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Poder político y obediencia en el pensamiento hegeliano (página 2)


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Frente a las concepciones del Estado basadas en un contrato social que fueran elaboradas entre los siglos XVII y XVIII, desde Hobbes hasta Rosseau, y que evolucionaron desde el absolutismo hasta la democracia republicana, Hegel levantará su construcción filosófica del Estado ético; por encima del reconocimiento de la ineptitud del contrato como fundamento del Estado y el poder. Quizá nadie como él estaba en la mejor posición material de construir un esquema interpretativo semejante, dado las condiciones particulares de la lucha feudalidad – modernidad en la Alemania de inicios del siglo XIX; y por su propia condición de espectador e intérprete de la Revolución Francesa y sus efectos.

Hegel: el Ethos y el Estado

El precedente más inmediato de la concepción hegeliana acerca del estado ético se encuentra en el pensamiento aristotélico.

Aristóteles definía al Estado como una gran asociación compuesta por pequeñas asociaciones agrupadas: las familias. En esta concepción, Estado y poder político se encuentran fundidos en la idea de polis, hecho socio – político que se sitúa por encima del individuo, el cual, una vez fuera de la misma, no es sino el último de los animales, pues carece de la ley y de la justicia. Por tanto, el hombre sólo podría alcanzar su dimensión humana dentro del marco de las relaciones impuestas por la organización social.

Esta idea será retomada por Hegel para entregarnos la concepción de un Estado independiente, fundado sobre la Razón creada por relaciones humanas intersubjetivas, formadas entre individuos que se encuentran indisolublemente ligados a este como universalidad; que existe "para sí"; y cuya influencia llega a todos los estratos de la sociedad.

En Hegel, el Estado es una de las tantas formas en las que se manifiesta el Espíritu[2]en tanto vida ética de un pueblo, en su evolución dialéctica, como una segunda naturaleza de carácter antinatural, en tanto se construye sobre la base de las relaciones creadas entre la familia y la sociedad civil en conjunto. Sólo en este marco limitado por el Estado, puede, en el pensamiento hegeliano, el ser humano convertirse en Hombre, como objetivación racional:

"Sólo en el Estado tiene el hombre una existencia conforme a la Razón. El fin de toda educación es que el individuo deje de ser algo puramente subjetivo y se objetive en el Estado (…).Todo cuanto es el hombre, se lo debe al Estado: en él reside su ser. Todo su valor, toda su realidad espiritual, no los tiene sino por el Estado."[3]

Sin embargo, el hombre, una vez universalizado a través de su objetivación en el Estado, no puede tomar parte en la actividad política del mismo, sólo puede utilizarlo como medio para alcanzar objetivos específicos, pues el Estado constituye un ente "para sí" y basa su actividad en su propia existencia concreta. En el pensamiento hegeliano sólo lo racional es real, y sólo lo real es racional, por tanto, el Estado es real y tiene una existencia independiente, dada por el hecho de estar fundado en la razón construida por el desarrollo del Espíritu.

En la concepción hegeliana del poder, el sujeto se configura como voluntad (libre), desde la que se construye el sistema de derecho y el Estado, de ahí que el sistema político sea el reino de la libertad realizada en la objetivación de una naturaleza auto conciente y no natural:

"El Estado es, pues, la forma histórica específica en la que la libertad adquiere existencia objetiva y goza de objetividad. Porque la ley es la objetividad del espíritu y la voluntad en su verdad. Sólo la voluntad que obedece a la ley es libre, porque se obedece a sí misma, permanece en sí."[4]

Esta perspectiva hace que el Estado no sea asumido como un mero aparato, sino como un sujeto, que resulta colectivo al estar compuesto por toda la totalidad de sujetos individuales que conforman la sociedad civil.

La eticidad del Estado radica, entonces, en que este, en tanto espíritu objetivo, construya y reproduzca en sí, toda la vida espiritual de un pueblo en un determinado momento histórico, realizando en sus distintas etapas de desarrollo la unidad del yo y del ser.

Dinámica del poder político y la obediencia en Hegel

En la estructura del Estado fundado en relaciones intersubjetivas, aquellas que se encuentran, directa o indirectamente, vinculadas al poder y a la dominación, ocupan un lugar esencial. Poder político y dominación no pueden ser entendidos sin tener en cuenta el esquema hegeliano basado en el sistema de las necesidades, que dibuja al hombre como miembro de una sociedad burguesa, en la que la satisfacción de las necesidades no se produce inmediatamente sino a través de la multiplicación y división de otras necesidades. En el seno de este sistema adquiere especial relevancia la cuestión del trabajo y, junto a esta, la de la igualdad o desigualdad de los hombres.

Al desdeñar la igualdad abstracta, Hegel, defiende la existencia de una relación dialéctica entre la satisfacción de las necesidades particulares y las del resto de la comunidad. Dicha relación viene a justificar, por sí sola, la estructura estamentaria de la sociedad.

Desde esta perspectiva, unos grupos de hombres ejercerán el dominio sobre otros dentro del marco de las relaciones humanas. En este punto la dialéctica entre poder y dominación tendrá, como elementos esenciales, las relaciones creadas sobre la base del trabajo y la propiedad. Como la propiedad no está distribuida de modo uniforme, el objeto del deseo se convierte en la causa de la subordinación de la conciencia no esencial (no propietaria) a la esencial (propietaria), de lo cual se deriva que el señor se apropia del trabajo del siervo y, por tanto, lo domina, al utilizarlo como medio para relacionarse con su objeto consustancial.

En Hegel, el señor, representación del poder, es conciencia esencial, en tanto ser autoconciente, cuyo poder y dominio son reconocidos como tales en el conjunto de relaciones intersubjetivas; este hecho le coloca en posición de recrear sus particulares condiciones de existencia a partir de su propia perspectiva. Para ello se vale, como medio, de la conciencia no esencial: el siervo. Este, a su vez, crea, recrea y reproduce una realidad de la que sólo puede participar como elemento subordinado:

"Para el señor, la conciencia no esencial es aquí el objeto, que constituye la verdad de la certeza de sí mismo."[5]

La prueba de la existencia real del poder es la práctica servil, pues sólo en esta, y a través de esta, el poder se realiza en dominio. De aquí se deriva que:

"La verdad de la conciencia independiente es, por tanto, la conciencia servil."[6]

El poder sólo puede existir, nos dice Hegel, si se realiza en el dominio efectivo, materializado en obediencia.

Por su parte, la conciencia del siervo radica en la identificación con el ser independiente o la cosa en general, entiéndase, realidad material, condiciones de trabajo. A partir de allí comienza el proceso de reproducción del dominio al interior del dominado como expresión de la aceptación del mismo, lo que le lleva a asumir, como sustancial a su condición, la posición que le ha sido designada dentro del cuerpo de relaciones intersubjetivas. El siervo se encuentra alienado, en tanto está separado de los resultados directos de su producción, no quedándole otro remedio para sobrevivir que la aceptación conciente del dominio:

"El señor se relaciona con el siervo de un modo mediato, a través del ser independiente, pues a esto precisamente es a lo que se halla sujeto el siervo; esta es su cadena, de la que no puede abstraerse en la lucha, y por ella se demuestra como dependiente, como algo que tiene su independencia en la coseidad."[7]

De esta cita se desprende que en la relación dominador – dominado, el siervo constituye el medio a través del cual el señor se relaciona con el objeto del deseo y viceversa. Es por ello que el poder y el dominio encuentran su reconocimiento en la sociedad de un modo unilateral y desigual, pues el siervo no puede elevarse por encima del dominio del señor, al ser incapaz de romper, de forma real, la dependencia que lo ata respecto al mismo.

No obstante, si bien el siervo se encuentra bajo el dominio del señor posee, sin embargo, los mecanismos directos que posibilitarían su liberación, al encontrarse en relación inmediata con la cosa, objeto del deseo del señor, que no es otra que la realidad productiva que él mismo, por su condición, se encarga de transformar y desarrollar a través del trabajo, proceso en el cual llega a adquirir conciencia de sí y de su fuerza.

En el pensamiento político hegeliano, todo el desarrollo del cuerpo social está determinado por la lucha de intereses opuestos, sobre cuya base encuentra el Espíritu su realización. La experiencia de su desarrollo da origen a dos clases de conciencias: una autoconciencia pura, y una conciencia que no existe para sí misma, sino subordinada a la primera:

"…estos dos momentos son como dos figuras contrapuestas de la conciencia: una es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí, otra la conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para otro; la primera es el señor, la segunda es el siervo."[8]

De esta forma Hegel reconoce que la esencia del poder y el ejercicio de la dominación radican en el enfrentamiento entre elementos antagónicos dentro de la sociedad civil, reconociendo que el mismo puede encontrar formas de oposición, que pueden ser latentes o efectivas según sea el carácter de la dominación que se ejerza. No obstante, en la relación entre conciencias contrapuestas, como un individuo frente a otro individuo, la lucha es inevitable:

"…el comportamiento de las autoconciencias se halla determinado de tal modo que se comprueban por sí mismas y la una a la otra mediante la lucha a vida o muerte. Y deben entablar esta lucha, pues deben elevar la certeza de sí misma de ser para sí a la verdad en la otra y en ella misma. Solamente arriesgando la vida se mantiene la libertad, (…). El individuo que no ha arriesgado la vida puede sin dudas ser reconocido como persona, pero no ha alcanzado la verdad de este reconocimiento como autoconciencia independiente."[9]

De este modo Hegel reconoce un nivel de autoconciencia en el siervo, el que, si bien ha interiorizado la necesidad de obedecer, mantiene una oposición subjetiva al poder del señor. La idea hegeliana de que la obediencia se produce de forma autoconciente dentro de las relaciones de poder y dominación existentes en la sociedad, llevará a Marx años después a abordar la naturaleza del poder político desde una teoría de la explotación económica.

Una vez consolidado, el poder político tiene la misión de neutralizar las resistencias y oposiciones, latentes o efectivas, lo cual logra hacer por medio de la represión (el temor). Con ello queda disuelta la conciencia de la servidumbre en la aceptación y reconocimiento al poder:

"Ello la ha disuelto interiormente, la ha hecho temblar en sí misma y ha hecho estremecerse cuanto había en ella de fijo."[10]

Disciplina, organización y obediencia, surgen producto de la actividad represora del Estado contra las oposiciones al poder, por ello:

"Sin la disciplina del servicio y la obediencia, el temor se mantiene en lo formal y no se propaga a la realidad consciente de la existencia."[11]

La única libertad que le ha sido dejada al siervo, por tanto, no es otra que la acción consciente de mantenerse en la servidumbre. En la dialéctica hegeliana del poder, destinada a la conformación de una conciencia de la dominación en el ser dominado, son necesarios el temor a la fuerza represiva que, toda vez que es capaz de garantizar la disciplina y el servicio, genera la obediencia.

No obstante, el siervo puede hallar una liberación, si bien en el plano ideal, a través del trabajo, en tanto dominio directo sobre el objeto del deseo, pues:

"El trabajo, (…), es apetencia reprimida, desaparición contenida, el trabajo formativo." [12]

De este modo, en el trabajo, entendido como proceso de transformación de la realidad, el siervo se libera y se hace autoconsciente de sí, toda vez que disipa sus apetencias de dominio reprimidas.

Conclusiones

Al introducir, en la explicación de la dinámica del poder, el fenómeno de la obediencia, el pensamiento político de Hegel sienta las pautas para las concepciones posteriores acerca de cómo enfocar la naturaleza del poder.

Este no existe si no es reconocido como tal en el plano de las relaciones intersubjetivas de la sociedad, pero no se trata aquí de un mero reconocimiento formal, sino de un reconocimiento en el cual se acepta un dominio y una superioridad indiscutidas en el interior de la conciencia de los individuos.

El modo de hacer valer este poder es la fuerza, manifestada en la represión y el temor a la misma. Si esta conciencia de la obediencia es reproducida en el desarrollo del Espíritu, el poder, entonces, se ve consolidado en su dominación efectiva, y la obediencia se eleva a la categoría de valor.

De este modo, en el pensamiento hegeliano, el poder no existe sin el dominio y la garantía de su efectividad, que no puede ser otra que la obediencia consciente.

Bibliografía

  • Abbagnano, Nicolás: Historia de la Filosofía T. II. Editorial Félix Varela, La Habana, 2004.

  • Cortés Morató, Jordi y Antonio Martínez Riu, Diccionario de Filosofía en CD-ROM. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. ISBN 84-254-1991-3. 1996-98.

  • Hegel, Georg W. Friederich, Fenomenología del Espíritu, Ediciones F.C.E., España S.A., Madrid, España, 1985.

  • ________________________, La razón en la historia, II, Seminarios y Ediciones, Madrid 1972.

  • Olmo Bau, Carlos S.: "Ética, Derecho y Política en la filosofía de la Historia Hegel y Marx", en Revista Telemática de Filosofía del Derecho, No. II, 1998, en .

  • R. Dri, Rubén: "La filosofía del Estado Ético. La concepción hegeliana del Estado", en Atilio Borón: La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007.

  • Sánchez Vázquez, Adolfo: "El poder y la obediencia", en Entre la realidad y la utopía. Ensayos sobre política, moral y socialismo. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2006.

Notas.

[1] Una de las expresiones más directas que adquiere el individualismo burgués en Alemania lo encontramos en la aparición del protestantismo, en su carácter de concepción religiosa que supone la comunicación directa del individuo con Dios sin necesidad de intermediarios.

[2] El Espíritu es la Idea, y el modo en que esta se configura a sí misma en cada momento histórico, de esta forma Hegel clasifica su desarrollo en tres niveles fundamentales: espíritu subjetivo: se define como el alma, la forma y la voluntad vinculadas a la individualidad y a las condiciones naturales, en el ejercicio práctico y libre del conocer y el querer. espíritu objetivo: constituye la esfera de realización de la voluntad y libertad subjetivas a través de instituciones histórico – concretas que se caracterizan por la unidad entre el querer racional y el querer individual. El Estado constituye uno de los tres elementos que componen la eticidad, que es la última forma que adopta el espíritu objetivo, y en la cual ser y deber ser coinciden. Aquí el Estado es la unidad de la familia y la sociedad civil. espíritu absoluto: constituye el momento de realización final del Espíritu, que se realiza en la forma de la eticidad, entendida como el espíritu de un pueblo, y que se expresa por medio de las formas del espíritu absoluto: el arte, la religión y la filosofía.

[3] G. W. F. Hegel, La razón en la historia, II, Seminarios y Ediciones, Madrid 1972, p. 142.

[4] Idem. p.147.

[5] G. W. F. Hegel, Fenomenología del Espíritu, F.C.E., España S.A., Madrid, España, 1985, p. 119.

[6] Ibídem.

[7] Ob. Cit., pp. 117 -118.

[8] Ob. Cit.., p.117.

[9] Ob. Cit. p. 116.

[10] Ob. Cit. p. 119.

[11] Ob. Cit. p. 121.

[12] Ob. Cit. p. 120. Autor: Lic. Yuri Fernández Viciedo. yuri[arroba]suss.co.cu Nació en Cuba, país donde reside actualmente. Se licenció en Derecho en la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2007. Actualmente se desempeña como profesor de Filosofía del Derecho en el Centro Universitario "José Martí" de Sancti Spíritus. Trabajo terminado en Sancti Spíritus el 12 de noviembre de 2008.

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