Los misterios de los egipcios. El hombre, sus componentes y el más allá
Enviado por Ildefonso Robledo Casanova
- Los Misterios de los egipcios
- La iniciación en los Misterios
- La ascensión hierática
- Tradiciones milenarias
- Los espíritus y el Más Allá
- Los caminos al Más Allá
- El ka y la energía
- El ka y los ancestros
- La Casa del ka
- El ba y el cielo
- El ba y la iniciación
- Los mundos del Más Allá
- Los Campos de Osiris
- El espíritu divinizado
- Bibliografía
Lo que conocemos como Misterios de los egipcios era un conjunto de enseñanzas a través de las cuales los iniciados accedían al conocimiento de las cosas divinas. Por motivos obvios, los egipcios fueron especialmente parcos en transmitir a los no iniciados información acerca de esos Misterios, de modo que solamente gracias a los textos funerarios conservados en las tumbas hemos recibido noticias que nos hablan de los secretos que se encierran en las creencias que acerca del hombre, la muerte, el Más Allá y la divinidad existían en esta apasionante civilización.
Los Misterios de los egipcios
En esos textos funerarios se han conservados diversas rúbricas que sugieren que los mismos debían ser estudiados por las personas que estaban adecuadamente iniciadas. François Daumas cita, a modo de ejemplo, los textos de la tumba de Paheri El Kab en los que este personaje nos habla de una enseñanza iniciática que ha recibido, que le permite conocer que la divinidad se encuentra en el propio hombre, pensamiento, sin duda, de elevada profundidad mística. Dice esa inscripción:
"He sido puesto en la balanza. He salido de ella examinado, intacto, salvado. Yo iba y venía, con las mismas cualidades en mi corazón. No he dicho mentiras contra nadie, pues conocía al dios que está en el hombre, estaba perfectamente instruido y sabía distinguir esto de aquello. He cumplido con todas las cosas con arreglo a las palabras".
A pesar de la escasez de fuentes egipcias sobre los Misterios, es conocido que en tiempos antiguos algunos de los grandes pensadores griegos, como Solón, Tales, Platón, Eudoxio o Pitágoras, viajaron a Egipto y llegaron a gozar de la intimidad de los sacerdotes de los templos. Fue así como Pitágoras, lleno de admiración por los Misterios trató de imitar sus enseñanzas y su lenguaje simbólico rodeando de enigmas sus propias doctrinas. Ese es el motivo de que otros autores argumentasen que existía una gran similitud entre los antiguos textos jeroglíficos egipcios y muchos de los preceptos de los pitagóricos. El uso de los símbolos era, precisamente, algo que distinguía especialmente a los Misterios, de modo que el sentido aparente de los mismos nunca era el verdadero, ya que se pretendía que los no iniciados no fueran capaces de encontrar el sentido real de cada uno de ellos.
Según el filósofo sirio Jámblico el trasfondo de la doctrina simbólica de los egipcios sería poner en conocimiento de los iniciados que existe una única divinidad que se manifiesta luego a través de la diversidad de sus dones. Ese Gran dios se caracterizaría por presidir todo lo que existe en el cosmos y por contener en si la totalidad de los seres. En el capítulo VII de "Sobre los misterios de los egipcios" argumentaba Jámblico que era a través de los símbolos como los egipcios representaban las imágenes de las intelecciones místicas, ocultas e invisibles de la divinidad. Gracias a ellos se podía conseguir que el hombre se elevara desde lo puramente sensorial hacia lo intelectual.
Es conocido, a modo de ejemplo, que los egipcios representaban a su dios primordial, Re, navegando en el cielo a bordo de una barca solar. Con ello, según Jámblico, se estaría simbolizando el modo en que la divinidad gobierna este mundo, en efecto:
"Al igual que el piloto, permaneciendo distinto de la nave, gobierna su timón, así también el sol separadamente gobierna el timón de todo el universo. Y como el piloto dirige todo desde lo alto, desde la proa, imprimiendo desde sí mismo un leve principio primero de movimiento, así también, mucho antes, la divinidad desde arriba, desde los primeros principios de la naturaleza, imprime indivisiblemente las causas primordiales de los movimientos. Estas cosas y otras más -según Jámblico- indica el que la divinidad navegue sobre una barca".
La iniciación en los Misterios
Otro pensador helenístico, Plutarco, en palabras de Mario Meunier "fiel y entusiasta discípulo de Platón, del Platón idealista, religioso y místico", habría de legarnos en su obra "Isis y Osiris" abundante información acerca de la religiosidad y los Misterios egipcios, brindándonos noticias acerca de las elevadas ideas que tenían los iniciados en relación con la divinidad y con el modo en que el hombre se podía poner en contacto con ella gracias a una vida de pureza y a una adecuada iniciación.
Para Plutarco lo más grande que el hombre puede alcanzar en esta vida es el conocimiento de la verdad, siendo además ese conocimiento lo más augusto que al hombre puede ser concedido por la divinidad. De algún modo, el hombre que desea acceder a la verdad aspira, en el fondo, a acceder a la divinidad, sobre todo si lo que se busca, como sucede en los Misterios, es la verdad de las cosas que afectan a los dioses. Ese deseo de conocer la verdad de los asuntos divinos sería el objetivo último de la iniciación mistérica, constituyendo una especie de admisión a las cosas santas, que nos incita a instruirnos sobre ellas y a buscarlas, dirigiéndonos de ese modo hacia una actividad más santificadora que cualquier otra posible purificación o función meramente sacerdotal.
Isis, la Gran Diosa egipcia, que tan importante papel jugaba en los Misterios, habría sabido, según nos dice Plutarco, reunir la Ciencia Sagrada, manteniéndola en su orden y transmitiéndola a los iniciados que se consagraban a su culto. En los Misterios, para facilitar el contacto con el conocimiento y la divinidad, se obligaba a los discípulos a seguir un régimen de vida constantemente moderado, absteniéndose de los manjares abundantes y de los placeres del sexo, con lo que se amortiguaba así la destemplanza y la sensualidad. El hombre, inaccesible de ese modo a la molicie, era acostumbrado a persistir en las prácticas santas y en una vida de constante devoción, siendo la finalidad de todo ello "la obtención del conocimiento del Ser primero, soberano, accesible a la inteligencia solamente del Ser que la Diosa Isis nos anima a buscar cerca de ella, puesto que vive y reside en ella".
Los iniciados en los Misterios, preocupados esencialmente por el conocimiento de la divinidad, buscaban que sus cuerpos, la mera envoltura física de sus almas, fuesen espacios ligeros y esbeltos, para que el principio divino que existe en ellos no se viese comprimido ni ahogado debido a la preponderancia y pesadez del elemento perecedero.
En suma, según las noticias que los autores helenísticos nos han transmitido, el fin último de la iniciación en los Misterios egipcios no era sino la búsqueda de la verdad en lo que hace referencia al conocimiento del Ser Primero, así como el encuentro con el principio divino que habita en todos y cada uno de los hombres. A través del conocimiento del Gran dios el iniciado alcanzaba el conocimiento interior de sí mismo. La última etapa del proceso mistérico culminaría con el deseo de conseguir la liberación de ese principio divino que habita en el hombre, lo que permitiría al iniciado el acceso en vida a la divinidad.
La ascensión hierática
Jámblico pensaba que solamente la mántica divina, al unir al hombre con dios, le hace ser plenamente participe de esa divinidad convirtiéndole en un ser divino. El hombre, concebido inicialmente participando de la divinidad, habría entrado luego en un alma encarnada en el cuerpo humano, estando como consecuencia de ello ligado a los vínculos de la necesidad y de la fatalidad. Gracias a la iniciación el hombre conseguía liberar y evadir el alma de esos vínculos, alcanzando así el pleno conocimiento de dios. A través de la iniciación los egipcios habrían conseguido dominar la naturaleza falaz y demónica y elevarse a la inteligible y divina.
Esta experiencia de ascensión hierática propia de los Misterios tendría, según Jámblico, varias etapas sucesivas. En la primera de ellas se buscaría alcanzar una pureza del alma más perfecta que la mera pureza del cuerpo. En la segunda se intentaría preparar la mente del iniciado para la contemplación de la divinidad. En la tercera, finalmente, el alma del hombre se integraría con dios:
"Y cuando ha unido el alma con cada una de las partes del Todo y con los poderes divinos que las penetran, entonces la teúrgia conduce el alma al universal, la pone a su lado, la une, fuera de toda materia, a la razón eterna y única; es decir, lo repito, ella une al alma al poder autoengendrado, movido por sí mismo, que mantiene todo… Entonces ella instala el alma en la completa divinidad creadora. Este es el fin de la ascensión hierática entre los egipcios".
La experiencia física o sensorial de la iniciación en los Misterios pensamos que habría de ser similar a lo que nosotros conocemos como proceso de meditación mística, que Jámblico denominaba ascensión hierática. Supondría vivir una experiencia más o menos dilatada en el tiempo que habría de culminar, si el discípulo era merecedor de esa gracia de la divinidad, con la llegada a la vivencia de lo que hoy conocemos como estados alterados de conciencia, en los que el hombre consigue superar el conocimiento puramente sensorial y arriba a otros mundos situados más allá de los sentidos físicos.
Estas experiencias que superan lo que habitualmente conocemos como sensibilidad ordinaria del hombre se podrían alcanzar de tres maneras distintas. De un lado, se llegaría a ellas durante el proceso de los sueños, cuando el espíritu del hombre parece independizarse del cuerpo. De otro, el estado alterado de conciencia podría ser alcanzado por el hombre adecuadamente iniciado en el proceso mistérico. La última forma de acceder a esta experiencia extrasensorial sería tras la muerte, cuando, necesariamente, alma y cuerpo se separan.
Pensamos en suma, que la búsqueda de los estados alterados de conciencia propios de la iniciación y el proceso de Glorificación de los espíritus de los muertos estaban estrechamente vinculados en el antiguo Egipto y constituían el núcleo esencial de sus enseñanzas mistéricas. A todo ello dedicaremos nuestra atención en las páginas que siguen.
Las enseñanzas mistéricas se llevaban a cabo en las denominadas Casas de la Vida de los templos. Era allí donde los discípulos se iniciaban en la Ciencia Sagrada. A través de un proceso cuyos detalles no conocemos estos iban entrando en contacto con la energía y el espíritu que emanaba de la divinidad, pretendiendo conseguir finalmente el conocimiento de los secretos de los dioses. Era en las Casas de la Vida en donde los escribas producían los ejemplares del "Libro de los Muertos", muchos de los cuales se han conservado en las tumbas del Reino Nuevo. El proceso de enseñanza tenía un destacado componente esotérico, ya que se pretendía, en suma, que a través del desarrollo interior del individuo este fuera accediendo al conocimiento de lo invisible y del Más Allá.
Llama la atención que en el hombre moderno hoy solamente somos capaces de distinguir dos componentes, que conocemos como cuerpo (materia) y alma (espíritu). Los antiguos egipcios, sin embargo, tenían conciencia de que en el hombre existían no dos sino cuatro elementos significados: cuerpo material, ka, ba y akh, en los que más adelante tendremos oportunidad de profundizar; baste de momento con que apuntemos esa diferencia tan significada.
Tradiciones milenarias
Las creencias que impregnaban la religiosidad egipcia no se formaron en un solo momento sino que durante milenios de historia fueron variando en las distintas provincias y ciudades. Multitud de dioses y de mitos locales se fueron integrando a lo largo del tiempo con las creencias de ámbito nacional que en cada momento imperaban en el país. Re, Amón y Osiris estaban acompañados por una multitud de dioses menores cuyo culto, sin embargo, tomaba relevancia especial en cada lugar concreto. Del mismo modo, las creencias sobre la muerte y la pervivencia del espíritu en el Más Allá tampoco fueron siempre uniformes sino que se desarrollaron en un proceso paulatino de maduración y democratización de las esperanzas de pervivencia. Si algo distingue a esas creencias es la multitud de añadidos que fueron incorporando a lo largo de los siglos. Los denominados "Cantos de Arpista", incluso, acreditan que hubo momentos concretos en que llegó a ser puesta en duda la supervivencia del hombre tras la muerte:
"(Así pues) -nos dice el arpista del rey Intef- pasa una feliz jornada,
no languidezcas en ella.
Mira, nadie puede llevar sus cosas consigo.
Mira, no hay nadie que haya partido
(y después) haya regresado".
Fue así como en ese proceso de evolución de las creencias, desarrollado a lo largo de miles de años, se fueron integrando añadidos diversos que hacen que finalmente se nos ofrezca un resultado que sobresale por su carácter híbrido, recogiendo creencias diversas, de múltiples procedencias. Heródoto, viajero griego que recorrió Egipto, nos decía que este pueblo se distinguía por venir observando a lo largo de los siglos las mismas normas religiosas y funerarias que habían sido establecidas por sus antepasados, sin añadir modificación alguna. Heródoto, pensamos, no acertó en esa apreciación. En los tiempos del Imperio Antiguo, en el esplendor del culto solar, ningún faraón hubiera admitido que en las paredes de su tumba se esculpiesen cantos tan claramente escépticos sobre la vida en el Más Allá como los que el arpista de Intef habría de atreverse a cantar.
En su obra "Sobre los misterios de los egipcios", Jámblico mostraba su conformidad con la necesidad de conservar la Tradición que los antiguos egipcios habían transmitido. Para este pensador era necesaria la conservación de las fórmulas de las plegarias antiguas, que constituían una especie de templo inviolable del que no se debía suprimir nada, ya que era notorio que de ese modo resultaban especialmente gratas a la divinidad. Los dioses, según Jámblico, gozaban de manera especial cuando eran invocados por los hombres de acuerdo con las tradicionales fórmulas rituales egipcias. El motivo reposaría en que los egipcios habrían sido los primeros hombres que consiguieron entrar a participar de la relación con los dioses.
Esa necesidad que Jámblico menciona de conservar todo lo que la Tradición nos ha legado es lo que hace que las creencias egipcias se nos aparezcan hoy como un conjunto farragoso y frecuentemente heterogéneo e incluso contradictorio. A lo largo de miles de años se fueron incorporando nuevas creencias al corpus tradicional pero nunca se desecharon las antiguas, que por su carácter sagrado se debían mantener. Ese es el motivo de que los textos funerarios de tiempos más recientes conserven junto a las novedades propias de cada momento las creencias más antiguas que ya se plasmaban, por ejemplo, en los primeros "Textos de las Pirámides". Los egipcios sentían un gran respeto por la Tradición y las creencias sagradas antiguas se mantenían aun cuando estuvieran en conflicto con las nuevas.
Los espíritus y el Más Allá
En línea con lo antes indicado y en relación con la vida en la ultratumba, encontramos en los textos funerarios noticias diversas que nos hablan de la posibilidad de varios tipos de existencia para el espíritu del difunto. A veces veremos que los espíritus desarrollan su nueva vida en la propia tumba y en su entorno más inmediato. Allí parece que los difuntos, libres de preocupaciones, viven apegados a la tierra donde vivieron. En otras ocasiones se nos muestra a los espíritus habitando un lugar de difícil ubicación, denominado la Campiña de las Juncias, donde reinaría Osiris. Si algo distingue a ese lugar, según los textos funerarios, sería la amplísima libertad de movimientos de los fallecidos. En otras oportunidades, finalmente, se nos habla del Reino del Cielo, en donde el soberano sería Re y la Luz su atributo principal. Aquí, el alma del fallecido, bendecida e iluminada, tras un proceso de ascensión se habría integrado en esa Luz de Re, fundiéndose con el Sol, la Luna y las estrellas. Desde una primera aproximación parece que existen importantes diferencias entre las creencias que están detrás de estas distintas concepciones. No parece encajar bien que el espíritu esté viviendo según algunos en la propia tumba o, según otros, integrado en la divina Luz de Re. La concepción mística de la segunda alternativa choca con el materialismo de la primera de las concepciones, que podría derivar de las creencias de los tiempos más antiguos.
En suma, en los textos funerarios, literalmente, parece que el difunto, de manera simultanea podría encontrarse tanto en el cielo, en la barca solar de Re, como en la propia tumba, disfrutando de las ofrendas funerarias o visitando los lugares en los que vivió, o puede, también, encontrarse en los denominados Campos de Osiris (Campiña de las Juncias), llevando una existencia que, como luego veremos, sería similar a la que antes había llevado en su vida terrenal. Son, pensamos, unas creencias aparentemente incoherentes que parecen remitir a diferentes estados de desarrollo espiritual en la historia de Egipto.
Gros de Beler, buscando una explicación satisfactoria a estas contradicciones sobre la vida en el Más Allá, argumentaba que en su opinión: "durante el día, el difunto estaría en su tumba, disfrutando de las ofrendas y dando, a veces, un pequeño paseo por la tierra; por la noche, acompañaría al dios solar en su recorrido nocturno, parándose, de paso, en los Campos de Osiris. Al amanecer, volvería para aprovechar la tranquilidad y el frescor de su tumba". En nuestra opinión, sin embargo, esta aparente contradicción estaría vinculada con dos circunstancias que entendemos de especial interés. De un lado, estaría recogiendo las propias contradicciones que se fueron produciendo a lo largo de siglos y milenios de historia. En efecto, en el Imperio Antiguo cuando el faraón fallecía, iniciaba un proceso de Glorificación que habría de culminar con su elevación a la Luz donde reina Re, el dios del sol. Nadie le acompañaba en esos primeros momentos. Solo en tiempos posteriores esas creencias se fueron extendiendo al resto de la población, o al menos a los iniciados en los Misterios, en un proceso que los egiptólogos denominan posiblemente de manera equívoca "democratización" de las creencias funerarias. En los tiempos más antiguos el destino de los humildes en el Más Allá era muy precario. Se pensaba que, quizás, el espíritu siguiera viviendo en la tumba o en un espacio intermedio entre la tierra y el cielo, en donde seguía realizando trabajos físicos y precisando de alimentos para subsistir. Las creencias más elaboradas sobre la llegada del espíritu de los hombres a la Luz de Re solamente se fueron perfeccionando cuando desde fines del Reino Antiguo se fue implantado de manera paulatina ese proceso de democratización al que antes hemos aludido.
Pero es que, además, la incoherencia de esas creencias egipcias sobre el Más Allá podría no ser tal si pasamos a considerar la posibilidad de que en el viaje del espíritu de la tierra al cielo existiesen diferentes etapas, que podrían vincularse con el proceso de liberación del alma de su envoltura corpórea y de los apegos y apetencias terrenales. Es decir, no todos los espíritus estarían simultáneamente en todos los espacios indicados. Algunos podrían haberse quedado apegados a la tumba y otros podrían haber arribado, como espíritus iluminados, al Reino de Re. En todo esto tendremos oportunidad de profundizar más adelante, si bien, en todo caso, debemos insistir en que los textos egipcios, una y otra vez, se reiteran en la libertad de movimientos de que goza el espíritu en la vida de ultratumba. Veamos, a modo de ejemplo, la rúbrica final del capítulo 1 del "Libro de los Muertos":
"Si el difunto ha conocido este texto en la tierra o lo ha hecho escribir en su sarcófago, podrá salir al día bajo todas las formas de existencia que desee tomar y entrar (otra vez) en su morada, sin ser rechazado. Le serán entregados pan, cerveza y una pieza de carne (provenientes) del altar de Osiris. Podrá acceder en paz a la Campiña de las Juncias, según el decreto del que está en Busiris, y le serán dados cebada y espelta. Será, entonces, próspero como cuando estaba en la tierra y hará lo que desee, como (hacen) los dioses que están en la Duat, con regularidad, millones de veces".
Los caminos al Más Allá
En los textos egipcios se muestran dos caminos claramente diferenciados para alcanzar la vida en el Más Allá. En algunos momentos veremos que para acceder a la ultratumba el difunto debe demostrar que posee un determinado grado de conocimiento, ya que en otro caso las divinidades que custodian los caminos no le permitirán circular por ellos. El difunto debe conocer los peligros con los que se va a enfrentar en su viaje tras la muerte y debe conocer las palabras apropiadas a cada situación y como se deben recitar correctamente. Así, en el "Libro de lo que se encuentra en el Duat", que nos habla del viaje del dios Re por el mundo de las Tinieblas durante la noche, encontramos una referencia a esa necesidad de conocimientos mágicos:
"Es lo mismo realizar estas cosas (conjuros) en el Más Allá o en la tierra. Quien conoce estos misterios es uno de los que se sentarán en la barca de Re, en el cielo o en la tierra. Si uno no tiene el conocimiento de estas cosas misteriosas no se haya en situación de rechazar a Nakht (encarnación del caos y de las tinieblas). Nakht, en cambio, no puede beber el agua de aquel que tiene conocimientos de estos misterios en la tierra. El alma de aquel que conoce estas cosas se halla inmune a las violencias de los dioses que se encuentran en este sector del Más Allá. Aquel que tiene conocimiento de estos misterios no puede ser devorado…"
En una segunda concepción, más mística y elaborada, para arribar al Más Allá será necesario, sobre todo, que el difunto haya hecho el bien en su vida terrena. Se mantiene la necesidad de tener conocimientos sagrados pero, además, se incorpora la existencia de un Juicio de los Muertos, presidido por Osiris, en el que el corazón del difunto será pesado en la balanza y solamente si es declarado Justo podrá proseguir el viaje ultraterrenal. Nuevamente, nos encontramos con otro aparente conflicto en las creencias. De un lado se nos habla de la necesidad de conocimientos puramente mágicos, de otro se hace referencia a una vida ética, impregnada por la idea del bien.
En los "Textos de los Sarcófagos", en el denominado "Libro de los dos caminos", algunos de los sarcófagos contienen un conjuro que nos habla de las bases espirituales y materiales de la creación. En ese texto ya se sugiere la necesidad de hacer el bien en la tierra para resultar grato a la divinidad. En concreto, se argumenta que Dios no es quien ordenó a los hombres que hicieran el mal, sino que son ellos los que no le obedecen. Veamos ese texto en el que "Aquel cuyos nombres son secretos, el Señor de la Totalidad", nos habla de sus buenas acciones en favor de la humanidad (Conjuro 1.130):
"… He hecho cuatro buenas acciones en el centro de las puertas del horizonte. He hecho los cuatro vientos, que cada hombre puede respirar en su tiempo (de vida). Éste es uno de mis dones. He hecho la Gran Inundación, para que el pobre igual que el grande tengan fuerza. Éste es uno de mis dones. He hecho cada hombre igual que su compañero (semejante). No les he ordenado que hagan el mal, son sus corazones los que desobedecieron lo que yo había dicho. Éste es otro de mis dones. Hice que sus corazones no dejaran de recordar el Occidente, para que hicieran ofrendas a los dioses de los nomos. Éste es otro de mis dones. Con mi sudor es con lo que he creado a los dioses, con el llanto de mis ojos a los hombres".
El ka y la energía
Cuando analizamos las creencias egipcias relacionadas con los componentes que se integran en el ser humano pronto descubrimos que su sensibilidad era distinta de la nuestra. El hombre moderno distingue entre el cuerpo y el alma o espíritu, los egipcios, sin embargo, eran más sutiles que nosotros al enfrentarse con la cuestión de los compuestos que forman el espíritu humano.
Para los egipcios, como para nosotros, el primer componente del ser era el cuerpo, la materia física en la que el espíritu está encarnado. Cuando llegaba el momento de la muerte pensaban que el cuerpo no debía desaparecer, ya que era la garantía de que los otros componentes del hombre pudieran seguir existiendo. Era necesaria la conservación indefinida del cuerpo, lo que se conseguía a través de las prácticas de la momificación. Al parecer creían que dentro de los elementos que se integran en el cuerpo físico el más importante era el corazón, órgano en el que radicaba la conciencia del hombre. En el Juicio de los Muertos era el corazón, precisamente, el órgano humano que se pesaba en la balanza de Maat, para conocer si su poseedor, en su existencia, había sido justo. En ese momento existía el peligro de que el hombre que había actuado con maldad fuese denunciado por su propio corazón, que podía declarar, pensaban, en contra de quien había sido su dueño. Para evitar ese peligro existían diversos conjuros en el "Libro de los Muertos". Veamos el que se expone en el capítulo 30 B:
"¡Oh corazón (proveniente) de mi madre, oh corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi corazón de mis diferentes edades! ¡No levantéis falsos testimonios contra mí en el juicio, no os opongáis a mí ante el tribunal, no demostréis hostilidad contra mí en presencia del guardián de la balanza (del juicio)! … No digas falsas palabras contra mí en presencia del Gran dios, Señor del Occidente. ¡Mira, el ser proclamado justo se basa en tu lealtad!".
Independiente del cuerpo físico los egipcios identificaban un segundo componente del ser que para nosotros no resulta de fácil comprensión. Se trata del ka, compuesto extraño al propio cuerpo, en el que pensaban que reposaba el poder o misterio de la vida. Gracias al ka el cuerpo físico del hombre tomaba su fuerza vital, tanto física como intelectual o sexual. El ka sería una especie de doble energético del hombre, que se situaría en un espacio intermedio entre el cuerpo y el propio espíritu. El capítulo 30 B del "Libro de los Muertos" nos dice que el ka anima el cuerpo del hombre y es el componente que proporciona la forma y la vida a sus órganos y miembros.
Los egipcios, simbólicamente, representaban al ka como dos brazos extendidos, intentando expresar, posiblemente, el poder creador en el que la vida se sustenta. Cuando el hombre nace el ka, que sería la propia energía de la vida, se incorpora a su cuerpo. Ese es el motivo de que frecuentemente se represente al dios creador Khnum trabajando en su torno de alfarero, en el que está dando vida a dos imágenes, la del cuerpo del hombre que va a nacer y la del ka que se le va a asignar. A veces el ka de los reyes es representado como una estatua independiente de su cuerpo. Es el caso, por ejemplo, de la estatua de madera que representa al ka del faraón Autibra Hor, de la XIII dinastía.
En las tumbas se colocaban a veces las denominadas estatuas vivientes que representaban al difunto. En este caso, gracias a la magia funeraria se conseguía que la energía del ka se introdujera en la propia imagen, dando así vida a la misma de igual manera que antes, al nacer el difunto, había animado su cuerpo físico.
Los textos nos han transmitido que Re, el Gran dios, tenía no uno sino catorce kas, de los que el capítulo 15 del "Libro de los Muertos" menciona trece. Los nombres de esos componentes energéticos del dios serían: Subsistencia, Alimentación, Venerabilidad, Vasallaje, Potencia creadora de los alimentos, Lozanía, Estallido, Valentía, Fuerza, Resplandor, Iluminación, Consideración y Penetración. El último ka de Re, que no se menciona en ese capítulo, sería el ka Magia.
El ka y los ancestros
En los antiguos textos funerarios y sapienciales encontramos referencias que parecen sugerir que en el proceso de iniciación en los Misterios se pretendía conseguir que el individuo llegase a tomar conciencia de lo que su ka representaba. Se trataba de conocer lo que supone para el ser humano participar de la energía o fuerza vital que está impregnando todo el Universo.
Los egipcios creían que las personas que alcanzaban un adecuado conocimiento podían llegar a actuar en constante y consciente armonía con la energía de su ka, lo que suponía una primera superación de las limitaciones que para el hombre implica su propio cuerpo o envoltura física. En los ambientes místicos evolucionados predominaba la idea de que el hombre, precisamente, debe el poder de la vida, a los kas de los grandes antepasados que nos han precedido. Es lo que las fuentes denominan los kas de los ancestros, en los que se incluirían en un lugar privilegiado los kas del propio faraón reinante y de los otros que habían gobernado el país anteriormente. En ese sentido, en las "Máximas de Ptahhotep", uno de los más destacados "Libros de Sabiduría" del antiguo Egipto, el autor, que vivió en los tiempos de la V dinastía, tras indicarnos que a lo largo de su vida se ha esforzado por recibir y transmitir la sabiduría, nos dice que tiene ciento diez años de vida. Haber alcanzado esa avanzada edad es algo que ha sido posible gracias a que el rey le ha otorgado ese favor. Ptahhotep agradece expresamente en el texto al faraón y a los ancestros haberle otorgado la gracia de una larga vida.
Pensamos que en el proceso de iniciación en los Misterios, el iniciado iba accediendo a sucesivos estados alterados de conciencia en lo que Jeremy Naydler denomina camino de desarrollo espiritual hacia la autointegración y la iluminación. Sería un camino espiritual que en los tiempos del Reino Antiguo se reservaba solamente al rey y a una pequeña elite espiritual y que solamente en los Reinos Medio y Nuevo se fue extendiendo a círculos más amplios, siempre, no obstante, una minoría de la población. En ese sentido, Plutarco nos ha transmitido que los reyes egipcios eran elegidos o bien entre los sacerdotes o entre los guerreros, ya que por su sabiduría o su valor gozaban de especial consideración. En el segundo caso, es decir, si el rey procedía de la clase de los guerreros, entraba "tan pronto había sido elegido, en la de los sacerdotes; entonces se le iniciaba en aquella filosofía en la que tantas cosas estaban ocultas, encerradas en fórmulas o mitos que velaban con oscura apariencia la verdad y la manifestaban por transparencia". Clemente de Alejandría (Strom, V. 7), por su parte, indica que "no eran los primeros que llegaban a quienes los egipcios iniciaban en sus Misterios; no era a los profanos a quienes comunicaban el conocimiento de las cosas divinas, sino únicamente a los que debían subir al trono, y a aquellos de entre los sacerdotes reconocidos como más recomendables por su educación, instrucción y cuna".
Las "Máximas de Ptahhotep", que antes hemos mencionado, consagran varias de sus enseñanzas a hablar del ka y la energía. Es el caso de la máxima número 26, titulada "De la justa utilización de la energía". En ella se nos dice que el hombre que ama a su ka, entendido como potencia creadora de vida, debe ser capaz de utilizarlo conscientemente de manera justa. Ya hemos comentado que esta aproximación al mundo de la energía podría ser una de las primeras etapas del proceso de iniciación en los Misterios. Para Ptahhotep, el hombre justo es aquel que es capaz de saber liberar la energía del ka de manera adecuada. De ese modo el hombre que ha llegado a alcanzar la sabiduría sabrá como hacer que se extiendan alrededor de sí mismo los beneficiosos efectos de la energía creadora. "Libera la energía creadora -nos dice Ptahhotep-, Tú que la amas sin cesar. Quien da la potencia (energía del ka) está en compañía de Dios". El amor, finalmente, en el que reposa la fuerza de creación del espíritu del sabio, es decir de quien tiene conocimiento, crece gracias a la potencia del ka.
En la máxima número 27, finalmente, Ptahhotep nos ofrece la idea de que el ka del hombre deriva de los kas de los grandes a los que está subordinado. El punto final del proceso de derivación de energía serían los kas del rey y de los ancestros: "Es de su energía (del grande) de donde provienen los alimentos que te son atribuidos". Los egipcios pensaban, en suma, que la energía que emanaba de los sabios, de los maestros, impregnaba los kas de los discípulos, ese componente del ser humano que tan difícil comprensión tiene para el hombre moderno, que ha perdido la relación con la energía que impregna el cosmos.
La Casa del ka
Comentamos antes que los iniciados en los Misterios egipcios pensaban que los kas de los ancestros era una fuente de vida y de poder para los vivientes. Eran los ancestros, los grandes hombres de generaciones anteriores, quienes dirigían la energía ka hacia los hombres y, en general, hacia todos los seres. Eran ellos los que aseguraban la vida, las cosechas y la felicidad. En las necrópolis, en las tumbas, era donde se producía ese intercambio vital de dones y de fuerza vital entre los hombres y los muertos.
Para los egipcios la tumba era la Casa del ka. En sus textos funerarios nos han dejado escrito, una y otra vez, que cuando al hombre llega a la muerte lo que ocurre, realmente, es que el difunto pasa a su ka. Pasar al ka era para los egipcios sinónimo de morir. En ese momento la energía o fuerza vital que había tenido el hombre en vida pasaba a ser absorbida por los kas del grupo ancestral. Convertido ya en un ancestro, el difunto, en el futuro, pasaría a recibir en la tumba las ofrendas y oraciones de sus deudos; a cambio, como compensación, contribuiría a que la energía vital de los ancestros siguiera fluyendo hacia los vivos.
Si bien el ka del difunto se integraba en la energía de los ancestros, lo cierto es que su cuerpo seguía perteneciendo a la tierra, es decir, al mundo físico, corriendo un claro peligro de descomposición del que solamente le podía salvar que la energía del ka siguiera afluyendo a él, finalidad para la que se precisaba renovar continuamente esa fuerza vital, lo que los egipcios pensaban que se conseguía aportando ofrendas alimenticias a las tumbas, ofrendas que se destinaban a mantener viva la energía ka del difunto. En ese sentido, las creencias más antiguas ya parecen sugerir claramente que los egipcios eran conscientes desde esos primeros momentos de que los muertos necesitaban de ofrendas alimenticias, creencia que se mantuvo inalterada a lo largo de toda la historia del país del Nilo. Existe, y se expresa de manera muy clara, un miedo intenso de los difuntos a que en el futuro les falten las ofrendas y que ante esa falta de alimentos se vean obligados, incluso, a tener que comer sus propios excrementos, cosa que consideraban una abominación insufrible. En el capítulo 53 del "Libro de los Muertos" encontramos un conjuro que pretende evitar a toda costa esa situación:
"Mi abominación es lo que yo repugno: no comeré excrementos, no beberé orina, no avanzaré con la cabeza baja. Poseo porciones alimentarias en Heliópolis: mis porciones están en el cielo cerca de Re; mis porciones están en la tierra cerca de Geb y son las barcas de la noche y del día las que me traen de la morada del Gran dios que está en Heliópolis. Feliz me hallo cuando tomo la barca (y navego del Occidente hasta el Oriente) del cielo. Como lo que (los dioses) comen, vivo de lo que ellos viven. He comido de los panes de las ofrendas que proceden de la cámara del Señor de las ofrendas".
Gracias a la magia de las palabras y de las imágenes los egipcios, en un momento más evolucionado, pensaron que en el futuro se podía asegurar el tan necesario aprovisionamiento de ofrendas alimenticias a los difuntos haciendo que las mismas se grabasen en las paredes de las tumbas. Es lo que hoy conocemos como ofrendas de sustitución. Los intensos poderes mágicos de los sacerdotes conseguían que una vez representado un objeto, en este caso las ofrendas, bastase con nombrarlo para que ese objeto tomase vida. Ese es el motivo de que en las tumbas egipcias se representen usualmente multitud de imágenes de alimentos, ya que se pensaba que esas ofrendas y las fórmulas rituales que se esculpían a su lado habrían de permitir que el difunto estuviera en la eternidad adecuadamente surtido de alimentos. A modo de ejemplo podemos reproducir los textos inscritos en el sarcófago de Nejt-Anj, que había sido sacerdote de Khnum en la ciudad de Shashotep en los tiempos del Imperio Medio, hacia 1900 a.C.:
"Una ofrenda que da el rey (a) Osiris, Señor de Busiris, el Gran dios, Señor de Abidos, en todos sus lugares, para que haga ofrendas invocaciones (consistentes en) pan y cerveza, bueyes y aves, alabastro, ropas e incienso, todas las cosas buenas y puras de las que vive un dios, para el espíritu del bienaventurado Nejt-Anj…"
Igualmente, para el caso de que desde el reino de los vivos no se enviaran las necesarias ofrendas al difunto se incluyen en el "Libro de los Muertos" diversos conjuros que pretenden conseguir que las mismas sean facilitadas por las propias divinidades. Veamos uno de esos encantamientos, que se incluye en el capítulo 1 del Libro:
"¡Oh vosotros, (espíritus divinos), que dais pan y cerveza a las almas perfectas en la mansión de Osiris, dad pan y cerveza a mi alma, en las épocas rituales, estando (victorioso) con vosotros!".
El ba y el cielo
Hemos venido estudiando que la tumba, además del lugar donde reposa el cadáver momificado, era considerada por los egipcios la Casa del ka, es decir el espacio en el que sigue habitando ese componente energético del ser, que allí entraba en contacto con los kas de los ancestros. De algún modo la tumba era un laboratorio en el que los hombres depositaban ofrendas y en compensación recibían la benéfica energía o fuerza vital de los antepasados.
Sin embargo, en las creencias egipcias, la tumba no era el destino final del difunto. El capítulo 175 A del "Libro de los Muertos" reproduce una conversación entre un difunto y el Gran dios creador Atum, que nos transmite información muy valiosa sobre esas creencias. El espíritu del muerto comienza el diálogo mostrando su sorpresa al descubrir que se encuentra en un lugar que le resulta inhóspito, su propia tumba:
"¡Oh Atum, ¿qué es lo que ha ocurrido para que yo deba ser conducido a un desierto (la tumba)? Allí no hay agua, ni aire; es muy profundo, muy oscuro y prácticamente infinito.
¡Vivirás allí con felicidad! -respondió Atum.
¡Pero no se podrá encontrar allí ningún placer (sexual)!
En él puse glorificación en vez de agua, aire y placer, y (puse) felicidad en vez de pan y cerveza -dijo Atum".
Atum, en la conversación con el difunto, informa a su espíritu que en la nueva vida que le ofrece ya no necesitará los placeres materiales ni las ofrendas alimenticias. Le esperan nuevos mundos en los que ya ni siquiera va a precisar de aire para respirar. El Gran dios, más adelante, prometerá la eternidad al difunto: "Estas destinado (a vivir) millones de millones de años, (a tener) una duración de Vida (eterna) de millones de años".
Este diálogo entre el difunto y Atum nos sirve como aproximación para acercarnos al mundo del Más Allá de los egipcios, una vez superada la primera etapa del viaje, que habría permitido la integración del ka del fallecido con la energía primordial de los ancestros, unión llevada a cabo en la propia tumba.
Es ahora cuando se inicia el viaje del espíritu a los mundos del Más Allá; para abordar su estudio debemos antes acercarnos al concepto de lo que los egipcios denominaban ba, que era el tercer componente del ser humano, según anteriormente comentamos.
El ba era un compuesto espiritual tanto del hombre como de los dioses y representaba de alguna manera un vínculo de unión entre lo meramente humano y la divinidad. Los egipcios pensaban que el hombre tomaba conciencia de su ba, es decir, de su espíritu, y establecía contacto con él en los momentos en que por causas diversas ese componente se independizaba del cuerpo y salía al mundo exterior. Esa extraña situación se producía, viviendo la persona, durante los sueños o a través del proceso de iniciación en los Misterios. También se producía, inexorablemente, tras la muerte, cuando según nos dicen los "Textos de las Pirámides" el cuerpo del hombre es para la tierra y el ba se eleva a los cielos.
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