este segundo polo norte está a alguna distancia del polo norte geográfico, lugar, este último, al que llegó el almirante Peary en el año de 1909.

Lo mismo pasa en el sur del planeta. El efecto del campo magnético de la Tierra se hace sentir en el polo sur magnético, que está tan distante del polo alcanzado por Roald Amundsen en 1911, cuanto dista el polo norte magnético del polo norte. Es muy importante la existencia de estos dos polos suplementarios.

¿Cómo puede ser que la Tierra, que no está constituida por completo de meta, y cuyo interior sabemos que es líquido y caliente, pueda comportarse como si fuera una masa sólida de metal imanado o magnetizado?. Para tratar de contestar esta pregunta, tenemos que volver los ojos a lo que William Gilbert ignoraba cuando trataba, hace trescientos años, de explicar el magnetismo de la Tierra, esto es, al comportamiento de las corrientes eléctricas. Ahora sabemos que las corrientes eléctricas pueden producir magnetismo, incluso en los gases y los líquidos.

Es necesario suponer que hay corrientes eléctricas en el metal fundido del núcleo terrestre. Ignoramos cómo fueron generadas, pero, como todas las corrientes eléctricas, están rodeadas por un campo magnético.

El movimiento de rotación de la Tierra es el causante de que la superficie del globo actúe como la parte externa de una dínamo, es decir, transforma el movimiento mecánico de la rotación en corrientes eléctricas que se suman a las corrientes del núcleo terrestre. De esta manera, la Tierra mantiene su calidad de imán, con las líneas de fuerza sobre la superficie, reunidas en los polos magnéticos, tal como todos los imanes tienen líneas de fuerza más concentradas en los polos.

Figura Pág. 26 Al girar la Tierra se forman corrientes eléctricas que refuerzan las que existen en su interior. Por tanto, la Tierra sigue siendo un imán con sus líneas de fuerza.

Figura Pág. 27 Después de pasar tres años en el Ártico, Amundsen llegó a Nome, Alaska, en agosto de 1906.

La busqueda de lo que es el magnetismo Durante el siglo XIX, los hombres de ciencia aprendieron más acerca del magnetismo y de sus aplicaciones en beneficio de la humanidad, pero no tenían idea, o apenas si vislumbraban, la relación verdadera entre el magnetismo y la electricidad, cosa que no se podía esperar que supieran, sin saber más acerca de la Tierra, considerada como un imán. Así fue que los científicos empezaron a reunir todos los datos que pudieron, relacionados con el imán que tenían bajo los pies y con su enorme y complicado campo de fuerza.

A principios del siglo XX, los hombres sabían aproximadamente en qué lugares debían estar los polos magnéticos, norte y sur, los matemáticos podían informarles dónde estaba el verdadero polo norte, pero la aguja de la brújula señalaba en otra dirección. De modo que se consideró prudente estudiar los efectos del magnetismo en algunas relaciones de la Tierra en las que todavía no se le habían hecho observaciones, una de éstas era la región en la que poco más o menos estaba el polo norte magnético.

A principios del verano de 1903, Roald Amundsen, el gran explorador noruego, emprendió un viaje en una pequeña balandra de motor llamada Gjoa, para tratar de encontrar una vía marítima entre el Océano Atlántico y el Pacífico e, incidentalmente, para realizar una serie de observaciones cerca de la posición que ocupaba en esas fechas el polo norte magnético. Aun cuando los polos magnéticos se mueven y cambian de posición, durante el mes de septiembre de ese mismo año, Amundsen localizó el polo en el lado occidental de la península de Boothia, en el norte del Canadá, a unos trescientos veinte kilómetros al sur del polo norte verdadero.

Figura Pág. 28 El Carnegie, completamente aparejado, se hace a la vela para cumplir su misión de medir el campo magnético de la Tierra. Para que las lecturas de los instrumentos magnéticos resultaran tan exactas como fuera posible, el airoso barco de madera con velas de lona llevaba muy poco metal, excepto la clavazón indispensable para mantener unido el maderaje.

Amundsen levantó un campamento a unos ciento cuarenta kilómetros del polo magnético, y allí pasó el invierno, durante el cual hizo regularmente lecturas de sus instrumentos. Éste fue el inicio de la moderna observación magnética, que alcanzó su culminación durante el Año Geofísico Internacional, que comprendió una parte de 1957 y otra de 1958.

Durante los últimos cincuenta años se han realizado observaciones del magnetismo en miles de puntos en cada una de las regiones de la Tierra. En los primeros años de este siglo, la Institución Carnegie armó un barco que no era magnético, hecho de madera con clavazón y abrazaderas de bronce y de cobre, sólo se usó una muy pequeña cantidad de hierro. El hermoso velero llevaba instrumentos para medir la dirección y la intensidad de las líneas de fuerza del campo magnético terrestre. El Carnegie, como fue bautizado, navegó durante muchos años recogiendo datos de la fuerza magnética de la Tierra, finalmente, fue destruido por un incendio y abandonado en los Mares del Sur. A partir de entonces su trabajo ha sido realizado por otros barcos.

Expediciones de observación tan recorrido las selvas de África y América del Sur, para hacer en tierra lo que el velero Carnegie hizo en el mar durante sus años de labor científica.

Como resultado de todo este trabajo de exploración, hoy disponemos de una imagen casi perfecta de la fuerza magnética del imán más grande que conocemos. Sin embargo, hasta hace muy poco tiempo sólo teníamos una vaga idea de qué es lo que le proporciona el magnetismo a la Tierra, que, a su vez, es la causa de la fuerza magnética que los griegos encontraron en las piedras de Lidia.

Durante los años 1957 y 1958 se unieron las naciones del mundo en una empresa científica de muchísima importancia, que fue el llamado Año Geofísico Internacional, durante el que se mantuvieron estaciones de observación en todas partes de la Tierra, particularmente en el Continente Antártico. Gran parte del trabajo de estas estaciones fue dedicado al estudio del magnetismo.

Los resultados de todas estas observaciones han producido un gran cambio en nuestras ideas acerca del magnetismo terrestre.

Figura Pág. 30 Si desde un edificio se arrojan, en el mismo momento, tres pelotas de pesos diferentes, llegarán al suelo en el mismo instante. La razón de que así ocurra es que la gravedad atrae a todos los cuerpos con la misma velocidad.

La gravedad y el magnetismo

Se podría disculpar a una persona no observadora, si dijera: ¡Vaya, por supuesto que la Tierra es un imán!. Si sostengo este trozo de hierro y lo suelto, la fuerza de gravedad lo alcanzará y lo atraerá. Esto es cierto, pero la Tierra también atraerá a un pedazo de madera o a una pluma. La fuerza que hace que las cosas caigan no es el magnetismo, aunque en varios aspectos se parece a la atracción de un imán, es una fuerza a la que llamamos gravedad y que es la resultante de la masa de la Tierra y de la masa del objeto atraído, y no de la magnetización o imanación de sus moléculas. Si se sube a lo alto de una torre y desde allí se arrojan unas piedras, éstas caerán en dirección al centro exacto de la Tierra, no importa qué tan alto se les arroje. La fuerza del magnetismo terrestre difiere bastante de la fuerza de la gravedad.

Hemos visto que hace mucho tiempo los hombres de ciencia sabían que al suspender por el centro una tira de hierro magnetizado, sin que nada le impidiera girar, apuntaría más o menos a los extremos norte y sur del eje terrestre. También hace mucho tiempo, Figura Pág. 31 Una aguja imanada que flota sobre el agua, en una paja o en una astilla de madera, es una brújula primitiva. tanto que nadie sabe exactamente cuánto, el hombre empleó el conocimiento que tenía de este hecho para fabricar un instrumento, al que en la actualidad llamamos brújula, que les mostraba la dirección en la que viajaban.

En su forma primitiva, la brújula consistía probablemente en una aguja imanada montada sobre un pedazo de madera o una pajilla, que flotaban en una vasija con agua. Salvo en forma muy general, no puede haber sido exacta. Por cierto, no fue hasta el siglo XIX cuando se perfeccionó la brújula moderna.

Algunas personas aseguran que fueron los chinos los primeros que usaron la brújula hace ya muchos siglos, pero en la actualidad también hay gente que cree que la brújula pudo haber sido usada por vez primera en la navegación del Mediterráneo, probablemente por los árabes. Tal vez, como algunos otros inventos, la brújula apareció en varios lugares sin relación alguna entre ellos.

La fuerza magnética terrestre actúa sobre la aguja de la brújula en varias formas. La punta de la aguja marcada "norte" no señala siempre hacia el polo norte magnético, como lo cree mucha gente. Es verdad que si se avanza hacia el norte siguiendo el que señala la brújula, se llegaría, eventualmente, a la región en la que está situado el polo norte magnético, pero se habría seguido una ruta serpenteante.

Esto se debe a que la fuerza del magnetismo interior de la Tierra no actúa por igual sobre todas las partes de la superficie terrestre. Si desde el polo norte magnético se dibujaran unas líneas que llegaran hasta el polo sur magnético, y si estas líneas se trazaran siempre paralelas a lo que marca la aguja de la brújula, se obtendrían unas huellas parecidas a las que dejaría el vagabundeo de un caracol, como se ve en el mapa. Tendríamos una serie de líneas onduladas, casi paralelas, y en cualquier punto de cualesquiera de estas líneas, la aguja de la brújula apuntaría exactamente a lo largo de la línea hacia el norte y el sur, sin importar cuánto se desviara la línea en ese punto, del verdadero norte y del verdadero sur.

Figura Pág. 32 Una brújula de bolsillo moderna, como la que se ilustra a la izquierda, tiene marcados dieciséis puntos principales. Son de gran ayuda para cualquier persona que se pierde, la que, si cuenta con una brújula, sólo necesita saber la dirección en la que ha de viajar.

Figura Pág. 33 Se llama declinación magnética a la variación de la brújula con respecto al verdadero norte. El mapa muestra la declinación magnética en el continente americano durante el año 1955.

Como todas las líneas terminan en los polos magnéticos, resulta obvio que el seguirlas en una u otra dirección, llevaría, con el tiempo, al polo magnético, norte o sur según el caso, pero con mucha frecuencia se hubiera avanzado en dirección distinta al verdadero norte y al verdadero sur.

Si nuevamente se imagina a la Tierra como una naranja con un imán de barra fijo en su interior, y se le ponen encima las limaduras de hierro contenidas en una taza, esas limaduras se adherirán a la naranja formando líneas muy parecidas a las de la fotografía del imán de barra y sus líneas de fuerza. La aguja de la brújula es simplemente una limadura de hierro que trata de alimentarse constantemente con las líneas de fuerza magnéticas terrestres.

Por tanto, puede comprenderse fácilmente que el magnetismo difiere bastante de la otra gran fuerza de la Tierra, la gravedad, que atrae las cosas directamente hacia el centro de la masa de la Tierra.

El uso de la brújula

Muchos pueblos, como el chino, el árabe, el etrusco, el italiano, ha sido señalados como los inventores de la brújula. La primera persona que mencionó la brújula en Europa, fue Alexander Neckam, en el siglo XII, quien escribió acerca de una aguja que se usaba a bordo de los barcos y que señalaba a los marineros la ruta que debían seguir.

Poco o nada se sabía acerca de las peculiaridades de las líneas de fuerza magnéticas terrestres la primera vez que se usó la brújula en la navegación. Eventualmente se descubrió, primero, que en la mayoría de los lugares de la Tierra la aguja de la brújula no apuntaba hacia el verdadero norte, después, se comprobó que el ángulo formado por la dirección de la aguja y el norte verdadero no sólo era diferente en cada uno de los puntos de la superficie de la Tierra, sino que aun en el mismo sitio variaba de año a año y de hora a hora.

En vez de que este hecho desconcertante hiciera que el hombre prescindiera de la brújula por inexacta y falaz, hizo que los científicos buscaran la manera de predecir los cambios que ocurrían en las lecturas de la brújula, y en esta tarea alcanzaron, indudablemente, un buen éxito notable.

Ahora hay tablas que indican a los navegantes exactamente cuál es la variación o declinación de la brújula. La variación o declinación es el número de grados de diferencia entre el norte de la brújula y el norte verdadero, en cualquier sitio de la superficie terrestre, en cualquier año y en cualquier tiempo del día o de la noche.

Hay otra variación de la manecilla de la brújula, que también tiene una gran importancia, se trata de una variación hacia arriba y hacia abajo, y es llamada inclinación.

Si la aguja de la brújula estuviera sujeta en tal forma que pudiera oscilar hacia arriba y hacia abajo, en vez de hacerlo lateralmente, se inclinaría en un ángulo diferente en todos los lugares de la Tierra. Teóricamente, en el polo sur magnético, el extremo de la aguja que señala el norte debería apuntar verticalmente hacia abajo, en el ecuador magnético, equidistante de los polos magnéticos sur y norte, no debería sufrir inclinación alguna.

Lo que sabemos acerca de la manecilla de la brújula o aguja magnética capacita a los científicos para trazar una especie de mapa magnético.

Figura Pág. 34 Una aguja de inclinación del siglo XVI. La aguja seguía la dirección de las líneas de fuerza de la Tierra, y medía la inclinación magnética. La base era de madera y el resto estaba hecho de bronce, excepto el eje de hierro del indicador y el cordel rematado por un casquillo de plomo.

Figura Pág. 35 En la timonera de este barco, la brújula magnética está situada en la bitácora, a la derecha del timón, a la izquierda está un repetidor de la brújula giroscópica maestra.

Las manchas solares y el magnetismo

Se sabe que el campo magnético terrestre, o sea, la región en la que se siente la fuerza de imanación de la Tierra, a menudo sufre perturbaciones. Roald Amundsen, el explorador noruego que llegó al Polo Sur en 1911, vio pruebas de este fenómeno durante los años de 1903 y 1904, en los instrumentos registradores que había colocado en Boothia, en la región septentrional de Canadá, para seguir la dirección y medir la intensidad de las líneas de fuerza magnética.

Algunas veces, la gráfica que representaba el registro de la dirección de la aguja de la brújula era una línea sin variaciones alrededor del cilindro registrador, que completaba un giro cada veinticuatro horas, sin embargo, otras veces la aguja vibraba y saltaba en tal forma que grandes trechos de la línea sobre el papel parecían el perfil de una cadena de montañas terminadas en picos agudos.

También se sabe que, durante determinadas épocas, algunas porciones del disco solar se oscurecen con manchas. La aparición de estas manchas siempre se consideró ligada con las tormentas solares o a una gran perturbación del campo magnético de la Tierra. En el Sol se producen otros cambios que están asociados con las manchas y que tienen un efecto perturbador sobre nuestro planeta, generalmente se habla de ellas como de explosiones solares, y son erupciones enormes de llamas, que se alzan miles y aun cientos de miles de kilómetros sobre la superficie del Sol.

Durante los periodos de intensa descarga eléctrica del Sol, ocurren fenómenos raros en el campo magnético de la Tierra, no es sólo que las brújulas se vuelven locas, sino que las comunicaciones radiofónicas y de televisión sufren interferencias y, a menudo, llegan a quedar completamente paralizadas; las líneas de transmisión de fuerza eléctrica, ya sea que estén sobre la superficie o en el subsuelo, actúan como si estuvieran sobrecargadas y ponen a funcionar los aparatos instalados para evitar que, por una sobrecarga eléctrica u otra causa similar, se quemen las propias líneas de transmisión. La tormenta electromagnética, que no va acompañada por viento, nieve ni lluvia, tiene un efecto devastador, porque el Sol es un generador de electricidad y la Tierra es un imán gigantesco.

Figura Pág. 36 Las explosiones solares alcanzan su intensidad máxima en unos cuantos minutos, pero, en ocasiones, puede vérselas durante una hora o más tiempo. Dos días después de la erupción, partículas cargadas de electricidad llegan a la Tierra y puede esperarse que ocurran auroras astrales y boreales, y perturbaciones geomagnéticas.

Las empresas que se dedican a explotar las comunicaciones por radio, teléfono, telégrafo y cable, están naturalmente muy interesados en estas tormentas magnéticas; deben saber cuándo es probable que sus servicios sean violentamente interrumpidos. Una de estas grandes empresas mantiene una red de estaciones de observación y emite regularmente boletines en los que predice las condiciones magnéticas del tiempo, en la misma forma que la oficina meteorológica predice las condiciones climáticas de la atmósfera.

La última tormenta magnética más fuerte ocurrió en el mes de febrero de 1958; es probable que dentro de poco tiempo ocurra algo parecido, ya que se ha descubierto que las manchas y las explosiones solares se presentan con máxima violencia en intervalos regulares de, aproximadamente, once años de duración. Antes de que empezara la tormenta de febrero de 1958, un observador situado en Nuevo México estaba contemplando el Sol con un instrumento especial que cubre el disco llameante y permite que el observador vea únicamente lo que ocurre en el borde del Sol; este observador vio que se alzaban repentinamente una serie de franjas sobre la cara oscurecida del Sol, que semejaban una serie de relámpagos desprendiéndose de una explosión atómica.

Figura Pág.37 Corrientes de partículas cargadas de electricidad penetran en la atmósfera de la Tierra y causan efectos sobre la vida en este planeta.

Ciertamente, se trataba de una explosión atómica, mucho mayor que cualesquiera de las que el hombre puede producir. El observador había estado en busca de algo parecido, ya que era el momento de que se presentara una erupción solar, pero no había esperado una tan violenta, sin embargo, sabía lo que iba a pasar: una nube inmensa, miles de veces mayor que la Tierra, de partículas cargadas de electricidad estaban a punto de iniciar un viaje hacia nuestro planeta, el que quedaría sumergido completamente en esa nube.

El observador notificó inmediatamente lo ocurrido al Centro de Datos del Año Geofísico Internacional, que funcionaba en Colorado, y al que debían informarse todas las muestras de actividad desusada del Sol. El Centro emitió unos boletines en los que comunicaba, al resto del mundo, de la explosión.

La nube de partículas cargadas de electricidad producida por un estallido tal recorre casi mil seiscientos kilómetros por segundo; por lo que resultaba evidente que un día después nuestro planeta iba a sufrir un bombardeo invisible, que iba a interrumpir todos los medios de comunicación.

Esos fueron sus efectos; Europa y América quedaron incomunicadas; los periódicos no podían obtener noticias; los aviones no podían obtener señales de ayuda desde tierra; la aguja de las brújulas se salieron de alineación. Si la hora en que la tormenta magnética alcanzó su intensidad máxima no hubiera sido un poco después de media noche, sus efectos pudieron haber sido más graves.

Para las primeras horas de la mañana ya había pasado la gran nube de fuerza eléctrica, dejando tras de sí a nuestro planeta, que regresaba lentamente a su funcionamiento normal. En el cielo, al norte y al sur, había un dosel de una radiación extraña, que a veces era un arco de fuego de un rojo y azul resplandecientes, y a veces una cinta ondulada de un color azul verdoso, que señalaba, tal vez, los límites exteriores del perturbado campo magnético de la Tierra.

Figura Pág. 38 Un coronógrafo y una cámara para fotografiar las explosiones solares. El coronógrafo es un telescopio especial que permite al observador ver la corona solar, o atmósfera externa del Sol. Figura Pág. 39 En esta fotografía de la cara del Sol, las manchas solares se muestran como marcas negras.

La aurora astral y boreal

La aparición de luces de colores en el cielo nocturno no es algo nuevo, como todos lo sabemos. En la antigüedad, se creía que este fenómeno era una indicación celeste de futuros acontecimientos de importancia, tales como la muerte de los reyes, la peste, la guerra o la rebelión. Sólo ha sido en años relativamente recientes que se le ha asociado con el campo magnético de la Tierra.

Aurora es una palabra latina que ha pasado a nuestro idioma con la significación de amanecer, y proviene de otra palabra, también del latín, aura, que significa resplandor; se le añaden los adjetivos austral o boreal según que el fenómeno se presente en el hemisferio sur o norte de nuestro planeta, y consiste en la iluminación de una parte del cielo nocturno, que no proviene del Sol, de las estrellas o de la Luna; donde se ven más comúnmente es en las regiones situadas en un círculo, alrededor de las partes más septentrionales o meridionales de la Tierra, respectivamente. Sin embargo, a menudo se alcanzan a ver en lugares más cercanos al ecuador, durante los periodos de explosiones solares o de tormentas magnéticas.

Las auroras pueden consistir en un resplandor; pueden ser un arco; pueden ser una formación de puntos luminosos brillantes, ondulantes y trémulos; puede ser una banda de color brillante que parece tremolar y ondear en el viento nocturno; puede presentarse como un círculo colocado en el cenit, del que descienden gallardetes hacia el horizonte.

Figura Pág. 40 Para estudiar los sonidos que produce en la radio, y las reflexiones de onda de esta aurora boreal en forma de "cortina", se usa una antena.

Nadie sabe todo lo que se refiere a la naturaleza de las auroras, pero parecen existir pocas dudas en cuanto a su relación con la capa de espacio situada más allá de la atmósfera, a una distancia de 110 a 970 kilómetros de altitud, la que contiene partículas de aire extraordinariamente pequeñas que son portadoras de cargas eléctricas; estas partículas se llaman iones, y se da el nombre de ionosfera a la capa del espacio en la que se encuentran. Se sabe que cuando esta capa sufre perturbaciones por las corrientes eléctricas provenientes del Sol o por rayos cósmicos de origen desconocido, la manifestación de la aurora, austral o boreal, es mayor y se extiende más.

Figura Pág. 41 El círculo de colores muestra la región en la que las auroras boreales se ven con más frecuencia; el círculo punteado marca la frontera meridional de la zona en la que ocurren estos meteoros.

Informes sobre el magnetismo desde el espacio exterior No hay duda de que hay alguna relación entre las violentas tormentas que ocurren en la superficie del Sol, que producen las manchas y las explosiones solares, y las variaciones en el campo magnético de la Tierra.

Muchos científicos dedicados al estudio del magnetismo han estado convencidos de que las corrientes eléctricas, en la forma de partículas cargadas de electricidad, brotan continuamente del Sol, haya o no tormentas y explosiones solares a la vista. Se ha supuesto que estas corrientes, junto con las líneas de fuerza del campo magnético de la Tierra, tienen un efecto enorme sobre el espacio que nos rodea.

El Año Geofísico Internacional y el lanzamiento de cohetes al espacio, han confirmado lo acertado de esta suposición. Los cohetes disparados desde los Estados Unidos y la Unión de las Repúblicas Soviéticas, que llevan instrumentos complicados y muy sensibles para medir la fuerza eléctrica y magnética, han enviado datos asombrosos.

Figura Pág. 42 Un cohete norteamericano abandona su plataforma de lanzamiento en medio de una gran nube de humo y llamas.

En el lapso comprendido entre 1958 y 1962, se creyó que la Tierra estaba rodeada por dos grandes cinturones de partículas electrizadas, se suponía que el anillo interior, naturalmente el más pequeño de los dos, estaba a miles de kilómetros de la Tierra; en tanto que el mayor se encontraba muchos miles de kilómetros más hacia el exterior; se creía que cada uno de estos cinturones tenían una forma muy parecida a la de la corteza vacía de una calabaza a la que se le hubieran practicado dos agujeros, uno en la parte superior y otro en la inferior.

Sin embargo, en enero de 1962 se descubrió que la Tierra está rodeada por una faja de radiación, la que se prolonga desde la Tierra hasta una distancia de 65,000 kilómetros, y a la que se conoce con el nombre de magnetosfera.

Figura Pág. 43 Las partículas electrizadas, que probablemente llegan del Sol, son retenidas dentro de los límites de esta banda descomunal, en donde permanecen en suspensión, girando en remolinos por la fuerza del campo magnético terrestre. En otras palabras, las partículas electrizadas son atrapadas en el interior del anillo de la magnetosfera y son sujetas a un movimiento de espiral de norte a sur y de sur a norte.

Figura Pág. 44 El experimento de Birkeland con una esfera magnetizada, llamada terrela, mostró unos cinturones magnéticos sumilares a los de las auroras.

La razón por la que el cinturón tiene la forma descrita, es que las partículas de las que está formado tienen la tendencia a girar en espirales en torno a las líneas de fuerza magnéticas terrestres, lanzándose al espacio desde el polo norte magnético para alcanzar el polo sur magnético.

Este gran cinturón, que está alineado con el campo magnético de la Tierra, deja dos espacios abiertos sobre el norte y el sur de nuestro planeta. Ahora se cree que es posible que las partículas electrizadas que se escapan por la parte superior y la inferior del anillo, penetren la región más alta de la atmósfera y ahí choquen con partículas de aire, lo que hace que las partículas del aire brillen suavemente, produciendo las interesantes auroras.

Aun cuando este cinturón de partículas electrizadas, ahí atrapadas, que rodea la Tierra a una distancia de muchos miles de kilómetros, sólo fue reconocido recientemente, se predijo su existencia desde hace más de cincuenta años; un año después de que se vio a Roald Amundsen estudiar el magnetismo cerca del polo norte magnético; Kristian Birkeland, un físico noruego, empezó una serie de experimentos cautivantes, para tratar de descubrir el secreto de las auroras boreales, Birkeland usó una pequeña esfera magnetizada, a la que llamó terrela, o sea "tierra pequeña", contra la que dirigió una corriente de rayos catódicos, los que representaban las partículas de gas electrizadas, que fluyen hacia la Tierra desde el Sol, y descubrió que los rayos que se aproximaban a la pequeña "tierra", cuando ésta estaba magnetizada, parecían reunirse en una banda brillante sobre cada uno de los polos.

Kristian Birkeland, que fue profesor de la universidad de Oslo, también ayudó a establecer observatorios de magnetismo en las regiones árticas, y escribió acerca de los datos por ellos obtenidos.

Carl Stormer, que había trabajado con Birkeland en un intento por determinar qué forma tenía la ruta por la que viajaban las partículas electrizadas desde el Sol hasta la Tierra, condujo los experimentos aún más lejos, y al hacerlo predijo la existencia de grandes cinturones sobre la Tierra; sin embargo, no pudo mostrar cómo se introducían en ellos las partículas electrizadas.

H. Alfvén, un científico sueco, predijo que se encontrarían cinturones de esta clase, en los que se comprobaría que habían atrapado partículas electrizadas.

Pero fue James Van Allen, de la Universidad de Iowa, E.U.A., a quien le tocaría anunciar en el mes de marzo de 1958, que había descubierto la existencia de tales cinturones; descubrimiento que fue constatado posteriormente por el vuelo del "sputnik" soviético, puesto en órbita en agosto del mismo año. En enero de 1962, el satélite estadounidense, el "Explorer XII", que había sido lanzado el 15 de agosto de 1961, para investigar, entre otras cosas, algunas porciones del campo magnético de la Tierra, encontró que sólo había un cinturón.

Figura Pág. 45 El Explorer XII, un satélite norteamericano, ha enviado mucha información científica valiosa a la Tierra.

Si el hombre ha de viajar al espacio exterior en proyectiles cohete, ha de hacerlo usando una órbita polar; de lo contrario, lo matarían los potentes y mortíferos rayos causados por el bombardeo a su nave espacial por las partículas eléctricas, furiosamente activas, atrapadas en la amplia banda que rodea la parte central de nuestro planeta.

El descubrimiento de la magnetosfera añadió una nueva capa a las que se sabía que rodean la Tierra, de las que ya se conocían cuatro: la troposfera, la estratosfera, la ionosfera y la mesosfera.

El descubrimiento de este cinturón eléctrico es un gran logro científico, ya que si no nos dice qué es exactamente el magnetismo ni por qué tiene una relación tan íntima con la electricidad, sí nos proporciona una base sobre la cual trabajar, base tan importante como los descubrimientos que fructificaron en nuestro primer conocimiento de la electricidad y el magnetismo.

Figura Pág. 46 La troposfera es nuestra zona climática. La estratosfera está formada por aire enrarecido. En la ionosfera vemos las auroras. La mesosfera está bajo la recientemente descubierta magnetosfera. En la magnetosfera es donde quedan atrapadas las partículas en el campo magnético de la Tierra.

Algunos experimentos con el magnetismo

Ya no podemos regresar a un estado de ignorancia acerca de la fuerza oculta en aquella piedra encontrada en Magnesia y que les pareció tan misteriosa a los griegos. Aun antes de iniciar los experimentos, la mayoría de nosotros ya conoce muchas de las respuestas que hemos de obtener; sin embargo, la ejecución de un experimento puede ser la forma de alcanzar una mejor comprensión de algo que creíamos ya haber entendido.

Los experimentos con el magnetismo no son complicados y no resultan caros; todo lo que necesita la persona que va a realizarlos es lo siguiente:

Uno o dos imanes de barra, hechos de una aleación de aluminio, níquel y cobalto, de dos y medio a cinco centímetros de longitud Una brújula Un poco de hilo Seis o más bolas de acero, del tamaño de las balas que se utilizan para cazar venados Unos cuantos broches metálicos Unos tubos de vidrio o de plástico, de 5 cm a 8 cm de longitud, y del diámetro suficiente para que puedan deslizarse los imanes en su interior.

Una cuchara de limadura de hierro Un pedazo de níquel Un pedazo de latón Un pedazo de cobre Un pedazo de aluminio Alambre delgado, aislado, con una extensión de 3.70 m a 4.60 m Una pila seca; es preferible una de las llamadas pilas "de arranque" de tres celdas Una hoja de cristal para ventanas (o de plástico transparente), con dimensiones mínimas de 5 cm X 23 cm Unas cuantas tiras delgadas de madera, del espesor de los imanes y con una longitud de 18 a 20 cm cada una.

NOTA: En algunos comercios se pueden comprar juegos completos para hacer experimentos con el magnetismo; por ejemplo, en los establecimientos que venden artículos científicos, en las jugueterías y en algunas librerías.

  • 1. Un imán y sus líneas de fuerza.

Si se pone un imán de barra en una mesa y se coloca encima de él una hoja de cristal cuyos bordes descansen en dos tiras de madera, y se ponen las limaduras en un salero, o en un frasco en cuya tapa se hayan hecho uno o dos agujeros, y se le sacude suavemente sobre el cristal desde una altura de unos quince centímetros, para que las limaduras caigan poco a poco y suavemente sobre el vidrio, se verá que las limaduras se acomodan formando líneas claras y muy regulares, que se curvan a partir de cada polo del imán y forman semicírculos por ambos lados del mismo; todos los extremos de estas líneas se reúnen en cada polo. Estas líneas curvas, que serían invisibles si no nos las mostraran las limaduras de hierro, son las líneas de fuerza del imán. Las limaduras de hierro quedan unidas como si fueran hilos, ya que cada limadura individual se ha convertido en un imán cuyo polo norte se adhiere al polo sur de la limadura siguiente. Se podrá observar que en cada uno de los extremos del imán las limaduras se mantienen erectas en el aire y no quedan en posición horizontal, lo cual se debe a que las líneas de fuerza en cada extremo del imán están más concentradas y son más fuertes; son más débiles y están más dispersas entre los dos polos. Si se levanta el cristal y se le retira del imán, se verá que estas limaduras erectas caen a una posición horizontal siempre que se haga el experimento.

Imagine usted que el imán y que la hoja de cristal fueran mucho mayores que el tamaño de la habitación, y todavía estuvieran cubiertos por limaduras de hierro; entonces se podría observar que si se pasa una brújula pequeña a lo largo de la curva de uno de los semicírculos, la aguja siempre se alinearía como si fuese una simple limadura de hierro.

Lo que permite a los hombres navegar miles de kilómetros por mares desconocidos, que no figuran en los mapas, aun cuando no sean visibles el Sol y las estrellas, es el comportamiento de la aguja de la brújula al seguir las líneas de fuerza de ese gran imán que es la Tierra.

Figura Pág. 49 Los polos opuestos de los imanes se atraen entre sí, en tanto que los polos iguales se repelen.

2. La atracción y la repulsión Ya hemos visto que no se puede decir simplemente que un imán sea algo que atrae los objetos.

Si se toman dos imanes de barra, hechos de una aleación de aluminio, níquel y cobalto, ambos de la misma longitud, y se aproximan sus polos opuestos, siguiendo su eje longitudinal, se descubrirá que tienen una tendencia muy fuerte a saltar el uno hacia el otro, con tal fuerza que es difícil mantenerlos separados. Sin embargo, si se les separa y se hace girar uno de ellos hasta que sus extremos queden en posición inversa a la que tenían, se descubrirá que tratan de apartarse el uno del otro, y que es tan difícil mantenerlos unidos como antes lo era conservarlos apartados.

Esto se debe a que, en el primer caso, el polo norte de uno de los imanes estaba próximo al polo sur del otro, y los polos opuestos se atraen. Cuando se invirtió la posición de uno de los imanes, resultó que los polos iguales se repelen con la misma fuerza con la que se atraían los opuestos.

Figura Pág. 50 El imán puede levantar al sujetapapeles, debido a que el hierro es magnético.

Ahora bien, si se toman los dos imanes y se les junta longitudinalmente por los costados, se observará que, si se les ha colocado de modo que el polo norte de uno esté contiguo al polo sur del otro, se adherirán íntimamente el uno al otro para formar entre ambos un solo imán.

3 La calidad de magnético y de lo no magnético. Si se pone sobre una hoja de papel un pedazo pequeño de cobre (tal como una clavija de cobre o un pedazo corto de alambre de cobre que no esté forrado), un pedazo de acero (como un broche sujetapapeles), un pedazo de latón, un pedazo de níquel y un pedazo de aluminio, y se acerca un imán al papel, se descubrirá que sólo el sujetapapeles se mueve para adherirse al imán, ya que el hierro posee la calidad que llamamos magnética, en tanto que el cobre, el latón y el aluminio no la tienen en forma apreciable. La disposición de las moléculas en las materias no magnéticas es tal que no puede ser cambiada fácilmente para que sus polos norte apunten todos en la misma dirección.

El sujetapapeles de hierro, que es magnético, pero que no es un imán en sí, se magnetiza cuando penetra en el campo de fuerza de un imán, y se convierte en un imán, en tanto que permanezca dentro de los límites del campo de fuerza del imán.

Hagamos un sencillo experimento: si se deja que un sujetapapeles se adhiera a un extremo de un imán, se descubrirá que recoge otros sujetapapeles; sin embargo, si se le aleja del imán se encontrará que ha perdido su fuerza magnética y que no levanta cosa alguna.

4. La fuerza de un campo magnético Si con un imán de barra se levanta una pequeña bola de acero, como las que se usan en los cojinetes, y con ésta adherida a la punta del imán se toca otra bola de acero, ésta se adherirá también. Se descubrirá que se puede formar una cadena de bolas de acero, cuyo número dependerá de la fuerza del imán y del tamaño de las bolas. Cada bola se magnetiza; es decir las moléculas se alinean en forma que se toquen sus polos norte y sur. Cuando la longitud de la cadena de bolas llega a ser tan grande que la bola inferior está en el límite externo del campo de fuerza del imán, la fuerza magnética no será suficiente para agregar más bolas a la cadena. En la misma forma, se puede ver, en el primer experimento descrito, que las limaduras de hierro esparcidas sobre la hora de cristal, encima del imán de barra, se acomodan en líneas curvas o se mantienen erectas únicamente en una distancia determinada alrededor del imán, distancia que señala los límites del campo de fuerza del imán.

5. La brújula. Si con un pedazo de alambre de cobre se hace un gancho doble y se suspende de él un imán de barra, de manera que forme una especie de asa como la que se muestra en el dibujo, y si se anuda al centro del asa un pedazo de hilo como de unos treinta centímetros de longitud y se le cuelga en un sitio apropiado donde no sufra demasiadas perturbaciones por las corrientes de aire, y si se espera a que el imán deje de girar y luego se observa en qué dirección apunta, y tomando una brújula y sin acercarla tanto al imán como para que la aguja se desvíe, se notará lo siguiente:

Si el imán no está demasiado aproximando a un radiador o a otro gran objeto de acero o de hierro, el imán suspendido estará apuntando en la misma dirección que la aguja de la brújula; de hecho, el imán suspendido es una brújula que está sufriendo los efectos del mayor de todos los imanes: la Tierra, y, para gran ventaja de los marineros y topógrafos, está obligado a alinearse precisamente con las líneas de esa fuerza.

Figura Pág. 51 y 52 Sin embargo, al hablar de norte y de sur, se debe recordar que es realmente el polo sur del imán (o de la manecilla de la brújula) el que apunta en la dirección del polo norte magnético de la Tierra, ya que el verdadero polo norte del imán llamado Tierra repelería al verdadero polo norte de la aguja de la brújula; pero al polo sur del imán o de la aguja de la brújula lo llamamos norte, porque es un polo que siempre busca el norte de la Tierra, lo que explica por qué las brújulas fueron inventadas antes de que comprendiéramos el magnetismo.

6. La electricidad y el magnetismo Si se toma un trozo de tubo de plástico o de vidrio, cuyo diámetro interno sea un poco mayor que el grueso de un imán de barra hecho de aleación de aluminio, níquel y cobalto, y si se le enrolla apretadamente alambre aislado hasta formar dos vueltas a su alrededor, si en cada extremo del alambre se dejan unos veinte o veinticinco centímetros sin enrollar (para hacer que este carrete de alambre se mantenga firme y para evitar que se desenrolle puede envolvérsele con cinta transparente) y se sujeta uno de los extremos sueltos del alambre a una de las terminales de la pila eléctrica, y luego se introduce en el tubo un imán de barra de modo que la mitad fuera; ahora, con el otro extremo del alambre se toca la otra terminal de la pila. El imán saldrá disparado fuera del tubo o será absorbido completamente dentro de éste, según el polo del imán que haya estado en un principio dentro del tubo. No se dejen los dos extremos del carrete de alambre conectados a la pila un solo momento, porque se generaría rápidamente calor en el alambre y se descargaría la pila.

Cuando se pasa una corriente por el carrete de alambre, se convierte en un imán, con los polos sur y norte propios; a un alambre así enrollado en carrete y que recibe una corriente eléctrica se le llama solenoide. Si al introducir el imán, el polo norte del carrete recibe el polo sur del imán, absorberá al imán dentro del tubo; si sucede a la inversa, entonces el imán saldrá disparado del tubo.

También se descubrirá que si una barra de hierro o de acero comunes, sin magnetizar, se introduce en el carrete y se hace pasar una corriente eléctrica, la barra se magnetizará o imanará.

Bibliografía:

DEPPERT W. / K. Stoll. "Aplicaciones de Neumática" Ed. Marcombo. España, Barcelona. P.p. 56, 57, 85, 86, 88, 89.  

DEPPERT W. / K. Stoll. "Dispositivo Neumáticos" Ed. Marcombo Boixareu. España, Barcelona. Pag: 8 Gordon J. Van Wylen – Richard E. Sonntag. "Fundamentos de Termodinámica" Editorial: Limusa, México, D. F. P: 345-346.

GUILLÉN SALVADOR, Antonio. "Introducción a la Neumática" Editorial: Marcombo, Boixerau editores, Barcelona-México 1988, p: 41 – 77

 

 

 

Autor:

Iván Escalona Moreno.

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