- Resumen
- Presupuestos históricos del pensamiento hegeliano
- Hegel: el Ethos y el Estado
- Dinámica del poder político y la obediencia en Hegel
- Conclusiones
- Bibliografía
Resumen
En el pensamiento de Hegel, poder político, dominación y obediencia guardan una estrecha relación dentro del marco de la sociedad regida por el Estado ético. La influencia de esta relación alcanza el plano mimo de la conciencia individual, en la cual es capaz de reproducirse, con lo cual el poder encuentra la forma más viable de perpetuarse en la sociedad.
Introducción
Es imposible abordar la historia del desarrollo de las doctrinas acerca del poder sin hacer mención al pensamiento hegeliano.
Georg W. Friederich Hegel (1770 – 1831) constituye el último gran filósofo idealista del poder y el primer gran antecedente de las concepciones materialistas acerca del mismo.
En las páginas siguientes nos hemos propuesto realizar un breve examen acerca de la dinámica entre poder político y obediencia en el pensamiento político hegeliano. Para ello partimos de analizar su concepción del Estado como ente ético, sin la cual el mismo resultaría imposible, en tanto para Hegel la existencia real del individuo únicamente se materializa en el marco de la formación estatal.
En tal sentido resulta imprescindible una breve caracterización histórica de la época, con la que se abre el artículo. Hegel se desarrolla en una Alemania caracterizada por la división política y el enfrentamiento, entre la modernidad que se impone en la Europa revolucionaria, con una feudalidad recalcitrante. El pensamiento hegeliano es testigo y reflejo del ascenso y caída de la Revolución Francesa y sus ideales; de la expansión napoleónica; así como del desmoronamiento definitivo del Imperio Alemán; hechos que harían entrar en franca crisis, definitivamente, al idealismo político, que en Hegel intentará replantearse sobre nuevas bases que se encargarían posteriormente de superarlo.
Presupuestos históricos del pensamiento hegeliano
La relación existente entre poder político y dominación en el pensamiento hegeliano no puede ser abordada sin tener en cuenta la época convulsa en que vivió.
La Revolución Industrial del siglo XVIII; la expansión por Europa de la Revolución Francesa, primero como discurso y luego como hecho burgués impuesto por los ejércitos de Napoleón; terminaron demoliendo los últimos vestigios de feudalidad en Europa.
No obstante, en la Alemania de Hegel, aún existía el visible contraste entre la servidumbre, perpetuada merced la tozudez de los Junkers, y las reformas pro modernas que desde el poder pretendieron abolirla tras el fin de la ocupación napoleónica.
Ya para esa fecha, el capital había logrado imponerse en Europa, produciendo su efecto natural: la separación del productor en relación a los medios de producción, con lo cual quedaba destruido el viejo esquema de inserción del individuo: la familia patriarcal apagada al suelo, el feudo, el gremio y la Iglesia. En Gran Bretaña había ocurrido un proceso semejante, con la expansión, en el siglo XV, de la industria textil, cuyos primeros resultados serían tan vivamente descritos por Tomás Moro en su Utopía. Los efectos más visibles de esta transición en el plano social lo constituyen: el fortalecimiento socioeconómico de las ciudades (burgos); y la consecuente aparición del individualismo[1]típico de la sociedad burguesa, frente a la universalidad característica de la vieja formación feudal y comunal.
Con el éxodo del campesinado a las ciudades y la consecuente venta de su fuerza laboral, aparecen los presupuestos de lo que Hegel denominará después sociedad civil, que en él no es otra que la sociedad burguesa, o sea, la sociedad que compone el burgo.
La aparición del individualismo burgués, entendido como la escisión del individuo del todo social, y su singularización dentro de un nuevo tipo de relaciones de producción, generó, entre los siglos XVII y XVIII el tema central de las discusiones de la filosofía política, las que se empeñaron entonces, desde distintos ángulos, en evitar que la separación del individuo del todo social no deviniese en anarquía; así como en encontrar un nuevo fundamento teórico para explicar el fenómeno estatal que no descansara en una presunta naturaleza divina. Tal fue el fin doctrinal de la tradición contractualista, que encontró el fundamento del hecho estatal (en su representación del nuevo tipo de Estado), no en un principio natural de sociabilidad humana, sino en el instrumento más común utilizado por la burguesía, en su desarrollo económico de clase, para la asociación y tráfico de mercancías y capitales: el contrato. Este acontecimiento intelectual representaría, por sí solo, el verdadero carácter clasista de toda la reflexión política moderna posterior, amén de la supuesta imagen de neutralidad de la que se intentó revestir luego a la formación estatal. No sorprende, por ello, que el mismo se encargara de elevar a la categoría de derechos naturales del hombre, varios de los requisitos propios de la actividad contractual, como son, la libertad, la igualdad y la seguridad.
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