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El espíritu del ser abogado (página 3)

Enviado por Mayela RUIZ MURILLO


Partes: 1, 2, 3

Claro que la condición inexcusable para triunfar en una profesión es saber ejercerla. Cuando se trata de cosas que a la gente le atañe personalmente -como la fortuna, la salud o la honra- no se entrega sino a quien por su valer personal, les ofrece garantías de acierto; más para llegar a ofrecer garantía de acierto el abogado ha de hacerse de prestigio. Esta es una de las primeras crisis que atraviesa el joven abogado, ¡es ardua labor ir tras la conquista de la fama, luchando entre cincuenta mil y sin más armamento que las aptitudes con que cuenta!. Consideremos entonces los medios que un abogado tiene para darse a conocer:

1( La asociación: Hemos imitado la costumbre extranjera de trabajar en colaboración -estableciéndose bajo una razón social dos o más compañeros o creando entre varios un consultorio-, lo que ha llegado a demostrar que es posible trabajar en equipo. Y si no se comparte el trabajo sino que cada cual realiza el suyo con independencia de sus colegas, ¡no constituirá un engaño la agrupación de nombres?, ¿a qué conduce ofrecer grados académicos, títulos y merecimientos de varios, cuando en definitiva ha de ser uno solo quien preste el servicio?. Es que es así como funciona el trabajo en equipo; nadie ha dicho que trabajar en equipo sea que todos hagan lo mismo al mismo tiempo y para eso hay unas distribución del trabajo con derechos y deberes para cada quien: el especialista en derecho de familia o el de trabajo hará lo suyo cada cual y en caso de dudas podrá consultarse el criterio de la asamblea de bufete.

2( El anuncio: Es lícito decir "yo vendo buen condumio", pero ¿es grosero anunciar "yo tengo honradez y talento"?. Algunos lo admiten y otros lo consideran como una degradación. A mi me parece perfectamente admisible, siempre y cuando no caigamos en las artes de la captación comercial. [Porque decir en la tarjeta de presentación "Fulano de Tal, Abogado" no es decir mucho -ya que abogados somos una gran cantidad y el nombre por si sólo no descubre ninguna cualidad-, habría que agregar "especialista en", hasta se vale colgar un letrero llamativo en el balcón… ¿y por qué no, aparecer en la guía telefónica?, o ¿en un directorio de consultorías?, o ¿en los catálogos de especialidades? -pero desde ahí hasta anunciar que no cobrará si gana el pleito, o repartir por las calles boletas para una consulta gratis, o dar premios a los diez primeros clientes del año, hay mucha distancia y no debemos confundir-].

3( La exhibición Aunque duela un poquillo la palabra, hay que usarla en su acepción noble, para venir a parar en que éste es un medio lícito de darse a conocer. Porque en efecto, si lo que en nosotros se busca es el modo de pensar, sentir y actuar, nadie negará que debemos aprovechar las ocasiones de poner de manifiesto lo que "llevamos dentro" y lo que somos "capaces de hacer". Lo malo es que esto de la exhibición tiene consuetudinariamente una mala interpretación y es la de suponer que la politiquería es la única posibilidad de exhibición provechosa -por donde se llega fácilmente a la punible confusión entre política y abogacía-. Aludo una exhibición estrictamente profesional que por nadie puede ser tachada: permanecer largo tiempo como asistente en un bufete reconocido, intervenir en las discusiones académicas, escribir ensayos en revistas jurídicas, colaborar en obras sociales, dar a luz folletos y monografías, ejercer la defensa pública, desempeñar cargos a por honor, etcétera. Todas estas actividades establecen un buen número de relaciones y permiten al público entendido o profano y colegas enterarse de las disposiciones del abogado joven. ¿Merecerá la pena hablar de los que se han dado a conocer como abogados después de haber sido ejecutivos, ministros o diputados y sólo por haberlo sido?. Creo que no, porque son casos aislados y no constituyen sistema; pero, cuando por ventura resulta que el político sirve para abogado, todos debemos alegrarnos de su advenimiento puesto que la honra con su saber -y si no sirve tampoco implica vicio, ya que todo el mundo sabrá rápidamente de la burda trama-.

Abogados y especialistas

Sin desconocer las ventajas que en su momento trajo la división del trabajo, soy enemiga de la postura donde cada ser humano dedicó su actividad íntegra a realizar una minúscula función en la que obviamente llegó a ser insuperable, pero de la que no se emancipó jamás. Quien entrega su vida a pulir una bola o a afinar un tornillo debe aspirar a ser tallista, tornero o ajustador; es decir, pasar de lo simple a lo complejo, de la parte al todo. El más noble intento de realización humana es la elevación, la generalización, el dominio total del horizonte. Y esto debe ser así en todo el quehacer humano y más en lo tocante a las profesiones [el médico que sólo se ocupa de los riñones, o de la vista, o del corazón, o de los nervios más parece un artífice que médico: no es posible desligar los extravíos de la juventud de las dolencias de la vejez, ni separar los sufrimientos morales de las alteraciones circulatorias, ni desconectar el dolor de cabeza del dolor de los pies. El verdadero médico es aquel que conoce totalmente a su paciente -en cuerpo, psique y alma: en el aparato digestivo y en el respiratorio y en el sistema nervioso, en sus emociones y en su locomoción …relacionándolo todo, examinándolo y tratándolo como lo que su paciente es, como un conjunto armónico integrado y siguiendo la pauta de la naturaleza -que no hizo al ser humano como un museo con vitrinas aisladas, sino como una maquinaria donde no hay pieza sin engranaje-.

En la última centuria se insistió mucho en la especialización y eso estuvo bien en su momento; pero, vemos como al cerrar el milenio el ser humano comprendió que nada está desarticulado y de ahí que en las últimas décadas se volvió a la medicina integral -lo físico, lo mental y lo espiritual- que ha dado en llamarse medicina holística]. Lo menos malo que el especialismo nos trae es la polarización del entendimiento: para el profesor universitario su asignatura es la fundamental de la carrera, para el civilista lo público no es derecho, para el administrativista lo laboral tampoco lo es.

Así pues, en la abogacía la especialización toca muchas veces los límites del absurdo ya que nuestro campo de acción es el alma humana y ésta no tiene casilleros o compartimientos (¿se concibe un sacerdote confesor para la lujuria, otro para la avaricia y otro para la gula?, ¡pues igual en nuestro caso!). ¿Qué quiere decir "penalista"?, ¿abogado a quién no alcanza la vida más que para estudiar las aplicaciones prácticas del derecho penal?, ¿será el que por sistema defiende todos los delitos como medio para ganarse la vida?. No lo quiero creer así. De igual modo me causan asombro los abogados que inclinándose del lado opuesto se jactan diciendo "yo no he llevado jamás una causa penal" y hasta nos miran con desdén a quienes sí lo hacemos… ¿querrán decir con ello que en ninguna causa lleva la razón ni el ofendido ni el imputado?, porque no se concibe qué motivo puede apartarles de intervenir en un proceso y defender a quien corresponda en justicia. No, en la abogacía no debe haber tabiques entre lo civil, lo penal, lo canónico, lo administrativo, lo laboral y lo constitucional ya que muy lejos de ésta la mayoría de los problemas ofrecen aspectos varios del derecho y así por ejemplo, para defender una concesión de aguas hay que batallar en lo contencioso y en lo civil contra la extralimitación del usuario y en lo penal para cobrar los daños civiles.

Existen muchos litigios que presentan con toda claridad dos o más aspectos y simultáneamente hay que sostenerlo combinando minuto a minuto los medios de una y otra defensa. ¿A quien se le ocurre que, precisamente en estos casos -que son los que más requieren unidad de criterio, decisión y mando- se le entregue al cliente una pluralidad de tácticas conforme especialistas intervengan?, esto probablemente le llevará al fracaso. El fenómeno jurídico es uno en su sustancia y constituye un caso de conciencia; que el tratamiento caiga en lo penal o en lo civil es secundario y el abogado debe buscarla donde esté y aplicarla donde proceda. Convenzámonos de que en la abogacía -como en la medicina- no hay barreras doctrinales, ni campos agotados, ni limitaciones del estudio; por ello, para el abogado no debe haber más que dos clases de asuntos: unos en que hay razón y otros en que no la hay. Sin embargo, conviene dedicarse a lo que mejor se nos da …estudiando, siempre estudiando lo que no se nos da tan bien.

La hipérbole o exageración en el abogado

Es frecuentísimo en los abogados ponderar la gravedad de los litigios en que intervienen, hasta las más absurdas exaltaciones: "… en nuestra ya larga vida profesional jamás he visto un caso de audacia como el de esta demanda", o "… en un 624% de los casos en defensas penales que hasta hoy he defendido, ésta es la primera vez que consigo un perdón judicial", o "… segura estoy de que su autoridad impondrá las costas a la parte contraria, porque en su dilatada experiencia no habrá tropezado con un ejemplo de temeridad más insólita ni de más escandalosa mala fe", o "… horror y náuseas siento al contestar este asunto, que constituye la vejación más repugnante y el despojo más inicuo que se registra en los registros judiciales" … ¿Quién no ha leído mil veces frases como éstas?, ¿quién no se ha sonreído al advertir luego que esos truculentos anuncios y esas advertencias espeluznantes, venían a colación de que un sujeto no pagaba a otro un puñado de dinero o unos cónyuges habían disputado por un poco más en un asunto de pensión alimenticia?, ¿quién estará seguro de no haberlas empleado?.

La vida -dentro de su enorme complejidad- suele ser una normalidad gris, en donde a veces efectivamente brotan la tragedia o el escándalo y resultan ajustadas las imprecaciones, la indignación, el terror y el llanto; pero, de cada cien casos noventa y cinco son simples bromas, picardías ínfimas, errores minúsculos, obcecaciones explicables, torpezas y manías o codicias, que caen en lo sencillamente corriente, de la normalidad gris de la vida. El abogado que se empecina en ponderar un tema cual si hubiera de producir una conmoción nacional, pierde fuerza moral para ser atendido -la pierde de igual manera que la pierde quien al ver un ratoncito prodiga gritos que son sólo congruentes con la inminencia de un asesinato con arma blanca-. No solamente pierde credibilidad y fuerza moral, con su así proceder revela que no ha visto muchos asuntos ya que de otro modo no exageraría su irritación por cosas que no la merecen. Así pues en las causas penales basta con decir "mi defendido es inocente"; pero, hay abogados que tienen la tendencia de idealizar las figuras de todos los homicidas y hampones gritando desgalillados, con los ojos desorbitados, los ademanes más descompuestos y la voz más ruidosa: "¡… mi defendido es un modelo de hombre digno, yo me honro con su amistad, no vacilo en ponerle al nivel de mis propios hermanos y si fuera posible empeñaría mi vida en prenda de su inmaculada honorabilidad!".

Ese cultivo desatinado de la hipérbole no suele ser sino una manifestación del perverso sentido de lo estético que tanto abunda entre los abogados. Signo espiritual de nuestra profesión es tener una comprensión mayor para con todas las cosas humanas -una percepción sutil de todas las grandezas y de todas las flaquezas y miserias-; el buen gusto suele correr parejo con la dignidad y el pudor, quien sepa guardar su recato y ocupar su lugar, de fijo no fraternizará con sus clientes en lo penal ni los divinizará en lo civil. Defendemos a Fulano porque entendemos que en este pleito lleva la razón, pero bien pudiera ocurrir que fuera un pillo; atacamos a Mengano porque no le asiste la razón en este pleito, pero bien puede suceder que fuera un santo; de ahí que las generalizaciones, las identificaciones con el cliente, la supervaloración de sus virtudes -y de las faltas del adversario-, pueden llevarnos a grandes injusticias y posturas verdaderamente ridículas. Una convicción serena de la tesis que sustentamos, un ardimiento regulado siempre por la ley de la necesidad, un escepticismo amable, una generosidad franca para aceptar que en cada ser humano cabe todo lo malo y lo bueno, una expresión mesurada y austera son prendas muy adecuadas para que el abogado no salga de su área y no pierda su lugar -ni se le confunda con aquellos a quienes ampara-. De tal manera que -antes de abrirse estruendosamente vociferando-, mire bien si el caso lo merece o no y en caso de duda, huya de la hipérbole y aténgase al consejo cervantino: "Llaneza, muchacho, llaneza…".

El abogado financiero

Tengo a los financieros mucha consideración porque sin su capacidad de iniciativa y sin su acometidad muchas cosas buenas quedarían inéditas y el progreso material sería mucho más lento; más, no concibo al abogado-financiero, por la sencilla razón de que si es financiero no puede ser abogado. Al hablar del abogado financiero no me refiero a quienes evacuan consultas, redactan estatutos y asesoran verbalmente a juntas, comisiones y consejos de administradores de finanzas, sino a aquellos otros de quienes se nos dice para sacarnos los ojos: "¡A Fulano sí que le va bien, gana al mes más de uno que otro millón …esa sí que es bonita aplicación de la carrera!". Esto quiere decir que Fulano tiene habilidad especial para estudiar los mercados, gestionar la cesión de una cartera, lograr el traspaso de una concesión, colocar la emisión de obligaciones, jugar en la colocación de acciones en la bolsa, etcétera y como en manipulaciones tan amplias juegan muchos miles de millones, Fulano no encuentra su remuneración en los honorarios sino en un tanto por ciento del precio, en un paquete de acciones liberadas o de partes de fundador, o en un puesto en el consejo de administración.

Todo ello es legítimo y está muy pero muy requetebién en los financieros, pero no en los abogados -quienes mezclando así el interés propio y ajeno y poniendo en cada asunto el albur de hacerse adinerado vienen a consagrar inmensos pactos de cuotalitis ¡…ello es todo lo contrario de lo que al abogado corresponde!-. Ha de hallarse el abogado siempre colocado por encima de la codicia y de la pasión; si los financieros con sus grandes empresas ganan colosales sumas de dinero, gánenlo en buena honra; el abogado debe sentirse superior a ese apetito y saber que su palabra es -en medio del vértigo- la serenidad, la prudencia y la justicia (…de igual modo el médico que salva la vida de un supermillonario, es superior a éste precisamente porque su ciencia le devuelve la salud y no le hace partícipe de la riqueza). ¡He aquí el gran resorte de nuestra autoridad!, aunque nos ronde la tentación de la millonada debemos dejarla correr hacia sus naturales poseedores, nosotros estamos tan distantes de ellos porque nuestra grandeza radica en merecer confianza sin ser sus consortes. Poder y riqueza, fuerza y poder y todas las incitaciones de los fuegos de la pasión han de andar entre nuestras manos sin que nos quememos … el mundo entero nos utilizará y respetará en tanto tengamos la condición del "amianto" ([34]).

Los asistentes (TCU) y el abogado

¡Oh recuerdos, encantos y alegrías!, ¡reminiscencias de la edad en que confluían todas las ilusiones!: el primer dinero ganado, el primer elogio de los veteranos, la primera absolución … un mundo riente y esplendoroso, abierto ante los ojos asombrados que apenas dejaron de mirar la infancia y aprecian el perfil de la madurez. No quiero hablar aquí del "pasante" fijo o asistente que adscribe buena parte de su vida a la nuestra y nos acompaña durante gran parte de ella con su colaboración -ése no es propiamente un pasante, sino un compañero fraternal quien en el despacho sabe lo que nosotros y está a nuestro nivel-. Hablo del muchacherío que desfila en sus últimos años de carrera por los despachos para hacer el trabajo comunal universitario y sobre quienes cae de lleno la luz de la esperanza -luz de esperanza sobre todos ellos, pero que luego resultarán por partes iguales bienaventuranza y desventura-. Para los "licenciandos" ([35]) o TCU las obligaciones establecidas para ellos tienen este orden: leer los periódicos, fumar en abundancia -cuidando de tirar cenizas y colilla fuera de los ceniceros-, comentar las gracias, merecimientos y condescendencias de los artistas de moda, disputar -siempre a gritos- sobre política, fútbol y el crimen de actualidad, ingerir a la salida cantidades fabulosas de papas fritas y cerveza, leer distraídamente los expedientes judiciales -saltándose indefectiblemente los fundamentos de derecho en todos los escritos y en su integridad el escrito de conclusiones-.

El noventa por ciento de los pasantes pone aquí punto final a sus deberes y sale del despacho para nutrir las filas de la burocracia, hacerse abogado financiero o casarse con alguien rico. Un diez por ciento (después de llenar aquellos requisitos -que han sido son y serán ineludibles-), estudia con interés y gusto, escribe como si fuera en limpio, busca jurisprudencia, da su opinión en casos oscuros y asiste a diligencias con prontitud. De ese diez por ciento, un nueve triunfa en lo jurídico venciendo con buenas artes en las oposiciones; del uno por ciento restante salen los abogados.

Aun siendo tan escasa la proporción de los pasantes que han de cuajar como abogados, todos deben ser considerados como licenciados, porque viene poniendo en nosotros su fe y porque tomarán de nosotros el ejemplo. Lo más interesante que se aprende en la pasantía no es la ciencia ni el arte de discurrir, sino la primera lección de ética profesional, ya que normalmente el estudiante -con mayor o menor fundamento- ve en el profesor a un funcionario público en tanto que al abogado lo ve como a quien supo destacarse y triunfar entre los de su clase, de tal suerte que sus gestos, sus actitudes, sus decisiones son espiados por el pasante propenso a la imitación. El pasante oirá una de estas dos cosas:

1( Escuchará: _"Tome este file, hay que defender a Fulano, aguce el ingenio y dígame qué se le ocurre" –el que habla así es un corruptor de menores porque hará que en el interior del pasante se argumente así: "…yo soy un desaprensivo y tengo por misión defender al que me pague"-.

2( O escuchará: _ "…tome usted estos papeles, estúdielos bien y dígame quién tiene la razón" -el que habla así es un abogado porque hará que en el interior del pasante su conciencia se argumente así " …yo soy un ser humano superior y estoy llamado a discernir lo justo de lo injusto"-.

Muy poco fácil será que esta primera impresión que recibe el licenciando no marque huella para el resto de la vida del pasante; de ahí que, la enseñanza en el bufete -en la pasantía, como asistente y en el trabajo comunal universitario- no tiene otra asignatura sino mostrar al abogado tal cual es y facilitar que así le vean los pasantes. No hay lecciones orales, ni tácticas, ni obligaciones, ni sanción y si bien se mira lo que en realidad existe es una observación del pasante para con "su maestro", pues en puridad éste se limita a una actitud de "…entérese de lo que yo hago y si le parece bien, haga exactamente lo mismo", por eso este proceso de enseñanza consiste simplemente en establecer una comunicación tan frecuente y cordial como sea posible, para que el pasante vea cómo se elige o rechaza un caso, que examine la minuta de sus honorarios, que se entere de su comportamiento en lo público y en lo privado, porque el tema de investigación para el pasante en realidad no es esta o aquella rama del derecho, el tema es el abogado mismo como tal.

El abogado y su traje

"Nunca olvidaré la extrañeza entre asombrada y burlona que mostraron unos abogados argentinos a los que enseñé nuestra toga y nuestro birrete. Se maravillaron de su arcaísmo y se preguntaban si no se podía hacer justicia sin tan raro ropaje. Muchos españoles con todo y tener la vista acostumbrada muestran idéntica sorpresa y algún humorista ha preguntado qué relación puede haber entre la justicia y un gorro poligonal de ocho lados.", así se expresa el maestro OSORIO en relación con el tema del ropaje del abogado, ya que en realidad parece pueril confundir las virtudes de justicia con los atributos de la vestidura. Pero -sin que sea pequeño el riesgo de que tomando la representación por lo representado- quizá puedan creer los superficiales que la biblia es religión, la bandera patriotismo y la toga justicia y así se juzgue patriota al que saluda la bandera -aunque defraude diariamente al fisco-, se tenga por religioso al que va a la procesión -aunque viva en adulterio– y se repute abogado a personas venales sólo porque tienen colgado en la pared un certificado de licenciado en derecho y portan en la cartera un carné del colegio. No hay pues que sacar de sus límites los valores alegóricos, pero tampoco cabe suprimirlos caprichosamente porque, así como los signos ofrecen el inconveniente de que se tome el signo por el significado, así también la falta de signos lleva aparejado el rebajamiento de lo esencial: se perdió primero el traje de toga y birrete, luego la circunspección que impone ese traje, luego la virtud de que solía ser muestra de la circunspección…, la toga no es por sí sola ninguna calidad y si no hay cualidad bajo ella, entonces ésta queda reducida a un disfraz irrisorio.

La toga no la usa el abogado en nuestros países -pero sí en muchos otros de la europa continental-, lo que nosotros usamos es un traje simplemente decoroso ([36]). El abogado que asiste a un bar usa un léxico, guarda una compostura y mantiene unas fórmulas de relación totalmente distintas de las que le caracterizan cuando sube a un estrado con su traje entero encima. El traje es ilusión, pero nos recuerda la carrera estudiada, lo elevado de nuestro ministerio en la sociedad, la confianza que en nosotros se ha puesto, la índole científica y artística del torneo en que vamos a entrar, la curiosidad que el público nos rinde en el debate… cuando todo esto pasa por nuestra mente -y pasa siempre aun en términos difusos- el traje se torna en un llamamiento al deber, a la belleza, a la verdad y a la justicia; con el traje puesto -ante un público sensor, junto al anhelo del éxito judicial y al de la vanidad artística- aparece la necesidad de ser más justo, más sabio y más elocuente que los que nos rodean.

El traje obra sobre nuestra fantasía y haciéndonos orgullosos del buen vestir nos lleva por el sendero de la imaginación a contemplar la más seria realidad y la responsabilidad más abrumadora -la ilusión es estimulante espiritual, potencia creadora, alegría en el trabajo y recompensa en el esfuerzo- … y todo ello significa meterse dentro de un traje; además, nos distingue ante el público de los demás y es bueno que quien va a desempeñar una alta misión sea claramente conocido.

([37]).

Decálogo del abogado

01.- No pases por encima de tu conciencia.

02.- No abraces una convicción que no tengas.

03.- No te rindas ante la popularidad, ni adules a la tiranía.

04.- Eres para el cliente -y no el cliente para ti- y te debes plenamente a él.

05.- No procures nunca en los tribunales ser más que los jueces, pero no consientas ser menos que ellos.

06.- Ten fe en la razón, que es lo prevalece.

07.- Pon la moral por encima de las leyes.

08.- Aprecia como el mejor de los textos el sentido común.

09.- Procura la paz como el mejor de los triunfos.

10.- Busca siempre la justicia por el camino de la sinceridad y sin otras armas que las de tu saber.

 

 

 

 

 

 

 

Autor:

Mayela Ruiz Murillo

Gabinete de Búsqueda.

San José, 06 de febrero de 1.996

[1]     No es lo mismo el grado académico que obtienes, que el título de los estudios realizados, que la profesión que desempeñas, que el oficio que ejerces, o que el cargo que ocupas. Hay momentos en los que las diferencias entre uno y otro son muy sutiles porque la mayoría de las veces van a caballo los unos con los otros. Para explicarlo, vayamos por partes. ¿Qué podemos entender por cada cuál?. 1.- En cuanto al grado académico diré que el diploma universitario -es decir, el papel o cartón que entrega la Universidad en el acto de graduación- suele tener uno de los diversos grados académicos que ofrece. Los grados académicos son los distintos escalones que se obtienen por calidad y profundización en determinada disciplina y por la cantidad de años de estudio. A saber, los grados académicos son: de bachiller, de licenciado, de diplomado, de máster, de doctor… -aquí también debemos distinguir que "diploma" es el mero cartón en tanto que "diplomado" es un grado-. 2.- Cosa distinta es el título. El título académico es la parte del diploma universitario que especifica la disciplina -o área del saber humano- en la que se obtuvo el grado académico. Así por ejemplo un diploma universitario bien puede decir que: Fulano -o Sutana- es, diplomado en física, o bachiller en educación, o licenciado en medicina, o doctor en derecho administrativo. La primera parte del diploma indica el grado y la segunda la disciplina o área del saber en la que Fulano o Sutana "se han quemado las pestañas" durante unos cuantos años. 3.- La profesión viene a caballo entre lo que te ofrece el diploma universitario y el oficio y eventualmente el cargo que se pueda ocupar. Da lo mismo el grado académico que se haya alcanzado, es tan abogado o es tan médico la persona que haya obtenido el grado de licenciado como el de máster o el de doctor. Tiene más que ver con el oficio que con el grado y títulos universitarios. La profesión está más relacionada y es más cercana con "hacer bien las cosas" o con "el que sabe bien lo que hace". Así bien podría decirse que una persona es abogada de otra o que es su médico y no implica necesariamente que lo sea porque aquél esté colegiado -en ese sentido una persona es la abogada de otra cuando aboga en su defensa por ella y es el médico cuando le diagnostica y le receta-. Lo que pasa es que el término profesión quedó reducido casi exclusivamente con la idea de estar colegiado o incorporado a un colegio profesional, o dicho de otra manera tiene la licencia o permiso para ejercer el oficio que aprendió y por el cual le otorgaron un diploma universitario. De manera tal que médico es aquel con el grado académico de licenciado que está debidamente incorporado al Colegio de médicos y abogado aquel otro que lo está al suyo. En cuyo caso está muy mal visto -pero por ignorancia se hizo tan popular que se tornó de uso generalizado-, cuando por ejemplo a un médico se le llama doctor y a un abogado se le llama licenciado -y como sabemos, nada tiene que ver una cosa con la otra-. Quienes lo usan así, no tienen la conciencia de que el abogado bien puede ser dos veces doctor y que el médico sólo es quizá una vez licenciado… como en realidad muchas veces sucede. 4.- El oficio es la ocupación habitual, la labor que se desempeña, el quehacer común, los menesteres a los que se dedica, la actividad que se realiza. Igual que la profesión, el oficio está absolutamente relacionado con los otros pero no es lo mismo. Así por ejemplo el oficio de una ama de casa son los propios de su hogar y los de un agricultor son los del campo. Otro ejemplo puede ser el de una persona con grado académico de licenciado con el título en agronomía, que se dedique a las labores del campo sembrando y criando cerdos y por tanto tenga como oficio el ser agricultor y criador. Otro ejemplo sería el de alguien que tiene como grado académico de licenciado con el título en derecho, se incorporó al colegio y tiene como profesión el ser abogado y por todo ello tiene como oficio el ser defensor -o acusador-; pero bien podría en este mismo caso tener como oficio el de comerciante de bienes raíces -como en muchos casos sucede, donde además él mismo hace sus escrituras-. 5.- El cargo está estrechamente relacionado con todo lo anterior pero igual que los anteriores es total y absolutamente independiente. El cargo está relacionado con el puesto, la categoría o el número de empleo que da el empleador, que conlleva algún grado en el escalafón de la escala en jerarquía institucional -pública o privada-. Por ejemplo el cargo de secretario 1, 2 o 3. Juez de primera o de segunda instancia o juez superior o magistrado; procurador adjunto, procurador específico o procurador asesor, etcétera, etcétera. Como vemos, está relacionado con todo lo que venimos hablando y sobre todo con el oficio, pero no es lo mismo. Lo normal es que una persona que ostente un cargo tenga como oficio la actividad inherente a ese cargo, de igual modo que lo habitual es que una persona tenga como profesión algo relacionado con el grado académico -con lo que estudió-. Dicho de otra manera, el cargo está relacionado con el grado académico y con título en que lo obtuvo, pero tampoco es lo mismo. Lo normal es que quien ostenta un cargo, éste sea acorde y armonioso con el grado académico y el título obtenidos, pero no necesariamente… Debemos aprender a llamar a las cosas por su nombre, pero sobre todo debemos aprender a leer bien y a escuchar con atención. Por ejemplo, si a mi preguntan ¿cuál es su oficio? diré : defensora. Sería incorrecto que dijera procuradora, porque ese no es mi oficio sino el cargo que ocupo y nadie me lo está preguntando; claro, es peor y más reprochable que a la pregunta respondiera licenciada. Entonces, para responder adecuadamente debo leer o escuchar con atención la pregunta y así en mi caso a la pregunta debo responder así: ¿grado?: especialidad, ¿título?: derechos humanos, ¿profesión?: abogada, ¿oficio?: defensora y ¿cargo?: procuradora. Por su parte, Mario ARIAS MURILLO tendría que responder así: ¿grado?: licenciatura, ¿título?: medicina, ¿profesión?: médico, ¿oficio?: administrador, ¿cargo?: director de hospital.

[2]     Todavía a principios de este siglo la mayoría de las mujeres solo tenían acceso a soñar con estudiar. Por ejemplo, la carrera de derecho o de medicina eran profesiones reservadas a los hombres, porque se pensaba que eran carreras masculinas -ya que la capacidad para, sólo la tenían ellos. De tal suerte que por aquellos días licenciadas en derecho muy pocas, ¿…y abogadas? ¡menos aun!. Así pues -y siguiendo en lo posible al maestro OSORIO-, sólo mencionaré la palabra "abogado" -…en el buen entendido de que gracias a Dios, los tiempos han cambiado y ahora existimos tantas o quizá más médicas y abogadas que médicos o abogados-. A propósito: En la última nota -la N( 37 y si es que se le puede llamar nota- dedicaré un apartado a las señoras profesionales de la abogacía. Les invito a todos avanzar hasta allá y leerla en este momento ya que creo que les resultará interesante tanto a ellos como a nosotras.

[3]     En el abogado la rectitud de la conciencia es mil veces más importante que el tesoro de los conocimientos. Para el abogado primero es ser bueno, luego ser firme, después ser prudente, la ilustración viene en cuarto lugar y la pericia en el último; pero ni todo esto junto sumado al conocimiento tendrá un lugar tan importante como la rectitud de la conciencia.

[4]     Léase estas palabras de León DUGUIT: "El derecho es mucho menos la obra del legislador que el producto constante y espontáneo de los hechos. Las leyes positivas, los códigos, pueden permanecer intactos en sus textos rígidos: poco importa; por la fuerza de las cosas, bajo la presión de los hechos, de las necesidades prácticas, se forman constantemente instituciones jurídicas nuevas. El texto está siempre allí, pero ha quedado sin fuerza y sin vida, o bien por una exégesis sabia y sutil, se le da un sentido y un alcance en los cuales no había soñado el legislador cuando lo redactaba."

[5]     CIURATI en su Arte Forense, para ponderar lo poco fácil que es la formación de un abogado no dice que haya de ser un pozo de ciencia jurídica, sino que dice lo siguiente: "Dad a una persona todas las dotes del espíritu, dadle todas las del carácter, haced que todo lo haya visto, que todo lo haya aprendido y retenido, que haya trabajado durante treinta años de su vida, que sea en conjunto un literato, un crítico, un moralista, que tenga la experiencia de un viejo y la infalible memoria de un niño y tal vez con todo esto formaréis un abogado completo."

[6]     Cuenta el ilustre tratadista Henry BORDEAUX que cuando fue pasante de su maestro ROMEAUX visitó a DAUDET y le manifestó que era estudiante de derecho y el glorioso escritor le dijo: "Las leyes, los códigos no deben ofrecer ningún interés. Se aprende a leer con imágenes y se aprende la vida con hechos. Figuraos siempre personas y debates entre personas, los códigos no existen en sí mismos; procure ver y observar. Estudie la importancia de los intereses en la vida humana; la ciencia de la humanidad es la verdadera ciencia."

[7]     Julio SENADOR en La canción del Duero dice: "… el único derecho verdadero es el que brota de la vida; en la ingienería social, sobran trabajos de gabinete y faltan trabajos de campo". ¿Es acaso que no es verdad que efectivamente nuestro consultante no tiene bienes materiales ni perro que le ladre?, es verdad, no tiene ni dónde caer muerto. Pero, ¿no es verdad también que nosotros sabemos mediante todos los medios de comunicación de la existencia de la mafia organizada y cómo opera y funciona?, es verdad y también lo sabemos.

[8]     Dice al respecto el Maestro OSORIO que "Se erige ante nosotros la médula del problema: ¿Qué es la moral?. Esta no es una cuestión materia propia de esta profesión, sino de toda la humanidad, por eso es que el tema ha sido es y será tratado por eximios filósofos -y sería de vanidad condenable dar mi parecer sobre asunto que está por encima de lo que me es profesional-. Sin embargo; tenemos claro que las normas morales son difíciles de juzgar por el múltiple y cambiante análisis mundano, mas no son tan raras de encontrar por el juicio propio antes de adoptar decisión. Con esto debe entenderse que ateniéndose cada cual a sus creencias sobre un particular es asequible una orientación que deje tranquila su conciencia… ".

[9]     (No pretendo referirme a la grosera antítesis del interés pecuniario, porque eso no puede ser cuestión para ninguna persona de rudimentaria dignidad, ¡menos para un abogado!..).

[10]     (Tal conflicto no puede existir para quien tenga noción de la moral -ya que está planteado sobre la base de que sean contradictorios el servicio de la justicia y el servicio del cliente; es decir, que presupone la existencia de un abogado que acepte la defensa de un cliente cuyo triunfo sea ante su propio criterio, incompatible con la justicia …pero, en cuanto destruyamos esa hipótesis innoble, se acaba la cuestión-.)

[11]     Antes de abordar el tema convendrá saber cómo se guarda un secreto. El ser humano más reservado y más discreto del mundo no confía los secretos a nadie, absolutamente a nadie …salvo a una sola persona de absoluta confianza que tampoco comunica lo que sabe a nadie… más que a otra persona de idénticas virtudes, la cual a su vez cuidará muy bien de no divulgar lo sabido y solamente lo participará a otra persona que juzgará callarse como un muerto; en efecto esta persona se dejará matar antes que decir lo que sabe a nadie …más que a otra persona por cuya fidelidad pondría las manos en el fuego… ésta solo se lo refiere a otra y ésta a otra y ésta a otra, con lo cual dentro de los juramentos de la más perfecta reserva, acaba enterándose del asunto media humanidad y la mitad del vecindario ¡y el que ha de guardar secretos de una manera, bien hará en no dedicarse a abogado!. Así pues, no hay más que una manera de guardar un secreto, esta es: no diciéndoselo a nadie.

[12]     Antes de continuar convendrá detenerse a considerar cuál es la relación jurídica que media entre el abogado y su cliente: Suelen mostrarse los autores conformes en decir que es un contrato; la dificultad está en saber de qué tipo de contrato se trata. Para algunos es un "mandato" -más se olvidan que el mandato es una función de representación mientras que el abogado generalmente no representa sino que asesora y ampara, además porque es obligación del mandatario obedecer al mandante en tanto que el abogado es quien manda y el cliente obedece-. Otros dicen que es un "arrendamiento de servicios" -y esto sólo puede ser verdad respecto de los abogados a sueldo que asisten a quien les paga cumpliendo las órdenes que les dé la empresa o institución a quien sirven, cuando le consideran como su superior; más esto no es verdad respecto de los abogados que no aceptan compromiso ninguno sino que defienden el asunto mientras les parece bien y lo abandonan en cuanto les parece mal, sin subordinarse a ninguna prescripción, orden ni reglamentación de su cliente-. Para algunos otros es un "servicio público" porque la administración de justicia lo es y el abogado es un auxiliar de la justicia -y la equivocación aquí es evidente ya que el abogado desempeña una función social, pero una cosa es servir a la sociedad y otra muy distinta es servir al Estado que es su mero representante y precisamente una característica del abogado es no tener que ver nada con el Estado sin pelear con él: combate fallos del poder judicial, los decretos ministeriales, las leyes inconstitucionales y exige responsabilidad civil y penal de los funcionarios de todas las jerarquías, etcétera-. No pocos sostienen que la relación profesional entre el abogado y su cliente es "sui generis e innominado" -lo cual sugiere un medio discreto de solventar la dificultad de definición y DEMOGUE estableció la diferencia de la prestación de servicios para "medios" y para "resultados", explicando que el arquitecto y el escultor se obligan a dejar acabada la casa o la escultura respectivamente, cosas ambas que son resultados… en tanto que el médico o el abogado se obligan a asistir al enfermo sin comprometerse en su curación o a defender al cliente sin obligarse a ganar el pleito, por donde se ve que sus funciones son simples medios-. Pero al final de cuentas ninguna de estas sugerencias por definir la relación existente entre abogado y cliente ofrece una respuesta y seguimos sin saber cuál es el verdadero vínculo jurídico que une al abogado y a su cliente…

[13]     Algunos autores como PELLEGRIN, MERJER y SANDOUL han sostenido que "el secreto profesional es un contrato de depósito". Así como suena y a cualquiera se le ocurre que un depósito sólo puede constituirse sobre objetos muebles y se le puede venir a la cabeza que una confidencia, una relación, un estado del espíritu no pueden depositarse, aunque al que lo recibe se le llame en lenguaje figurado: depositario del secreto…

[14]     La materia sobre el secreto es densa ¡…que el abogado puede ser un sacerdote o un encubridor!, ¡que cada caso ofrece sus matices, sutilezas y detalles que son imposibles de prevenir!, eso es verdad… Sólo la conciencia del abogado puede resolverlas con acierto y para responder dignamente a tan alta calidad el abogado debe extremar las preocupaciones, los miramientos y los escrúpulos.

[15]     Lo malo del caso es que muchas veces, el ampararse en el secreto vale tanto como una confesión contra el cliente. Supongamos que el acusado de un delito intenta probar la coartada diciendo que en el día y hora del suceso, estaba en nuestro despacho consultándonos. Se nos pregunta si eso es cierto y nosotros nos amparamos en el secreto profesional. No hay duda de que todo el mundo entenderá que es mentira lo dicho por el interesado, pues si fuese cierto que hubiese estado con nosotros no habríamos tenido ningún inconveniente en contestar simplemente con un sí, de tal suerte que al abrigarnos en el secreto valió tanto como decir que no. Pero, ya éste no es asunto nuestro sino algo que solo le concierne a él y nosotros cumplimos con nuestro deber… Triste es que sea así, pero no se nos puede exigir otra cosa

[16]     Tomo un diccionario y leo: "Chicana: Triquiñuela, enredo, artería, mentira, embuste", echo mano a cualquier libro de ética forense y encuentro la condenación más terrible para la chicana y las sanciones más severas contra los chicaneros.

[17]     El abogado y escritor Dr. Ramón GOMEZ MASIA en su libro La trastienda de Themis dice -en palabras de Don Angel- que "…la misión de los abogados es ganar los pleitos y que para ello deben usar primero todos los argumentos de buena fe, velando por el propio decoro y la tranquilidad del espíritu y después los de la mala fe, porque éstos en ocasiones, tienen un peso decisivo en la balanza de la justicia." Porque según él -sacando una consecuencia- "Luchamos contra la iniquidad, que es grande, poderosa e implacable como un dios asirio. Luchamos contra la iniquidad con todas nuestras fuerzas y hasta con la fuerza de la chicana". Así pues para Don Ramón lo importante para el abogado es ganar siempre, bajo el consabido proverbio jesuítico que dice que el fin justifica los medios. ¿El fin justifica los medios?, unos dicen que sí otros que no. Este es un problema de conciencia de saber cuál es el fin y cuáles son los medios. Nuestra conciencia debe estar tranquila de que el fin que buscamos sea bueno -absolutamente bueno- y que los medios malos son los únicos posibles para que el fin bueno prospere y no causan daño a nadie. "La chicana es artificio perturbador que se emplea para molestar al litigantes adverso o para entorpecer los procesos?": Habrá que maldecir la chicana!. ¿La chicana es el único recurso viable para defenderse frente de la iniquidad ?". Habrá que disculpar la chicana y aun mostrar gratitud al abogado que la haya empleado. Todo consiste en saber si perseguimos la iniquidad o la favorecemos y en precisar dónde está la iniquidad.

[18]     Pregunta: ¿Cuál es la obligación de ese abogado?, ¿utilizar la chicana para que produzca el buen efecto o mantenerse purísimo, sin chicanerías, dando por frustrados sus deseos de arreglo y dejando que la sentencia arruine a su defendido?. El buen abogado debe hacer lo primero y hacerlo con sacrificio de su propia conveniencia, ya que haciéndolo comprometerá su prestigio personal -porque muchas veces él es consciente que la interposición del incidente no tiene sustento, en cuyo caso quedará muy mal ante el juez, aunque muy bien parado ante su cliente, que para los efectos es lo que importa-.

[19]     Me doy cuenta de que al confesar ésto se da pie para que todos los abogados chicaneros -por naturaleza enredadores, trapisondistas, codiciosos- se aprovechen de mi punto de vista para justificar sus enredos, sus abusos y sus infamias. A ellos me permito advertirles que lean bien y se den cuenta que yo no he defendido la chicana. La chicana es una maldad y constituye para el abogado un deshonor en el 98% de los casos conocidos; pero, la cuestión está en que puede haber 2% de casos en que la chicana sea no sólo inevitable sino recomendable y hasta plausible. El abogado que acude a la chicana sabe que usándola s juega su prestigio y puede incurrir en el desprecio de la opinión de sus colegas; si a pesar de esto la recomienda y la usa o practica, ¡hará dado un ejemplo de abnegación!. El secreto está en determinar para qué y por qué se usa la chicana… ¡La chicana maliciosa que no responde a una necesidad sino a un vicio de la voluntad del abogado, debe ser merecidamente castigada!. Todos nuestros actos -a pesar de sus apariencias- pueden responder a móviles muy diversos porque como bien sabemos hay cosas que parecen buenas y son malas, hay cosas que parecen malas y no lo son. El homicidio es terrible delito, pero puede ser excusado si se ha perpetrado en legítima defensa …lo mismo habrá que enjuiciar la chicana: cosa mala en sí, pero que puede tener excusa satisfactoria o que puede merecer un castigo severo. ¡El secreto está en vivir la vida y no las frases hechas!.

[20]     Lo que rinde y destroza al ser humano no es el trabajo -por duro que éste sea- sino la serie inacabable de sensaciones que tienen en tensión el sistema nervioso y que son las características de la vida moderna y en especial la vida del abogado. (Se ha perdido el pleito de Fulano, se ha ganado el de Mengano, no se logra colocar la emisión de obligaciones, ha muerto el testigo más importante para tal pleito, no se encuentra un documento indispensable, el recurso de casación vence mañana, acaban de señalar una vista para dentro de tres días, se transigió felizmente la cuestión, se han tirado los trastos a la cabeza en la junta de acreedores, no sale la certificación del registro … y esto mil veces al día, todos los días y todos los años!, qué tortura… Si siquiera fueran sacudidas sucesivas podrían tolerarse; pero son simultáneas y su coincidencia las aumenta y agrava: al ir a entrar una vista -cuando vivimos sólo para el informe que vamos a pronunciar- un colega nos dispara una noticia desagradable; cuando estamos en el instante crítico de una junta, nos avisan por teléfono que a otro cliente le ocurre una catástrofe y necesita nuestra asistencia inmediata …y así todo el tiempo.

[21]     De otro modo no es posible, porque ser a un mismo tiempo dos cosas a la vez es una vileza ¿será posible declararse a la vez individualista y socialista, partidario y detractor de la pena de muerte, intérprete de un mismo texto en sentidos contradictorios, ateo y creyente?. Ahora, no se pretende que nunca pueda correctamente invocar preceptos legales con los que no esté conforme. Sería imposible que un abogado prestase su asentimiento teórico a todas las leyes que ha de citar ya que ni siquiera necesita tener concepto propio sobre ellas.

[22]     ¿Cabe ridículo más grande que el de un abogado escritor a quien se rebate con sus propios textos?, como fue el caso en un recurso de casación en el que amparaba al recurrente un jurisconsulto ilustre autor de una obra muy popularizada; el recurrido en un informe brevísimo combatió el recurso íntegro limitándose a leer las páginas correspondientes de aquel famoso libro donde justamente resultaban contradichas una por una las aseveraciones contenidas. El azoramiento del abogado escritor y recurrente fue tal que pidió la palabra para rectificar y dijo una tontería de mucho cuidado: "La señores magistrados de la Sala se darán cuenta de que cuando yo escribí mi obra estaba muy lejos de pensar en que hubiera de defender este pleito." (¡Dios mío!, ¿que dice?). Para no errar, antes de aceptar una defensa debemos imaginar que sobre este tema hemos escrito un libro y así nos excusaremos de contradecir nuestras obras, nuestros dichos o nuestras convicciones y no pasaremos por el sonrojo de parecer payasos.

[23]     Esta misma situación -que tan de cerca toca al decoro- aconsejaría modificar al régimen orgánico de los Abogados del Estado, de la Defensa Pública y de la Fiscalía… muchas veces forzados a atropellos y desatinos que ellos repugnan más que nadie y sin modos legales que les permitan velar por la libertad de la toga y por los fines de la justicia… aunque es posible intentar "objetar en conciencia".

[24]     A modo de condensación citaré las palabras que Raymond POINCARE pronunció en el centenario del restablecimiento de la Orden de Abogados: "El abogado no depende más que de sí mismo en toda la extensión de la palabra. Sólo pesan sobre él servidumbres voluntarias, ninguna autoridad exterior detiene su actividad individual, a nadie da cuenta de sus opiniones, de sus palabras ni de sus actos, no tiene otro señor que el Derecho. De ahí en el abogado un orgullo natural, a veces quisquilloso y un desdén hacia todo lo que es oficial y jerarquizado."

[25]     La justicia debe ser sustentada por medio de la palabra -escrita u oral-. La oralidad es mucho mejor porque: Por ley natural le fué dada al ser humano la palabra hablada para que mediante ella pusiera en circulación sus pensamiento y estados de consciencia y se entendiera con sus semejantes -la escrita es un sucedáneo fruto del progreso-. La palabra hablada es diálogo, réplica instantánea, interrupción, pregunta y respuesta inmediata: al juez se le pueden ocurrir numerosas dudas que requieren aclaración, en la oralidad cabe plantearlas en el acto, pero por escrito no es tan sencillo que suceda. Propio de la naturaleza es también que en la palabra hablada se refleje el ánimo -se conoce de inmediato al embustero y al intransigente-, que en la escrita se disimula con facilidad ya que como suele decirse "el papel soporta todo" y de ahí el aforismo que dice "hablando se entiende la gente".

[26]     … y hablando de eficacia. Cuanto va explicado hasta aquí se encamina a que la justicia sea eficaz, más para lograrlo no bastan la publicidad, la oralidad y la rapidez sino además que la justicia sea barata -si los que pelean gastan más en el pleito que lo pleiteado, la justicia será un sarcasmo-.

[27]     Con lo que diré dejo expresado mi voto en pro del procedimiento oral, porque creo que con él se sustituye mil y mil trámites que hoy se cumplen por escrito -con desventaja para la finalidad práctica y con lamentable pérdida del preciado tiempo-.

[28]     Técnica quiere decir modo adecuado de hacer una cosa, porque todo cuanto realizamos en la vida -desde ponernos los zapatos hasta construir una red de computadoras- requiere un conjunto de reglas encaminadas al buen fin de la obra y quien prescinde de ellas, no hace lo que se propone o lo hace mal. Pero los abogados hemos sufrido en este punto una lamentable desviación y cambiamos la técnica por un montón de arcaísmos -enfiteusis, locación, paraferenales, ológrafo, posiciones, deponer, interlocutorio, litis pendencia-.

[29]     ¿Y la erudición? y ¿la filosofía? -se preguntará-. 1( La erudición es saber muchas cosas, pero hay quien no lo entiende así y cree que consiste en decir "que se sabe". Todos -en menor o mayor grado- somos eruditos, porque lo que sabemos se lo debemos a lo que hemos leído, ya que son las lecturas las que han ido formando nuestra conciencia y nuestro ideario -lo que decimos hoy es fruto de lo que hemos leído-. Pero lo que se reputa erudición es la invocación de doscientos o trescientos autores que si a mano viene, no conocíamos hasta el instante de citarlos, lo cual no es erudición sino pedantería. ¿Qué caso tiene envanecerse demostrando en un escrito que se ha leído diez autores franceses, veinte italianos y treinta alemanes?. Lo que importa es el sedimento que esas lecturas han dejado en nuestro entendimiento …y eso dará su fruto en nuestras ideas y en nuestra conducta, sin necesidad de que presumamos de sabihondos y omniscientes. 2( La filosofía …¡todos filosofamos!. El abogado más simplón cuando examina los motivos de un contrato, las causas de una conducta, las consecuencias de una actitud, está filosofando. Si filosofar es buscar el íntimo por qué de las cosas, no cabe duda de que cualquier pleito es una monografía filosófica; ella marcha como las aguas siguen su curso, sin pretensiones dogmáticas, sin alharacas técnicas pero cumpliendo su oficio de llegar a la raíz de los movimientos humanos.

[30]     Un maestro de la literatura española Juan DE VALDÉS decía en su Diálogo de las lenguas que "…cuando hablo o escribo tengo cuidado de emplear los mejores vocablos que encuentro, dejando siempre a un lado los que no son tales. El estilo que sigo me es natural y sin ninguna afectación. Escribo como hablo; solamente pongo atención en usar palabras que signifiquen bien lo que quiero decir y esto digo en la manera más llana que me sea posible. Hay que decir lo que se quiere con el menor número de palabras, de manera que no se pueda quitar una sola sin menoscabar el sentido, la eficacia o la elegancia".

[31]     En los pasillos se respira un ambiente como de recelo orgánico: ¿Se pide reforma de una providencia?, el juez piensa que se trata de una obcecación del amor propio del abogado o de una argucia dilatoria. ¿Quedan los autos sobre el escritorio para resolver?, el abogado piensa que el juez ni los mirará. ¿Se escribe conciso?, es que el abogado no estudia sino que sale del paso. ¿Se escribe largo?, no será por exigencia del razonamiento, sino por ansia de engrosar la minuta. ¿Perdemos el pleito?, ¡claro, de tales influencias gozó el contrario sobre el juez!. ¿Le ganamos sin las costas?, ya que era imposible que no quitasen la razón, sirvieron al adversario haciéndole ese regalo. ¿Le ganamos con costas?, no había más remedio, pero así y todo los considerandos son flojos!. ¿Está bien escrita esa resolución?, pues no será del juez sino del estudiante de derecho que está haciendo el trabajo comunal universitario!.

[32]     ¿Serán los hechos el arranque de esta afirmación?, no. Véase en El ejercicio de la jurisprudencia… de PELLA y FORGAS donde se hallarán a granel nombres de abogados que fueron al mismo tiempo filósofos, literatos o artistas en las que también se distinguieron o brillaron.

[33]     Hablando de estudiar… los abogados debemos estar bien informados e informados de todo; sin embargo, en una época como la actual es poco fácil que tengamos acceso a todo el conocimiento que existe, es por ello que sugiero lo siguiente: Vaya a una librería y busque el libro Domine la era de la información de Michael J. Mc CARTY, editorial Robin Book, edición 1.991. Después de que lo lea sabrá de qué le estoy hablando… y por qué se lo estoy recomendando.

[34]     El amianto es silicato de calcio y magnesio resistente al fuego y a los ácidos, que se presenta en forma de filamentos y se utiliza por sus cualidades en la confección vg. de trajes de pilotos de automóviles de carreras y por su ligereza vg. en tuberías y cubiertas de fibrocemento.

[35]     Vale hacer unas cuantas aclaraciones en relación con esto de "licenciando". Vayamos por partes: 1( Lic. es diminutivo de licencia, Licda. es de licenciada y Licdo. de licenciado. 2( Licenciando es aquella persona que aun está estudiando la carrera en la universidad, pero que ya pasó por el grado de bachillerato y va ahora a por el grado de licenciatura. Doctorando es la persona que también está estudiando en la universidad pero que ya obtuvo el grado de licenciado, pero ahora va a por el de doctor. El diminutivo de licenciando es Licndo. y el de doctorando es Drando. 3( Nunca y bajo ninguna circunstancia se usa el diminutivo en primera persona y anteponiéndolo al nombre propio (vg. "La suscrita, Licda. Carmela AGUILERA MORADA"). Siempre se pone la condición, calidad o cualidad después del nombre o debajo de él, ya que normalmente ocurre que no interesa nuestro grado académico pero si la profesión. Basta decir "Yo, Carmen AGUILERA MORADA, abogada" para que cualquiera sepa que ella al menos tiene el grado de licenciada en derecho. Ahora esto no es así, si lo utilizo en tercera persona (vg. Licda. Carmen AGUILERA MORADA… Estimada señora:" Puede darse el caso que doña Carmen sea secretaria del colegio, presidenta de la asociación de ex-estudiantes, fiscala de juicio y profesora de derecho italiano del siglo XX; pues en cada caso así lo hará saber posponiéndolo -inmediatamente después y debajo- de su nombre, ya que para efecto de cada caso a nadie le importa su grado académico…

[36]     ¿Qué tal que los abogados atendamos a nuestros clientes o vayamos a los tribunales de cualquier manera -sin cinturón, sin calcetines, en tenis, en miniseta, con bermudas o en licras cortas…?-. Los tiempos van cambiando y con él los estilos, sin embargo el buen vestir será siempre sinónimo de buen gusto y buen gusto va parejo con "tener clase" -clase a la que pertenecemos los abogados-. No por ello el buen gusto deba confundirse con un bolsillo grande -ya que no significa ni caro, ni estar al último grito de la moda-; es decir, buen vestir no es igual a llevar marcas puestas. El ropero de un abogado en realidad es muy simple y hasta barato, ya que basta con tenga vg. seis pantalones -negro, marrón, azul, gris y beige-; doce camisas: seis blancas y seis pasteles; corbatas: variadas y a la moda -aquí sí debe estar atento-; zapatos: negro y marrón; cinturones: negro y marrón; tres blaser o americanas: negro, azul y marrón, un traje entero y un buen maletín ejecutivo. He dicho que con eso basta para que el ropero de un abogado esté completo y digo bien; pero, el abogado también es un ser humano que se desempeña en muchas otras actividades (el club, el colegio, el fin de semana, las vacaciones, los amigos, la familia, etcétera); así entonces su ropero estará completo con: un jean azul y otro de color, un par de camisas tipo polo, una camisa a cuadros y otra floripondeada, unas tenis, un par de bermudas, una botas camperas y una chaqueta de cuero. Lo único en lo que sí debe tener mucho cuidado es en estar atento a cambiar de talla cuando cambia de medidas -no es posible que ande todo ajustado y con el botón de la camisa a la altura del ombligo a punto de salir disparado-. Porque, es verdad que el traje no hace al monje, pero también lo es que ayuda a que se le identifique como lo que es… Y lo mismo -exactamente igual, pero distinto- vale para las abogadas, a quienes invito leer la siguiente nota.

[37]     Licda. Fulana de DON MENGANO… Lo veo cada día -lo raro es no verlo- mujeres que se autodenominan con un sobrenombre y al mismo tiempo usan el apellido de otra persona… El uso del apellido de otra persona, no me sorprende y hasta me parece perfectamente justificable en los casos de nuestras bisabuelas, abuelas e incluso en el caso de nuestras madres. La mujer de esas épocas una vez que contrajeran matrimonio adoptaban el apellido del hombre con el quien se casó. Optaba por firmarse con su nombre de pila, su primer apellido y éste seguido del "de" y el apellido de su marido. Es justificable que así lo hiciera porque nuestra ancestra encontró que esa era casi la única forma de ser una señora: Su marido le ofrecía el señorío. La forma externa de expresar al mundo que era una señora, era firmándose y haciéndose llamar con el apellido de su marido -sólo a ese nivel era el uso válido, no a nivel civil-. Lo usaba con ese único propósito: decirle a los demás que se había casado con "Don Fulano" y que ella por tanto era "una Señora de Don Fulano". No me sorprende porque la verdad es que nuestras viejas no tenían mayores posibilidades de conseguir el señorío mediante otra manera. No sólo no me sorprende sino que lo encuentro perfectamente justificable y verdaderamente respetable. Lo que me sorprende sobremanera es ver este uso en las señoras profesionales. No sólo me sorprende sino que me escandaliza cuando quien usa el sobrenombre y el apellido de otra persona es una señora abogada -que de suyo sabe que el uso de nombre falso constituye un delito, que existe legalmente el divorcio, que si la firma no corresponde al nombre, etcétera-. Me dirán que el asunto de la firma es una cuestión antojadiza, que una persona puede firmar como le apetezca y que incluso hasta la huella digital vale como tal… en fin que la firma en todo caso no pasa de ser una "chayotera", que la firma bien puede componerse sólo de rasgos o dibujos y que ésta no necesariamente corresponde al nombre. Digo que tienen razón -y de hecho conozco a un señor que dibuja un ratoncito hasta con sus bigotes… y eso es su firma-. Pero cuando una abogada escoge como firma -no unos rasgos o un dibujo sino- algo cuyo contenido corresponde a letras, letras que unidas entre sí dicen algo y ese algo no es justamente su nombre, en ese caso estamos ante una persona que usa el apellido de otra persona, usa un nombre falso. Más grave me parece aun cuando esa abogada usa su distintivo profesional anteponiéndolo a su nombre ..y peor aun anteponiéndolo a su firma. Es mal visto que debajo de su firma ponga con la máquina de escribir el distintivo "Licda.", es peor todavía que con su propia letra y puño anteponga a su nombre de pila el "Licda." y más horrible es que de seguido agrege el "de" y el apellido de su marido. Dicho de otro modo, el uso de un sobrenombre o antenombre -como en el caso de las "Licdas y la Dras"- y el uso del apellido de otra persona equivaldría a llamarse algo así como María Gerarda TORO BRAVO y firmarse "Pradera DE CONEJO BLANCO", ¿o no?. Lo que digo es que si una mujer cuyo nombre es Maria Ana ALFARO ESQUIVEL, que por ejemplo es abogada y al mismo tiempo está casada con un señor cuyo nombre es Enrique CORRALES ARTAVIA, debe firmarse siguiendo las indicaciones de la "chayotera" -que su firma sea sólo rasgos que en definitiva no dice nada-, o firmarse siguiendo la regla del buen decir, en cuyo caso su firma debe corresponder correctamente con su nombre. ¡No tiene por qué firmar con los detalles de ser una abogada ligada en matrimonio con el señor CORRALES! -Su nombre es María Ana ALFARO ESQUIVEL, así entonces debe firmar-. ¿Por qué entonces va a firmar "Licda. Ana ALFARO DE CORRALES"?, ¿en qué se parecen aquel y éste nombre?. Hay una distancia abismal entre su verdadero nombre y la firma. Tal diferencia salta a la vista rompiendo la pupila. Siguiendo las reglas internacionales del buen entender, imaginemos que nos ponemos dentro de los zapatos de una alemana y que observamos ambos nombres escritos juntos y me dicen que se trata de la misma persona… ¡Jamás lo podría creer! si lo único que tienen de común es como quizá le conozcamos los amigos: Ana ALFARO. Hay cosas peores y también lo he visto. Esas mismas mujeres que usan todavía el distintivo profesional muchas veces incurren en el uso del "Lic." -masculino- en lugar del "Licda." -femenino. Sin ir muy lejos, tenemos que hasta hace muy poco tiempo, por ejemplo el Colegio de Abogados tenía un sólo tipo de carné-machote que decía "El Lic. (espacio para llenarlo con el nombre de la persona, independientemente de su sexo) es abogado incorporado a este Colegio…". Ya esto se solucionó y ahora las Licdas incorporadas al Colegio de Abogados, es decir las abogadas tenemos un carné que en forma adecuada lo indica. El problema es que vivimos en una sociedad eminentemente machista y las mismas mujeres son las que más y así tenemos que por ejemplo muchas colegas continúan llamándose a sí mismas con el término masculino, en todos los grados académicos, en todos los cargos públicos e incluso en casi todos los oficios … ¡Qué inapropiado y qué mal gusto denotan estas señoras!. A propósito, ¿es una "señora" o, es una "señorita" la alcaldesa del pueblo quien tiene escasos veinticinco años de edad y aún está soltera?. Veamos: ¿Señora o señorita? Con ocasión de un discurso inaugural, el encargado de hacerlo habló en los siguientes términos: "Señor Presidente de la República Don Fulano, Señor Presidente de la Corte Suprema de Justicia Don Fulano, Señorita Ministra de Justicia Mengana (¿!qué horror!, le dijo "señorita" y su nombre de pila sin más…!?) Señor Contralor General de la República Don Fulano, Señor Procurador General de la República Don Fulano, estimado público presente…". ¿Qué tiene esto de extraño?, pues que ella -la Ministra de Justicia en este caso- es tan "señora" y tan "doña" como todos ellos lo son. Cuestión de sutilezas me dirán. Yo les digo es cuestión de desconsideración, de irrespeto, de ineducación, de -en una palabra- ¡incultura!. No es natural, no es normal, no es racional ni siquiera es lógico que continuemos pensando, sintiendo y creyendo que una mujer que no ha contraído matrimonio civil (tan válido como el de hecho), o lo que es lo mismo, que continuemos creyendo que una mujer que optó por el estado civil de ser soltera, no se la pueda llamar "señora". Entendámonos bien: ¿Qué es eso del "SEÃ'ORIO" ?. José C. BALAGUÉ DOMÉNECH se inspiró en un artículo titulado La Nostalgia del señorío escrito por Antonio CARALPS Y RIVERA y en la página 77 de una publicación para el mundo del derecho titulada TAPIA, escribió lo siguiente: "Señorío es una cualidad que adorna a los seres humanos, que se convierte en virtud con el uso prolongado, continuado y permanente. No distingue sexos, es tan asexuada como los ángeles. Esmerarse en adquirirla debiera ser la pauta de conducta del ser humano. En algunos seres es innato, puede decirse que es un don. Hay pues quienes nacen con el don del señorío. Les ha sido dado como a otros el don de cantar, pintar o componer. Otros han de adquirirlo, aprehenderlo, conquistarlo por la vía de la educación. …Otros -desgraciadamente una gran mayoría-, no lo adquirirán nunca. Señorío es nobleza de espíritu, de comportamiento; propia estimación; circunspección -en el sentido de seriedad-, decoro; atención; prudencia; sinceridad; generosidad; recato; honor; excelencia; grandeza. Señorío es honrar, respetar e incluso reverenciar a las personas con las que se trata, considerando que el honor, respeto y reverencia se deben al ser humano por el simple hecho de serlo; es decir, la dignidad que merece el ser humano con independencia de su posición, capacidad, edad, sexo, raza, religión, educación y cultura -y por extensión, aun cuando parezca difícil de admitir, incluso- de su conducta. Señorío que habremos de lograr adquiriendo la necesaria fortaleza de espíritu, pues en definitiva señorío es ser el señor de nuestras pasiones y reacciones; lo único que ante las adversidades de la vida hace mantenernos imperturbables. Si eres apasionado por naturaleza en tus apetitos, tus deseos, tus devociones, el apasionamiento que puedas poner en las cosas -en según qué cosas- procura que esa pasión desbordante de tu carácter -esa fuerza interior que pugna por salir al exterior a través de tus ojos, de tus gestos, de tus palabras-, tu interlocutor no lo perciba. Esfuérzate, haz lo posible por sujetar todo apasionamiento a la razón. Aplica tu señorío en el abrazo que des lleno de pasión pero refrenado. Y cuando por algún acontecimiento ajeno a tus aptitudes estén próximas a fallar tus capacidades, recuerda que el señorío todavía tiene un recurso que actúa en forma de mecanismo autogenerador de nuestras potencialidades, consistente en ese delicado sentido mezcla de humor, hilaridad e ironía, el cual habrá de sacarte del atolladero. El señorío es algo desconocido, ignorado en los esquemas inspiradores de las actuales pautas de vivencia, convivencia y conducta. El señorío es hoy un bien perdido aun cuando no desaparecido por completo. Probablemente reaparecerá algún día… Saber de su existencia y no gozar de sus placeres produce un desasosiego, una desazón, una aflicción, al fin sólo soportables por el señorío que uno advierte lleva dentro." Detengámonos un momento y sin pretensiones de hacer historia recordemos que, en la época del feudalismo por ejemplo, sólo eran "señores" los señores feudales y "señora" su esposa; sus hijos eran "señorito" y "señorita" porque estaban en vías de llegar a ser un "señor" o una "señora", igual que su padre o que su madre. Excepto las personas con títulos nobiliarios, todas las demás eran simplemente vasallos, siervos o esclavos -a pesar de su edad-. Posteriormente y con los títulos académicos y los cargos públicos de relevancia en manos de personas que no pertenecían a la nobleza, quienes los obstentaban también eran "señores". El alcalde del lugar era el "Señor Alcalde" y "Señora Alcaldesa" su esposa. Como ni el tiempo ni la historia se detienen, las mujeres conseguimos estudiar y obtuvimos -al igual que los hombres-, títulos académicos primero y cargos públicos después. La "Señora Alcaldesa" lo es ahora por mérito propio y no porque un "señor" le da tal dignidad mediante el matrimonio. La alcaldesa, la jueza, la ministra, la diputada, la contralora, la procuradora, etcétera, es una "señora" por sí misma. Estos son simples cargos y no es precisamente por ello que la mujer acreditó ser una "señora". Tan "señora" es ésta que ostenta un cargo público, como aquella otra mujer que obtiene un título académico -con sus escasos veinte o veintitrés años, edad promedio para egresar con una licenciatura en cualquier carrera universitaria-, momentos en los cuales será también "doña". Pero vamos más allá y éstas señoras serán tan "señoras" -con su cargo público o su título académico o ambos a la vez-, como aquella otra mujer mayor sin ostentar cargo ni título alguno. Es decir, será una "señora" tanto una profesional con o sin cargo de veinte años, como una mujer no profesional con o sin cargo de veinticinco años. Todo ello es totalmente independiente de que esta señora esté o no casada, divorciada o bínuba. Dicho de otro modo, con el sólo transcurso del tiempo una mujer será una "señora" -sin marido, sin título y sin cargo algunos-. Se obtiene simplemente dejando que el tiempo haga lo suyo y dejando que llegue la edad oportuna. Como vemos, una "señora" no lo es necesariamente mediante el matrimonio. Digámoslo así: en la época de nuestras bisabuelas la edad para contraer matrimonio fue los trece años, la de nuestras abuelas los quince, la de nuestras madres los dieciocho, la nuestra los veinticinco y la de nuestras hijas los treinta -y estos son datos tan verídicos como que el número de hijos descendió de doce a ocho a cinco a tres y ahora o dentro de muy pronto a uno-. Pasada la edad promedio que marca la estadística actual como edad para el matrimonio de la mujer -ya que la edad del hombre es mayor y de todas formas pasado lo que el tiempo hace será siempre un señor, esté o no casado (nadie se atreve a decirle hoy por hoy señorito a un "cuarentón" no casado!, sin embargo volveremos con ésto más adelante)-. Retomando, digo categóricamente que pasados los veinticinco años, una mujer es una "señora". Y lo es -como repito- sin título, sin cargo y sin marido … lo es por sólo dejar que el transcurso temporal haga lo propio y la edad se encargue de ello. Sea, se lo ha ganado sin hacer otra cosa más que esperar su cumpleaños número veinticinco. Me quedé de una sola pieza cuando después de escuchar que el orador dijo: "Señor Presidente Don Fulano de Tal" agregó "Señorita Ministra de Justicia Fulanita de Tal"¿?. Dos cosas pasaron por mi cabeza: no es una Señorita -es un "Señora"- y si es una Doña -tan doña como todos ellos son "Dones"-. En resumida cuenta, la mujer tiene una edad para ser niña, una para ser adolescente y otra adulta. La niña será "niña" cuando niña, la adolescente será "señorita" cuando adolescente y la adulta será "señora" cuando adulta. En otras latitudes la mujer es "Doña" una vez que termina la secundaria, simplemente por ser una mujer adulta será una "Señora". Mayor razón encontramos cuando esta señora pasó con holgura los veinticinco, certifica varios títulos y grados académicos y ostenta cargos públicos de verdadera importancia. No seamos necios y reconozcamos a una "Señora" cuando la tengamos delante. Pero mucho cuidado con ésto: si llamamos a una señora "señora" y ella nos advierte que es "señorita", ella es feliz creyéndolo y nosotros la haremos aun más respetándola. Al final nosotros hemos cumplido con lo que ya sabemos y es ella la feliz -aunque a todas luces ilógica e incluso muy inculta-. Es importante que tengamos presente que en tratándose de los hombres el detalle del estado civil no es relevante para llamarles "Señor-Don",… ellos después de adultos son siempre "señores", lo has notado?. Es curioso, pero en nuestro medio los señores nunca son "señoritos", en ellos pasa inadvertido los detalles que hemos mencionado y sobre todo si es o no casado. Mejor estaría que se calificara el señorío de conformidad con lo que Don Antonio CARALPS RIVERA nos ha apuntado líneas atrás. Pues tengamos la misma consideración que tenemos con los señores para con las señoras y hagamos práctica de la igualdad real y social entre ellos y nosotras. Ahora que digo otra vez "Antonio CARALPS RIVERA", ¿notaron a lo largo de todo este escrito -esta nota incluida, ¿nota?, sí ¡notísima!-, que siempre he utilizado el nombre de pila en minúscula y los apellidos con mayúscula?, pues bueno éste es tema del mismo rollo y dice: Los nombres de la personas físicas se escriben así: Como en todo, trabajar para otros tiene, sus ventajas y sus desventajas. No viene al caso y por ello no hablaremos de las desventajas. Sobre las ventajas anoto una y es que no tengo que ocuparme de pagar la luz, el agua, la secretaria y esas cosas y además me llega al escritorio cada día La Gaceta -y quizá sea éste el único periódico que me molesto en leer-. Resulta ser que es muy entretenido que en el periódico oficial aparezcan tanta información acerca de proyectos, leyes, reglamentos, acuerdos, nombramientos, ceses, marcas, naturalizaciones, etcétera… pero sobre todo me resulta interesante que precisamente en este periódico aparezcan tantísimas faltas de formato. Ãsnicamente señalaré lo relacionado con los nombres propios de los seres humanos, sea la forma como somos llamadas las personas físicas. Me voy a tomar una molestia mayor: Voy a buscar uno viejo … y aquí tengo a mano el periódico de el viernes 17 de junio de 1.994, N( 116: voy a anotar algunos ejemplos a los que posteriormente le haré un breve comentario a cada uno. George Albert Webb Choiseul (pág.15) … ¿Cúal o cuáles es el nombre de pila y cúal o cuales son sus apellidos?, definitivamente no tengo cómo saberlo, pero mi intuición me dice que probablemente se llama lo que en castellano solemos conocer por Jorge Alberto en cuyo caso sus apellidos son los dos restantes pero no tengo la posibilidad de saber si se trata de uno o de dos aunque intuyo que se trata de dos apellidos ya que de lo contrario quizá estarían separados por un guión. Dennis Alvarado Bonilla, divorciado, licenciado, cédula… Denise Garnier Acuña, abogada, cédula… (ambos en pág. 15) En este caso no tengo mayores problemas porque conozco los cuatro apellidos en los dos ejemplos precedentes, sin embargo el problema aparece por el nombre de pila -y con otro detalle que anotaré-. ¿Quién pertenece al sexo femenino y quién al masculino?. Porque continúo leyendo y en uno dice que es licenciado y en otro que es abogada deduzco que Dennis es el varón en tanto que el nombre de la otra persona es de una mujer. Por cierto, notemos cómo al primero de estos ejemplos le ponen que es divorciado y que es licenciado y ni siquiera se nos dice en qué -cómo si para estos efectos a alguien le importara-, aquí lo que realmente importa es que se diga su profesión, no su grado académico, deduzco que en realidad es abogado porque normalmente los apoderados generalísimos lo son y porque en nuestro medio existe la aberrante costumbre de decirle licenciados a los abogados -tan aberrante como decirle doctores a los médicos-. Serge Francois Lorenzin, divorciado… (pág. 16) ¡Aquí definitivamente quedé lista!, ¿cómo hago para saber cuál es el nombre y cuáles los apellidos?, no tengo modo alguno aunque la intuición me dice que es probable que sea Lorenzin porque es muy semejante al nombre castellano Lorenzo… luego no es propio en un periódico oficial que le llamen por el nombre de cariño entre los amigos (de Carlos Carlín, de Pepe Pepín vg.), de ahí que deduzco que no, que definitivamente el nombre de pila ha de ser Serge…además porque en todos los casos anteriores el nombre de pila aparece el primero en tanto que los apellidos en segundo lugar y asunto resuelto. Pero bueno, todavía me queda una duda: es éste un nombre de hombre o de mujer?, continúo leyendo y porque dice que es divorciado -lo que para estos efectos a nadie le importa, ya que lo que en verdad importa es su número de cédula a efecto de identificarle- es que sé que se trata de un señor. Manuel de Oña Ferre… (pág. 17) En este caso no tengo problema alguno en saber que se trata de un señor y que su nombre es Manuel en tanto que el resto se trata de sus apellidos. El asunto está en que si en este caso su nombre fuera Manuela ¡sí que tendría problemas con sus apellidos!. Tendría problemas porque en primer lugar los apellidos que tienen antepuesto un de normalmente se escribe ese De así con mayúscula y por otra parte existe la fea costumbre en nuestro medio de que las señores se ponen el apellido de sus maridos… Es decir, si en el periódico apareciera Manuela De Oña Ferre yo no tendría manera de saber si esos son sus verdaderos apellidos, o si es que ella está usando el apellido de su marido. Lucila de Pedro Fernández… (pág. 27) ¿Lo ven?, aquí hay un ejemplo del que veníamos hablando, sólo que no lo tengo tan difícil porque deduzco lo siguiente: Esta señora es de primer apellido de Pedro, porque si fuera que está poniéndose que ella es de su marido, posiblemente haya escrito un apellido y no un nombre de pila (conozco a las mujeres que se ponen por ejemplo "María de FONSECA" porque su marido se llama "José FONSECA" o "Ana de RUIZ" porque su marido es "Luis RUIZ", pero nunca jamás he sabido que se pongan por ejemplo

Partes: 1, 2, 3
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