Personalidad, comunicación y educación. El papel de la interacción profesor-alumno en la educación
Enviado por Lic. Mayelin Garcia Roman
Personalidad, comunicación y educación. El papel de la interacción profesor-alumno en la educación de la personalidad del niño de 6 a 8 años
Resumen:
El presente estudio tiene como objetivo analizar la influencia de la gestión del maestro, durante la interacción profesor-alumno, en la educación de la personalidad del niño de 6 a 8 años.
La investigación responde a una perspectiva metodológica cualitativa y para la recogida de datos se utilizó, como técnica fundamental, la investigación bibliográfico-documental.
En el informe que se presenta se sistematizan elementos teóricos en torno a la personalidad y su evolución, se exponen algunas reflexiones que abordan la influencia del maestro en la educación de la personalidad de los niños en edades comprendidas entre los 6 y los 8 años, se muestran determinadas concepciones respecto a la Comunicación pedagógica, y se destaca la necesidad del conocimiento pedagógico teórico y práctico por parte de los profesores para propiciar un tipo de comunicación que favorezca la educación.
Palabras clave: personalidad, interacción profesor-alumno, niñez mediana, educación de la personalidad, comunicación educativa, educación del carácter.
La personalidad: espejo y reflejo.
"Somos, ante todo, el resultado de lo que la vida ha hecho de nosotros"
Proverbio inglés
Antes de iniciar cualquier valoración en torno a la formación y desarrollo de la personalidad, y de la influencia que sobre ella ejerce la gestión del maestro, se hace imprescindible analizar, al menos someramente, algunas de las múltiples concepciones existentes alrededor de ella.
Una sistematización de las variadas definiciones que se han esgrimido en torno al concepto de personalidad, pudiera arrojar que, en sentido general, esta se refiere a la organización, la integración más compleja y estable de contenidos y funciones psicológicas que intervienen en la regulación y autorregulación del comportamiento en las esferas más relevantes de la vida.
La personalidad es dinámica, constituye una entidad abierta en perenne intercambio con el exterior y tiene como núcleo a la esfera motivacional. Se caracteriza por ser una realidad subjetiva, activa, singular e irrepetible, en cuya base está la unidad de los procesos cognitivos y afectivos, y viene a ser el nivel más complejo de integración de los procesos psicológicos.
En el proceso de desarrollo de la personalidad influyen las llamadas funciones o formaciones motivacionales complejas que, de acuerdo con lo establecido por la bibliografía consultada, son la configuración de sentidos psicológicos en torno a un área determinada de la vida del sujeto.
Existen cinco grandes ramas de estas funciones, que están relacionadas con el sistema de valores, principios, creencias e ideas que afectan al sujeto acerca de la vida y del entorno que le rodea, y pudieran resumirse en: el proyecto de vida, que equivale al sistema de motivos que le permiten al individuo la orientación de su conducta presente en pos de objetos situados temporalmente a largo plazo; la autovaloración, que integra de modo articulado el concepto que tiene la persona de sí misma; los ideales o imágenes idealizadas de lo que se quiere hacer proyectado hacia el futuro; la concepción del mundo, que se expresa de modo diferente en cada sujeto y se articula así mismo hacia lo interno de la personalidad; y las intenciones profesionales, que integran un sistema de contenidos y funciones psicológicas referidas al ámbito profesional.
Desde diversas perspectivas teóricas se han estudiado los factores que condicionan el desarrollo de la personalidad. Refiriéndose indistintamente a ellos como estructura, determinantes o componentes, la mayoría de los estudiosos coincide en que la personalidad tiene un aspecto biológico, en tanto tiene su origen en la información genética; un aspecto social, a partir de que el idioma, la cultura y las costumbres son rasgos que nos permiten establecer diferencias entre las personas; y un componente individual o psicológico. La personalidad, por tanto, es resultado de la propia naturaleza bio-psico-social y espiritual del hombre.
En la génesis de la personalidad se encuentran elementos de origen hereditario y elementos de origen ambiental. La herencia proporciona una constitución física y una dotación genética, mediante las cuales se van a captar los estímulos del medio y se les va a dar respuesta. El ambiente, por su parte, proporciona elementos de interpretación, pautas para dar significado y respuesta a esos estímulos. La influencia simultánea de ambos elementos va a dar origen y a determinar la personalidad de cada individuo, en la cual influirá, además, el elemento subjetivo y el carácter activo del hombre en la construcción de su personalidad, que media la influencia social.
Las distintas teorías psicológicas recalcan determinados aspectos concretos de la personalidad y discrepan unas de otras en torno a su desarrollo, organización y manifestaciones en el comportamiento.
Una de las corrientes de pensamiento más influyentes es el Psicoanálisis, de Freud, que sostenía que los procesos del inconsciente dirigen gran parte del comportamiento de las personas. Para Freud, la personalidad tiene, entre sus estructuras fundamentales, el preconsciente, compuesto por recuerdos y aprendizajes no conscientes, pero que pueden llegar a serlo fácilmente; y el inconsciente, que se compone de deseos y recuerdos reprimidos que quieren encontrar satisfacción. Entre estas dos estructuras sitúa a la censura, a la función de represión, cuya finalidad radica en impedir que pase a la conciencia lo que está en el inconsciente.
Alrededor de 1920, y como consecuencia de una evolución de su pensamiento, Freud propone una nueva estructura de la personalidad: el yo, que se compone de elementos conscientes, preconscientes e inconscientes; el ello, que contiene todas las pulsiones innatas reprimidas; y el superyó, heredero del "complejo de Edipo", que equivale a una moral arcaica que resulta de la interiorización de las prohibiciones sociales.
Otra corriente importante en los estudios de la personalidad es la teoría conductista, representada por psicólogos como B. F. Skinner, quien hace hincapié en el aprendizaje por condicionamiento, y considera al comportamiento humano determinado por sus consecuencias; y Watson, quien es conductista radical, y lleva el elemento social al extremo, al punto de considerar que podía hacer de un niño lo que él quisiera, un delincuente, un artista, etc.
Asimismo, se destaca la teoría del humanista Carl Rogers, el cual asevera que la personalidad se construye a partir de una sola "fuerza de vida", a la que llama la tendencia actualizante. Esto puede definirse como una motivación innata presente en toda forma de vida dirigida a desarrollar sus potenciales hasta el mayor límite posible. Rogers entendía que todas las criaturas persiguen hacer lo mejor de su existencia, y si fallan en su propósito, no será por falta de deseo.
Pese a la variedad de pensamiento en torno al tema, casi todas las teorías vienen a establecer rasgos de la personalidad y crean cierta tipología.
El conductismo interpreta a la personalidad como una conducta habitual aprendida, como un modo estable de dar respuesta a los estímulos ambientales. La teoría de Dollar y Miller, por ejemplo, establece que los rasgos de la personalidad no son sino hábitos, respuestas estables y aprendidas ante determinados estímulos. Estos teóricos insisten en que el aprendizaje se realiza gracias a los esfuerzos que se reciben en el ambiente en que se vive, especialmente a los verbales.
Un estudio de las teorías cognitivas nos lleva a la misma conclusión. Para G. A. Kelly, el hombre estructura el mundo y anticipa los acontecimientos, cada uno posee una gran cantidad de estructuraciones de la realidad. Estas estructuraciones constituyen la personalidad, y la propia experiencia hace que cada individuo vaya alterando sus estructuraciones.
El humanismo, por su lado, subraya el papel de la autoconciencia y la autovaloración en la regulación conductual y el equilibrio emocional. Constituye una visión optimista del ser humano, el cual tiende a la actualización y al comportamiento óptimo. La visión que presenta de la personalidad es holística, integradora y dinámica, haciendo énfasis en los procesos motivacionales conscientes como elementos decisivos en la regulación del comportamiento humano.
Partiendo de estos preceptos podemos afirmar, entonces, que en la formación y desarrollo de la personalidad ejerce un papel fundamental la educación, en tanto en la personalidad se van a expresar los elementos de esta y de la influencia social recibida.
La educación de la personalidad en los niños.
El recorrido educativo institucionalizado, más o menos formalizado, se extiende durante varias etapas de la vida, pero es en los primeros tramos donde adquiere capital importancia. La emergente personalidad, al margen de imprevistos biográficos o de cualquier otra circunstancia incontrolada, se "moldea" en función de la educación proporcionada. En ese sentido, el papel de la educación en las escuelas no está en esculpir la personalidad infantil, sino en facilitar que el propio niño asuma paulatinamente el protagonismo en ese proceso de construcción personal.
Hablar de la educación de la personalidad de un niño implica enfocar el análisis en los factores necesarios e indispensables en la formación integral de la niñez, hacia la determinación de conductas saludables.
Los primeros años de la entrada del niño a la escuela, período reconocido por los estudiosos como "niñez mediana", son esenciales en la formación y desarrollo de su personalidad, puesto que son momentos de muchos cambios en la vida del infante. La llegada a la escuela hace que entre en contacto permanente con el mundo exterior por lo que, en esta etapa, se adquieren rápidamente habilidades físicas, sociales y mentales, la amistad se hace cada vez más importante e independizarse paulatinamente de la familia se convierte en una meta relevante.
Jean Piaget, importante teórico en el abordaje de estos temas, ofrece un análisis de la personalidad desde una división por períodos o estadíos evolutivos. Al analizar las características de los niños en las edades comprendidas entre 6 y 8 años plantea que, en esta etapa, los infantes poseen un pensamiento intuitivo, con regulaciones representativas articuladas, y desarrollan ya operaciones concretas, aunque con carácter simple. Para él, en esta etapa los niños ajustan progresivamente la imagen de sí mismos y amplían las relaciones con los otros, que serán cada vez más significativas e importantes.
Estudios realizados en el 2001 por el National Center for Education in Maternal and Child Health, revelan que dentro de los cambios emocionales, sociales y cognoscitivos más trascendentales de esta etapa se encuentran:
El niño aprende a tener una noción más clara de lo bueno y lo malo.
Comienza a entender el concepto de futuro.
Entiende cada vez más su lugar en el mundo.
Desea cada vez más encajar entre los amigos y ser aceptado por ellos.
Adquiere rápidamente habilidades mentales.
Tiene mayor capacidad para describir sus experiencias y hablar acerca de sus ideas y sentimientos.
Muestra menos atención a sí mismo y más interés en los demás.
Diferentes autores, entre los que se destacan Kohlber, Erikson, Osterrieth y Freud, señalan que el período de los seis a los doce años es de grandes logros en la vida del niño. Adquiridos ya los primeros hábitos de la vida social, el niño llegará a consolidar su identidad, a adquirir conciencia de sus capacidades y limitaciones, a percibir su situación en el mundo social, a aceptar las normas, a adoptar comportamientos cooperativos, a evolucionar desde posiciones de heteronomía moral a posiciones de autonomía y acuerdo, y a desarrollar actitudes y comportamientos de participación, respeto recíproco y tolerancia.
El ingreso del niño en la escuela supone un vuelco en su vida con relación a la etapa precedente. A partir de ahora, aparece la actividad de estudio como núcleo del régimen escolar, "esta actividad seria, socialmente importante y obligatoria, tiene como objetivo fundamental la asimilación por parte del infante de un sistema de conocimientos, como etapa inicial de su preparación para la vida adulta", dice la Dra. Laura Domínguez García. En estas circunstancias, el proceso docente-educativo, dirigido por el maestro, ejercerá una notabilísima influencia en el desarrollo de la personalidad, tanto de los procesos cognoscitivos como de la esfera afectivo-motivacional.
En ese sentido, podemos destacar el surgimiento del pensamiento conceptual, el carácter voluntario y consciente que adquieren los procesos de percepción, memoria y atención, así como una mayor estabilidad en la esfera motivacional, que se expresa en un control más efectivo del comportamiento.
En esta etapa, el escolar comienza a participar en nuevas actividades de índole política, cultural, deportiva y científica, lo que contribuye al surgimiento y desarrollo de nuevos y variados intereses.
La actividad de juego sufre diversas transformaciones, se amplía y se complejiza: el juego de roles continúa desarrollándose, pero ahora bajo otros conceptos, y aparece el juego de reglas. En el juego de roles los temas se hacen más variados y trascienden la experiencia directa del niño, a los varones les gusta representar profesiones heroicas, mientras las niñas prefieren otros roles como el de maestra y doctora. "En este juego,-dice Domínguez García- los niños empiezan a representar no solo las cualidades valiosas de otras personas, sino que comienzan a incluir las suyas propias".
Los niños comienzan a practicar también, con sistematicidad, el juego de reglas, lo que influye en su desarrollo moral, puesto que implica la sujeción de su conducta a determinadas normas. En ese sentido, para Piaget, la conciencia de la regla se refiere a la forma en que los niños representan el carácter sagrado o decisorio de estas. En la edad escolar, la regla es considerada como sagrada, y toda modificación constituye una trasgresión, respeto que va disminuyendo a finales de esta etapa.
El sistema de interrelaciones que rodean al escolar lo coloca en una nueva posición social dada por su situación objetiva y por el conjunto de exigencias que derivan de esta y la trascienden. El grupo escolar y la posición que el niño ocupa dentro de este desempeñan un papel importante en el desarrollo de la personalidad.
Para Domínguez, a partir de las exigencias que plantean al niño los sistemas de actividad y comunicación de la nueva situación social del desarrollo, y sobre la base de los logros alcanzados en el desarrollo de la personalidad en la etapa preescolar se producen las adquisiciones psicológicas propias de este período.
Durante esta etapa, el niño es capaz de orientar su comportamiento no solo por los objetivos que le plantean los adultos, sino también por otros que se propone conscientemente, logrando un control más activo de su conducta.
En este período se produce la posibilidad de formación de cualidades morales como motivos estables de la conducta. Respecto a ello, Fernando González destaca cómo la valoración social constituye una importante vía para la formación de la autovaloración.
Como adquisiciones fundamentales del desarrollo de la personalidad durante la infancia encontramos el surgimiento del pensamiento conceptual, el carácter consciente y voluntario de los procesos psíquicos, así como el surgimiento de sus intereses vinculados al conocimiento científico de los objetos y fenómenos de la realidad. Es por ello que la forma en que se estructura la enseñanza en la escuela influye de manera determinante en el desarrollo de la personalidad del escolar.
A estas edades lo ideales presentan un carácter concreto y el modelo elegido se encuentra generalmente entre las personas cercanas al niño, por lo que no es de extrañar, entonces, el papel definitivo que ejerce el maestro, en su interacción diaria con el pequeño, sobre la educación de su personalidad.
La influencia del maestro.
El niño, durante la edad escolar, pasa en las aulas gran parte del día, de ahí que el entorno escolar se configure como un espacio privilegiado de socialización emocional, y el profesor, quiéralo o no, se convierta en su referente más importante en cuanto a actitudes, comportamientos, emociones y sentimientos.
Los profesores se erigen como un modelo adulto a seguir por sus estudiantes, y más en las edades tempranas, cuando el niño recién inicia su vida escolar. El maestro, sobre todo en la enseñanza primaria, se convierte en un modelo de inteligencia emocional insustituible.
Las necesidades de los alumnos en el aula de clases se satisfacen de acuerdo con las relaciones que se producen con su profesor, especialmente las de carácter afectivo, de protección, de participación y de aprendizaje.
Para Bruner, el aprendizaje es un proceso activo en el que los educadores construyen nuevas ideas o conceptos basados en el conocimiento pasado y presente, de ahí que le educador deba "comprometerse" en un diálogo activo con el educando. No obstante, Bruner se limita a reconocer la labor del educador más vinculada a la instrucción, a la enseñanza socrática.
Superada esta visión, en la actualidad se insiste en un nuevo rol del docente, sugiriéndose su responsabilidad de actuar como mediador entre el educando y la compleja red informativa que sobre él confluye. Tal sugerencia se apoya en la Teoría de la Comunicación, que junto con la Teoría de Sistemas y las Teorías Cognoscitivas del Aprendizaje, constituye uno de los pilares fundamentales de la nueva concepción de la tecnología educativa.
La Filosofía Marxista define la determinación materialista y dialéctica del desarrollo del sujeto a partir de dos procesos básicos: la actividad y la comunicación. En los sistemas de actividad y comunicación en que se desarrolla el hombre se crean las necesidades para estimular o no las particularidades subjetivas de la personalidad. El individuo va configurando su subjetividad sobre la base de aquello que necesita para individualizar su expresión y alcanzar sus objetivos. El medio no participativo no estimula el desarrollo de la personalidad, sino que lo bloquea e induce a la pasividad, el conformismo, la reproducción y la inseguridad.
Kan Kalix, autor de la corriente de la pedagogía marxista, define a la comunicación pedagógica como un tipo especial de comunicación profesional -la del profesor con sus alumnos, tanto en el aula como fuera de ella- que tiene lugar en el proceso de enseñanza y educación y posee determinadas funciones pedagógicas.
Leontiev, por su parte, la define como la comunicación del maestro con los escolares en el proceso de enseñanza, que crea las mejores condiciones para desarrollar la motivación del alumno y el carácter creador de la actividad docente, para formar correctamente la personalidad del estudiante.
De acuerdo con estas definiciones, la comunicación en el sentido pedagógico, no puede reducirse a un proceso de mera transmisión de información, sino que debe basarse en la interacción, en la elaboración conjunta de significados entre los participantes del proceso docente.
Para Landivar, es en la comunicación educativa donde ocurren, precisamente, los métodos de interacción propios de toda la relación humana, en donde se trasmiten y recrean todos los significados. De ahí que la comprensión por el maestro de la educación como un proceso de interacción y diálogo tiene importantes repercusiones en la concepción del proceso docente real.
Una enseñanza realmente educativa y no meramente instructiva solo tiene lugar cuando las relaciones entre profesor y alumnos no son únicamente de transmisión de información, sino de intercambio, de interacción e influencia mutua.
Uno de los retos fundamentales de la educación del siglo XXI radica en intentar la formación activa de la personalidad de los educandos mediante un rico proceso de comunicación participativa, para lo que debe lograrse que la comunicación cumpla con sus tres funciones principales: la informativa, la afectiva, y la reguladora.
La comunicación que establece el maestro con el niño, su estilo y habilidades en ese sentido, serán primordiales en su labor de educador de la personalidad.
Según la perspectiva constructivista, la comunicación educativa constituye el proceso mediante el cual se estructura la personalidad del educando, lo que se logra a través de las informaciones que esta recibe, y por medio de las reelaboraciones que se producen como resultado de la interacción con el medio ambiente y con los propios conceptos construidos.
Dicho esto, no podemos entender al proceso de aprendizaje reducido a un esquema mecánico de comunicación, por cuanto, el educando, como receptor, no es un ente pasivo, sino que es un ser que reelabora los mensajes según sus propios esquemas cognitivos.
Desde la perspectiva humanista, el docente debe considerar que la comunicación en el aula necesita de un carácter clínico o didáctico que implica el reconocimiento por parte del maestro de que su misión es la de optimizar el desarrollo de los aprendizajes, aplicando estrategias y métodos de rigurosidad científica y actuando de una manera profundamente objetiva.
El profesor, a partir de cómo realice su función docente, va a propiciar en sus estudiantes el aprendizaje de determinados vínculos. Por esto, su manera de ser y sus dinámicas a la hora de impartir la clase, cobran una importancia especial, no solo en función del aprendizaje académico, sino también en el aprendizaje de socialización que registrará el alumno a través de las relaciones vinculares que practique en el aula y en la escuela, de ahí que la acción docente debe trascender el ámbito de la relaciones en clase y proyectarse en las relaciones hacia la sociedad.
La influencia de un docente autoritario promueve en los niños la violencia, el rencor y la baja autoestima. El desarrollo del niño sometido al influjo de este tipo de docente quedará marcado porque el pequeño tomará dicho modelo como una forma natural de comportamiento, afectando negativamente su desarrollo personal, puesto que a través del tiempo se irá reflejando este patrón de actuación en su conducta diaria, tanto en la escuela, como fuera de ella.
Un docente democrático, por otra parte, estimula la participación de sus alumnos en el análisis y en la búsqueda de solución a sus problemas, crea un clima de confianza para que las opiniones de todos sean valoradas en su justa medida, suprime los obstáculos y contribuye al desarrollo de la discusión y del diálogo, lo que se verá reflejado, a posteriori, en la personalidad del niño. El educador democrático se preocupa por fomentar la aceptación y el respeto entre sus estudiantes, por actuar como facilitador, permitiendo el desarrollo de las características individuales de cada uno de sus alumnos.
Si analizamos la propuesta hecha, en 1986, por Albet Bandura, podemos y debemos asumir que el objetivo del educador será crear o modificar las estructuras mentales de los alumnos y alumnas para introducir en ellas el conocimiento y proporcionar una serie de procesos que le permitan adquirir este conocimiento.
Bandura analiza la conducta dentro del marco teórico de una reciprocidad tríadica: interacciones recíprocas de conductas, variables ambientales y factores personales. Según la postura cognoscitiva social, los individuos no se impulsan solamente por fuerzas internas, ni son controlados y moldeados automáticamente por estímulos externos. La relación que se establezca, entonces, entre el estudiante y el profesor, va a depender de cómo se comuniquen en función del logro de un aprendizaje significativo y de calidad.
Vigotsky, bebiendo de la fuente del constructivismo social, enfatiza acerca de la influencia de los contextos sociales y culturales en el conocimiento, y apoya un modelo de descubrimiento del aprendizaje. Para él, la educación de la personalidad pone un gran énfasis en el rol activo del docente, mientras que las habilidades mentales de los estudiantes se desarrollan naturalmente a través de varias rutas del descubrimiento.
La relación entre alumno y profesor es considerada por Vigotsky a partir del presupuesto de que el aprendizaje es una actividad social colaborativa que no puede ser enseñada a nadie, depende del estudiante construir su propia comprensión. Desde esta perspectiva, se hace relevante la motivación y el estímulo permanente del docente hacia el alumno.
"La participación democrática en la escuela no es solo un fin, sino un eficaz medio para el desarrollo de la personalidad de los alumnos y maestros. El ejercicio de la participación democrática en la educación ha estado presente, a partir de la Escuela Nueva, en múltiples concepciones y prácticas educativas que estimulan en los educandos la condición de sujetos de su propio aprendizaje", dicen Natalio Extremera y Pablo Fernández-Berrocal.
La educación democrática, como proceso comunicativo, como diálogo entre maestro y alumno, supone no solo cambios en la concepción y organización del proceso docente, sino también en los papeles que tradicionalmente se les ha asignado a educadores y a educandos, sin que desaparezca la autoridad moral y científico-técnica del docente. El clima de relaciones de respeto y afecto que se promueve en una educación democrática, facilita no solo el aprendizaje, sino especialmente el desarrollo de la personalidad del estudiante.
La comprensión del aprendizaje en este contexto pedagógico puede expresarse como un proceso en el cual el educando, bajo la dirección directa o indirecta del maestro, en una situación especialmente estructurada para formarlo individual y socialmente, desarrolla capacidades, hábitos y habilidades que le permiten apropiarse de la cultura y de los medios para conocerla y enriquecerla. En el proceso de esa apropiación se van formando también los sentimientos, intereses, motivos de conducta, valores; es decir, se desarrollan simultáneamente todas las esferas de la personalidad.
La educación del carácter para la educación de la personalidad.
El ambiente en que se desarrolla el hombre, y los procesos de socialización en los que se inmiscuye a lo largo de su vida tendrán una influencia indiscutible y modeladora sobre su personalidad.
Algunos teóricos reconocen, como requisito esencial en el proceso de educación de la personalidad, la educación del carácter. Esta educación implica para el maestro enseñar a los estudiantes los valores humanos básicos como la honestidad, la generosidad, la libertad, la igualdad, el respeto y la responsabilidad. Su objetivo radica en educar a los niños, desde edades tempranas, para que mantengan una conducta moralmente aceptable.
"El carácter no es innato, depende de la herencia y de la influencia del medio– afirma Miguel Zapater- y, por tanto también de la educación. La educación del carácter consiste, en primer lugar, en la adquisición de valores o ideales de conducta coherentes con la dignidad de la persona".
Leontiev plantea que "el carácter es la combinación original individual de las cualidades fundamentales de la personalidad que distingue a un sujeto dado como miembro de la sociedad, expresan su actitud hacia el mundo que le rodea y se manifiesta en su conducta y en sus actos".
La educación del carácter corresponde, en primera instancia, a la familia, que desde el momento del nacimiento, debe prever un plan con los valores para ello; a la sociedad, que debe ofrecer un medio ejemplificador; y, aquí va el aspecto que nos ocupa, a la escuela, de ahí la necesidad de que el pacto educativo establezca un mínimo de valores comunes en los que educar, sin los que la convivencia en la sociedad se hace difícil. Los medios para adquirir esos valores e ideales son la enseñanza y el ejemplo, adaptados a las características de cada etapa educativa.
En su artículo Educación del carácter, núcleo de la personalidad, José Antonio Marina, plantea que es prioritario que el concepto de deber se introduzca en el mundo del niño coincidiendo con su entrada en la enseñanza primaria.
El aprendizaje de la responsabilidad es otro de los grandes temas de la educación del carácter. Thomas Lickona, reconocido experto de la educación primaria, establece una propuesta de modelo de formación del carácter centrado en dos aspectos fundamentales: la educación del respeto y la educación de la responsabilidad.
La educación de la responsabilidad comienza encomendando pequeñas responsabilidades a los niños y, a partir de los seis o siete años, ayudándolos a reflexionar sobre la diferencia entre acciones voluntarias y acciones casuales, sobre la necesidad de prever las consecuencias y planificar los comportamientos.
Esta educación, en la escuela, tendrá el aula de clases como uno de los escenarios principales, y al maestro como su hilo conductor fundamental. Es en el aula donde el maestro recibe un gran intercambio de acciones físicas y afectivas de sus alumnos que le resultan continuas, ineludibles e irrepetibles pero que se incorporan a su experiencia y lo convierten en un ente activo en la conducción del aprendizaje. Reconocer que el trabajo docente es ejercido por sujetos concretos, poseedores de una historia e influenciados por su época, así como por el momento en el cual viven, lleva a romper el esquema ordinario que considera al ejercicio magisterial como actividad homogénea y nos acerca a un nuevo planteamiento donde se reconoce que es en la docencia y en la práctica cotidiana donde se "construye" al maestro, y que estos factores también estarán determinado la influencia ejercida por este sobre sus estudiantes.
Ya Gramsci citaba a la docencia como "el trabajo viviente del maestro que se produce dentro de una sociedad y en un momento histórico determinado, donde cada uno de los actores refleja sus relaciones civiles y culturales diversas y antagónicas".
Si seguimos el curso de estos planteamientos, podemos afirmar, entonces, que el estudiante no solo recibe aprendizaje cognoscitivo en la escuela, sino que también avanza en su proceso de formación a través del aprendizaje de formas específicas de establecer vínculos, de relacionarse con los demás. La mayor parte de la información estudiada y aprendida en las aulas de la escuela será olvidada, en la medida en que no es utilizada en la vida diaria, pero estos otros aprendizajes de socialización permanecerán allí, sedimentados en el alumno, y se constituirán como patrones de conducta que formarán y estructurarán su personalidad.
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Autor:
Mayelín García Román/ Yanelys González Fernández/ Rosabel Novales Ojeda