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En el nombre de Dios, el Clemente y el Misericordioso (página 5)


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La Verdad íntima de Allah

(su Dzât) y su Misterio insondable (su Ulûhía) son ofrecidos al musulmán como un gran desafío, como si fueran un océano inabarcable en el que sumergirse para saborear su grandeza infinita o bien son como un desierto desolador en el que perderse, sin más. Su disimilitud, su desnudez, su carácter completamente abstracto e indeterminado, su pureza absoluta (Tançîh), son lo único que puede ser dicho de modo categórico: todo lo demás serán indicaciones auxiliares, pero deberemos impedir que contaminen la claridad del Tançîh. Sólo así, con esa herramienta infalible, daremos pasos seguros sobre la senda que conduce hasta Allah. Se llama Tançîh al proceso con el que el musulmán va despejando lo que significa Allah de toda adherencia que suponga cualquier límite a su Señor, profundizando y avanzando en el Tawhîd, en la Reunificación ante sí de su meta última, completada con su propia reunificación ante Allah.

Ahora bien, el Tançîh entraña un peligro: el de hacer a Allah tan remoto que lo desvincula de la realidad y lo convierte en algo amorfo y distante, una nebulosa ajena a nosotros. Daría la sensación de que estamos al margen de Él y no implicados en su Poder, su Voluntad y su Ciencia, lo que nos llevaría a un dualismo (lo sagrado y lo profano) irreconciliable con el Tawhîd, y nos apartaría de la Unicidad, excluyendo nuestro mundo. Ese extremismo del Tançîh acaba haciendo de Allah algo impugnable, pues no sería más que el resultado de un ejercicio intelectual que no nos da la idea de su oceanidad: Allah es la Verdad (al-Haqq), es algo siempre más radical.

Para solucionar esta cuestión deberemos hablar de la relación de Allah con sus criaturas (es decir, deberemos hablar de sus Cualidades -Sifât- y de sus Actos -Af‘âl-), y para ello usaremos un lenguaje inteligible aunque equívoco porque sugiere que Allah es, en cierta medida al menos, equiparable al ser humano. A esto se le llama Izbât as-Sifât, Afirmación de las Cualidades. Diremos entonces que Allah oye, ve, habla, quiere,, apoderándose de nuestro mundo,… pero rompemos la representación antropomorfizadora que hay en estos términos afirmando la hegemonía del Tançîh.

Por tanto, el Tawhîd consiste en una doble operación. Con la primera evitamos cualquier antropomorfización, y con la segunda cualquier anulación del Señorío. Ambos extremos erróneos se han dado: primero, el tashbîh (la comparación de Allah), que deriva de un uso ingenuo de los términos comunes entre Allah y el ser humano, y en segundo lugar, por otro lado, el ta‘tîl, la anulación de su Presencia, que es la negación de sus Cualidades y Actos (por miedo a la antropomorfización) con lo que se convierte a Allah en un simple concepto filosófico o teológico, etéreo e ineficaz, sagrado (es decir, separado de la realidad profana) y ofrecido sólo a la contemplación mística o a la especulación filosófica. La primera de estas dos desviaciones origina la idolatría grosera de los pueblos, la segunda está en la raíz de la idolatría metafísica de las élites intelectuales.

El Corán expresa así el equilibrio: "Nada se asemeja a Él…", oponiéndose a las comparaciones, "…Él oye y ve", oponiéndose al ta‘tîl. Lo correcto, lo que conjuga todos los aspectos, es la síntesis de ambos polos (el ÿam‘), la reunión en un mismo punto del Tançîh antiidolátrico y la afirmación integradora de nuestra existencia en la supeditación al Ser Absoluto.

wa lâ shái-a yú‘ÿiçuh*

y nada lo incapacita…

Nada influye en Allah, nada lo condiciona, nada lo vence, nada hay por encima de Él que pueda imponerle algo. Nosotros somos incapaces ante Él, no podemos poseerlo, abarcarlo ni limitarlo, no podemos controlarlo ni concretarlo en nada, no podemos ni pensarlo. Él sí nos encierra, nos domina, nos rige, a nosotros y a todo lo que existe, porque Él es la Verdad Absoluta y el Ser Real, el de Poder Configurador, el de Saber Abarcador, el de Voluntad Reductora.

Esta combinación que lo hace infinitamente remoto en su Esencia (su Dzât) y en su Secreto (su Ulûhía), y lo concibe a la vez como Señor inmediatamente presente, más cercano a nosotros que nosotros, es la expresión de su Plenitud (Kamâl). Nuestra existencia, sometida a ese Misterio, es el espacio en el que se realiza su capacidad infinita. Por ello es posible la designación de Allah por sus Cualidades y Actos, magnificados por su Verdad Inaccesible y no reducidos a nuestro entendimiento limitante.

Esta conjunción de Profundidad y Presencia es su Poder Determinante (Qudra). El Corán dice: "Allah tiene Poder sobre todas las cosas", "Allah es Determinante de todas las cosas", "Nada se opone a Allah ni en los cielos ni en la tierra. Él es el Absolutamente Sabio y Poderoso", "Su Trono engloba los cielos y la tierra, y no le pesa preservarlos. Él es el Elevado, el Inmenso". Su Poder es su Verdad Absoluta en una acción creadora de la que derivamos y en la que estamos integrados.

Ésta es la interrelación en la que queda completado el círculo de la existencia y todo queda conjugado en el Uno-Único: su Rubûbía (el Señorío) y nuestra ‘Ubûdía (la subordinación). Él nos ha creado y estamos sujetos a Él, en toda la Grandeza de la Verdad, en cada instante. Nada se le impone y Él se impone a todo, ninguna voluntad lo doblega, nada escapa a su Presencia, y su Querer lo somete todo. La contundencia de su Poder configura cada realidad, cada instante, cada fenómeno, pero nada llega a Él, nada lo roza, nada lo aprisiona, nada lo condiciona, nada coarta su Libertad Absoluta.

wa lâ ilâha gáiruh*

Y no hay ilâh, salvo Él…

Esto resume lo anterior y es el resultado del proceso desidolatrizador. El término ilâh designa lo singular, lo impensable, lo poderoso, lo eficaz, lo caracterizado por la Ulûhía (el Misterio insondable de la Libertad Absoluta)… pues bien, no hay más ilâh que Allah (lâ ilâha illâ llâh): ésta es la puerta del Islam. Con este reconocimiento (shahâda) empieza la auténtica rendición del ser humano ante su Señor.

Toda la realidad, todo lo que vemos, oímos, imaginamos o podemos representarnos de un modo u otro, todo ello carece de esas cualidades infinitas de las que se ha hablado desde el principio, y por tanto no son la Incógnita Absoluta que está en todos los orígenes, sostiene cada realidad, la gobierna y la reconduce hacia Sí con la muerte. Nada es Allah. Cuando el hombre se rinde o se somete a cualquier ídolo, a cualquier dios que invente, cuando acepta como su señor a un semejante o a una circunstancia, cuando se doblega o sobrecoge ante un concepto o un deseo, se está rindiendo a lo que no es Allah, a lo que no tiene las cualidades vertebradoras de nuestra existencia, y se está confundiendo de orientación. Nuestras envidias, recelos, rencillas, nuestra avaricia y cobardía, todo ello viene de nuestra cortedad ante Allah: somos incapaces de imaginárnoslo. Si lo hiciéramos, todos nuestros fantasmas se desvanecerían necesariamente y pasaríamos a confiar en la Verdad que rige cada instante y seríamos relanzados por espacios abiertos. El germen de toda mediocridad y vileza es la idolatría.

El hombre diviniza todo lo que le apabulla. Por ello ha convertido en mitos y dioses a reyes, a profetas, a santos y a ángeles, a fenómenos de la naturaleza, a demonios que le obsesionan, a circunstancias que lo quiebran, a esperanzas con las que sueña, a ilusiones que lo confunden, a ambiciones que le atormentan,… y se someta a todo lo que cree que tiene poder o influencia. El Islam está en contra de todo eso: "Sólo hay fuerza y poder en Allah".

El hombre inventa áliha (plural de ilâh), es decir, sustitutos de la Verdad y en los que imagina que está contenido lo incontenible. Se trata de intentos de abarcar lo que en esencia es huidizo, esa intuición primordial que presiente en su corazón. Es el afán por controlar aplicado a lo trascendente. El hombre intenta atrapar el Poder. El Islam ataca esa inclinación del ser humano para enfrentarlo con la desnudez del ilâh Verdadero, de la Realidad que es verdaderamente apabullante porque es la que articula la realidad y no es reducible ni concebible más que en la anulación de los dioses, ya sean ídolos o conceptos abstractos, ya sean materiales o espirituales, ya sean terrores o aspiraciones, ya sean burdos o idealizados. Ante Allah sólo cabe el Islâm, la rendición, la taqwà, el auténtico sobrecogimiento, y el Ijlâs, la sinceridad pura, la intención liberada de mediocridades.

La expresión lâ ilâha illâ llâh, no hay más ilâh que Allah, es perfecta y lo resume todo. Quiere decir que no hay ilâh (algo verdadero, poderoso, eficaz) más que Allah, el Uno-Único, el Irrepresentable. La primera parte de la frase es una negación (nafy) que nos invita al Tançîh, a deshacernos de nuestros dioses, a dejar atrás el intento de dar configuración a eso que está en la raíz de todo, de cada criatura y de cada acontecimiento. Una vez culminado ese proceso antiidolátrico estamos en condiciones para asomarnos al Infinito.

Por ello, la segunda parte de la frase es una afirmación (izbât): "…más que Allah", …sólo Él,… y que nos envuelve en la Grandeza de una Verdad cuya magnitud no podemos calibrar ni limitar y por ello nos envuelve, se apodera de nosotros y nos engulle. En esa Inmensidad que sigue a la desidolatrización, descubrimos, fascinados y penetrados por la Verdad, lo que quiere decir el Nombre Allah. Mientras tanto, por mucho que queramos, por intensos que sean nuestros esfuerzos y profundas nuestras reflexiones, no lograremos vislumbrar lo que significa el Ser Absoluto. Es necesaria, por tanto, una purificación: no se accede de otro modo a Allah. Al igual que los recogimientos del musulmán ante su Señor van precedidos de abluciones, acercarse a la Verdad de Allah exige de un ejercicio previo, requiere un profundo acto demoledor de todo aquello con lo que queremos determinarlo, incluso inconscientemente. Sólo así estamos habilitados para entrar en su espacio privado (su Harâm) sin contaminarlo con nuestros prejuicios.

Por todo ello, la frase lâ ilâha illâ llâh es perfecta. Afirmar simplemente la Unidad de Allah es insuficiente. La afirmación de Allah debe ser el resultado de una peregrinación en la que se van dejando atrás las trabas que nos impiden realmente entender lo que es esa dimensión irrepresentable: "No hay ilâh, sólo Allah". Sólo tras la primera operación se conoce a Allah y sólo entonces se le certifica porque ante el musulmán su Señor pasa a englobarlo todo, a penetrar en todo, a manifestarse en todo, siendo lo verdaderamente irrefutable, tal como dijo el Profeta (s.a.s.) -repitiendo la estructura de la frase que hemos analizado (la shahâda)-: "No des testimonio más que de lo que tiene la claridad del sol", y Allah es, en realidad, lo que tiene un resplandor superior al del sol cuando son apartadas las nubes. Allah brilla en el cielo despejado de su siervo.

qadîmun bilâ btidâ* dâimun bila ntihâ*

Antiguo, sin principio; Eterno, sin final…

Allah no es descriptible: las palabras son insuficientes. Pero hay que utilizarlas para iluminar nuestro mundo, construido sobre conceptos. Pero hay que hacerlo con delicadeza (adab) para evitar efectos distorsionadores. Por ello se aconseja atenerse a las expresiones de los profetas. El Corán dice: "Tu Señor -el Señor del Amor Propio- está muy por encima de las descripciones (que hacen de Él los hombres). ¡Paz a los profetas y alabanzas a Allah, Señor de los Mundos!". Con esto, Allah se declara al margen de lo que digan los seres humanos, y sólo acepta los términos que Él ha revelado a sus mensajeros, que son palabras de paz para los corazones y sendas hacia Él. En las enseñanzas de los profetas no hay pretensiones especulativas sino pistas para los sinceros. En ellas hay claves para los que se purifican, no para los que buscan entretenerse y satisfacer simplemente su curiosidad o su vanagloria. Por ello, es importante limitarse a esas revelaciones que van dirigidas a la Fitra, a la naturaleza primordial del ser humano, a la espontaneidad de su corazón, donde encuentra correspondencias a un nivel mucho más profundo e iluminador que el que permite la satisfacción en los juegos de palabras.

Allah no tiene principio (ibtidâ) ni final (intihâ). Es Antiguo (Qadîm) sin orígenes, y es Eterno y Permanente (Dâim), absolutamente Constante, sin interrupción, sin variación y sin final. Para esa Incógnita que nos precede y nos sigue cuando morimos -cada uno de nosotros y la existencia en su conjunto- no hay tiempo: el tiempo es nuestro límite, pero para Él no hay condiciones. Allah es el Creador del tiempo. El Corán nos dice: "Él es el Primero y el Último". El tiempo está inserto en la Verdad, pero no la contiene. El Profeta (s.a.s.) dijo: "Allah: Tú eres el Primero y no hay nada antes de ti, y Tú eres el Último y no hay nada después de ti".

Éstas son intuiciones del corazón en consonancia con las palabras de los profetas que invitan al ser humano a despojar de límites esa Verdad y sumergirse en sus connotaciones, saboreando ese Poder anterior a todo lo que existe, que soporta cada instante de lo que existe, que transciende todo lo que existe, que permance cuando nuestro mundo se esfuma en su precariedad.

El No-Principio y el No-Fin son palabras para designar la perplejidad que sobrecoje al ser humano cuando reflexiona sobre las dimensiones del Ser y encuentra que el encadenamiento y la sucesión de todo lo creado alcanzan un límite, en sus orígenes y en su final, que tiene en ambos extremos el infinito de un Abismo Irrepresentable. En esa conclusión descubre que su existencia y la del universo es un instante en medio de un Océano que supera lo que puede concebir. Entonces Allah se le presenta llenando esa Eternidad en la que estamos instalados. Eso que es Infinito es el soporte de nuestro momento efímero. Y entonces la razón empieza a dar vueltas en torno a ese Eje inconcebible y da fe de esa grandeza presentida en lo hondo de su meditación.

lâ yafnà wa lâ yabîd*

No se extingue ni tiene ocaso

Con esta precisión, el autor de la ‘Aqîda quiere subrayar el carácter eterno de Allah: Él no muere, mientras que todo lo que existe acaba aniquilado. La muerte es creación suya, y no está por encima de Él. Al contrario, Él tiene absoluto dominio sobre ella. El Corán dice: "Todo lo que hay sobre la tierra es transitorio y se desvanece, y sólo permanece inalterable la Faz de tu Señor, el Poseedor de la Majestad y la Nobleza". Allah es el Uno-Eterno, el Abismo Infinito, y está fuera del tiempo, absolutamente incondicionado. Allah no es afectado por ninguna aniquilación ni es exterminado por nada. Todo esto hace nacer en nosotros el desconcierto ante la Verdad en la que exisitimos y a la que nos estamos asomando.

wa lâ yakûnu illâ mâ yurîd*

Y sólo es lo que Él quiere…

El Profeta dijo: "Lo que Allah quiere que sea, es; y lo que no quiere que sea, no es". Estas palabras contienen la ruptura definitiva con el mundo de la idolatría. El Corán dice: "No queréis hasta que Allah quiere". Todo en la existencia plasma únicamente la Voluntad (Irâda) de Allah, Señor de los Mundos. Nada es contrario a su querer, nada escapa a su deseo, nada se opone a su decisión, nada se sostiene ante Él. En realidad, no hay más Voluntad que la suya. Con esto nos sumergimos definitivamente en el Océano de la Unidad y en la paz más reconfortante. Ésta es la clave que nos sitúa por completo en el Universo de Allah, demoliendo nuestras ficciones.

Hemos hablado de la Dzât de Allah (de su Esencia) y hemos afirmado su Unidad (Wahdânía) y le hemos negado socio (sharîk), rechazando de entrada toda forma de idolatría, asumiendo la inasequibilidad de su Secreto, negándonos a representarnos esa Incógnita. Y también hemos hablado de sus Cualidades (Sifât) llevándolas al infinito y situándonos entre dos posturas: la de quienes las niegan y separan a Allah del mundo, y la de quienes interpretan esas Cualidades de modo ingenuo y antropomorfizan a Allah. Gracias a las Cualidades sabemos que Allah -Remoto e Infinito- es, a la vez, Presente e Inmediato, embargándonos de un modo inexpresable.

Nos queda por hablar de sus Actos (Af‘âl), que son ‘nuestra existencia’, y asentarnos en la Unidad en lo que se refiere a este asunto, en el que también, como veremos, se dan dos extremos opuestos. Para adentrarnos por este resbaladizo terreno -el más cercano a nosotros- deberemos primero relativizar nuestros valores y anularlos en la Grandeza de Allah, agigantando nuestros criterios en las inmensidades de la Verdad, que siempre está mucho más allá de nuestras espectativas, convicciones, contradicciones o esperanzas.

Todo cuanto tiene realidad y hechura es obra de Allah. Existen el bien y el mal, lo que nos gusta y lo que nos disgusta, lo que nos enamora y lo que nos aterroriza, lo que nos satisface y lo que nos frustra, lo que nos conmueve y lo que nos hace rebelarnos,… todo existe en medio de razones que se nos escapan y a las que ineludiblemente estamos sometidos. Hay, por tanto, infinitos opuestos, y tienen realidad. Y es Allah el que realiza las cosas.

La fuerza con la que se impone la Realidad es el Poder Determinante de Allah (Qudra). La contundencia del mundo es signo de la Presencia Inmediata de la Verdad. Nada tiene origen fuera de Él, nada es expresión de lo que no sea su Voluntad (Irâda), por mucho que nos contrarie. Es más, aquello que nos contraria, lo que escapa a nuestro gusto, a nuestro entendimiento y a nuestro control, es manifestación de la Preeminencia de Allah, es señal del cumplimiento de una Voluntad que no depende de nosotros. En cada extremo, Allah se da a conocer. Con lo bello y agradable, Allah se hace amar. Con lo terrible, Allah rinde al hombre. Ante lo terrible el hombre descubre su impotencia e intuye a su Verdadero Señor Irreductible. Abatiendo ante Allah su estandarte, el musulmán fluye con la Voluntad verdadera en la que descubre el secreto que lo mueve en lo más íntimo, el misterio creador de su realidad. Ante Allah claudica la ficción, y lo auténtico emerge desbordándose a través del que ha renunciado a su fantasma para pasar a existir en el Querer que mueve, desde lo recóndito, a la molécula y también al astro imponente. Con ello, el ser humano no pierde ‘voluntad’ sino ‘supuestos’: en lo más hondo de sí se reencuentra con la Voluntad Una que lo hace ser realmente.

El Tawhîd

Es el esfuerzo por alcanzar el sentido más puro de la Unidad, y nos exige negar toda influencia y decisión que no sean de Allah Uno. Esto nos lleva a afirmar el Decreto (Qadâ) y el Destino (Qádar). Todo está predeterminado (maktûb), es decir, tiene orígenes remotos: lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, lo amable y lo terrible. Todo, cada instante, cada acontecimiento, está asentado sobre una eternidad fecunda.

Es la palabra (Kalima) primordial de la creencia absoluta en la Unidad de Dios, predicada por todos los mensajeros.

En el Sagrado Corán se habla de la predicación de Noé -la paz sea con él- a su pueblo:

"Por cierto que enviamos a Noé a su pueblo, diciéndole: " ¡Amonesta a tu pueblo, antes de que les azote un severo castigo!". Dijo: " ¡Oh pueblo mío!, por cierto que soy un amonestador fidedigno para vosotros: ¡Adorad a Dios,- temedle y obedecedle! El olvidará vuestras faltas y os tolerará hasta un limite prestablecido; porque cuando caduque, el término de Dios no será postergado. !Si lo supiéseis¡". (Sura 71, aleyas 1-4)

Del mismo modo, el profeta Hud -la paz sea con él- dice a su pueblo:

También enviamos a los adíes a su hermano Hud quien les dijo: " ¡Oh pueblo mío! ¡Adorad a Dios, porque no tenéis más Deidad que El! ¿No le temeréis?. Pero los magnates incrédulos de su pueblo dijeron: "Ciertamente, vemos en ti necedad y pensamos que eres uno de tantos embusteros". (Sura 7, aleyas 65, 66)

Dijeronle:

"¿Has venido, acaso, para hacernos adorar sólo a Dios y abandonar todo lo que adoraban nuestros padres?"¡Haz, pues, que se cumplan tus amenazas, si eres de los sinceros!. Les dijo: "Ciertamente pronto os azotarán el castigo y la indignación de vuestro Señor! ¿Osaréis disputarme a causa de nombres que Inventásteis, vosotros y vuestros padres, a quienes Dios no había revelado autoridad alguna? ¡Aguardad, pues, el castigo, que yo también aguardaré con vosotros! ". (Sura 7, aleyas 70, 71 )

Se relata en el Sagrado Corán que cuando Abraham vio que su pueblo adoraba a los ídolos como si fueran dioses, les dijo:

"Por cierto que no somos responsables de vosotros y de cuanto adoráis en vez de a Dios. Renegamos de vosotros, y, desde ahora, comienza para siempre entre nosotros y vosotros la enemistad y el odio, a menos que creáis sólo en Dios". (Sura 70, aleya 4)

También Moisés -la paz sea con él- predicó a su pueblo para que adorasen al Dios único y rechazaran al Faraón como dios. Dios dice en el Sagrado Corán acerca de lo sucedido entre el Faraón y Moisés:9

Dijo le Faraón: "¿Quién es el Señor del Universo?". Le contestó: "Es el creador de los cielos y de la tierra y de todo cuanto hay entre ambos, si estáis persuadido". Faraón dijo a los circundantes: "¿Habéis oído?". Moisés le dijo: " ¡Es vuestro Señor y el Señor de vuestros primeros padres!". Dijo Faraón: "ciertamente que el mensajero que os ha sido enviado, es un loco". Moisés dijo: "Es el Señor del Levante y del Poniente y de cuando existe entre ambos, si razonáis". Faraón añadió: "Si adoras a otro Dios que no sea yo, te contaré entre los encarcelados! ". (Sura 26, aleyas 23-29)

En cuanto a Jesús -la paz sea con él-, Dios nos dice en el sagrado Corán que predicó a su pueblo para que adorasen al Dios único.

"Y acuérdate de cuando Dios dijo: " ¡Oh Jesús, hijo de María! ¿Fuiste tú quien dijo a la gente: Tomadme a mí y a mi madre por dos divinidades en vez de Dios". Dijo" ¡Glorificado seas! Es inconcebible que yo diga lo que, por derecho, no me corresponde: Si lo hubiera dicho lo habrías sabido; tú sabes lo que hay en mi alma, pero yo no sé lo que hay en tu alma. Ciertamente, tú conoces lo oculto." No les he dicho sino lo que me has ordenado: " ¡Adorad a Dios, mi Señor y el vuestro!". Y mientras permanecí con ellos fui su testigo; más cuando me llevaste, fuiste Tú su único observador; porque Tú eres testigo sobre todas las cosas. Si Tú les castigas es porque son tus siervos; y si les perdonas, Tú eres el poderoso, el prudente." (Sura 5, elellas 116-118)

Luego vino el último de los profetas: Muhammad -la paz sea con él- al cual Dios ordenó que predicase su mensaje:

Dios -altísimo- dice en el sagrado Corán:

"Por cierto que vamos a revelarte un mensaje de gran densidad. Ciertamente que el principio de la noche para rezar es lo más impresionante y lo más adecuado. Porque durante el día tienes muchos quehaceres: Pero acuérdate del nombre de tu Señor y conságrate íntegramente a El. El es el Señor del Oriente y del Occidente: ¡No hay más Dios que El! ¡Tómalo, pues, por protector! Y tolera cuanto te digan y aléjate dignamente de ellos." (Sura 73, aleyas 5-10)

Dios -altísimo sea-, dice:

Di: " ¡Oh incrédulos! No adoro lo que adoráis. Vosotros no adoráis lo que adoro y jamás adoraré lo que adorasteis, ni vosotros adoraréis lo que adoro. Tenéis vuestra religión. Yo tengo mi religión." (Sura 109)

También dice:

Di: "Dios es único; Dios es el eterno sostenedor; Jamás engendró ni fue engendrado y no hay nada igual a El." (Sura 112)

Podemos darnos cuenta, con todo lo anteriormente dicho, que todos los mensajeros han predicado a sus pueblos que adoren al Dios único.

Dios nos dice en el Sagrado Corán:

Y El es quien, en el cielo es Dios y es Dios en la tierra, y es prudente, sapientísimo. (Sura 43, aleya 84)

Al reconocer que el señorío pertenece al Dios único, atribuyéndole la absoluta unidad y rechazando todo menos esto, se dice que el musulmán admite la unidad de Dios con una creencia sana y una aceptación verdadera, con el permiso de Dios; y por esa creencia entrará al Jardín. Hay un relato sobre esto, del profeta Muhammad -la paz sea con él- que dice: "Aquel cuya última palabra antes de morir sea No hay más Deidad que Dios, entrará al Jardín del Paraíso" (Relato por Al-Hakim, entre otros).

Esto nos indica que quien muera reconociendo la absoluta unidad de Dios, que "no hay más dios, ni Señor, ni digno de ser adorado, ni creador, ni dador de vida, ni dador de muerte, ni glorificador, ni benefactor, ni perjudicador, salvo Dios". entrará al Paraíso al final de esta vida y después de haber sido juzgadas sus obras por Dios y de haber sido premiado si ha hecho bien o castigado si ha hecho mal.

Dios -altísimo sea- dice:

"Ciertamente, Dios jamás perdonará que le asocien copartícipes, pero perdona, con excepción de esto, a quien quiere." (Sura 4, aleya 116)

El generoso mensajero de Dios -la paz sea con él-, predicó desde el primer momento a todas las tribus de Curaich, que no hay más deidad que Dios, el clementísimo, el misericordioso, el único que tiene poder sobre todas las cosas. Les dijo:

' ¡Por Dios! (os digo) Que no hay más deidad que El, y que yo soy su mensajero, particularmente para vosotros y generalmente para toda la humanidad. ¡por Dios! (os digo) Que moriréis como si fuerais a dormir y resucitaréis como si fuerais a despertar, y seréis juzgados por todo cuanto hacéis y tendréis el Jardín o el Fuego eternamente."

También les dijo:

"Dios me ordenó que os predicara acerca de El, diciendo en el Sagrado Corán: "Y amonesta a tus parientes más próximos" (Sura 26, aleya 214)

"Yo os recomiendo dos palabras que son fáciles de pronunciar y pesan en la balanza (1):

"Reconocer que no hay más deidad que Dios, y que yo soy el mensajero de Dio …… ".

Está claro que ésta es la "kalima" (palabra) primordial de la unicidad de Dios, pues el hombre es siervo únicamente de Dios, y no de cualquier criatura de la tierra o del cielo.

Todo lo que hay tanto en el cielo como en la tierra le obedece y es conducido por su sabiduría; los ignorantes cometen un gran error al asociar a Dios en su poder con otras deidades, mediadores, intercesores. Todo esto carece de base y fundamento:

"Diles: Si sois sinceros, aportad vuestra prueba." (Sura 2, aleya 111 )

Conocimiento de DIOS

No se puede conocer a Dios sino por medio de sus criaturas y esto se llevará a cabo mediante el intelecto, que se basa en fundamentos firmes, a través de las cosas que nos rodean. Así podemos llegar a conocer los nombres y los atributos de Dios, y nuestro intelecto llegará a comprender que:

a) No hay acto sino por la existencia del Autor. Los que dicen que todo lo hecho existe por si solo y evoluciona según las influencias de los factores naturales, afirman algo falso, ya que dichas influencias y factores no se dan si no hay una causa que los produzca.

b) Todo acto nos indica el poder y atributos de su autor. El hombre los percibe a lo largo de su vida mediante la consecución de lo necesario, su relación con el medio que le rodea y el aprovechamiento de las fuerzas y frutos naturales.

c) El autor tiene poder para hacer; quien no posee algo, no puede darlo.

Ciertamente la comprensión de esto por el intelecto nos hace pensar lógica e imparcialmente en las criaturas que nos rodean y que no han sido originadas de nada, sino que han sido creadas por el prudente, el prudente, el omnisapiente, el poderoso, el omnividente, el viviente… : Dios.

Dios nos dice en su Libro Sagrado:

Ciertamente, en los cielos y en la tierra hay señales para los creyentes. En vuestra creación y en la de cuantas bestias diseminó, hay signos para los que tienen certeza. Y en la alternancia de la noche y el día, la lluvia que Dios envía desde el cielo, mediante la cual vivifica la tierra después de haber sido árida, y en la variación de los vientos, hay señales para los que razonan. Tales son las maravillas de Dios que, en verdad, te revelamos. Así pues, ¿en qué libro creerán si rechazan a Dios y sus aleyas? ¡Ay de todo blasfemo pecador! (Sura 45, aleyas 3-7)

Así, hemos comprendido por nuestro intelecto, mediante la fiel transmisión de los relatos de nuestros antepasados, la misión de los mensajeros y profetas, y son ellos mismos quienes han incrementado nuestra creencia, nuestra Fe y nuestro conocimiento de Dios, aparte de que nuestra naturaleza innata nos dice que hemos sido creados por un Creador poderoso al que imploramos en nuestras necesidades y agradecemos en nuestro desahogo y felicidad.

Dios nos dice en el Sagrado Corán:

…¿Temeréis acaso a alguien que no sea Dios; cuando todos los dones de que disfrutáis proceden de El? Luego, cuando os azota la adversidad, sólo a El imploráis. Más tarde, cuando El os libra de la adversidad, he aquí que alguien de vosotros atribuye copartícipes a su Señor. (Sura 16, aleyas 5 2-54)

Por todo esto, creemos en el poder de Dios -altísimo sea- y en su existencia. Afirmamos que es el creador de todo el universo y de todo lo que el universo contiene.

¿Acaso podrá compararse el creador con quien nada puede crear? ¿No lo recordaréis? (Sura 16, aleya 17)

Por eso tenemos la obligación de meditar en todo lo que hay en los cielos y en la tierra, así como en las evidencias de Dios para aumentar nuestra fe y creencia; de esta forma, no hay duda de que mediante todo esto llegaremos a grabar firmemente en nuestro corazón, verdades, y no teorías sin demostración de que el creador de todas ¡as criaturas y del Universo existe y es el único Señor de todas las cosas, y así, con la mente clara podremos llegar a comprender algunos secretos de la naturaleza que Dios, con su infinito poder, nos facilita.

"… El conoce tanto su pasado como su futuro; y ellos no conocen nada de su ciencia, sino lo que El quiere…" (Sura 2, aleya 255)

Ciertamente que nuestro conocimiento limitado de algunas cosas y nuestra ignorancia de la mayoría de ellas nos indica la insignificancia de nuestro conocimiento frente al de Dios.

"…El, Aquél que no tiene a ninguna cosa por igual…" (Sura 44, aleya 11 )

Todo esto nos lleva a la continua reflexión en la ciencia y en los demás campos, de la vida para fortalecer nuestra creencia en el Creador y reconocer su poder a través de sus criaturas.

Rogarnos a Dios -altísimo sea- que ilumine nuestro corazones con ciencia y conocimiento.

"… Aquel a quien Dios no Ilumina, jamás tendrá luz." (Saura 24, aleya 40)

En cuanto a la limitación de nuestro conocimiento, se debe al poco poder que poseemos para conocer las cosas que nos rodean, ya que nuestra capacidad para reflexionar y conocer, por muy grande que sea, es mínima, pues el intelecto humano, a pesar del progreso en todos los campos científicos, aún no ha salido del círculo del conocimiento de sí mismo y de algunas de las cosas que ¡e rodean, deteniéndose en su investigación muchas veces nada más empezarla. ¿Cómo podría hacer frente a los grandes misterios del Universo y de todas las criaturas de Dios? ¿Y cómo llegaría a comprender la esencia de la divinidad?

El conocimiento de los atributos divinos por medio de los sentidos y la razón no es Completo, Si su realidad no está grabada en el corazón ni el espíritu los discierne claramente; solamente mediante el conocimiento total podrá llegar a ver muchas de las realidades de su existencia.

Son estos algunos de los medios que poseemos para llegar al conocimiento de Dios -exaltado sea, pues sus nombres concuerdan con su perfección y majestuosidad, y para cada uno de los nombres de Dios hay características propias. Y cada uno de los atributos de Dios tiene una naturaleza distinta a la naturaleza de los atributos humanos.

Dios otorgó al hombre la misericordia porque es misericordioso para con sus criaturas, compasivo, y no las perjudica, y perdona todos sus errores, etc. El atributo de la misericordia, en Dios es infinitamente más completo que en el hombre, pues su poder de ser misericordioso con las criaturas es mayor que el poder del hombre. Y la esencia de Dios jamás será conocida por el hombre.

Nada pasa a la existencia o se mantiene en la nada, nada vive o muere, es o deja de ser, está sano o enfermo, es pobre o rico, es feliz o desdichado, es recto o se desvía, es musulmán o no-musulmán, nada se mueve o se está quieto, sin que sea porque Él quiere que sea así.

Nada se acerca a Allah, acogiéndose a su Abundancia, o se aleja de Él, condenándose a la Privación, si no es porque Él así lo ha decretado. Nadie acepta a Allah, exponiéndose a su Generosidad, o lo rechaza, sumergiéndose en su Ira, si no es porque Él así lo determina. Nadie es afortunado o desgraciado si no porque Allah así lo ha decidido. Nadie tiene una voluntad independiente de lo que Allah impone. Sólo existe su Voluntad, rigiéndolo todo. Éso es el Destino (Qádar), la realidad irrecusable, la fuerza de lo actual.

Todo ocurre según lo quiere Allah, y entre aquello que Él quiere que sea hay cosas que ama porque quiere amarlas y hay cosas que detesta porque quiere detestarlas -Él sí elige-; y ordena al hombre que haga lo que Él quiere y le prohibe lo que Él odia, y hace que cada hombre se sitúe en el campo que Él haya querido para él, y le da la voluntad y capacidad con las que cumplir su destino -Él sí impera-. Todas las criaturas ejecutan lo que Allah decreta, pero los musulmanes hacen lo que Allah ama y combaten lo que Él odia: ésta es la diferencia. Y ésta es la expresión de la absoluta Preeminencia del Uno-Único, su Arrogancia (Kibriyâ) que es con lo que Él se impone de acuerdo a la majestad de su Esencia y a la sabiduría de su Ciencia. Y esto nos invita a una absoluta claudicación (Islâm).

Existe, por tanto, una Voluntad Absoluta (Mashí-a, o Irâda Kaunía) que es la que da el ser a toda realidad, y existe una Voluntad que escoge y se revela (Irâda Shar‘ía). Según esto, gentes de Allah (ahl Allah), las de su elección, son quienes se someten a su Voluntad expresa, y realizan lo que Él ama (el bien, la justicia, la belleza, todo lo que se le parece) y luchan contra lo que Él detesta (el mal, el egoísmo, la idolatría, la opresión). Él vuelca la abundancia de su bien (su Rahma) sobre los suyos, los que desean acercársele, y desencadena su Ira (Gádab) contra los que han preferido lo que Él detesta.

El Qádar, El Destino, es el Poder de Allah presente en cada momento, imponiéndose a todo. Pero el ser humano es pura ‘acción’: renunciar a ella es renunciar a la condición humana y a la vida. Nuestras ‘elecciones’ son signos de la presencia del Poder de Allah en una síntesis que las palabras no pueden expresar.

Todo lo anterior hace que el Islam sea extraordinariamente tolerante sin degenerar en nihilismo, desidia o falta de juicio y criterio. Y por otra parte, la idea de Destino comunica paz y sabiduría. Cada cosa es lo que Allah quiere que sea, pero la acción de cada cual es signo del terreno en el que está y por ello se aconseja el bien y lo mejor, que es síntoma de estar en el mejor de los destinos. Por ello, y mientras consideremos que tengamos fuerza y poder de elegir, debemos optar por lo mejor -que es el Islam, lo ‘elegido’ por Allah- hasta que seamos sumergidos en la contemplación del Destino, es decir, de la Verdad.

La diferencia entre qadaríes y ÿabríes surge de las inquietudes que despierta la cuestión del Destino: si lo negamos perdemos el horizonte de la Unidad, si lo afirmamos carece de relevancia todo. La Gente de la Sunna (ahl as-Sunna) se sitúa en medio: afirma el Destino y la relevancia de los actos humanos, y ambos se implican en la raíz de todo lo verdadero, coincidiendo de un modo extraño e inexpresable. El Destino es el océano en el que se agita nuestra existencia y nuestra libertad y, por otro lado, nuestros actos son lo que Allah quiere y por ello mismo se realizan y son realizadores.

El Mensajero de Allah (s.a.s.) fue ejemplo de un dinamismo inmerso en el Querer de Allah. Él (s.a.s.) nos invitó a desatar todas las posibilidades que Allah ha depositado en nosotros, pasando a ser agentes en la existencia. Por ello proclamó el Yihâd, la lucha, el esfuerzo, y declaró que era obligatorio para cada musulmán hasta el fin del mundo. No somos pasivos ni nos rendimos ante las circunstancias, sino agitación y nervio que deben tener su cauce. El Corán dice: "Allah ha creado la muerte y la vida para probar quién de vosotros es el que actúa de forma más hermosa", es decir, todo está dispuesto para que el hombre saque lo que hay en él.

Hablar del Destino es ofrecer un marco en el que existir sumergidos en la Unidad de Allah. Tenemos conciencia de nosotros mismos, porque Allah lo ha querido. Distinguimos entre el bien y el mal, y constantemente optamos -coincidiendo ineludiblemente con lo que Allah quiere-. En esa conciencia somos independientes hasta que no descorramos el velo que nos separa de la contemplación del Destino. Mientras estemos en el velo, viviendo nuestra libertad, tenemos que ser coherentes y obrar en consecuencia, dentro de la existencia que sabemos que está inscrita en el Destino que lo unifica todo. Nada nos justifica, y lo sabemos: lo contrario es retórica, escudarse detrás de lo que se ignora. Nuestras elecciones son reales, y tenemos criterios y medidas que debemos ejercitar, pues Allah nos los ha dado. En nuestro mundo somos libres, dotados de una voluntad que da expresión a la Voluntad, y debemos elegir lo que más nos convenga, aun cuando sepamos que en el fondo todo haya sido ya decidido y clausurado en la eternidad que está por encima de lo que podamos concebir, una eternidad que saboreamos al final del proceso del Tawhîd, la Reunificación que nos permite identificarnos en la Verdad.

lâ tábluguhu l-auhâm* wa lâ túdrikuhu l-afhâm*

No lo alcanza la ilusión, no lo percibe el entendimiento

El Corán dice: "La ciencia de los seres humanos no abarca a Allah". La ilusión (wahm) -es decir, lo que el hombre quisiera que fuera Allah- no llega a intuir su Grandeza. Y el entendimiento (fahm) -es decir, la capacidad real del hombre de conocer- no percibe la Verdad de Allah. Allah es Indeterminable, y ésa es la anchura infinita en la que cabe la grandeza que fundamenta al ser humano.

Lo que es Allah (su Dzât, su Esencia; su Ulûhía, su Misterio) escapa a las posibilidades de la criatura: no responde a sus espectativas, no cabe en su imaginación ni es abarcada por la razón. El Misterio de Allah está en su capacidad para desconcertar. Nuestro desconcierto es el conocimiento que tenemos de Él. Todas estas observaciones son pertinentes en el contexto de la mención del Destino, que es la idea a la que se llega cuando empieza a calibrarse el carácter absoluto de nuestro Señor Verdadero (Rabb).

El Profeta dijo: "No habléis de la Esencia de Allah; meditad en sus Cualidades". Sólo nos es dado reconocer sus Cualidades -los detonantes de su relación con nosotros, las realidades unitarias configuradoras de nuestro mundo y nuestras acciones– tal como Él se ha descrito a sí mismo, y son Cualidades Majestuosas que nos invitan a rendirnos ante Él, y ésa es la vía que conduce a un crecimiento en la Inmensidad de la Verdad Trascendente designada por la palabra Allah. En este sentido, sabemos que Allah es Uno, Impenetrable, Creador, Vivificante, Aniquilador, Poderoso, Reductor, Soberano, oye y ve,… y que todo está bajo el dominio de esos Atributos Infinitos.

Las Cualidades de Allah (Sifât) tienen un interés práctico. Nos incumben y nos enseñan la magnitud del Océano en el que existimos y cómo relacionarnos con Él. Lo que se puede deducir de las Sifât es perturbador, y por ello es transformador. El autor insistirá en esta cuestión más que en ninguna otra. Las Cualidades nos hablan de Allah y de nosotros: Él es el Señor (Rabb) y a Él estamos subordinados.

A realizar conscientemente esa subordinación (‘ubûdía), a vivirla con toda la intensidad de la que somos capaces gracias a las facultades con las que Allah nos ha dotado poniéndonos por encima de los instintos, es a lo que nos invita el Islam, la rendición a Allah -una rendición que es la que nos hace esponjosos a los significados de Allah-. Las Cualidades describen a Allah en su Grandeza o en su Relación de Señorío (rubûbía) con la que rige la existencia: "Y Él es el que oye y el que ve…".

wa lâ yúshbihuhu l-anâm*

Y los seres humanos no se le parecen…

El autor vuelve con esto a la cuestión del Tançîh (el proceso de abstracción) que debe regir siempre las reflexiones. Es el criterio que debe estar a la cabeza de cualquier exposición de la ‘Aqîda, la cosmovisión del Islam, el conjunto de las ideas-fuerza que lo estructuran. Es, por tanto, uno de los fundamentos de la senda transformadora por la que se transita hacia Allah (los ûsûl ad-dîn). En este sentido, el autor niega que los seres humanos (anâm) se parezcan en algo a Allah, y por tanto carecen de elementos para establecer comparaciones.

El Tançîh es siempre una negación (nafy) con la que se destruye la posibilidad de cualquier representación antropomórfica. Con ello, matamos todos nuestros dioses y nos liberamos para Allah. Es lo expresado al principio de la shahâda, el testimonio de cada musulmán: lâ ilâh, no hay verdad… Ahora bien, esta negación es insuficiente, es algo no culminado. Es un primer paso para llegar a la Pureza Absoluta: Allah. A partir de aquí empieza la afirmación (izbât): reconocemos a Allah en el ejercicio de su Poder, su Voluntad y su Ciencia, que nos afectan. Es decir, lo descubrimos en las Cualidades gracias a las cuales somos lo que somos. La afirmación (el izbât) es superior a la negación (el nafy): es el Jardín en el que se deleitan los sabios. Tras la declaración con la que evita confusiones al decir que Allah no es semejante en nada a lo que el hombre puede reconocer, el autor de la ‘Aqîda comienza una descripción positiva en medio de esa poderosa sugerencia.

háyyun lâ yamût* qayyûmun lâ yanâm*

Viviente que no muere, Subsistente que no duerme

Estas frases sirven de ejemplo para que nos demos cuenta del alcance de lo dicho. Podemos decir de Allah que está Vivo (Hayy), como el ser humano,… pero Él no muere, mientras que el ser humano está sometido a la muerte. Con la palabra ‘Vivo’ queremos decir que Allah no está muerto, pues si dijeramos de Él que está muerto, nuestro mundo no existiría porque no hubiera sido creado. Lo muerto no crea nada, mientras que el mundo necesita de un Creador, que deberá estar Vivo y ser Vivificante aunque lo que sea su vida se nos escape.

La palabra, por tanto, nos sirve para entender algo, es nuestro recurso,… pero es insuficiente porque no podemos imaginar algo que al final no muera, pero Allah no tiene final. La palabra es útil por un lado, pero equívoca por otra. Hay una ‘semejanza’, pero por la parte de Allah la noción que se usa tiene proporciones irrepresentables, como enseña el Corán: "A Allah corresponde la parte sublime en la comparación".

Lo mismo sucede con Subsistente (Qayyûm), que quiere decir que Allah existe por sí mismo y soporta a cada criatura, que Él late en ella fundamentándola sin necesitar Él de fundamento alguno. Pero todo lo que soporta una carga se cansa,… mientras que Allah no duerme. Con esta última matización escapamos de la posibilidad de antropomorfizar a Allah, y así las palabras se vuelven válidas y brillantes para expresar algo cuya finalidad es la de servir de estímulo al corazón, y no para abarcar a Allah.

El Tançîh nos sumerge en el Océano de lo Infinito, y el Izbât as-Sifât, la Afirmación de las Cualidades, nos relaciona y nos supedita a lo que intuimos en esa eternidad. El Corán nos dice: "Los rostros se rinden al Viviente, el Subsistente". Estos dos Nombres de Allah, Hayy-Qayyûm, son de los más sugerentes: nos hablan de Él y nos hacen vivir en Él. Ante el Viviente quedamos desconcertados: la vida pierde estrecheces. Ante el Subsistente, dejamos atrás nuestros miedos y nuestros recelos, apartamos nuestra mediocridad, pues Él nos libera de dependencias.

jâliqun bilâ hâÿa* râçiqun bilâ mu-na*

Creador sin necesidad, Proveedor sin carga

Todo lo que existe es creación (jalq), es decir, tiene un principio y es el fruto de un Poder, una Voluntad y una Ciencia infinitas que han sacado a las criaturas (majlûqât) de la Nada anterior a su existencia, de la indeterminación absoluta. Allah es la razón de ese paso. Él es la Incógnita que ha decidido que existamos.

La reflexión es sencilla: el universo podía no haber existido, y llamamos Allah a lo que se inclinó en favor de su existencia. Cuando no había nada, tampoco había causas: Allah es lo indecible que escapa a todos los razonamientos pero cuya Verdad intuimos en la necesidad de encontrar ‘algo’ que fuera punto de arranque, pero por el carácter mismo que imponen las condiciones de la Nada, ese ‘algo’ debe tener un carácter excepcional, tremendo.

Éste es también el punto inicial de todas las reflexiones en torno a Allah, lo que nos induce a acentuar su Esencia (Dzât): no podemos ni imaginar lo que Allah sea en Sí, pero sí podemos calibrar su Poder aunque sea sólo con adjetivos que indiquen desproporción. Una vez el universo pasó a la existencia, el universo mismo nos habla de la Realidad que lo hace ser, y entonces estamos en el espacio de las Cualidades (Sifât).

Empezamos diciendo que Allah es Creador (Jâliq), y lo es porque quiere, no porque necesite de algo. Él no es causado ni sus actos tienen más razón que la de su propia Voluntad anterior a toda otra. Él carece de toda necesidad (hâÿa). Y mantiene a sus criaturas (Él es Proveedor, Râçiq), recreándolas en cada instante y obsequiándolas con cuanto necesitan, sin que ello mengüe lo que Él es. El dar no lo disminuye, ni le supone una carga. Él no es cantidad que aumente o encoja.

Que la criatura necesite de Allah quiere decir que constantemente depende de Él. En ningún momento la realidad de la criatura cambia: no se transforma en un ser separado. Esto es muy importante. En todo momento la criatura demanda la asistencia de Allah para seguir existiendo: necesita de su aire, de su calor, de su soporte, de su inspiración. Nunca la criatura es suficiente por sí ni se emancipa. Y está sujeta al Acto Creador hasta en lo íntimo de su ser, en su raíz misma. Allah la provee. El ser humano, y todo lo suyo, es un cúmulo de permantentes posibilidades a la que Allah da la realización que Él quiere. El Corán lo expresa diciendo: "¡Oh, gentes! Vosotros sois los pobres, y necesitáis de Allah, mientras Él es Rico y Elogiado".

mumîtun bilâ majâfa* bâ‘izun bilâ mashaqqa*

Creador y dador de la vida y de la Muerte

La vida y la muerte (máut) no es la nada (‘ádam) de la que hemos surgido, es algo que ha pasado a existir desde el momento en que los seres han sido creados, y los acompaña. Tiene su propio estatuto. La muerte, al igual que la vida (hayât), forma parte del ser. El Corán dice: "Él es quien ha creado la muerte y la vida para probar quién de vosotros actúa de una forma más hermosa". Allah es Muhyî, Dador de Vida, y es Mumît, Dador de Muerte: todo lo nuestro está en sus Manos, todo es configurado por Él.

La muerte no nos libra de Allah: Él la sostiene. Por ello pedimos a Allah que se apiade de nuestros difuntos, pues están completamente a su merced. Seguimos dependiendo de Él en nuestra tumba. Es más, en la muerte ningún velo nos separará de Allah.

En nosotros se ejecutará su Voluntad -al igual que actualmente entreteje nuestra existencia- sin que nada desvíe nuestra atención, como ocurre ahora que nuestra agitación nos hace concebir dioses en los que buscamos consuelo. La muerte es la hora verdadera, es el encuentro con lo Real, es más vida que la actual porque nada la entretendrá. Con ella accedemos al Dominio de Allah (al-Âjira), y el Profeta describía el encuentro con lo Real tras la muerte con imágenes que sugieren que esa emoción es más poderosa que las que el cuerpo siente en vida.

En la muerte, todo será tremendo porque el hombre habrá perdido el control sobre el mundo y será pasivo en Manos de su Señor, estado absolutamente expuesto a Él, sin que sus fantasmas intermedien. Y esto es terrible: es la Resurrección a la que se refiere el Corán, el paso a la absoluta intensidad del ser. El Corán nos describe esa eternidad como placer que embarga al ser humano o como sufrimiento para el que no hay descanso, en una violencia que sólo las peores pesadillas acercan al entendimiento.

Allah mata a sus criaturas al igual que les da la vida, y no teme ningún reproche o venganza del mismo modo que no nos ha creado porque necesite de nuestra gratitud. De ahí el carácter irreductible de la muerte.

Los seres humanos son aniquilados, uno tras otro, sin que la Verdad que ejecuta esas sentencias se arredre ante nada ni se inmute: la vida y la muerte son lo mismo para Ella. Somos nosotros los asaltados por los terrores y las incertidumbres. Por esto se dice que Allah no es afectado por ningún miedo (majâfa), y nada tiene fuerza ante Él. Y esto es lo que hace que sus Actos sean contundentes.

Así como mata, Él es capaz de devolver la vida a las criaturas y resucitarlas sin que sea para Él un esfuerzo añadido o le suponga una penalidad (mashaqqa). Lo que nos resulta difícil de admitir -el ser en la muerte, que se nos ofrece como algo insalvable- es indiferente para Él. Para Allah no hay diferencia entre una cosa y otra, entre el dar la vida, el retirarla o el devolverla en medio de la muerte como ya la ha creado en el seno de la nada, que es un espacio aún más inconcebible. El prodigio de la creación es para Él igual que la recreación. Esto es importante porque intuimos que habremos de reencontrarnos con Él puesto que la muerte no es la Nada. De la Resurrección (Ba‘z o Qiyâma) y su fundamento hablaremos más adelante. Allah es Bâ‘iz, el que deposita vida a los muertos, el que los hace ser en la muerte.

mâ çâla bi-sifâtihi qadîman qábla jálqih* lam yáçdad bi-káunihim shái-an lam yákun qáblahum min sífatih* wa kamâ kâna bi-sifâtihi açalíyan* kadzâlika lâ yaçâlu ‘alaihâ abadíyan*

Él era Sin-Principio con sus Cualidades antes de su acto creador. Sus Cualidades no han aumentado -cuando sus criaturas han pasado a ser algo- por encima de como eran antes. Del mismo modo que antes era Sin-Origen en sus Cualidades, lo es en ellas igualmente Sin-Final…

El autor nos habla aquí del carácter inmutable de Allah, del Sin-Principio (Qídam) y el Sin-Fin (Áçal) de su Esencia (Dzât) y de sus Cualidades (Sifât). Él y su modos de ser no conocen alteración. Y ésas son nuestras raíces, los gérmenes de los que hemos fructificado, las realidades sobre las que existimos. Sus Cualidades son su Plenitud (Kamâl), y si hubiera carecido de ellas antes le hubiera faltado algo, viéndose menguada entonces su perfección y estando sometido a lo que la completara.

Él era Creador antes de crear, Poderoso antes de ejercer su Poder, Sabio antes de que existieran objetos ofrecidos al conocimiento,… Nuestra aparición no es lo que lo ha hecho Creador, Proveedor, Vivificante,… y del mismo modo esas Cualidades no desaparecen de Él cuando desaparezcamos. Cada uno de nuestros instantes es configurado por una potencia eterna absolutamente independiente de nosotros y de nuestro mundo, ajena a todas las condiciones, ajena al tiempo, al espacio, a las medidas, a nuestros valores,…

En torno a las Cualidades ha habido muchos debates en el Islam. La transitoriedad de los acontecimientos sugieren un ilâh cambiante, una Verdad Interior en ebullición, y si bien Allah es el motor de las transformaciones, en Sí y en sus Atributos Él es una Verdad Perfecta y Plena. Las mutaciones, signos de su Poder Soberano, están en el seno de su inalterabilidad y de su paz. El Corán lo expresa con las siguientes palabras: "Allah es el Señor del Trono Glorioso, y es Hacedor de lo que quiere".

láisa bá‘da jálqi l-jálqi stafâda sma l-jâliq* wa lâ bi-ihdâzihi l-baríati stafâda sma l-bârî*

No adquirió el Nombre de Creador tras crear la creación, ni adquirió el Nombre de Configurador tras dar existencia a la humanidad…

El autor de la ‘Aqîda insiste aquí en lo señalado en las frases anteriores. Hay que diferenciar el ser algo de la actividad que resulta de ella: Allah era Creador antes de crear, y esto quiere decir que lo era en potencia, y al crearnos pasó a serlo en acto, pero su condición, su modo de ser, siempre fue la misma. Por ello es lícito aplicarle esos Nombres con los que Él mismo se designa en el Corán y saber que le corresponden de forma real, en su eternidad, y no son alteraciones ni indican cambios en Él.

láhu ma‘nà r-rubûbíati wa lâ marbûb* wa ma‘nà l-jâliqi wa lâ majlûq* wa kamâ ánnahu múhyi l-mautà bá‘da mà ahyâ stahaqqa hâdzà l-ísma qábla ihyâihim* kadzâlika staháqqa sma l-jâliqi qábla inshâihim*

Le pertenecía el Señorío antes de que existiera el esclavo, y era Creador antes de que existiera la criatura… Del mismo modo en que Él era Revivificador de los muertos después de dar la vida por ello merece ese nombre antes de haberles dado la vida, y también merece el Nombre de Creador antes de configurarlos…

El autor repite lo expresado para subrayar el carácter inmutable de Allah. El Profeta (s.a.s.) dijo: "Él era y nada había con Él,… y sigue siendo como era". Es decir, Él era Señor (Rabb) sin esclavo (marbûb), y Creador (Jâliq) sin criatura (majlûq), y cuando desaparezcamos Él seguirá en su Plenitud Absoluta, porque ni nos necesita, ni lo complementamos, ni le añadimos nada, ni le arrebatamos nada. Las Cualidades de Allah y sus Nombres son eternos como Él, y tienen su mismo carácter. Son tesoros en su Verdad.

dzâlika bi-ánnahu ‘alà kúlli shái-in qadîr* wa kúllu shái-in iláihi faqîr* wa kúllu ámrin ‘aláihi yasîr* lâ yahtâÿu ilà shái* láisa ka-mízlihi shái* wa huwa s-samî‘u l-basîr*

Es así porque Él tiene poder en todas las cosas, y toda cosa es pobre ante Él. Todo asunto le es fácil, y no necesita de nada: ‘Nada se le asemeja, y Él es el que oye y el que ve’…

Con esto el autor explica sus afirmaciones anteriores. Las Cualidades (Sifât), en toda su intensidad, son inherentes a Allah Absoluto porque Él es Fuerza y Poder (Qudra, Potencia), y Él es el Qadîr, el Determinante, y sus Actos (Af‘âl) son los únicos que se realizan, y por ello son el entramado de lo que llamamos Destino (Qádar).

Todo es como Él quiere que sea en cada instante, en la nada o en la existencia, en la ausencia y en la presencia, según su Voluntad inquebrantable (Irâda). Somos los resultados de sus Actos y estamos a merced de su deseo, sin que nada nunca pueda oponerse a su realización. Él y sus Cualidades son el transfondo de nuestra existencia. Permanentemente, en la nada y en el ser, todas las cosas tienen necesidad de Él, incluso para ser nada o en la muerte. Todo es pobre (faqîr) ante Allah, todo le mendiga en cada momento y de acuerdo a su circunstancia. Allah dice en el Corán: "Te he creado, y antes eras nada".

Para entender realmente el alcance de todo esto tenemos que dotarnos de criterios sólidos. Los pensadores musulmanes han reducido a tres los juicios que podemos formular, en un uso riguroso de las facultades de la razón, ante toda propuesta que se nos haga: las cosas pueden ser irrefutables y necesarias, o simplemente posibles o radicalmente imposibles. Todo cuanto existe o puede existir es a lo que llaman ‘posibles’: tú y todo lo que te rodea existís, pero perfectamente podías no haber existido. Lo que te da existencia es algo que lo ha decidido por ti antes de que vinieras a este mundo.

Ese ‘algo’ anterior a todo, si remontamos la cadena de causas y efectos, ese Origen primordial, es a lo que se llama Allah, que es el Irrefutable, la Verdad, sea en sí lo que sea,… Él es lo que hace ser reales a las cosas. Es ahí, en ese vacío anterior a la creación del universo, donde intuimos el alcance y la magnitud de la Realidad que nos da la vida,… es asomándonos a ese abismo inquietante donde presentimos su magnitud inabarcable, es donde intuimos su Grandeza, porque ahí no nos estorba nada y nuestra reflexión es capaz de imaginar desmesuras. Y ahí, de Él, decimos que tiene Cualidades que lo habilitan para haber tomado esa decisión por la que existimos.

A ésas Cualidades y a su carácter es a lo que nos referimos cuando hablamos de las Sifât. Esas Cualidades tienen el mismo carácter preeterno de la Verdad Creadora -puesto que ahí no hay tiempo ni sucesión-, y por otro lado tienen una absoluta eficacia actual desde el momento en que todo lo que existe requiere de su asistencia y de sus Actos (Af‘âl). Nada se independiza de su Señor: por siempre nos debatimos entre la posibilidad de seguir existiendo y de desaparecer, de esto y de lo otro, y es siempre el ‘algo’ incógnito el que decide.

Nosotros vivimos entre esfuerzos y continúas tensiones, pero lo que es jamás es el resultado de esos esmeros: todo tiene una raíz más profunda que nuestra agitación nos impide ver. En cada momento ‘cumplimos’ con esa Verdad. Éste es el secreto del Destino, que está ‘velado’ por nuestra inquietud y nuestros miedos constantes. Pero ‘eso’ es lo Determinante. Pero aún más importante, ese Poder siempre Presente no es una fuerza ciega, no es la ‘naturaleza’ (que ha sido ‘creada’ con nosotros, al igual que el tiempo, el espacio, la muerte,…). Lo que nos ha hecho ser lo que somos tiene Voluntad y Ciencia, y todo es signo de esas Cualidades.

Pensar que Allah es azar es negarse a la evidencia de un universo perfectamente estructurado y trabado por algo Perfecto en Sí, absolutamente Pleno, Desbordante: lo que entendemos entre nosotros por voluntad y conocimiento es resultado de su Querer, ¿cómo habría de carecer el que ha creado nuestra voluntad y el que determina nuestro conocimiento de esas Cualidades? Es más, nuestra voluntad y nuestra ciencia, al lado de las suyas, son nada, tan sólo un pálido reflejo en el que debieramos adivinar el calibre de lo que tiene que ser su Voluntad Absoluta y su Ciencia Perfecta, que son las que realmente estructuran cada uno de nuestros instantes.

Además, Allah nos oye y nos ve, pues ¿cómo habría de ser sordo el que ha creado el oído? ¿Cómo habría de ser ciego el que ha diseñado los ojos de sus criaturas? Al contrario, nuestros oídos y nuestros ojos son un pálido reflejo de lo que debe ser el Oído y la Visión de la Verdad que nos ha hecho. Todo lo que hay es signo del alcance de su Perfección, y todas nuestras carencias, nuestras imperfecciones, nuestros defectos, nuestras quimeras, son restos de la Nada de la que hemos surgido, nos recuerdan cuál es nuestra verdad y nos enseñan la desproporción de Allah: en Él no hay nada de la Nada.

Estamos, pues, en medio de su Absoluta Presencia, expuestos a Él en cada instante, cumpliéndose en nosotros su Voluntad, siendo vistos y oídos por Él, recogiendo sus dones, viviendo de Él, muriendo cuando Él quiere y fundamentados por Él en la misma muerte. Y cada uno de nuestros instantes es lo que Él configura,… Ésa es la Verdad Infinita en la que existimos.

jálaqa l-jálqa bi-‘ílmihi

Ha creado la creación con conocimiento

Ha dado existencia a todas las cosas, las ha hecho ser lo que son y rige cada uno de sus instantes con conocimiento (‘ilm), es decir, lo que existe no es resultado de ignorancia ni fruto del azar. Con esto, el autor de la ‘Aqîda completa el ciclo de las tres grandes Cualidades: el Poder (Qudra), la Voluntad (Irâda) y la Ciencia (‘Ilm).

Hemos hablado de la Voluntad creadora. Toda voluntad imagina aquello hacia lo que se inclina, y esa representación es el conocimiento previo que tiene de lo que desea. Nuestra existencia habla de una Voluntad que nos ha hecho ser. Esa Voluntad es la demostración de una Ciencia anterior a todas las cosas. El Corán dice: "¿No habría de saber el que ha creado? Él es el Sutil, el Bien Informado". Y dice: "Allah posee las claves de lo Oculto. Sólo Él las conoce. Sabe lo que hay en la tierra y en el mar. No cae una hoja de un árbol sin que Él lo sepa. No hay un átomo en las oscuridades de la tierra, ni nada húmedo o seco, que no esté registrado en un Libro Evidenciador…".

El conocimiento es una cualidad de perfección: saber es un paso hacia adelante que nos arranca de la ignorancia, por lo que es imposible que quien ha creado nuestra ciencia no sepa nada, que sea comunicador de algo de lo que carece. Por ello atribuimos a Allah un Conocimiento Absoluto, a partir precisamente de la constatación de que el saber existe y es Él el que lo ha creado. Su Ciencia (‘Ilm) es perfecta, pues es anterior a todo, y es la ciencia del que crea, no la del que aprende de otro.

wa qáddara láhum aqdâra*

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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