Descargar

Lenguaje, lengua y habla en El nombre de la rosa, de Umberto Eco (página 2)


Partes: 1, 2

Esa idea pesimista está simbolizada en el propio título de la novela. La frase del hexámetro latino del cual Eco la tomó ("De cotemptu mundi", del monje benedictino del siglo XII Bernardo Moliacense) es, según propone el autor, una "clave interpretativa", como en El rojo y el negro, La guerra y la paz…que, dice Eco en las Apostillas…, le vino por casualidad y le gusta porque es una figura simbólica llena de significados.[5] "Nada más. Nunca más", a la manera de decir del poético cuervo parlante, celebrado símbolo del lenguaje de los signos comprendidos de manera azarosa.

De esta manera, pues, "el nombre de la rosa" expresa algo inefable, que está elaborado en el pensamiento -¿o más allá?-, pero no en el lenguaje mismo, éste y aquél formas del ser diferentes del signo. Téngase presente que el nombre de la muchacha con quien Adso tuvo amores también es desconocido por él, de lo cual se lamenta:

"Del único amor terrenal de mi vida no sabía, ni supe jamás, el nombre."[6]

Adso tuvo "la rosa", pero nunca su nombre.

¿No es, entonces, "el nombre de la rosa" lo desconocido por no nombrado, o lo conocido sin explicación? ¿Pueden, según ello, el habla y la lengua expresar lo abstracto?

En tanto las respuestas a estas preguntas son dudosas, el discurso de la obra sugiere un malentendido que burla los intentos de comunicación a través de la lengua, el lenguaje y el habla.

Esta concepción, en realidad, es contraria a la que considera el carácter relativamente independiente del lenguaje respecto del pensamiento. (Subráyese el adverbio). Este lector asume que existe una unidad entre ambos. El lenguaje expresa el pensamiento y también lo forma, y de hecho no existen uno sin el otro. Como se ha dicho en alguna parte, el lenguaje es la envoltura material del pensamiento.

Sólo que, en su relativa independencia, el lenguaje se estructura en la lengua y el habla, en unidad y oposición respectivas con el conocimiento y la comunicación que, a su vez, estructuran el pensamiento. De ahí la unidad dialéctica de todo el proceso, con base material en la realidad objetiva.

Por eso, sin que ello demerite la erudición de Eco, su concepción de lenguaje, lengua y habla expuesta en El nombre… se distancia de una interpretación dialéctica materialista del proceso de comunicación social, con lo cual implícitamente niega la capacidad del lenguaje para expresar el reflejo de la realidad objetiva, siempre en unidad y oposición con el pensamiento.

Para Eco, "el nombre de la rosa" comporta un sentido de confusión entre verdad y mentira, entre saber e ignorancia, o tal vez de cierto carácter improbable del conocimiento e imposibilidad de transmitirlo objetivamente. En esa misma cuerda expresa su desaliento Guillermo de Baskerville .también alter ego de Eco en la ficción, cuando le confiesa a Adso haber descubierto por equivocación una trama inexistente de los crímenes del monasterio:

"Nunca he dudado de la verdad de los signos, Adso; son lo único que tiene el hombre para orientarse en el mundo. Lo que no comprendí fue la relación entre los signos."[7]

El entendimiento de esa relación permitiría lograr el conocimiento y la capacidad de comunicarlo, cosa que parece ser puramente aleatoria y caprichosa. El fraile franciscano siguió un plan apocalíptico que aparentaba gobernar todos los crímenes y resultó que era casual; buscó un autor único de todos ellos y eran diferentes, o ninguno; persiguió una secuencia supuestamente razonada y no existía. Al percatarse de que lo hallado fue por error, le dice a Adso:

"Y después empezó una cadena de causas concomitantes y causas contradictorias entre sí, que procedieron por su cuenta, creando relaciones que ya no dependían de ningún plan."[8]

De modo que, según queda dicho, las relaciones entre los signos son algo que no puede concretarse ni asirse, como "el nombre de la rosa".

"¡Tenía razón Bacon cuando decía que el primer deber de un sabio es el de estudiar las lenguas!"

Sin embargo, en la novela sí está plasmado el deliberado tratamiento de asuntos semióticos y lingüísticos. Otras apreciaciones (véase la Bibliografía) consideran intemporales esos juicios, pasando por alto la temporización expresa de Eco, cuando remite con exactitud su mención a las preocupaciones propias del ámbito histórico en el que es experto.

Con toda intención, los argumentos expuestos en esos ámbitos el autor los inscribe en la Alta Edad Media, época en la que se desarrolla la historia.

Porque, del mismo modo que siglos antes de Ferdinand de Saussure (1857-1913) pudo San Agustín (354-430) enseñar que "los signos articulados (palabras) no significan siempre lo mismo, porque ´cada cosa puede significar otra o de modo contrario o sólo diverso´",[9] Adso de Melk alude, como pudo haberlo hecho cualquier interesado en las lenguas en el medioevo, a la esencia de fenómenos lingüísticos constantes, y, por supuesto, lo hace sin utilizar los términos modernos de esa ciencia, y mucho menos el conocimiento acumulado por la sociedad al respecto para darle tal categoría. Adso observa, con agudeza agustiniana suministrada por Eco:

"Tal es la magia de las lenguas humanas, que a menudo, en virtud de un acuerdo entre los hombres, con sonidos iguales significan cosas diferentes."[10]

En sus diversas observaciones sobre el lenguaje a lo largo de la novela, Guillermo de Baskerville, hace inmersión en fenómenos lingüísticos ulteriormente conocidos como polisemia, homonimia, antonimia y otros. No puede el personaje, por supuesto, nombrarlos como tales, pero está haciendo referencia a sus connotaciones de sentido más profundas.

Está presente el reconocimiento a la "capacidad común a los seres humanos, de comunicación por medio de un sistema de signos (código) llamado lengua"[11], socialmente adquirida por el hombre. En un momento dado el fraile franciscano observa la relación existente entre significado y significante en una palabra, y lo hace de este modo:

"… el límite entre el veneno y la medicina es bastante tenue, los griegos usaban la misma palabra phármacon para referirse a las dos."[12]

En otra ocasión, Guillermo dice un nombre propio en inglés: Newcastle, que era la lengua de su comunidad idiomática original, pero sus interlocutores sólo lo comprenden cuando lo traduce al latín: Novocastro, lengua que era la de la comunidad de monjes benedictinos y, en general, de los medios religiosos católicos.[13]

La propia fabulación como perspectiva totalizadora descansa en un supuesto manuscrito redactado en latín. A partir de él habría diversas traducciones que mediarían hasta el italiano utilizado por Eco para escribir la obra. Finalmente, este lector se sirve de una traducción-versión al español. En fin, se trata de múltiples lenguas como base de la comunicación de contenidos. Se comprende que, por supuesto, compartimos un similar sistema de señales (la palabra, el lenguaje) como instrumento de formación del pensamiento y expresión de él con que la novela está construida.

De todos modos, Eco sitúa varias claves o pistas a lo largo de la novela que permiten advertir su empedernida desconfianza en el sistema de signos con que se realiza la comunicación humana, en particular el de los lingüísticos. A lo ya dicho anteriormente, puede añadirse que el autor explica en la introducción cómo pierde la comunicación con la persona que se llevó el libro encontrado por él, y este hecho, a su vez, le impide la posibilidad de probar su conocimiento real del documento en una versión más cercana al original. Sólo le queda la traducción al italiano hecha por él.

Por otra parte, Adso termina su historia sin conocer qué quería realmente saber Guillermo, quien también se siente desencantado de su ciencia, como se ha visto. Eco no se atreve a pedirle el libro a la persona que se lo ha llevado, y concluye que "el caso superaba cualquier pesimismo justificado"[14], por lo cual, a la postre, está lleno de dudas. Los personajes, por su parte, después de los sucesos del monasterio pierden, también, comunicación entre sí y ambos, el franciscano y el novicio, expresan sus propias dudas sobre lo que pudieron o no haber conocido.

¿Qué otra cosa más pertinente que dudas de que el lenguaje pueda comunicar el pensamiento, el conocimiento?

"Existen signos que sólo parecen tales…"

Al mismo tiempo, y sin detrimento de lo dicho antes, Saussure y los lingüistas contemporáneos nuestros parecen asomarse por detrás de muchas páginas de El nombre… Eco lo sabe. Así no podría argumentar inocencia ante un tribunal lingüístico por hacer decir a su héroe Guillermo de Baskerville:

"Existen signos que sólo parecen tales, pero que no tienen sentido como blitiri o bu-ba-baff."[15]

El tribunal le diría que, efectivamente, el signo lingüístico tiene una doble condición o composición: significante y significado, de manera que no basta la expresión fónica, sino que precisa el otro lado, el sentido.

También es una prueba que el mismo personaje asume el conocimiento del carácter convencional del signo, pues -reflexiona- los hombres dan los nombres a su gusto, "a través de una convención libre y colectiva"[16], lo cual confiesa el propio Guillermo sin tratar de ocultar que Eco es quien le suministra esa precisa adquisición moderna y consagrada por la ciencia del lenguaje. En todo caso, Eco aprovecha lúdicamente las interpenetraciones de saberes antiguos y modernos sobre el tema para solidificar su tesis semiológica.

En cuanto a lenguas, el caso de los procesos del latín y de la lengua de los simples aparece analizado en la obra. El primero es objeto de la observación de Eco, en la introducción, de que Adso escribe en un latín del siglo XII -precisamente la época en que fue escrito el hexámetro citado al final de la obra: stat rosa pristina…-, lo cual es una observación acerca de cómo se realiza el lenguaje en el contexto preciso en que lo hace el grupo humano. Dice Eco que Adso:

"piensa y escribe como un monje que ha permanecido impermeable a la revolución de la lengua vulgar."[17]

También se recuerdan las transformaciones de la lengua de Roma en Europa, y cómo Virgilio de Toulouse escribió en un latín "inventado por él"[18]

Adso, descubriendo las curiosidades de la lengua, penetra en la etimología de diversas palabras de la lengua del pueblo llano, a partir del latín, como agnus, ovis, canis, vitulus y otras[19]; en otros momentos se trata de términos griegos. Significativamente, toda la explicación del laberinto de la biblioteca es un entrelazamiento de lenguas diversas; en ella los protagonistas leen los "problemas abstrusos" de la lengua en que se ocupaban los gramáticos antiguos, y se ofrecen otras numerosas manifestaciones particulares de las lenguas humanas.

En cuanto a la lengua vulgar, así contrastada por los escribientes con el latín de los medios cultos, recuérdese que Guillermo de Baskerville es inglés, que "uso mi lengua incluso cuando estoy hablando en buen latín."[20] Ello permite suponer el aporte de anglicismos y otras interferencias. Adso, por la entonación -otro componente de la lengua en su empleo por los grupos humanos-, reconoce algo agradable en lo que le dice la muchacha al conocerla, aunque, dice:

"La lengua vulgar que utilizó me era casi desconocida, en todo caso era distinta de la que había aprendido un poco en Pisa…"[21]

En otro sitio, Guillermo se refiere sin nombrarlos a detalles de la escritura poética en la lengua popular y regional, el dialecto florentino -lengua vulgar-, de Dante Alighieri (1265-1321), sobre quien le dice a Adso:

"cuyo poema habrás oído nombrar, si bien yo no lo he leído, porque no comprendo la lengua vulgar en que está escrito"[22]

La lengua, en tanto sistema de signos creado por la sociedad, es objeto de continuas reflexiones en la novela. Al menos en dos ocasiones, el autor hace decir a Guillermo una frase de aprobación para Bacon, refiriéndose, claro está, a Roger, fraile franciscano inglés -al igual que el héroe novelesco-, filósofo escolástico y científico; no, por supuesto, a Francis, compatriota del mismo apellido, filósofo y estadista, del siglo XVI. En una de esas frases expresa:

"Bacon tenía razón cuando decía que la conquista del saber pasa por el conocimiento de las lenguas."[23]

Un reconocimiento similar parece escrito como referencia y puede hacerse extensivo a toda la novela como escritura, en cuanto al carácter sistemático, semiótico, comunicativo y social de la lengua, pues gracias a ésta se construye todo el sentido de la narración y su mensaje más trascendente como  un estudio.

Las reiteradas reflexiones al respecto -que sería demasiado prolijo enumerar y exponer- llegan hasta referir las consecuencias de incognoscibilidad que se producen cuando el sistema de signos empleado por un hablante no responde al mismo código que el de otro, particularidad que permite reconocer, por caso, uno idiomas y otros. Cuando la muchacha que Adso amó es condenada por el inquisidor Bernardo Gui a morir quemada bajo la acusación de brujería, el narrador, con una meditación de alcance intemporal, se expresa así:

"Pero ni Bernardo ni los arqueros ni yo mismo comprendíamos lo que decía en su lengua campesina. Aunque hablase es como si fuese muda. Hay palabras que dan poder y otras que agravan aún más el desamparo, y de este último tipo son las palabras vulgares de los simples, a quienes el señor no ha concedido la gracia de poder expresarse en la lengua universal del saber y del poder."[24]

Adso expone aquí un prejuicio social inveterado del poder hegemónico que pueden llegar a adquirir algunas lenguas, en contraposición con la posición de discriminación en que se encuentran otras, manifiesto, en la época tratada y el contexto descrito, con el caso del latín en relación con las restantes lenguas de los pueblos bajo el poder católico, confundiendo con pretensiones teológicos los resultados histórico-sociales.

Un caso particular, pero expresivo del carácter supraindividual de la lengua, se presenta con el personaje de Salvatore, el monje que parecía un monstruo y que "habla todas las lenguas y ninguna en particular"[25], quien emplea en su discurso unidades de la lengua (sonidos, palabras, frases, oraciones…) de diferente procedencia (latín, provenzal, dialectos italianos…), aunque conservando -según Adso- una estructura reconocible. La extravagante lengua de Salvatore, según Adso la describe:

"No era latín, lengua que empleaban para comunicarse los hombres cultos de la abadía, pero tampoco era la lengua vulgar de aquellas tierras ni ninguna otra que jamás escucharan mis oídos. (…) Salvatore hablaba todas las lenguas y ninguna. O sea que se había inventado una lengua propia utilizando jirones de aquellas con las que había estado en contacto (…) Y en cierta ocasión pensé que la suya no era la lengua adámica que había hablado la humanidad feliz, unida por una sola lengua desde los orígenes del mundo hasta la torre de Babel, ni tampoco la lengua babélica del primer día, cuando acababa de producirse la confusión primitiva. Por lo demás no puedo decir que el habla de Salvatore fuese una lengua, porque toda lengua humana tiene reglas y cada término significa ad placitum una cosa, según una ley que no varía, porque el hombre no puedo llamar al perro una vez perro y otra gato, ni pronunciar sonidos a los que el acuerdo de las gentes no haya atribuido un sentido definido, como sucedería si alguien pronunciase la palabra ´blititi´. Sin embargo, mal que bien tanto yo como los otros comprendíamos lo que Salvatore quería decir. Signo de que no hablaba una lengua, sino toda, y ninguna correctamente, escogiendo las palabras una veces aquí y otras allá. Advertí también, después, que podía nombrar una cosa a veces en latín y a veces en provenzal, y comprendí que no inventaba sus oraciones sino que utilizaba los disecta membra de otras oraciones que algún día había oído."[26]

La larga cita descriptiva me releva -como también prefirió Eco en la narración, aprovechando la paráfrasis de Adso interpretando a Salvatore- de ilustrar el ejercicio de lengua concebido por el autor para su desusado hablante. El caso, sin embargo, muestra uno de los procedimientos empleados en la moderna creación de las lenguas artificiales (el esperanto, por ejemplo), demostración del dominio que tiene Eco del proceso de formación de esos sistemas de signos.

"Las cosas divinas pueden nombrarse con nombres de cosas terrenales."

Salvatore sirve precisamente también como ejemplo, aunque caprichoso y estrafalario por voluntad de Eco, para demostrar, por vía contraria, cómo se realiza concretamente la lengua, en un momento y lugar determinados, por uno de los miembros de la comunidad lingüística, es decir la ejecución del habla.

En Salvatore, como acto individual observado y reflexionado por el narrador, pueden reconocerse las combinaciones que utiliza en tanto sujeto hablante para expresar su pensamiento personal, y los mecanismos psicofísicos que permiten exteriorizar esas combinaciones.[27] Ello obra así para cada hablante independientemente. Vale considerar, a la vez, que Eco plantea con Salvatore otro de sus juegos probabilísticas, pues no es viable en la práctica un hablante que no lo sea de una lengua común dominante y distintiva, aunque su práctica de habla contenga incorrecciones en sus reglas e interferencias de otras lenguas.

El aspecto de realización individual de la lengua está presente en diversos momentos directamente expuestos por Eco, por medio de los personajes en el propio acto de la expresión y a través de las interpolaciones del narrador Adso.

Entre varios ejemplos de habla encuentra el lector las formas sugeridas por Aristóteles, para provocar la risa con las palabras, en la segunda parte, mencionada por los personajes, de su Poética; las ironías, exclamaciones y reticencias de Guillermo; los silogismos, entimemas, metáforas… que comenta e ilustra el fraile franciscano en sus conversaciones; las manifestaciones en lengua vulgar que Adso había escuchado en las ciudades a mercaderes, artesanos y otras personas del pueblo; los versos en alemán que el novicio recita; el latín propio escrito por antiguos autores que Guillermo celebra, y otros numerosísimos casos.

No puede el lector dejar de particularizar en los enunciados específicos en que se manifiesta el habla de Adso, en un momento concreto: su verbalización de sentimientos amorosos hacia una persona, tomando prestadas más que parafraseando las unidades de "Cantares" del Antiguo testamento. Compárense con el texto bíblico mencionado las expresiones siguientes del narrador-personaje:

"Y me besó con besos de su boca y sus amores fueron más deliciosos que el vino, y las delicias para el olfato eran sus perfumes, y era hermoso su cuello entre las perlas y sus mejillas entre los pendientes, qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres, tus ojos son palomas (decía), muéstrame tu cara, deja que escuche tu voz…"[28]

Adso actúa aquí de cierto modo, en cuanto a la realización de la lengua, como el extravagante Salvatore, sólo que es él mismo quien asume una única referencia para advertir cómo es realizada esta operación de préstamo lingüístico. Su habla pretende nombrar lo divino como es capaz de advertirlo e identificarlo, y a la vez lo terrenal. Más adelante, Adso lo explica aludiendo, una vez más al valor tan apreciado por Eco de la palabra como signo-símbolo:

"mediante símbolos equívocos, puede decirse que Dios es león o leopardo, que la muerte es herida, el goce llama, la llama muerte, la muerte abismo, el abismo perdición, la perdición deliquio y el deliquio pasión.[29]      

Se trata de otro valor lingüístico que de nuevo suministra Eco, y es el contexto. Cada una de esas palabras, relacionadas por Adso como una explicación de ejemplos, tienen significado de acuerdo con la convención que les confieren los hablantes también en un lugar y momento dados.

"Me siento libre de contar, por el mero placer de fabular…"

Lo cual lleva al lector al placer de resumir y concluir que la lectura de El nombre…, de Umberto Eco, puede realizarse, pues, como una excursión al paraje del lenguaje, la lengua y el habla.

Los personajes, en sus características generales y en sus expresiones, reflejan las preocupaciones del autor como semiólogo, y aportan ricas reflexiones lingüísticas.

Las leyes del lenguaje aparecen continua y profusamente abordadas, en su génesis y en su naturaleza, si bien Eco deja entrever cierto escepticismo en cuanto al poder del lenguaje para expresar, a la vez que formar, el pensamiento.

Dentro de esos límites sí resulta ampliamente valorada en la obra esta característica de los seres humanos que les permite comunicarse por medio de un sistema de signos llamado lengua.

Hay momentos de verdadero virtuosismo lingüístico en la presentación de la lengua y el habla, como es el caso de la caracterización del personaje de Salvatore, y en las aportaciones teóricas al respecto a través, sobre todo, de las reflexiones asumidas por los personajes Adso de Melk y Guillermo de Baskerville.

Por todo ello, El nombre de la rosa es, a la vez que una apasionante novela, un monumental tratado sobre el lenguaje, la lengua y el habla.

Guantánamo-Santiago de Cuba-Guantánamo, martes 26 de octubre-jueves18 de noviembre de 1999-sábado 15 de agosto de 2008.

Bibliografía

Becerra, Alfredo: Reseña de "Apostillas a ´El nombre de la rosa´. En (Título original de esta reseña: «Eco y los bordes de una escritura», La Razón Cultura (Buenos Aires), 9 de noviembre de 1986, p. 7, cols. 1-3.). Consultado: 27 de mayo de 2008.

Blanco Botta, Ivonne, et alter: Curso de Lingüística General. Editorial Pueblo y Educación, Ciudad de La Habana. 1980.

Caballero Rodríguez, Mirna; Humberto Ocaña Dayar y Adia Gell Labañino: "Apreciaciones lingüísticas en El nombre de la rosa, de Humberto Eco". Instituto Superior Pedagógico Frank País García, Santiago de Cuba. 199… Estudio manuscrito.

Eco, Humberto: El nombre de la rosa. Editorial Arte y Literatura, Ciudad de La Habana. 1989.

———————: "Postille a Il nome della rosa". En Alfabeto, No. 49, Bompioni, Roma. 1989. Citado por Mirna Caballero Rodríguez.

———————: Apostillas a El nombre de la rosa. (Traducción castellana de Ricardo Pochtar). Ediciones de la Flor, Editorial Lumen, Buenos Aires. 1986, 88 páginas.

Gnoli, Antonio: "Y así le puse nombre a la rosa" (Entrevista a Umberto Eco). En: http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2006/08/26/u-01259241.htm. Consultado: 13 de julio de 2008.

Golovin, B. N.: Introducción a la Lingüística. Editorial Pueblo y Educación, Ciudad de La Habana. 1991.

Javi: "El nombre de la rosa; Umberto Eco como Ariadna". En: http://la2revelacion.com/?p=167. Publicado: 2 de enero de 2008. Consultado: 28 de enero de 2008.

Jiménez Valdés, Amalia, et alter: Temas lingüísticos. Editorial Pueblo y Educación, Ciudad de La Habana. 1981.

Malena: "Filosofía del lenguaje". En: http://filosofia.laguia2000.com/general/filosofia-del-lenguaje. Consultado: 14 de agosto de 2008.

Pablo: "Los conceptos de lenguaje, lengua y habla". En: http://lengua.laguia2000.com/general/los-conceptos-de-lenguaje-lengua-y-habla. Publicado:16 de abril de 2007. Consultado: 5 de junio de 2007.

Peláez, Rosa Elvira: "Eco-manía o Eco-reto". En Granma, 28 de junio de 1990. (Epígrafe: "Ante El péndulo de Foucault"), página 5.

Tabarca, Santiago: "El nombre de la rosa" Umberto Eco. (Crítica literaria). En: http://narwhaltabarca.com/category/critica-literaria/page/2/. Publicado en Crítica literaria, 5 de abril de 2007 a las 7:06 pm Comentarios (6) Consultado: 25 de junio de 2008.

Thersuva: "El nombre de la rosa, de Umberto Eco". (Reseña con comentarios). En: http://reginairae.blogcindario.com/2006/01/00256-el-nombre-de-la-rosa-de-umberto-eco.html. Consultado: 10 de junio de 2008.

Varios: La narratología hoy. Editorial Arte y Literatura, Ciudad de La Habana. 1989.

 

 

 

 

Autor:

Licenciado Víctor Hugo Purón Fonseca

Del autor:

Víctor Hugo Purón Fonseca (Cayo Mambí, Holguín, Cuba, 27 de mayo de 1954). Vive en Guantánamo, Cuba. Periodista. Licenciado en Periodismo, Universidad de La Habana, 1977. Trabaja en el periódico Venceremos, de Guantánamo.

Cuba

* Trabajo de curso para la asignatura Comunicación y sociedad, impartida por la profesora Doctora en Ciencias Pedagógicas Sonia Rodríguez Fernández, como crédito de la Maestría en Ciencias de la Comunicación Social, coordinada por el Departamento de Comunicación Social de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, noviembre de 1999. El autor hace constar su deuda y gratitud personal por la decisiva y desinteresada colaboración en las apreciaciones lingüísticas recibida de la profesora Licenciada Mirna Caballero Rodríguez, del Instituto Superior Pedagógico Fran País García, de Santiago de Cuba.

[1] Umberto Eco: Postille a Il nome della rosa. Apud: Mirna Caballero Rodríguez et alter: "Apreciaciones lingüísticas en El nombre de la rosa, de Umberto Eco".

[2] Ibíd. La traducción del italiano es de Adia Gell Labañino. Apud: Mirna Caballero Rodríguez et alter.

[3] Umberto Eco: El nombre…, página 9.

[4] Ídem. P. 730. La expresión latina puede entenderse como: De la primitiva rosa sólo nos queda el nombre, conservamos nombres desnudos.

[5] Eco: "Postille…"

[6] Eco: El nombre…, p. 593.

[7] Eco: El nombre…, p. 593.

[8] Ídem. P. 717

[9] Apud: José Manuel Buxó: "El análisis semiológico", en La narratología hoy, p. 14.

[10] Eco: El nombre…, p.419.

[11] Curso de lingüística general, p. 11.

[12] Eco: El nombre…, p. 463. Apud: Mirna Caballero Rodríguez et alter.

[13] Ídem. P.87.

[14] Ídem. P.5

[15] Ídem. P. 151.

[16] Ídem. P. 514.

[17] Ídem. P. 7.

[18] Ídem. P. 452.

[19] Ídem. Pp. 410 y sgtes.

[20] Ídem. P. 87.

[21] Ídem. P. 355.

[22] Ídem. P. 296.

[23] Ídem. P.236.

[24] Ídem. P. 480.

[25] Ídem. P 65.

[26] Ídem. P. 65 y 66.

[27] Temas lingüísticos, p. 7.

[28] Eco: El nombre…, p. 355 y sgtes.

[29] Ídem. P. 361.

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente