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La Muerte y la Inmortalidad del Alma en los Diálogos de Platón (página 2)


Partes: 1, 2

Es evidente, Sócrates, que nuestra alma se parece a lo que es divino y nuestro cuerpo a lo que es mortal.

Mira, pues, querido Cebes, si de todo lo que acabamos de decir no se deduce necesariamente que nuestra alma se asemeja mucho a lo que es divino, inmortal, inteligible, simple e indisoluble, siempre igual y siempre parecido a sí mismo, y que nuestro cuerpo se parece a lo humano, mortal, sensible, compuesto, disoluble, siempre cambiante y jamás semejante a sí mismo. ¿Hay alguna razón que podamos alegar para destruir estas consecuencias y hacer ver que no es así?"[7]

"No lo ponderes demasiado, mi querido Cebes, dijo Sócrates, no vaya a suceder que la envidia eche por tierra lo que tengo que decir, que es lo que está en las manos de Dios. Y nosotros, uniéndonos más de cerca, como dice Homero, estudiemos tu argumento. Lo que buscas se reduce a este punto: tú no quieres que se demuestre que el alma es inmortal y que no puede perecer, a fin de que un filósofo que va a morir y muere valientemente, en la esperanza de que será infinitamente más feliz en los infiernos que si hubiera vivido de manera muy distinta a la que ha llevado, no tenga una confianza insensata. Porque el alma sea alguna cosa fuerte y divina y que haya existido antes de nuestro nacimiento no prueba nada, dices, de su inmortalidad. Y todo lo que se puede inferir de ello es que puede durar mucho tiempo y que estaba en alguna parte antes que nosotros, durante siglos casi infinitos; que durante ese tiempo ha podido conocer y hacer muchas cosas sin ser por esto más inmortal; que, al contrario, el primer momento de su venida al cuerpo ha sido quizá el principio de su pérdida y como una enfermedad que se prolonga en las angustias y debilidades de esta vida y que acaba por lo que llamamos la muerte. Añades que importa poco que el alma no venga más que una vez a animar el cuerpo o que venga varias y que esto en nada altera nuestros justos motivos de temor, porque, a menos que uno esté loco, tiene siempre que temer a la muerte mientras no sepa con certeza y no pueda demostrar que el alma es inmortal."[8]

Argumentación platónica sobre del la inmortalidad del alma

"Ahora voy a volver a mis primeras preguntas, y tú me contestarás no idénticamente a dichas preguntas, sino de diferente manera, siguiendo el ejemplo que voy a darte. Porque además de la manera de contestar de la que ya hemos hablado, que es segura, veo todavía otra que no lo es menos. Porque si me preguntases qué es lo que hay en el cuerpo que hace sea caliente, no te daría esta respuesta necia, pero segara: que es el calor; pero de lo que acabamos de decir deduciría una contestación más sabia y te diría que es el fuego; y si me preguntas qué es lo que hace que el cuerpo esté enfermo, no te responderé que es la enfermedad, sino la fiebre. Si me preguntas qué es lo que hace impar a un número, no te contestaré que la imparidad, sino la unidad, y lo mismo de otras cosas. Fíjate bien en si entiendes suficientemente lo que quiero decirte.

Lo entiendo perfectamente.

Respóndeme, pues, continuó Sócrates: ¿qué es lo que hace que el cuerpo esté viviente?

El alma.

¿Es siempre así?

¿Cómo podría no serlo?, dijo Cebes.

¿Lleva el alma, pues, consigo la vida a todas partes donde penetra?

Seguramente.

¿Existe algo contrario a la vida o no hay nada?

Sí; hay algo.

¿Qué?

La muerte.

El alma no admitirá, pues, nada que sea contrario a lo que ella siempre lleva consigo; esto se deduce necesariamente de nuestros principios.

La consecuencia no puede ser más segura, dijo Cebes.

¿Y cómo llamamos a lo que jamás admite la idea de lo par?

Lo impar.

¿Cómo llamamos a lo que jamás admite la justicia sin el orden?

La injusticia y el desorden.

Sea. Y a lo que jamás admite la idea de la muerte, ¿cómo lo llamamos?

Lo inmortal.

¿El alma no admite la muerte?

No.

¿El alma es, pues, inmortal?

Inmortal.

¿Diremos que esto está demostrado o encontráis que todavía le falta algo a la demostración?

Está suficientemente demostrado, Sócrates."[9]

"Partiremos de este principio: toda alma es inmortal, porque todo lo que se mueve en movimiento continuo es inmortal. El ser que comunica el movimiento o el que le [291] recibe, en el momento en que cesa de ser movido, cesa de vivir; sólo el ser que se mueve por sí mismo, no pudiendo dejar de ser el mismo, no cesa jamás de moverse; y aún más, es, para los otros seres que participan del movimiento, origen y principio del movimiento mismo. Un principio no puede ser producido; porque todo lo que comienza a existir debe necesariamente ser producido por un principio, y el principio mismo no ser producido por nada, porque, si lo fuera, dejaría de ser principio. Pero si nunca ha comenzado a existir, no puede tampoco ser destruido. Porque si un principio pudiese ser destruido, no podría él mismo renacer de la nada, ni nada tampoco podría renacer de él, si como hemos dicho, todo es producido necesariamente por un principio. Así, el ser que se mueve por sí mismo, es el principio del movimiento, y no puede ni nacer, ni perecer, porque de otra manera el cielo entero y todos los seres, que han recibido la existencia, se postrarían en una profunda inmovilidad, y no existiría un principio que les volviera el movimiento, una vez destruido. Queda, pues, demostrado, que lo que se mueve por si mismo es inmortal, y nadie temerá afirmar, que el poder de moverse por sí mismo es la esencia del alma. En efecto, todo cuerpo, que es movido por un impulso extraño, es inanimado; todo cuerpo que recibe el movimiento de un principio interior, es animado; tal es la naturaleza del alma. Si es cierto que lo que se mueve por sí mismo no es otra cosa que el alma, se sigue necesariamente, que el alma no tiene, ni principio, ni fin. Pero basta ya sobre su inmortalidad."[10]

"SÓCRATES. En cuanto a las personas, son sacerdotes y sacerdotisas, que se han propuesto dar razón de los objetos concernientes a su ministerio. Es Píndaro y son otros muchos poetas; me refiero sólo a los que son divinos. He aquí lo que ellos dicen, y examina si sus razonamientos te parecen verdaderos.

«Dicen que el alma humana es inmortal; que tan pronto desaparece, que es lo que llaman morir, como reaparece, pero que no perece jamás; por esta razón es preciso vivir lo más santamente posible, porque Perséfona, al cabo de nueve años, vuelve a esta vida el alma de aquéllos que ya han pagado la deuda de sus antiguas faltas. De estas almas se forman los reyes ilustres y celebres por su poder y los hombres más famosos por su sabiduría, y en los siglos siguientes, ellos son considerados, por los mortales, como santos héroes. Así pues, para el alma, siendo inmortal, renaciendo a la vida muchas veces, y habiendo visto todo lo que pasa, tanto en ésta como en la otra, no hay nada que ella no haya aprendido. Por esta razón, no es extraño que, respecto a la virtud, y a todo lo demás,esté en estado de recordar lo que ha sabido. Porque, como todo se liga en la naturaleza y el alma todo lo ha aprendido, puede, recordando una sola cosa, a lo cual los hombres llaman aprender, encontrar en sí misma todo lo demás, con tal que tenga valor y que no se canse en sus indagaciones. En efecto, todo lo que se llama buscar y aprender no es otra cosa que recordar. Ninguna fe debe darse al tema, fecundo en cuestiones, que propusiste antes; porque sólo sirve para engendrar en nosotros la pereza, y no es cosa agradable dar oídos sólo a hombres cobardes. Mi doctrina, por el contrario, los hace laboriosos e inventivos. Así pues, la tengo por verdadera y quiero, en su consecuencia, indagar contigo lo que es la virtud.»"[11]

La idea del infierno de Platón, igual a la del paraíso cristiano

"Y el alma, este ser invisible que va a otro medio semejante a ella, excelente, puro, invisible, es decir, a los infiernos, cerca de un dios emporio de bondad y sabiduría, un paraje al que espero irá mi alma dentro de un momento, si a Dios le place, ¿un alma tal y de esta naturaleza no haría más que abandonar el cuerpo y se desvanecería reduciéndose a la nada como cree la mayoría de los hombres? Para esto falta mucho, mi amigo Simmias y mi amado Cebes; he aquí más bien lo que ocurre: si el alma se retira, pura, sin conservar nada del cuerpo, como la que durante la vida no ha tenido con él comercio alguno voluntario y al contrario huyó siempre de él recogiéndose en sí misma, meditando siempre, es decir, filosofando bien y aprendiendo efectivamente a morir, ¿no es esto una preparación para la muerte?

Sí.

Si el alma se retira en este estado, va hacia un ser semejante a ella, divino, inmortal, lleno de sabiduría, cerca del cual, libre de sus errores, de su ignorancia, de sus temores, de sus amores tiránicos y de todos los demás males anexos a la naturaleza humana goza de la felicidad; y, como se dice de los iniciados, pasa verdaderamente con los dioses toda la eternidad. ¿No es esto lo que debemos decir, Cebes?

¡Sí, por Júpiter!, le contestó."[12]

"De ella habla Homero cuando dice «muy lejos, en el abismo más profundo que hay bajo la Tierra». Homero y la mayor parte de los poetas llaman a este lugar el Tártaro. Allá es donde van a parar todos los ríos y de allí salen. Cada uno de ellos tiene la naturaleza de la tierra por encima de la cual corre. Esto hace que estos ríos vuelvan a su curso y es porque no encuentran fondo, pues sus aguas ruedan suspendidas en el vacío, bullendo lo mismo hacia arriba que hacia abajo. El aire y el viento que las envuelven hacen lo mismo y las siguen cuando se elevan y cuando descienden; y lo mismo que en los animales entra y sale el aire incesantemente por la respiración, el aire que se mezcla con estas aguas entra y sale con ellas y provoca vientos furiosos. Cuando estas aguas caen con violencia en el abismo inferior del que he hablado, forman corrientes que vuelven a través de la Tierra a los lechos que encuentran, que llenan como se llena una bomba. Cuando estas aguas salen de allí y vuelven a los lugares que habitamos, los llenan de la misma manera, y de allí se extienden por todas partes bajo la tierra alimentando nuestros mares, nuestros ríos, nuestros lagos y nuestras fuentes. Desaparecen después filtrándose en la tierra, unas después de dar muchos rodeos y otras menores circuitos para volver al Tártaro, en donde entran unas mucho más bajas que no salieron y otras menos, pero todas más bajas. Las unas entran y salen del Tártaro por el mismo lado y las otras entran por el lado opuesto a su salida, y las hay que tienen su curso circular y que después de haber dado una o varias veces la vuelta, a la Tierra, como serpientes que se enroscan, se precipitan a lo más bajo que pueden, van hasta la mitad del abismo, pero más allá, porque la otra mitad está más alta que su nivel. Forman varias corrientes muy grandes; cuatro son las principales, de las cuales la mayor es la que más exteriormente corre por todo el alrededor; es la que se llama Océano. Lo que está enfrente es el Aqueronte, que corre de manera opuesta a través de los parajes desiertos y sumergiéndose en la Tierra se precipita en las marismas de Aquernoiada, adonde las almas van la mayor parte de las veces al salir de la vida y después de permanecer allí el tiempo prescrito, unas más y otras menos, son devueltas a este mundo para animar nuevos cuerpos. Entre el Aqueronte y el Océano corre un tercer río, que no lejos de su fuente cae en un vasto lugar de fuego, donde forma un lago mucho más grande que nuestro mar y en el que se ve hervir el agua mezclada con fango, y saliendo de allí negro y lleno de barro recorre la Tierra y va a parar a la marisma Aquernoiada sin que sus aguas se confundan. Después de dar varias vueltas bajo la Tierra se arroja en lo más bajo del Tártaro; a este río se le denomina Puriflegeton, y de él se ven surgir llamaradas por varias grietas de la Tierra. Frente a éste cae un cuarto río, al principio en un lugar pavoroso y agreste, que dicen es de un color azulado y al que llaman el Estigio; en él forma la laguna Estigia, y después de haber adquirido en las aguas de dicha laguna propiedades horribles, se filtra en la Tierra, donde da varias vueltas dirigiendo su corriente hacia el Puriflegeton, al que por fin se encuentra en la laguna de Aquerón por la extremidad opuesta. Sus aguas no se mezclan con las de los otros ríos, y después de dar la vuelta a la Tierra se precipita como ellos en el Tártaro por el sitio opuesto al Puriflegeton. A este cuarto río le han dado los poetas el nombre de Cocitos.

La naturaleza ha dispuesto así todas estas cosas; cuando los muertos llegan al paraje donde su genio les lleva, se juzga lo primero de todo si llevan una vida justa y santa o no. Aquellos que se encuentra que vinieron ni enteramente criminales ni absolutamente inocentes, son enviados al Aqueronte, donde embarcan en barquichuelas que los llevan hasta la laguna Aquerusiades, donde van a tener su residencia y donde sufren penas proporcionadas a sus faltas y, una vez libres, la recompensa de sus buenas acciones. Los incurables a causa de la enormidad de sus faltas y que cometieron numerosos sacrilegios, asesinatos inicuos, violaron las leyes y se hicieron reos de delitos análogos, víctimas de la inexorable justicia y de su destino fatal, son precipitados al Tártaro, del que jamás saldrán. Pero aquellos que no hayan cometido más que faltas que pueden ser expiadas, aunque muy graves, como la de haberse dejado dominar por la ira contra su padre o su madre o haber matado a alguien en un arrebato de cólera y que han hecho penitencia toda su vida, es necesario que sean precipitados al Tártaro, pero después de haber permanecido un año en él, el oleaje los devuelve a la orilla; los homicidas son enviados al Cocitos, y los parricidas al Puriflegeton, que los arrastra hasta cerca de la laguna Aquerusiades; allí llaman a gritos a los que mataron o contra quienes cometieron actos de violencia, y los conjuran a que les permitan pasar al otro lado de la laguna y los reciban; si los ablandan, pasan y se ven libres de sus males, pero si no, vuelven a ser precipitados en el Tártaro, que los arroja a los otros ríos y esto dura hasta que conmueven a los que fueron sus víctimas; tal es la sentencia que contra ellos pronuncian sus jueces. Pero aquellos a quienes se les reconoce una vida santa, se ven libres de todos los lazos terrestres como de una prisión y son recibidos en las alturas, en aquella Tierra pura donde habitarán. Y de éstos, los que fueron purificados enteramente por la filosofía, viven perdurablemente sin cuerpo y son acogidos en parajes aún más admirables que no es fácil describiros y además no me lo permite el poco tiempo que me queda de vida. Pero lo que acabo de deciros debe bastar, mi querido Simmias, para haceros ver que debemos trabajar toda nuestra vida entera para adquirir virtudes y sabiduría, porque el premio es grande y bello y la esperanza halagadora.

Lo que un hombre de buen sentido no debe hacer es sostener que estas cosas sean como os las he descrito; pero que todo lo que os he dicho del estado de las almas y de sus residencias sea aproximadamente así, creo que puede admitirse, si es cierto que el alma es inmortal, y la cosa vale la pena de correr el riesgo de creerla. Es un azar que es hermoso admitir y del cual debe uno mismo quedar encantado. Ahora comprenderéis por qué me he detenido tanto tiempo en este discurso. Todo hombre, pues, que durante su vida renunció a la voluptuosidad y a los bienes del cuerpo, considerándolos como perniciosos y extraños, que no buscó más voluptuosidad que la que le proporciona la ciencia y adornó su alma, no con galas extrañas, sino con ornamentos que le son propios, como la templanza, la justicia, la fortaleza y la verdad, debe esperar tranquilamente la hora de su partida a los infiernos, dispuesto siempre para este viaje cuando el destino lo llame. Vosotros dos, Simmias y Cebes, y los demás, emprenderéis este viaje cuando el tiempo llegue. A mí me llama hoy el hado, como diría un poeta trágico, y ya es hora de ir al baño, porque me parece mejor no beber el veneno hasta después de haberme bañado, y además ahorraré así a las mujeres el trabajo de lavar un cadáver."[13]

"Una cosa que es muy justo pensemos, amigos míos, es que si el alma es inmortal, tiene necesidad de que cuiden de ella no solamente en este tiempo, que llamamos el de nuestra vida, sino todavía en el tiempo que ha de seguir a ésta; porque si lo pensáis bien encontraréis que es muy grave no ocuparse de ella. Si la muerte fuera la disolución de toda la existencia tendrían los malos una gran ganancia después de la muerte, libres al mismo tiempo de su cuerpo, de su alma y de sus vicios; pero puesto que el alma es inmortal, no tiene otro medio de librarse de sus males y no hay más salvación para ella que volviéndose muy buena y muy sabia. Porque consigo no lleva mas que sus costumbres y hábitos, que son, se dice, la causa de su felicidad o de su desgracia, desde el primer momento de su llegada al paraje, al que, se dice, que cuando una muere le conduce el genio que le ha guiado durante la vida, un paraje donde los muertos se reúnen para ser juzgados, a fin de que vayan a los infiernos con el guía, al que se le ha ordenado adónde tiene que llevarlos. Y después de recibir allí los bienes o los reales que merecen, permanecen en el mismo lugar el tiempo marcado y entonces otro guía los vuelve a esta vida después de varias revoluciones de siglos. Este camino no es como dice Telefo en Esquilo: «un simple camino conduce a los infiernos». No es único ni simple; si lo fuera no habría necesidad de guía porque no habiendo más que un solo camino, me figuro que nadie se perdería, pero hay muchas revueltas y se divide en varios, como conjeturo por lo que se verifica en nuestros sacrificios y ceremonias religiosas. El alma temperante y sabia sigue voluntariamente a su guía y no ignora la suerte que le espera; pero la que está clavada a su cuerpo por las pasiones, como antes dije, sigue mucho tiempo unida a ellas, lo mismo que a este mundo visible, y sólo después que se ha resistido mucho es arrebatada a la fuerza y contra voluntad por el genio que le ha asignado. Cuando llega a este lugar de reunión de todas las almas, si está impura o manchada por algún asesinato o cualquiera de los otros crímenes atroces, que son las acciones semejantes a ella, huyen de su proximidad todas las almas a las que horroriza; no encuentra compañero ni guía y va errante en el más completo abandono hasta que después de cierto tiempo la necesidad la arrastra al sitio donde debe estar. En cambio, la que pasó su vida en la templanza y la pureza, tiene por compañeros y guías a los mismos dioses, y va a habitar en el lugar que le está preparado, porque hay diversos maravillosos lugares en la Tierra, y esta misma no es tal como se la figuran aquellos que acostumbran a haceros descripciones, como por uno mismo de ellos he sabido."[14]

Sobre el infierno y la metempsicosis

"Que no te engañe esto, mi querido Simmias; no es un camino que conduce a la virtud el cambiar voluptuosidades por voluptuosidades, tristezas por tristezas, temores por temores, como los que cambian una moneda grande por piezas pequeñas. La sabiduría es la única moneda de buena ley por la cual hay que cambiar todas las otras. Con ella se compra todo y se tiene todo, fortaleza, templanza, justicia; en una palabra, la virtud no es verdadera más que unida a la sabiduría, independientemente de las voluptuosidades, tristezas, temores y todas las demás pasiones; tanto, que todas las demás virtudes sin la sabiduría y de las cuales se hace un cambio continuo, no son más que sombras de virtud, una virtud esclava del vicio, que no tiene nada verdadero ni sano. La verdadera virtud es una purificación de toda clase de pasiones. La templanza, la justicia y la misma sabiduría no son más que purificaciones y hay buen motivo para creer que quienes establecieron las purificaciones distaban muy mucho de ser unas personas despreciables, sino grandes genios que ya desde los primeros tiempos quisieron hacernos comprender bajo estos enigmas que aquel que llegara a los infiernos sin estar iniciado ni purificado será precipitado al cieno; y aquel que llegara después de haber cumplido la expiación será recibido entre los dioses, porque, como dicen los que presiden los misterios: muchos llevan el tirso, pero pocos son los poseídos del dios. Y éstos, a mi modo de ver, sólo son los que filosofaron bien. Nada he omitido para ser de su núcleo y toda mi vida he estado trabajando para conseguirlo. Si todos mis esfuerzos no han sido inútiles y lo he logrado, lo sabré dentro de un momento, si a Dios le place. He aquí, mi querido Cebes, mi apología para sincerarme ante vosotros al abandonaros, y al separarme de los dueños de este mundo no estar triste ni disgustado, en la esperanza de que allí, no menos que aquí, encontraré buenos amigos y buenos señores, que es lo que el pueblo no sabría imaginar. Pero tendría una gran satisfacción si ante vosotros lograra defenderme mejor que ante los jueces atenienses.

Cuando Sócrates terminó de hablar tomó la palabra Cebes y le dijo: Sócrates, todo cuanto acabas de decir me parece una gran verdad. Hay solamente una cosa que los hombres no acaban de creer: es lo que nos has dicho del alma, porque se imaginan que cuando ésta abandona al cuerpo cesa de existir; que el día mismo en que el hombre muere, o ella se escapa del cuerpo, se desvanece como un vapor y no existe en ninguna parte. Porque si subsistiera sola, recogida en sí misma y liberada de todos los males de que nos has hablado, habría una esperanza tan grande y tan bella, Sócrates, que todo lo que has dicho sería verdad; pero que el alma viva después de la muerte del hombre, que actúe y piense, es lo que puede ser necesite alguna explicación y pruebas sólidas."[15]

"¿Quién nace, pues, de la vida?

La muerte.

¿Y quién nace de la muerte?

Fuerza es confesar que la vida.

¿Entonces, dijo Sócrates, de lo que ha muerto es de donde nace todo lo que tiene vida?

Así me parece.

Y, por consiguiente, nuestras almas están en los infiernos después de nuestra muerte.

Eso me parece.

Y de los intermedios de estos dos contrarios, ¿no es sensible uno de ellos? ¿No sabemos lo que es morir?

Ciertamente.

¿Qué haremos, pues? ¿No reconoceremos también a la muerte la virtud de producir su contrario, o diremos que en este sentido se muestra defectuosa la naturaleza? ¿No es de absoluta necesidad que la muerte tenga su contrario?

Es necesario.

¿Cuál es este contrario?

Revivir.

Revivir, si hay un retorno de la muerte a la vida, dijo Sócrates, es comprender este retorno. Esto nos hace convenir en que los vivos nacen de los muertos lo mismo que los muertos de los vivos, prueba incontestable de

que las almas de los muertos existen en alguna parte de donde vuelvan a la vida."[16]

"Me parece también, Cebes, que nada puede oponerse a estas verdades y que no nos engañamos cuando las admitirnos; porque es seguro que hay una vuelta a la vida, que los vivos nacen de los muertos, que las almas de los muertos existen y que las almas de los justos son mejores y las de los malvados peores.

Lo que dices, Sócrates, le interrumpió Cebes, es, además, una deducción necesaria de un otro principio que con frecuencia te he oído establecer: que nuestra ciencia no es más que reminiscencia. Si este principio es exacto, es absolutamente indispensable que hayamos aprendido en otro tiempo las cosas de que nos acordamos en éste, lo que es imposible si nuestra alma no existe antes de venir bajo esta forma humana. Es una nueva prueba de la inmortalidad de nuestra alma."[17]

Habrá un juicio de las almas

"Sócrates.- Escucha, pues, una bella narración que tomarás, me imagino, por una fábula, y que creo es una verdad. Yo, al menos, te la doy como tal. Júpiter, Neptuno y Plutón se repartieron la soberanía, como Homero lo refiere después de su padre. Desde el tiempo de Saturno existía una ley entre los hombres que ha subsistido siempre y subsiste todavía entre los dioses; todo mortal que hubiera llevado una vida santa y justa iría después de su muerte a las islas Afortunadas, donde gozaría de una perfecta felicidad a cubierto de todos los males; el que al contrario hubiese vivido en la injusticia y en la impiedad, iría a un lugar de castigo y de suplicio denominado el Tártaro. Durante el reinado de Saturno y en los primeros años de Júpiter, dichos hombres eran juzgados en vida por jueces vivientes, que decidían de un futuro destino el mismo día en que tenían que morir, por lo que estos juicios se pronunciaban mal. Ésta fue la causa de que Plutón y los gobernadores de las islas Afortunadas acudieran a Júpiter y le dijeran que les enviaban hombres que no merecían las recompensas ni los castigos que se les habían asignado. Yo acabaré con esta injusticia, respondió Júpiter. Lo que hace que se sentencie mal hoy día es que se juzga a los hombres vestidos, puesto que se los juzga cuando aún viven. Así es, continuó diciendo, que muchos cuya alma está corrompida, están revestidos de hermosísimos cuerpos, de noblezas y de riquezas, y cuando se trata de pronunciar el fallo, se presentan muchísimos testigos a deponer en su favor y dispuestos a testimoniar que han vivido bien. Los jueces se dejaban deslumbrar por todo esto y además juzgaban vestidos, teniendo delante del alma, ojos, orejas y toda la masa del cuerpo que los envuelve. Sus vestiduras, y lo mismo las de las personas a las que van a juzgar, son para ellos otros tantos obstáculos. Hay que empezar, pues, dijo, por quitar a los hombres la presciencia de su última hora, porque ahora la conocen con anticipación. Ya he dado mis órdenes a Prometeo a fin de que los prive de ese privilegio. Quiero, además, que sean juzgados en completa desnudez de todo lo que los rodea y que para esto no se les juzgue hasta después de muertos. Es preciso también que el juez esté completamente desnudo, muerto y que examine inmediatamente por su alma la de cada uno en cuanto muera, se haya separado de todos sus parientes y deje todas sus galas en la Tierra, a fin de que su fallo sea justo. Estaba enterado de estos abusos antes que vosotros; por esto he designado para jueces a tres de mis hijos, dos de Asia: Minos y Radamanto, y uno de Europa: Eaco. Cuando mueran, emitirán sus fallos en la pradera, en el sitio en que desembocan tres caminos, uno de los cuales conduce a las islas Afortunadas y otro al Tártaro. Radamanto juzgará a los hombres de Asia, y Eaco a los de Europa; asignaré a Minos la autoridad suprema para decidir en última instancia en los casos en que aquéllos estén indecisos, a fin de que la sentencia referente al paraje de la destinación de los hombres después de su muerte sea pronunciada con toda la equidad posible. Tal es, Callicles, la narración que oí y que tengo por verdadera. Razonando acerca de este discurso he aquí lo que me parece resulta de él. La muerte, me figuro, no es más que la separación de estas dos cosas: el cuerpo y el alma. En el momento de su separación cada una de las dos no es muy diferente de lo que era en vida del hombre. El cuerpo conserva la naturaleza y los vestigios bien señalados de los cuidados que con él se tuvieron o de los accidentes que sufrió. Por ejemplo, si alguno tuvo en vida un cuerpo muy grande, fuere por naturaleza o por educación, su cadáver después de su muerte será grande; si estaba grueso, su cadáver lo estará también y lo mismo en todo lo demás. De igual manera, si gustó de cuidar de su cabello, su cadáver tendrá hermosa cabellera; si fue un penado que llevara en su cuerpo las huellas y las cicatrices de los latigazos o de otras heridas, podranse ver las mismas huellas y cicatrices en su cadáver. Si hubiese tenido en vida algún miembro roto o dislocado, estos defectos serán todavía visibles después de su muerte. En una palabra, tal como ha sido en vida en lo concerniente al cuerpo, tal será en todo o en parte, durante cierto tiempo, después de la muerte. Me parece, Callicles, que con el alma debe ocurrir lo mismo, y que cuando queda despojada del cuerpo, lleva las marcas evidentes de su carácter y de las diversas afecciones que cada uno ha experimentado en su alma como consecuencia del género de vida que abrazó. Una vez que lleguen a la presencia de su juez, los de Asia ante Radamanto, éste los llamará para que se le aproximen y examinará el alma de cada uno sin saber a quién pertenece. Y a veces teniendo entre las manos al gran rey o a cualquier otro soberano o potentado, descubrirá que no tiene nada sano en su alma, porque los perjurios y las injusticias la han flagelado y cubierto de cicatrices de las que cada una de sus acciones ha dejado grabada la huella en su alma; que la mentira y la vanidad han trazado en ella mil revueltas y que nada recto se encuentra en ella por haber sido educada lejos de la verdad. El juez ve que el poderío sin límites, la vida de molicie y desenfreno, y una conducta desarreglada, han llenado a aquella alma de desorden e infamia, e inmediatamente que se da cuenta de todo esto la envía cubierta de ignominia a su prisión, en donde apenas llegue sufrirá el castigo merecido. A todo el que sufre una pena y es castigado por otro de una manera razonable, le ocurre que o se vuelve mejor y el castigo le resulta un beneficio o que sirve de ejemplo a otros, a fin de que siendo testigos de los tormentos que sufren teman verse en igual caso y trabajan por enmendarse. Los que sacan partido de los castigos que les imponen los dioses y los hombres son aquellos cuyas faltas son de naturaleza que permite se expíen en la Tierra. Pero no se hacen acreedores a este beneficio, sea en la Tierra o sea en los infiernos, más que por los dolores y los sufrimientos, único medio posible para verse libres de la injusticia. Los que han cometido los crímenes más execrables y que por este motivo son incurables, sirven de ejemplo a los otros. Su suplicio no les reporta ninguna ventaja, porque son incapaces de curación, pero para los demás es útil ver los grandes tormentos, espantosos y dolorosísimos, que sufren eternamente por sus faltas, estando, por decirlo así, expuestos en la prisión de los infiernos como un ejemplo que sirve a la vez de espectáculo y de instrucción a todos los malos que incesantemente llegan a aquellos antros. Sostengo que Arquelao pertenecerá a este número, si lo que Polos ha dicho de él es cierto, y como él todo tirano que se le asemeje. Hasta creo que la mayor parte de los condenados a tal exhibición son tiranos, reyes, potentados y hombres de Estado. Porque ellos son los que a causa del gran poder de que están revestidos cometen las acciones más injustas e impías. Homero me testimonia de ello. Los que representa como eternamente atormentados, son reyes y potentados como Tántalo, Sísifo y Tityos. En cuanto a Tersites y otros malvados de inferior categoría, ningún poeta los ha representado sufriendo los mayores suplicios, como un culpable de los incurables, sin duda porque no poseyeron todo el poder, por lo que tuvieron más suerte que los qué impunemente pudieron ser perversos. Los más grandes criminales, querido Callicles, se forman de los que tienen en su mano toda la autoridad. Nada impide, sin embargo, que entre éstos se encuentren también hombres virtuosos, que nunca serían demasiado admirados. Porque es una cosa muy difícil, Callicles, y merecedora de los mayores elogios, vivir dentro de la justicia cuando se está en plena libertad de obrar mal, tanto que se encuentran muy pocos de este carácter. Ha habido, no obstante, en esta ciudad, y también en otras, y seguirá habiendo seguramente, personajes excelentes en este género de virtud que consiste en administrar con arreglo a las leyes de la justicia lo que les está confiado. Uno de ellos ha sido Arístides, hijo de Lisímacos, que por sus virtudes se hizo célebre en toda Grecia; pero la mayor parte de los hombres en el poder, amigo mío, se vuelven malos. Volviendo a lo que decía, cuando alguno de éstos cae entre las manos de Radamanto, no sabe éste de él ni quién es ni quiénes son sus padres, y sí sólo que es malo, y habiéndolo reconocido tal, lo relega al Tártaro después de haberle puesto una señal según le juzgue susceptible de curación o no. Al llegar al Tártaro el culpable es castigado como merece. Otras veces, viendo un alma que vivió santamente y en verdad, el alma de un particular o de otro cualquiera, pero sobre todo, como lo pienso, Callicles, de un filósofo ocupado únicamente de sí mismo y que durante su vida evitó las dificultades de los negocios, se encanta y la destina a las islas Afortunadas. Eaco, por su parte, procede de igual manera. Uno y otro pronuncian sus veredictos teniendo una varita en la mano. Minos es el único que se sienta y tiene la alta inspección; en la mano sostiene un cetro de oro, como Homero refiere que le vio Ulises «teniendo un cetro de oro y haciendo justicia a los muertos». Yo concedo, querido Callicles, entera fe a estos discursos y me aplico a fin de presentarme ante el juez llevando el alma más íntegra posible. "[18]

Más sobre la inmortalidad del alma, y la visita de Er de Armenia al infierno.

"-¿Y qué? ¿Piensas que a un ser inmortal le está bien afanarse por un tiempo tan breve y no por la eternidad?

-No creo -respondió-; pero ¿qué quieres decir con ello?

-¿No sientes -dije- que nuestra alma es inmortal y que nunca perece?

Y él, clavando en mí su vista con extrañeza, replicó:

-No, de cierto, ¡por Zeus! ¿Es que tú puedes afirmarlo ?

-Sí -contesté-, si no me engaño; y pienso que tú también, porque no es tema difícil.

-Para mí, sí -repuso-; pero oiría de ti con gusto ese fácil argumento.

-Escucha, pues -dije.

-No tienes más que hablar -replicó.

-¿Hay algo -preguntéle- a lo que das el nombre de bueno o de malo?

-Sí.

-¿Y piensas acerca de estas cosas lo mismo que yo?

-¿Qué?

-Que lo malo es todo lo que disuelve y destruye; y lo bueno, lo que preserva y aprovecha.

-Eso creo -dijo.

-¿Y qué más? ¿No reconoces lo bueno y lo malo para cada cosa? ¿Por ejemplo, la oftalmía para los ojos, la enfermedad para el cuerpo entero, el tizón para el trigo, la podredumbre para las maderas, el orín para el bronce o el hierro y, en fin, como digo, un mal y enfermedad connatural a casi cada uno de los seres?

-Así es -dijo.

-¿De modo que, cuando alguno de ellos se produce en un ser, pervierte aquello en que se produce y finalmente lo disuelve y arruina enteramente?

-¿Cómo no?

-Por consiguiente, el mal connatural con cada cosa y la perversión que produce es lo que la disuelve; y, si no es él quien la destruye, ninguna otra cosa podrá destruirla. Porque jamás ha de destruirla lo bueno ni tampoco lo que no es bueno ni malo.

-¿Cómo había de destruirla? -dijo.

-Si hallamos, pues, alguno de los seres a quien afecte un mal que lo hace miserable, pero que no es capaz de disolverlo ni acabarlo, ¿no vendremos a saber con ello que no existe ruina posible para el ser de esa naturaleza?

-Así hay que creerlo -dijo.

-¿Y qué? -proseguí-. ¿No hay también en el alma algo que la hace perversa?

-Desde luego -dijo-; todo aquello que ha poco referíamos: la injusticia, el desenfreno, la cobardía y la ignorancia.

-¿Y acaso alguna de estas cosas la descompone y disuelve? Y cuida de que no nos engañemos pensando que el hombre injusto e insensato, cuando es sorprendido en su injusticia, perece por causa de ella, que es la que pervierte su alma. Por el contrario, considéralo más bien en este aspecto. Así como la enfermedad, siendo la perversión del cuerpo, lo funde y arruina y lo lleva a no ser ya cuerpo, y todas las otras cosas que decíamos, por causa de su mal peculiar y por la destrucción que éste produce con su contacto e infusión, vienen a dar en el no ser… ¿No es así?

-Sí.

-¡Ea, pues! Considera al alma de la misma manera. ¿Acaso la injusticia y sus demás males la destruyen y corrompen cuando se le adhieren e infunden hasta llevarla a la muerte al separarla del cuerpo?

-De ningún modo -contestó .

-Por otra parte -observé-, es absurdo que la perversión ajena destruya una cosa y la propia no.

-Absurdo.

-Y reflexiona, ¡oh, Glaucón! -continué-, en que por la mala condición de los alimentos, sea ésta la que sea, ranciedad, putrefacción o cualquier otra, no pensamos que el cuerpo tenga que perecer, sino que, cuando la corrupción de esos alimentos ha hecho nacer en el cuerpo la corrupción propia de éste, entonces diremos que el cuerpo ha perecido con motivo de aquéllos, pero bajo su propio mal, que es la enfermedad; en cambio, por la mala calidad de los alimentos, siendo éstos una cosa y el cuerpo otra y no habiendo sido producido el mal propio por el mal extraño, por esa causa jamás juzgaremos que el cuerpo haya sido destruido.

-Muy exacto es lo que dices -observó.

X. -Pues bien, conforme al mismo razonamiento -dije-, si la corrupción del cuerpo no implanta en el alma la corrupción propia de ésta, no admitiremos que ella quede destruida por el mal extraño sin la propia corrupción, es decir, lo uno por el mal de lo otro.

-Así es de razón -dijo.

-Ahora, pues, o refutemos todo esto, como dicho fuera de propósito, o sostengamos, en tanto no esté refutado, que ni por la fiebre ni por otra cualquier enfermedad ni por el degüello ni aunque el cuerpo entero quede desmenuzado en tajos, ni aun así ha de perecer ni destruirse el alma en lo más mínimo; sostengámoslo hasta que alguno nos demuestre que por estos padecimientos del cuerpo se hace ella más injusta o impía. Porque por la aparición en una cosa de un mal que le es extraño, si no se le junta el mal propio, no hemos de dejar que se diga que se destruye el alma ni otro ser alguno.

-Pues en verdad -aseveró- que nadie demostrará jamás esto de que el alma de los que están en trance de morir se haga más injusta por la muerte.

-Pero si alguien -dije yo-, por no ser forzado a reconocer que las almas son inmortales, se atreve a salir al encuentro de nuestro argumento y a decir que el moribundo se hace más perverso y más injusto, en ese caso juzgaremos que, si dice verdad el que eso dice, la injusticia es algo mortal, como una enfermedad, para el que la lleva en sí y, por causa de ello, que es matador por su propia naturaleza, mueren los que la abrazan, los unos en seguida, los otros menos prontamente ; pero de manera distinta a aquella en que mueren ahora los injustos a manos de los que les aplican la justicia.

-¡Por Zeus! -exclamó él-. La injusticia no aparecería como cosa tan terrible si fuera mortal para el que la abraza, porque sería su escape de los males; más bien creo que se muestra como todo lo contrario, porque mata, si le es posible, a los demás, pero al que la lleva en sí, a ése le hace estar muy vivo y además bien despierto. Tan lejos se halla, según parece, de producir la muerte.

-Bien dicho -observé-; en efecto, si la propia perversión y el mal propio no son bastantes para matar y destruir el alma, el mal ordenado para otro ser estará bien lejos de destruirla ni a ella ni a cosa alguna salvo aquella para la que ese mal esté ordenado.

-Bien lejos, como es natural -dijo.

-Y así, si no perece por mal alguno ni propio ni extraño, es evidente que por fuerza ha de existir siempre; y lo que existe siempre es inmortal.

-Necesariamente -dijo.

XI. -Esto, pues, ha de ser así -afirmé-; y, si así es, comprenderás que existen siempre las mismas almas, ya que ni pueden ser menos, porque no perece ninguna, ni tampoco más , pues si se produjera algo de más en los seres inmortales, bien te das cuenta de que nacería de lo mortal, y entonces todo terminaría siendo inmortal.

-Verdad es lo que dices.

-Pero no podemos admitir eso -añadí-, porque la razón no lo permite, como tampoco que el alma, en su más verdadera naturaleza, sea algo que rebose diversidad, desigualdad y diferencia en relación consigo mismo.

-¿Qué quieres decir? -preguntó.

-No es fácil -dije- que lo eterno sea algo compuesto de muchos elementos y con una composición que no es la más conveniente, como en lo anterior se nos ha mostrado el alma .

-No, no es propio.

-Así, pues, el que el alma sea algo inmortal nos lo impone nuestro reciente argumento y los demás que se dan ; pero para saber cómo sea ella en verdad no hay que contemplarla degradada por su comunidad con el cuerpo y por otros males, como lavemos ahora, sino adecuadamente con el raciocinio, tal como es ella al quedar en su pureza, y se la hallará entonces mucho más hermosa y se distinguirán más claramente las obras justas y las injustas y todo lo demás de que hemos tratado. Pero esto que acabamos de decir solamente es verdad según se nos aparece al presente, porque antes la hemos contemplado en una disposición tal que, así como los que veían al marino Glauco no podían percibir fácilmente su naturaleza originaria, porque, de los antiguos miembros de su cuerpo, los unos habían sido rotos y los otros consumidos y totalmente estropeados por las aguas, mientras le habían nacido otros nuevos por la acumulación de conchas, algas y piedrecillas, de suerte que más bien parecía una fiera cualquiera que lo que era por nacimiento, en esa misma disposición contemplamos nosotros al alma por efecto de una multitud de males. Por ello, Glaucón, hay que mirar a otra parte.

-¿Adónde? -dijo.

-A su amor del saber, y hay que pensar en las cosas a que se abraza y en las compañías que desea en su calidad de allegada de lo divino e inmortal y de lo que siempre existe; y en cómo haya de ser cuando vaya toda entera tras esto y se salga, por el mismo impulso, del mar en que se halla y se sacuda las muchas piedras y conchas que ahora, puesto que de la tierra se nutre, se han fijado a su alrededor: costra térrea, rocosa y silvestre procedente de esos banquetes a que suele atribuirse la felicidad. Y entonces se podrá ver su verdadera naturaleza, si es compuesta o simple o de qué manera y cómo sea. Por ahora, según creo, hemos recorrido suficientemente sus accidentes y formas en la vida humana .

-En efecto -observó.

XII. -Así, pues -pregunté-, ¿no hemos resuelto en nuestro razonamiento las dificultades propuestas sin celebrar por otra parte las recompensas y la gloria de la justicia como, según vosotros, hicieron Hesíodo y Homero, sino encontrando que la práctica de la justicia es en sí misma lo mejor para el alma considerada en su esencia, y que ésta ha de obrar justamente tenga o no tenga el anillo de Giges y aunque a este anillo se agregue el casco de Hades ?

-Pura verdad -respondió- es lo que dices.

-Entonces -seguí- ¿se podrá ver con malos ojos, Glaucón, que, además de esas excelencias, restituyamos a la justicia y a las demás virtudes los muchos y calificados premios que suele recibir tanto de los hombres como de los dioses, así en vida del sujeto como después de su muerte?

-De ningún modo -dijo.

-¿Me devolveréis, pues, lo que tomasteis prestado en nuestra discusión?

-¿Y qué es ello?

-Os concedí que el justo pareciera ser injusto y el injusto justo; porque vosotros creíais que, aunque no fuera ello cosa que pudiera pasar a la vista de los dioses ni de los hombres, debía con todo concederse en gracia de la argumentación para que la justicia en sí fuese juzgada en relación con la injusticia en sí. ¿No lo recuerdas?

-Mal haría -dijo- en no recordarlo.

-Por consiguiente -dije-, puesto que ahora ya están juzgadas, pido de nuevo, en nombre de la justicia, que reconozcamos que ésta se nos muestra tal como corresponde al buen nombre que tiene entre los dioses y los hombres; y ello a fin de que recoja los premios del vencedor que gana por su fama y da a los que la poseen, puesto que ya la hemos visto conceder los bienes derivados de su propia esencia sin engaño para los que de veras la abrazan.

-Razonable -dijo- es lo que pides.

-Así, pues -dije-, ¿me restituiréis primeramente la afirmación de que ninguno de esos dos hombres escapa en su manera de ser a la mirada de los dioses?

-Te la restituiremos -dijo.

-Y, si no se ocultan, el uno será amado por ellos y el otro odiado según convinimos desde el principio.

-Así es.

-¿Y no hemos de reconocer que al amado de los dioses todas las cosas que de esos dioses procedan le han de venir de la manera más favorable salvo algún mal necesario que traiga desde su nacimiento por consecuencia de un yerro anterior ?

-Bien seguro.

-Por tanto, del hombre justo hay que pensar que, si vive en pobreza o en enfermedades o en algún otro de los que parecen males, todo ello terminará para él en bien sea durante su vida, sea después de su muerte.

Porque nunca será abandonado por los dioses el que se esfuerza por hacerse justo y parecerse a la divinidad, en cuanto es posible al ser humano la práctica de la virtud .

-Es de creer -dijo- que el tal no será abandonado por su semejante.

-Y en cuanto al injusto, ¿no habrá que pensar lo contrario de todo esto?

-Sin duda ninguna.

-Éstos serán, pues, los galardones que hay para el justo de parte de los dioses.

-Al menos en mi opinión -dijo.

-¿Y qué -dije yo- recibirán de los hombres? ¿No será ello como voy a decir si nos ponemos en la realidad? A los hombres desenvueltos e injustos, ¿no les pasa como a los corredores que corren bien a la salida y mal al regreso ? Saltan con rapidez al comienzo; pero al fin quedan en ridículo dejando precipitadamente la prueba con las orejas gachas y sin corona. Por el contrario los expertos de verdad en la carrera llegan al fin, recogen los premios y son coronados. ¿No ocurre así de ordinario con los justos? Al final de cada una de sus acciones, de sus tratos con los demás y de la vida, ¿no quedan con buena fama y reciben las recompensas de los hombres?

-Bien de cierto.

-¿Te avendrás, pues, a que diga yo acerca de ellos todo lo que tú decías acerca de los injustos? Diré, en efecto, que los justos, cuando llegan a mayores, mandan en sus ciudades si quieren mandar, casan con quien quieren y dan sus hijos en matrimonio a quien se les antoja; en fin, todo lo que tú afirmabas de los otros lo afirmo yo de ellos. Y, con respecto a los injustos, he de decir que en su mayoría, aunque se encubran durante su juventud, son cogidos al final de su carrera, se hacen con ello dignos de risa y, al llegar a viejos, son despiadadamente vejados por forasteros y conciudadanos, reciben azotes y al fin sufren, dalo por dicho, todas aquellas cosas que tú tenías con razón por tan duras . Pues bien, considera tú, como digo, si te has de avenir a esto.

-En un todo -dijo-, porque es razonable lo que afirmas.

XIII. -Tales son, pues -dije yo-, los premios, recompensas y dones que en vida recibe el justo de hombres y dioses además de aquellos bienes que por sí misma les procura la virtud.

-Bienes ciertamente hermosos y sólidos -dijo.

-Pues éstos -dije yo- no son nada en número ni en grandeza comparados con aquello que a cada uno de esos hombres le espera después de la muerte; y también esto hay que oírlo a fin de que cada cual de ellos recoja de este discurso lo que debe escuchar.

-Habla, pues -dijo-, que son pocas las cosas que yo oiría con más gusto.

-Pues he de hacerte -dije yo- no un relato de Alcínoo , sino el de un bravo sujeto, Er, hijo de Armenio, panfilio de nación, que murió en una guerra y, habiendo sido levantados, diez días después, los cadáveres ya putrefactos, él fue recogido incorrupto y llevado a casa para ser enterrado y, yacente sobre la pira, volvió a la vida a los doce días y contó, así resucitado, lo que había visto allá. Dijo que, después de salir del cuerpo, su alma se había puesto en camino con otras muchas y habían llegado a un lugar maravilloso donde aparecían en la tierra dos aberturas que comunicaban entre sí y otras dos arriba en el cielo, frente a ellas. En mitad había unos jueces que, una vez pronunciados sus juicios, mandaban a los justos que fueran subiendo a través del cielo, por el camino de la derecha, tras haberles colgado por delante un rótulo con lo juzgado; y a los injustos les ordenaban ir hacia abajo por el camino de la izquierda, llevando también, éstos detrás, la señal de todo lo que habían hecho. Y, al adelantarse él, le dijeron que debía ser nuncio de las cosas de allá para los hombres y le invitaron a que oyera y contemplara cuanto había en aquel lugar; y así vio cómo, por una de las aberturas del cielo y otra de la tierra, se marchaban las almas después de juzgadas; y cómo, por una de las otras dos, salían de la tierra llenas de suciedad y de polvo, mientras por la restante bajaban más almas, limpias, desde el cielo. Y las que iban llegando parecían venir de un largo viaje y, saliendo contentas a la pradera, acampaban como en una gran feria, y todas las que se conocían se saludaban y las que venían de la tierra se informaban de las demás en cuanto a las cosas de allá, y las que venían del cielo, de lo tocante a aquellas otras; y se hacían mutuamente sus relatos, las unas entre gemidos y llantos, recordando cuántas y cuán grandes cosas habían pasado y visto en su viaje subterráneo, que había durado mil años; y las que venían del cielo hablaban de su bienaventuranza y de visiones de indescriptible hermosura. Referirlo todo, Glaucón, sería cosa de mucho tiempo; pero lo principal -decía- era lo siguiente: que cada cual pagaba la pena de todas sus injusticias y ofensas hechas a los demás, la una tras la otra, y diez veces por cada una, y cada vez durante cien años, en razón de ser ésta la duración de la vida humana; y el fin era que pagasen decuplicado el castigo de su delito. Y así, los que eran culpables de gran número de muertes o habían traicionado a ciudades o ejércitos o los habían reducido a la esclavitud o, en fin, eran responsables de alguna otra calamidad de este género, ésos recibían por cada cosa de éstas unos padecimientos diez veces mayores; y los que habían realizado obras buenas y habían sido justos y piadosos, obtenían su merecido en la misma proporción. Y también sobre los niños muertos en el momento de nacer o que habían vivido poco tiempo refería otras cosas menos dignas de mención; pero contaba que eran aún mayores las sanciones de la piedad e impiedad para con los dioses y los padres y del homicidio a mano armada.

»Decía, pues, que se había hallado al lado de un sujeto al que preguntaba otro que dónde estaba Ardieo el Grande . Este Ardieo había sido, mil años antes, tirano de una ciudad de Panfilia después de haber matado a su anciano padre y a su hermano mayor y de haber realizado, según decían, otros muchos crímenes impíos. Y contaba que el preguntado contestó: "No ha venido ni es de creer que venga aquí.

XIV »"En efecto, entre otros espectáculos terribles hemos contemplado el siguiente: una vez que estuvimos cerca de la abertura y a punto de subir, tras haber pasado por todo lo demás, vimos de pronto a ese Ardieo y a otros, tiranos en su mayoría. Y había también algunos particulares de los más pecadores, a todos los cuales la abertura, cuando ya pensaban que iban a subir, no los recibía, sino que, por el contrario, daba un mugido cada vez que uno de estos sujetos, incurables en su perversidad o que no habían pagado suficientemente su pena, trataba de subir. Entonces -contaba- unos hombres salvajes y, según podía verse, henchidos de fuego, que estaban allá y oían el mugido, se llevaban a los unos cogiéndolos por medio, y a Ardieo y a a otros les ataban las manos, los pies y la cabeza y, arrojándolos por tierra y desollándolos, los sacaban a orilla del camino, los desgarraban sobre unos aspálatos y declaraban a los que iban pasando por qué motivos y cómo los llevaban para arrojarlos al Tártaro". Allí -decía-, aunque eran muchos los terrores que ya habían sentido, les superaba a todos el que tenían de oír aquella voz en la subida; y, si callaba, subían con el máximo contento . Tales eran las penas y castigos, y las recompensas en correspondencia con ellos. Y, después de pasar siete días en la pradera, cada uno tenía que levantar el campo en el octavo y ponerse en marcha; y otros cuatro días después llegaban a un paraje desde cuya altura podían dominar la luz extendida a través del cielo y de la tierra, luz recta como una columna y semejante, más que a ninguna otra, a la del arco iris, bien que más brillante y más pura.

Llegaban a ella en un día de jornada y allí, en la mitad de la luz, vieron, tendidos desde el cielo, los extremos de las cadenas, porque esta luz encadenaba el cielo sujetando toda su esfera como las ligaduras de las trirremes . Y desde los extremos vieron tendido el huso de la Necesidad, merced al cual giran todas las esferas. Su vara y su gancho eran de acero, y la tortera, de una mezcla de esta y de otras materias. Y la naturaleza de esa tortera era la siguiente: su forma, como las de aquí, pero, según lo que dijo, había que concebirla a la manera de una tortera vacía y enteramente hueca en la que se hubiese embutido otra semejante más pequeña, como las cajas cuando se ajustan unas dentro de otras; y así una tercera y una cuarta y otras cuatro más. Ocho eran, en efecto, las torteras en total, metidas unas en otras, y mostraban arriba sus bordes como círculos, formando la superficie continua de una sola tortera alrededor de la vara que atravesaba de parte a parte el centro de la octava . La tortera primera y exterior tenía más ancho que el de las otras su borde circular; seguíale en anchura el de la sexta; el tercero era el de la cuarta; el cuarto, el de la octava; el quinto, el de la séptima; el sexto, el de la quinta; el séptimo, el de la tercera, y el octavo, el de la segunda. El borde de la tortera mayor era también el más estrellado; el de la séptima, el más brillante; el de la octava recibía su color del brillo que le daba el de la séptima; los de la segunda y la quinta eran semejantes entre sí y más amarillentos que los otros; el tercero era el más blanco de color; el cuarto, rojizo y el sexto tenía el segundo lugar por su blancura. El huso todo daba vueltas con movimiento uniforme, y en ese todo que así giraba los siete círculos más interiores daban vueltas a su vez, lentamente y en sentido contrario al conjunto; de ellos el que llevaba más velocidad era el octavo; seguíanle el séptimo, el sexto y el quinto, los tres a una; el cuarto les parecía que era el tercero en la velocidad de ese movimiento retrógrado; el tercero, el cuarto; y el segundo, el quinto . El huso mismo giraba en la falda de la Necesidad, y encima de cada uno de los círculos iba una Sirena que daba también vueltas y lanzaba una voz siempre del mismo tono; y de todas las voces, que eran ocho, se formaba un acorde . Había otras tres mujeres sentadas en círculo, cada una en un trono y a distancias iguales; eran las Parcas, hijas de la Necesidad, vestidas de blanco y con ínfulas en la cabeza: Láquesis, Cloto y Átropo. Cantaban al son de las Sirenas: Láquesis, las cosas pasadas; Cloto, las presentes y Átropo, las futuras. Cloto, puesta la mano derecha en el huso, ayudaba de tiempo en tiempo el giro del círculo exterior; del mismo modo hacía girar Átropo los círculos interiores con su izquierda ; y Láquesis, aplicando ya la derecha, ya la izquierda, hacía otro tanto alternativamente con el uno y los otros de estos círculos.

XV »Y contaba que ellos, una vez llegados allá, tenían que acercarse a Láquesis; que un cierto adivino los colocaba previamente en fila y que, tomando después unos lotes y modelos de vida del halda de la misma Láquesis, subía a una alta tribuna y decía: »"Ésta es la palabra de la virgen Láquesis, hija de la Necesidad: Almas efímeras , he aquí que comienza para vosotras una nueva carrera caduca en condición mortal. No será el Hado quien os elija, sino que vosotras elegiréis vuestro hado. Que el que salga por suerte el primero, escoja el primero su género de vida, al que ha de quedar inexorablemente unido. La virtud, empero, no admite dueño; cada uno participará más o menos de ella según la honra o el menosprecio en que la tenga. La responsabilidad es del que elige; no hay culpa alguna en la Divinidad.

»Habiendo hablado así, arrojó los lotes a la multitud y cada cual alzó el que había caído a su lado, excepto el mismo Er, a quien no se le permitió hacerlo así; y, al cogerlo, quedaban enterados del puesto que les había caído en suerte. A continuación puso el adivino en tierra, delante de ellos, los modelos de vida en número mucho mayor que el de ellos mismos; y las había de todas clases: vidas de toda suerte de animales y el total de las vidas humanas. Contábanse entre ellas existencias de tiranos: las unas, llevadas hasta el fin; las otras, deshechas en mitad y terminadas en pobrezas, destierros y mendigueces. Y había vidas de hombres famosos, los unos por su apostura y belleza o por su robustez y vigor en la lucha, los otros por su nacimiento y las hazañas de sus progenitores; las había asimismo de hombres oscuros y otro tanto ocurría con las de las mujeres. No había, empero, allí categorías de alma, por ser forzoso que éstas resultasen diferentes según la vida que eligieran ; pero todo lo demás aparecía mezclado entre sí y con accidentes diversos de pobrezas y riquezas, de enfermedades y salud, y una parte se quedaba en la mitad de estos extremos. Allí, según parece, estaba, querido Glaucón, todo el peligro para el hombre; y por esto hay que atender sumamente a que cada uno de nosotros, aun descuidando las otras enseñanzas, busque y aprenda ésta y vea si es capaz de informarse y averiguar por algún lado quién le dará el poder y la ciencia de distinguir la vida provechosa y la miserable y de elegir siempre yen todas partes la mejor posible. Y para ello ha de calcular la relación que todas las cosas dichas, ya combinadas entre sí, ya cada cual por sí misma, tienen con la virtud en la vida; ha de saber el bien o el mal que ha de producir la hermosura unida a la pobreza y unida a la riqueza y a tal o cual disposición del alma, y asimismo el que traerán, combinándose entre sí, el bueno o mal nacimiento, la condición privada o los mandos, la robustez o la debilidad, la facilidad o torpeza en aprender y todas las cosas semejantes existentes por naturaleza en el alma o adquiridas por ésta. De modo que, cotejándolas en su mente todas ellas, se hallará capaz de hacer la elección si delimita la bondad o maldad de la vida de conformidad con la naturaleza del alma y si, llamando mejor a la que la lleva a ser más justa y peor a la que la lleva a ser más injusta, deja a un lado todo lo demás: hemos visto, en efecto, que tal es la mejor elección para el hombre así en vida como después de la muerte. Y al ir al Hades hay que llevar esta opinión firme como el acero para no dejarse allí impresionar por las riquezas y males semejantes y para no caer en tiranías y demás prácticas de este estilo, con lo que se realizan muchos e insanables daños y se sufren mayores; antes bien, hay que saber elegir siempre una vida media entre los extremos y evitar en lo posible los excesos en uno y otro sentido, tanto en esta vida como en la ulterior, porque así es como llega el hombre a mayor felicidad .

XVI. »Y entonces el mensajero de las cosas de allá contaba que el adivino habló así: "Hasta para el último que venga, si elige con discreción y vive con cuidado, hay una vida amable y buena. Que no se descuide quien elija primero ni se desanime quien elija el último".

»Y contaba que, una vez dicho esto, el que había sido primero por la suerte se acercó derechamente y escogió la mayor tiranía ; y por su necedad y avidez no hizo previamente el conveniente examen, sino que se le pasó por alto que en ello iba el fatal destino de devorar a sus hijos y otras calamidades; mas después que lo miró despacio, se daba de golpes y lamentaba su preferencia, saliéndose de las prescripciones del adivino, porque no se reconocía culpable de aquellas desgracias, sino que acusaba a la fortuna, a los hados y a todo antes que a sí mismo. Y éste era de los que habían venido del cielo y en su vida anterior había vivido en una república bien ordenada y había tenido su parte de virtud por hábito, pero sin filosofía. Y en general, entre los así chasqueados no eran los menos los que habían venido del cielo, por no estar éstos ejercitados en los trabajos, mientras que la mayor parte de los procedentes de la tierra, por haber padecido ellos mismos y haber visto padecer a los demás, no hacían sus elecciones tan de prisa. De esto, y de la suerte que les había caído, les venía a las más de las almas ese cambio de bienes y males. Porque cualquiera que, cada vez que viniera a esta vida, filosofara sanamente y no tuviera en el sorteo uno de los últimos puestos, podría, según lo que de allá se contaba, no sólo ser feliz aquí, sino tener de acá para allá y al regreso de allá para acá un camino fácil y celeste, no ya escarpado y subterráneo.

»Tal -decía- era aquel interesante espectáculo en que las almas, una por una, escogían sus vidas; el cual, al mismo tiempo, resultaba lastimoso, ridículo y extraño, porque la mayor parte de las veces se hacía la elección según aquello a lo que se estaba habituado en la vida anterior. Y dijo que había visto allí cómo el alma que en un tiempo había sido de Orfeo elegía vida de cisne, en odio del linaje femenil, ya que no quería nacer engendrada en mujer a causa de la muerte que sufrió a manos de éstas; había visto también al alma de Támiras, que escogía vida de ruiseñor, y a un cisne que, en la elección, cambiaba su vida por la humana, cosa que hacían también otros animales cantores. El alma a quien había tocado el lote veinteno había elegido vida de león, y era la de Ayante Telamonio, que rehusaba volver a ser hombre, acordándose de juicio de las armas. La siguiente era la de Agamenón, la cual, odiando también, a causa de sus padecimientos, al linaje humano, había tomado en el cambio una vida de águila. El alma de Atalanta, que sacó suerte entre las de en medio, no pudo pasar adelante viendo los grandes honores de un cierto atleta, sino que los tomó para sí. Después de ésta vio el alma de Epeo, hijo de Panopeo, que trocó su condición por la de una mujer laboriosa; y, ya entre las últimas, a la del ridículo Tersites, que revistió forma de mono. Y ocurrió que, última de todas por la suerte, iba a hacer su elección el alma de Ulises y, dando de lado a su ambición con el recuerdo de sus anteriores fatigas, buscaba, dando vueltas durante largo rato, la vida de un hombre común y desocupado y por fin la halló echada en cierto lugar y olvidada por los otros y, una vez que la vio, dijo que lo mismo habría hecho de haber salido la primera y la escogió con gozo . De igual manera se hacían las transformaciones de los animales en hombres o en otros animales: los animales injustos se cambiaban en fieras; los justos, en animales mansos, y se daban también mezclas de toda clase.

»Y después de haber elegido su vida todas las almas, se acercaban a Láquesis por el orden mismo que les había tocado; y ella daba a cada uno, como guardián de su vida y cumplidor de su elección, el hado que había escogido. Éste llevaba entonces al alma hacia Cloto y la ponía bajo su mano y bajo el giro del huso movido por ella, sancionando así el destino que había elegido al venirle su turno. Después de haber tocado en el huso se le llevaba al hilado de Átropo, el cual hacía irreversible lo dispuesto; de allí, sin que pudiera volverse, iba al pie del trono de la Necesidad y, pasando al otro lado y acabando de pasar asimismo los demás, se encaminaban todos al campo del Olvido a través de un terrible calor de asfixia, porque dicho campo estaba desnudo de árboles y de todo cuanto produce la tierra. Al venir la tarde acampaban junto al río de la Despreocupación, cuya agua no puede contenerse en vasija alguna; y a todos les era forzoso beber una cierta cantidad de aquella agua, de la cual bebían más de la medida los que no eran contenidos por la discreción, y al beber cada cual se olvidaba de todas las cosas. Y, una vez que se habían acostado y eran las horas de la medianoche, se produjo un trueno y temblor de tierra y al punto cada uno era elevado por un sitio distinto para su nacimiento, deslizándose todos a manera de estrellas. A él, sin embargo, le habían impedido que bebiera del agua; pero por qué vía y de qué modo había llegado a su cuerpo no lo sabía, sino que de pronto, levantando la vista, se había visto al amanecer yacente en la pira.

»Y así, Glaucón, se salvó este relato y no se perdió, y aun nos puede salvar a nosotros si le damos crédito, con lo cual pasaremos felizmente el río del Olvido y no contaminaremos nuestra alma. Antes bien, si os atenéis a lo que os digo y creéis que el alma es inmortal y capaz de sostener todos los males y todos los bienes, iremos siempre por el camino de lo alto y practicaremos de todas formas la justicia, juntamente con la inteligencia, para que así seamos amigos de nosotros mismos y de los dioses tanto durante nuestra permanencia aquí como cuando hayamos recibido, a la manera de los vencedores que los van recogiendo en los juegos, los galardones de aquellas virtudes; y acá, y también en el viaje de mil años que hemos descrito, seamos felices."[19]

Platón propone que se borre todo lo que se dice del infierno que pueda producir miedo a los niños y a los hombres

"-Me parece, pues, necesario que vigilemos también a los que se dedican a contar esta clase de fábulas y que les roguemos que no denigren tan sin consideración todo lo del Hades, sino que lo alaben, pues lo que dicen actualmente ni es verdad ni beneficia a los que han de necesitar valor el día de mañana.

-Es necesario, sí -asintió.

-Borraremos, pues -dije yo-, empezando por los versos siguientes, todos los similares a ellos: Yo más querría ser siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa que reinar sobre todos los muertos que allá fenecieron.

O bien: Y a inmortales y humanos la lóbrega casa tremenda se mostrara que incluso en los dioses espanto produce.

O bien: ¡Ay de mí! Por lo visto en el Hades perduran el alma y la imagen por más que privadas de mente se encuentren.

O esto otro: …conservar la razón, rodeado de sombras errantes.

O bien: Y el alma sus miembros dejó y se fue al Hades volando y llorando su sino y la fuerza y hombría perdidas.

O aquello otro de: Y el alma chillando se fue bajo tierra lo mismo que el humo.

Y lo de: Cual murciélagos dentro de un antro asombroso que, si alguno se cae de su piedra, revuelan y gritan y agloméranse llenos de espanto, tal ellas entonces exhalando quejidos marchaban en grupo

Estos versos y todos los que se les asemejan, rogaremos a Homero y los demás poetas que no se enfaden si los tachamos, no por considerarlos prosaicos o desagradables para los oídos de los más, sino pensando que, cuanto mayor sea su valor literario, tanto menos pueden escucharlos los niños o adultos que deban ser libres y temer más la esclavitud que la muerte.

-Efectivamente.

II. -Además habremos de suprimir también todos los nombres terribles y espantosos que se relacionan con estos temas: «el Cocito», «la Éstige», «los de abajo», «los espíritus » y todas las palabras de este tipo que hacen estremecerse a cuantos las oyen. Lo cual será, quizá, excelente en otro aspecto, pero nosotros tememos, por lo que toca a los guardianes, que, influidos por temores de esa índole, se nos hagan más sensibles y blandos de lo que sería menester."[20]

Conclusiones

Hemos llegado al final de estas lecturas de los Diálogos de Platón, el más elegante de los filósofos griegos, al extremo, que de él se llegó a decir, que si los dioses hubiese a tener un lenguaje humano, hablaría como Platón; pero que lastima que esos dioses, que los griegos representaban bajo las formas de hombres y mujeres, inmortales y bellos no hayan adoptado el lenguaje del hijo de Aristón y descendiente de Codro, el ultimo rey de Atenas

. Pero no todo estaba perdido, el aristócrata ateniense salió ganando, ya que los seguidores de de Jesús de Nazaret, el cual la imagen de la gloria de la gloria del verdadero Dios, el que es uno con el Padre, y por quien todos las cosas fueron hechas, adoptaron su doctrina de la inmortalidad del alma, sus ideas del infierno y la incorporaron, a la manera de una escoliación al Nuevo Testamento, las hicieron una cláusula del Nuevo Pacto. Los instructores de las escuelas catequísticas viajaron de Jerusalén a Atenas, para aprender las herejías en medio de los vapores pestilentes que emanaban en los jardines de Academo. Y es tan grande la influencia platónica, que sus son aceptada como reglas de fe, incorporadas a la doctrina, estudiadas en los seminarios teológicos como parte de la escatología, y predicadas en los pulpitos, a pesar de que el recinto fue cerrado por el emperador Justiniano, en el año 529 de nuestra era.

Para aquellas personas que quieran tener una idea del contraste entra las ideas de Platón y del Nuevo Testamento, una comparación de la muerte de Sócrates y la nuestro Señor Jesucristo, le sugiera la lectura del pequeño libro, escrito por Oscar Cullmann, titulado: "The Immortality of the Soul or the Resurrection of the Body: The Witness of the New Testament ," Este es un sumario del contenido de esta obra, escritor por el teólogo frances:

Prefacio"Ninguna otra publicación mío ha provocado tanto entusiasmo o tal hostilidad violenta. Exégesis ha sido la base de este estudio, y hasta el momento, ningún crítico de una amplia variedad de tipos ha intentado refutar mí por la exégesis".

IntroducciónLa idea ampliamente aceptada de 'La inmortalidad del alma' es uno de los mayores malentendidos del cristianismo. El concepto de la muerte y la resurrección está anclado en el acontecimiento de Cristo (como se muestra en las páginas siguientes), y por lo tanto, es incompatible con la creencia griega en la inmortalidad.

Capítulo 1: El último enemigoNada muestra mejor la diferencia radical entre la doctrina griega de la inmortalidad del alma y la doctrina cristiana de la resurrección de la muerte de Sócrates, en contraste con la muerte de Jesús.

Capítulo 2: La paga del pecado: la muerteLa creencia en la resurrección presupone la conexión judía entre la muerte y el pecado. La muerte no es algo querido por Dios, como en el pensamiento de los filósofos griegos; es más bien algo, anormal, en oposición a Dios.

Capítulo 3: El primogénito de entre los muertosa Cristo resucitado: es decir nos encontramos en una nueva era en la que se vence la muerte, en la que la corruptibilidad no es más. Porque si no es realmente un cuerpo espiritual (no un alma inmortal, sino un cuerpo espiritual) que ha surgido de un cuerpo de carne, luego de hecho el poder de la muerte está roto.

Capítulo 4: Los que duermenSe supera la muerte, pero no va a ser abolida hasta el final. Nada se dice en el Nuevo Testamento acerca de los detalles de las condiciones provisionales. Sólo escuchamos esto: Estamos más cerca de Dios.

ConclusiónLa enseñanza de los grandes filósofos Sócrates y Platón no puede de ninguna manera ser puesto en consonancia con la del Nuevo Testamento. Que su persona, su vida, y su rodamiento en la muerte pueden, no obstante, ser honrados por los cristianos como los apologistas del siglo II han demostrado.

Para tener una visualización del el castigo de los réprobos, condenados sufrir los castigos eternos, es necesario leer La Divina Comedia, de Dante, para que en la compañía de Virgilio, se transiten los nueve círculos del Infierno. Del Infierno no se puede salir, sin antes atravesar el desierto, donde la lluvia es de fuego, pera luego a la llanura de hielo de los traidores.

Es en la entrada del infierno, en el frontispicio, que en letras oscuras, el poeta lee estos versos:

Antes de mí no fue cosa creada

sino lo eterno y duró eternamente.

Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza.

Pero no todo está perdido, la fe del cristiano esta en fundada en la promesa de la bendita esperanza de la manifestación gloriosa de su Salvador en las nubes de los cielos, cuando lo mortal se vista de inmortalidad, y el aguijón del pecado, que es la muerte sea vencido. Entonces quedará desenmascarado Satanás, y todo el mundo sabrá, que nuestro amante Salvador no es un torturador implacable. Será cuando entenderemos, que el fin de los malvados, su aniquilamiento total, fue un acto de bondad y de amor.

 

 

Autor:

Humberto R. Méndez B

Santiago República Dominicana

[1] Apología de Sócrates, Pág. 22. Platón, Diálogos. Editorial Panamericana, 1998, Bogotá, Colombia.

[2] Apología de Sócrates, Pág. 34-35.

[3] Por entender que tomar la muerte con resignación, era un oficio de filósofos, fue que escribió en forma despectiva de los cristiano, el emperador filósofo Marco Aurelio: “¡Cómo es el alma que se halla dispuesta, tanto si es preciso ya separarse del cuerpo, o extinguirse, o dispersarse, o permanecer unida! Mas esta disposición, que proceda de una decisión personal, no de una simple oposición, como los Cristianos, sino fruto de una reflexión, de un modo serio y, para que pueda convencer a otro, exenta de teatralidad”. Meditaciones, Libro XX1. 3.

[4] Fedón o Del Alma, Pág. 426 y 427.

[5] Fedón, Pág. 477.

[6] Fedón, Pág. 477-485.

[7] Fedón, Pág. 446.

[8] Fedón, Pág. 463 y 464.

[9] Fedón, Pág. 475 y 476

[10] Fedro o Del Amor.

[11] Menón o Sobre la Virtud. Fue recuperado en Internet.

[12] Fedón, 447- 448.

[13] Fedón Pág. 482-485.

[14] Fedón, Pág.478 y 479.

[15] Fedón, Pág.432 y 433.

[16] Fedón, 435 y 436.

[17] Fedón, Pág.336 y 337

[18] Gorgias, o De la Retórica.

[19] La República, Libro X, Pág. La República, Libro X, Pág. 403-421. Editorial Panamericana, primera edición, 1993, Bogotá, Colombia.

[20] La República, libro tercero, Pág. 90 y 91.

Partes: 1, 2
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