A lo largo de los siglos se cuentan por millones las páginas alusivas a Jesús en todos los tonos, para todas las explicaciones e interpretaciones posibles, de modo que parece hasta ocioso abundar en el tema. Jesús, Cristo o el Mesías ha sido constituido en el punto nodal de la historia humana a pesar de que sus datos histórico-biográficos son del todo imprecisos. Su andanza por el mundo ha sido recompuesta de mil modos, al grado que hoy día, y a ciencia cierta, no tenemos de ningún modo nada constatable. Solo accedemos a una panorámica grosa de su momento, las más de las veces, supuesta. Y sobre su ministerio todo se ha envuelto en la mística más absoluta de manera que, o se acepta el magicismo de su conducta como inexplicable constancia de "Dios encarnado sobre la tierra", o lo que se diga puede carecer absolutamente de todo valor: tal es el resultado del manejo de la imagen de Jesús a partir de los únicos referentes que existen, los Evangelios.
El eje del mundo en aquel momento histórico enfrentaba con desasosiego el fracaso de sus propuestas explicativas. Mientras los dioses clásicos tradicionales habían caído en el descrédito, la filosofía no había podido remontar sus propias limitantes. Al pensamiento pragmático de deducciones empíricas lo había arrollado el idealismo metafísico, recomponiendo postulados y accediendo al ecumenismo con los principios de las teorizaciones místicas para hacer con ello una entidad cuasi-mágica que explicara las cosas… Se encuentra, consecuentemente, una sospechosa diversidad de credos similar a lo que hoy llamamos "moda", y que concluía en un principio general común: el iniciatismo.
La fuerza grecolatina de estas búsquedas permearon todas las capas de las poblaciones involucradas. Si bien Roma era indiscutiblemente la Potencia económica y político-militar por excelencia, como tal tampoco tenía las definiciones acabadas para el universo el mundo y la vida; antes bien, su población se debatía también en la búsqueda de respuestas, y se avenía a las propuestas de los desarrollos que las culturas más añejas proponían: desde Egipto crecían los ritos misteriosos de Isis y de Hermes; de Grecia, el pensamiento de los neo- pitagóricos y neoplatónicos contribuía a conformar los misterios de Eleusis; de Frigia, el culto de Cibeles. .. Hasta los persas retomaron su vieja religión para sobreponerla al dualismo zoroástrico y elaborar así un rito iniciático con Mitra a la cabeza… Judea misma no escapaba a esa recomposición: a la sensación de rotura de la compañía de Dios -cuyo nombre se había vuelto impronunciable- le acompañaba la certeza del cese de la profecía desde hacía ya largo tiempo, y aunado a la amargura de la dependencia como humillación nacional (que hizo emerger un orgullo irracional por su nominación electiva) se constituyó, con todos esos sentimientos encontrados, la desesperación, que hizo asomar el feo rostro de la fe obstinada colgada de la miopía moral que desembocó en la esperanza apocalipsista… Al tiempo que los propios judíos ilustrados hacían parangón de la Revelación con la filosofía como otra forma de revelación, y explicaban su teoría y su cosmogonía con las categorías del pensamiento helénico. Este era el entorno cultural-ambiental de Jesús; pero él, como hebreo del interior, no cosmopolita, no participaba de lleno en esos contenidos.
Jesús viene a ser, para los habitantes del siglo XXI d.C. un personaje simbólico, se puede decir: la modernidad es, de nueva cuenta, la irracionalidad mística con toda la carga que implica la espiritualización en su más amplio sentido… Al final, ¿quién y qué fue Jesús? Como primer elemento tenemos que revisar los Evangelios, porque no nos está testimoniada ninguna otra fuente alterna más precisa. Son los únicos datos ciertos para obtener información… Y el problema que esto significa es vasto: por una parte, la generalidad de las personas da por sentado que a ese respecto lo sabe todo por la intensa familiaridad que tiene -o que siente- con los nombres, los datos, la historia general de los relatos alusivos. Todo ello le es tan ordinario, que supone no encontrar nada nuevo en insistir. Y por otra parte, toda su mística la siente explicada con las exposiciones que las clerecías hacen. Pero, además, los estudiosos están casi seguros de que nada que se diga sobre Jesús es suficiente desde que demasiadas cosas quedan en claroscuro. Y los puntos pendientes o incomprendidos advienen para los místicos en claves de las cuales cada uno de ellos tiene el secreto y la develación eficientes que les hace únicos, depositarios imbatibles de la verdad…
El problema base, el escollo axial -insalvable en más de un modo- es la deificación de Jesús: en tanto que realmente ha sido sustituida la teología con la cristología, la figura histórica es asumida como intocable, por eso la animadversión con la judaidad que no reconoce esto y ni siquiera se acepta entender las razones que tal postura esgrime para concluir su definición; por eso también la animadversión con el mundo musulmán, que entiende a Jesús solo como profeta.
Con todo eso presente, la revisión propuesta no parte ex ante de ninguna consideración especial salvo las que fueron adelantadas por la Profecía, porque ese fue el ámbito en el que se desenvolvió Jesús y fue la temática que ocupó sus pronunciamientos. Y su taumaturgia habrá que entenderla con la consciencia de que el misticismo lijó su intencionalidad para acceder solo a un sentido plano, unidimensional y paranormal… Esto, por supuesto, no era la actitud que pedía el "viejo Pacto".
Los Evangelios
La voz "Evangelio" es una acuñación hecha a partir del griego con las palabras: EU y ANGELION que en conjunto se traduce como buenas noticias. Permaneció como sustantivo para designar en específico las redacciones que narran la vida y ministerio de Jesús. Aunque hasta nuestro tiempo han llegado cuatro versiones llamadas canónicas e integradas en las Escrituras como Segunda Parte de las mismas, en los orígenes de nuestra era corrían numerosos relatos del mismo tema y de los cuales se conoce poco; de algunos solo la referencia a partir de los primeros predicadores, y de otros, fragmentos aislados que llegan a motivar la inquietud imaginativa de los estudiosos, especulaciones que se fundan en la certeza de la diversidad explicativa que floreció a partir de un mismo hecho histórico: Jesús.
Tras su desaparición a causa de su muerte cruenta, los depositarios directos de su mensaje procedieron a agruparse en asambleas a la par con las juntas tradicionales de las sinagogas -como hacía el propio Maestro- donde se daban explicaciones orales a partir de las Escrituras judaicas. Con el correr del tempo y la expansión de la enseñanza a individuos de raigambre no israelita, se fue haciendo presente la necesidad de contar con una exposición cierta, precisa, que contextualizara las palabras del Maestro. Y esto hacía relación con la postura, interpretación o modo de aceptación de aquel mensaje por los grupos cuya diversidad crecía, mensaje preservado hasta aquí solo en parábolas o ilustraciones metafóricas y sentencias. Empezaron por tanto a aparecer relatos que daban cuenta de lo explicado, por lo común asentando su autoridad bajo el nombre de un testigo de los sucesos, un Apóstol.
Pero como ya se sabe: la base oral tiende a alterar la realidad que narra… Los relatos que surgieron en el seno de cada comunidad no tenían un empate absoluto entre sí. Y aunque la veracidad de sus dibujos podía quedar en entredicho, lo que importaba al final era la doctrina. Y ésta había empezado a ser dispar gracias a la multiplicidad de influencias que enfrentaba… Surgió por lo tanto una guerra doctrinaria entre las diferentes facciones que hizo de la descalificación de los demás la carta central en la competencia e imposición de la propia interpretación. Al final, la facción que se hizo del Poder terminaría por desplazar y eliminar a sus contrarios y borrar sus testimonios para estatuir su propia óptica como la valedera, la única y verdadera y hasta obligatoria.
En lo que se refiere a los relatos, el nuevo Poder tuvo que hacer un balance. Y en ello terminaron en descrédito y rechazo los que violentaban abiertamente su posición; algunos, inclusive, con cierto reconocimiento por una parte de la propia clerecía dominante de la época, como el Evangelio de Pedro. Otros, la mayoría, presentaban un contenido doctrinal ajeno del todo a los intereses del grupo triunfante, sobre todo los que cimentaban posiciones gnósticas, muy en boga en aquel tiempo, evidencia de lo cual son los Evangelios de Felipe y otro conocido como De Verdad. Y en este proceso fueron eliminados también los que contenían ideas comprometedoras, sea por referencias explícitas a la doctrina judaica veterotestamentaria -como los llamados "A los Hebreos" y "A los Ebionitas"- o por presentación de textos tenidos por inconsistencias y por lo tanto, de orientación ajena como los Evangelios "A los Egipcios" o el de Tomás. Ni qué decir de las obras propuestas por enemigos de la Iglesia como ocurrió con Marción…*1
Desde este entorno, se preservaron cuatro narraciones tenidas por auténticas, dando por descontado que narraban lo mismo que quería explicarse y aunque cierta óptica las diferenciaba, eso no era óbice al eje medular de su aceptación, al menos en primera instancia. De hecho, eso era garantía de que "el Espíritu" guiaba los intereses de lo Alto a un solo centro único indubitable y final*2. Y se les confirió la condición de inspirados aproximadamente durante el siglo IV d.C. equiparables -según era la intención- a los sagrados textos hebreos a los que se fue sustituyendo: ya no se hablaría tanto de Ley sino de Evangelio, como no serían más importantes los Profetas que los Apóstoles, depositarios de la nueva Verdad que testimoniaba el Misterio de la gran Revelación materializada en la "Encarnación divina"… El cristianismo acabó por hacer lo que no osó la judaidad: dar título de divinidad a sus propios textos y recomponer el canon adjuntándole sus propias obras.
Con esto, la clerecía ganaba la autoridad necesaria para decantar su ascendiente sobre la credulidad de la gente: hicieron equivaler las figuras de su prédica con los valores expuestos por algunos otros disidentes considerados literalistas que, en resumen, concluían en una moción parecida a la propia por lo que no fueron descartados precisamente como heréticos… El análisis y examen de la presentación de ideas en estos textos remanentes para la comprensión del mensaje real de Jesús desemboca en la constancia de que la doctrina expuesta difiere hasta el punto de resultar en disociación, como es el caso de Juan respecto de los primeros tres, Mateo, Marcos y Lucas… Pero, más que aceptar o desentenderse de diferencias, se estipuló un par de vertientes: los tres primeros escritos fueron llamados Sinópticos, con lo que se quería decir que presentaban una exposición llana, lineal y literalmente directa de Jesús, de donde quedaba que sus asertos debían ser interpretados bajo los conceptos del cuarto Evangelio, llamado Neumático (con lo que se quería decir "plenamente espiritual") y con lo que se le confería el valor de Rector, lo que descubre que es este último Evangelio el propio de la clerecía grecorromana.
Qué certeza se puede tener de la veracidad de los textos insertos en la Escrituras como Nuevo Testamento, es cosa de revisar. De entrada se puede confiar en que, por un lado, "retratan" con buena aproximación objetiva los idus de la época y con ello, el desarrollo ministerial de Jesús, aunque las disparidades situacionales de sus presentaciones sean entendidas como menos que determinantes; y por otro lado, sí se puede tener la seguridad de que la transcripción de sus discursos no es una versión estenográfica, sino la traducción de ideas plasmadas con cercanía a lo que de origen pudo haber sido dicho. De modo que se ha hecho mal en pretender acogerse a una palabra o a un giro idiomático para cimentar sobre tal cita toda una doctrina, toda una conclusión definitiva o todo un dogma.
Por tanto: ¿qué se sabe en específico sobre los Evangelios? Menos de lo que se piensa, a pesar de que se cuenta con documentos testimoniales alusivos de mayor antigüedad relativa, que incluso obras consideradas clásicas; y más aún: se tiene la sensación de que es innecesario saber más de ellos desde la consideración de su sacralidad, lo que los hace válidos a pesar de lo que pudiera encontrarse, quizá en mayor escala que los propios escritos veterotestamentarios… Y es que la fe de las personas necesita prenderse de algo por fuerza, para certificarse -aún con riesgo de irracionalidad- que está en lo justo…
Individualmente considerados, los Evangelios tienen origen disperso: y aunque la tradición haga a los propios Apóstoles responsables directos, nada certifica esa idea. El testimonio básico de autenticidad viene dado por Papías de Hierápolis -de fines de I d.C.*3- para los escritos de Mateo y Marcos. Y hay que considerar que por su condición, Mateo -originalmente Leví, el publicano- sería, en este caso, el único discípulo auténtico en aptitud de sentarse a escribir. Y de él se dice que coordinó en lengua aramea los dichos de Jesús. Su Evangelio es el que recoge mayor cantidad de citas en palabras del Maestro, y su forma original según el testimonio de Ireneo es poemático con estiquios de 38 letras cada uno, lo que lo hace una presentación como rapsodia… Respecto de Marcos, se le atribuye haber sido intérprete de Pedro, y se le ha querido identificar con el joven envuelto en una sábana que testificó la aprehensión de Jesús en Getsemaní, hijo de una mujer jerosolimitana filo cristiana .Cualquiera de estos dos escritos pudo ser el primero. En el caso de Mateo, se estima que su aparición debe ser anterior al año 70 d.C., y los indicios merodean el 50 d.C. en Palestina. Respecto de Marcos, su memoria se pierde hasta que se le hace aparecer en Roma, durante la "cautividad de Pedro" en que este supervisa la redacción del Evangelio, dato posterior a la primera expedición apostólica de Pablo en 44 d.C. de quien Marcos luego se separó. Este texto se ha querido identificarlo como testimonio primario a partir de un documento oscuro y desconocido, primera constitución testimonial de Jesús, y que se ha denominado "documento Q".
Sobre Lucas, se tiene que era un converso de Antioquía y paulista entusiasta. También se le sitúa en Roma a la redacción de su Evangelio para después redactar los Hechos de los Apóstoles, obras que se sugiere revisó Pablo alrededor de 62 d.C. Su disposición se considera un ascenso teologista desde el proceso histórico: por eso inicia con las narraciones teúrgicas que le son características. En este Evangelio ya son obvias las intenciones deificadoras, que se notan in crescendo a lo largo de su exposición. Por ello es una buena referencia para identificar las "correcciones" que pudieron hacerse a los relatos tradicionales después del siglo I d.C.
Pero, como quiera que haya sido, del estudio de estos tres Evangelios se desprende una clara inter- implicación: de sus textos totales, comparten, uno con otro, de menos el 50% de sus relatos y un importante porcentaje de sus incisos o citas específicas de palabras de Jesús son las mismas citas en todos ellos incluidas las mismas expresiones. Ante esto, cabe preguntarse: ¿cuál compuso, completó o recompuso a cuál? Y con ello: ¿no habría de fondo y por principio "rectificaciones" de alguno o algunos a partir de otro?*4
La presentación de Jesús por estas tres obras es en general la misma -o muy similar- a partir de las transposiciones obvias, y su doctrina es, globalmente vista, bastante homogénea, por lo que pueden ser considerados como un legado: Jesús constituido en Maestro de acuerdo a los términos proféticos, presenta un mensaje de alcance universal aunque se evidencian algunas reticencias que provocan la sospecha de una recomposición posterior; centralmente su predicación se apoya en el Antiguo Testamento, del cual hay incluso transposiciones de conceptos.
En el caso de Juan, las cosas cambian. La tradición comúnmente citada ubica a Juan en Éfeso en la redacción de su Evangelio previo al tormento que lo llevaría después a Patmos. Pero: por los textos de otro origen y alusivos al tema, se sabe que Juan el Apóstol permaneció en Jerusalén después de la muerte de Jesús, y el testimonio -otra vez- de Papías de Hierápolis deja en claro, con naturalidad, sin dudas, que el Juan de Éfeso -de quien el propio Papías fue discípulo- no era el Apóstol… Por supuesto que la clerecía rechaza tajantemente esto. Quiere asentar sin peros, por su propia autoridad, que el cuarto Evangelio es obra de Juan Apóstol; Sin embargo, el que fue genuinamente discípulo de Jesús era galileo, en tanto la cultura, orientación y lenguaje del redactor evangélico es, a todas luces, helenista… De hecho, la presentación que hace de Jesús es diametralmente distinta de los precedentes tres: su Jesús es retórico, y su universalismo es consecuencia de su origen, el Cielo, de donde como persona divina, ha descendido para encarnarse… Este preciso concepto es total y radicalmente ajeno a todas las Escrituras y se constituye para las perspectivas más liberales de la Revelación en absurdo, en algo imposible, en blasfemia. No así para el pensamiento iranio, helénico o egipcio, para los cuales la avenencia de sus dioses con la estructura material humana era un dato dado. La identificación, en "Juan", de Jesús con la Divinidad a partir de la teoría del Logos es un concepto netamente helénico, de raíz neoplatónica, imposible -sencillamente inconcebible- para un galileo como el auténtico Juan. Y las enseñanzas de Jesús según este Evangelio neumático, difieren también de las que presentan los Sinópticos al punto que su catequesis no tiene referencia a ellos en ninguna forma: Su exposición reduce la presencia de Jesús en las provincias para remarcar su campo de acción en Jerusalén, prurito citadino del marco grecorromano que desconfía del ámbito no urbano. Reduce las exposiciones taumatúrgicas pero crea otras nuevas tal que exposiciones metafísicas cuyo contenido simbólico "revela", desde su ocultismo, otra realidad. El ministerio doctrinal de Jesús queda también transformado en una exposición cuyo vértice es la autopromoción con que el Maestro trata de refrendar ante el mundo su carácter de "Emisario" de la Divinidad y parte integrante de ella. No hay relación de lo que Jesús explica según Juan, con el Antiguo Testamento al que se presenta como superado por el ministerio del nuevo Pacto, que quiere venir a ser la herencia soteriológica en que desemboca el Pacto mosaico original.
¿Cómo fue entonces que se aceptó un texto tan dispar, y más aún, se lo pretende empatar con los otros de extracción tan diferente?
En primerísimo lugar: el texto de Mateo parece haber sido la referencia básica de la célula cristiana jerosolimitana; hoy se sabe que las tesis explicativas de la edad apostólica eran citas de las palabras de Jesús llamadas luego: LOGION, a las que se fue adosando una imagen referencial del entorno vivido por Jesús, de donde salieron los cuadros que las versiones conocidas nos pintan; el otro texto tenido igualmente como de posible origen, presentaba una exposición similar. En segundo lugar: la fama y el aprecio que estas obras ya habían alcanzado en las comunidades cristianas las hacía insustituibles, por eso Lucas, al redactar su propio texto, se aviene al espíritu general de la narrativa conocida aunque inserta determinados "spots" que van orientados a recomponer la intención explicativa para acercar el tema, la historia, a la idiosincrasia gentil. Dígase, a manera de puntualización, que lo que presentan los tres Evangelios Sinópticos era el discurso conocido, obvio y natural de Jesús, vale decir, las tesis originales del cristianismo auténtico y apostólico al cerrarse el primer periodo.*5
Años después, hacia la conclusión del siglo I d.C. la doctrina había cobrado una transformación sorprendente: de ser un corpus disidente del judaísmo, tomaba ya los matices de nueva religión con identidad y personalidad propia al margen de lo existente; numerosas comunidades aparecen cristianizadas, y estos nuevos adeptos habían traído a su nueva religión algunos conceptos que estaban dando forma acabada al credo que terminaba por des judaizarse para adoptar una forma sincrética y original cuya expresión central era la encarnación de la divinidad: esto es justamente lo que expone Juan. Por eso lo explica como Verdad última y misteriosa. Y por eso en este tiempo. A partir de aquí, el cristianismo terminó por aceptar su gentilidad como vocación: abandona su matriz hebrea y adopta el griego como su lenguaje propio a la par que se explica con las categorías filosóficas en boga. La doctrina clara y diáfana de Jesús ha quedado atrás…
Quizá se piense que este proceso no lastimó los principios originales. Pero no fue así. A la par que se extendía por el universo conocido, sus conceptos fueron haciéndose más intrincados cada vez, lo que generó la literatura propia de cada opinión. Así la humanidad conoció una buena cantidad de libelos explicativos que le corregían la plana a la literatura original en digresiones divergentes de toda índole*6 y surgió también cierto tipo de desarrollo que llevaban hasta el delirio la contemplación apasionada del Redentor y la Redención, obras que si bien la clerecía triunfante posicionada como la única representante de la herencia y verdad de Cristo no tachó de heréticas, sí pudo aceptar su inautenticidad, lo que no obstó para conformar toda una visión popular que se insertó como complemento en la visión de "materialización del misterio": el Proto Evangelio de Santiago, el Evangelio del Seudo-Tomás, José el carpintero, el Transitus Mariae y el Evangelio de Nicodemo son todos muestras de las recomposiciones que surgieron después y que, al calor y bajo el amparo de la mística de Pablo y de Juan, desarrollaron toda una elaboración legendaria que la cristiandad conoció desde el Medioevo hasta nuestros días y cuyo ropaje de piedad propició un definitivo influjo en la apreciación popular del dios encarnado hasta el punto que la clerecía no pudo, no quiso o no supo sustraerse a sus términos y acabó por aceptar e incorporar ya no como folklore sino como secciones de la misma verdad.
La elaboración y constitución del canon cristiano, de este modo, conoció avatares que lo llevaron a la multiplicidad desde el origen con la inclusión de obras de amplia difusión en los primeros tiempos de nuestra era y hoy desechados desde Trento: Ireneo, Tertuliano y Orígenes aceptaban como canónicos el Didaché y el Pastor de Hermas, en tanto el código llamado Muratori, desde 200 d.C. los proscribía, para aceptar el Apocalipsis de Pedro, desautorizado por Eusebio y Jerónimo. Textos que en el principio no eran reconocidos vinieron a completar el corpus Novo testamentario: la Epístola a los hebreos, la Epístola de Santiago, la Segunda Epístola de Pedro, la Segunda Epístola de Juan, la Epístola de Judas… incluso obras de autoría dudosa pasaron a ser aceptadas dentro del canon formal de obras genuinas como la llamada A los Tesalonicenses, atribuida a Pablo, a la par que obras ya reconocidas por numerosos grupos fueron desautorizadas, como los Apocalipsis de Moisés, de Tomás, de Pablo, de Esteban, de Bartolomé…
La presentación de Jesús
La narración del nacimiento de Jesús se encuentra en dos de los tres evangelios sinópticos: en Mateo y en Lucas. Y en ambos casos, sus historias difieren entre sí como para parecer que relatasen historias diferentes. Para darles sentido único, los exégetas simplemente aducen que cada evangelista tomó diferentes detalles de lo sucedido aunque todos en conjunto presenten a plenitud el total del advenimiento. Como sea, y aceptando sin conceder que hubiese sido así, quedan interrogantes por el tono con que lo asienta cada obra además del silencio que sobre el asunto se encuentra en Marcos. A cambio, en los Evangelios expurgados la imaginación voló sin freno hasta fundir, con la historia tradicionalmente aceptada como compendio Mateo-Lucas, una sucesión de historietas y detalles que presentaban un Jesús centro de un drama sacro recién- nacido / niño-milagro inmerso en la candidez de lo maravilloso, de lo inasible, a despecho del juicio especulativo ya más o menos presente en la normalidad humana.
Estas historias inefables permanecieron aun hasta la edad moderna como ejemplo inopinado de lo que Jesús era, propuestas y aceptadas sin crítica gracias al escrúpulo del tabú: la gente ha querido rescindir su opinión para dar por bueno lo que se le ha dicho en afán de no intervenir en las "cosas divinas" en las que -se da por hecho- todo es posible…
Los dos textos que tenemos sobre el advenimiento del Señor Jesús son:
Mateo I y II
Lucas I, II, y III: 23-38
No se necesita ser malintencionado para percatarse de las disparidades irreconciliables de ambas versiones, de modo que se impone ahondar en cada propuesta. Y por principio, Mateo: él toma como referencia inmediata y necesaria la raigambre y antecedencia hebrea del padre de Jesús. Y explicativos de su historia, presenta cuatro citas proféticas de las cuales quizá solo la de Miqueas aplica al caso presente. Los demás son perícopes abstraídos de su contexto, lo que descubre la mano de un redactor informado que sigue la Escuela sistemática de Filón. En cuanto a Lucas, por otro lado, a pesar de tomar por necesidad el fondo judaico, el autor da a sus imágenes un vuelco fenomenal que convierte su relato en un zaga mística más cercana al espíritu gentil que a su referencia judía original.
El relato de Mateo no expone dónde se encontraban originalmente José y María ni en qué fecha, ni porqué Jesús nace en Belén, lo que puede dar pié a la idea de que allí residían. Este autor tampoco especifica ni mínimamente quiénes eran aquellos magos que visitarían el natalicio salvo que venían de Oriente y que sortearon las peripecias que de mala fe interpuso la clase dirigente de Judá. En esta descripción casi mística, la inserción de la estrella juega un papel rector en guiar a los magos hasta el lugar indicado, lo que la vuelve en detalle inopinado en toda la tradición escritural previa pero que constituía un detalle comprensible, perfectamente "normal" para toda divinidad gentil que se respetara. Y Jesús, "Dios" mismo, no podía carecer de una constancia así…
El tour a Egipto huyendo de la masacre de Herodes puede parecer razonable puesto que no se dan datos que certifiquen o desmientan el hecho, solo que a título histórico no se conoce un acto genocida de tal característica, contando además con que Josefo -contemporáneo de Jesús- no registra ninguna acción semejante. Y la genealogía con que abre este Evangelio tampoco sería objetable… Salvo por Lucas, que la desmiente: para Mateo, Jesús es descendiente directo, en línea sucesoria, de la Casa reinante de Judá. O en realidad, más bien tal linaje correspondía exactamente a José, Padre adoptivo de Jesús (según las explicaciones convencionales ancladas en la teoría de la encarnación divina) a quien solo le correspondería el Derecho por adopción, puramente legal, no genuino. Por el otro lado, la genealogía de Lucas hace descender a Jesús desde Adán en línea directa de los Patriarcas más connotados hasta David, y desde allí, por la línea lateral de la Casa regia de Judá, es decir, la no gobernante. Y al igual que lo hace Mateo, Lucas propone a José tal que Padre adoptivo de Jesús…
Respecto del resto de escenas dibujadas por Lucas, vale decir que el pietismo de sus personajes al inicio del relato dibuja una cualidad de aspiración extática a lo sacro que solo puede ser inducida por el modelo místico de acceso a la doctrina. Esa escena prefigura ya con toda claridad lo que se desarrollaría como el "objetivo a buscar" por los adeptos a la doctrina filosófico-política del siglo II d.C. en adelante: para la época de Lucas, los fondos redentoristas de los cánticos estaban en ascenso, a tono con los principios de pecado original y salvación cruenta, conceptos muy cercanos a la piedad gentil… El grupo cristiano original de Palestina estaba siendo eclipsado definitivamente por las comunidades de avanzada grecolatina…
Con relación a los aspectos formalmente históricos, se cita un Edicto de empadronamiento dictado por Roma para Judea que hasta y por lo que se sabe, data de aproximadamente el año seis d.C. lo que deja válida la suposición de que no se sabía con justeza la fecha del nacimiento de Jesús… O que hay en las contabilizaciones cristianas un traslape de tiempo, como efectivamente se sabe a partir de la contabilización de Dionisio el exiguo… Y también resulta curiosa la mención de Nazaret como asiento de residencia de José y María desde inicio, puesto que ése nombre no aparece en ningún texto ni se le encuentra antes de la era cristiana…
A estas alturas, y comparando ambos relatos, puede plantearse la pregunta obvia de, si hay que creerle a alguien, a quién. Porque resulta que los dos episodios son ajenos uno del otro: Qué conocimiento más o menos relevante puede obtenerse de Jesús a partir de dos relatos excluyentes es cosa de resolver con criterio objetivo, y esta opción lleva a que no hay conocimiento indudable sobre el caso relatado, pues en términos de historicidad la secuencia de acontecimientos presentados es divergente: mientras que para Mateo Jesús y sus padres han de huir, para Lucas permanecen continuamente en territorio judío; mientras Mateo plantea un natalicio con notación cósmica y desconoce la adoración de pastores , Lucas desconoce, a su vez la presencia de estrella y magos y el atentado genocida…
Respecto de la fecha de ese natalicio, probable o exacta, no se tiene la más mínima referencia en ningún texto, salvo -de nuevo- los textos espurios de la tradición tardía, lo que no puede validarse como real por razones obvias. De ese modo, da lo mismo reconocer el nacimiento de Jesús en el entorno temporario del resto de los númenes que la humanidad había venido dándose (a finales de nuestro año convencional, que significa en realidad un empate entre "el inicio" del año y el arranque del mundo creado, una identificación mistérica dios-creación), o también hacia el inicio de la primavera, como el antiguo calendario hebreo establecía (con idéntico significado de identificación) y como lo enmarcan algunos credos cristianos disidentes con tal de renegar de la tradición de Roma.
El único dato confluente es el natalicio en Belén y su residencia posterior en Galilea. Y este último es dato preciso en tanto adviene en referencia común para todos. Por lo tanto puede colegirse como hecho cierto que José era, fue el padre auténtico, real, de Jesús, asentado en Galilea, su residencia, con María su esposa, matrimonio del que advinieron luego varios hermanos de Jesús según se cita por los evangelistas posteriormente con toda naturalidad. El Jesús al que se llega así es un hombre movido por los ímpetus éticos de su ideario -que no religión- que se avoca a la certificación bien entendida del concepto de Dios y de su mensaje según se desprende del canon deuteronómico; un hombre austero y firme cuyo origen provoca duda en sus coetáneos acostumbrados a mirar a los Profetas como figuras esplendentes sin caer en la cuenta de que, en su momento, fueron personas sin ningún relumbrón, como Dios habitualmente ha convocado.
Notas marginales a: los Evangelios
1) De hecho y por lo mismo, se intentó inclusive sustituir los Evangelios conocidos con un resumen único que se llamó: DIATESARON escrito por Taciano, propuesta que no prosperó pero que evidencia los esfuerzos de concertación buscada durante el siglo II d.C. en adelante.
2) Al final, sí se logró la uniformidad querida: Jesús, Hijo de Dios y encarnación de Él, y la Iglesia, sustituto del pueblo de Israel. Todo, acompañado de figuras paranormales como el Paráclito, Satanás, los ángeles…
3) O quizá principios del siglo II d.C. La obra de Papías -como la de algunos otros- se perdió, pero se le conoce por citas que de sus redacciones hicieron otros, como Eusebio.
4) Para esta indicativa verificación viene bien el chequeo con otro Evangelio no sujeto a las incidencias de los tiempos e incluso desconocido: el de Tomás, compuesto solo por citas didácticas, a fin de poder comparar las declaraciones conocidas.
5) Tesis que sin embargo fueron enriquecidas con la inclusión de figuras e ideas ajenas al canon deuteronómico a fin de darles la forma convencional y dejar asentado que "de origen" se manejaba la mística que a posteriori conformó el corazón doctrinario de la nueva era.
6) Hasta tal punto llegó la divergencia entre la doctrina oficial y los Evangelios, que un Doctor de la Iglesia pudo asentar: yo no podría creer los Evangelios si a ello no me llevara la autoridad de la Iglesia. Declaración de Agustín de Hipona…
Bibliografía
Diccionario Exegético del Nuevo Testamento.- Horz Balz & Gerhard Schneider. Ed. Sígueme, Salamanca, 1998
Así Nacieron los Evangelios.- J. R. Scheifler. Ed. El Mensajero. Bilbao, 2000
Enciclopedia Universal Espasa-Calpe Europea.- Madrid, 1995
Cristología.- Peter Hünermann. Empr. Ed. Herder, Barcelona, 1988
Biblia de Jerusalén.- Desclee de Brouwer, Bilbao
La Biblia.- Casidoro de Reyna/Cipriano de Valera. Socs. Bíblicas P/América Latina.
Autor:
Francisco Munguia