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El Cid, entre el mito y la historia


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    El Cid: entre el mito y la historia

    Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el día 10 de Noviembre de 2011

    Ante todo quisiera gradecer a la Sección de Mitos, Religiones y Humanidades del Ateneo de Madrid la oportunidad que me han brindado de glosar esta noche una figura tan fascinante como la del Cid.

    El principal objetivo de esta charla es que descubramos juntos, de forma sencilla y amena, la vida del auténtico Rodrigo Díaz, el que vivió a mitad del siglo XI, y cuyo recuerdo alimentó la imaginación de las generaciones posteriores, convirtiéndose en una leyenda, un personaje literario, un mito en el que se mezclan elementos reales y ficticios, que ocultan al Cid histórico de la misma forma que sucesivas capas de pintura nos impiden ver la decoración original de esta sala.

    Comencemos haciendo un breve recorrido por las obras literarias que dieron origen a su leyenda, y analicemos cómo, posteriormente, su imagen fue aprovechada para fines ideológicos, sufriendo los vaivenes políticos del siglo XX.

    Los tres primeros textos que tratan sobre El Cid datan del siglo XII y están escritos en latín: El primero es "Historia Roderici", crónica biográfica, precisa e imparcial, en la que se alaban sus hazañas, sin ocultar sus defectos, y que es considerada por los historiadores actuales como la mejor fuente de información sobre su vida. Le sigue "Carmen Campidoctoris", un himno panegírico, encontrado en el Monasterio de Santa María de Ripoll, Gerona, en el que se le compara con Pirro y Eneas. Este tono laudatorio lo conserva el "Poema de Almería", dedicado a varios héroes castellanos. Una de sus estrofas dice textualmente: "Rodrigo, que fue llamado a menudo Mio Cid, nunca fue vencido por sus enemigos, dominó a los moros y a nuestros condes, jamás se ensalzó a sí mismo, sino que elogió a Alvar Fáñez. Sin embargo os confieso una verdad que no cambiará con el tiempo: Mío Cid fue el primero y Alvaro el segundo".

    Tal vez estas frases inspiraron el título y el argumento de "El Cantar del Mío Cid", la primera canción de gesta escrita en castellano que, mediante una técnica épico-dramática, recrea libremente los últimos años de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, al que muestra como un infanzón sin linaje y de escasa fortuna; pero que, a pesar de las dificultades que representan un destierro injusto, la separación de su familia y la falta de recursos económicos, que le obligan a guerrear constantemente, o la traición de sus yernos, es un hombre valiente, de carácter optimista y generoso; leal a su rey; buen marido, buen padre; amado por sus vasallos y respetado por los musulmanes, entre los que cuenta con buenos amigos.

    A mediados del siglo XIII, en tiempos de Fernando III "El Santo", se redacta la "Leyenda de Cardeña", en la que al mismo tiempo que se introducen nuevos elementos legendarios (se le aparece San Lázaro en la figura de un leproso; gana una batalla después de muerto, etc.) su autor le describe como un héroe cristiano ejemplar e invencible. Sin embargo, en "Las Mocedades de Rodrigo", cantar de gesta de la segunda mitad del siglo XIV, es retratado como un joven arrogante, cínico e insolente, que para vengar una afrenta, mata al conde Gómez Lozano, padre de Jimena. Este episodio novelesco, junto con el de la Jura de Santa Gadea, se convierte en uno de los favoritos del romancero de los siglos XV y XVI.

    A principios del XVII, Guillén de Castro estrena el drama "Las Mocedades del Cid", en el que se refunden doce romances y parte de "La Leyenda de Cardeña". En su argumento, El Campeador es tratado con esa mezcla de picaresca y bravuconería que caracteriza a los personajes del Siglo de Oro. A mitad del cual, la decadencia de las armas españolas hace que la figura del hidalgo pierda su prestigio social. Recordemos el éxito que obtuvo Cervantes cuando publicó la historia de Don Quijote de la Mancha, desmitificando el ambiente cortés de las novelas de caballería, a través de la locura de un hidalgo de aldea, tan ridículo como tierno. La imagen del Cid no es inmune a este ambiente y comienza a protagonizar comedias y entremeses donde se le parodia o se le ridiculiza. Su imagen queda tan desprestigiada que, durante el siglo XVIII, los ilustrados dudan de su existencia. Sin embargo, en el año 1.785 Manuel Risco encuentra el manuscrito de la "Historia Roderici" en la Colegiata de San Isidoro de León, lo traduce y en 1792, para demostrar su entidad histórcia, publica un ensayo, titulado "La Castilla y el más famoso castellano", en el que se incluyen la carta de arras de su boda con doña Jimena y el texto latino de la "Historia Roderici".

    Bajo el influjo del movimiento romántico, en el siglo XIX, regresa el Cid del romancero, protagonizando novelas históricas al estilo de Walter Scott, dramas y folletines. Y si autores como Hartzenbusch y Zorrilla vuelven a ponerlo de moda, también a partir de entonces los historiadores comienzan a plantearse en serio el separar la realidad de la ficción. A finales del XIX, el holandés Reinhart Dozy (en cuyo subconsciente tal vez influyó la imagen del Duque de Alba), forja la "leyenda negra del Cid", en la que partiendo de los textos de algunos cronistas árabes, le describe como un mercenario cruel, ambicioso y antipatriota. Ramón Menéndez Pidal reacciona publicando en 1.929 "La España del Cid", un trabajo histórico, en el que restituye su buen nombre, convirtiéndole en un referente patriótico y haciendo resaltar sus cualidades sobre las de Alfonso VI. En sentido contrario, el historiador Gonzalo Martínez Díez defiende al monarca leonés, al que califica de hombre "cauto y prudente "y aunque reconoce que (leo textualmente) "Rodrigo Díaz de Vivar fue el héroe siempre victorioso y fiel vasallo a su señor Alfonso, también fue un hombre de carácter difícil e independiente que encontró, a pesar de su lealtad y fidelidad nunca desmentidas hacia su rey, dificultades para amoldarse a los planes más sutiles y políticos de quien tenía la responsabilidad de todo el reino". Fin de la cita. Por su parte, el medievalista británico Richard Fletcher, en el prólogo de su obra "The Quest for the Cid", contribuye a "leyenda negra", describiéndole como "un mercenario que combatió en su propio beneficio". Rizando el rizo de los estudios históricos, el profesor de la Sorbona Georges Martin se pregunta en un artículo "¿Fue el Cid castellano?".

    Pero, como ya dijimos más arriba, en el siglo XX los políticos aprovechan su imagen popular para convertirle en un referente o para postergarle en el olvido: El reformista agrario Joaquín Costa, después del desastre de Cuba, denigra al "Cid guerrero" y defiende al "Cid republicano". En los años veinte, los diputados centralistas le utilizan como símbolo de la supremacía de Castilla sobre las demás regiones de España. José Antonio Primo de Rivera comienza uno de los discursos fundacionales de la falange con el estribillo del "Cantar": "Dios, qué buen vasallo si tuviera buen señor". En la Segunda República Rodrigo Díaz cae en el olvido; para reaparecer, en la época de Franco, como el prototipo del caballero cristiano y de la tradición española; mientras que en el período democrático, este concepto es desechado como políticamente incorrecto.

    A pesar de todos estos vaivenes ideológicos, el mito del Cid siguió inspirando durante el siglo XX obras de ficción. ¿Quién no recuerda la película protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren, o a "Ruy, el pequeño Cid"? También el siglo XXI ha contribuido, en el año 2.003, con la película de dibujos animados "El Cid, la leyenda", adaptación libre del clásico francés "Le Cid" de Corneille, y la novela "Mío Sidi", (junio 2.010) del autor de juegos de roll Ricard Ibáñez, con una visión esotérica del Campeador, en un contexto similar a "Dragones y Mazmorras".

    ¿Pero cómo fue en realidad Rodrigo Díaz? ¿Qué hay de verdad y de mentira en la figuran que nos han transmitidos leyendas y romances? ¿Fue realmente el infanzón sin linaje ni fortuna del "Cantar del Mío Cid" o el santo de la Leyenda de Cardeña? ¿Fue el héroe cristiano de Menéndez Pidal y Franco o el mercenario sin escrúpulos que nos presentan Dozy y Fletcher? Para contestar a estas cuestiones, necesitamos reconstruir el personaje histórico. Y para ello debemos encontrar datos fiables. No podemos confiar en las Crónicas medievales. La historiografía medieval se nutre de los romances y cantares de gesta. Acertadamente Prudencio de Sandoval escribió en el siglo XVII: "Del Cid sólo se han escrito desatinos en los últimos trescientos años". En cambio, los libros actuales, aunque muy bien documentados, pecan de tendenciosos. Por lo tanto me pareció conveniente ir directamente a la fuente, a su primera biografía, "Historia Roderici", traducirla del latín y rellenar sus lagunas con otros pasajes dispersos en las obras de los autores árabes Ibn Al-Kardabus, Ibn Bassan, Ibn Alkama y el rey Abd Allah de Granada, y luego compararla con la versión castellana de Manuel Risco, y las opiniones vertidas sobre nuestro personaje en el capítulo dedicado a él en el libro "Alfonso VI: Señor del Cid y conquistador de Valencia", de Martínez Díez. Para la genealogía he utilizado "El Linaje del Cid" de Margarita Torres Sevilla, y en materia de leyes "El Fuero Juzgo" y la "Historia del Reino de León y sus instituciones políticas" de Julio Puyol. En cuanto a las expresiones árabes, su traducción es mérito de mi vecino, el Sr. Asdín Feruki.

    Desgraciadamente esta conferencia está limitada a cuarenta y cinco minutos, por lo que sólo podré hacer un breve resumen. Pero antes, para situar al personaje histórico en su contexto, permítanme que explique un poco cómo era la España de la época del Cid. En primer lugar, "España" se decía "Hispania", en latín, y aunque sólo era un nombre geográfico, Alfonso VI firmaba todos sus documentos con el título "Imperator Totius Hispaniae". Y efectivamente, lo era. Había heredado el reino de León a la muerte de su padre, Fernando I y a la de su hermano Sancho, los de Castilla y Galicia. Tras el asesinato de su primo, el rey Sancho Garcés de Pamplona y Nájera, obtuvo La Rioja. Por aquel entonces, López Iñiguez, señor de Vizcaya y Álava decidió integrar sus territorios en Castilla a cambio de sustanciosas prebendas.// Alfonso VI también se beneficiaba del vasallaje de varios reyes musulmanes, que le pagaban un tributo anual a cambio de no ser atacados, y de recibir ayuda militar en caso de necesitarla. Así el rey de Zaragoza pagaba "parias" a Castilla; el de Sevilla a Galicia; el de Toledo a León. Más tarde se hicieron tributarios suyos los de Granada, Málaga y Albarrcín. Quedaban fuera de este sistema Badajoz, Murcia, Almería, Valencia, Denia y Tortosa. En cuanto a Navarra y Aragón, unificados en un solo reino, el rey Sancho Ramírez mantuvo siempre una postura ambigua: Tan pronto se declaraba vasallo del Papa, como se aliaba con su primo. El único territorio cristiano que quedaba al margen de esta organización eran los Condados Catalanes. Urgell, Andorra, Pallars, Gerona y Barcelona no pertenecía a Hispania, sino a Francia. Para Cataluña, "España", escrito Spanha o Spanya, era todo el territorio que se extendía más allá del suyo propio, tanto el ocupado por cristianos como por musulmanes. Portugal no existía. La mitad norte de su territorio estaba integrada en el reino de Galicia y el resto se lo repartían las taifas de Sevilla y Badajoz.

    Hablemos ahora de la organización interna de su Imperio. En la Edad Media no existían monarcas absolutos. Y Alfonso VI no fue una excepción: Gobernaba conjuntamente con la Curia Regia, formada por los miembros de la familia real (la reina, sus hermanas, sus hijas, sus yernos) y un grupo de magnates a los que se les había concedido la categoría de condes. Ateniéndose al derecho germánico, de carácter comunal, la Curia Regia tomaba las decisiones por consenso, y los acuerdos debían reflejarse en un acta que firmaban todos los participantes. A la muerte de un rey, al igual que hoy, su sucesor no era coronado, sino proclamado en cortes. Generalmente, la Curia elegía al pariente más cercano del rey: Su hijo o hija. Aunque si el rey moría sin sucesión o el candidato no tenía el apoyo de la nobleza, sus miembros podían entregar el trono a otro aspirante. Lo que significaba que, para mantener el equilibrio dentro de la corte y del reino, el monarca debía plegarse muchas veces a las exigencias de los nobles, estuviera o no de acuerdo con ellos.

    Los territorios de Asturias, Galicia y Léon se regían por un conjunto de leyes redactadas en época visigoda, recogidas en un códice, llamado "Liber Judiciorum"; mientras que en Castilla, Álava y Vizcaya lo hacían por sus usos y costumbres. El latín era la lengua oficial, en todas sus variantes: eclesiástica, astur-leonesa, gallega y castellana. Esta última, en la época del Cid, todavía no era una lengua romance: Estaba en una etapa previa y lo más llamativo de ella era la dificultad que tenían su hablantes para pronunciar la "f" al comienzo de palabra. Sin embargo, el latín escrito era gramaticalmente correcto y se conserva una gran cantidad de documentos de carácter notarial o jurídico: Donaciones, testamentos, sentencias, actas de conciliación, de reparto del botín, de arras, contratos de compra-venta, de arrendamiento, cartas pueblas y fueros, que eran "con-firmados", es decir firmados en conjunto, por los todos los intervinientes, con sus nombres, apellidos, cargos oficiales o relación personal con el cabeza de familia. Gracias a estos documentos, generalmente escritos por el propio interesado (todavía no existían ni la Cancillería Real ni los notarios públicos) podemos reconstruir los más variados aspectos de la vida de la época. Por ellos conocemos la importancia de los contratos de arras, que aseguraban el futuro de la mujer en caso de repudio o viudedad; y que los cargos administrativos de la corte eran de duración anual (aunque a veces algunos magnates repetían cargo). El principal de ellos era el del "armiger regis", equivalente al de capitán general y lugarteniente del rey al frente de la milicia. El rey tenía la potestad de declarar la guerra, convocando a la "hueste regia", y a este llamamiento estaban obligados a acudir todos los hombres comprendidos entre los catorce y los cincuenta y nueve años, bajo pena de destierro. Alfonso VI no era muy partidario de las batallas campales (las perdió todas) y prefería la acción diplomática o tomar castillos y ciudades mediante un prolongado asedio que generalmente terminaba en capitulación. Su estrategia con los moros se basaba en debilitarlos económicamente mediante fuertes subidas de impuestos. En sus primeros años de reinado, las cabalgadas, o correrías de castigo por tierras musulmanes, estaban limitadas al caso concreto de que un emir se negara a pagar las "parias". En este supuesto, la presión militar podía llegar a ser brutal, tal y como afirma el historiador árabe Ibn Bassan, que atribuye a estos dos factores la necesidad en que se vieron los reyes de taifas para llamar en su ayuda a las tropas de los almorávides, fundamentalista suníes, que desde África invadieron España en tres ocasiones: 1.086, 1.089 y 1.091. Siendo esta última fecha en la que deciden establecerse definitivamente en la Península Ibérica, declaran herejes a todos los reyes de taifas, los destronan, los decapitan o los envían al exilio, para luego lanzar feroces ataques al territorio cristiano. Esta es la España que le tocó vivir a Rodrigo Díaz.

    La "Historia Roderici" no nos cuenta cuándo o dónde nació. Pero nos dice que descendía de Flaín Calvo, uno de los míticos Jueces de Castilla y que sus padres fueron Diego Flainez y Teresa Rodríguez. Margarita Torres Sevilla da como cierta la genealogía que aparece en esta obra, ya que la avalan numerosos diplomas de la época. Tanto su padre como su madre pertenecían a dos nobles familias de origen asturiano y estaban emparentados con los principales magnates del reino.

    Según su anónimo biógrafo, el Cid quedó huérfano de padre a temprana edad y, a petición del rey Fernando I, se trasladó a León para ser educado en la corte, donde pronto llegó a ser escudero del infante don Sancho.

    En el año 1.064 un contingente de tropas franco-aragonesas, bajo los auspicios del rey Sancho Ramírez de Aragón, conquista a los moros la ciudad de Barbastro, en el Pirineo aragonés. Esta fortaleza pertenecía a la taifa de Zaragoza; por lo que el rey Al-Muqtadir Billah, en virtud de su pacto con Castilla, pide ayuda militar al rey Fernando I para reconquistarla. Y éste envía al infante Sancho al frente de las tropas castellanas que le ayudan a reconquistarla. Sin embargo, cuando dos años después se rebele Medinaceli y se niegue a pagar las "parias", el rey de Castilla enviará a Rodrigo Díaz para que realice una expedición de castigo. Allí obtendrá su primera victoria.

    En 1.065, muere el rey Fernando I, y Sancho, su primogénito, hereda Castilla y constituye a su protegido "principem super onmen militiam suam": "primero sobre toda su milicia", cargo similar al "armiger regis" leonés, que llevaba consigo el mando supremo del ejército. Como tal participará en las batallas que libró el rey Sancho de Castilla contra sus hermanos los reyes García de Galicia y Alfonso de León, a los que derrotó varias veces, expulsándolos de sus reinos. Y contra sus primos, los reyes de Navarra y Aragón. Precisamente durante la "Guerra de los Tres Sanchos", Rodrigo obtuvo el sobrenombre de "El Campeador", tras haber vencido en duelo singular al campeón navarro Sancho Garcés. Título que utilizaría oficialmente durante toda su vida.

    Más tarde, la intervención del Cid fue decisiva en la batalla de Golpejera, (año 1.072) tras la cual Alfonso VI tuvo que huir de León y refugiarse en la corte de su vasallo, el rey Al-Mamún de Toledo. Ese mismo año muere Sancho de Castilla durante el cerco de Zamora. La "Historia Roderici" no revela cómo, sólo se limita a decir que después de su muerte, Alfonso VI (cito textualmente) "recibió por vasallo a Rodrigo y le colmó de honores". Esta frase demuestra que el episodio de la Jura de Santa Gadea pertenece a la leyenda. Si realmente el Cid se hubiera atrevido, en nombre de la nobleza castellana, pedirle al nuevo rey que jurara que no había tenido parte ni arte en la muerte de su hermano, evidentemente no "le hubiera recibido por vasallo y colmado de honores".

    Pero ¿qué tipo de honores? Por fuentes documentales sabemos que Alfonso VI practicó una política de acercamiento a los nobles castellanos y que ascendió a varios de ellos a la categoría de condes, con derecho a participar en los acuerdos de la Curia Regia. De Rodrigo Díaz dice su biógrafo que "le dio por esposa a Jimena, hija del conde de Oviedo, en la que engendró hijos e hijas".

    La carta de arras se conserva en el Archivo de la Catedral de Burgos, con fecha de 19 de julio del año 1.074. En ella se lee que El Cid, acogiéndose al Fuero de León, dona a su esposa, la mitad de los bienes heredados de su padre: Treinta y nueve aldeas, con sus tierras, prados, viñas, fuentes, dehesas, molinos y rentas. Y pone por garantes de la autenticidad de su patrimonio a dos de los principales magantes de la Curia Regia: Los condes Pedro Ansúrez y García Ordóñez. En caso de fallecimiento, mientras Jimena permanezca viuda, le concede el usufructo de toda su hacienda. Por su parte Jimena entrega a Rodrigo todos sus bienes presentes y los que heredase en un futuro, para que a la muerte de ambos pasen a los hijos que tuvieren. Con-firman el documento Alfonso VI, las infantas Urraca y Elvira; los condes Ansúrez, Ordóñez, González y Salvadores; después, veinte personas con apellidos Álvarez, Rodríguez, González, Díaz, Bermúdez y Gutiérrez, posiblemente parientes de los novios, pues entre ellos está el nombre de Teresa Rodríguez, la madre del Cid. // La firma del rey, de las infantas y de los magnates de la Curia Regia demuestra que aquel matrimonio no fue sólo un asunto de familia, sino de Estado. Alfonso VI intentó ganarse la confianza del Cid casándole con una dama que en un diploma aparece como "neptem suam", "su sobrina", aunque en latín medieval esta palabra también podía significar "prima hermana, segunda o tercera". Se ha discutido mucho sobre la vinculación de Jimena con la casa real. Según Menéndez Pidal, su abuela materna era hija ilegítima de Alfonso V. En cambio otros autores la hacen descendiente de Ordoño II y de Ramiro III, a través del conde Fernando Gundemáriz. De lo que no cabe duda es que por las venas de doña Jimena corría sangre regia. De esta carta de arras se desprende que Rodrigo distaba mucho de ser el pobre infanzón sin fortuna ni linaje que nos pinta el "Cantar del Mío Cid", ya que si cedió a Jimena treinta y nueve, es porque poseía en propiedad unas ochenta: un patrimonio bastante considerable en una época, en la que regía el "prestimonio", pues la gente común y los infanzones vivían en tierras "prestadas" por el rey o la alta nobleza, ya que sólo los magnates poseían tierras en propiedad. Y también demuestra que su linaje era preclaro, ya que el "Liber Judiciorum" declaraba nulos los matrimonios concertados entre personas de distinta posición social.

    Por otras fuentes sabemos que después de la boda, el Cid estuvo en Asturias entre 1.074 y 1.075. Que durante ese tiempo confirmó con el rey el inventario de las reliquias del Arca Santa de la Catedral de Oviedo y que fue uno de los jueces nombrados por Alfonso VI para resolver un pleito entre el Obispo y el conde Vela Ovéquiz. También su firma aparece en otras actas judiciales, lo que demuestra, en palabras de Martínez Díez, "que se le consideraba un hombre prudente, buen conocedor de la Ley y que gozaba de la confianza del monarca".

    Sin embargo, en el año 1.076 va a suceder algo que marcará el destino de Rodrigo Díaz. Es el año en que muere asesinado el rey de Navarra y, como ya hemos dicho antes, el rey de León y Castilla y el de Aragón se reparten la herencia, a petición de los nobles navarros. Alfonso VI se queda con el antiguo reino de Nájera. Para afianzar la presencia de Castilla en la zona, casa a una hermana del difunto rey de Navarra, la infanta Urraca Garcés, con su amigo el conde García Ordóñez, al que nombra gobernador de La Rioja. Recordemos que Sancho I de Castilla se había anexionado gran parte de esta región gracias a la victoria, en duelo a muerte, del Cid sobre Jimeno Garcés. En justicia hubiera tenido que corresponder su gobierno al Campeador. Este hecho fue posiblemente el comienzo de una rivalidad, que a través del tiempo se fue acrecentado cada vez más y más.

    Según la "Historia Roderici", en el año 1.079, Alfonso VI les envía simultáneamente a cobrar las parias de Sevilla y Granada. El rey Abd Allah de Granada, ayudado por el conde de Nájera, ataca el reino de Sevilla, estando Rodrigo Díaz allí. Se enfrentan los dos ejércitos, los granadinos son vencidos por el Campeador cerca de Cabra (Córdoba) y García Ordóñez, Lope Sánchez, Sancho López y otros miembros de su séquito son capturados y tienen que pagar un enorme rescate. Esta afrenta no la olvidarán nunca. El Cid regresa a la corte con los regalos con un gran botín y los regalos con que el rey de Sevilla le ha demostrado su gratitud. El conde hace circular el rumor de que Campeador se ha quedado con parte del dinero de las parias. La acusación no fue probada. Y no hubo ninguna sanción ni represalia hasta el año 1.081, en el que se supone que el rey le destierra por primera vez.

    Sin embargo, tal y como lo cuenta la "Historia Roderici", la causa y los efectos de este destierro no resultan convincentes. Veamos: El rey de Badajoz ataca Toledo, expulsando de la ciudad al rey Al-Qádir. Alfonso VI acude en su ayuda, en virtud del pacto de vasallaje que les une. El de Badajoz, al enterarse de que se acercan los cristianos, huye sin presentar batalla. Mientras tanto un grupo de musulmanes ataca un castillo de Gormaz, y se retira hacia Guadalajara, llevando consigo un gran botín. Rodrigo Díaz reúne su mesnada y sale en su persecución, entrando en territorio de la Marca Media, donde no solo recupera el botín sino que algarea y captura siete mil musulmanes. A consecuencia de ello, Al-Qádir protesta. Los nobles protestan. Y El Cid es desterrado. Va directamente a Barcelona. Allí permanece unos días, y luego se dirige a la taifa de Zaragoza, donde residirá durante cinco años. A su regreso a Castilla, Alfonso VI le entrega el gobierno de siete fortalezas, con sus habitantes y sus tierras en la zona de Gormaz. Le destierran y… luego le premian con siete castillos. No tiene lógica.

    El autor de la "Historia Roderici" lo achaca a la "ira regia" provocada por la envidia de los nobles que le malmeten contra el rey. ¿Había motivo para estas insidias? Bueno, estamos en el siglo XI: A las mesnadas se las paga con lo que se saca del botín y de los rescates de los cautivos. Los nobles que acompañaron a Alfonso VI, no obtuvieron ningún beneficio, ya que como Al-Mutawakil de Badajoz huyó sin presentar batalla, ni se ni se capturó su ejército ni se pudo saquear el campamento; en cambio el botín de Rodrigo Díaz fue muy sustancioso. Sí. Esto podría haber sido la causa de la maledicencia. No el hecho de haber defendido las tierras sorianas como era su deber. Prueba de ello es que años después esta explicación resulta tan extraña, que los juglares tienen que inventarse el episodio de la Jura de Santa Gadea.

    Sigamos analizando el relato. El Cid va directamente a Barcelona. ¿A qué? Casi todos los historiadores modernos suponen que El Cid intentó que le contratara como mercenario en la ciudad condal y que, al no conseguirlo, se puso al servicio del rey de Zaragoza. Buena disquisición. Pero sigue fallando algo. Si quería ponerse al servicio de un príncipe cristiano, ¿por qué no acudió al monarca de Aragón? Si quería servir a un musulmán, por qué no se dirigió a Sevilla, donde le unían lazos de amistad con el rey Al-Mutamid? Y si realmente se había pasado al bando musulmán, ¿por qué no le excomulgaron ni el Legado Pontificio ni el obispo de Burgos?

    Permítanme que les de mi versión personal: Rodrigo Díaz fue a Barcelona a echarle la bronca a los condes Ramón Berenguer y Berenguer Ramón, que estaban cobrando ilegalmente al rey de Zaragoza las parias que le correspondían a Castilla. Y nunca estuvo "desterrado". Si lo hubiera estado, jamás hubiera recibido en recompensa siete fortalezas con sus correspondientes tierras, vasallos y rentas. En aquella época, este tipo de merced sólo eran concedido por los reyes a quien les hubiera prestado un servicio muy señalado.

    Por lo tanto Rodrigo Díaz estaba en Zaragoza defendiendo los intereses de Alfonso VI. Todos ellos muy variados e importantes: En primer lugar, Sancho Ramírez de Aragón tenía puestos sus ojos en la conquista del Valle del Ebro. Tres años antes ya había arrasado los campos cercanos a Zaragoza. Al mismo tiempo, los condados catalanes presionaban por el este. Tanto los unos como los otros habían pedido al viejo rey Al-Muqtadir Billah que les pagara tributo, disputándole a Castilla el cobro de las parias. Además también estaba en Zaragoza el infante de Navarra Ramón "El Fratricida", dispuesto a recuperar el trono por el que había matado a su hermano Sancho Garcés, lo cual ponía en peligro La Rioja, gobernada por su hermana Urraca y su cuñado García Ordóñez. En cuanto a éste, cuanto más alejado estuviera del Cid, mejor.

    La ocasión para resolver estos problemas, interviniendo la taifa de Zaragoza desde dentro, se presentó justo en el año 1.081, en el que Al-Muqtadir Billah enferma gravemente y reparte el reino entre sus dos hijos: El mayor, Yusuf Al-Mutamán, es un hombre de ciencia, un matemático; sus teoremas se estudian actualmente en la Universidad. El segundo, Al-Mundir, al que le ha correspondido el principado de Lérida, y es un joven ambicioso, que está dispuesto a arebatarle el reino a su hermano, se alía con los catalanes. Es el momento de enviar un hombre fuerte que controle la situación. Nadie mejor que Rodrigo Díaz, que ya luchó junto con Al-Muqtadir en la toma de Barbastro y que tenía buena fama entre los musulmanes de Zaragoza. Y de paso, me quito un problema de la corte, pensaría Alfonso VI. La "Historia Roderici" no utiliza exactamente el verbo "desterrar", que en latín es "exulo"; sino el "eicio", que bien puede traducirse con el mismo significado y es la raíz de nuestro verbo "echar"; pero si traducimos "eicit eum regnum suum", en vez de "le echó de su reino", con un sinónimo como "apartar" o "alejar": "le alejó o le apartó de su reino", todo tiene más significado. El Cid se instala en Tudela y desde allí controla las fronteras con Navarra y Aragón; lo cual impide que Ramón El Fratricida haga alguna maniobra para recuperar el trono de su padre, y obliga a que el rey Sancho Ramírez no pueda proseguir su avance hacia el sur y deba desviar sus intentos de reconquista hacia el este, en dirección a Cataluña. En cuanto al emir de Lérida y sus aliados franco-catalanes, los vence en la batalla de Almenar. Según las "Memorias" de Abd Allah, el intrigante ex primer ministro de Sevilla, Ibn Ammar, se encuentra en Zaragoza por aquellas fechas, con la idea fija de destronar a su antiguo rey, lo que hubiera puesto en peligro la estabilidad de todo el Andalus. Pero no lo consigue. Sospecho que algo tuvo que ver en esto Rodrigo Díaz. Y me pregunto con qué medios contó para conseguir todo esto en tan breve espacio de tiempo. La "Historia Roderici" cuenta que El Cid disfrutaba del favor del rey Al-Mutamán de tal manera que (cito textualmente) "tenía la supremacía del ejército, por encima de los hijos del rey, y que nada se hacía sin su consentimiento". Evidentemente tenía dotes diplomáticas. Ibn Al-Kardabus le considera un hombre habitualmente afable. Posiblemente este fuera la clave de su influencia en la corte musulmana sin que su actuación provocara una revuelta.

    Y tal vez contara con un eficaz servicio de información, pues en muchos pasajes de la "Historia Roderici" se leen estas expresiones: "Sabiendo Rodrigo" o "enterado Rodrigo". Y en "El Cantar del Mío Cid", en los versos 2.666 al 2.670, se menciona cómo "un moro que sabe romance" le cuenta a otro lo que ha oído a los yernos del Cid, para que éste le ponga en guardia sobre sus planes. Es curioso pero en árabe, al mensajero, al correveidile, se le denomina "al-mujabir", palabra de la que por cierto deriva "almogáver", nombre con el que más tarde se designará a las tropas de choque aragonesas, compuestas por hombres que combatían a pie.

    El caso es que la acción del Cid fue sumamente eficaz dentro de la taifa de Zaragoza y, aunque no participó en la conquista de Toledo, desde aquella posición estratégica impidió que durante su asedio, la retaguardia cristiana sufriera una ofensiva similar a la de años anteriores, ya que según Ibn Al-Kartabus, en los que se atacó simultáneamente la Marca Media desde Badajoz y Zaragoza. // Toledo cayó en mayo de 1.085 y en el verano del año 1.086, Alfonso VI se presenta en Zaragoza con intención de conquistarla. Martínez Díez opina (cito textualmente) "que El Cid no estando dispuesto a defenderla en contra de su rey, volvió a Castilla". Donde como ya hemos dicho anteriormente, según la "Historia Roderici" sus servicios fueron recompensados con el gobierno de siete fortalezas. Esto y los otros razonamientos que acabo de exponer, refuerzan mi teoría de que la estancia del Cid en Zaragoza no fue un "destierro", sino un desplazamiento temporal con vistas a controlar la taifa desde dentro antes de su conquista definitiva.

    Sin embargo los planes del rey sobre Zaragoza se vieron interrumpidos por la llegada de los fundamentalistas suníes. Según la crónica de Ibn-Al Kardabus, Alfonso VI abandona el cerco de la ciudad y se dirige a Badajoz, donde es derrotado en la batalla de Zalaca y se inicia la conquista almorávide. Aunque en los primeros momentos nadie es consciente de ello.

    Ese mismo año muere el gobernador de Valencia y Alfonso VI aprovecha para entronizar en dicha ciudad al rey Al-Qádir, bajo la protección de Alvar Fáñez. Que como veremos es otro desplazado en "comisión de servicio". Y no era el único. Por aquellas fechas, el castellano Munio González, gobierna El Úlver, en León; el asturiano Rodrigo Ovéquiz, Lugo; el gallego Ero Eriz, El Bierzo; el conde de Coímbra, Toledo. Que los nobles administrasen territorios muy alejados de los suyos propios fue una política habitual de Alfonso VI y de su Curia Regia. ¿Entonces por qué Rodrigo Díaz es el único que pasó a la historia como "desterrado"? Por un acontecimiento que sucedió más tarde y que estaba tipificado con ese castigo en "El Liber Judiciorum".

    Pero antes, en el año 1.088, el rey llama al Cid a Toledo y pactan por escrito que le entregará el gobierno de todos los territorios musulmanes que sea capaz de conquistar en las taifas cercanas al Mediterráneo. Buena jugada por parte de Alfonso VI. Pues si cogiéramos un mapa de la época, y trazáramos una línea, que desde Coímbra pasara por Talavera, Toledo, Madrid, Alcalá de Henares, Guadalajara, Zorita, Huete, Uclés y Albarracín, hasta llegar a Valencia, veríamos un frente de ciudades, castillos, torres y fortalezas destinadas a detener la nueva invasión musulmana. Además, controlando Valencia, se podía frenar la expansión de Cataluña, defendiendo al mismo tiempo el reino de Zaragoza del emir de Lérida y de los almorávides. El Cid tiene éxito en su labor. En poco tiempo hace tributarios suyos los territorios que van de Albarracín a Tortosa. Esto hace que vuelva a enfrentarse nuevamente a Berenguer Ramón. En las cartas que se cruzan antes de la batalla, como era preceptivo en la época, se intercambian insultos, llamándose "traidores" y "cobardes". El combate tiene lugar y el conde de Barcelona y varios nobles franceses son vencidos y capturados. Cada uno de ellos debe pagar como rescate 80.000 monedas de oro. Sin embargo, El Cid tiene un gesto de generosidad con la tropa, que aumentará tanto su popularidad entre los catalanes, que en Gerona se escribirá su primer himno panegírico, "Carmen Campidoctoris": Al comprobar que los hombres de a pie no tienen con qué pagar, excepto con sus personas, les dejará marchar de balde a su tierra.

    Al año siguiente sucede el incidente el que dará lugar a lo que los historiadores modernos consideran su "segundo destierro". Es una historia un tanto rara, aunque hay que situarla en el contexto de la época. Alfonso VI convoca la hueste regia para acudir en auxilio de la fortaleza cristiana de Aledo (Murcia), sitiada por una coalición de formada por los reyes de Sevilla, Granada, Málaga y Almería, a la que se ha sumado el jefe de los almorávides, el emir Yusuf. Rodrigo Díaz recibe una carta del rey con la orden de unir su mesnada a la hueste regia en Villena. El Cid moviliza sus tropas hacia ese punto y espera en su campamento la llegada del rey. Sin embargo el ejército cristiano no llega. El Campeador se desplaza a Onteniente por si ha cambiado de ruta. Cuando sus ojeadores le informan de que acaba de pasar por Hellín, se pone en marcha siguiendo los pasos del ejército real. Pero es demasiado tarde. Cuando llega a Aledo, la campaña ha terminado: Los musulmanes, a la vista de las tropas cristianas, han levantado a toda prisa el cerco. Sin embargo, Rodrigo Díaz no ha comparecido a tiempo. Alfonso VI monta en cólera. El castigo, según "El Liber Judicorum" es la confiscación de los bienes y el destierro. El rey, a su regreso a Castilla, incauta los del Cid[1]y manda encarcelar a doña Jimena y a sus hijos. Rodrigo envía cuatro cartas de exculpación, en las que jura que jamás ha tenido la intención de desobedecer al rey y propone un duelo judicial para dilucidar la verdad. El duelo no llega a realizarse. Alfonso VI libera a los familiares del Cid y los envía a Valencia. Pues bien, este episodio, recogido en la "Historia Roderici" es el que da lugar al argumento de "El Cantar del Mío Cid". Por cierto que a través de él, no conocemos los motivos del destierro, pues falta la primera página del códice. El unir su salida de Castilla directamente con la conquista de Valencia, sin hacer mención a su estancia en la corte de Zaragoza, es un recurso literario. Como también lo es incorporar a su mesnada a Alvar Fáñez, que por aquellas fechas, según las "Memorias" del rey Abd Allah de Granada, tenía Andalucía a su cargo. Este incidente de Aledo pareció solucionarse con las cartas exculpatorias del Cid; sin embargo la herida se había cerrado en falso. Algún tiempo más tarde, la esposa del rey, doña Constanza de Borgoña, y otros amigos, le escriben invitándole a sumarse al ejército que se dirige a Granada. Esta vez sí que llega a tiempo. El rey le recibe al principio con los brazos abiertos; pero según pasan los días, la tensión aumenta. Una noche tienen una buena bronca, en la que Alfonso VI pierde los estribos, vertiendo sobre él todo lo que lleva acumulado en su interior. El Cid calla para no caer en delito de "lesa majestad". Regresa a su tienda y, según la "Historia Roderici", enterado de que el rey planea apresarlo, manda levantar el campamento y regresar al castillo de Peñacatel, donde por entonces tenía su cuartel general.

    A pesar de que El Cid había perdido sus posesiones en Castilla, todavía conservaba los territorios conquistados en Levante, merced al pacto suscrito con Alfonso VI en Toledo. Poco a poco lo aumentó con sus conquistas. A finales de 1.090 son tributarios suyos Tortosa, Denia, Jérica, Sagunto, Almenara y Valencia, donde ejerce un auténtico protectorado sobre Al-Qádir. Quisiera hacer aquí un breve paréntesis para comentar que la clase de acuerdo que autorizaba al Cid conquistar y gobernar nuevos territorios es el mismo que Alfonso VI hizo con su yerno, Enrique de Borgoña, y con los infanzones de Toledo, Salamanca, Segovia y Ávila, y que, con distintas variantes, se mantendrá durante toda la Edad Media con las Órdenes Militares y la Alta Nobleza, y que luego los reyes de España firmarán durante la Conquista de América con Colón, Pizarro o Hernán Cortés. Con este breve apunte deseo desmontar la leyenda negra que Dozy y Fletcher nos han transmitido de un Cid ambicioso, combatiendo en su propio beneficio a espaldas de su rey.

    Pero volvamos a la "Historia Roderici". Según las leyes vigentes en el siglo XI, además de la quinta parte del botín que debían satisfacer al rey los jefes de mesnada, los gobernadores de los distintos territorios debían entregar al erario la mitad de los impuestos recaudados. Tal vez esto no se hizo puntualmente o tal vez Alfonso VI fue presionado nuevamente por los nobles de la Curia Regia, o quizás pensó que estaba perdiendo el control de la zona levantina, el caso es que el monarca castellano se alía con Sancho Ramírez de Aragón y con el conde Barcelona, el cual, a su vez, ha contratado a las flotas de Pisa y Génova, y todos juntos marchan contra el protectorado del Cid, reclamando cinco años de impuestos por adelantado. Pero la operación es un fracaso. Los pisanos y genoveses no se presentan a tiempo y los catalanes no pueden tomar Tortosa. Los moros del protectorado de Rodrigo se niegan a pagar. Y Alfonso VI vuelve a casa con las manos vacías. El Cid, que estaba en la taifa de Zaragoza, reúne un ejército de musulmanes y, al frente de ellos, entra en La Rioja, y de "forma impía", como lo califica su biógrafo en la "Historia Roderici", incendia, arrasa y toma Albite, Logroño y Alfaro: los territorios que gobierna su archienemigo García Ordóñez, que no reacciona sino para pedir un intervalo de siete días, con objeto de convocar a amigos y parientes, antes de presentar batalla. El Cid concede la tregua. Se reúne un vasto ejército venido de todos los territorios comprendidos entre Zamora y Pamplona. Entonces sucede algo raro, que no tiene explicación: Los dos ejércitos se dispersan sin combatir. Tal vez porque lo ordena Alfonso VI, que comprende que es mejor dejar las cosas como están y no fomentar una guerra civil. Algo así se insinúa en el prólogo del Fuero de Logroño, un auténtico "fuero de francos". Lo cual demuestra que Alfonso VI decidió situar entremedias de los territorios controlados por García Ordóñez y Rodrigo Díaz, a un contingente de extranjeros, lo suficientemente amplio, para que sirviera de barrera entre uno y otro.

    Partes: 1, 2
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