- Monacato Cristiano. Cultura Religiosa y Mentalidad Medieval
- La vida como viaje interior. Construcción de una sabiduría espiritual
- Génesis y difusión del modelo cultural cristiano
- El factor político. Alianza Iglesia – Estado
- El factor económico. Modelos productivos
- Consideraciones finales
- Bibliografía
La intención de este informe es realizar un trabajo reflexivo, centrado en destacar la colaboración prestada por la institución monacal para la consolidación de la Iglesia como potencial espiritual y temporal en la cosmovisión medieval. La idea es, tras la lectura de diversos textos y documentos, analizar el fenómeno del monacato cristiano occidental en el contexto del afianzamiento del poder eclesiástico durante el período medieval y esbozar lineamientos generales del desarrollo del monacato, así como los diálogos entre esta institución, la Iglesia, la política y sociedad de esta época.
Cultura Religiosa y Mentalidad Medieval
Las formas de organización monacal no fueron exclusivas del cristianismo ni se originaron en este marco religioso. Los autores consultados coinciden en afirmar la importancia de la influencia oriental de esta institución, trasladad a Occidente. También coinciden en que las comunidades monásticas de mayor trascendencia religiosa y cultural son las cristianas.
Muchas obras de la mística cristiana han sido elaboradas en monasterios y recogen la experiencia espiritual de hombres y mujeres empeñados no solo en vivir, sino también en manifestar su itinerario espiritual.
La vida como viaje interior- Construcción de una sabiduría espiritual.
La primera forma del monaquismo fue la de los eremitas, que se habían aislado del mundo para servir a dios en la soledad y austeridad: "… que tu y cada uno de tus hermanos vivan cada uno por su lado sin encontrarse en toda la semana…". Se atribuye el inicio de este movimiento a los cristianos que se refugiaban en desiertos y montes durante las persecuciones. Sin embargo Cookafirma que este movimiento ascético floreció recién cuando acabaron las persecuciones contra los cristianos.
Muchos hombres y mujeres se trasladaron al desierto para rezar y vivir austeramente del trabajo de sus manos: "antes estabas en el desierto y, ya que no había nadie, Dios acudía en tu ayuda…". Se vio en este estilo de vida de servicio a Dios una manera de demostrar la fe, no siendo posible ya el martirio: "…con afán cotidiano, era diariamente mártir de su conciencia y batallaba en las luchas de la fe." A partir de esto se comienza a construir el discurso monástico de la vida como viaje interior: "… el Reino de Dios está dentro de vosotros…". Este viaje interior comienza con la renuncia al mundo y el aislamiento para hallar el camino que llevará finalmente al monje a la adquisición de una sabiduría de las cosas espirituales, un saber que supera al conocimiento mundano e intelectual. "…una vez acudieron a él dos filósofos griegos, pensando que podían poner a Antonio en evidencia…Se retiraron admirados, pues vieron que incluso los demonios temían a Antonio."
A partir del siglo IV se generalizará la práctica de la convivencia en comunidades donde se compartía las comidas, la liturgia y el trabajo manual. Esto surge a causa de las dificultades derivadas de la estadía en el desierto, alejados de los sacramentos; privados de defensa o salud, o del hecho de la vejez de muchos monjes. Estas comunidades no suplantaron la vida eremitita, simplemente coexistieron ambas formas: "…Nosotros somos siete hermanos Si queréis que moremos juntos seamos como esta estatua: que se la injurie o que se la adule, ella no se preocupa jamás… los hermanos se prosternaron y le dijeron al abba Anoub: actuaremos según tu deseo Padre y escucharemos lo que nos digas…".
El origen del monacato se sitúa, entonces, en la porción oriental del Imperio Romano, se extiende por oriente y Tierra Santa, llegando a Occidente hacia mediados del siglo IV. San Atanasio se dedicó a difundir la vida y obra del eremita Antonio como ejemplo de vocación monástica. También se destacan los escritos de San Basilio y Juan Casiano que ejercieron gran influencia en la formación del monacato occidental a través de sus obras literarias. Con ellos quedaron trazados los fundamentos de la vida monástica occidental.
Pero se destaca también el aporte de San Benito, cuya Regla constituye un código para la vida en los monasterios. Es eminentemente práctica y pretende ser una guía para la actividad monástica de cualquier clase de monjes, de cualquier edad, así como también adaptable a las condiciones del lugar donde se insertara el monasterio. Según la Regla, el monasterio es una familia organizada bajo la dirección de un abad-obispo, en quien descansa un poder paternal. Hacia el siglo IX se habla ya de la universalidad de la Regla de San Benito en la cristiandad latina.
Génesis y difusión del modelo cultural cristiano
A mi modo de ver, la consolidación de una organización estable en los monasterios constituyó también una forma de entrar en contacto, no solo para evangelizar, con los pueblos germanos, de influir en sus modos de vida a través, por ejemplo del ordenamiento del día, que comienza con la misa a la mañana temprano, o la división del día en diversos momentos segundas actividades de los monjes. Constituyó, en definitiva una manera de ejercer control sobre las poblaciones paganas o semi-cristianas. A partir de la premisa benedictina del trabajo se generará un nuevo marco de influencia eclesiástica: el económico. Es decir que, aunque el monacato pretendió el alejamiento del mundo, de la sociedad, la cultura cristiana gestada en el interior de los monasterios se filtro hacia esa sociedad a través de la acción misma de los monjes.
En efecto, asistimos a lo que Le Goff llama el "conflicto" entre la cultura pagana y el espíritu cristiano, aunque personalmente no lo denominaría como tal, puesto que, a mi entender, se trató mas bien de una asimilación de la cultura grecorromana a la cristiana, de una compilación muchas veces descontextualizada y fragmentada de la cultura grecolatina con el objeto de utilizarla en la construcción de la cultura cristiana: " si los filósofos han emitido por azar verdades útiles a nuestra fe…no solo no hay porque temer a esas verdades sino que hay que arrebatárselas para nuestro uso a sus ilegítimos poseedores." En esta frase San Agustín nos acerca a los pensadores cristianos de la época. La Iglesia cristiana se constituyó heredera de la tradición cultural del Bajo Imperio Romano. Como heredera y custodia de este bagaje cultural se verá en el derecho de utilizarlo y reformularlo en el marco del pensamiento cristiano. En este contexto se explicaría también la premisa de "rebajarse para conquistar", en el sentido de que "puesto que los ignorantes y los sencillos no pueden elevarse a la altura de los letrados, que los letrados se dignen descender hasta su ignorancia. Los hombres instruidos pueden comprender lo que se ha dicho a los sencillos, mientras que los sencillos no serian capaces de sacar provecho de lo que se diría a los cultos." Esto nos da una idea de la tarea que tenían por delante los líderes religiosos. Tarea que transforma a la Iglesia en un puente intercultural, posición que afianzo la primacía de la Iglesia de Roma y de la sede de San Pedro, conformando un imperio espiritual.
La Iglesia debió enfrentarse a la precariedad material y de costumbres de los pueblos a evangelizar, y en el marco de la precariedad intelectual, al surgimiento de las herejías, con lo que tal vez resulta lógico el recurso del lenguaje sencillo y sin pretensiones", método eficaz de evangelización y también de aculturación del pensamiento y de la civilización romano-cristiana.
A la vez que la nueva sociedad cristiana se organizaba alrededor del obispo y las parroquias, mientras las sedes de obispados y centros de peregrinación se convertían, junto a las residencias reales, en centros urbanos de importancia, los monasterios difundirán el cristianismo y sus valores al mundo campesino. Se iniciará un movimiento de cristianización llevado a cabo por los monasterios en los siglos VII y IX, una continuación del movimiento irlandés caracterizado por un espíritu individualista, misionero y rigurosamente ascético que justifica el carácter mas activo de la evangelización emprendida, en contraste con la regla de San Benito, más moderada y constituida sobre la base de la exploración económica, la actividad intelectual y artística y la vida espiritual. Con esta regla, los monasterios se convertirán en centros de irradiación religiosa; y gracias a la regla irlandesa, hacia el 705, una red de monasterios cubría la región izquierda del Rin y los antiguos obispados romanos estaban reinstaurados, originándose también el fenómeno de reaparición de las ciudades alrededor de las iglesias y monasterios. Los obispados y episcopados se fueron revistiendo de gran prestigio, que se manifiesta en el hecho del acceso a estos cargos de personajes de grandes familias, incluso de las dinastías reales. Esto condujo también al aumento del patrimonio de la Iglesia a través de donaciones y herencias. Un interesante ejemplo es el Testamento de Guillermo de Aquitania, por el cual lega a la Iglesia el emplazamiento para la construcción del monasterio de Cluny: "…yo, Guillermo…sostendré una comunidad de monjes a perpetuidad… entrego… en plena dominación, el dominio de Cluny, que me pertenece en propiedad… hago esta donación con una disposición particular: que sea construido en Cluny… un monasterio regular; que los monjes que vivan allí sigan la Regla de San Benito, y que ellos posean, tengan, guarden y administren estos bienes…"
Así el poder temporal de los obispos fue en aumento junto al desarrollo económico; se hizo necesaria la elaboración de una defensa culta de los bienes eclesiástico, basada en la justificación del patrimonio eclesiástico como patrimonio de los pobres, y durante los siglos VI y VII los obispos se mostrarán, efectivamente, como protectores de los pobres. En este contexto, lo monjes serán también auxilio material de los pobres a la vez que guía espiritual y consejeros de los poderosos, aumentando el prestigio de la vocación religiosa. Durante este proceso la nobleza no solo contribuyó materialmente, como Guillermo de Aquitania, sino que muchos de sus miembros fueron abades y benefactores de los monasterios y los utilizaron como lugares de refugio ante los conflictos políticos o sociales. El monaquismo resultó, entonces, un aliado de la nobleza.
El factor político. Alianza Iglesia – Estado.
Esta alianza entre la Iglesia y el poder político se evidencia también en la estrecha colaboración entre esta institución y el Estado durante el reinado de los carolingios. Por un lado, el emperador era el protector del patrimonio eclesiástico. Favoreció a las abadías que tenían una misión eolítico-religiosa o le servias de instrumento para ser mejor obedecido, las transformo en abatías reales. Hecho que le permitía, en realidad, ejercer mejor control sobre estas instituciones. Por otro lado, la figura del cura de pueblo, por ejemplo, jugaba un papel importante en la consolidación del acatamiento popular al rey.
A grandes rasgos, la política carolingia se basó en un clericalismo que integraba la Iglesia en el Estado: este necesitaba de aquella para sobrevivir. Carlomagno necesitaba a la Iglesia para conformar un Estado, pero, el Estado debía ser superior y la Iglesia debía someterse al control real. Su sucesor, Luis el Piadoso, en cambio concebía mayor independencia de la Iglesia y separación entre esta y los asuntos políticos.
En la visión de Carlomagno, "no hay Estado sin Dios", se confirmaba la idea de las misiones evangelizadoras como instrumento de expansión del Imperio. La consecuencia de esta visión fue el nacimiento de un nuevo espacio geográfico: Europa, espacio unificado por un sentido político-religioso que comprendía a todos los pueblos cristianos, latinos y romanos. Se trata de una denominación de carácter religioso, más que político en realidad. Con Luis el Piadoso, la idea de dominación política pasará a segundo lugar. Su interés se centró en la conversión del interior del imperio para consolidar la idea de la unidad religiosa europea. Otro hecho será la reforma general del orden monástico, impulsada por Benito de Aniane, que volvía a poner en vigencia la obligatoriedad de la regla benedictina, con el objeto de dar al culto y la plegaria la supremacía sobre las funciones políticas, sociales o culturales, o sea, volver a la acción monástica fuera del mundo. En un acto eminentemente político, se suprime el eremitismo, considerado generador de anarquía.
Lo interesante en este contexto es resaltar la acción eclesiástica, que más allá de los conflictos de poder en las altas esferas políticas, continúa la construcción de un pueblo de bautizados, de una nueva cultura espiritual, ascética, bíblica, humanista y latina. Una nueva cultura caracterizada por la reducción progresiva en materia de conocimiento: ante la falta de clérigos y de hombres versados en la Escrituras, la ignorancia se instaló en los órdenes eclesiásticos y sociales. Se privilegiaba la conversión dentro y fuera de la romanizad, antes que el estudio y conocimiento de formas culturales "inútiles". Si bien durante el renacimiento carolingio se intentará mejorar la formación de los cuadros laicos y eclesiásticos, no se trató de una reforma sistemática y sostenida. Era necesario extender la fe como elemento homogeneizador, tarea privativa de clérigos y monjes: en el 813, el Concilio de Tours ordenó los sacerdotes predicar en "lengua romance rustica o germánica". Dando vital importancia a la conversión, se eliminaron sistemáticamente aspectos de la cultura antigua consideradas prescindibles en la tarea de lograr una Europa compuesta por varios reinos pero unificada por una misma cultura cristiana y popular, de la que, junto a la cultura letrada, los monjes eran poseedores y dispensadores.
Me parece importante recalcar entonces que esta unidad perseguida se logró sobre la base de una cultura común suministrada por la Iglesia, que promovió la aculturación de los reinos europeos, imponiéndoles, pasivamente, en algunos casos, y en otros con más agresividad un alma y una organización común bajo el poder real. Para esto necesitó poseer un brazo armado, papel que llevo a cabo el reino franco con la dinastía carolingia.
El factor económico. Modelos productivos.
Un último pero no menos importante aspecto a considerar es el factor económico vinculado a la organización monástica. Según la regla de San Benito, la vida de una comunidad benedictina es eminentemente agrícola. Pero la modificación de las condiciones económicas y sociales en el transcurso del tiempo obligó a distintas interpretaciones de la Regla con el fin de adaptarla a las necesidades de la época. Estas diferentes interpretaciones se basan generalmente en la codificación o regulación de las necesidades de la comunidad: por un lado, las necesidades de vestimenta, satisfechas a través del abastecimiento externo y por otro, las necesidades alimentarias cubiertas por los propios monjes: "… son verdaderos monjes que viven de sus propias manos como hicieron los santos padres y los apóstoles…" La necesidad de proveer al consumo alimentario interno, no solo de los mismos monjes sino también de los pobres y enfermos que acudían al monasterio, insertan a éste en una economía de subsistencia. Cada institución se organizaba según una demanda regida por costumbres rigurosas. En función de esta demanda se establecía el sistema agrario a aplicar, el tipo de artículos a producir, el sistema de explotación de las tierras y el nivel y volumen de comercialización de los excedentes. En efecto, la comunidad no se preocupaba por el desarrollo progresivo de la producción sino solo por mantenerla en los índices que alcanzaran para cubrir las necesidades. Tampoco se ocupaba de la explotación directa de las tierras. Exceptuando la horticultura, la producción agrícola quedaba en manos de terceros: asalariados, arrendatarios. Y las sucesivas interpretaciones a la regla fueron acentuando más la distancia, y condujeron, según Duby, a los monjes a vivir como señores.
Otro aspecto es que las tierras productivas se hallaban generalmente lejos de las abadías y esto trajo aparejado dos consecuencias: por un lado, al no existir centros de explotación agrícola alrededor del monasterio, este se convertirá en centro de una rápida reurbanización gracias ala instalación de poblados en zonas aledañas a la institución monástica. Por otro lado, al derivar trabajo manual hacia asalariados y extraer los recursos alimentarios de explotaciones rurales alejadas, los monjes se convirtieron en promotores de una economía de intercambio fundado en el dinero. Intercambios que fueron en jumento y que, al ritmo de la evoluciona económica del siglo XI produjeron una mejora en el nivel de vida y consecuentemente una relajación de las costumbres austeras tradicionales.
El aumento de las operaciones comerciales, el consumo y los gastos de los monasterios no fue bien visto en los diversos órdenes de la Iglesia y la sociedad en general. Se comienzan a oír las voces de los reformadores del monaquismo proponiendo la vuelta al desierto y la austeridad. Pero esta reforma no consideraba necesario que los monjes se convirtieran en trabajadores rurales, al contrario, se preveía que su existencia estaría asegurada por el trabajo de otros: el mantenimiento del grupo monástico correspondería a los religiosos de segundo orden (conversi), a quienes su incultura los hacía inaptos para la plegaria y la meditación. Como resultado de estos intentos de reforma, en el siglo XII se afianzarán dos sistemas del monacato occidental en apogeo: el cluniacense y el cisterciense. El primero, con su modelo de agricultura exterior era vulnerable, se hallaba en el centro de las críticas por el lujo que ostentaba y su economía monetaria lo obligaba a acrecentar continuamente sus ingresos en dinero. A partir de 1120 comenzará una etapa de endeudamiento progresivo y permanente que opacará su antiguo esplendor.
El segundo sistema, el cisterciense, se constituyó como un modelo ajustado a las condiciones económicas de la época: explotación del patrimonio territorial realizado por la comunidad, los conversi eran mano de obra gratuita. El ideal ascético impidió la acumulación de joyas, dinero y el gasto excesivo en decoración de las iglesias; el dinero se invertía en la adquisición de tierras. Todo esto llevó a la prosperidad de la orden cisterciense, prosperidad que contrastaba con el ideal ascético que proclamaba y que nos muestra que no cuestionaba a los cluniacenses ni la posesión territorial ni el manejo del dinero, si no tal vez, la ostentación y la estructura de explotación económica a través de asalariados en vez de optimizar la misma mano de obra de los monjes.
Otras voces que abogaban por la reforma eran las nuevas formas de vida monásticas que habían ido surgiendo ya desde el siglo XI, específicamente las órdenes mendicantes nacidas de la acción de Santo Domingo y San Francisco de Asís. El análisis de estas órdenes significaría analizar los nuevos ámbitos de actuación y control de la Iglesia. Efectivamente, estas órdenes proponían ejercer su acción en el mundo, en las grandes ciudades dónde se van desarrollando nuevas fuentes de poder vinculadas al desarrollo urbano y del comercio, al aumento de la densidad poblacional, al incremento sobre todo de los grupos de indigentes que es necesario neutralizar a fin de evitar posibles revueltas populares por la desigual distribución de las riquezas. En este contexto estas órdenes centrarán su atención en la ayuda y, en cierto modo, vigilancia de las masas pobres.
Pero este tema ya no pertenece al marco de nuestro análisis inmediato.
En definitiva, el monasterio será un gran centro de la civilización durante la Edad Media. Se trata de un centro de producción cultural y modelo económico. Como institución se relaciona con la nobleza, posee prestigio e influencia, goza del favor real. Son los monjes, en su calidad de cronistas, analistas o redactores de documentos quienes resguardaron la cultura clásica, y tomando de ella aquellos fragmentos adaptables al pensamiento cristiano, contribuyeron a perfilar una imagen de la Edad Media. Con su colaboración, la Iglesia transformó las mentalidades del disgregado mundo del Bajo Imperio Romano en una Europa religiosamente unificada.
Los monjes fueron los inspiradores de la ideología medieval, junto a los obispos, supieron traducir y justificar en términos dogmáticos o morales la distinta correlación de fuerzas que estructuraba la sociedad.
"¡Tarea bienaventurada! ¡Trabajo digno de elogio! Predicar con la fatiga de las manos, abrir con los dedos las lenguas mudas, llevar silenciosamente la vida eterna a los hombres, combatir con la pluma las sugestiones peligrosas del mal espíritu. Sin salir de su celda, a una larga distancia, desde el lugar en que está sentado, el copista visita las provincias lejanas; se lee su libro en la casa de Dios; las multitudes le escuchan y aprenden a amar la virtud. ¡Oh espectáculo glorioso! La caña vuela sobre el pergamino, dejando la huella de las palabras celestes, como para reparar la injuria de aquella otra caña que hirió la cabeza del Señor."
- Bonassie, Pierre. Vocabulario Básico de la Historia Medieval. Trad. y Adap. M. Sánchez Martínez. 5ª edic. Crítica, Barcelona, 1999; pp.159-163.
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Trabajo realizado por
Maria A. Zurlo
Lic. en Historia, UNNE, Argentina. 25/11/04.
Categoría: Historia