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Objeto Literario (página 2)

Enviado por Eduardo Daniel Véliz


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La noción "objetividad sancionada" da cuenta de la violencia inherente a la polémica, un fenómeno sutil que, en el caso del abordaje académico del enunciado, se expresa por medio de omisiones deliberadas. En este ámbito, la principal inadvertencia viene dada por el hecho de soslayar que, junto a forma y contenido, existe un elemento determinante de éstos, la función asignada al objeto producido, instancia que opera sobre la integridad del enunciado, confiriéndole valor de uso específico con relación a las condiciones históricas en que se produce. Este valor evidencia el carácter socialmente determinado de la función, dado que deriva de cierto juicio referido a la finalidad del objeto, en una situación inequívoca; así como promueve su carácter determinante, en tanto forma y contenido de la cosa responden instrumentalmente a los requerimientos de quien los asocia como un todo elaborado. En la causalidad funcional del enunciado estriba la tensión dialéctica del intercambio, propiciada por la intersección de mecanismos valorativos, cuya relativa correspondencia da cuenta de los grados de coparticipación entre los sujetos respecto de la posesión y operación eficiente del objeto, del mismo modo que, de los niveles antagónicos propiciados por la diferencia de valor asignado al todo funcional constituido, con relación a cierto ordenamiento ambiental, inducido por una distribución específica de las prácticas productivas. Es evidente que, el reconocimiento de la función, permite recomponer el régimen causal de la producción y circulación de los enunciados lingüísticos, desde la perspectiva de la praxis de las fuerzas sociales surgidas en cierta fase del desarrollo histórico.

La función del enunciado no es un elemento perceptible, como sus determinados, sino inherente a la construcción de instrumentos, en tanto su manifestación por la lengua constituye la materialización instrumental del trabajo humano concretado por la habilidad del lenguaje. El lenguaje, como habilidad históricamente adquirida, es el "… segundo sistema de señalización de la realidad… que es la señal de la primeras señales… para no permitir que se deformen nuestras relaciones con dicha realidad…"[4] Evitar la deformación de las relaciones con la realidad funciona de acuerdo con la perspectiva propiciada por una ubicación productiva específica, de modo que, operar el sistema de señalización de la realidad de un modo particular, implica componer objeto particular, que es "… mucho más que una simple relación entre el individuo y su ambiente natural: es, aún en sus formas más simples, un producto social: la relación entre la sociedad y su medio ambiente según se refleja en el individuo…"[5] La función promueve la conformación y manifestación del enunciado como respuesta de facto, dentro de la correlación de fuerzas involucradas en una relación de intercambio. Quien enuncia, opera forma y contenido como un todo instrumental subordinado a una función dada, y su efectividad depende de la relativa correspondencia entre los propósitos implícitos en la producción del enunciado y los diversos fines involucrados en su abordaje.

El hecho que, la relación entre la funcionalidad asignada por quien enuncia y por quien recibe, sea contingente, determina grados variados de tensión dialéctica, enfatizando la interacción de valoraciones sobre la pertinencia del objeto, un mecanismo dinámico donde un "… sentido descubre profundidades al encontrarse con otro sentido, un sentido ajeno: entre ellos se establece una suerte de diálogo que supera el carácter cerrado y unilateral de estos sentidos…"[6] y del cual se deriva una nueva forma instrumental, cuyo valor está determinado por su operatividad respecto de cierta entidad considerada problema. En la medida en que la función confiere un valor de uso al enunciado, éste está ligado a la evolución del medio en que se produce, razón por la cual, este atributo, inherente a la esfera íntima de quien enuncia, tiende a mutar en valor de cambio tras su ingreso en un proceso social de intercambio, en el cual, su capacidad efectiva para el abordaje y tratamiento de nuevos objetos, será contingente debido a la variedad de relaciones funcionales que ha de desarrollar en su concurso social.

En cuanto tal, el enunciado constituye trabajo humano objetivado por el lenguaje y, en tal condición, expresa su doble condición de producto derivado de un modo específico de producción y de objeto de intercambio, dado que, en "… la distribución es el momento que tiene por origen a la sociedad y el intercambio el momento que tiene por origen al individuo. En la producción la persona se objetiva y en la persona se subjetiviza la cosa; en la distribución la sociedad, en forma de determinaciones generales dominantes, es la que representa el papel de intermediaria entre la producción y el consumo; en el intercambio, el paso de la una a la otra está asegurado por la determinación contingente del individuo."[7] La cita explica la objetivación del enunciado y el procedimiento a través del cual, por un lado, le es asignada una cualidad inmanente, cuya perennidad está determinada por la funcionalidad potencial atribuida en ciertas condiciones históricas; y, por el otro, la separación de su productor, cuyo relativo reconocimiento es función de la rentabilidad material y simbólica, devengada por su producto, dentro del concierto legítimo de intercambios constituyente de la cultura.

Sobre la forma y sus interpretaciones

La valoración funcional de los enunciados puede verse en torno a dos estadios históricos: uno, de la oralidad, por cuyas características no hay percepción visual de lo expresado y la aprehensión de la forma particular de cada una de las locuciones deviene nula. En esta instancia, la preeminencia del contenido y la función es notable, dado que, la vida social, gira alrededor de los procedimientos formularios que posibilitan la organización y concreción de los trámites humanos, dentro de un ambiente en el que las "… palabras sólo adquieren sus significados de su siempre presente ambiente real…Las acepciones de palabras surgen continuamente del presente; aunque… significados anteriores han modelado el actual…"[8] El concepto de forma es sinónimo de modo e involucra lo perceptivo en general, por cuanto, en su manifestación, no puede discriminarse lo lingüístico de lo gestual. Forma y contenido comportan un todo indisociable, en el que se inscriben las condiciones objetivas y subjetivas de producción e intercambio.

Otro momento se halla asociado a la escritura, fase del desarrollo humano, cuya concreción se fundamenta en el uso sistemático de la palabra graficada y, en virtud de lo cual, es posible establecer una diferenciación de sus constituyentes asequibles. La letra posibilita una representación de la forma, en tanto conjunto de elementos gráficos que hacen evidente el contenido de un enunciado y lo prolongan indefinidamente en el tiempo, preservándolo de la "corrupción ideológica" mediante la generación de un espacio que distancia tanto a productor y receptor, como al primero de su producto. De hecho, el concepto "idea", forma, de cuño platónico, se funda en la percepción visual, porque la idea "…era…concebida por analogía con la forma visible…",[9] en tanto entidad inmóvil y evidente, procedente de un ámbito no sólo asequible por contemplación, sino también privativo de quienes pudieran darse a ella. En tal sentido, forma no es homóloga de modo, sino la sustancia constituyente del objeto, que se aparece ante el sujeto; dicho de otro modo, ya no se trata de una praxis, sino de una cosa indeterminada por la necesidad concreta y surgida previamente a ésta.

Puesto en estas condiciones, el enunciado no se conforma como un todo determinado por las condiciones de enunciación, sino como un complejo emergente ex nihilo, un compuesto con propiedades y características circunscritas a su apariencia, inmutable y ajeno a la coyuntura histórica. El reconocimiento del objeto se hace por contrastación de forma y fondo, es decir, la particularización de una entidad respecto de un conjunto general y, por ello mismo, puede ser considerado un signo, el "elemento al que se sigue", tal y como era posible con relación al signum, objeto visual con el cual se particularizaba una legión romana en el concierto general del orden de batalla.

El acto de escindir una parte de la totalidad plantea la existencia de una causa eficiente y una tecnología específica que no puede desarrollarse per se. Por el contrario, exige una transformación objetiva de las condiciones de vida, como resultado de una modificación de las prácticas sociales de producción. Para que el proceso se haga efectivo, es necesario un modelo diferenciado de percepción y abordaje de las condiciones objetivas individuales y colectivas, que haga posible "apreciar" algo, aun cuando sea una entidad abstracta. La evolución de las condiciones objetivas de producción determinó la cristalización de un conjunto de juicios dados que, socializados, sirvieron para institucionalizar la separación de los componentes de un elemento de significación integral, ocultando la función social del objeto y direccionando la percepción a la "pura" contemplación de la forma, en tanto objeto mesurable y cosificable.

Desde luego, la inducción perceptiva es una práctica determinada históricamente, en tanto el "… modo de percepción estética, en la forma "pura" que ha adoptado en la actualidad, corresponde a un estado determinado del modo de producción artística: un arte que …es producto de una intensión artística que afirma la primacía absoluta de la forma sobre la función…"[10] y la consecuencia de una pedagogía aprehensiva y apreciativa que permite "ver" aun lo imperceptible, según se desprende del principio formalista que indica que "…la percepción artística es aquella en la que sentimos la forma (tal vez no sólo la forma, pero por lo menos la forma)…"[11] Esta idealización de la forma, que debe "sentirse", puede aplicarse a las producciones orales sólo si opera un presupuesto lógico propiciado por una concepción prefigurada de la forma, asociada a la institucionalización del sistema "moderno" de valoración a través de la escolarización creciente, donde "…la aprehensión y apreciación de la obra de arte… depende de la intensión del espectador la que, a su vez, es función de las normas convencionales que rigen la relación con la obra de arte en una determinada situación histórica y social…"[12]

La instauración de una distancia temporal y espacialmente indefinida entre los sujetos mediatizados por el objeto, relativiza los efectos de la función dada por el productor, en tanto enajena su valor de uso original, librándolo a una valoración condicionada por un juicio legítimo, oportunamente generalizado. La enajenación formal transforma el objeto en una entidad, cuya existencia es un artefacto lingüístico contingentemente funcional, como consecuencia de la generalización de un modelo de valoración peculiar, inscrito en condiciones históricas determinantes. Del planteo se deriva un salto metodológico cualitativo, por cuanto la transformación de la aprehensión de los enunciados no sólo evidencia la implementación de una nueva tecnología de la palabra, sino también de los efectos sociales que produce la redefinición funcional del objeto y el modo de operación del mismo: la percepción de éste, mediatizada por el arte de la lecto-escritura, inaugura la aprehensión individual con la consecuente reasignación de ocupaciones productivas y sociales, en tanto el "…"beneficio simbólico que proporciona la apropiación material o simbólica de una obra de arte se mide en el valor distintivo que esa obra debe a la singularidad de la disposición y la competencia que exige y que rige la forma de su distribución entre clases."[13] El hecho que, las "… personas que han internalizado la escritura no sólo escriben, sino también hablan con la influencia de aquella,…"[14] expresa no sólo la determinación histórica que obliga la adquisición de la palabra escrita, sino también de los objetos y modelos productivos legitimados de acuerdo con las exigencias de los sujetos sociales dominantes.

Esta enajenación formal hace posible la contemplación del objeto desligado de las condiciones históricas en que adquiere una finalidad específica, liberado de las contingencias políticas en las que subjetivamente se inscribe, y transformándolo en una entidad desasociada de la función de uso dada por su productor, inherencia que deriva del hecho que las "…propiedades de las cosas sólo interesan cuando las consideramos objetos útiles, es decir como valores de uso…"[15] y reasignada a un universo "formalizado", de conformidad con una función de cambio que, en el caso de las producciones verbales estéticas, se expresa en una utilidad ubicua, en la cual, la "…forma general de valor, forma que representa los productos del trabajo como simples cristalizaciones del trabajo humano indistinto, demuestra, por su propia estructura, que es la expresión social del mundo de las mercancías…",[16] y cuyo consumo social induce la ficción de la posesión del "gusto" como cualidad inherente de la distinción social, dado que, el "… campo de producción… permite al gusto realizarse, ofreciéndole… el universo de bienes culturales como sistemas posibles estilísticos constitutivos de un estilo de vida…"[17] El efecto inmediato de la generalización de esta modalidad de valoración es el direccionamiento de la apreciación pública y la indagación académica hacia una contemplación privativa del objeto solamente en su manifestación fenoménica, concentrándolas en la evidencia física y la gestión recursiva, exorcizando la finalidad que determina la producción del enunciado.

El mecanismo descrito es el que opera en la indagación formalista,[18] cuyo modelo aprehensivo se basa en el presupuesto de "literaturidad", es decir, "….lo que hace de una obra dada una obra literaria…",[19] objeto de la "ciencia literaria". Esto no es casual, porque la concepción formal no puede derivar de otro modo de percepción que no sea "literario", ya que es el único por el cual es posible concebir y comprobar la "forma" de una creación, aún cuando la misma no se manifieste, dentro de los límites lógicos de un sistema.

La búsqueda formalista esta condicionada de antemano por dos modos de alienación:[20] una, derivada del inmanentismo estético, a partir del cual se presupone que el objeto es portador de la belleza en sí mismo, el otro, deriva de la evolución histórica de la modalidad literaria. El problema de la "belleza en sí", en tanto valor en sí, plantea necesariamente dos frentes de examen: por un lado, la concepción de "absoluto" que rige para la belleza artística como vástago y reflejo del espíritu, en tanto la "…superioridad (Das Höhere) del espíritu y su belleza artística frente a la naturaleza no es, empero, algo relativo, sino que el espíritu es ante todo lo verdadero, que en sí todo lo abarca, de modo que todo lo bello es verdaderamente bello cuando participa de esta superioridad y es generada por ella…"[21] El segundo frente es correlativo, dado que el propio "extrañamiento" del objeto respecto a los demás, exige un espíritu sensibilizado para percibirlo, porque "…la belleza artística…tiene otro ámbito que difiere del pensamiento, y la aprehensión de su actividad y sus creaciones exigen otro órgano distinto del pensamiento científico…el órgano en verdad de la actividad artística y de su goce, permanece excluido de la ciencia…"[22]

Es claro que, las afirmaciones del filósofo, expresan las formas con que se objetivan las condiciones concretas de existencia. Por tratarse de un objeto trascendente y de una práctica metacientífica, el sujeto poseedor es quien dispone del tiempo y los medios para una contemplación artística pura, vale decir, una condición humana con necesidades materiales plenamente satisfechas, que sólo pueden hallarse en una fase de la evolución de los mecanismos de producción y en manos de ciertos sujetos históricamente reconocidos. Ello mismo implica la existencia de cierto modelo de valoración en el cual, el objeto, asumido a priori, se erige como privativo de una sensibilidad exclusiva, cuya práctica es consecuencia histórica del proceso de acumulación.

Plantear un enunciado desvinculado de su ámbito social es imponer la ficción de la "objetividad", la cual es no es más que una subjetividad condicionada por un modelo específico de valoración, que deprecia el valor de uso original, ignorando que las propiedades estéticas de los objetos tienen un contenido histórico-social, en tanto "…la posibilidad de reflejarlo se halla determinada por el desarrollo de los sentidos y del pensamiento del hombre en virtud de su participación en la práctica histórico-social…"[23] y, por ello mismo, se inscriben dentro de las coordenadas políticas que rigen los procesos de intercambio, dado que, la "… intención artística no puede sino contradecir las disposiciones del ethos o las normas de la ética que definen en cada momento, para las diferentes clases sociales, los objetos y los modos de representación legítimos, excluyendo del universo lo que puede ser representado por ciertas realidades y ciertas maneras de representarlas…"[24] La operación de oscurecimiento de la función de uso es un hecho político y, como tal, ejecutada por un sujeto determinado. El soslayo de los fundamentos subjetivos de la producción, así como, la relativización del sujeto productor, instituyen el valor de cambio, en virtud del cual, un "contenido", se subordina a la "forma" con que ingresa a los procesos de intercambio, de acuerdo con la taxonomía oficial que rige a la producción literaria.

Esta inmanencia estética opera como una lente distorsiva, sustrayendo el objeto de la complejidad que involucra el proceso socialmente determinado de su producción. Ello implica obviar una premisa básica del modelo científico, que se pretende imitar: la evidencia asequible de las condiciones históricas, por "… eso cayó Hegel en la ilusión de concebir lo real como resultado del pensamiento, que se concentra en sí mismo, se profundiza en sí mismo, se mueve por sí mismo, en tanto que el método que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto no es, para el pensamiento, otra cosa que la manera de apropiarse de lo concreto, de reproducirlo en forma de un concreto pensado."[25] La distorsión inmanentista favorece la expropiación del trabajo productivo comportado en la cosa, a la vez que institucionaliza la valoración hegemónica. Al separar lo producido de las condiciones históricas en las que se produce, la ficción "cientificista" de la inmanencia no sólo despolitiza la existencia del objeto, sino también el propio acto de su expropiación, mediante el cual es incluido en cierto catálogo y asumido y valorado de acuerdo con determinados criterios de juicio, inducidos por una escolarización sistémica. La despolitización es, en sí misma, un acto político, cuya "neutralidad" escamotea el hecho que las "… ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas…",[26] cuya generalización involucra negación de la violencia material del acto expropiador y de las consecuencias sociales que se derivan de ello.

Sin embargo, el hecho que, casi "… toda investigación infiere lo no observado… a partir de lo observado…",[27] obliga a reconocer un problema conceptual no menor, dado que, la negación de la finalidad del objeto producido, no implica indefectiblemente su inexistencia, ni la ignorancia de una procedencia. La naturaleza histórica del enunciado ha obligado al inmanentismo estético a asumir conceptos y juicios, sin poder evitar un error lógico de equivocación, en la medida en que, en su discurso, se "…utiliza algunas veces una palabra polisémica… ya con uno, ya con otro significado, considerando que la emplea con un significado único…",[28] de modo que su logicismo incurre en la violación de la ley de identidad, que "… exige… que en el curso del pensamiento los conceptos y juicios tengan un carácter unívoco…"[29] Este es el caso de "ambigüedad".

¿Qué es lo que hace de un enunciado algo ambiguo? O, más bien, ¿cómo un objeto puede ser, per se,[30] ambiguo? El último interrogante devela una contradicción epistemológica insalvable para el inmanentismo estético, en la medida en que, la existencia de un enunciado, puede verificarse o no empíricamente y, en virtud de ello, es indudable. Como toda producción está determinada por una finalidad, el objeto, en cuanto trabajo humano objetivado, conlleva una definición de la realidad y un criterio constructivo específico, determinados históricamente. El objeto es una entidad útil y, por lo tanto, es lo que su productor define como tal, en función de las causas de su elaboración. Su uso ajeno es una realidad potencial y su efectividad es relativa, en tanto el proceso de intercambio mediatiza la relación entre los sujetos. Si la realidad del enunciado es indudable, entonces, la ambigüedad puede radicar en el contenido. Sin embargo, tal aserción tampoco es factible, teniendo en cuenta que forma y contenido son un todo inescindible, cristalizado en un objeto ad hoc,[31] de conformidad con la pertinencia que el sujeto asigna a su creación, por lo que el enunciado se conforma del modo que su productor considera más apropiado y significa lo que el sujeto quiere que signifique. El significado que los receptores le asignan es contingente, dado que su propia intervención es de similar naturaleza, del mismo modo que la función que puede asignar al enunciado que percibe como un todo funcional.

Si se aceptan estas deducciones, lo que genera un efecto de ambigüedad es el mecanismo de valoración determinado por la ubicuidad del receptor y no del enunciado, cuya existencia es dada y, como tal, inalterable. Este efecto, en el abordaje, es causado por la sustracción de la función de uso, a favor de la de cambio, acto que pretende enmendarse por la apelación a una "reconstrucción contextual", recreación falaz entre objetos, fundada y sostenida en la noción "texto", cuya ilusoria realidad favorece un conocimiento cosificado y codificado de acuerdo a modos sancionados de valoración, en los cuales, el continuo actual del momento de producción, queda redimido de las contradicciones que impulsan su elaboración, naturalizando "…las condiciones sociales que hacen posible la representación dominante de la manera legítima de abordar las obras de arte, es decir, las condiciones sociales de producción del gusto "desinteresado" y de los "hombres de gusto", capaces de obedecer…a los cánones de una "estética pura"…",[32] coherente con la posición hegemónica de quien la sostiene.

El otro modo de enajenación está asociado a la propia evolución del enunciado en modalidad literaria. A su clasificación "formal", según el materialismo propio de la preceptiva aristotélica de los géneros, hay que adicionar su evolución, desde su instrumentalidad como objeto articulador de los estamentos y justificativo de la dominación de la Época Clásica, pasando por el Medioevo, su instauración como elemento civilizador (formador de mercado) de la sociedad moderna del siglo XVIII, hasta su consolidación efectiva como objetomercancía en la sociedad burguesa del siglo XIX.

La evolución, sucintamente esbozada, da cuenta de la determinación histórica sobre la reasignación funcional del objeto, en cuya última instancia, forma y contenido, separados de su función original, se institucionalizan, en un medio en el que la "… literatura y el arte… tienden a la mixtificación. La mixtificación significa velar la realidad con el misterio. Esta tendencia es, por encima de todo, resultado de la alienación. El mundo burgués contemporáneo, industrializado y reificado,[33] es ajeno a sus habitantes… la mixtificación y la mitificación constituyen una manera de huir de las decisiones sociales con buena conciencia. Las condiciones sociales y los fenómenos y conflictos efectivos de nuestra época se transponen a una irrealidad intemporal, a un "estado" eterno, mítico inmutable…",[34] donde el fundamento significativo originalmente dado es prescindible.

Esta mutilación ha favorecido una operación doble: por un lado, la reificación, que permite la separación del objeto producido de los sujetos que intervienen en su producción y la contingencia de quienes participan en su intercambio, transformándolo en un artefacto de "goce suntuario" individual, con carácter patrimonial, e instalado en la lógica social de los objetos de mercado. De hecho, para que ello ocurra, la "… primera modalidad que permite a un objeto útil ser valor de cambio en potencia es su existencia como no valor de uso, es decir, como una cantidad de valor de uso que rebasa las necesidades inmediatas de su poseedor. Las cosas son, de por sí, objetos ajenos al hombre y por tanto enajenables. Para que esta enajenación sea recíproca, basta con que los hombres se consideren tácitamente propietarios privados de esos objetos enajenables, enfrentándose de este modo como personas independientes las unas de las otras."[35]

Por otro lado, y consecutivo a lo expuesto, la fetichización del enunciado, es decir, su transformación en una entidad, cuya operatividad es desligada de una función de uso original, y sólo sostenida por la "…forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales, [que]…no es más que una relación concreta establecida entre los mismos hombres…[Un]…fetichismo bajo el que se presentan los productos del trabajo tan pronto como se crean en forma de mercancías y que es inseparable, por consiguiente, de este modo de producción."[36]

Cosificar y fetichizar componen el doble movimiento de una estratagema de generalización de prácticas materiales y simbólicas, por cuyo desarrollo se institucionaliza la hegemonía de un sujeto social concreto. La complejidad que asume este doble movimiento, tiende a definirse en los planos económico y político, en tanto la reificación implica la negación del trabajo humano materializado en la elaboración de un objeto, cuya totalidad significativa expresa las condiciones subjetivas en que adquiere valor de uso, según una condición concreta de existencia; mientras que, la fetichización, involucra ocultamiento de las relaciones políticas asimétricas y los mecanismos por los cuales se producen, a través del vaciamiento de la referencia social inherente; un ilusionismo que, constituido y socializado por redes pedagógicas, funciona velando la identidad de la burguesía dominante y sus operaciones de expropiación. Ambos movimientos operan de acuerdo con el principio mutans mutantis,[37] rector del reajuste continuo para la conservación de statu quo,[38] que es el verdadero objetivo estratégico perseguido.

Los conceptos de este último párrafo dan cuenta de un ámbito usualmente oscurecido por "…una verdadera intoxicación verbal, combinada con una soberana indiferencia por el significado de las palabras…",[39] donde se mociona la naturaleza social del enunciado, pero se soslaya el carácter político implícito en la cualidad. De ordinario se apela a la noción "estrategia" para referirse a actos (estrategias de escritura, lectura) u objetos (estrategias textuales), olvidando o desconociendo que la noción remite indefectiblemente a un acto volitivo que sólo puede ejecutar un sujeto con relación a otros. En otros términos, un objeto o una práctica, per se, jamás podrán realmente asumir la acción implicada en el concepto. Indudablemente, su uso es metafórico y su mantenimiento es un vicio que desconoce la advertencia histórica "…que cualquiera que abuse empleando metáforas, exotismos y demás adornos sin juicio ni afectación, caerá, indudablemente, de igual manera en ridiculeces…"[40]

 

[1] Eduardo D. Véliz: Extracto de Testimonio y Verdad. Aproximaciones a la disputa por la hegemonía de la interpretación histórica. Inédito en corrección. Monteros, Tucumán, 2010.

[2] Traducción del latín al español: “de la nada”

[3] Rossi-Landi, Ferrucio: El lenguaje como trabajo y como mercado. Monte Avila Edit. Caracas, 1970. págs. 15 y 16.

[4] Pavlov, Ivan: Reflejos condicionados e inhibiciones. Planeta-Agostini. Barcelona, 1993. pág. 220.

[5] Thompson, George: Los primeros filósofos. Cátedra. Madrid, s/f. pág. 37

[6] Bajtin, Mijail: Estética de la creación verbal. Siglo XX1 Edit. Buenos Aires, 2005. pág. 352.

[7] Marx, Karl: Introducción a la crítica de la Economía Política. Almagesto. Buenos Aires, 1992. págs. 18 y 19

[8] Ong, Walter: Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. FCE. Buenos Aires, 2000. pág. 55

[9] Idem. Op. cit. pág. 87.

[10] Bourdieau, Pierre: La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. Taurus. Madrid, 1999. pág. 27

[11] Sklovsky, V.: La resurrección de la palabra. Citado por Boris Eichembaum en La teoría del método formal [1925]. Teoría de la Literatura de los formalistas rusos [T. Todorov Edit.]. Siglo XX1. Buenos Aires, 1970. pág.30

[12] Bourdieu, Pierre: Disposición estética y competencia artística. Literatura y sociedad [Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo Comp.]. CEAL. Buenos Aires, 1993. pág. 128

[13] Bourdieau, Pierre: La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. Taurus. Madrid, 1999. pág. 226

[14] Ong, Walter: Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. FCE. Buenos Aires, 2000. pág. 65

[15] Marx, Karl: El Capital. FCE. México, 1999. pág. 5

[16] Op. cit..pág. 33

[17] Bourdieu, Pierre: La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. Taurus. Madrid, 1999. pág 228

[18] Su énfasis predominante fue en las características específicas e intrínsecas de una obra literaria que exigía un análisis ‘de acuerdo con sus propios términos’ antes de que fuera pertinente e incluso posible cualquier discusión, y en especial un análisis sociológico o ideológico… y en cierta tendencia a negar la pertinencia del ‘contenido social’ o el ‘significado social’… Lo más interesante… fue la noción de la forma como principio modelador [principio esencial que convierte una materia indeterminada en un ser o una cosa determinados o específicos]…” (Williams, Raymond: Palabras clave. Nueva Visión. Buenos Aires, 2000. págs. 151y 152)

[19] Jakobson, Roman: ‘La poseía moderna rusa’, Esbozo 1 -Praga 1921, pg. 11-, citado por Eichembaum, Boris. Art. cit. págs. 25 y 26)

[20] La utilización del concepto ‘alienación’ puede prestarse a interpretaciones erróneas, en tanto se vincula con la concepción hegeliana homónima. En este trabajo, el término apunta a Veräussem en el sentido de expropiación, mientras que el vocablo seleccionado por Hegel hace alusión a Entfremdung y su correlativos Entäusserung y Entfremdete (alienación, alienamiento y alienado) que se asocian al acto de extrañamiento y sus derivados respecto de los demás fenómenos. Este concepto funciona como base en la percepción formalista y define el sentido de forma.

[21] Hegel, Georg: Estética. Siglo Veinte. Buenos Aires, 1985. pág. 40.

[22] Idem. págs. 44 y 45.

[23] Stolovich, L.N.: “La esencia social de las propiedades estéticas. Estética y Marxismo [Adolfo Sánchez Vázquez Comp.] Tomo I. Edic. ERA. México, 1983. pág.126

[24] Bourdieu, Pierre: Op. cit. pág. 44

[25] Marx, Karl: Introducción a la crítica de la Economía Política. Almagesto. Buenos Aires, 1992. pág. 36

[26] Marx, Karl y Engels, Federico: La ideología alemana. Edic. Pueblos Unidos. Buenos Aires, 1985. pág. 50

[27] Sokal, Alan y Bricmont, Jean: Imposturas intelectuales. Paidos. Barcelona, 1999. pág. 71.

[28] Kudrin, Alexander: La lógica y la verdad. Edic. Lihuel. Buenos Aires, 1982. pág. 36

[29] Ibídem.

[30] Traducción del latín al español: “por sí mismo”

[31] Traducción del latín al español: “para esto” o “a los efectos”

[32] Bourdieu, Pierre: Op. cit. pág. 130

[33] Proviene del sustantivo latino res (cosa) y quiere decir “cosificado”.

[34] Fischer, Ernst: La necesidad del Arte. Planeta-Agostini. Barcelona, 1993. págs. 113-114.

[35] Marx, Karl: El capital [Tomo 1]. FCE. México, 2000. pág. 51

[36] Idem. Op. cit. pág.38

[37] Traducción del latín al español: “el que cambia cambiando” concepto elaborado por el filósofo Baruch Spinoza.

[38] Traducción del latín al español: “estado de cosas” u “orden establecido”

[39] Sokal, Alan y Bricmont, Jean: Op. cit. pág. 19.

[40] Aristóteles: Poética. Edic. Libertador. Buenos Aires, 2005. pág. 100.

 

 

Autor:

Eduardo Daniel Véliz

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