"Tú crees que me matas.
Yo creo que te suicidas"
Antonio Porchia[2]
Introducción
El concepto de narcisismo es considerado uno de los más importantes y controvertidos en psicoanálisis dado que en él se entrecruzan situaciones que durante mucho tiempo permanecieron separadas, como es el punto de vista tópico y la teoría de las pulsiones. Su historia está signada desde su nacimiento por la insatisfacción de Freud acerca de su elaboración teórica y por las dificultades que halló luego en la clínica para precisarlo más adecuadamente[3]sobretodo los autores que luego profundizaron en el concepto, se esforzaron por relacionar el plano metapsicológico con el clínico sin caer en ambigüedades o en abstracciones que se revelaban inútiles por ser excesivamente genéricas.
Desde el punto de vista clínico, el trastorno narcisista de la personalidad, se ha impuesto en los últimos tiempos como una patología que exige un diagnóstico diferencial de los trastornos de personalidad, asociados al mismo, como ser los cuadros bordeline, histriónicos y antisociales. En épocas recientes, a partir de 1980, a través del DSM-III, la personalidad narcisista ingresó en el diagnóstico psiquiátrico.
Para tener una idea más adecuada acerca del término en un sentido descriptivo, nos remitiremos al criterio diagnóstico utilizado en el DSM-III-R de 1987 de la American Psychiatric Association. De los nueve rasgos de personalidad propuestos, cinco son los indispensables para formular el diagnóstico de personalidad narcisística:
1. Tiene tendencia a aprovecharse de los otros para sus propios intereses o metas.
2. Experimenta un grandioso sentido de autoimportancia (por ej. exagera logros, capacidades, espera ser reconocido como superior, sin logros proporcionados a sus pretensiones)
3. Se siente único o especial y que sólo puede ser comprendido por ciertas personas (o instituciones) que son de alto status.
4. Está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza y amor imaginarios.
5. Exige una atención o admiración excesiva.
6. Es pretencioso (por ej. tiene expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus deseos).
7. Carece de empatía (es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás)
8. Frecuentemente envidia a los demás y cree que los demás lo envidian a él. (Este último criterio diagnóstico no se hallaba presente en el DSM-III de 1980 y fue añadido en el DSM-III-R).
9. Presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbias. Reacciona a las críticas con rabia, vergüenza o humillación.
Riva Posse (1996) nos comenta acerca de dichos rasgos: "Los sujetos con este trastorno asumen con alegría el que los otros otorguen un valor exagerado a sus actos y se sorprenden cuando no reciben las alabanzas que esperan. Es frecuente que de forma implícita en la exageración de los logros, se dé una infravaloración o devaluación de la contribución de los demás. La vulnerabilidad de la autoestima hace al sujeto muy sensible al "ultraje" de la crítica o la frustración. Las críticas pueden obsesionar a estos sujetos y hacer que se sientan humillados, degradados, hundidos y vacíos. Estas experiencias pueden conducir al retraimiento social. Es habitual que no consigan darse cuenta de que los demás tienen sentimientos y necesidades. En todo caso, cuando los reconocen, es probable que los vean con menosprecio, como signos de debilidad. Quienes se relacionan con sujetos con trastorno narcisista es típico que lleguen a una frialdad emocional como también a una falta de interés recíproco".
Evolución histórica del concepto de narcisismo
"El término narcisismo proviene de la descripción clínica y fue escogido por Paul Näcke en 1899 para designar aquella conducta por la cual un individuo da a su cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual; vale decir, lo mira con complacencia sexual, lo acaricia, lo mima, hasta que gracias a estos manejos alcanza la satisfacción plena" [4]
En la tradición griega, se llamaba narcisismo al amor a sí mismo. La leyenda y el personaje de Narciso se hicieron célebres gracias al libro tercero de las Metamorfosis de Ovidio.[5]
Según Alice Miller (1994) la leyenda de Narciso describe la tragedia de la pérdida del Yo, del llamado trastorno narcisista. El Narciso que se refleja en el agua está enamorado de su hermoso rostro. También la ninfa Eco responde a las llamadas del joven, de cuya belleza está enamorada. Las llamadas de Eco engañan a Narciso. También le engaña su imagen especular en la medida en que sólo refleja su parte perfecta y extraordinaria, mas no las otras partes. Su parte posterior y su sombra, por ejemplo, le quedan ocultas, no pertenecen a su amada imagen especular, son excluidas de ella. Este estadio de la fascinación es comparable con la grandiosidad, así como el siguiente, el deseo destructor de sí mismo, es comparable con la depresión. Narciso no quería ser nada más que el joven hermoso, negaba su verdadero Yo, quería fusionarse con la bella imagen. Y esto lo condujo a la autoentrega, a la muerte, o bien –en la versión de Ovidio – a la metamorfosis en flor. [6]
Havelock Ellis usa el término "narcisismo" en 1892 por primera vez en un estudio psicológico sobre el autoerotismo, describiendo la raíz mitológica y literaria del mito de Narciso, y extendía el término narcisismo al comportamiento no manifiestamente sexual. Posteriormente, en 1908, Isidor Sadger (alumno de Freud que intervenía en las reuniones de los miércoles de Viena), lo hace entrar definitivamente en la terminología psicoanalítica.
En 1911, Otto Rank presenta el primer escrito dedicado específicamente al narcisismo asociándolo a fenómenos no sexuales como la vanidad y la autoadmiración: "amar el propio cuerpo es un importante factor de la vanidad femenina" (donde se puede interpretar que Rank está anticipando en muchos años, el concepto de "narcisismo sano" de Kohut) y entrevé por primera vez una posible naturaleza defensiva del narcisismo, como en el caso de aquella mujer que "se refugia en el amor de sí misma herida por un hombre malo y con incapacidad de amar" (ejemplo en el cual ya se observa el "retiro narcisístico" frente a la herida objetal, o sea el desenlace del encierro en sí mismo debido a la frustración en la relación interpersonal, temática que será retomada y teorizada por Freud). (Migone, 1995).
Dentro de este recorrido histórico del concepto de narcisismo, nos dedicaremos con un mayor detenimiento a su evolución dentro de la obra freudiana.
La tesis de Freud descansa sobre tres proposiciones básicas: El narcisismo es una catectización libidinal de uno mismo, un amor a sí mismo, pero en segundo lugar, dicha catectización pasa necesariamente en el hombre por una catectización libidinal del yo, y tercera, esta catectización es inseparable de la constitución misma del yo humano.
Comenzaremos el rastreo en la obra Tres ensayos de teoría sexual (1905) donde en el apartado III, Las metamorfosis de la pubertad, Freud define "la libido como una fuerza susceptible de variaciones cuantitativas, que podría medir procesos y trasposiciones en el ámbito de la excitación sexual…. Así llegamos a la representación de un quantum de libido a cuya subrogación psíquica llamamos libido yoica; la producción de esta, su aumento o su disminución, su distribución y su desplazamiento, están destinados a ofrecernos la posibilidad de explicar los fenómenos psicosexuales observados. Ahora bien, esta libido yoica sólo se vuelve cómodamente accesible al estudio analítico cuando ha encontrado empleo psíquico en la investidura de objetos sexuales, vale decir, cuando se ha convertido en libido de objeto…. Además podemos conocer, en cuanto a los destinos de la libido de objeto, que es quitada de los objetos, se mantiene fluctuante en particulares estados de tensión y, por último, es recogida en el interior del yo, con lo cual se convierte de nuevo en libido yoica. A esta última, por oposición a la libido de objeto, la llamamos también libido narcisista[7]La libido narcisista o libido yoica se nos aparece como el gran reservorio desde el cual son emitidas las investiduras de objeto y al cual vuelven a replegarse; y la investidura libidinal narcisista del yo, como el estado originario realizado en la primera infancia, que es sólo ocultado por los envíos posteriores de la libido, pero se conserva en el fondo tras ellos".[8]
El término narcisismo aparece por primera vez en la obra de Freud, en su trabajo de 1910, Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, a los fines de explicar la homosexualidad. Freud dice que el amor del niño por su madre, deber ser reprimido en un momento determinado del desarrollo. A partir de dicho proceso, se identifica con ella y busca como objeto erótico a un sustituto de sí mismo al cual podrá amar como su madre lo amó: "halla sus objetos de amor por la vía del narcisismo, pues la saga griega menciona a un joven Narciso a quien nada agradaba tanto como su propia imagen reflejada en el espejo y fue transformado en la bella flor de ese nombre".
En 1911, en Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente, Freud describe al narcisismo como estadio intermedio entre el autoerotismo y el amor objetal. En esta etapa las pulsiones sexuales se han sintetizado en una unidad y toman por objeto amoroso al propio cuerpo, antes de dirigirse a la elección de otra persona. Describe esta etapa como normal e indispensable y nunca totalmente superable. De este modo, la primera elección de objeto es homosexual debida a la búsqueda de lo semejante y sólo posteriormente se encaminaría hacia el objeto heterosexual.
También en 1911, en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, aparece la idea de un primer estado hipotético, en el que el organismo formaría una unidad cerrada con relación a su entorno. Tal estado no se definiría por una catectización del yo puesto que sería anterior incluso a la diferenciación de dicha estructura sino que se caracterizaría por un especial tipo de estancamiento libidinal bajo un modelo anobjetal ejemplificado con la vida intrauterina o con el estado del dormir y el sueño. En dicho estado la satisfacción primera de la necesidad estaría dada por la alucinación primitiva, de la cual se saldría por la presión de la necesidad vital.
En Tótem y tabú (1913), Freud aclara mejor el concepto de autoerotismo: "Las exteriorizaciones de las pulsiones sexuales se disciernen desde el comienzo, pero ellas no se dirigen entonces a un objeto exterior. Los diversos componentes pulsionales de la sexualidad trabajan en la ganancia de placer cada uno para sí, y hallan su satisfacción en el cuerpo propio. Ese estadio recibe el nombre de autoerotismo, y es relevado por el de la elección de objeto.
Reitera en esta obra, la presencia entre ambas fases (dejando la posibilidad de que se trate de un desdoblamiento del autoerotismo) de una fase intermedia, el narcisismo, "en la cual las pulsiones sexuales hasta ese momento disociadas, se conjugan en una unidad y el yo es investido como objeto. Esta organización narcisista nunca se resignará del todo. El ser humano permanece narcisista en cierta medida aun después que ha hallado objetos externos para su libido; las investiduras de objeto que él emprende son, por así decir, emanaciones de la libido que permanece en el yo, y pueden ser retiradas de nuevo hacia este. Los estados de enamoramiento, psicológicamente tan asombrosos y que son los arquetipos normales de las psicosis, corresponden al máximo nivel de estas emanaciones comparado con el nivel del amor al yo.
Pero fue el importante trabajo de Freud de 1914 "Introducción del narcisismo" el que dio categoría oficial al concepto del narcisismo en el psicoanálisis. Comienza este estudio refiriéndose al narcisismo como descripción clínica de los casos en que el individuo toma como objeto sexual a su propio cuerpo, considerándolo una perversión que ha acaparado toda la vida sexual del individuo. Sin embargo aclara que el psicoanálisis descubre aspectos de esta conducta narcisista en otras perturbaciones como por ejemplo, en la homosexualidad. También la dificultad del análisis de neuróticos con rasgos narcisistas lo conduce a pensar que se dan localizaciones narcisistas de la libido en toda evolución sexual normal. De este modo, el narcisismo se presenta ya no sólo como perversión, sino como complemento libidinoso de la pulsión de autoconservación.
La idea del narcisismo como fase evolutiva surge al tratar de explicar la esquizofrenia aplicando la teoría de la libido. Compara los parafrénicos a los neuróticos y observa que ambos pierden su relación con la realidad. Pero mientras en los histéricos y neuróticos obsesivos se conserva el vínculo erótico con los objetos en la fantasía (sustitución), los parafrénicos parecen haber retirado su libido del mundo exterior sin realizar sustitución alguna. El destino de esta libido sustraída lo constituye el yo, surgiendo de este modo un estado narcisista.
Freud establece aquí que la manía de grandeza es la intensificación de un estado anterior que "nos vemos llevados a concebir el narcisismo que nace por replegamiento de las investiduras de objeto como un narcisismo secundario que se edifica sobre la base de otro, primario, oscurecido por múltiples influencias…. Nos formamos la imagen de una originaria investidura libidinal del yo, cedida después a los objetos; empero, considerada en su fondo, ella persiste, y es a las investiduras de objeto como el cuerpo de una ameba a los seudópodos que emite….Vemos también a grandes rasgos una oposición entre libido yoica y la libido de objeto. Cuanto más gasta una, tanto más se empobrece la otra.[9] Desde esta perspectiva, la libido objetal en su máximo desarrollo caracteriza el estado amoroso, mientras que a la inversa, la libido del yo en su mayor expansión da fundamento al fantasma del fin del mundo en el paranoico.
Además de las parafrenias que constituyen un excelente acceso para el estudio del narcisismo, los otros caminos que propone Freud en esta obra lo constituyen el estudio de la enfermedad orgánica, de la hipocondría y de la vida erótica de los sexos. En el primer caso, el enfermo retrae a su yo sus cargas libidinales a fin de destinarlas a su curación. El hipocondríaco retrae su interés y su libido de los objetos del mundo exterior y concentra ambos sobre el órgano que lo preocupa. El niño toma sus objetos sexuales de sus experiencias de satisfacción, provenientes de los cuidados de sus primeros objetos sexuales que son aquellas personas a cuyo cuidado se halla. Esta primera fuente de elección de objeto que Freud llama de apuntalamiento (o tipo anaclítico) se diferencia de la que realizan los perversos y homosexuales, quienes eligen sobre un modelo narcisista.
Luego Freud se pregunta por el destino de la libido yoica en el adulto normal. Lo explica por la represión que parte del yo, de la propia estimación del yo. Se entiende ese destino de la libido apuntando a la construcción en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo actual. "La formación de ideal sería, de parte del yo, la condición de la represión. Y sobre este yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real". Sustituye el narcisismo por su ideal, configurándose así una ubicación tópica permanente para el narcisismo[10]
Para Hornstein (2000) "cuando se instaura el ideal del yo, la pulsión ya no persigue una descarga automática y el placer ya no resulta de una simple baja de tensión. En este estado de narcisismo secundario, la relación recíproca que una vez tuvo lugar dentro de la unidad madre – niño, se reproduce ahora intrapsíquicamente. Se hace posible la regulación interna de la autoestima[11]El ideal del yo es una "operación de rescate" del narcisismo apuntalado en su nostalgia por la época en que era para sí su propio ideal…. El anhelo del niño de llegar a "ser grande" aspira a reconquistar la perfección perdida."
El desarrollo teórico que constituye este texto de 1914, implica una primera revisión de la teoría de las pulsiones, desapareciendo la separación entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales[12]y quedando el yo como el "gran depósito de libido" bosquejando el narcisismo que posteriormente en su obra, se convertirá en el ideal del yo.
En 1916, en su 26ª Conferencia de introducción al psicoanálisis, La teoría de la libido y el narcisismo, nos aclara respecto al hecho de la fijación de la libido al propio cuerpo en vez de la fijación a un objeto, que no se trata de una situación que carezca de importancia o que sea excepcional, "más bien – nos dice Freud – es probable que este narcisismo sea el estado universal y originario a partir del cual sólo más tarde se formó el amor de objeto"[13].
Es en esta conferencia también donde hace un aporte en términos del narcisismo, al fenómeno del dormir: "…el dormir es un estado en el cual todas las investiduras de objeto, las libidinosas así como las egoístas, son resignadas y retiradas al interior del yo…. En el durmiente se ha restablecido el estado originario de la distribución libidinal, el narcisismo pleno, en el cual libido e interés yoico moran todavía unidos e inseparables en el interior del yo que se contenta a sí mismo.[14]
Luego distingue narcisismo de egoísmo, expresando que el narcisismo es el complemento libidinoso del egoísmo: "Cuando se habla de egoísmo se tiene en vista la utilidad para el individuo; cuando se mienta el narcisismo, se toma en cuenta también su satisfacción libidinal…. Se puede ser absolutamente egoísta y, no obstante, mantener fuertes investiduras libidinosas de objeto, en la medida en que la satisfacción libidinosa en el objeto se cuente entre las necesidades del yo; el egoísmo cuidará después que la aspiración al objeto no traiga perjuicios al yo. Se puede ser egoísta y al mismo tiempo extremadamente narcisista, es decir, tener una muy escasa necesidad de objeto, y ello en la satisfacción sexual directa o bien en aquella otra aspiración más alta, derivada de la necesidad sexual, que solemos llamar "amor" por oposición a la "sensualidad". En todas estas relaciones, el egoísmo es lo obvio, lo constante, y el narcisismo es el elemento variable.[15] (Freud, 1916).
En Duelo y melancolía (1917), Freud da como condiciones para el proceso melancólico, una enérgica fijación en el objeto de amor, junto a una escasa resistencia de la investidura de objeto. Esta contradicción la explica basándose en el hecho de que la elección de objeto se haya cumplido sobre una base narcisista, de tal modo que la investidura de objeto pueda regresar al narcisismo si tropieza con dificultades. La identificación narcisista con el objeto se convierte en el sustituto de la investidura de amor. La identificación es la etapa previa de la elección de objeto y es el primer modo, ambivalente, como el yo distingue a un objeto. Freud aclara que esta identificación narcisista es la más primitiva y la adscribe a la etapa oral. (Freud, 1917). Lo que interesa destacar en la melancolía es la caída de la hiperestimación narcisista que sufre el sujeto, hiperestimación que provenía de la propia elección de características narcisistas.
En Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Freud reitera el concepto de un narcisismo anterior al nacimiento cuya representación concreta podría concebirse con la forma de vida intrauterina, que se basta a sí mismo por completo, anterior a la constitución del yo, y al que se regresaría en el sueño.
En El yo y el ello (1923), en el apartado III, El yo y el superyó (ideal del yo), Freud plantea tomando la melancolía como modelo, una reconstrucción en el yo del objeto perdido. O sea la sustitución de una investidura de objeto (erótica), por una identificación (erección del objeto en el yo) que modifica al yo y contribuye esencialmente a producir lo que se denomina su carácter. "Quizás el yo, mediante esta introyección que es una suerte de regresión al mecanismo de la fase oral, facilite o posibilite la resignación del objeto. Quizás esta identificación sea en general la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos". Dado que este proceso para Freud se produce desde etapas muy tempranas del desarrollo, lo lleva a enunciar su concepción de que el carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, conteniendo a su vez, la historia de tales elecciones objetales. "Esta trasposición de una elección erótica de objeto en una alteración del yo es, además, un camino que permite al yo dominar al ello, aunque, por cierto, a costa de una gran docilidad hacia sus vivencias[16]La trasposición así cumplida de libido de objeto en libido narcisista conlleva, manifiestamente, una resignación de las metas sexuales, una desexualización y, por tanto, una suerte de sublimación…. El narcisismo del yo es un narcisismo secundario, sustraído de los objetos".
Por lo tanto, recapitulando habría 4 fases libidinales: 1) la del autoerotismo[17]2) la del narcisismo primario[18]3) la del amor objetal (primero homosexual y luego heterosexual) y por último, la del narcisismo secundario, que se manifestaría bajo el fenómeno de los vasos comunicantes: cuanto más disminuye el revestimiento libidinal de los objetos, más tendrían lugar los fenómenos narcisistas.[19]
Sintetizaremos el tema, siguiendo la visión de Bleichmar (1976) "Freud nos ofrece dos concepciones del narcisismo; en una de ellas el enfoque económico se une a la teoría de la libido. Desde esta perspectiva el narcisismo primario es la condición en que toda la libido está en el yo, o la situación prenatal en que por una armonía de orden biológico no existe tensión en el organismo…. En la otra concepción del narcisismo se lo entiende como la valoración que el sujeto hace de sí mismo, como la significación que el Yo en tanto representación de sí toma para el sujeto, es decir como éste se ubica en una escala de valores…..a partir de cada una de estas concepciones, surgirá una teoría diferente sobre la génesis del mismo. Si se acepta el narcisismo como condición económica, habrá un narcisismo primario, anobjetal, biológico. El narcisismo se originará dentro del individuo y de ahí partirá hacia los objetos. El narcisismo caracterizado por el amor del sujeto a la representación de sí mismo será siempre secundario.
El problema a explicar será cómo se pasa del nivel de las cargas, de las cantidades de excitación al de las representaciones valorativas. En cambio, si el concepto del narcisismo está desde su origen en el campo mismo de la significación, de las valoraciones, resulta evidente que éstas implican un orden simbólico que es exterior al individuo, el de la cultura, en la cual aquél se inscribe…. El propio Freud reconoció que la representación de sí mismo viene de otro cuando, en "Un recuerdo de infancia en Poesía y verdad (1917b), escribió "Cuando uno ha sido el predilecto indiscutido de la madre, conservará toda la vida ese sentimiento de conquistador, esa confianza en el éxito que no pocas veces lo atraen de verdad."
Siguiendo la historia del concepto que nos ocupa, Karl Abraham (1919) en "Una forma particular de resistencia neurótica contra el método psicoanalítico" describe la resistencia transferencial en el tratamiento de determinados pacientes como proveniente de su narcisismo, resistencia que incluso conduce al fracaso terapéutico. Posteriormente en 1921, lo relaciona con el posible origen de las dificultades en el establecimiento de la capacidad de amar.[20]
Recordamos en este recorrido histórico, trabajos de Ernest Jones, Annie Reich, Edith Jacobson, hasta llegar a los más recientes como Herbert Rosenfeld, Béla Grunberger[21]Otto Kernberg y sobre todo Heinz Kohut, como los que más han contribuido al estudio de dicho aspecto de la personalidad.
Kohut ha inspirado un importante movimiento dentro del psicoanálisis definido como la psicología del Self, caracterizado por algunos críticos como la corriente disidente más importante dentro del psicoanálisis contemporáneo.
La radical diferencia de la teoría de Kohut con la freudiana clásica consiste en: su concepción del Self como dependiente del ambiente, que puede hacerlo crecer o no, según determinados sucesos como la empatía de los padres y en que el conflicto se da entre el Self y los objetos y no siendo intrapsíquico (como clásicamente se plantea entre el yo, el ello y el superyó), atribuyéndole así una gran importancia al ambiente como determinante en la constitución del sujeto. El Self de Kohut, por lo tanto, es una entidad que carece de conflicto en sí mismo, perteneciente a un nivel de abstracción distinto a la estructura tripartita (yo-ello-superyó) porque no ha sido concebido como una función del yo, según la definición de Hartmann que había establecido el Self como una representación de la persona, de parte del Yo.
En el inicio de sus desarrollos, Kohut rescata lo que considera los instrumentos fundamentales en la práctica del psicoanálisis: la empatía y la introspección como los caminos principales a través de los cuales se puede acceder al mundo de los fenómenos psíquicos. A partir de la observación empática de sus pacientes, él intuyó la existencia de una perturbación caracterológica no descripta hasta entonces, a la que llamó trastorno narcisista de la personalidad, que era distinguible clínicamente de las neurosis clásicas y en la cual los pacientes tendían a percibir al analista como una parte de su propio cuerpo o como una imagen especular de sí mismos a la cual denominó transferencia narcisista.
Según lo desarrollan Bleichmar y Bleichmar (1999),[22] dicha transferencia narcisista planteaba un problema teórico (dado que el narcisismo era considerado básicamente anobjetal), que fue resuelto por Kohut con su planteo de que el narcisismo, lejos de ser superado en el curso del desarrollo, sufría una evolución paralela e independiente de la libido objetal, coexistiendo con éste a lo largo de toda la vida. El resultado del desarrollo pulsional es la estructura tripartita de la mente y el del desarrollo del narcisismo, es el self. Para su maduración, el narcisismo utiliza ciertos objetos del medio ambiente con los que establece relaciones peculiares; objetos a los que Kohut llamó objetos del self. En el tratamiento de los pacientes con dicho trastorno narcisista, Kohut propone fortalecer el self, a través de la interpretación y elaboración de las transferencias narcisistas y dar curso a un desarrollo normal de la libido narcisista. En síntesis, hacia el final de su obra, Kohut propone que los conflictos pulsionales considerados por el psicoanálisis clásico surgen sólo cuando el desarrollo de la libido narcisista no ha resultado suficientemente exitoso.[23]
Otro de los autores que profundizaron el tema del narcisismo, fue Otto Kernberg. A pesar de coincidir en muchos planteos con Kohut, Kernberg difiere en las explicaciones etiopatogénicas y estructurales que aporta Kohut y por lo tanto, a partir de esas diferencias, discrepa con ciertas indicaciones técnicas.
"El sí-mismo grandioso descripto por Kohut constituye para Kernberg el resultado de la fusión de imágenes del sí-mismo ideal con el sí-mismo real y con el objeto, aunque difieren respecto a su origen: para Kohut, el sí-mismo grandioso refleja la fijación en un sí-mismo primitivo y arcaico pero normal, mientras que para Kernberg constituye una estructura patológica netamente diferente del narcisismo infantil normal.
Otro punto de divergencia es el relacionado con la naturaleza de la libido objetal y narcisista. Recordemos que para Kohut la libido narcisista tiene una línea de evolución paralela e independiente de la libido objetal. En cambio para Kernberg no es posible divorciar el estudio del narcisismo normal y patológico[24]de las vicisitudes de los derivados de instintos tanto libidinales como agresivos, y del desarrollo de los derivados estructurales de las relaciones objetales internalizadas.
La importancia que Kernberg da a los impulsos agresivos se pone de relieve al ahondar en las explicaciones que uno y otro autor ofrecen ante ciertos fenómenos transferenciales. Para Kohut la transferencia idealizadora es la expresión de una falla primitiva de los objetos del self idealizados, quienes no permitieron al niño vivir la experiencia de idealización y fusión con un objeto externo. Kernberg, por su parte, distingue en la transferencia idealizadora una formación patológica resultante de la condensación del sí-mismo con las imágenes del objeto real y del sí-mismo ideal. En dicho vínculo se puede observar una intención defensiva contra la expresión de la rabia y la envidia. El desarrollo narcisista no manifiesta fallas estructurales que la terapia podrá reparar sino una distorsión y desvalorización activa de los objetos externos. En síntesis, el problema que se expresa a través de la transferencia idealizadora no es un defecto de los objetos externos sino una incapacidad del sujeto de idealizar a sus progenitores a consecuencia de tener grandes montos de rabia y envidia en su relación con ellos.
Por lo tanto, surgen importantes discrepancias técnicas, Kernberg critica a Kohut que no interpreta las pulsiones agresivas y además, su propuesta de permitir la idealización del analista por parte del paciente. Opina que esto hace degenerar la técnica en una psicoterapia de apoyo, dado que aceptar la admiración implica un abandono de la posición neutral, en la misma medida en que lo hace la hiper-objetividad crítica". (Bleichmar y Bleichmar, 1999).
Según Elisabeth Roudinesco (1998) la concepción lacaniana del estadio del espejo, desarrollada en 1949, se basó en el punto confuso de la ubicación del narcisismo primario y su relación con la constitución del yo. Para Jacques Lacan, el narcisismo originario se constituye en el momento de la captación por el niño de su imagen en el espejo[25]imagen a su vez basada en la del otro (en particular la madre), constitutiva del yo. Con la experiencia de esta fase, que se extiende desde los 6 hasta los 18 meses, el niño va configurando la imagen de su cuerpo, la que estructura al yo antes de que el sujeto se comprometa en la dialéctica de la identificación con el otro y con el lenguaje. La unidad del cuerpo es un resultado de este proceso, mientras que en la etapa previa el niño tiene la angustiante fantasía de su cuerpo fragmentado.[26]
El período del autoerotismo corresponde entonces a la primerísima infancia, al período de las pulsiones parciales y del "cuerpo fragmentado", signado por ese "desamparo original" cuyo posible retorno constituye una amenaza, en el fundamento de la agresividad.[27]
"Si pensamos que la imagen en el espejo no alude sólo a la relación física madre – hijo, sino que también constituye una metáfora del vínculo entre ellos, se nos ampliará de manera notable la comprensión de cómo el deseo materno contribuye a formar la imagen corporal de cada sujeto… Si la madre reconoce en el hijo la materialización de su ideal, o si percibe en él a alguien monstruoso, defectuoso o peligroso, todo ello será registrado por el niño, que verá – en los ojos y en la actitud afectiva de la madre – reflejada una imagen que no tardará en aceptar como propia". (Mayer, 1989)
Según Laplanche (1970) la de Lacan constituye la tentativa más elaborada para tratar de llenar el vacío que deja la noción freudiana del yo en la descripción del "nuevo acto psíquico" susceptible de provocar el pasaje del autoerotismo al narcisismo. La intención de Lacan, interpreta Laplanche, no es por cierto el vincular de manera necesaria la aparición del yo humano con la creación del instrumento del espejo, ni con el hecho de que Narciso pueda contemplar su imagen en el agua sino con el reconocimiento de la forma del otro humano y la precipitación correlativa en el individuo de un primer esbozo de dicha forma. Según Laplanche, sin embargo, sería inexacto decir que Freud no delimitó el lugar de la identificación especular, que ya se halla presente en Duelo y melancolía (1917) y sobre todo en un pasaje de El yo y el ello (1923), donde especifica que "el yo es ante todo un yo corporal, no es tan solo un ser de superficie, sino que es en sí mismo la proyección de una superficie".
La contribución de Green al tema del narcisismo es el resultado de largos años de tarea. En su obra Narcisismo de vida y de muerte, publicado en 1983, reúne escritos que van de 1966 hasta dicha fecha, y que trasuntan un esfuerzo por integrar los postulados freudianos con la concepción estructuralista. Green considera la estructura narcisista como un componente fundamental e insustituible de la esencia humana, componente además pesquisable en la clínica como estructura de fondo que en ocasiones constituye el aspecto conflictivo central.
Green subraya que en el tema del narcisismo, dado que Freud ha permanecido excesivamente atado al tema de las neurosis, y en particular a las de transferencia, se hace indispensable lograr una continuidad conceptual sin introducir una contraposición neta entre la vieja y la nueva conceptualización metapsicológica.
El deseo, entendido como el movimiento a través del cual el sujeto busca el objeto, constituye por consiguiente la unión entre la vieja conceptualización, fundada sobre el análisis de la neurosis y la nueva apoyada sobre la clínica de los casos límite. Según nos puntualiza Hornstein (2000), la insatisfacción del deseo señala la dependencia del sujeto respecto del objeto y acrecienta los sufrimientos narcisistas. Se aspira a una satisfacción no sometida a la dependencia del objeto, logrando un silencio del deseo; cuando el otro impone una desmentida a la omnipotencia se genera la rabia narcisista. Esa insatisfacción lo priva al narcisista de ser liberado, por la satisfacción, del deseo. Busca más un deseo de satisfacción que una satisfacción de deseo (Green, 1983).
Según Green (1995), "lo que hace del narcisismo un estado mortífero es sin duda la autosuficiencia que veda todo intercambio verdadero, o limita los intercambios a relaciones especulares, condenando a la esclerosis al sistema cerrado que él constituye, como esas células que mueren por sobrecarga de grasa". También nos parece importante destacar la idea de Green acerca del dormir como manifestación narcisista tanática y el soñar como expresión del narcisismo libidinal.
Nuestro interés en el tema
El propósito que nos guió para la profundización del tema del narcisismo, se basa en la hipótesis, compartida por otros autores[28]de que la última década de este siglo se la podría describir como "la era del narcisismo".
Recordamos a Luis Chiozza (1982) cuando dice "El auge del individualismo, que otrora condujo al hombre hacia el florecimiento pleno de sus disposiciones latentes nos muestra hoy sus formas caducas. Por ejemplo: el orgullo, que implica responsabilidad y esfuerzos, cede su puesto a menudo a la vanidad, que es irresponsable y más fácil. Un narcisismo excedido se oculta frecuentemente bajo el disfraz del amor a los hijos. El egoísmo se viste con el ropaje más digno del amor familiar. La amistad, sazonada con el cálculo, queda sometida a las leyes de la relación concretamente útil. El cariño, que enriquece el vínculo amoroso a través de la generosidad y la capacidad de cuidar, se convierte en una debilidad peligrosa, que debe ser sustituida por la pasión y el enamoramiento, que procuran la posesión del objeto. Todo esto en nombre de una necesidad de progreso individual, que se hace imperativo bajo las formas, paupérrimas en su absurda simplicidad, de mayor poder, o prestigio, y mayor riqueza".
Describe este autor la conflictiva del narcisismo vs. la relación objetal en términos que nos resulta fructífero compartir: "El hombre no ha nacido, sin embargo, para vivir aislado. Para realizarse plenamente necesita, como la neurona, vivir inmerso en un mundo de interlocución. Ninguna de sus posesiones, como le ocurre a un niño con una pelota, puede ser gozada en ausencia de otro con quien compartirla. El goce solitario se realiza mediante el artificio efímero de una presencia imaginaria. Las formas de un individualismo degradado, que hemos llamado caducas, desoyendo esta perentoria necesidad de convivir, crean en el hombre medio de nuestros días un vacío existencial de fondo. Entonces, como le ocurre a un solterón en el día de Navidad, no existe quien pueda llenar ese vacío. Sus hijos sólo funcionan como prolongaciones narcisistas de su propio ego; su cónyuge, frecuentemente devorado en un vínculo simbiótico, es sólo un pretexto para su crecimiento egoísta; sus amigos fueron elegidos para otros fines, acordes con la conveniencia de otro momento. Así, aterrorizado por un silencio enfermo, intentará hablar del tiempo, de lo que pasará con el dólar, o, irresponsablemente, de lo que ocurre en la política nacional o internacional. O intentará hacer algo, arriesgando su dinero, su vida o su honra, en el deporte o el juego; o soñará con vacaciones imposibles; o con adquisiciones nuevas, incluyendo en estas últimas las aventuras sexuales. Cuando, como a menudo sucede en la edad media de la vida, sus formaciones defensivas se agotan, aparece un cuadro que nuestra complicidad culpable prefiere encerrar, todo entero, en el diagnóstico de la melancolía. Sienten que sus vidas, o la vida en su conjunto, carece de sentido. En nuestra interpretación diagnóstica habitual, las vicisitudes de las relaciones del yo con el superyó, que fundamentan la psicodinamia de la melancolía, invaden abusivamente el campo nuevo, constituido por las relaciones del superyó "individual" con las formas ideales caóticas del consenso social". (Chiozza, 1982).
Como patología emanada del trastorno narcisista manifestado en el individualismo acendrado que predomina en nuestra era, podemos describir, dentro del vacío de sentido que reina, a la depresión como una de las enfermedades más frecuente, resultante de vivencias como la ausencia de un futuro promisorio, la falta de trabajo creador, el nihilismo, el hundimiento de los ideales, el pesimismo abrumador del cual se intenta salir con drogas, en resumen, el profundo desánimo moral que embarga al individuo en la actualidad. Esta cultura que impregna las llamadas sociedades de avanzada, donde la crisis de los valores ha transformado completamente la existencia del individuo, provocándole replegamientos cada vez más frecuentes sobre su propio yo, es una cultura que desdeña la entrega afectiva al otro, entrega que es interpretada como un acto de debilidad, de sometimiento y de pérdida de autonomía. Es en este tipo de cultura, donde los actos de camaradería han sido sustituidos por la rivalidad, la magnanimidad por la voracidad, la búsqueda de lo esencialmente bueno, por el acaparamiento indiscriminado de bienes y relaciones.
Entendemos que desde el individuo se halla enfermo el afecto descripto como la magnanimidad[29]desde la sociedad, lo que describiríamos como el altruismo metapsicológicamente hablando, constituiría una falla en la adquisición del narcisismo sano, libidinal o maduro, según la terminología de los distintos autores.
Sería deseable que el hombre frente a la soledad en que lo sume el narcisismo patológico, adquiriera conciencia de que necesita ineludiblemente al otro para ser plenamente feliz, para realizarse auténticamente. Para alcanzar este nivel, debería poder tolerar la "injuria narcisista" que implica la aceptación de que sólo hay un Yo si hay un Tú, y que este Yo halla su verdadera trascendencia en la construcción del Nosotros. Nosotros enriquecedor, que basado en el compartir y en el re-descubrimiento del amor verdadero que tolera las diferencias, es el que trasciende las tendencias individualistas y ayuda en el verdadero crecimiento yoico.
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