- Prólogo
- El Comedor
- El Mate
- Las Comidas
- El Pan
- La Carne
- Los Postres
- Bebidas Usuales
- Condiciones Sanitarias
- Los Utensilios de mesa
- La comida del gaucho
- La Siesta
- Se fumaba mucho
- Provisión de Agua
- Obras Consultadas
Los europeos en general, aunque de manera preponderante los ingleses, fueron los que han aportado los más objetivos testimonios, acerca de los hábitos y costumbres de los porteños de esa época. Los mismas revelan un pleno conocimiento de su identidad y su contexto, teniendo la virtud de transmitirlo con reconocida honestidad, fidelidad, y, sin excluir a veces, veladas críticas en las que señalaban los elementos contrastes de ambas culturas.
Debemos agradecer tales testimonios, ya que son los únicos, que nos permiten adentrarnos en la intimidad de nuestros predecesores. Esta monografía reúne, en síntesis, algunas de tales descripciones originales, tanto como la de prestigiosos investigadores contemporáneos, que se han referido al tema que nos ocupa, de forma de introducirnos en la sociedad rioplatense, en tiempos de la independencia.
Hasta los primeros años del siglo XIX era simplemente una pieza completamente desprovista de todo adorno y de todo cuanto pudiera llamarse confort. Ello no impedía recibir al que llegaba a la hora de almorzar o cenar, con la afable hospitalidad, condición tan peculiar de nuestro país y, sin ruborizarse por falta de moblaje; ya que todos los de su época, eran iguales. Tal orientación era general, pues aún en familias en extremo pudientes, se preocupaban muy poco del adorno y arreglo de tales recintos. (1) Era un tiempo donde prevalecía la sobriedad y la sencillez.
En la segunda década del siglo (2) dio comienzo su transformación, ya que, progresivamente, fue derivando en un ambiente de gran relevancia, haciendo también las veces de sala de recibo.
Volviendo a los años de referencia, el lugar, era por lo general, un ambiente espacioso y lo parecía tanto más, por lo despoblado que se encontraba. En el centro, había una mesa de pino larga y angosta, pintada sí o no. En lugar de sillas, un par de bancos también de pino, colocados a los costados y una silla en cada extremo; una de los cuales, se cedía siempre, si lo hubiera, al huésped o invitado. La mesa era cubierta por un mantel de algodón (que algunos sostenían debía estar manchado de vino para que se conociese que era mantel, esta no contenía ni panera, salseras o ensaladeras, ni ningún otro utensilio, de los que se hicieron visibles años después en las mesas de los centros urbanos. El vino, (carlón, casi siempre), se ponía en una botella negra, y se tomaba en vaso, porque en esa época, nadie tomaba vino en copa; una jarra con agua, y eso creemos que era todo.
En las casas menos acomodadas, pero no tan absolutamente pobres que no pudiesen tener más, sino porque era costumbre, se servía el vino para todos en un solo vaso, o, en dos, cuanto más, recipiente que pasaba de mano en mano, y, por consiguiente, de boca en boca de los presentes.
Mientras se comía, lo que durante muchos años se hacía a las dos de la tarde, la puerta de calle permanecía cerrada, con la particularidad que estaba abierta todo lo restante del día, y hasta muy tarde en la noche. (3)
1) Afirmación de sentido general, pues, aunque raras, había excepciones; no obstante, aún familias en extremo pudientes se preocupaban muy poco del adorno y arreglo de los comedores.
2)Años en que gobernaba la provincia de Buenos Aires, el general Marín Rodríguez, 1821/23 siendo secretario de gobierno Bernardino González Rivadavia.
3) José A. Wilde, Buenos Aires desde 70 Años Atrás. Ps. 68/69. Editorial Universitaria de Buenos Aires 1960.
A principios del siglo XIX, el desayuno general era el mate cocido en taza o con bombilla, acompañándose a veces de un buen churrasco.
Nos cuenta Tomás Hoog en sus cartas a Inglaterra, sus peculiares impresiones acerca del uso del mate. Afirma que: "Una curiosidad propia de este país, es el té paraguayo que se bebe chupándolo por medio de un cañito de metal, de unas ocho pulgadas de largo: el líquido se pone en tazas de madera o en unas calabazas ahuecadas abiertas, de un diámetro no mucho mayor de una libra. La gente pudiente considera elegante adornar estas tazas con plata y oro, y, colocarles tres pies del mismo metal, he visto unas muy bonitas y artísticas. Es costumbre tomar esta bebida caliente, como el té, cuatro veces diarias: a la mañana, al mediodía, por la tarde y a la noche; pero la mayoría de las clases altas, solo toman chocolate por la mañana. Un solo recipiente se utiliza para todos los contertulios, es decir, es chupado por todas las bocas, inclusive la de los esclavos que se encargan de hacerlo. En muchas casas toman ese té, el cual se ha convertido en un vicio, como el de fumar, y al que se le atribuye tender a la obesidad."
"Cebar el mate tenía reglas, tales como la pulcritud, porque la bombilla debe ir limpia para el siguiente; y moderación, ya que era tácito no "gargarear", de manera de evitar que los demás tomaran el mate lavado" (1)
La difusión del mate, dio origen a un verso que se decía a los extranjeros, cuando eran reacios, o no conocían el uso general de éste. El verso decía:
Toma mate, che, toma mate, che;
Que en el Río de la Plata
No se estila el chocolate. (2)
1) Historia de la Vida Privada en la Argentina. Ricardo Ciccerchia, Ed. Troquel. Pg. 179
2)Tradiciones y Recuerdos de Buenos Aires, Ediciones Dictio 1981. Ps. 89/90
Se almorzaba entre la una y media a dos de la tarde, se merendaba a las cinco y se cenaba a las nueve de la noche. En las mesas, se ponían en el centro uno ó dos cántaros de plata del que se servían la bebida a los comensales. Los ingleses introdujeron la costumbre de poner un vaso o copa en cada asiento, de cambiar platos, a cada entrada y de brindar al final. (1)
Las comidas de antaño comenzaban generalmente por la sopa de fideos, de arroz ó de pan, a la que se agregaba uno o dos huevos cocidos por invitado.
Seguíale el puchero, con chorizos, verdura y garbanzos, acompañado de una salsa cocida o cruda de tomates y cebolla; la carbonada, que en verano llevaba choclo, peras o duraznos; el quibebe que era zapallo machacado, al que a veces, se le agregaban papas, repollo y arroz; el sábalo de río, frito o guisado; las empanadas y pasteles de fuente, con carne ó pichones; la humita en chala y el pastel de choclo; el asado de vaca a la parrilla ; la pierna de cordero mechada; el pavo relleno, engordado en la huerta de la casa, que se mandaba asar en la panadería próxima (costumbre que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX)
Eran también de consumo corriente las albóndigas de carne con arroz; el locro; las ensaladas de verdura; etcétera.
La verdura era escasa, pero abundaban el zapallo y la batata, los que, como la leche, provenían de las quintas próximas a la ciudad.
Las papas se traían de Estados Unidos, Francia, y más delante de Irlanda. Su uso se generalizó, incorporándose a nuestro menú, a partir de la predilección por parte de la colectividad inglesa que degustaban el beef-steak (bife de ternera) con papas y té; infusión que los porteños, lo mencionaban despectivamente como de agua caliente y de "remedio", pues durante muchos años, se vendía en las en las boticas.
Otro de sus compatriotas refiere lo siguiente: Los platos se servían en el siguiente orden: comidas de El mate, a menudo en la cama; a las ocho ó a las nueve, se sirve lo que llamaríamos nosotros el breakfast, que incluía un buen churrasco, el almuerzo era a las dos; entre las seis y las siete se tomaba mate, que suele ser seguido de una cena. La moda inglesa de almorzar a la una de la tarde y comer a las ocho ó nueve de la noche, aún no imperaba en esos años en nuestro continente. Se Bebía el vino en vasos grandes.
José A. Wilde también aporta su opinión acerca de los platos más usuales en la mesa de los porteños: El menú constaba de tres o cuatro platos. Helo aquí: Sopa de fideos, de pan y de fariña (5); puchero, desde el caldo limpio, hasta la olla podrida. Asado de vaca, carnero, cordero, aves, matambre; la carne de ternera poco ó nada se empleaba en la cocina del país. Guisos de carne, carbonadas, con zapallo, papas ó choclos; picadillos con pasa de uva, albóndiga con ídem, zapallitos rellenos y estofado con ídem; niños envueltos, tortillas, guisos de porotos, lentejas, chícharos etc.; ensaladas de chauchas con zapallitos, lechuga, verdolaga, papas, coliflor y remolacha; locro de trigo ó de maíz, humita en grano ó en chala; y algunos extraordinarios como carne con cuero, etc. ¡Gorditos y petisos nuestros antepasados, el general San Martín pasaba por un hombre alto y medía solo 1,72
1Tradiciones y Recuerdos de Buenos Aires, Manuel Bilbao, Dictio, pg.90
El pan es caro, (1) dos panes pequeños se venden a medio real. De acuerdo con la calidad de la harina, disminuyen de tamaño. El pan de la harina norteamericana es el mejor. El trigo del país por alguna causa insólita, falta de cuidados o cosechas deficientes, no llega a satisfacer la demanda. En la tarea de moler el trigo se emplean mulas.
1) En tiempos de la ocupación británica 1806, Alejandro Gillespie, un capitán que formaba parte de esa fuerza, confirma lo dicho, afirmando que "El pan en Buenos Aires es muy caro y ,de poco tiempo acá, apenas si para ser comprado. Buenos Aires y el Interior, A-Z Editora 1994. Pg.86
Fue, y quizás siga siendo un componente básico en el menú de nuestro pueblo. En aquellos años no era tan elogiada a causa de su abundancia, como lo fue con el paso del tiempo. Al respecto decía un inglés: "La carne de vaca es buena pero inferior a la nuestra, (1) y la manera que la preparan le confiere un sabor semejante al de carbón y leña, por cierto, bastante insípido. No les pasa por las mientes que puede usarse un espetón (asador) Mr. Booth, un inglés dueño de un almacén, es celebrado por sus almuerzos al estilo inglés.
La carne no se conserva en buen estado durante el verano, las reses deben ser carneadas el mismo día en que se consumen; en invierno se carnean la noche anterior. En Inglaterra se dejan pasar dos o tres días para que la carne se vuelva más tierna: aquí se emplea un procedimiento contrario -según me dicen- pues como no he sido dueño de casa, no tengo experiencia de estas cosas. La carne de cordero no es buena: se asegura que, en algunas estancias, las hay de mejor calidad, pero no he tenido la suerte de comprobar esta afirmación. Los criollos no aprecian esta clase de carne. Tan poco valían las ovejas, que se las mataba para usarlas como combustible en los hornos de ladrillo"
Además del Mercado principal, hay otros en diferentes partes de la ciudad; también se vende la carne en carros que se detienen en cercados y terrenos baldíos, constituyendo carnicerías ambulantes. Algunos años atrás decía Concolorcorvo "La carne es de tanta abundancia que se lleva en cuartos a carretadas a la plaza, y si por accidente se resbala, como he visto yo, un cuarto entero, no se baja el carretero a recogerlo, aunque se le advierta, y auque por casualidad pase un mendigo, no la lleva a su casa para que no le cueste el trabajo de cargarlo" (2)
1) De Cinco Años en Buenos Aires, Pag 101
2) De El Lazarillo de ciegos Caminantes. Pg. 43. Memoria Argentina Emecé, Bs As. 1997
Un matadero
Eran igualmente sencillos: la mazamorra, el arroz con leche, la yema quemada, las torrejas, los pasteles de dulce de leche ó membrillo, la sidra callota, batata y zapallo, cuajada, natilla, bocadillos de papa o de batata, dulces de toda clase en invierno, y fruta de toda clase en verano.
Algunos viajeros ingleses, que indudablemente, han dejado las mejores memorias de esta época, afirman que la vida en Buenos Aires es más cara y menos cómoda que en Inglaterra.
Las clases populares urbanas eran adictas a la bebida, era una suerte de evasión el consumo de calorías baratas que ofrecía el mercado; y tal vez no fuera el único, de tal censurable tendencia. Se bebía en promedio, cerca de un litro de vino del país por día y medio de aguardiente. Las tropas de mulas que transportaban tales productos, procedían de San Juan en barriles de vino fuerte, imitación del Madeira, muy claro, y con mucho aguardiente. Se estima que se internaban en Buenos Aires, cerca de 8.000 barriles mensuales. (8) Félix de Azara dice" Beben el aguardiente en un vaso grande y convidan a los presentes, (Este ritual se consumaba en las pulperías y almacenes) pasando de mano en mano y repitiendo las "vueltas", y, entre todos, devolviendo gentilezas hasta que la falta de dinero señalaba el fin de las libaciones. Los pulperos protegían su integridad y la del negocio con rejas (1) para ponerse a cubierto de eventuales excesos de parroquianos "pasados de vueltas". ¡Ah!, se tomaba como una desatención, no beber siendo convidado. (1)
Vinos de todas clases, Oporto y Madeira se venden a un peso la botella; el champagne cuesta un peso con cincuenta. Hay un vasto surtido de vinos franceses y españoles, el más corriente es el vino de Cataluña o, como se dice, vino carlón comprado a dos o tres reales la botella y que, está muy lejos de ser desagradable.
La producción nacional es escasa: el vino de Mendoza es dulce, y sabe a nuestros vinos caseros. La cerveza es un lujo, el sabor que posee la embotellada no tiene la que tiene los barriles de Londres. La champaña, no figuraba entre sus preferencias, pero se bebía buen tinto español, el priorato, carlón, jerez y oporto. El del país era malo. Se llamaba "mistol" al mosto cocido diluido en agua.
1) "Detrás de la reja, señal en la pampa del odio eterno entre los que compran y los que venden …" R.B. Cunninghame Graham, Temas Criollos, pag. 79. Emecé, Bs. As. 1984
2)"Cuando un extranjero entra en una taberna (pulpería) donde hoy un gaucho, este le ofrece siempre un vaso de aguardiente, pero es mediante la persuasión, que el extranjero le aceptará dos. Si el gaucho no le hace esa demostración de cortesía, el extranjero puede estar seguro de que sospecha que posee una suma de dinero, y ese hombre feroz planea asesinarlo. En lo demás es muy hospitalario, nunca deja de ofrecer su mesa al extranjero; mientras tanto, éste debe estar prevenido sobre las demostraciones de bienvenida" J.B. Douville en "Viajes a Buenos Aires 1823 y 1831". Emecé 1884. Pg. 126
A través de una somera observación se advierte que los alimentos que se consumían durante los meses de verano, estaban expuestos a su alteración con el riesgo que implicaba la carencia de protección adecuada. Si a esto se agregan, los comerciantes poco escrupulosos que vendían sus productos sin ninguna clase de precaución, que los preservara de descomposiciones microbianas, tenemos factores importantes que contribuyen a envenenar el organismo humano de toxinas que encuentran campo propicio en el intestino, y son causas del malestar general que sufre la población, la cual, recurre a drogas para su curación, sin buscar la verdadera causa que lo origina. En el cabildo colonial, había un funcionario llamado fiel ejecutor que tenía a su cargo las funciones de controlar el estado de los alimentos, siendo proverbial su severidad cuando encontraba alimentos o frutas alteradas o verdes. Sin embargo, la ventaja comparativa respecto a nuestro presente, estaba dada en que los alimentos consumido entonces, eran frescos y naturales, carentes de los mecanismos a que son sometidos ahora en frigoríficos, en cuyo proceso, se pierden buena parte de sus nutrientes. Su inferior expectativa de vida, la causaban otras variables, fundamentalmente los excesos, tal como se desprende de sus copiosos condumios y, ciertamente las epidemias.
Su carencia en tal sentido era notable en los centros urbanos, y se agudizaba en la campaña donde según Azara (1) que había llegado al Río de la Plata en 1781, decía, con relación a esto último: "un barril para depositar el agua, un cuerno para beberla, asaderas de palo para cocinar la carne, un recipiente para calentar el agua del mate y la cabeza en esqueleto de una vaca para sentarse" Esa carencia fue reparada de forma paulatina fundamentalmente en los centros urbanos con la apertura del comercio libre en Buenos Aires establecido por el virrey Cisneros a partir de 1809.
1)Félix de Azara, 1746-1821, Erudito, científico naturalista, cartógrafo y geógrafo español. Arribó a Buenos Aires en 1778 con la comisión responsable de establecer los límites entre Portugal y España en Sud América.
Su alimento básico era la carne vacuna y, la de los animales silvestres que abundaban en la pampa, el pan para ellos era un lujo. Como no tienian hornos se veían obligados a asar la carne en estacas clavadas en el suelo. Al respecto afirma un viajero inglés: Me agradaría que hiciesen lo mismo en Buenos Aires; comería yo la carne entonces con más apetito, y continúa diciendo: el verdadero "roast-beef" es el que aderezan esos gauchos. "En el medio urbano lleva una vida miserable, vive en un pobrísimo rancho. Come los restos del matadero, la limosna de la casa solariega. El trabajo es inútil, todos los oficios a su alcance están ocupados por los siervos. A menudo roba para poder comprar una mujer a los indios. Si el dinero no le alcanza, la compran entre varios. Las relaciones familiares así formadas. se llamaron aparcerías. A pesar de tanta miseria, la situación alimentaria no parece haber sido seria, debido a la gran cantidad de carne disponible (1)
1) Antonio Elio Brailovsky y Dina Foguelman. Memoria Verde, pag. 60/61. Editorial Sudamericana, Bs. As. 1993
Afirmaba Jorge A. Wilde refiriéndose a ese hábito de los porteños de esa época: "Inmediatamente después de comer, se dormía la siesta, a ella se entregaba toda la población, si exceptuamos lo muchachos que daban ímprobo trabajo a sus madres para conseguir que durmiesen; y cuando obtenían éstas, que aquellos hicieran un simulacro, de siesta, apenas la madre se dormía, se escurrían e iban a hacer sus travesuras dentro y aún fuera de la casa, saltando las paredes del vecino y cayendo al huerto a robar fruta. Cuando la gente dormía, las puertas se cerraban y las calles quedaban desiertas, circunstancia probablemente, que indujo, según se cuenta al doctor Brown, a decir: "en las calles de Buenos Aires no se ven, en las horas de la siesta, sino los perros y los médicos". P. 173
La siesta era cuestión de muchas horas para algunos; y en aquellos tiempos, en que la vida era fácil para todos, y poco había que afanarse, no faltaba quien dijese "Ayer me acosté a echar mi siestita, y dormí hasta la oración (17 horas) tomé mi mate, y volví a dormir hasta hoy, sol alto" Íbidem. ¡¡¡Que tiempos, y que vida!!!
"Fumar cigarros es muy general entre hombres, mujeres y niños – excepción hecha de las señoras de buena familia – aunque no falta quien asegura que, en secreto, se permiten el lujo de un cigarro. En los hombres me agrada, y el placer que parecen experimentar fumando, me han hecho lamentar repetidas veces el no haber adquirido ese vicio. Se ven chicos de ocho, nueve, y diez años fumando. (1)
Si, ¡y mucho! En la clase baja era sin recato; cuenta Wilde (2) "que, veían se mujeres fumando con toda desenvoltura en las puertas de calle. En la clase media se empleaba siempre algún disimulo, pero no era raro sorprender a la señora de la casa, y aún a sus amigas sentadas en el patio, en una tarde de verano, medio encubiertas, por alguna frondosa planta, con un enorme cigarro, (3) que trataban de ocultar a la entrada súbita e inesperada de algún inoportuno, quien aparentaba no haberlo notado, a pesar de estar ellas envueltas en una densa nube de humo. Las de más alta jerarquía lo hacían con todas las precauciones del caso.
1) De Un inglés, Cinco Años en Buenos Aires. P. 78, Solar Hachette. Bs. As. 1962
2) José A. Wilde, Buenos Aires, desde 70 años atrás, Editorial Universitaria, 1960, Pag. 166
3) El cigarro que se usaba era el de hoja, de tabaco paraguayo, correntino, etc. Y hecho en el país.
El agua para el consumo de la población, se tomaba como hoy, del Río de la Plata; pero de muy diferente modo, no como aguas corrientes. El de los pozos de balde, cuya profundidad varía entre
los 18 y 23 varas, y es, por lo general, salobre e inútil para casi todos los usos domésticos.
Se señalaba por la autoridad, el punto de donde los aguateros debían sacar su provisión del río, pero esta disposición era burlada frecuentemente, pues, cada uno, sacaba de donde más les convenía, aun cuando estuviese revuelta y fangosa.
El agua, raramente se encontraba en estado de beberse cuando recién llegaba del río: en verano expuesta a los rayos de un sol ardiente, no solo en el río, sino en su tránsito por la ciudad, se caldeaba de tal modo que era imposible consumirla. Más, luego de permanecer por más o menos tiempo en tinajas o barriles en que en las casas se depositaba, se decantaba y se hallaba en condiciones de poder tomarla.
"El aljibe era entonces, un valioso recurso, auque solo lo disfrutaban las familias principales tienen grandes y profundos aljibes en los patios, revestidos interiormente de ladrillos y argamasa, que reciben por caños y canalones toda el agua caída sobre sus azoteas. El agua que reciben los aljibes es clara como el cristal, fría como el hielo y muy agradable en las horas de calor si se mezcla con un poco de vino" Cartas de Sudamérica. J.P. y W. P. Robertson. P. 325. Emecé 2000.
El reparto de agua del río se hacía a través de la carreta aguatera, la cual era tirada por dos bueyes. El aguatero, que por supuesto, usaba las mismas vestimentas que el carretillero, el carnicero, el carnerero, etc. Es decir: poncho, chiripá, calzoncillo ancho con fleco, tirador y demás pertrechos, era hijo del país, y ocupaba su puesto sobre el pértigo, provisto de una picana (1) y una macana (2) con que hacía retroceder o parar a los bueyes, pegándoles en las astas. Como es de suponer, con los pantanos y el mal estado, en general de las calles, estos pobres animales, tenían que sufrir mucho.
El Cencerro, iba colocado pendiente de un estacón de naranjo, u otra madera fuerte, ceñidos a ambos lados entre sí, y en su extremo superior, por una soga de la que pendía una campañilla o cencerro que anunciaba la aproximación del aguatero.
1) Caña con un clavo agudo en el extremo
2) Trozo de madera dura
A.P.R.
Septiembre de 2016
J.B. Douville: Viajes a Buenos Aires 1826 y 1831
José A. Wilde: Buenos Aires desde 70 años Atrás
Un inglés: Cinco Años en Buenos Aires
Ricardo Cicerchia: Historia de la Vida Privada en la Argentina.
Manuel Bilbao: Tradiciones y Recuerdos de Buenos Aires.
Alejandro Gillespie: Buenos Aires y el Interior.
Andrés Carretero. Vida Cotidiana en Buenos Aires.
Jorge Fonderbrider: La Buenos Aires Ajena
Antonio E. Brailovsky y Dina Foguelman: Memoria Verde
R.B. Cunninghame: Graham, Temas Criollos
Enrique Germán Hertz: Historia del Agua en Buenos Aires
J.P. y W.P. Robertson: Cartas de Sudamérica. Emecé, Bs. As. 2000.
Autor:
Alberto Pereira Ríos