- Antigüedad de las creencias
- El juicio en el Reino Antiguo
- Tumbas privadas del Reino Antiguo
- Instrucciones a Merikaré
- El momento y el lugar
- El hombre y su corazón
- El capítulo 30 B
- Iconografía y simbolismo
- El capítulo 125
- Ante los 42 dioses
- El resultado del pesaje
- Ideas sobre el infierno
- El santuario de Osiris
- Bibliografía
La idea de que las acciones de los hombres han de ser sometidas a un juicio tras la muerte por los poderes divinos tuvo su origen en los tiempos antiguos de la historia de Egipto, si bien solamente habría de quedar plasmada de manera rigurosa en los textos funerarios del Reino Nuevo una vez que culminó la elaboración del conjunto de fórmulas mágicas que se integran en lo que conocemos como "Libro de los Muertos".
La escena en la que se representa la Psicostasia (Juicio de las Almas), tal y como se describe en los papiros del Reino Nuevo, no aparece en los momentos anteriores, sin embargo la idea del juicio existía en la mente de los egipcios desde mucho antes. Todo sugiere que en esos primeros tiempos en que se documenta la creencia con cierta claridad ("Textos de los sarcófagos", en el Reino Medio) los jueces no actuaban salvo que un tercero, en calidad de demandante, se opusiera a la pretensión del difunto de acceder a la inmortalidad. Por ese motivo, era importante que el hombre actuase en su vida terrena de modo justo, evitando con su actuación granjearse posibles enemigos que pudieran denunciar luego su maldad ante los jueces eternos.
En el Reino Nuevo, surgirán sustanciales modificaciones en estas creencias: ahora, en estos nuevos tiempos, el difunto ya no será juzgado a instancia de alguien que acusa, sino que todos los hombres, sin excepción, tendrán que responder de su conducta en la tierra ante el tribunal de los dioses presidido por Osiris. Para facilitar ese trance, el "Libro de los Muertos" brindará instrucciones precisas en su capítulo 125.
Antigüedad de las creencias
Destaquemos, en todo caso, que desde unos momentos antiguos de su historia, los egipcios pensaron que el hombre, tras su muerte, tenía la posibilidad de acceder a una vida inmortal, siempre que fuera capaz de superar un juicio divino cuyas singularidades, en los momentos más antiguos, se nos manifiestan borrosas. Veremos que los egipcios creían en la existencia de unos seres que controlaban todos y cada uno de los actos de los hombres y que tras la muerte podían o habrían de exigirle responsabilidades, según el momento histórico en que estemos, por los posibles pecados o faltas cometidos en su vida terrena. Desde tiempos antiguos se impuso la creencia de que a lo largo de esa vida el hombre debía actuar siguiendo la Regla de Maat (divinidad de lo Justo y de la Verdad) y que el corazón era el órgano en el que Maat estaba precisamente encarnada en cada hombre.
En el capítulo 30 del "Libro de los Muertos" se nos habla de un conjuro en el que más adelante tendremos ocasión de profundizar. En su rúbrica se nos dice que el texto se tenía que pronunciar sobre un escarabajo de piedra y que la fórmula, que nos remite al importante papel que el corazón desarrolla en el momento del juicio, había sido encontrada en Hermópolis, cuyo dios Thot era precisamente el "Guardián de la Balanza". La fórmula, esculpida en un bloque de cuarcita, habría sido escrita por el propio Thot, de modo que nos remitiría a unos tiempos fabulosos de los primeros momentos de la historia de Egipto.
Nos dice también la rúbrica de este llamativo capítulo que la fórmula habría sido encontrada en tiempos de Menkaure (Micerinos), faraón de la IV dinastía, cuando el príncipe Djedefhor hacía un viaje de inspección a los templos.
Todo ello nos habla de que el sacerdote del Reino Nuevo (cuando surgió el "Libro de los Muertos") que escribió esta rúbrica admitía que muchísimo tiempo antes, al menos en la IV dinastía, ya existía este texto funerario, que nos remite a la idea de un juicio de los muertos. Obviamente, esa declaración del sacerdote no confirma que efectivamente la creencia existiera o no, pero indica que en los tiempos modernos se pensaba que estas ideas eran muy antiguas en el tiempo.
El juicio en el Reino Antiguo
En los tiempos del Reino Antiguo, diversos conjuros de los "Textos de las Pirámides", así los 373 y 488, contienen referencias expresas a la Gran Mansión que será el lugar en donde Re y Osiris habrán de impartir justicia y juzgar la conducta del Rey en la tierra. En TP 462 este afirmará que: "No hay ninguna palabra contra mí sobre la tierra entre los hombres, no hay acusación en el cielo entre los dioses…"
En textos como este, que de manera reiterativa se reproducen en los "Textos de las Pirámides" se nos brinda la imagen (TP 316 a 323) de que el espíritu del Rey fallecido, del mismo modo que antes le había sucedido a Horus, heredero de Osiris, también tendrá que ser juzgado por el Tribunal de la Enéada, tras haber sido previamente purificado. El Rey será juzgado por las Dos Verdades (Isis y Neftis, coronadas por Maat) y contará en ese proceso con la protección que otorga el Ojo de Horus. En ese momento del juicio, no obstante, su espíritu sentirá miedo de que "la serpiente ígnea" pueda golpear los corazones de los dioses, sus jueces, a los que pedirá una y otra vez que no obstaculicen su ascensión sino que se presenten ante él como amigos. En TP 336 se indica que el Pueblo del Sol (las divinidades) ha testificado a favor del Rey, lo que nos sugiere que existía la posibilidad de que hubiera ocurrido lo contrario y alguien se hubiera opuesto a su pretensión de acceder al Reino Celeste.
En estos momentos del Reino Antiguo, todo parece indicar que para los egipcios comunes el Más Allá no se situaba en el Cielo de Re, al que solamente podía acceder el faraón, sino en lo que los libros del Reino Nuevo denominan Inframundo, región de imprecisa ubicación en la que el espíritu del difunto se encontraba con los ancestros que le habían precedido en la existencia. En ese Inframundo los espíritus vivirían felices si bien tenían obligaciones diversas, entre ellas la de cultivar los campos y producir alimentos que habrían de nutrir a sus kas.
Tumbas privadas del Reino Antiguo
En las tumbas de diversos personajes del Reino Antiguo se han identificado algunas inscripciones funerarias que incluyen una biografía idealizada del difunto. En ellas, se evoca que durante su vida la persona actuó de acuerdo con la Regla de Maat. Es posible que esta idea de justificación moral del difunto tuviera su origen en el interrogatorio iniciativo al que era sometido el faraón una vez fallecido, antes de acceder al Más Allá.
Así, en las fórmulas funerarias de la tumba de Herkhuf, notable de Elefantina en los tiempos de la VI dinastía, se nos ha transmitido que:
"Yo fui uno excelente…, querido por (su padre), alabado por su madre, amado por todos sus hermanos. Di pan al hambriento, y vestidos al desnudo. He transportado a aquél que no tenía barca… Yo fui uno que dijo el bien y que repitió lo que se deseaba. Jamás dije yo maldad alguna al poderoso, de forma que actuara contra algún hombre, pues yo deseaba estar a bien con el Gran Dios. Jamás juzgué a dos (partes) de forma que se privará a un hijo de los bienes de su padre."
En estos mismos tiempos (VI dinastía) se ha fechado también la tumba de Pepinakht Hekaib, en la que el difunto muestra igualmente su interés por justificar su paso por la tierra:
"Yo soy uno -nos dice- que habla el bien y que repite lo que se desea. Nunca dije al poderoso maldad alguna contra nadie. Desee la bondad que procede del Gran Dios. Di pan al hambriento y vestidos al desnudo. Nunca juzgué entre dos partes (de forma que) privara alguna vez al hijo de las posesiones de su padre. Soy uno amado de su padre, alabado por su madre, querido por sus hermanos…"
Llama la atención la similitud de los contenidos de los textos encontrados en estas tumbas de fines del Reino Antiguo, que confirman las creencias de los hombres de esos tiempos de intentar dejar constancia de que su vida terrena había sido justa como medio de poder acceder a una nueva existencia en el Más Allá tras la muerte. No encontramos referencias concretas a la idea de un juicio pero lo cierto es que el sentido de las inscripciones indica que para los hombres resultaba tranquilizador mostrar que en su vida terrena habían estado impregnados por las ideas de justicia y bondad.
Instrucciones a Merikaré
Las "Instrucciones a Merikaré", que se remontan a la X dinastía, en el contexto de los tiempos finales del Primer Periodo Intermedio, se insertan en la tradición de los "Textos Sapienciales" del Reino Antiguo, como las "Máximas de Ptahhotep", y en ellas el padre instruye a su hijo Merikaré en relación con la obligaciones que durante su reinado pesan sobre un Rey que desee ser recordado en el futuro como ejemplo de "buen pastor" que condujo con equidad a su pueblo. En estas "Instrucciones" encontramos precisas referencias a la creencia en un tribunal que ha de juzgar a los hombres.
Practica la justicia y tu recuerdo perdurará sobre la tierra, le dirá Hety a Merikaré, y añadirá diversos consejos en relación con las normas de actuación que deberá seguir en su vida como Rey, todos ellos impregnados por las ideas de justicia social y piedad religiosa. "(La vida) en la tierra pasa. No es larga. Afortunado aquel de quien se tiene un buen recuerdo… (El hombre bueno) vive para siempre.
En relación con la idea del Juicio de los Muertos, Hety recordará a su hijo que: "(En cuanto) al tribunal que juzga a los miserables, sabes que ellos no son benignos en el día de juzgar al malvado, en la hora de cumplir con su tarea. Es terrible que el acusador sea un hombre de conocimiento. No pongas tu confianza en la duración de los años, pues ellos ven el tiempo de la vida como una hora. El hombre puede permanecer tras la muerte, pues sus acciones se colocan junto a él como un tesoro, y la existencia allí es eterna. Estúpido es quien hace que ellos (los jueces) se irriten. Y respecto al que llega a ellos sin haber cometido faltas, quedará allí como un dios, yendo libremente, como los señores, eternamente."
En las "Instrucciones a Merikaré" el autor insiste en que la actuación del hombre durante todos y cada uno de los días de su vida será tenida en cuenta cuando se le juzgue en el Más Allá. Un solo día puede aportar algo para la eternidad, incluso una sola hora. Por ello el hombre debe ser recto y practicar la justicia (Maat) durante todos y cada uno de los días de su paso por la tierra. La divinidad -dirá Hety a su hijo- prefiere las cualidades del hombre que es recto de corazón antes que las magníficas ofrendas que le pueda presentar un pecador. Lo mismo que el hombre haga por la divinidad en la tierra, eso mismo hará Dios por él en el Más Allá. Nuestras buenas acciones en este mundo repercutirán de manera muy favorable en la eternidad. Dios conoce a todos los hombres y sabe lo que hace en cada momento aquel que trabaja para él.
Las "Instrucciones a Merikaré" fueron escritas en unos tiempos en que los Misterios de Osiris, antaño reservados exclusivamente a los funerales del Rey, estaban siendo divulgados entre capas más amplias de la población, fruto todo ello de los tumultuosos momentos que la tierra de Egipto había vivido tras la caída del Reino Antiguo. Primero los poderosos y luego diversos sectores de la población habían tenido acceso a estos cultos mistéricos que prometían la eternidad en el Reino Celeste de Re, y no solo en el Inframundo como hasta entonces, a los hombres que hubieran sido justos en su vida terrena.
El momento y el lugar
Las referencias que acerca del Juicio de las Almas se exponen en el "Libro de los Muertos" no nos hablan del momento concreto en que ese juicio tendrá lugar. En todo caso, no se trata de que todos los difuntos hayan de ser juzgados en un mismo acto, en lo que judíos, cristianos y musulmanes denominan día del Juicio Final, sino que todo sugiere que en el Egipto del Reino Nuevo los fallecidos eran juzgados de manera individualizada en un momento que no queda suficientemente concretado. En todo caso, ese momento impreciso no parece que tenga lugar inmediatamente tras la muerte, sino una vez que el ba del difunto ha realizado satisfactoriamente un viaje de purificación por el Inframundo, por el Reino de Osiris.
En algún momento de ese viaje, tras haber pasado con éxito por diversas pruebas que los iniciados en los "Misterios de Osiris" tenían indudablemente ventaja para superar, el ba o alma del difunto accedía a la Gran Sala de Maat, en donde era juzgado en presencia de Osiris, Señor del Inframundo, que estaba asistido por 42 dioses, que representarían a las divinidades locales de los 42 nomos o circunscripciones administrativas que en aquellos tiempos había en Egipto. Estas divinidades, que actuarían como vigilantes de los hombres durante su existencia terrena, eran muy temidas ya que se pensaba que se alimentaban de la sangre de los malvados.
En ese momento del juicio del alma, revestía trascendental importancia la conducta que el hombre hubiera seguido en su existencia terrena y lo que, a ese respecto, pudiera indicar su corazón, órgano humano en el que reposaba el acto del juicio. Era precisamente el pesaje del corazón del difunto el que habría de decidir el futuro de su ba o espíritu.
En efecto, el capítulo 30 del "Libro de los Muertos", del que se han conservado dos versiones, nos ha transmitido la idea de la gran importancia que revestía este órgano una vez que llegaba el momento del juicio. Se trata de un conjuro en el que, de una u otra forma, el difunto se dirige a su propio corazón, a la madre de sus actos, al que identifica con su ka o doble energético e inmaterial. De algún modo, el corazón era concebido como la fuente de la vida del hombre y sería en este órgano en el que reposaría la esencia del ka.
El hombre y su corazón
Veamos este conjuro del capítulo 30, en su versión A:
"Fórmula para impedir que el corazón de N. se oponga a él mismo en el Más Allá"
Que diga:
"¡Oh mi corazón (proveniente) de mi madre, oh mi corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi corazón de mi existencia terrenal! ¡No levantéis falsos testimonios contra mí en el juicio, ante los Señores de los bienes! ¡No digáis a propósito de mí: "Hizo aquello, en verdad" con respecto a lo que hice; no os levantéis contra mí delante del Gran Dios, Señor del Occidente!
¡Salve a ti, corazón mío! ¡Salve a ti, víscera de mi corazón! ¡Salve a vosotras, entrañas mías! ¡Salve a vosotros, dioses preeminentes, portadores de majestuosos penachos, cuyo poder radica en vuestros cetros! Anunciadme a Re, recomendadme a Nehebkau cuando llegue al Occidente del cielo.
¡Que sea durable sobre la tierra, que yo no muera en el Occidente, que sea allí un bienaventurado"
En este inquietante texto mágico vemos que los egipcios pensaban que para que el resultado del juicio resultase favorable era necesario que el hombre en su vida terrenal hubiese actuado de acuerdo con lo establecido en cada momento por su corazón, de modo que llegado el momento del pesaje vemos que el alma está pidiendo a su propio corazón que no levante falsos testimonios contra ella, ya que en ese caso sería aniquilada y no alcanzaría la vida eterna. Nos llama la atención la frase que dice literalmente: "¡No digáis a propósito de mi: "Hizo aquello, en verdad" con respecto a lo que hice…" Con estas palabras parece que el alma está suplicando a su corazón que no lo delate ante el Gran Dios, que no informe a Osiris de que cometió alguna falta en su vida. Se está suplicando que no se diga al tribunal que el difunto hizo tal cosa, que hemos de entender pecaminosa.
Es decir, en esta formula del capítulo 30 A (veremos luego que existe otra fórmula diferente a aplicar en otras circunstancias, la denominada 30 B), el difunto le hace a su corazón dos peticiones distintas: de un lado, que no levante falso testimonio contra él; de otro, que no lo delate por un supuesto pecado que habría cometido.
Más adelante, el difunto saludará e invocará tanto a sus propias entrañas como a los cuatro dioses de majestuosos penachos. Estas divinidades eran los cuatro hijos de Horus: Ansit, Hapy, Duamutef y Qebehsenuf, bajo cuya protección se colocaban determinadas vísceras del cadáver del difunto en el momento de la momificación.
Todo parece sugerir que el difunto piensa que tanto su propio corazón, como sus entrañas y los dioses que presiden la actuación terrenal de esas entrañas, son de alguna manera responsables de sus actos, y por tanto son también responsables de aquella falta o pecado que cometió, acerca de la cual pide a su corazón que no lo delate en este momento trascendental.
En suma, en este tan curioso conjuro, el hombre suplica a su corazón que calle acerca de algo negativo que sabe que el hombre hizo en su vida, ya que en otro caso el alma sería condenada a la aniquilación. Es decir, el alma del difunto no pide perdón ni manifiesta arrepentimiento, como sería usual en nuestra cultura, sino que suplica a su corazón que calle lo que sabe, ya que de alguna forma serían las propias divinidades las responsables últimas de sus actos.
Termina esta fórmula mágica solicitando, finalmente, al corazón que actúe favorablemente ante Re y ante la diosa serpiente Nehebkau (involucrada en el destino de los difuntos) para que el alma del fallecido pueda alcanzar la eternidad.
El capítulo 30 B
Analicemos ahora lo que el difunto ha de decir a su corazón según lo que indica la otra versión de este capítulo:
"Fórmula para evitar que el corazón de N. se oponga a él mismo en el Más Allá"
Que diga:
"¡Oh corazón (proveniente) de mi madre, oh corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi corazón de mis diferentes edades! ¡No levantéis falsos testimonios contra mí en el juicio, no os opongáis a mí ante el tribunal, no demostréis hostilidad contra mí en presencia del guardián de la balanza (del juicio)!
Tú eres mi ka que habitas en mi cuerpo, (eres) el Khnum que das forma y vida a mis miembros. ¡Ve hacia la felicidad que nos está preparada allí! ¡No vuelvas hediondo mi nombre a los Señores que sitúan a los hombres en sus (verdaderos) lugares! Esta (acción) será buena para nosotros, será buena para el (divino) juez (y) será agradable para aquel que juzgue. No digas falsas palabras contra mí en presencia del Gran Dios, Señor del Occidente. ¡Mira, el ser proclamado justo se basa en tu lealtad!"
En este segundo conjuro vemos que el alma lo que le pide al corazón es que no levante falsos testimonios, que no se oponga a sus pretensiones, que no le sea hostil, ante el guardián de la balanza (Thot). El difunto, ahora, no tiene que ocultar nada a Osiris. No tiene conciencia de haber cometido pecados o faltas de modo que lo único que espera de su corazón es que en este momento trascendental hable con verdad.
El difunto, por otro lado, nos dice que el corazón "es su ka" y que al igual que el dios Khnum ha dado forma y vida a su cuerpo. Esta divinidad estaba considerada como "dios creador" y se solía representar como un alfarero que en su torno está modelando dos imágenes: la del hombre y la de su ka.
En suma, el hombre que se considera virtuoso lo único que debe demandar a su corazón es que actúe con lealtad y que no pronuncie palabras falsas en presencia de Osiris.
Iconografía y simbolismo
Los aspectos iconográfico y simbólicos del juicio han quedado bien documentados en los papiros funerarios del "Libro de los Muertos" datados a partir de la dinastía XVIII. En ellos, lo usual es que la escena del juicio esté representada al principio del libro, precedida por algunos himnos de alabanza a Re y a Osiris. De algún modo, esos himnos y la representación de la escena del juicio vendrían a tener un carácter de introducción al propio libro.
Tras recitar esos himnos a la Gran Divinidad y al Dios del Inframundo, el alma del difunto accedería a la Sala de la Doble Maat. En general, los elementos más significados de la representación simbólica del pesaje del alma serían:
-El juicio es presidido por Osiris, que se manifiesta en su santuario, sentado en un trono.
-Isis y Neftis, las dos Maati, están igualmente presentes.
-Representación de una balanza que se encuentra en equilibrio y usualmente está coronada por una pluma, símbolo de Maat, si bien a veces puede contar con una cabeza de chacal (Anubis) o con un babuino o una cabeza de ibis (Thot).
-Es usual que Re (el dios primigenio) esté acompañado por algunas de las divinidades más importantes del panteón egipcio: Temu, Shu, Tefnut, Seb, Nut, Horus…
-Generalmente, en la balanza se representa en uno de los platillos un vaso cerámico que contiene el corazón del difunto y en el otro, la pluma de Maat. Sin embargo, en algunas ocasiones (así en el papiro de Nebseni o en el papiro de Amón-neb, ambos de la dinastía XVIII) lo que se representa es, de un lado una figura del difunto, y de otro su propio corazón. Quizás está representación del pesaje sea más antigua que la que antes hemos indicado, que es la que más se prodiga en los papiros.
-En este momento inmediatamente anterior al pesaje de su alma es cuando el difunto recitará la fórmula del capítulo 30, que antes comentamos, dirigida a su propio corazón.
-En este contexto, se representa al difunto (a veces acompañado por su esposa) que entra en la sala y es conducido por Anubis hasta la balanza. Ahora será el propio Anubis quien verificará el pesaje, en tanto que Thot tomará nota del resultado del mismo.
-Un ser monstruoso, Am-mit (el Devorador) aguarda expectante a que se conozca el resultado del pesaje.
El capítulo 125
En el capítulo 125 del "Libro de los Muertos" se nos habla de las actuaciones que deberá seguir el difunto cuando llegue a la Sala de las Dos Maat. En su rúbrica, el sacerdote nos informa que el texto de este capítulo deberá ser leído sobre la momia del fallecido. El lector deberá estar limpio y purificado y habrá ofrecido antes alguna ofrenda de alimentos. Se indica, también, que deberá dibujar una imagen de rituales, que se reproduce en el papiro, sobre un suelo limpio y pintado de blanco. Se afirma que aquel difunto sobre cuya momia se recite este capítulo será próspero en el más allá, no se le cerrará ninguna puerta del Occidente sino que, al contrario, será introducido con los reyes del Alto y del Bajo Egipto y estará por siempre en la comitiva de Osiris.
Antes de prestar las declaraciones de inocencia, el difunto deberá dirigir a Osiris, Señor del Tribunal, una fórmula de salutación:
"¡Gloria a ti, Gran Dios (Osiris), Señor de las Dos Maat! He llegado hasta ti, mi Señor, habiendo sido traído para contemplar tu perfección. Te conozco y conozco el nombre de los cuarenta y dos dioses que están contigo en esta Sala de las Dos Maat, que viven de la vigilancia de los pecados y se abrevan de su sangre, cuando se juzgan las cualidades (de los difuntos) en presencia de Unnefer. Mira: "Aquel de las Dos Hijas, el de las dos Meret, El Señor de la Doble Maat" es tu nombre. En verdad, he llegado (aquí) hasta ti y te he traído lo que es equidad y por ti he destruido la perfidia."
Tras saludar al Gran dios, Osiris, el espíritu del difunto deberá hacer una declaración de inocencia en la que se incluyen 36 frases negativas que aparecen redactadas en el libro en primera persona. Con ellas el difunto debe manifestar que no ha cometido pecados en todos y cada uno de los días del año (posiblemente en relación con los 36 decanes o unidades de tiempo egipcias). Veamos el contenido de esa declaración que el difunto debía realizar ante Osiris:
"No cometí iniquidad contra los hombres.
No maltraté a las gentes.
No cometí pecado en la Sede de Maat.
No (intenté) conocer lo que no debía (conocerse).
No hice mal.
No comencé el día recibiendo una comisión de parte de las gentes que debían trabajar para mí y mi nombre no llegó a las funciones de un jefe de esclavos.
No blasfemé contra dios.
No empobrecí a un pobre en sus bienes.
No hice lo que era abominable a los dioses.
No perjudiqué a un esclavo ante su amo.
No fui causa de aflicción.
No hice padecer hambre.
No hice llorar.
No maté.
No di orden de matar.
No causé dolor a nadie.
No disminuí las ofrendas alimentarias de los templos.
No mancillé los panes de los dioses.
No robé las tortas de los bienaventurados.
No fui pederasta.
No forniqué en los santos lugares del dios de mi ciudad.
No robé con la medida de áridos.
No disminuí la arura (lindes de los campos).
No hice trampas con las tierras.
No añadí (peso) al peso de la balanza.
No falseé el peso de la balanza.
No arrebaté la leche de la boca de los niños.
No privé al ganado de sus pastos.
No cacé pájaros en el coto de los dioses.
No pesqué peces en sus lagunas.
No retuve el agua en su estación.
No opuse al agua corriente ningún dique.
No apagué nunca un fuego en su quema.
No pasé por alto los días de las ofrendas de carne.
No quité ganado (destinado) a la comida del dios.
No me opuse a ningún dios en sus salidas procesionales.
¡Soy puro, soy puro, soy puro, soy puro!…"
En lo que se conoce como "Confesión Negativa" el difunto lo que hace, en suma, es enumerar todos esos pecados o faltas que expresamente indica que no ha cometido por lo que su espíritu está plenamente puro. En esa confesión subyacen las ideas fundamentales de la religión y la moralidad egipcia en relación con lo que en esa cultura se consideraban actos impuros para el hombre en su existencia terrena.
Ante los 42 dioses
Tras haber proclamado su pureza ante el Rey de los Muertos, el espíritu deberá hacer una segunda declaración de inocencia, ahora ante los 42 dioses del tribunal. Son, por tanto, otras 42 declaraciones que se dirigen, cada una de ellas, a cada una de esas divinidades:
Veamos, a modo de ejemplo, las tres primeras declaraciones:
"¡Oh (tú), El que camina a grandes zancadas (Re), que sales de Heliópolis! No cometí iniquidad.
¡Oh (tú), El que oprime la llama, que sales de Kheraha! No robé con violencia.
¡Oh Nariz divina (alusión al pico de ibis de Thot), que sales de Hermópolis! No fui codicioso…"
Una vez que el alma hacía esas 42 declaraciones negativas, se tenía que dirigir a las divinidades presentes para pedirles que actuaran de manera justa:
"¡Loor a vosotros, dioses que tenéis asiento en la Sala de las Dos Maat! Os conozco y conozco vuestros nombres. No caeré bajo vuestros cuchillos; no haced sobre mí un malévolo informe ante el dios de cuyo cortejo formáis parte. Decid las cosas justas que me corresponden (por mi actuación en la tierra) ante el Señor del Universo, porque yo practiqué la Justicia y la Verdad en Egipto. No blasfemé contra dios y mi caso no vino (a juicio) a causa del rey que gobernaba entonces… ¡No me acuséis en presencia del Gran dios!…"
Seguidamente, el alma se dirigirá al propio Osiris al que rogará igualmente, tras insistir en que es un espíritu puro, que le libre de la actuación de posibles instigadores malévolos que pudieran declarar en su contra: "líbrame de los ejecutores de calamidades, instigadores de sanciones, que actúan sin indulgencia, pues yo practiqué lo justo y lo verdadero para el Señor de la Justicia…"
Inmediatamente, el capítulo 125 reproduce el interrogatorio que los 42 jueces realizaran al difunto. Se trata de diversas preguntas cuya adecuada respuesta indica que este había sido iniciado adecuadamente en los Misterios y que por tanto es merecedor de alcanzar la vida eterna. Seguidamente, serán los propios elementos arquitectónicos de la Sala de la Doble Maat los que interrogarán al difunto, de modo que solamente si este les brinda la respuesta adecuada dejaran que pueda transitar libremente. Así, a modo de ejemplo: "No te dejaré entrar a través mío -dirá el frontón de la puerta- si no me dices mi nombre."
La idea que preside todos estos interrogatorios es que el difunto debe demostrar que tiene conocimientos iniciáticos, sobre todo en lo que hace mención a que conoce los nombres verdaderos de las distintas divinidades egipcias: "No me alcanzará -dirá el espíritu- (ningún) mal en este país, en esta Sala de las Dos Maat, porque conozco el nombre de los dioses que están allí."
El resultado del pesaje
Una vez realizado el pesaje del alma, si los dos platillos de la balanza están en equilibrio, Thot habrá de proclamar que el espíritu ha sido encontrado "Justo de Voz", para lo que utilizará las palabras que todos los egipcios esperaban poder escuchar ese día:
"Escuchad esta sentencia -dice en el papiro de Ani-. El corazón de Osiris ha sido en verdad pesado, y su alma ha actuado como testigo a su favor; ha resultado ser verídica al ser probada en la Gran Balanza. No se ha encontrado ninguna maldad en él; no estropeó las ofrendas de los templos; no hizo daño a nadie con sus actos; y no difundió rumores malvados cuando estaba en la tierra."
Dichas estas palabras, el difunto alzará sus manos en señal de alegría. Ha triunfado en sus pretensiones. Ha sido declarado "Justo de Voz". Lo que usualmente se representa ahora en los papiros es que Horus toma de la mano al difunto y lo conduce al santuario de Osiris, en el que el dios, sentado en su trono, espera. Allí, el Rey de los Muertos estará acompañado por Isis y Neftis, y por los cuatro hijos de Horus.
El difunto está a punto de culminar con éxito su travesía por el Reino de Osiris y pronto podrá acceder al Reino Celeste de Re. Una vez que ha sido proclamado "Justo de Voz" ya nadie podrá poner impedimentos al paso de su alma; nadie se podrá oponer a que descanse en el Bello Occidente; todos los cerrojos se le abrirán y tendrá asignado el lugar que se merece entre las divinidades y los seres luminosos.
En otro caso, es decir, si hubiese sido declarado injusto en su existencia terrena, el alma del difunto sería inmediatamente entregada a ese ser monstruoso, con cabeza de cocodrilo y cuerpo de león y de hipopótamo, que está siempre al acecho, esperando conocer el veredicto del tribunal para aniquilar de inmediato a los impuros.
Ideas sobre el infierno
No es seguro que los sufrimientos de algunos seres que se reflejan en los denominados libros del Inframundo sean los castigos que se aplicaban a las almas condenadas en el juicio de Maat. El "Libro de los Muertos" parece sugerir que el declarado impuro era aniquilado de inmediato por el monstruo que impaciente esperaba conocer el veredicto.
En todo caso, se han conservado representaciones, por ejemplo en el "Libro del Amduat", que nos dicen que los egipcios creían que en el Inframundo existía alguna región en la que diversos seres eran castigados durante un tiempo indefinido, ¿quizás antes del juicio como alguna modalidad de purificación? De ser así se nos estaría hablando de la existencia, entre otras purificaciones, de una específica producida a través del dolor y el sufrimiento.
W. Budge, sin embargo, pensaba que esos castigos que se reflejan en los libros del Inframundo no se aplicaban a los espíritus de los hombres impuros sino a los enemigos de Re, que cada noche se oponían al paso de la barca solar por esas regiones de las tinieblas del Inframundo. En todo caso, parece razonable pensar que esas imágenes infernales en las que los enemigos del Dios Primigenio sufren un castigo de duración indefinida habrían de ser recogidas por los posteriores cristianos coptos, tal y como se refleja, por ejemplo, en la vida de Pisentios, un obispo de Keft que vivió en el siglo VII. Este personaje, en cierta ocasión en que estaba contemplando una tumba antigua en la que se apilaban varias momias habría de decir a uno de los discípulos que le acompañaban:
"Algunos, cuyos pecados han sido muchos están ahora en Amenti (el infierno egipcio y luego copto), otros están en la oscuridad exterior, otros están en pozos y zanjas llenas de fuego (tal como se refleja en el "Libro del Amduat") y otros están en el río de fuego: a estos últimos nadie les ha concedido descanso. Y otros, asimismo, están en su lugar de reposo, a causa de sus buenas obras"
Parece que los cristianos coptos, cuando nos hablan de los tormentos que sufren los malvados en el Amenti, no estaban sino evocando las escenas del Inframundo, del río y de los pozos de fuego, los animales malignos (escorpiones, serpientes, etc.) que los modernos arqueólogos han identificado en los textos funerarios que se reproducen en las paredes de las tumbas y que nos hablan de cómo Re y su sequito de dioses, cada noche, atraviesan ese Inframundo. La duda que W. Budge planteaba es si esos seres que son castigados son los enemigos del dios (la serpiente Apofis y sus aliados) o son las almas de los hombres impuros que no han podido superar el juicio.
El santuario de Osiris
Un momento de indudable trascendencia es aquel en que el difunto, que ha superado felizmente el juicio, antes de partir hacia el Reino Celeste, habrá de ser anunciado a Osiris, al que presentará diversas ofrendas:
"¡Ven!", dice Thot, "¿por qué viniste?"
"Vine para ser anunciado."
"¿En qué condición te hallas?"
"Estoy purificado de las malas acciones. Me he apartado de las calumnias de los que vivían sus días; no estoy entre ellos."
"¿A quién, pues te anunciaré?"
"Anúnciame a Aquel cuya morada tiene un techo de fuego, unos muros de uraeus vivientes y un suelo de agua."
"¿Quién es?"
"Es Osiris."
"Avanza! Serás anunciado. Tu pan es el Ojo sagrado, tu cerveza el Ojo sagrado, tu ofrenda funeraria terrenal es el Ojo sagrado."
"Así habló el Osiris Nu, (que soy yo), proclamado justo."
Vemos en este pasaje que el difunto, antes de acceder al santuario de Osiris, está siendo sometido a un interrogatorio por parte de Thot. El alma del difunto, que habría sido iniciado en los Misterios, sabe lo que deberá responder a cada pregunta concreta que el dios le hace.
En relación con el santuario de Osiris se nos dice expresamente que es esa "morada que tiene un techo de fuego, unos muros de uraeus vivientes y un suelo de agua". En efecto, pensaban los egipcios que el santuario estaba enclavado en una isla situada en el río que atravesaba el Inframundo, por ese motivo se afirma que se alza sobre "un suelo de agua". El techo de fuego, de otro lado, nos remitiría a las llamas que desprende, en las creencias egipcias, la Luz que distingue al Reino Celeste de Re, el Gran Dios Primigenio. Finalmente, las serpientes que forman los muros del santuario son las uraeus, cobras que protegían a dioses y reyes emitiendo una Luz que aniquilaba a sus enemigos.
En el penúltimo párrafo, Thot que ha verificado que el difunto tiene los conocimientos adecuados para responder a su interrogatorio iniciático, admite que este pueda seguir avanzando en su búsqueda de Osiris. El difunto, que ha sido declarado "Justo de Voz" va a presentar a Osiris unas ofrendas (pan y cerveza) que tienen el mismo valor que el propio "Ojo de Horus", que era la ofrenda sagrada por excelencia. Tras ese momento cumbre final, de adoración de Osiris por parte del difunto glorificado, ya nada se podrá oponer a que su espíritu, al fin, alcance la inmortalidad.
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