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Del mono generalista al ?homo sapiens?,

Enviado por jj.goni


    1. Introduccion
    2. La otra teoría de la evolución
    3. La ruptura con lo natural y el concepto de tiempo
    4. Llegan los primeros instrumentos
    5. El retorno a la especialización
    6. Reflexiones sobre el futuro

     

    Introduccion

    No sabemos mucho acerca de cómo la especie humana se separó del resto del mundo animal. Tan sólo podemos afirmar que nuestros parientes más cercanos, los chimpancés, pertenecen a una estirpe lejana a la nuestra en 2 ó 3 millones de años. Resulta difícil imaginar una vinculación especial entre chimpancés y humanos. Sin duda, el camino que ha separado a ambas especies es largo, pero ¿cuál fue el punto de la bifurcación? ¿Por qué ocurrió?

    Las investigaciones antropológicas no han logrado responder a estas preguntas. Por ello no pretendo resolver científicamente estas incógnitas, sino realizar una aproximación ensayista en busca de una interpretación de lo que pudo ocurrir.

    Los humanos somos distintos a los animales, aunque provenimos de un espacio genético común compartido con otros primates. Sin embargo, en algún momento humanos y primates iniciaron, por motivos que desconocemos, un camino por separado. Se produjo lo que he dado en llamar una bifurcación. Este camino que llevó a los humanos a alcanzar su capacidad mental se produjo respecto a todas las especies animales que poblaban la tierra. Debió existir una estrategia diferenciadora del ser prehumano respecto a sus parientes más próximos, los primates, y también respecto al resto de los seres vivos. Esta estrategia es sólo explicable si se basa en un planteamiento opuesto al que siguieron los demás seres vivientes. El resultado fue singular e irrepetible, y determinó la separación rápida y profunda de todas las otras especies.

    Veamos que hicieron los demás seres vivientes de la mano del naturalista Charles Darwin. Él nos legó una teoría que basa la evolución de las especies en los cambios provocados por la adaptación. Las modificaciones del medio fuerzan la adaptación por la regla de la supervivencia del mejor adaptado, provocando la adopción de mutaciones o cambios exitosos frente a las nuevas circunstancias. El cambio es continuo en cada especie. Surgen crisis que provocan la extinción, cuando la dimensión o rapidez del cambio no permite a la especie adaptarse al cambio con la agilidad necesaria.

    Pero, ¿puede este mecanismo conducir y explicar la evolución y la posición de la especie humana en nuestros días? ¿Es el mecanismo de adaptación al medio el que nos hace evolucionar? ¿O lo fue en algún momento? ¿Qué papel representó la adaptación física y mental totalmente diferente de otras especies?

    Si lo común de todas las especies animales es la adaptación basada en la especialización, ¿no podrá ser que existió un camino exitoso fuera de esta regla general? Si trabajamos desde esta hipótesis, que es una proposición no demostrada, vamos a recorrer un camino partiendo de la hipótesis contraria a la propuesta por Darwin.

    La otra teoría de la evolución

    ¿Qué ocurriría si una especie, nuestros primates antecesores, por un cambio en el medio se encuentra en un nuevo entorno en el que sus competencias o destrezas no sirven ya como en el anterior medio, pero tampoco son tan inservibles como para provocar su extinción? Si esta especie no se especializa, si no es mejor en casi nada, ¿estará irremediablemente condenada a la extinción? No siendo quien más corre, quien mejor trepa, quien mejor olfatea, quien más oye, ¿Cómo es posible competir? He aquí, que estando cerrado, por la necesidad rápida de adaptación y competencia en el medio, el camino habitual de la modificación y especialización, sólo es posible intentar el camino contrario, el de la visión generalista pero integradora.

    Ésta pudiera ser la primera actitud innovadora de nuestra especie, y seguramente lo único que nos sigue diferenciando con contundencia de las restantes especies. Este espíritu de buscar soluciones, de innovar para sobrevivir, de hacer y construir lo nuevo es, sin duda, la primera chispa de lo que hoy llamamos tecnología. Este hábito fue adquirido para siempre por la especie. Se rompieron las reglas y la especie triunfó respecto a todos sus competidores y sus antiguas reglas de especialización y adaptación al entorno. Desde aquel punto sin retorno en la historia todo ha sido un mismo camino que nos ha llevado a buscar lo nuevo y que nos ha permitido millones de años después llegar a la luna. La especie humana ha transitado de la posición pasiva del devenir de la naturaleza y de hacer de ésta la regla de la selección de las especies, a la actitud activa de enfrentarse a los problemas desde la búsqueda de la mejor solución para sobrevivir.

    La primera gran innovación fue romper la regla imperante, emprender el camino por la senda contraria a todos los demás y hacer de la actitud generalista o de la no-especialización el punto fuerte para competir, es decir, emplear nuevas armas no existentes en el momento. La necesidad de sobrevivir y competir basada en la actitud generalista, ha llevado a la especie humana a desarrollar otras capacidades, no necesarias en otras especies, que han hecho de nuestro amigo el mono generalista un ser superior a los demás miembros de la naturaleza, pero que se ha alejado de manera progresiva de ese espacio donde no puede competir con ventaja, al menos individualmente.

    El comportamiento ganador en la naturaleza es el que lleva a intentar ajustarse lo más posible a sus condiciones cambiantes, a ser rápido para competir por recursos escasos, a desarrollar los sentidos al extremo de poder apreciar y evaluar el entorno en segundos. Todo ello profundiza en la estrategia de la diferenciación para competir, algo que no hizo o no pudo hacer la especie humana.

    Por el contrario, al ser generalista, aquella especie enfrentó el problema desde la primera, y quizás más importante, innovación jamás ocurrida. La debilidad individual tuvo que ser reemplazada por la potencial fortaleza del grupo, pero no a modo de complemento a la especialización como ya sucede en otras especies, sino como recurso principal. Mis sentidos, debieron pensar, son débiles en comparación con otras especies, pero puedo emplear los del resto de mis semejantes si sé comunicarme con gran eficacia e intercambiar información de manera precisa. A cambio yo debo comunicar lo que percibo del entorno para resolver el problema de otros. Surge así una nueva necesidad que es la de desarrollar un código de comunicación lo más rico en detalles y contenidos posible, que permita superar las capacidades naturales de la captura inmediata de los sensorialmente mejor dotados.

    La ruptura con lo natural y el concepto de tiempo

    Intercambiar información con otros supone capturarla, almacenarla, y transmitirla. Captar para comunicar es muy distinto a sentir, es separar la sensación de la acción-comunicación, separar lo percibido de lo comunicable, separar lo inmediato de lo posible en un futuro próximo. Surge así la sensación de tiempo como la distancia entre acciones. Esta primera ruptura con lo natural exige interiorizar el tiempo, una sensación que ordena las capturas de los sentidos, clasifica y borra los almacenamientos de sensaciones y los espacios para la secuencia de la comunicación con el resto de la especie. Nos encargamos de construirnos un reloj mental que no tiene nada que ver con el reloj natural. La estructuración del tiempo es un concepto sustancial de este desarrollo de la comunicación.

    Entender el tiempo y saber emplear este recurso es un logro trascendental que inicia el camino hacia la racionalidad. Pero esto sólo no basta, y para sobrevivir siendo generalistas necesitamos potenciar nuevas habilidades y desarrollar mecanismos que nos ayuden en la comunicación y en la reflexión. Separando los sentidos de la acción, el sistema nervioso y el sensorial se convierten en los ejes principales del desarrollo de la especie, ya que implican la capacidad de representar la información, de comunicar de forma eficaz y de asociar a una información disponible ahora otras circunstancias anteriores de hechos experimentados.

    Este proceso de acceder a información anterior y combinarla con otra nueva es un proceso de reflexión. Pero todo este cúmulo de nuevas formas de resolver los problemas pueden tener un punto débil y es el de la escasa velocidad en el despliegue de toda la secuencia de razonamiento. Cualquier proceso de reflexión no sirve sino para aportar resultados elaborados para una respuesta más certera en menos tiempo, y para apoyar la acción, filtrando o cualificando la información percibida directamente o a través de otros. Reflexionar sirve para el futuro, es decir, para prever lo que ocurrirá.

    La actitud generalista de la especie humana abrió un camino sin precedentes. Desde entonces podemos decir que el ser humano lo hace casi todo peor que muchas especies animales, pero hace un poco de casi todo. Corre, nada, salta, ve, grita, y oye mejor que unos y mucho peor que otros, en todas las disciplinas tiene especialistas del reino animal que lo hacen mucho mejor. El humano es capaz de vivir en cualquier clima, se alimenta de múltiples alimentos, vive en diferentes espacios naturales, habla múltiples lenguajes, y emplea multitud de símbolos colectivos, pero sobre todo desarrolla con extremada sofisticación y detalle de forma incesante nuevos lenguajes. Sin duda, comunicándose y creando comunicación se desarrolló esta especie.

    Esta percepción comunicada en diferido a través del lenguaje permite también desarrollar el pensamiento sobre lo que ya no es sentimiento, sobre lo que reside en un formato almacenado, y con ello permite el desarrollo de lo abstracto, y en consecuencia, permite plantear las grandes preguntas sobre lo que no existe como las cosas, sobre el origen y el destino, sobre el propio pensamiento. El pensamiento se descubre a sí mismo y el hombre desarrolla más y más el lenguaje para dar cabida a esta combinación infinita de las percepciones, de sus versiones almacenadas, de las simbologías, de los pensamientos y almacenamientos de los modelos de acción. La información, el lenguaje, la reflexión y la comunicación se encarnan en el entendimiento superior de las cosas, en el dominio del saber y de la abstracción.

    Tras representar mentalmente la realidad, el ser humano adquiere y desarrolla la noción de tiempo, que es lo que separa el sentir del actuar. Esta dimensión no es importante en los animales. Al estímulo le sigue la acción y, cuando ésta es rápida y acertada, el éxito está asegurado. Para nosotros sentimiento y acción deben estar separados por la reflexión, en tanto que somos conscientes de ello entendemos el tiempo. El tiempo va unido a la simbología, a la memoria que separa el pasado del futuro, a la capacidad de recordar como sucedió en otras ocasiones para apoyar la reflexión. La especulación mental sin contacto con la naturaleza estaría seguramente operando en ausencia del tiempo, y aquella fuera del ámbito de los sentidos nos permite desarrollar nuevos lenguajes simbólicos, que están fuera de lo que el entorno de lo natural nos proporciona. En este punto también desarrollamos lo único que sabemos hacer mejor que el resto de los animales que es crear símbolos, proyectarnos en el tiempo, crear y asociar ideas, que nos hablan de los porqués y fines de las cosas. Así satisfacemos una necesidad que nos hemos creado, que llevamos dentro como el entender los fundamentos de la propia naturaleza. Este afán de descubrir los porqués de nosotros mismos no deja de ser una arrogancia muy humana de salir de nuestra existencia para volver a contemplarla como algo ajeno a nosotros mismos.

    Todo este complicado devenir que implica el desarrollo del intelecto se acompaña del correspondiente enriquecimiento de lo social. Así el objetivo original de los humanos de ayudarse para sobrevivir físicamente, se convierte en ayudarse para comunicarse e interpretar de forma conjunta los problemas cotidianos y los elementos abstractos de los que nos dotamos. De esta manera, generación en generación, la especie progresa sobre la base de una cohesión social basada en la mejora de sus capacidades de comunicación y de resolución colectiva de problemas fundamentada en la tecnología, que sustituye a la competencia por especialización sensorial propia de los restantes animales.

    Una vez producido este giro irreversible, el progreso y la supervivencia de las distintas sociedades se ha basado en la capacidad de desarrollo tecnológico para avanzar como grupo. En este punto se consuma la separación con el resto de seres vivientes. El camino del mono generalista fue ampliándose con habilidades de comunicación, simbología, tecnología, con la necesaria interpretación del mundo real y, en consecuencia, con la creación de un mundo ideal, un imaginario nuevo y exclusivo del ser humano.

    Llegan los primeros instrumentos

    Tanta falta de especialización y su poderosa capacidad de reflexionar llevó al ser humano a competir desarrollando instrumentos. El "homo generalista", al separar la acción de las consecuencias, es capaz también de concebir elementos mediadores entre el objetivo deseado y la situación de partida. Crea el instrumento imaginando cómo resolver cosas, imaginando una forma de actuar con un instrumento que no existe, creando con ello un nuevo medio y una forma de uso tampoco existente.

    El hombre que imagina, construye y ensaya instrumentos, refinando progresivamente este saber, crea las bases de la tecnología. De la experimentación aprende y establece reglas de comportamiento, que es capaz de transmitir a otros en el lenguaje de los símbolos. Así puede enseñar a otros para ahorrar tiempo en volver a experimentar. El conocimiento de la experiencia se deposita en el lenguaje y en los símbolos, y acumula saber de generación en generación. Al principio de forma rudimentaria, de padres a hijos, pero la sofisticación del saber requiere nuevos instrumentos de aprendizaje como la escritura.

    La especie humana alcanza así el carácter enciclopédico y el valor del saber. Saber para predecir comportamientos, para anticiparse a las circunstancias de cómo serán las cosas, para hacer que las cosas se comporten como queremos o como sabemos que se han de comportar. Esta capacidad de predecir nos hace capaces de inventar instrumentos complejos que hacen cosas de una manera diseñada de antemano, de una manera automática y con una alta fiabilidad. El pequeño instrumento manual, cede paso a la máquina y ésta, en sofisticaciones sucesivas, nos lleva a sistemas complejos.

    Las máquinas fabrican máquinas en un constante proceso de alejamiento de la mano del hombre y en un desarrollo exponencial de los conocimientos multidisciplinares. Las máquinas dirigidas por hombres son capaces de fabricar y de crear espacios de grandes dimensiones donde el hombre se protege de la propia naturaleza de la que surgió y de los restantes animales que viven en ella. Ya no le preocupan éstos y por tanto competir con ellos, pues su vida está dentro de los propios objetos que construye. Su ciudad es una nueva naturaleza, una segunda naturaleza, un mundo tan complejo y tan grande que exige una nueva especialización. En los próximos años (sobre el 2020) el crecimiento de las megalópolis hará que un 70 % de la población mundial viva en las urbes. Se estará consumando el abandono, quizás definitivo, de la primera naturaleza.

    El hombre desde la primera naturaleza y en su progresivo alejamiento de ella desarrolla dos planos específicos del saber: el saber porqué, que le lleva al dominio de la filosofía y el pensamiento, y el saber cómo que le lleva a dominar la naturaleza y a desarrollar el saber científico y tecnológico. Dos saberes ineludiblemente relacionados que surgen de la separación del sentir y el actuar. La religión y la azada con las que el hombre medieval encaraba su vida, hoy se sustituyen por la política y el coche, o por la formación y la tecnología.

    Es importante entender que el hombre como colectivo se ha salido parcialmente de la naturaleza y continúa moviéndose con gran rapidez en esa dirección, y ha creado una segunda naturaleza construida con productos hechos por y para el hombre. Esta nueva naturaleza se hace compleja por su globalidad y exige que el hombre haga lo que dejó de hacer muchos millones de años atrás. En este entorno sí quiere competir y, por ello, el ser humano vuelve a hacerse especialista. Requiere más de 20 años para capturar todo el saber que le es necesario para desenvolverse en esta segunda naturaleza.

    El retorno a la especialización

    El trabajo ha ido evolucionando a lo largo de la historia asociado a la organización de los modos de obtener los recursos necesarios para la supervivencia. En las primeras etapas de la humanidad, en éstas en la que la caza, la recolección y la agricultura ocupaban el tiempo para conseguir los alimentos, la especie humana desarrollaba una actividad física intensa y dependía de ella su capacidad de sobrevivir.

    Pero la aparición de las herramientas cambió el escenario y se fue imponiendo la especialización en las formas de trabajar. La fuerza bruta se deriva hacia los animales, a los que se provee de aperos y sistemas de aprovechamiento de su capacidad de trabajo. Así el labrador y el conductor de carros desarrollan habilidades para dirigir a otros seres con mayor fuerza que ellos, transformando la domesticación de animales en una fuente importante de disponibilidad de energía. Pero a pesar de todo, la fuerza corporal era requisito indispensable de la capacidad de trabajo en la agricultura.

    Es a finales del siglo XIX cuando surge con gran fuerza la capacidad de controlar la energía, que permite su explotación allá donde se desea y aplicarla a un sinfín de artilugios mecánicos y eléctricos. El trabajo se transforma en el manejo de estas máquinas que se maniobran a través de movimientos de piernas y brazos. El hombre ejerce las tareas más complejas y menos esforzadas. La energía consumida por las máquinas mueve los objetos, los desplaza de un sitio a otro y dispone de una capacidad de trabajo imposible de ser desarrollada por individuos aislados, ni siquiera por grupos de ellos.

    El trabajo ya no se basa en la fortaleza física, sino en saber manejar con habilidad máquinas. El puesto de trabajo empieza a hacerse más sedentario, y el asiento de la máquina, y del puesto de control empiezan a restar movilidad al individuo que trabaja. En este escenario una pequeña parte de los trabajadores empieza a utilizar máquinas manuales, donde el teclado sirve de entrada a muchas de ellas y se convierte en un instrumento fundamental. Se pasa a depender de las manos y de la vista para realizar la mayoría de los trabajos en las oficinas. El trabajo sobre papeles y máquinas que manejan papeles junto al teléfono constituyen la quintaesencia de la labor de los trabajos administrativos. La mecanografía nos exige una rapidez en el manejo de los teclados y el resto del cuerpo está inactivo, en espera de terminar estos trabajos para ponerse en funcionamiento, para caminar y relajarse un poco o ir al gimnasio.

    De la era de las máquinas manuales pasamos a la era digital. Los ordenadores lo ocupan todo y poco a poco todos los instrumentos de información y manejo de datos se convierten en equipos digitales que incorporan nuevos medios de manipulación. El ordenador incorpora el ratón, ese instrumento que, gracias a la interactividad e inteligencia embebida en los programas informáticos, nos permite pasar de decir lo que queremos de una forma explícita, a elegir entre las opciones que se nos ofrecen. El "click" del ratón vuelve a mermar el uso de nuestro cuerpo. El trabajo de oficina es ya digital y en su desarrollo utilizamos cada vez más información existente, introducida por otros o fabricada por el ordenador. La información existente crece, y con su reutilización y reordenación podemos producir otros "items" de información de gran valor.

    Estamos trabajando con la vista y un dedo, alejados sobremanera de las formas primitivas de trabajo físico, donde músculos más que cerebro eran la clave para ejecutar lo necesario. Esto ha cambiado para siempre, y volvemos a trabajar físicamente practicando deporte, como un hobby que beneficia nuestra salud y que nos descansa de la tarea cada vez más intelectual y menos física. Trabajaremos cada vez más con el cerebro y menos con los músculos y el trabajo del saber y del conocimiento se apoyará en los ordenadores. El "homo pensante" empleará una tecnología más sofisticada como la tecnología de la información.

    La naturaleza de las cosas fabricadas es la segunda naturaleza. La revolución industrial completa este ciclo del dominio de los instrumentos a escala planetaria y el hombre que domina la energía y la materia construye sus propios nidos, se desarrolla en unos espacios que el mismo construye, que son aislados de la naturaleza y reducidos en dimensión. El recurso productivo ya no es la mano de obra sino el saber hacer, el tener la capacidad de emplear la tecnología, la energía y, en definitiva, el dominio de las cosas.

    Este nuevo escenario promueve cambios sustánciales. Así como la naturaleza busca la diferenciación y por ello los destinos y formas son de creciente variedad, el dominio de la tecnología y la producción masiva fomentan la similitud, la igualdad de los usos de los bienes y servicios. En la segunda naturaleza lo uniforme y monótono sustituye a la variedad y la especialización de la primera naturaleza. A pesar de la aparente libertad y de la democracia que respeta la variedad de actuación, los comportamientos sociales se mimetizan y se camina a un mundo de similares. Nacemos con la posibilidad de ser distintos y morimos prácticamente iguales.

    Todas las ciudades se parecen y hacen una realidad aquel eslogan de una agencia de turismo: "Viaje ahora, antes de que todo el mundo sea igual". Esta segunda naturaleza, que trae lo que llamamos progreso o más bien disponibilidad de un entorno confortable, que minimiza los riesgos y los esfuerzos físicos y que nos suministra múltiples objetos fruto de la imaginación y de la capacidad constructiva de la industria, nos lleva a la ausencia de diferenciación de los usos y costumbres. Éstas en sus expresiones más rurales se extinguen y se pretenden conservar en régimen de invernadero en los museos y en el folklore, fuera de su entorno natural, y se convierten en fuentes de atractivo e interés cultural que nos retorna al pasado, a lo que no volverá a ser nunca como fue.

    La ciudad desemboca en la pérdida de identidad cultural, en la eliminación de los ritos y la sustitución masiva de éstos por los derivados de los masivos medios de comunicación. Al incrementar la complejidad y el número de individuos alrededor de unos recursos compartidos, se incrementan las necesidades de comunicación. Tanta información indiscriminada llega a generar una tendencia a la superficialidad en la información y en la comunicación y a la ausencia de la reflexión y del pensamiento.

    Otras consecuencias de este nuevo escenario son el incremento de la esperanza de vida, el aumento del consumo y una constante añoranza de la primera naturaleza, reflejada en el interés por lo ambiental, las vacaciones en la naturaleza y el retorno hacia el campo de los más pudientes. Este interés también se manifiesta en las actividades deportivas. Lo que antes era trabajo físico, cuando el poco tiempo disponible se dedicaba a descansar, se ha invertido por el trabajo sedentario y la afición deportiva en el escaso tiempo de descanso. El deporte es el retorno a la versión primitiva de la primera naturaleza en formato urbano, es regresar a los modos de actividad con la naturaleza, aunque los encerramos en los estadios, en los pabellones de deporte, para aislarnos una vez más de un entorno añorado, pero que ahora nos es hostil y extraño.

    Reflexiones sobre el futuro

    Estamos en el fin de la era industrial que ha alcanzado su auge en los últimos años del siglo XX, en la culminación de una era que no vamos a abandonar, sino a convertir en un nuevo peldaño hacia un escenario nuevo, quizás hacia una tercera naturaleza. ¿Pero cuál es el giro, la nueva noticia que nos puede llevar a construir sobre lo ya construido un nuevo espacio, una nueva ciudad, un nuevo modo de sentir, de ver, de pensar?

    Se trata de una tecnología que se aplica sobre el conocimiento, sobre lo no tangible, sobre el saber y la capacidad de comunicarse, una tecnología que supera los límites espacio-temporales. Son los medios de telecomunicación, los que superpuestos en la segunda naturaleza están creando estos nuevos espacios de lo llamado virtual, que es como lo real, pero no es un objeto físico.

    Este nuevo camino hace que la interrelación entre personas, países y economías crezca sin cesar. Todo objeto de comunicación y de transferencia de información entre personas es manipulable por medio de los ordenadores de forma rápida, barata y reubicable, no importa en qué lugar del mundo. La digitalización de cualquier contenido de información permite crear espacios nuevos, hasta ahora no imaginables.

    No sabemos si esta nueva capacidad unida a la capacidad de producción propia de la segunda generación, hará del trabajo intelectual lo que esta última hizo del trabajo físico. Es decir, si el trabajo físico se ha convertido en deporte, puede que el trabajo intelectual se convierta en entretenimiento y competición de saberes.

    Así, puede pensarse que en la tercera generación se desarrollarán los llamados "metas", el metaconocimiento o el conocer sobre el cómo conocer, la metainformación o la información sobre la información, o la metatecnología o la tecnología que gobierna la tecnología. Casi todo está por descubrir en este nuevo espacio de conocimientos empaquetados, combinables e intercambiables.

    La distancia entre los que empiezan a estar en este nuevo espacio de la tercera naturaleza, y los que aún no saben nada de ella se acrecienta. La distancia no se mide ya en kilómetros, sino en formas de pensar, explicar la vida y recorrer este maratón tecnológico. Algunos, que son la mayoría, están en la primera naturaleza, los más en condiciones de miseria, mientras los menos en los países industrializados establecen los criterios de la nueva economía, y se acercan a la tercera naturaleza con el empleo intensivo de las telecomunicaciones y la informática. Los primeros se mueven hacia las ciudades desprovistos de conocimientos suficientes para adentrarse en el ámbito de la producción industrial. Se producen situaciones dramáticas de marginación. La tecnología provoca que no se requiera tanta mano de obra como la disponible y la distancia entre ricos y pobres crece impulsada por las diferencias de conocimiento, de saber hacer y de tecnología no transferida.

    En cada una de las tres naturalezas las capacidades discriminantes y generadoras de estatus y valor cambian, pero lo hacen de forma drástica, y lo que sirve en unas no vale nada en otras. El tránsito entre ellas es a costa de grandes sufrimientos debido a la inadaptación de generaciones enteras que transitan con casi nulos recursos hacia un "mundo mejor". Lo hacen por el futuro de sus hijos, por ese sentido de conservación y continuidad que llevamos dentro. Se da la paradoja de que existen grupos humanos que, aún viviendo muy cerca entre sí, viven a una gran distancia en el tiempo, quizás de doscientos o trescientos años en sus medios de confort, sistemas de sanidad, acceso a la educación y, en definitiva, de calidad de vida. Muchos de los conflictos políticos, económicos y sociales obedecen a una prisa difícilmente explicable (llevamos en la tierra 1,8 millones de años) de superar las distancias culturales, de imponer un veloz tránsito económico y de competencias personales y de crear unas tensiones generacionales en los pueblos a través de las tres naturalezas, intentando que todo ocurra en unas pocas decenas de años.

    Estas barreras del tiempo sólo se derriban a través de la cultura, de la formación del conocimiento, de la liberación personal, de la capacidad de entender y comprender a los otros. Todo ello, queramos o no, en detrimento de lo local, de la cultura singular fruto de un entorno cerrado, especial, parcialmente incomunicado y en una imparable secuencia de recorrido desde la primera naturaleza a la tercera, desde la agricultura al reino de lo simbólico y lo virtual, desde la familia o grupo unido a un territorio al reino de la comunicación global, desde la familia y el relevo generacional a la generación del aislamiento comunicacional.

    Las distancias no cesan de crecer entre personas y pueblos, y aún no sabemos la capacidad de tensión que puede suponer mantener estas distancias, pero parece claro que hay que introducir una nueva línea de pensamiento para resolver los problemas que se están creando en la complicada adaptación de las sociedades a este cambio de milenio con la aparición de la tercera naturaleza. ¿Estaremos necesitados de un cambio de estrategia como la que se experimentó en la separación del ser humano del conjunto de las especies animales? El cambio que se avecina requerirá enfoques altamente revolucionarios. Seguramente en algo por lo que nadie apostaría se encuentra el punto de partida.

     

     

     

    Juan José Goñi Zabala

    Director de Proyectos Estratégicos de Ibermática