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Edad versus desarrollo: un análisis a la luz de la situación social del desarrollo en la adultez mayor (página 2)


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Otra categoría importante para analizar el desarrollo en las diferentes etapas es la Situación social del desarrollo dada la combinación de factores que se integran para explicar las particularidades del estadio del desarrollo. L.S. Vygotski designa situación social del desarrollo a la "(…) combinación especial de los procesos internos del desarrollo y de las condiciones externas, que es típica en cada etapa y que condiciona también la dinámica del desarrollo psíquico durante el correspondiente período evolutivo y las nuevas formaciones psicológicas, cualitativamente peculiares que surgen hacia el final de dicho período[2]

Esta definición expresa una relación dialéctica entre aspectos externos, referidos a las condiciones y características del medio, así como a las relaciones y particularidades de la relación del individuo, expresado en vivencias. El aspecto interno, da cuenta de los cambios naturales, la percepción de estos y de la relación con el entorno, así como los procesos del desarrollo humano en cada etapa de la vida. Cada nueva etapa implica una nueva situación social del desarrollo, provocando que el individuo desempeñe un rol determinado en la sociedad. Definiendo además, el conjunto de actividades que más realiza y el sistema de comunicación que desarrolla. En el caso particular del adulto mayor, este desempeña generalmente los roles de padre-madre, esposo-esposa, abuelo-abuela.

Todo esto se expresa en vivencias, categoría que contribuye a comprender cómo se expresa y tiene lugar esta compleja combinación de factores biológicos, socioculturales y psicológicos. L.S. Vygotski define la vivencia como una compleja relación afectiva del individuo con el medio, en la que se integra lo adquirido en etapas precedentes y se expresan elementos cognoscitivos de la relación. La vivencia es una "(…) unidad en la que están representados, en un todo indivisible, por un lado el medio, es decir lo experimentado (…) por otro lo que se aporta a esta vivencias y que a su vez se determina por el nivel alcanzado anteriormente[3]

Vygotski considera que los fenómenos psíquicos deben estudiarse como fenómenos vivenciales, teniendo en cuenta los factores cognoscitivos y afectivos. Estos factores en su conjunto son los que mediatizan y guían la relación con el medio según la situación social del desarrollo del sujeto. Los procesos afectivos influyen en los cognoscitivos, complementando y dirigiendo los mismos; pero a su vez estos dirigen y provocan la reacción afectiva que se refleja en el comportamiento.

Una visión histórico-cultural del desarrollo en la adultez mayor

La nueva posición social que asume el anciano está matizada por la especial relación que establece con su familia y con sus coetáneos. El senescente debe reorganizar su tiempo, así como sus actividades. Las tareas que realiza el adulto mayor están determinadas por las exigencias sociales, por sus intereses y las condiciones físicas que presenta.

La llegada a la adultez mayor implica afrontar cambios físicos y sociales de gran repercusión psicológica. La actitud del anciano ante estos cambios depende de la relación que posee con la familia. La literatura especializada subraya en el ámbito interactivo del adulto mayor la importancia de la familia como principal red de apoyo social, a punto de partida de su función como "cuidadora de las generaciones más envejecidas"; esto es de particular vigencia en el ámbito nacional dadas las características que signan las interacciones al interno del tejido familiar desde las atribuciones sociales. Muchos estudiosos de esta etapa de la vida consideran que la familia constituye la mejor garantía para el bienestar del anciano. La familia se considera el sistema natural de apoyo[4]Existen registros mundiales que demuestran la preferencia de los adultos mayores de permanecer junto a su familia y no institucionalizados. Esto demuestra que cuando la familia cumple sus funciones como principal red de apoyo de cada individuo, proporciona al anciano la seguridad y la atención que necesitan. Las relaciones que se establecen entre el anciano y su familia desde sus roles de padre – madre, suegro – suegra; contribuyen a la satisfacción de necesidades de afecto, afiliación y comunicación, frecuentes en esta etapa. Estas relaciones constituyen el espacio psicológico que posibilita al senescente sentirse útil para su familia y la sociedad.

Cuando el anciano no está preparado para la vejez o no acepta los cambios producto del envejecimiento lo refleja en la relación con los demás y en la relación consigo mismo, resultando la relación con el anciano un poco difícil. Esto se manifiesta en la aparición de comportamientos negativos, agresivos. Se muestran ansiosos, presentan incontinencias, alteraciones del sueño, olvidos, incongruencias, frecuentemente reiteran historias pasadas[5]Siendo así se corrobora la importancia que adquiere en esta edad el apoyo que se recibe de las personas más significativas para el sujeto, en tanto sostén afectivo de los senescentes.

La neoformación caracterizadora de este estadio evolutivo lo constituye la necesidad de autotrascendencia. Esta adquisición ocupa un lugar importante en la jerarquía motivacional del anciano. La trascendencia como calidad de todo lo que quedará una vez desaparecido físicamente el anciano actúa como reguladora del comportamiento en la senectud; define todas las relaciones sociales que el anciano establece y genera sentimientos de utilidad en el senescente.

Aunque el sistema de actividades que realiza el adulto mayor no está formalizado rígidamente, se considera que predominan las actividades de recreación y planificación del tiempo libre en combinación con las de carácter doméstico. El sistema de actividades de este individuo depende del medio sociocultural donde desarrolle su ancianidad y de las posibilidades de desarrollo que este ofrezca. Las actividades del senescente definen y se expresan en el sistema de comunicación que mantenga. De igual manera, las competencias psicofísicas de este sujeto condicionan sus actividades. A través de la comunicación el anciano expresa sus necesidades y motivaciones y desarrolla sus recursos personológicos.

Durante la vejez se asiste a eventos vitales asociados con pérdidas de corte afectivo tales como la jubilación, el casamiento de los hijos; la muerte del cónyuge, familiares, vecinos y coetáneos. La elaboración a nivel vivencial de dichos eventos tiene determinado costo emocional para el individuo, lo que depende de la actitud que el anciano asuma ante estos hechos inevitables.

Muchas veces aparece la depresión, el aislamiento, sentimientos de soledad y temor a la muerte o al abandono como reacciones ante estos eventos. Sin embargo, en otros casos se evidencia la elaboración de un nuevo proyecto de vida, de nuevos planes para emplear el tiempo libre, manifestando el senescente deseos de mantenerse activo. Esta última actitud reafirma que la vejez no debe percibirse solo como un momento de pérdidas y sí como etapa de adquisiciones y desprendimientos que vehiculizan el desarrollo a lo largo de la etapa evolutiva.

La jubilación constituye el evento con el que se asocia el comienzo de la adultez mayor. Aunque para algunos ancianos se refleja a nivel psicológico de manera constructiva, otros lo subjetivan negativamente cual ofensa a sus capacidades y habilidades profesionales conservadas a pesar del envejecimiento orgánico. La reacción emocional por el cambio del rol social depende de la salud física del sujeto, así como de su cultura de jubilación. El anciano pierde además su rol de principal proveedor de la familia, varía su posición económica en la sociedad y pierde las relaciones diarias con el grupo laboral. Independientemente de estos rasgos generales, la repercusión de la jubilación depende de los ingresos económicos del sujeto y de su estado de salud.

El casamiento de los hijos a pesar de provocar una inevitable alegría por significar para estos un momento de realización personal y de satisfacción de necesidades, constituye un evento que promueve la toma de conciencia por parte del senescente del paso de los años y del nuevo estatus social que se ocupa. Esto trae consigo un análisis de la vida pasada para el anciano y sobre todo de las satisfacciones y frustraciones en las relaciones conyugales. Se evocan recuerdos positivos y negativos que pueden llegar a atentar contra el bienestar emocional del senescente. Si unido a esto el matrimonio de los hijos implica la convivencia con una nueva persona, entonces se amplifica la necesidad de adaptación a la nueva situación de convivencia.

La llegada de los nietos provoca generalmente una reacción de aceptación, pues además de generar este hecho sentimientos de continuidad, el anciano asume un nuevo rol social: la abuelitud. Es significativa para el desarrollo personológico del senescente la relación que establece con sus nietos. Este nuevo rol que desempeña, además de contribuir a la satisfacción de necesidades del adulto mayor igual que las otras relaciones que establece, le da la posibilidad de desempeñar la función de educadores. En la cultura cubana, la figura del abuelo(a), es muy importante para el desarrollo de las nuevas generaciones.

Las relaciones de amistad en edades avanzadas adquieren mayor selectividad. El anciano prefiere relacionarse con otros adultos mayores, ya que los intereses y necesidades entre ellos son similares. Este vínculo entre coetáneos posibilita el intercambio de experiencias pasadas, constituyendo este recuerdo del pasado un hecho importante para el senescente. Esta relación constituye además un espacio para canalizar necesidades y compensar la pérdida de seres queridos que puede haberse producido a lo largo de la vida del anciano.

La muerte de alguna persona con la que se mantiene determinado vínculo afectivo constituye un evento vital que exige un proceso de duelo en el individuo. Cuando quien muere es el cónyuge o un coetáneo del anciano, este incrementa su percepción sobre la cercanía de la muerte. Estadísticamente es más frecuente la viudez en las mujeres, pero este evento deja huellas más devastadoras en los hombres. Estos afrontan más dificultades para sobreponerse a esta pérdida, ya que dependen más de sus esposas con respecto a la atención y los cuidados[6]

La nueva posición social del anciano está fuertemente marcada por los cambios que definen su nueva posición interna, la que evidencia cambios en los procesos cognoscitivos y afectivos. Estos se expresan fundamentalmente en el deterioro de algunos órganos de los sentidos, la audición y la visión. Los procesos de la memoria, el pensamiento y el lenguaje también reflejan ciertas limitaciones.

Los cambios físicos se evidencian desde la configuración general del esquema corporal. Existen registros que afirman la pérdida de estatura que se produce entre los 40 y 50 años aproximadamente. Se evidencia además la pérdida de pigmentación de la piel y el cabello. La piel pierde además elasticidad, hidratación y coloración. Los movimientos corporales son más lentos, así como las reacciones a estímulos del medio. El peso corporal tiende a disminuir.

Los órganos de los sentidos que más se afectan son la visión y la audición. La presbiopía es muy común entre los ancianos y está dada por el desgaste de la corteza visual. Se perciben con menos facilidad que en etapas precedentes los sonidos de alta frecuencia. Los ancianos exhiben además un deterioro del gusto y aunque no es muy común su alteración, el olfato también suele presentar algunas variaciones al igual que la percepción de las sensaciones a través de la piel (tacto). Estos deterioros a nivel sensoperceptual por el desgaste de los órganos de los sentidos se refleja en otros procesos cognoscitivos como son: la memoria, el pensamiento, la atención y el lenguaje.

La mayoría de las personas con el paso del tiempo experimentan frecuentes pérdidas de memoria, no sólo al querer recordar nombres, fechas o rostros; sino porque resulta más difícil acceder a informaciones almacenadas recientemente. En la capacidad de memoria primaria a corto y largo plazo no se observan cambios frecuentes en comparación con otras etapas. Sin embargo, la memoria a largo plazo o secundaria, encargada de la información reciente, sí exhibe afectaciones. La memoria terciaria, que recoge los recuerdos del pasado aunque no ofrece intacto el recuerdo, refleja la trama del contenido almacenado.

En la medida que el individuo envejece se observa la declinación de la rapidez, concentración y razonamiento inductivo. Esto, unido a la afección de la memoria y a la disminución de la velocidad de reacción, provoca muchas veces una disminución del desarrollo intelectual. La inteligencia reflejada por el anciano está condicionada por el nivel cultural que exhiba el individuo. Con independencia de la rapidez con la que el senescente pueda aprender y resolver problemas prácticos, la calidad con la que realiza determinadas tareas intelectuales es comparable con el rendimiento intelectual de cualquier joven o adulto.

El estado del pensamiento, se refleja en la capacidad conservada por el anciano para elaborar conceptos muy bien fundamentados. La experiencia que posee el adulto mayor le permite una visión más amplia y completa del medio y de sí mismo. El pensamiento en la senectud es reflexivo y práctico. Aunque se mantiene la capacidad de juicio, disminuye la capacidad de análisis, razonamiento aritmético y la síntesis. J. Palacios (2001) plantea la aparición del pensamiento postformal como una de las principales adquisiciones de la etapa. Esto permite al individuo aceptar de una mejor forma todas las situaciones de cambio que implica la adultez mayor. El senescente utiliza la intuición desarrollada por él con el paso de los años. La experiencia que posee el anciano se expresa en una gran sabiduría, utilizada por la familia muchas veces como referente para la toma de decisiones.

El lenguaje es un proceso que hay que analizar vinculado al pensamiento, ambos procesos se complementan y condicionan. En la senectud, frecuentemente aparecen dificultades para nombrar correcta y rápidamente objetos y fenómenos del medio. También tiende a disminuir la capacidad de comprender el lenguaje verbal. En varias ocasiones, el anciano cambia de tema durante las conversaciones que establece, esto también podría ser resultado del deterioro de la capacidad de concentración de la atención y de las afecciones en la memoria. Existen dos tipos de afasias que podrían evidenciarse como trastornos en el lenguaje: las que tienen que ver con la comprensión del lenguaje oral (afasia de Wernicke) y las que dificultan la expresión de este (afasia de Broca). El senescente no pierde ninguna de las formas de expresión del lenguaje y manifiestan coherencia en cuanto a la relación entre el lenguaje verbal y extraverbal. También reflejan según el nivel cultural el uso de palabras y frases complejas.

La atención no es un proceso afectado directamente por el proceso de envejecimiento. Esta depende más bien de los intereses y motivaciones del sujeto de edad avanzada. La falta de concentración de la atención puede llegar a influir en el rendimiento de los demás procesos, así como en el conocimiento del medio que rodea al anciano. En esta etapa aumenta el carácter selectivo de la atención.

La creatividad está muy marcada por la experiencia acumulada. Esta en muchas ocasiones compensa la lentificación y daños en los procesos cognoscitivos. El senescente no solo conserva su capacidad creadora, sino que esta aumenta con el paso de los años.

Aunque la llegada a la senectud no debe considerarse a la par del padecimiento de enfermedades, sí podrían evidenciarse factores predisponentes de determinadas dolencias. El deterioro de los sistemas del organismo y determinados órganos aumentan la probabilidad de enfermar. Aunque claro está, actúan otros factores predisponentes. El estilo de vida del sujeto tanto en el pasado como en el presente, la cultura alimenticia, los hábitos higiénicos, el tiempo de descanso, las actividades del tiempo libre, así como el sistema inmunológico y los mecanismos de defensa tanto fisiológicos como psicológicos, influyen en la aparición y desarrollo de enfermedades en el adulto mayor.

En la ancianidad predominan las enfermedades crónicas no trasmisibles como la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, la enfermedad pulmonar obstructiva y el asma bronquial. Además de estas podemos citar la osteoporosis y las infecciones urinarias[7]Es muy frecuente observar trastornos de memoria y alcoholismo, este último con mayor prevalencia en los hombres. También se observan trastornos mentales y discapacidades físicas, más frecuentes en las ancianas[8]

Los cambios que se observan con la llegada de la senectud, dependen tanto del proceso de envejecimiento del organismo como del estilo de vida asumido por el sujeto. Las condiciones físicas del anciano exigen un complejo proceso adaptativo en el que la esfera afectiva juega un importante papel. El desarrollo afectivo viene a disminuir o acentuar la repercusión de las limitaciones en los procesos descritos.

La esfera afectiva también refleja modificaciones sobre todo por las vivencias de pérdida que experimenta el anciano. A lo largo de los años es necesario reconocer fracasos, asumir retos y aceptar la muerte de personas significativas, además de afrontar otros eventos según la historia personal de cada individuo. La senectud se caracteriza por el recuerdo de todas las experiencias importantes, desarrollándose un sentimiento de impotencia ante las frustraciones y necesidades insatisfechas. Las vivencias afectivas del anciano disminuyen solo en intensidad. El senescente se torna más realista y en ocasiones menos expresivo. Las emociones no se presentan de igual forma que en la juventud y la adultez, donde el sujeto es más soñador y apasionado.

Los sentimientos de soledad y abandono aparecen generalmente como reacción a la separación de seres queridos. Las relaciones afectivas en esta etapa son muy fuertes y sinceras por lo que todo lo que atente contra estas o las modifique afectan el equilibrio emocional del anciano. Esto, unido a la percepción de cercanía de la muerte puede generar mucha ansiedad en el sujeto, por lo que no les agrada sentirse solos. Estos sentimientos son muy frecuentes en ancianos violentados e institucionalizados.

La depresión aunque es bastante frecuente en este sector de la población no debe ni puede considerarse parte indispensable de la vejez. Se dice que puede observarse este estado inmediatamente después del retiro por la implicación social e individual del mismo y después de los 75 años por el temor a la muerte.

La esfera psicosexual en este período etáreo ha sido ampliamente mitificada. En el imaginario social está inscrita la creencia del anciano como un ser asexuado; si bien esta apreciación es errónea da pistas para comprender las tipicidades de la sexualidad en los últimos años de la vida. Con respecto a la sexualidad de la etapa puede señalarse la adquisición de matices diferentes en relación con su expresión. Los ancianos son más reservados en la manifestación de sus deseos sexuales, lo que está influenciado por la "presión" de las expectativas y construcciones sociales instituidas al respecto. William Master y Virginia Jhonson consideran que en el desarrollo de la sexualidad del senescente influyen los estereotipos culturales, el mal estado de salud y la falta de pareja[9]Esto demuestra que no solo el hecho de ser anciano mediatiza la vida sexual del sujeto, actúan además factores relacionados con la vida social del senescente y con eventos como la viudez y el divorcio.

Aunque se plantea que la mayoría de los ancianos son físicamente capaces de tener relaciones sexuales hasta la séptima y probablemente hasta la novena década de vida, el estado de salud física constituye un factor determinante. En los adultos mayores se experimentan cambios físicos relacionados con la disminución de la erección y el deseo sexual, molestias en la penetración y algunas variaciones en la intensidad y rapidez de la respuesta sexual. Esto no significa que en todos los ancianos tenga que suceder lo mismo o que todos vivencien los cambios de igual modo, ya que en esta etapa se produce una acentuación de la individualidad.

La sexualidad en esta etapa aunque no cumple con la función reproductiva, sí favorece el bienestar emocional de los que mantienen una vida sexual activa, ausente de prejuicios y estereotipos, ya que estos generan la mayoría de las veces insatisfacciones y desajustes sexuales. Se considera que después de los 50 años la respuesta sexual dependerá de las características del cónyuge y de la relación afectiva que se mantenga en la pareja. También se observan diferencias según el sexo, pues las diferencias de género también influyen en la repercusión de los cambios que se producen.

Bibliografía

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Autora:

Marlien de la Caridad Rodríguez Figueredo

Autobiografía de la autora

Lic. Marlien de la Caridad Rodríguez Figueredo, nacida en el municipio de manzanillo en la provincia de Granma, graduada de Psicología en la Universidad de Oriente en el curso académico 2007-2008 a través de la modalidad de estudio presencial. Tengo 24 años de edad y actualmente trabajo en la Universidad de Granma en el departamento de psicología como profesora principal de las asignaturas Psicoterapia, Introducción a la psicología clínica y Psicología de la familia. Mi dirección electrónica es mrodriguezf@ udg.co.cu, mi dirección particular Beliz #9 % Ana Segrera y calle A y los teléfonos en los que podría ser localizada: centro de trabajo (481015, ext.141) y casa (574312).

[1] Vygotski L.S. Historia de las funciones psíquicas superiores. p. 27.

[2] Bozhovich L. I. La personalidad y su formación en la edad infantil. p. 99.

[3] Ibídem. p.75.

[4] Prieto Ramos O, Vega García E. Temas de gerontología. p.39.

[5] Orosa Fraíz T. La tercera edad y la familia. Un enfoque desde el adulto mayor. p.24.

[6] Orosa Fraíz T. La tercera edad y la familia. Un enfoque desde el adulto mayor. p. 15

[7] Fong Estrada J. Consejos útiles para ancianos y sus familiares. p.58.

[8] Alfonso Rodríguez A, Sarduy Sánchez C. Género, salud y cotidianidad. p. 252.

[9] Rodríguez Boti R. La sexualidad en el atardecer de la vida. p. 29.

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