Descargar

El lado oscuro del Cristianismo

Enviado por corinne


    ¿No será que existe también un lado oscuro del Cristianismo, así como tuvimos que lamentar la existencia de un rostro dogmático y despiadado detrás de las ideologías secularizadas del progreso? ¿Algo que mediante el miedo y la amenaza pretende llegar a los substratos infantiles de la personalidad para someterla? ¿Algo que se complace de la falibilidad y de la inconstancia del hombre? ¿De lo transitorio y relativo de sus logros históricos? ¿De la precariedad de sus momentos felices y de su destino mortal para desencadenar un tedium vitae que sólo se remedia con la muerte? ¿Y, aún así, sólo a condición de admitir un sólo horizonte trascendental y no otro?

    La pregunta me surgió espontáneamente tras haber arruinado, varias veces, mi descanso dominical leyendo el Mensaje a la Conciencia del notorio hermano Pablo. Éste nos pone directa y despiadadamente frente al hecho – confirmado por dos mil quinientos años de historia, lo reconozco – que el hombre es una rama torcida, un frágil y de pronto agotado compuesto químico que, a pesar de su breve existencia, logra acumular, con habilidad asombrosa, un gran número de boletos para el Infierno: mentiras, violaciones, robos, asesinatos, traiciones. Y de paso, siempre hacia el final, para no alejarse demasiado del esquema retórico adoptado tan exitosamente, el autor nos recuerda también que la única solución – aunque esto no está confirmado por la historia – es Jesús.

    Si no estamos convencidos de esto no sólo aumentan exponencialmente nuestras probabilidades de atropellar lisiados que cruzan la calle, sino que, también nos preparamos para un viaje sin retorno al lugar más tropical de que haya noticia. Aparte de la Biblia y la noticia recortada del periódico, el hermano Pablo no brinda a la reflexión del magullado lector ningún documento histórico ni dato científico. Por el contrario nos da a entender, implícitamente, que esto sería una pérdida de tiempo, ya que en la Biblia están las respuestas a todo. Desde la composición molecular de la materia hasta las mejores recetas de cocina. Y todas ellas infalibles.

    Un escrúpulo de conciencia me impuso averiguar si este abrumador memento mori no sería más que la simple idiosincrasia de un autor marcado por los estigmas de una radical desconfianza en el hombre y de un sentimiento de impotencia frente a la muerte. ¿Qué tal si se tratara de un topos milenario bien definido de la pedagogía cristiana – digamos tentativamente y por defecto – desde Gregorio Magno hasta Lutero y Calvino? ¿Habría podido tener un uso tan extenso y perdurable si no hubiese sido por el mensaje mismo del Cristianismo?

    Lamentablemente la respuesta es no. La idea de la existencia de una condena eterna después de una segura muerte biológica es tan natural al mensaje cristiano como lo es la idea de una supervivencia individual. Así como una distinción categórica entre bueno(s) y malo(s). Y como la idea de una conclusión apocalíptica de la Historia

    Luego, sobre estas convicciones, teólogos, predicadores, confesores, artistas de renombre – como Dante – y anónimos ejecutores del sentimiento popular, especularon, acrecentaron, enriquecieron con detalles y, al final, depositaron en la historia espiritual de Occidente el motivo del Infierno que aún pesa en la creación artística, en la modificación del estado psicológico de la persona y en la formación de grupos sociales. De aquí el interés que reviste el tema del Infierno hasta para quienes no creen en su realidad metafísica.

    A continuación recurriremos a los sitios de la Biblia donde pueden apoyarse quienes deseen una justificación teológica para sus divagaciones apocalípticas e infernales. El lector no olvidará que, si bien los textos originales son sucintos y repetitivos, una larga literatura que se origina en ellos lo autoriza a sacar todo el provecho posible de la paráfrasis.

    Con respecto al Antiguo Testamento, hablar de un Infierno, en el sentido en que estamos acostumbrados, es arriesgado ya que el Infierno existe sujeto a dos condiciones: 1) que sea cierta la supervivencia individual y 2) que el destino de los malvados sea diferente de aquel de los buenos. Pero ambas condiciones afloraron tardíamente. Durante cientos de años los hebreos vivieron convencidos de que la retribución y el castigo se miden en términos concretos y en un plano terrenal: bienestar familiar, psicológico y económico, respetabilidad, longevidad, a cambio del respeto por la ley

    En cuanto a la vida después de la muerte, la creencia más arraigada era la que consideraba el Seol como el destino común de los buenos y de los malos El lugar desde donde no se podían elevar cantos de alabanza. Donde el sufrimiento era consecuencia de que la supervivencia era nada más que una subsistencia en forma de sombra alejada tanto de los dolores como de los placeres. Un dolor penetrado de nostalgia por la terrenal cercanía a Dios pero donde no se nota interés alguno por imaginar un destino más cruel para los no judíos que para los pecadores. De hecho se suponía que una vida de pecado no pueda ser feliz, ni siquiera en esta vida.

    En cierto modo la concepción hebrea es muy cercana a aquella de los griegos. Me refiero a la mentalidad griega representada por Homero y no a aquella, muy posterior y elitista, de la filosofía. También para los griegos del siglo XIII a.C., y durante todo el tiempo en que Homero ejerció la hegemonía en la educación, la ultratumba se identificó con un estado de vida a medias, en el cual, debido a la falta de un cuerpo, las emociones no eran posibles aparte del frustrante recuerdo de la vida de antaño (nostalgia). Esta convicción de supervivencia corporal, que los griegos nunca sostuvieron por irracional, fue mantenida por los israelitas en base a la fe, pero – repetimos – tardíamente.

    Pese al contraste, siempre reiterado, entre el dios-juez del Antiguo Testamento y el dios-amor del Nuevo, la imagen del Infierno de fuego y azufre incide con más fuerza en la imaginación del lector del Nuevo más que del Antiguo Testamento. La insistencia de los Evangelios sobre los aspectos más tristes del destino ultramundano es mucho mayor que aquella evidenciable en el Antiguo Testamento. Además, el tema asumió una importancia capital en el ámbito cristiano debido a su aplicación masiva en la pedagogía y en la evangelización.

    El judaísmo nunca tuvo interés en extender su credo más allá de sus confines. Si lo hubiese deseado no habría tenido la oportunidad política de hacerlo, porque siempre fue una religión minoritaria y menospreciada, hasta perseguida, en territorio cristiano.

    El Cristianismo, por el contrario, habiendo logrado el status de religión oficial del Imperio Romano y durante la campaña de difusión por territorios inmensos, se enfrentó con dos problemas que justificaron el uso extensivo del tema del Infierno como arma de disuasión psicológica. Por un lado la erradicación del paganismo, y por el otro la sustitución de los organismos estatales en el ejercicio del control social.

    Por muchos motivos, fundados en el ya de por sí tenebroso imaginario del folklore europeo, el Infierno resultaba de por sí una idea fácilmente asimilable.

    Y en cuanto a las exigencias impuestas por el control social, el Infierno era – y es – un recurso excelente para detener la agresividad individual y colectiva.

    Con respeto al Infierno en el Nuevo Testamento véase Pedro II, ii 4; ii, 17 (tormenta de tiniebla); Lucas x 15 (abismo); xii 5; Mateo iii, 12 (fuego inextinguible); v 22 (fuego) 29, 30; x 28; xi 23; xiii 42, 50 (horno encendido; llanto y rechinado de dientes) xviii, 8, 9 (fuego eterno); xxiii, 15, 33; xxv, 41 (fuego eterno); xxv 30 (oscuridad); 41 (fuego eterno), 46 (castigo eterno); Marco ix 43 (fuego que no se apaga), 45, 47 (donde los gusanos no mueren y el fuego no se apaga); Apocalipsis xi 7 (abismo); xx 1-3 abismo), 15 (lago de fuego); xxi 8 (lago de azufre ardiente).

    Entre los escritores posteriores que son referentes imprescindibles para la elaboración de la doctrina teológica y de la amonestación pedagógica basadas sobre el Infierno citaremos a Tertuliano, S. Cipriano, S. Juan Crisóstomo, S. Agustín y Gregorio Magno.

    Descubrí con asombro que estos autores no tardaron en impugnar y rechazar la tesis de la injusticia de un castigo eterno.

    Así afirma Gregorio Magno y le hace eco S. Bernardino de Siena, que la condena se mide con respecto a la persona ofendida y no en razón del hecho en sí. De manera que, siendo el hombre hecho a la imagen de Dios, el criminal ofende a Dios por una simbólica transitiva pero no por eso menos real. Siendo Dios infinito en todos sus atributos también la ofensa asume una gravedad infinita, y, por ende, es necesario que el pecado sea castigado con una condena infinita. Y ésta sigue siendo la posición de muchos teólogos de la actualidad.

    Nos alivia un poco saber que esta perspectiva tan dramática no satisfacía a todos. Aquellos que creían: a) en la existencia del mal y b) en un nexo de causa y efecto en el plan moral, intentaron una interpretación menos rígida del concepto de condena. Así llegaron a suponer un perdón global y un retorno de todas las almas a Dios después de un cierto tiempo (hipótesis de la Apocatástasis) Sobre esta interpretación, que a mi personalmente me gusta por su moderación y piedad, inmediatamente cayeron los relámpagos de la condena como tesis herética (II Concilio de Constantinopla, 553)

    El mismo destino – condena por herejía – le había tocado en el siglo IV a la posición mantenida por Arnobio. Según él todos los que no se salvan serán exterminados. Esta opinión quizás no es muy divertida, pero por lo menos le reconoce el derecho a los muertos a descansar en paz. Porque para los otros las almas tienen que estar bien conscientes y despiertas (estaba a punto de decir ‘gozando de buena salud’) para poder ser asados para regocijo de los que miran desde arriba.

    De manera que me consolé pensando en el Purgatorio como el lugar donde aún es posible cultivar alguna esperanza a pesar de que la estadía conlleva duras pruebas. Sin embargo, pronto tuve que reconocer la falta de unanimidad de opinión. En primer lugar, parece que hay que ser Católico u Ortodoxo para creer en él, ya que los Protestantes lo rechazan. En segundo lugar, tampoco los Católicos quieren que se inviertan demasiadas expectativas en la remisión de los pecados.

    El Purgatorio fue introducido esencialmente como una mitigación y limitación del Infierno y, según el historiador Jaques Le Goff que investigó el tema, este concepto data desde fines de siglo XII. Sin embargo, hubo siempre una tendencia muy fuerte a poner el acento sobre los castigos, o sea sobre las semejanzas con el Infierno (con Agustín de Ipona en primera fila). Más aún, según Le Goff los mayores responsables de esta infernalización del Purgatorio fueron los predicadores dominicanos, quienes imaginaron un castigo adicional en el hecho de que, a diferencia del Infierno, los que están en el Purgatorio no saben cuándo va acabar el tormento. Y es sabido que la inseguridad es motivo de angustia.

    Por lo tanto, me dije, si me hubiese fijado en el Paraíso más que en las alternativas truculentas de la doctrina, esto me habría servido de terapia. Porque, lo confieso, ya estaba agotado. Acababa de hojear la Leyenda áurea y mi cabeza zumbaba con las imágenes de S. Bonifacio con agujas bajo las uñas, de S. Quintín con clavos en la cabeza, de S. Vital sepultado vivo, de Sta. Eufemia aplastada, de S. Hipólito sujetado de pies y manos a los caballos, de S. Sebastián atestado de flechas, y de S. Crisóstomo sentado sobre un taco de metal incandescente.

    Ya sin culpa constaté que comparado con la cantidad de literatura sobre el Infierno y el Apocalipsis, aquella que habla del Paraíso es modesta y, además, poco divertida. Me refiero al hecho de que las descripciones del Paraíso son bastante aburridas: enormes palacios de cristal, cánticos suaves y celestiales, una gran luz blanca, una atmósfera etérea. A veces se asiste a una concepción más tangible, más cercana a los ideales de felicidad del hombre común. Entonces se encuentran islas poco accesibles, engarzadas en una Naturaleza no contaminada. Islas donde la abundancia provee al hombre todo lo que el necesita sin ningún esfuerzo de su parte. Islas hundidas entre flores olorosas y colores maravillosos donde el hombre vive en armonía con los animales y los animales viven en armonía entre sí. Me olvidaba: nadie muere.

    ‘Qué raro’ – me dije – ‘suena conocido’.

    Luego recordé que tanto Latinos como Griegos también soñaron con lo mismo y que los modernos lo creímos hasta hace poco. Nos contaron que en las Américas vivían poblaciones vírgenes que no padecían las contrariedades de los europeos. Hubiese querido investigar si acaso no era el mismo Paraíso que estaba detrás de las especulaciones sobre las islas utópicas de Tomás Moro y de Francis Bacon, o en el fondo de las sociedades ideales imaginadas por Saint-Simon, Owen, Fourier y, tal vez, de las comunistas de nuestro siglo.

    Me detuve, sin embargo, porque aún no me quedaba claro quién había contribuido a dibujar con tanto detalle la imagen del Infierno. De hecho la Biblia siempre termina hablando de llamas y oscuridad, mientras que hasta los niños saben que allá se encuentran las personas y los monstruos de acá. Está el vecino que pertenece a otra confesión y que, además, friega hasta entrada la noche con la música a todos los decibeles. También castigamos a la mujer que nos traicionó con el amigo ‘a pesar’ de que le pegábamos todas las noches. Y, por ultimo, no debe faltar – si me piden una opinión – el que inventó la música Tekno.

    Algo había ocurrido entonces. Alguien había ampliado el relato bíblico. ¿Pero quién?

    Bueno, en realidad no fue el producto de la excelsa originalidad de una sola persona (por lo menos hasta que Dante Alighieri apareció en escena), pero sí tuvo una difusión por capilaridad gracias a la publicidad que le dieron los párrocos y los itinerantes en su actividad de conversión y educación de las masas.

    Los escritos a los cuales ellos hacían referencia son conocidos como ‘literatura de las visiones’, en el sentido de que narraban hechos de ultratumba aprehendidos como en sueño, en forma de visiones. Citaremos los Diálogos, de Gregorio Magno; la Visión de Bernardino, de Incumar de Reims; la Visión de Vittorino y la de Otario, de autor anónimo pero atribuible al alto clero carolingio; la Epístola de Wynfreth, de Bonifacio; la Historia religiosa del Pueblo de los Anglios, del venerable Beda; el Elucidarium, de Onorio de Autun; las Visiones de Tundali, de Paoli, Alberici; y el De Babylonia Infernali de Giacomino da Verona.

    Todas estas ‘visiones’ tienen la característica de ser muy semejantes. Pero que el lector no se confunda. Para la mentalidad medieval un exceso de originalidad significaba una pérdida de autoridad. En aquel tiempo no se las consideraba falsas y desfiguradas por estar enmarcada por un topos literario, sino que se las creía revelaciones verdaderas.

    La literatura de las visiones fue el género más popular de la Edad Media. El conjunto de imágenes que se fue cristalizando como típico del Infierno incluía: 1) un puente lanzado sobre un río impetuoso (el ‘valle de lagrimas’) en cuyas aguas venían arrastradas las almas perdidas; 2) el libro donde están anotadas las acciones buenas y malas cometidas en vida; 3) las pugnas entre demonios y ángeles por llevarse las almas; 4) los pozos flamígeros donde están confinados los pecadores y 5) el encuentro con hombres que fueron poderosos y violentos en vida y ahora son castigados horriblemente.

    Pero entre tantos libros aparecidos se destaca uno, el Elucidarium de Onorio de Autun (siglos XI – XII), por ser el más agrio y, a la vez, uno de los más influyentes antes de Dante. El Elucidarium es parte de un proyecto que abarca la teología (I° Libro: De divinis rebus, o sea Dios, Adán, la Creación, la Encarnación, el sacrificio, el cuerpo místico), la antropología (II° Libro, De Rebus Ecclesiasticis, el mal, el pecado, la predestinación, la Providencia, el bautismo, el matrimonio, la muerte, la sepultura, las diversas categorías de hombres, ángeles y demonios) y, por fin, la escatología (III° Libro, De Futura Vita).

    Es justamente mediante los temas escatológicos que la naturaleza piadosa del autor tiene la oportunidad de manifestarse. Si bien no puede decir quiénes tendrán garantizados su salvación, por otro lado resulta absolutamente claro que serán poquísimos. Sería más preciso decir que, según él, la mayoría de la humanidad está condenada antes de nacer.

    Toda la literatura apocalíptica de la Edad Media (las ‘visiones’ incluidas) contienen un germen de critica social. Para el autor del Elucidarium ésta se expresa por la convicción que los primeros en quemarse serán los ricos y los terratenientes mientras que la gracia se esparcirá sobre los pobres (o sea los campesinos) Sin embargo, esto puede ocurrir sólo con dos condiciones: 1) El campesino debe tener por claro y evidente que no hay una verdadera justicia en este mundo y, por lo tanto, no debe alimentar excesivas esperanzas de redención social. 2) El campesino debe dejar en manos del poder eclesiástico la responsabilidad de ordenar el cambio, en la medida en que lo puede haber en este mundo.

    La salvación nunca proviene de la iniciativa política personal o de un grupo social, sino solo mediante la purificación interior. Esta purificación es función de la asidua frecuentación de los sacramentos, y de la humildad con la que el campesino se hace cargo de su rol de trabajador en beneficio exclusivo de otros. Toda rebeldía es estigmatizada y es muy claro que, cuando Onorio de Autun habla de ‘pobreza de espíritu’ y de ‘la predilección de Dios por los pobres de espíritu’, esta pensando, aparte de los campesinos, en los niños y en los locos, o sea, en una categoría de humanidad que por su ingenuidad es incapaz de tomar decisiones.

    Dante Alighieri asimiló muchos de estos temas junto con otros procedentes de la tradición clásica y los sistematizó en ese cuadro que ha representado durante muchos siglos el inconsciente metafísico del hombre común. Si tuviéramos que resumir las características del Infierno dantesco diríamos que:

    1. Es un lugar de sufrimiento eterno, tanto espiritual como físico. A pesar de ser incorpóreas las almas conservan su sensibilidad (esto marca la diferencia con el Seol y la ultratumba griega) y el sufrimiento será aún mayor cuando, con el fin del mundo, los cuerpos se unirán otra vez al alma.

    2. Tiene una ubicación geográfica bien precisa (debajo de la Tierra) y una topografía justificada por las concepciones astronómicas de Tolomeo y la teología de la Escolástica.

    3. Está envuelto en tinieblas y saturado por los gritos de desesperación, rabia o maldición de los condenados. Por si esto fuera poco está poblado por seres horribles.
    4. Por fin, los castigos son diferenciados según su gravedad y siempre tienen relación con la naturaleza del delito. Por ejemplo el delito de infidelidad – que tiene su origen en la incapacidad de frenar el torbellino de la pasión – es castigado mediante una tormenta que arrastra y sacude a la pareja culpable.

    En resumen, el Infierno es el cumplimiento pleno de la justicia, en el sentido de la proporcionalidad e irreversibilidad del castigo asignado a cada pecado. Según Dante el sentimiento de piedad que puede deslizarse en el observador (Dante mismo vacila a veces) es un signo de miopía intelectual y de debilidad moral más que un índice de humanidad.

    Hacer un inventario de los pecados castigados en el Infierno dantesco es interesante. Descubrimos que hay de todo: acciones que aún hoy día consideramos crímenes (el homicidio por venganza o por hambre de poder así como la mentira); otros cuya pecaminosidad nos resulta difícil entender (simonía) y otros que ya no son crímenes para nosotros (homosexualidad) Sin embargo, no es este el lugar para encarar el tema de cómo cambia el repertorio de los pecados en la historia, ni para debatir su validez y menos para establecer criterios absolutos respecto del Bien y del Mal.

    Vale más subrayar los siguientes puntos: 1) La existencia de una ultratumba cristiana bipartita (Infierno/Paraíso) se justifica por estar explícitamente estipulada en los textos bíblicos. Pero la imagen detallada del Infierno – la misma que ejerce un influjo sobre la imaginación de los creyentes – es un derivado de los comentarios sobre la Biblia, obrados según un modelo narrativo específico con fines bien precisos, entremezclando sugestiones bíblicas, motivos de la literatura clásica y creencias del folklore anteriores a la propagación del Cristianismo 2) Los autores de esta literatura menor estaban todos comprometidos con la predicación y el conjunto de las imágenes era utilizado con fines de sujeción moral y de conversión. 3) El hombre medieval sentía pavura del Infierno pero no lo creía injusto. No sólo los teólogos de profesión sino también laicos como Dante estaban convencidos de que al experimentar piedad por los condenados en realidad estaban religando buenos sentimientos con criterios de evaluación objetiva.

    Cada uno de estos puntos merecería una reflexión más extensa, sin embargo, el ultimo de los tres es el pilar teórico de los primeros. Repito, si la propaganda sobre el Infierno y el Apocalipsis no representara un fenómeno de relevancia social y psicológica probablemente no valdría la pena una discusión fuera del ámbito de los especialistas en disciplinas históricas. Pero no es así, y un simple vistazo a la producción fílmica corriente sería suficiente para percibir la fascinación que ejercen estos temas sobre el publico.

    Históricamente la apelación al sentimiento de culpa y la amenaza del Infierno han significado dos cosas distintas. Por un lado la preservación de cierto orden social y moral y por el otro la defensa de un marco religioso – metafísico.

    Con respecto al primer punto no hay mucho que decir desde un punto de vista teórico. Quizás estas fantasías hayan tenido una justificación en épocas bárbaras. Quizás la tengan aún al comprender las reacciones más primarias y antisociales del ser humano. Pero, si se trata sólo de esto, entonces estamos hablando de un instrumento pedagógico de tipo paternalista (‘Hasta que tú no tengas la capacidad de reconocer por tu cuenta que no hay que robar, a través de tu imaginación apelaré a tus miedos más profundos para detenerte’) del cual podemos deshacernos una vez alcanzada la madurez.

    Con respecto al segundo punto hay mucho que decir que está fuera del alcance del presente trabajo. Pero, con el ánimo de demostrar mi imparcialidad empezaré improvisándome abogado del diablo.

    El Infierno es la deformación histórica de una aspiración legitima y aparentemente propia a todas las culturas: la preferencia del cosmos al caos.

    Las culturas se defienden de la amenaza del caos instituyendo genealogías y jerarquías, inventando relaciones de causa y efecto, y descubriendo ritmos y regularidades. El Infierno y el Paraíso representan una versión – una modalidad entre otras – de esta necesidad. El hombre radicado en la tradición bíblica cristiana está convencido de que existe un equilibrio pero está igualmente convencido de que este equilibrio no se consigue en esta vida ni en esta Tierra.

    Es escéptico acerca de los programas de redención de tipo social globales y definitivos. Ni la justicia ni la felicidad se cumplen en esta vida: el ladrón y el asesino no padecen de sentimientos de culpa, como quisieran los grandes escritores rusos. De hecho el delito tiene recompensa y el pobre se aguanta.

    Pero si todos tenemos el mismo fin, si es lo mismo matar o no matar, destruir o preservar el ambiente, engañar o ser engañados, entonces no tiene sentido la existencia. En términos metafísicos el caos es la falta objetiva de una regularidad cualquiera y en términos existenciales es la incapacidad de establecer distinciones, de percibir líneas de fuerza, de reconocer preferencias. El caos es nihilismo. Infierno y Paraíso polarizan la vida del ser dándole dirección y sacándolo de la indecisión porque garantizan que el orden se cumple de una manera u otra.

    Pero una vez reconocido esto hay también que hacerse algunas preguntas

    1. ¿Qué de las civilizaciones que no han respondido al problema de la misma manera? Me refiero a las extra europeas: amerindias y asiáticas. ¿Hay que presuponer – antes de haberlo comprobado – una insatisfacción de fondo por no haber alcanzado los resultados que la fe cristiana promete? ¿Hay que imaginar una exclusión de la justicia y de la sensatez de la existencia desde la perspectiva de los problemas encarados? Muchos antropólogos creen que no: el hecho mismo que sigan vitales quiere decir que han elaborado modelos culturales que resultan satisfactorios en el plano espiritual. Si la convicción de que no hay supervivencia individual ni Infierno estuviesen indisolublemente asociadas a la desesperación y a la falta de sentido de la vida, estas civilizaciones simplemente no existirían. El punto es si estamos suficientemente equipados mentalmente para entenderlas.

    2. Aún manteniéndonos cercanos al área espiritual a la cual estamos acostumbrados ¿es indispensable la idea de la eternidad de la condena al mantenimiento de la persuasión de un universo ordenado? ¿O es que se trata de un concepto del cual no logramos despegarnos por deferencia a la autoridad?

    3. Recientemente se ha tomado nota de la fuerte similitud entre las insights de la meditación oriental y los descubrimientos de la física subatómica. Esto equivale a decir que los datos de la investigación científica se prestan también a reflexiones de orden existencial. Los conceptos de espacio, tiempo, realidad, conocimiento, sustancia, individuo, han sido radicalmente puestos en tela de juicio. ¿Por qué no explorar también la posibilidad de la incorporación de los datos científicos acerca de la realidad física del universo para obtener una percepción del yo más en armonía con el cosmos? En el peor de los casos, si no produjera los efectos psicológicos esperados, por lo menos tendría el merito de profundizar nuestros conocimientos históricos. Porque el uso de la realidad física del universo como tema de reflexión orientada a la modificación de estados interiores ya fue analizado en la época helenísta por los estoicos y los epicúreos. Me despido, por lo tanto remitiendo al bello libro de Pierre Hadot, Exercices spirituels et philosophie antique, Paris 1987, que enfoca este tema de la filosofía antigua.

    Por

    Davide Doardi

    Nacido en Venecia, Italia, el 18 Febrero, 1961. Licenciatura en filosofía en la Universidad de Ca’ Foscari, Venezia. Estudios musicales con los Maestros Luca Pitteri, Lorenzo Regazzo, Davide Teodoro. Reside en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Publicaciones: Ingles legal. Casos reales comentados. CRE, Santa Cruz de la Sierra, 2004. 2. Introducción discursiva a la lingüística del inglés. CRE, 2003, Santa Cruz de la Sierra.