La mayoría de éstos provenía de familias naturalmente peronistas, y los menos tenían procedencia familiar del partido radical, del socialismo o del conservadorismo. Alguno que otro tenía un padre nacionalista o rosista, lo cual implicaba, por lo general, un mayor nivel de formación política que el de otros militantes peronistas con motivaciones mayormente sentimentales, lo cual movilizaba a éstos a zambullirse inmediatamente en el revisionismo histórico.
Socialmente, estos militantes peronistas eran predominantemente de clase baja, hijos de obreros, de empleados públicos, de empleadas domésticas, de vez en cuando algunos hijos de suboficiales del ejército, muy pocos de clase media, y excepcionalmente alguna oveja negra con padres con altas graduaciones militares o que eran ricos estancieros. Muchos eran estudiantes universitarios de provincias. Pero en la villa todos se convertían a algo nuevo, a una nueva manera de ser que estaba naciendo en esa época.
Tanto los que se habían asumido como cristianos y/o como peronistas, tenían en común algo más que pertenecer a una misma generación, o ser estudiantes de entre los últimos años de la secundaria y los primeros de la universidad. En ambos grupos lo religioso había sido un dato muy importante en sus cortos años y una fuente de cuestionamientos de la vida, de la sociedad, de autocuestionamiento personal y de asunción de compromisos concretos con determinados ideales de vida. En algún momento todos habían experimentado alguna crisis personal de tipo religioso o por lo menos algún "desencuentro" con la Iglesia, lo cual configuraba una amplia gama de posibilidades que iba desde el escepticismo hasta la fe en carne viva y desde la práctica del culto católico hasta su categórico rechazo, añadido por lo general al cuestionamiento a los curas, a la jerarquía, a la Iglesia Católica, o a todos ellos juntos.
Una manera de curarse de ese mal de época, más allá de las consabidas tomas de posición, de rechazo o de adhesión total, era buscar la otra Iglesia, o más bien la comunidad cristiana que no tenía voz ni gestos oficiales consagrados pero que era fácil de reconocer porque en ella se hallaba la gente más pobre. Su lugar estaba en las villas miseria, ni infierno ni paraíso, el mundo de la pobreza y de la dignidad, del sacrificio y la solidaridad. Y de la esperanza. Y allí, el centro de la nueva comunidad en gestación era casi siempre un sacerdote joven que adhería a los principios de la Teología de la Liberación y al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.
En una de esas villas miseria donde miles de personas luchaban de mil modos contra su aparentemente inexorable destino de explotación social, había uno de esos hombres fundamentales que eran muy frecuentes en esos años: el padre Manuel, como lo llamaban los mayores, en tanto que para los niños y los jóvenes era simplemente Manuel o el "gallego". Tenía treinta y tres años de edad y para los compañeros peronistas era uno más de ellos. Tenía una modesta casita junto a la capilla, ambas construidas por él mismo que se defendía bastante bien como albañil.
La historia de Manuel lindaba con la leyenda. Ésta no registraba su tarea cotidiana como cura solidario sino lo inusual o excepcional, como por ejemplo que se había agarrado a las trompadas con el chino Benítez y lo había fajado después que éste estando borracho le había pegado una paliza a la Aurora y la había desfigurado y desde entonces el chino se había corregido y se había convertido en su mano derecha en la villa. O que cuando ocurrió la tremenda huelga del frigorífico él visitó todas las semanas a los villeros que cayeron presos por activistas. O que siempre se había negado a colaborar con la policía para darle información sobre las malandanzas de algunos muchachos. Y muchas otras intervenciones por el estilo que le habían dado justa reputación como defensor de los villeros.
Pero lo más importante para éstos había sido la actuación solidaria de Manuel un domingo a la madrugada, cuando estalló un incendio que devoró tres casillas tan rápidamente como tardan en consumirse por el fuego los tablones de álamo y las chapas de cartón prensado. Manuel y los villeros lucharon desesperadamente para que el fuego no se propagara al resto de las casillas, y lo hicieron sin auxilio de los bomberos pues en esa época éstos no entraban en las villas, aunque sí lo hacía la policía con los lanzallamas cada vez que perseguía a algún ladrón: si los villeros no lo entregaban voluntariamente ellos les incendiaban las casillas. Pero cuando apareció Manuel ya no lo pudieron hacer nunca más, aunque continuaron haciéndolo en las otras villas.
Esa noche Manuel instaló los petates que se pudieron salvar en el interior de la capilla, incluyendo colchones para que durmieran los bebés ya que desde los niños para arriba todos ayudaron a apagar el incendio. Cuando ya no hubo más nada por hacer, a eso de las cuatro, Manuel se largó misteriosamente con una decena de muchachos que habitualmente lo ayudaban y se fueron hasta un gran chalet en construcción, bastante lejos de la villa. Ahí los dejó esperando mientras él volvía a partir. Poco después regresó manejando un camión y entre todos cargaron varios miles de ladrillos que había en la obra. Manuel había hecho una doble "expropiación", la primera provisoriamente pues el camión lo devolvió, pero los ladrillos no.
Los muchachos guardaron silencio durante años sin contarlo siquiera a sus padres, y los militantes lo supieron recién cuando esos mismos muchachos ya se habían incorporado a la Organización, unos años más tarde.
Al amanecer ya estaban de regreso y junto con los que habían perdido todo, más los vecinos cercanos, sacaron los escombros y apisonaron el suelo y con el cemento que Manuel guardaba bajo un cobertizo para construir próximamente una escuelita, más el hierro, el pedregullo y la arena que allí tenía amontonados, fruto de donaciones obtenidas fuera de la villa, comenzaron a hacer los cimientos y la platea para una tira de casillas de mampostería.
Mientras tanto, las tres familias que habían perdido casi todas sus pertenencias durmieron casi dos semanas en la capilla sin que eso le impidiera a Manuel dar misa los domingos.
El sábado siguiente en la mañana, cuando ya la base estaba seca, una muchedumbre con y sin experiencia comenzó a pegar ladrillos. Manuel dirigía los trabajos como el más consumado maestro albañil. Era habilísimo y rápido con la cuchara, no perdía tiempo ni abría la boca como no fuera para pedir que le alcanzaran más ladrillos o más mezcla. Entre tanto, las esposas, las madres, las hermanas y las novias les traían a sus hombres té caliente, les cebaban mate, les daban pastelitos de dulce casero y sobre todo ánimo, sonrisas y alegría.
Por largas horas Manuel siguió allá arriba. Al oscurecer encendieron varios faroles para que continuar el trabajo por la noche. Mientras las mujeres mojaban los ladrillos con regularidad, los varones levantaban las paredes y preparaban la mezcla. Pero mientras ellos se turnaban, Manuel continuaba sobre el andamio. Así llegó el domingo y lo encontró allá arriba. Al mediodía comió algo sin bajarse y continuó trabajando. Pasaban las horas y él seguía firme en su puesto. Algunas veces bajaba para ir al baño pero enseguida continuaba con más ahínco. Así pasó esa tarde, llegó el anochecer y luego la madrugada del lunes. Para entonces, una radio a todo volumen mantenía en vilo a los villeros de las casillas más alejadas que concurrían a colaborar en lo que hiciera falta, reemplazando a los muchachos que estaban agotados. Unos removían la mezcla con la pala, mojaban los ladrillos, se los pasaban a los que estaban sobre los andamios para que los apilaran, las mujeres cebaban mate a los que trabajaban o les preparaban algún sandwich de queso y mortadela, sobre todo pensando en Manuel que no había tomado ninguna nada caliente desde que se había subido al andamio, el sábado por la mañana.
Por entonces Manuel ya no podía más de cansancio. Tenía las manos lastimadas por la mezcla y un tremendo dolor de espalda, mientras los ojos se le cerraban por el sueño reprimido y acumulado, y a medida que se acercaba el mediodía del lunes iba desfalleciendo. Las mujeres estaban conmovidas. Él vio que lloraban y les pidió que rezaran el Ave María, y todos, hombres y mujeres, viejos y niños, comenzaron a rezar, cosa que habitualmente jamás hacían. Manuel insistía en continuar un poco más mientras daba indicaciones a los de abajo para que no hicieran demasiado grande el pastón. De vez en cuando daba un mordisco a un sandwich, tomaba un trago de agua fresca y seguía pegando ladrillos. Finalmente, a eso de las tres de la tarde, cuando ya los de abajo temían que Manuel se mareara y se cayera, al quedarse sin mezcla en el balde se enderezó con lentitud, hizo una rotación de cabeza para estirar los músculos, se arrodilló sobre el andamio y pidió ayuda para bajar. Antes de perder el conocimiento alcanzó a decirles "ahora sigan ustedes".
Desde entonces los villeros daban la vida por Manuel. Años más tarde, cuando los compañeros relataban este episodio siempre terminaban llorando de emoción. ¡Qué no hubieran dado por ser testigos de esa escena y haber podido ayudar a Manuel!
* *
Tres años después, Fernando era el responsable político de la Organización en la villa. Él no vivía allí como los compañeros instalados desde antes, sino en un departamento en pleno centro. Por la mañana trabajaba en un ministerio y por la tarde cursaba en la facultad de derecho de la UBA. A la villa iba solamente para alguna reunión importante, en sitios y horarios previamente establecidos, y siempre por las noches. En esos casos llegaba en auto con dos o tres compañeros, vigilados por otro auto que venía más atrás por cualquier contingencia.
Fernando estaba al tanto de todo respecto de Manuel. Sabía que simpatizaba con la Organización pero que era independiente, que había colaborado más de una vez escondiendo compañeros en la capilla o en su casa y que los compañeros colaboraban con él hasta con dinero cuando hacía falta para ayudar a la gente. Ellos estaban impresionados con la personalidad de Manuel y a menudo lo visitaban para conversar sobre política y otros temas, y algunos para confesarse con él, después de haberlo hecho por última vez cuando todavía eran niños o adolescentes.
Fernando los había escuchado tantas veces hablar con admiración del cura Manuel que cada vez sentía más ganas de conocerlo. Hasta que por fin se decidió a hacerlo enviándole una nota con un compañero:
"Manuel:
Para nosotros sos un compañero. ¡Vos sabés lo que significa esa palabra para nosotros! Nosotros tenemos muchas cosas en común con vos. Me gustaría que nos sentáramos una noche a conversar sobre lo que vos tenés en común con nosotros y algunas cosas más.
Fernando."
Manuel aceptó enseguida, y previendo que conversarían hasta muy tarde, le mandó a decir que lo mejor sería encontrarse un viernes a la noche ya que el sábado por la mañana era el único día en que podía descansar un poco más.
La reunión fue en la cocina. Sobre la mesa había una horma de queso picante, dos kilos de galleta de dos tapas y una damajuana de un tinto común. Fernando llevó una caja con cinco variedades de vino fino que venían preparadas para regalo.
? Oye tú, ¿es que acaso tienes una beca que te gastas esas finezas? ?le lanzó Manuel al verlo entrar, mientras le extendía la mano.
? Es que el vino es el mejor amigo del hombre ?respondió Fernando con amabilidad.
? ¡Cómo? ése no era el perro! ?replicó Manuel fingiendo sorpresa.
Mientras saboreaban tan delicioso queso y los tintos de Fernando, con el ánimo distendido ambos se contaron sus vidas.
Manuel había nacido en España, en una pequeña aldea de montaña, hijo de un pobre pastor y una madre laboriosa, ambos analfabetos, que tuvieron seis hijos: tres varones y tres mujeres, siendo Manuel el menor de todos. El mayor de los hermanos había muerto en la guerra civil del lado franquista, poco antes que Manuel naciera. El segundo, que era comunista, había pasado quince años encarcelado por el Caudillo, y cuando lo soltaron se fue a Méjico sin ver a nadie de la familia, ignorándose desde entonces su paradero. A sus hermanas, a medida que iban llegando a la pubertad su padre las iba entregando a un convento para que pudieran comer. Cuando Manuel cumplió diez años de edad su padre murió y tres años después lo hizo su madre. Y en ninguna de esas ocasiones sus hermanas monjas asistieron al entierro pues no podían salir del convento ni ser visitadas. Entonces, para no morirse de hambre y de soledad, él también se metió en un convento como la mayoría de los pobres en esos años.
Durante su adolescencia de constante encierro, de penumbras y de cirios, de salmos y campanas tanto como de silencio total, fue alimentando secretamente un profundo resentimiento contra la Iglesia, basado en su connivencia con la dictadura. Simultáneamente, la existencia de ese hermano comunista que no había alcanzado a conocer al igual que al mayor, pero que a lo mejor estaba vivo, le hacía sentirse culpable de complicidad con sus verdugos por haberse metido con los curas. Las caras de su padre y de su madre, con los ojos llenos de tristeza, siempre en silencio, sin haberles conocido jamás una sonrisa, con los labios apretados como mordiendo el resentimiento contra la vida desgraciada que les había tocado por haber nacido en un lugar y en un tiempo que ellos no habían podido elegir, lo acompañaban permanentemente en su profunda soledad.
Después de muchos años se convirtió en sacerdote y pidió que lo enviaran a América, esperando que lo destinaran a Méjico pues soñaba con encontrar a aquel hermano perdido. Pero la Orden no accedió, seguramente temiendo que efectivamente se encontraran y que ese hermano condenado al infierno fuera una mala influencia para su alma. Lo mandaron a Colombia. En Bogotá estudió sociología, conoció el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y se sintió atraído por sus posiciones, lo mismo que por las conclusiones de la Conferencia de Medellín, la cual coincidió con su graduación. Entonces, para alejarlo de las tentaciones de la soberbia y para ayudarlo a ser un buen soldado de Cristo lo destinaron a Argentina, pero aquí le negaron la posibilidad de dedicarse a la enseñanza universitaria como él deseaba, pues su alma correría peligro, y posiblemente la de sus alumnos también. Así fue como, a su pedido, recaló finalmente en la villa pues ya no había otros destinos mejores para él.
Fernando lo escuchaba extasiado, sobre todo mientras Manuel le contaba cómo eran los villeros y cómo había hecho para tener ascendiente sobre ellos. De pronto, sus palabras tuvieron un tono más íntimo:
? La pobreza es exasperante, sabes?… porque si la analizas bien es más humillante que la misma esclavitud, puesto que el esclavo es tal mientras tenga un amo. Pero al pobre le llenan la cabeza diciéndole que es libre y que eso es magnífico y que debe ser el arquitecto de su propio destino y que debe ser un superhombre para sobreponerse a la adversidad y que puede llegar tan lejos como su fe y que los pobres se van al cielo y que…
Manuel dejó de hablar por un instante, con la mirada perdida en las vetas de la madera de la mesa. Se había percatado de su propia ansiedad, por lo que inmediatamente pensó que Fernando -sorprendido ante ese desborde de subjetividad- tal vez se sentiría molesto. Pero éste escuchaba su relato lleno de admiración, tanto por el dolor que Manuel trasuntaba como por coincidir en sus apreciaciones acerca de la pobreza.
?Te comprendo, te comprendo… ?repetía Fernando, incitándolo a continuar hablando.
? … pero más me duele la humildad y la resignación de los pobres. Y sabes una cosa -algo que está muy mal en mi condición-: no soporto la ética de la resignación que hemos transmitido a los pobres. ¿Sabes por qué es malo lo que me pasa? Porque eso demuestra que mi fe es débil.
Manuel alzó la cabeza y miró a Fernando directamente a los ojos mientras concluía la frase, descontando que éste sabría apreciar la importancia de tal revelación. Fernando lo comprendió enseguida pero intentó desviar el cariz de la conversación. Manuel le había confesado una de sus flaquezas pues a juzgar por el brillo de sus ojos parecía que no podía sobrellevarla; al mismo tiempo sentía que esa confesión era un honor inmerecido para él pues Manuel como sacerdote tenía poder sobre él, estaba por encima suyo en relación a Dios. Y además, recién se conocían.
? Te escucho hablar y me veo a mí mismo pensando esas mismas cosas cuando tenía quince años… ? contestó Fernando.
Manuel sabía que Fernando era un cuadro muy importante en la Organización. Nunca había preguntado nada ni le habían dicho pues no hacía falta. Sus visitas subrepticias por las noches para reuniones secretas con militantes y un creciente número de jóvenes villeros así lo hacían suponer. Como Manuel sentía admiración por los revolucionarios se sentía confiado para hablar sin retaceos. Por otra parte, se diera cuenta o no de ello, era evidente que tenía necesidad de desahogarse.
? ¿Sabes por qué mi fe es débil? ?insistió Manuel en la misma línea de confesión?. Porque quiero a los pobres por lo que yo quisiera que fueran, pero no por lo que son. Por eso me caen bien ustedes, porque son como un reflejo de mi otro yo… Como ves, estoy… mejor dicho no estoy satisfecho conmigo mismo. Y eso está mal… ?concluyó, mientras daba un puñetazo sobre la mesa.
? ¿No lo podés resolver? ?preguntó Fernando, para quien la admisión de esa contradicción por parte de Manuel lo convertía ante sus ojos en un hombre plenamente humano.
Manuel lo miró por unos instantes sin parpadear y con una expresión muy dura en su cara.
? No puedo… ?contestó finalmente con un hilo de voz, mientras volvía a bajar la vista?. En realidad… no quiero…
Fernando deseaba que Manuel se incorporara a la Organización. La opción de Camilo Torres y su muerte reciente habían sacudido a millones de auténticos cristianos en todo el mundo, muchos de los cuales se casaron con la revolución siguiendo su ejemplo, por lo que la eventual incorporación de Manuel seguramente tendría un gran efecto propagandístico y sería muy beneficiosa para la Organización.
? ¿Qué pensás de tus colegas que dejaron la sotana? ?preguntó Fernando.
? ¡Hombre… acaso no la he dejado yo también! ¿O es que no te has dado cuenta todavía? ?respondió Manuel, levantándose de la silla como diciendo mírame, aquí estoy, calzando vaqueros igual que ustedes, con un falso enojo en su cara para estallar inmediatamente en una sonora carcajada. Todo para no tener que responder lo que Fernando le había preguntado.
Manuel era más bajo que Fernando y mucho más relleno de carnes. Los compañeros se divertían escuchando su acento andaluz y su pronunciado seseo pero para ellos era un típico "gallego", idéntico a don Manuel, el padre del Manolito de Quino. Ese exterior sencillo resaltaba aun más la fuerza de su personalidad y de su pensamiento, causando una honda impresión en los compañeros. Todos pensaban cómo podía ser que un hombre tan simple fuera tan grande.
Cada vez que conversaban con Manuel esperaban que él les bajara la línea más actualizada de la nueva teología cristiana, o que dijera algo lleno de sabiduría, algo profundamente universal que los llenara de orgullo por haber sido sus depositarios y, en consecuencia, se convirtieran en comprometidos mediadores para predicarlo posteriormente. Pero no, habitualmente Manuel no pontificaba, no pronunciaba sentencias, no se refería a los grandes principios, ni mencionaba sistemas, teorías o corrientes como criterio de autoridad. Sólo hablaba de lo simple y lo pequeño, de lo más simple y pequeño que fuera posible.
Había compañeros que antes de participar en un operativo se confesaban con Manuel. Y bajo secreto de confesión le revelaban los pormenores del mismo sin la menor desconfianza, aunque sin entrar en detalles, mientras que otros no se atrevían a tanto. Cuando después Manuel se enteraba de las bajas se llenaba de tristeza y apenas hablaba mientras atendía las tareas sociales y religiosas de su ministerio. Él los lloraba en silencio, con pudor, sin hacer ningún tipo de comentarios o demostraciones de dolor ni oficiar paraliturgias a pedido de los compañeros. No porque tuviera miedo de quedar marcado y de que, en consecuencia, su vida no valiera un centavo como ya había sucedido con otros curas, sino porque íntimamente pensaba que sus muertes eran vanas y sus vidas insustituibles, y que quemarlas en la hoguera de la revolución era un sacrificio que tal vez ni siquiera diera frutos, por más que ellas tuvieran un profundo significado en la lucha por la redención social de los explotados. Al mismo tiempo, le indignaba que se inmolaran tantas vidas de pobres, niños, adultos y ancianos, varones y mujeres, en Argentina y en América Latina, en África y Asia, en la hoguera del capitalismo. Cuando pensaba en los pobres veía con benevolencia a los revolucionarios, los amaba y hasta se sentía reflejado en ellos, pero inmediatamente sentía remordimientos de conciencia. Sin que nadie lo supiera, por momentos tenía una voluntad y una esperanza desmesuradas, y otras veces se sentía desfallecer.
? ¿Sabes qué siento cuando matan a alguno de tus compañeros? Que se ha muerto alguien de mi familia. Porque tú sabes que yo estoy solo y ustedes son lo más parecido a una familia que puedo tener. No porque nos tratemos mucho sino porque yo sé que me quieren… ?lo último lo dijo bajando la vista, avergonzado de revelar una necesidad que a un cura no se le permite.
? ¿Y la gente de la villa? ?preguntó Fernando.
? Ellos son los pobres, mis hermanos en general pero ninguno en particular para mí. Porque sé que están condenados de antemano y yo no puedo hacer lo necesario por ellos. Recién cuando ellos entran en tu Organización y los veo firmes, rebeldes, inclaudicables, recién me empiezo a ver reflejado en ellos y los veo a cada uno como un hombre singular, como si recién en ese momento tuvieran un rostro personal.
En ese momento Fernando notó que Manuel tenía los ojos un tanto vidriosos y que la voz le temblaba.
? Perdóname… es que estoy… como dicen ustedes… ?se disculpó, ensayando una sonrisa.
? ¡… medio en pedo! ?agregó Fernando, lanzando una carcajada para obviar la incomodidad de la situación. Inmediatamente llenó los vasos y se los empinaron de un solo trago.
Permanecieron un rato sin hablar, medio metidos en sus recuerdos, medio disfrutando el momento y la catarsis. Manuel se sirvió otra vez de la botella y continuó bebiendo despacio, con la vista perdida en el fondo del vaso. Su abatimiento era evidente. Finalmente escondió la cabeza entre las manos.
Fernando comprendió que había llegado su turno. Comenzó hablando de sus padres que eran gente sencilla y peronista, del descubrimiento de los pobres de carne y hueso, de sus lecturas políticas, de su pasión por la justicia social, de su admiración por Perón y su amor por Evita, de su respeto por el Che, de su crisis religiosa, de su reconciliación con Cristo a partir de los curas tercermundistas. Y mientras hablaba, Manuel notaba cómo Fernando se volvía cada vez más vehemente.
?… hasta que entré en la JP y después en la Organización ?concluyó.
? Estoy seguro de que también quisiste ser sacerdote ?dijo Manuel.
? ¡Sí, claro, me olvidé de contarlo! Fue cuando estuve pupilo en un colegio de curas.
? Y seguro que soñabas con ser misionero en el África…
? ¡Tal cual! ?exclamó Fernando?. ¿Cómo se te ocurrió??
? ¿Y no sentías admiración por Albert Schweitzer en esa época?
? ¡Exactamente! ?respondió Fernando, entre sorprendido y admirado.
? ¿Por casualidad no eras tú de los que en el aula se sentaban en la primera fila?
? ¡Sí, sí! ?contestó eufórico?. ¡Y también era abanderado! ¡Es como si me estuvieras leyendo la mente! La mayoría de los que llegamos a la universidad y hoy militamos políticamente hemos sido buenos alumnos, sentíamos placer por estudiar, éramos lectores asiduos de las bibliotecas públicas e íbamos a misa todos los domingos.
? Pues, lo último no te lo creo…
? Bueno, hasta el primero o segundo año de secundaria todavía íbamos… pero para poder mirar chicas a la salida…
? ¿No te dije? ?respondió Manuel sonriendo?. Los de la izquierda dirían que eras un perfecto aspirante a pequeño burgués.
? Ya vez lo equivocados que estarían ?replicó Fernando riéndose?. Los pequeñoburgueses se vuelven socialistas sin dejar de ser liberales ni pequeñoburgueses, en cambio los que como yo vienen de abajo y son hijos de trabajadores y peronistas somos naturalmente socialistas. Como sabrás, en América Latina los mismos términos suelen expresar ideas e historias muy distintas que en Europa…
? Eso ya lo descubrí en Colombia, pero aquí es más grave.
? Me imagino que lo sea para vos porque nunca dejarás de ser español como yo no dejaré de ser argentino.
? En eso tienes razón. Ustedes son latinoamericanos aunque no quieran serlo, digo, en este país. ¡Pero no te vayas a creer que España es Europa, eh! Nosotros también tenemos lo nuestro y es muy difícil conocer la verdadera esencia de lo español, porque es muy compleja…
? No creo que se trate de un problema de conocimiento en el caso nuestro, sino más bien que no quieren conocernos porque no les conviene.
? Tienes razón. Y lo que tú dices puede aplicarse también a la Iglesia de América Latina. Mira cómo de haber sido una religión oriental, el cristianismo ha pasado a ser emblemáticamente occidental, con todo lo que eso implica en relación con el poder mundial.
? Me imagino que eso también lo descubriste en América ?aventuró Fernando.
? Por cierto, aquí pasé de un cristianismo universal que yo traía a otro que no realiza su universalidad si no es a través de la previa realización del individuo y de la comunidad en un contexto particularista.
? ¿Fue conocimiento teórico o una experiencia existencial?
? No, primero tuve que aprender a amarlos a ustedes.
? Hace un rato dijiste que tenías una dualidad en ese amor…
? Es cierto, en realidad intento amar. Pero amar de verdad no es tan sencillo como estamos acostumbrados a creer.
? Supongo que tenés razón? No lo había pensado… ¡Ves, ésa es la ventaja de ser cura: poder bucear hasta las profundidades…!
? Ser cura no es algo ventajoso ni fácil de ser. Oye, si te lo tomas en serio, no?
? Pensar que yo me alejé de la Iglesia por el conocimiento y después regresé a ella gracias a ustedes y a Medellín, pero no tanto por las ideas sino por el corazón? reflexionó Fernando.
? Tú te refieres a aquello de que cuando los pueblos no hallan por las vías institucionales los caminos para la transformación ?
? ?de una sociedad injusta tienen el derecho de resistir a la opresión por otras formas … ?completó Fernando, agregando enseguida?: Por eso mismo.
Manuel observaba el rostro de Fernando. Se lo veía transfigurado, como si en lugar de verlo a él estuviera viendo la epopeya futura de la Organización.
? … esa frase me reconcilió con Cristo y con la Iglesia ?prosiguió Fernando?. Mejor dicho, con la Iglesia de los Pobres.
? ¿Para ti fue como el permiso que estabas esperando, verdad…? ?preguntó Manuel, bajando la voz.
?Sí ?contestó Fernando con firmeza.
Manuel guardó silencio por unos instantes.
? Sospecho que a pesar de esa "autorización" tienes contradicciones… ? agregó como si estuviera haciendo una pregunta muy delicada.
? ¿Quién no las tiene?? lo interrumpió Fernando, con una sonrisa que se parecía mucho a una disculpa.
?… y no te sientes cómodo por algo que tú sabes ?concluyó Manuel.
Fernando dejó de sonreír al instante. La sagacidad de Manuel para descubrir aquello que escondía en su interior y que lo estaba atormentando lo llenó de admiración. Pero no quiso confirmar sus palabras pues por más que Manuel fuera joven y usara pantalones vaqueros seguía siendo un cura y esa condición lo hacía sentirse en inferioridad de condiciones al momento de tener que hablar de su propia intimidad.
? ¿No quieres confesarte? ?preguntó Manuel, en un hilo de voz, y a Fernando le cayó como una estocada a fondo por más que por el rumbo de la conversación esa pregunta fuera previsible.
? ¡No, no, no! ?se apresuró a responder, con cierta turbación?. Sólo quiero que hablemos como amigos…
? ¡Pues entonces, venga! ?contestó Manuel prestamente, mientras servía más vino.
Fernando no había esperado que la conversación llegara a ese punto. Tener que hablar de sus problemas concretos frente a Manuel lo incomodaba, y sin embargo estaba allí porque quería hablar de eso. Pero no en confesión: si hubiera querido tener un confesor se hubiera buscado otro cura, pero nunca a Manuel pues éste quedaba frente a él en una posición de superioridad, justamente cuando él pretendía conversar de igual a igual, como si se tratara de dos comandantes de ejércitos distintos que se complementaran en torno a un mismo objetivo final. Puesto que deseaba incorporarlo a la Organización, si eso llegaba a suceder, Manuel debería ser subordinado suyo pero si ahora él iba y le mostraba sus puntos débiles perdería credibilidad ante sus ojos. Fernando no se imaginaba a Manuel como capellán de alguna columna de la Organización sino como un combatiente que abandonaba un ejército y se incorporaba a otro con reglas muy distintas. Y aunque Manuel nunca había insinuado la menor posibilidad o interés en efectuar tal traspaso Fernando sabía que con paciencia lo podría lograr.
? ¿Qué pensarías si te dijera que he matado?? preguntó Fernando casi como al azar, eludiendo la mirada de Manuel.
Manuel lo había sospechado desde un primer momento. Era de suponer, y si no para qué estaba uno en la guerrilla. Sabía por experiencia, por las confesiones de muchos compañeros que éstos sufrían tremendamente por haber matado. Sobre todo al principio, pues de a poco se acostumbraban a convivir con esa carga.
? ¿Pero no en confesión?? volvió a preguntarle Manuel con cierta picardía en la mirada.
? No, no, no, como un buen amigo, nada más? respondió Fernando.
Hasta ese momento Fernando había participado en varias operaciones cumpliendo distintos roles. Antes de entrar en la Organización había armado caños y los había hecho estallar, pero después comenzó como apoyo logístico y de seguridad; mas tarde tomó parte de la planificación y ejecución de operaciones de más riesgo como el asalto a comisarías de provincia para requisar armamento; enseguida participó en asaltos a los transportes de caudales de Juncadella y finalmente a algunas sucursales bancarias. Siempre había tenido mucho miedo, hasta para asaltar a un policía en la calle una noche oscura y robarle el arma, pese a que el policía temblaba de miedo, pero el miedo no era a ser herido por éste o tal vez hasta morir; el terror era a tener que tirar a matar al otro. Por suerte, hasta ese momento había salido ileso siempre, y en cuanto a disparar siempre había sido al barrer, sin haber visto que algún policía cayera bajo sus balas. Pero ya los operativos de la Organización eran mucho más complejos, como los secuestros por rescates muy elevados que eran la mejor forma de financiar la estructura. Y ya se hablaba de otros mucho más riesgosos como los asaltos a cuarteles.
Todavía no se había enfrentado a la alternativa de tirar a matar primero para no caer muerto por las balas de otro, pero constantemente pensaba que en el próximo operativo moriría. Él no quería matar, pero si no mataba primero lo matarían a él o lo herirían y lo tomarían prisionero. Pero en este caso era preferible morir en combate antes que ser torturado. Pero morir no le era indiferente. Por el contrario, le daba pánico, no por el sufrimiento físico sino por el hecho de no estar nunca más y de perderse el resto de la película que estaba protagonizando. Por supuesto, le dolía pensar en el dolor de su familia, pero más penoso era saber que ya no existiría nunca más. Y por supuesto, le dolía matar a un ser humano… y en el fondo ésa era su principal preocupación por más que pensara y adoctrinara a otros compañeros diciendo que debía ser la última de las preocupaciones de un combatiente.
? Pues, no hacía falta que me lo dijeras… ya lo presentía? dijo Manuel?. Entiendo que a ti y a tus compañeros los mueve la sed de justicia. Es cierto que llevan y traen la muerte… pero sé que lo hacen por la vida? calló por un instante y luego continuó: ?. Al fin y al cabo, si la Iglesia admitió la guerra justa en lugar de cuestionar toda guerra, ¡qué podría objetar a las guerras de liberación de los pueblos! ¡Qué hay más justo que eso! Y si bien Medellín no es toda la Iglesia, ni siquiera la parte principal, ya es un avance…
Manuel hablaba sin mirarlo, lentamente, en un tono más quedo, como eligiendo las palabras a utilizar.
? … pero yo sé que a ti te preocupa tu alma. Arrepiéntete de lo que has hecho, con sinceridad y profundamente, aunque tardes muchos años en volver a sentirte en paz con Dios. Pero debes hacerlo sin hacerte trampas tú mismo desde la razón. Mira… Dios es tan grande que puede contener todos tus errores y toda tu soberbia infinitamente y siempre te aguardará al final de tu camino.
Fernando lo escuchaba con una mezcla de complacencia y de emoción, pero en su interior dudaba… ¿Sería cierto eso que había dicho Manuel? ¿Qué pensaría Dios realmente, no en general, sino en su caso particular?
? Lo último que dijiste parece propio del sacerdote más que del amigo… ?dijo Fernando con una tímida sonrisa, tanto como para llenar de palabras un previsible silencio.
? ¡No, no, no! ¡Te lo digo como amigo! Porque estoy convencido de que es así ?contestó Manuel, con entusiasmo pero a la vez con firmeza.
Fernando lo miraba con una expresión serena. Eso era lo que había estado esperando escuchar de boca de Manuel. Un alivio a la carga de reproches que su conciencia le dictaba aun cuando todavía no había dado muerte a nadie. A lo sumo, sus balas podrían haber herido a algún militar o policía pero él no había deseado matar aunque alguien hubiera muerto por su causa. Eran las reglas del juego tan sólo. Ese asunto era frecuentemente conversado entre compañeros combatientes y aunque el había pregonado la tesis oficial de la Organización en favor del odio revolucionario como ingrediente espiritual, psicológico e ideológico de un verdadero revolucionario, en el fondo nunca se había sentido totalmente seguro de creer en lo que predicaba. Sentía que no tenía odio contra esos militares y policías de la suboficialidad en cuyos rostros oscuros se notaban su origen social y sus mezclas de sangres. Había diferenciado entre oficiales y suboficiales de las fuerzas armadas, se había preguntado si la marina tan sólo por ser anglófila por tradición y yankófila por sucesión era merecedora de un odio sistemático que debía ser inculcado a los miembros de la Organización y al pueblo mismo, y había llegado a la conclusión de que por esa vía las consecuencias finales serían desastrosas para el país. Si algún día se ganara esa guerra, pensaba, a los vencidos habría que reeducarlos y no fusilarlos. Por supuesto, se daba cuenta de que esa manera de pensar era una contradicción, sobre todo tratándose de alguien como él, que debía ser un ejemplo de firmeza y mantener constantemente la moral revolucionaria de su grupo. El debía prometer que habría juicios revolucionarios implacables para los enemigos, eso sería justicia, pero para él seguía siendo una contradicción admitir que el odio forme parte de la justicia y de la moral y sobre todo de una moral revolucionaria. Y del mismo modo cuestionaba la moral reaccionaria inculcada a los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad. Más de una vez se había preguntado si no había elegido el camino equivocado. Y siempre llegaba a la conclusión de que él no era un completo revolucionario pues sus temores de condenarse para siempre eran un lastre. Tampoco solucionaría ese problema proponiéndose deliberadamente ser ateo pues no lo era. Cuando unos años antes creyó serlo o ir rumbo a serlo, su conciencia le repetía que era un falso ateo porque no podía olvidarse de Dios. Incluso ahora, al escuchar a Manuel, la primera reacción fue de alivio, pero en todo momento pensó que esa respuesta era demasiado benigna. Si quería ser honesto consigo mismo no debía confiar en la respuesta de Manuel. Por otra parte, aun suponiendo que él hubiera matado a una sola persona siquiera, arrepentirse sinceramente implicaba abandonar la Organización inmediatamente, de lo contrario se estaría mintiendo a sí mismo, o pretendiendo servir a dos amos. El hecho de no haber matado todavía ?así lo creía- no lo tranquilizaba en lo más mínimo. Seguramente la próxima vez sucedería. En tal caso, ¿debería despreocuparse a priori porque según la primera parte de la respuesta de Manuel ya estaba justificado?, y de acuerdo a la segunda parte ¿podría pecar mortalmente mañana y después arrepentirse sinceramente? ¡Tan fácil era! ¿Acaso no era ésa la conducta habitual de los católicos que se confesaban en domingo y volvían a pecar de lo mismo el resto de la semana hasta la nueva confesión y comunión del domingo siguiente? ¿Qué respondería Manuel si le hiciera todas esas preguntas que se estaba haciendo a sí mismo? ¡No, no podía hacerlo ni su propio orgullo lo aceptaba! Él era un cuadro de la Organización y no debía dar una imagen tan vulnerable del estado emocional, espiritual e intelectual de sus miembros. Lo mejor sería formular otra pregunta.
? ¿Y si te dijera qué nunca he matado pero que seguramente lo voy a hacer?
Manuel quedó paralizado al escucharlo, mirándolo desorbitadamente mientras una mueca horrible se instalaba en su cara.
? ¡Oye tú! ¿Qué me has hecho? ?exclamó a los gritos saltando de la silla para sorpresa de Fernando.
Éste no había formulado esa pregunta con inocencia ni ingenuidad sino deliberadamente, buscando entrampar a Manuel para que quedaran en evidencia dos tipos de respuesta: la dada a la primera pregunta, comprensiva, piadosa, cuasi cómplice al principio, pero generosa en la esperanza del perdón, cuando debió haber sido reprobatoria y dura pues un pecado mortal es cosa muy grave. Si un cura no le hacía comprender al pecador la gravedad de su pecado hacía una muy mala docencia respecto al bien. Fernando sabía que su nueva pregunta iba a descolocar a Manuel pues si a la primera había contestado de modo tan benévolo ¿qué le correspondería a la segunda?, ¿que se sintiera complacido porque aún no había matado?, ¿pero entonces qué quedaba para el hecho de saber que no debía matar porque era un pecado mortal terrible y sin embargo anticipar fríamente que lo iba a hacer más tarde? ¿Qué diría Manuel en tal caso: ¿¡"Arrepiéntete con posterioridad a cada muerte que inflijas"!? En tal caso, ¿cómo quedaba Manuel ante la Ley de Dios? ¿Cómo un cura sin fe? ¿Cómo un cura con doble discurso? ¿Cómo obedeciendo a dos leyes? ¿O a dos amos? Si así ocurría, desde ya que la credibilidad de Manuel como sacerdote quedaría por el suelo y él podría sentirse más relajado frente a los reproches de su conciencia toda vez que un cura, un hombre consagrado a Dios, demostraba tanta laxitud… Probablemente, después le sería muy fácil convencer a Manuel de que ingresara a la Organización.
? ¿Qué tiene? ¡Sólo quiero que me respondas como un amigo…!
? ¡Es que ahora no puedo responderte como amigo.! ?gritó Manuel enfurecido?. ¿Sabes por qué? ¡Porque lo que tú me cuentas ahora es más grave que en el caso anterior porque me has involucrado a mí en lo que vas a hacer! Y al haberlo hecho me has recordado que yo soy ante todo un sacerdote y que he contraído un compromiso sagrado con Dios. Si no creyera en ello ya lo hubiera abandonado pero si continúo es porque creo, aun con vacilaciones. Con esto me has recordado que yo me he desviado de esa misión.
? ¿Pero por qué…?? preguntó Fernando, intuyendo que Manuel había captado lo capcioso de la pregunta.
? ¡Porque al igual que tú me he hecho un Cristo a mi medida, siendo que yo y todos debemos ser a la medida de Cristo!
Fernando no salía de su asombro ante la inesperada posición de Manuel.
? ¡Pero yo te estoy contando mi problema!? exclamó.
? ¡Es que nunca fue tu problema solamente! ¡No te das cuenta que yo también he matado con ustedes!.
? ¿Por qué?? insistió Fernando.
? Porque he justificado vuestros actos, porque los he aprobado. Y he hecho lo mismo con vosotros…
? ¡No puedo creer que tengas tamaña contradicción!? exclamó Fernando?. ¡Hace un rato justificabas la violencia y ahora la condenás!
? ¡Es que me ha pasado algo maravilloso! ¡He tenido un segundo de revelación de mi error!? y al decir eso una sonrisa le iluminó el rostro.
? ¿Entonces qué queda de esa interpretación del uso de la violencia por Jesús en la expulsión de los mercaderes del templo?
? Jesús utilizaba metáforas y simbolismos con los hombres que lo escuchaban pero se dirigía también a los hombres de todos los tiempos y lugares, o sea que sus mensajes eran universales. Él no daba fórmulas ni mensajes para que los repitieran mecánicamente sino que sus palabras y sus actos deben ser interpretados y comprendidos. Él nunca pregonó la violencia ni la justificó para apoyar a ninguno de los movimientos históricos de ese momento. Ese episodio simboliza la purificación del templo. Jesús expulsa a los mercaderes y derriba sus mesas pero no golpea ni mata a nadie. Además actúa así deliberadamente para cumplir las profecías anteriores sobre el castigo a Israel por sus pecados. ¡No es un arrebato clasista como ustedes interpretan… ni Jesús era un guerrillero!
? ¡Eso nos lo enseñaron ustedes, los tercermundistas!? replicó Fernando poniéndose colorado y alzando la voz.
? ¡Y es un error lo mismo que otras referencias de Jesús a la violencia que hemos tergiversado! Jesús se rebelaba contra la hipocresía de la religión nacional y simbolizaba la instauración de un nuevo orden. ¡Jesús no anula el valor de los diez mandamientos y uno de ellos dice "no matarás" y tiene un valor absoluto, no relativo!? exclamó Manuel como si tuviera un ataque de indignación.
? ¡Pero vos te acordás que desde hace dos horas estamos hablando en torno a la revolución y la lucha y hace un rato me dijiste que nosotros llevábamos y traíamos la muerte pero que era por la vida!? contestó Fernando fuera de sí.
? ¡Es cierto! ¡No sabes cuánto te agradezco que me hayas hecho esa segunda pregunta! Más allá de la mala intención que tuviste al hacerla me has hecho un inmenso favor. ¡Es que Dios obra de mil maneras!? exclamó Manuel mostrando en su cara la felicidad que parecía inundarlo.
? ¿Pero qué tenés para responder sobre lo que te pregunté?? insistió Fernando, con el rostro descompuesto por una mezcla de enojo y vergüenza.
- ¡Confiésate y te enterarás!? casi gritó Manuel volviendo a ponerse serio.
? Ya te dije que…? principió Fernando, pero Manuel lo interrumpió lleno de furia.
? ¿Que no te atreves? ¿Que tienes miedo? ¡Pues con estas cosas no juegues! ¡Y vuelve cuando quieras confesarte de verdad, sin pretender engañarme a mí, a ti ni a Dios!
A las pocas horas de haber comenzado aquella relación que prometía ser tan necesaria para la vida de ambos, se había roto para siempre. No hubo despedida, ni adiós, ni abrazos ni manos estrechadas. Manuel abrió la puerta de la cocina mientras clavaba sus ojos en los de Fernando. Éste no pudo sostener su mirada y pasó a su lado casi huyendo, presa de la vergüenza y la humillación más grande que había sufrido en su vida.
Nunca más se volvieron a ver. En los días siguientes, Manuel empezó a rehuir a los compañeros aunque más no fuera para conversar de cosas triviales. Tampoco volvió a pedirles colaboración ni ayudas en dinero por más que continuamente necesitara de ellas. Fernando se enteró inmediatamente y ordenó a los compañeros que no lo buscaran ni le preguntaran nada porque no se sabía en qué andaba Manuel… y podía ser comprometedor para la Organización.
Un mes después Manuel era ametrallado al salir de la capilla. Los compañeros estaban consternados. La Organización dio a conocer un comunicado repudiando el hecho y atribuyéndolo a las bandas fascistas del gobierno. Fernando trajo a un cura de la Organización para hacer una paraliturgia en la capilla ante miles de militantes y villeros. Él mismo pronunció en el cierre una enardecida arenga revolucionaria que inflamó los corazones y todos clamaron justicia popular y juraron venganza. Desde entonces se corrió la voz de que Manuel había sido miembro de la Organización.
II
Han pasado casi treinta años desde entonces hasta hoy, cuando uno de los dos protagonistas anteriores, el que sobrevivió -que obviamente no se llama Fernando como tampoco Manuel se llamaba así- acaba de terminar de leer el relato anterior que el historiador oral, un hombre ya mayor con evidente acento extranjero, ha compuesto en base a dos entrevistas anteriores con Fernando.
El hombre está ansioso por conocer la opinión de su informante. Para recrear el contexto histórico de las villas miseria ha mezclado el relato de Fernando con sus propios conocimientos históricos sobre aquella época, mientras que para los diálogos entre los dos protagonistas utilizó frases y oraciones completas de su informante, suprimió algunas, modificó ligeramente otras y compuso descriptivamente los cuadros de sus respectivos pensamientos y personalidades con cierta flexibilidad creativa y estética. Ahora teme que Fernando intente corregir todo.
Deliberadamente, el entrevistador ha cuidado que no apareciera la narración como una apología de aquella época ni de esa épica pues su interés en la historia que está construyendo se centra en la conciencia moral y en el espíritu de "Fernando". Se lo dice mientras espera la evaluación.
Fdo. ? Está bien… pero faltan muchas cosas. Yo te conté mucho más…
Edor. ? Es cierto… pero como te dije por teléfono, los relatos de la guerrilla son paradigmáticos, han construido una mitología y siguen transmitiendo ideología, incluso cuando se hacen trabajos de historia oral con fines académicos. Yo podría haber hecho una novela histórica o una biografía y no habría tenido limitaciones de ninguna especie. Lo primero no me interesa y respecto a lo segundo tú dijiste de entrada que no querías porque no estabas buscando justificación y toda narración personal tiende a la autojustificación… ¿Te acuerdas que en esa ocasión yo agregué estas palabras: "consciente e inconscientemente"?
Fdo. ? Sí, sí… me acuerdo. Pero no contaste con todas mis palabras lo que yo quería que dijeras… al final…
Edor. ?Vale. No lo quise hacer, o lo hice elusivamente. ¿No crees que los lectores igualmente se darán cuenta?
Fdo. ? No sé… Yo accedí a participar en tu proyecto porque no quiero seguir manteniendo el secreto…
Edor. ? Ciertamente. Es que para ti tu narración terminó con la muerte de Manuel, en cambio para mí lo más interesante era lo que corría paralelo al discurso ideológico y a la acción en esos años, o sea la historia de las conciencias personales de vosotros -la tuya en este caso- y no tanto la de la conciencia política de aquella generación. Eso que no se cuenta nunca pese a que también formó parte de la historia. Eso es lo que quiero que desenterremos juntos. Por eso te sigo grabando… Aunque, para ser sincero, todavía no tengo idea de qué saldrá de todo esto.
Fdo. ? Está bien. Entonces preguntame nomás. Pero antes decime qué pensaste vos de todo lo que te conté.
Edor. ? Bueno, es difícil de explicar porque es muy largo y no es lo más importante, me parece. Creo que el pasado no se puede torcer, ya pasó, no lo puedes cambiar. Y yo no te quiero justificar. Quizá otro autor hubiera escrito una novela romántica con tus testimonios. A mí no me interesa esa posibilidad. Creo que el drama más terrible es el que tú sobrellevas hoy, no la tragedia de tu generación. Como te dije, me interesa más hurgar en ese espacio íntimo y a la vez colectivo que también existió en esa época y que por lo general no se investiga. Ya sabes, me refiero a las tribulaciones del alma de aquellos jóvenes, ustedes? Tus testimonios apuntaron más a los hechos, a las causas, a las explicaciones, y hasta a las legitimaciones indirectas de los hechos, pero a mí me interesa más todo lo que se refiere a lo que eran y sentían como conflictos personales en esa época. He inferido muchas cosas pero lo que me ha servido de guía es lo que dijiste en nuestro primer contacto: que tu vida era un infierno…
Fdo. ? Era y es…
Edor. ? Bueno, después volveremos sobre eso. Lo que me devana los sesos es saber dónde reside concretamente tu culpa, si en haber matado, o en haber matado a Manuel.
Fdo. ? No he matado únicamente a Manuel… Pero en todos los casos he matado en general y en particular a la vez, a un ser humano genérico y a una persona singular. Por eso, con cada muerte he cometido un doble pecado mortal. Pero no es sólo eso…
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