¿Acaso yo sabré por qué me muero?
A quien corresponda
En la cadencia de tu fino trazo
Se transfigura un hondo sentimiento,
De tus palabras brotan, lo presiento,
Un manantial de culpa y de fracaso.
Me dirás que del alba hasta el ocaso
Tu joven corazón está latente.
Dirás que eres feliz, pero me mientes.
Conozco esa expresión, paso por paso.
Contestaré tu carta con mi puño
Para que el pulso de mi sangre sientas.
Y sin decirlo, sepas que comprendo
Que en estas horas crueles y violentas,
No hay un dolor más grande y más horrendo
Que hallarse lejos ya de su terruño.
La rosa artificial
La rosa artificial seca la mano,
De aquel que la sostiene y que la observa.
Reluce su belleza entre la hierba,
Pero su vida allí transcurre en vano.
Resiste primaveras y veranos,
Inviernos y el otoño imperdonable.
Más nunca podrá ser flor respetable,
Cual rosa de jardines cotidianos.
El alquimista huye con recelo.
Y Dios en su rincón muerde sus labios.
A nacido por obra de los Cielos,
Para que una mujer mire y se asombre.
No ha sido ni será fruto de sabios.
Se sabe tan bastarda como el Hombre.
A Milton
Sintiéndose en su hogar, advenedizo,
Como Dante, tal vez, en su Florencia,
Milton pierde y recobra el Paraíso.
Venciendo de sus ojos la impotencia.
Ese Milton leal republicano.
Ese Milton políglota y profeta.
Ese siervo de Dios, ese cristiano.
Ese Gran Dramaturgo, ese Poeta.
No ha querido la gloria de su nombre.
Lo demuestran las líneas que profesa:
"Enciérrase a la vez tanta vileza,
Matándose a un buen libro como a un Hombre"
Se ha llevado un dolor bajo la tierra,
No ver la libertad de su Inglaterra.
Aquí mi corazón que se deshace
Aquí mi corazón que se deshace.
Claudica ya su miserable duelo.
Dieron las puñaladas muerte a Otelo.
Yo aguardo, en cambio, otro desenlace.
Quiero mudar mi voz, palabra y frase.
Dejar caer mi verso por el suelo.
Ondulante y rendido cual pañuelo,
o cual Hamlet, que agónico renace.
Aquí mi corazón, tamaña empresa
No logra sostener. Aunque yo creo,
Que El beso de la muerte de Romeo,
Se halla en todo labio que nos besa.
Procuro resistir, pero el brebaje,
Más ágil que el puñal, cumple su ultraje.
Bella Afrodita
¡OH, bella muchacha quién te tuviera,
Para ser a tu lado un hombre hermoso¡.
Si hasta Dulcinea, la del Toboso,
De su ideal primor se arrepintiera.
Qué esconde tu gracia tan lisonjera,
Que todo hombre sueña ser tu esposo.
Darte pretendo un beso tembloroso,
Para que tú lo calmes y me quieras.
Pero vedada estás a los mortales.
Y como tal, mi anhelo se marchita.
¿Que somos ante ti, Bella Afrodita,
Los que amamos a seres irreales?
Nada quizás. o bien yo me equivoco.
¿Ilusos, poetas, ingenuos, locos?
Nada habrá
Cierto es que cada cosa en este mundo,
Esconde a cada paso su contrario,
Que así como distingo lo confundo.
Mi voz que todo nombra, no evidencia.
Al afirmar certeza afirma duda.
Y ver, tocar, oler y oír, no ayuda
A vislumbrar el fin de la existencia.
Cuánto hay de aquel pájaro en la rama.
De la rama y del pájaro que observo.
De mis sustantivos ojos y del verbo,
Que observa aquel pájaro y la rama?
Nada habrá. O Quizás, habrá lo adverso.
Más.¿cuánto hay de cierto en este verso?.
Dónde estabas
Mis hombros son vastos y hondos precipicios,
Que se yerguen tarde, cuando ya el vacío,
Me observa cayendo hacia el negro río,
Donde caen las sobras y los desperdicios.
Cruzo derrotado el umbral del hospicio.
Ese que me brindas y que yo he aceptado.
Hacia él me arrastro con pasos helados,
Pero es tan inútil tanto sacrificio.
Al mirar tu mano hacia mí extendida,
Una extraña queja trepa a mi garganta.
Sorda, mustia, hueca, vana, inexistente.
Que acaso responde, displicentemente,
Al tenaz llamado de mis noches tantas.
¿Dónde estabas, dime… Vida de mi Vida?.
Fuego
Para saber que es el sol.
Entonces venda los tuyos
A la hora de sentir.
Y verás igual que el ciego,
Que al acercarse hacia el fuego
Puede al frío distinguir.
Su Camino Fue La Tierra IX
Fuego, dibujado por el viento.
Eres de la noche rebeldía.
Migaja de sol con que alimento
Al cielo, para eternizar los días.
Padre de las sombras. Cuando el frío
Obliga a callar a las penumbras.
Con tu desnudez de piel de estío
Nos incendias, tanto como alumbras.
Al mendigo errante lo acaricias.
Condenado eterno del infierno.
Autor inocente de injusticias.
Revolucionario del invierno.
Dante, de tu lengua fue testigo,
Al abrirse la boca sepulcral,
Que condena a las llamas del castigo
Al hereje más devoto y más leal.
………..
El Agua (tu rival por excelencia)
Esperará la noche más oscura.
Y en férrea lucha de supervivencia
Caerá como aguijón a tu montura
La lucha será cruenta pero en vano,
Así lo indicará la espesa nube,
Que acaso, es el espíritu que sube
Librado ya de su cuerpo inhumano.
El Agua aún reirá con triste encanto,
Pues sabrá dentro suyo que ha elegido
(No sin el frío recio del espanto)
Como rival, a un Ser jamás vencido.
………….
Tras el pañuelo, el ojo ciego advierte
De tres palabras sólo la Tercera.
Aquella que a su vida dará muerte
Con grito de fusil y voz de fiera.
Otros, son los Fuegos divisados
En meandros y ciénagas oscuras,
Por quien Júpiter, Señor de las Alturas,
De horror tiembla al saberse condenado.
Fuiste cómplice de versos de poetas
Que parieron la literatura.
Fuiste puntas de indígenas Saetas
Que lucharon con coraje sus culturas.
Épicas antorchas te elevaron
A lomo galopante de rocines.
Gargantas de dragones te lanzaron
Hacia mitológicos confines.
La nada (sin el merito de un nombre),
Te despertó de un sueño de repente.
Qué dudas y certezas de tu mente
Te igualan y separan de los hombres.
Dialéctica
No te busques en mí, mírate antes.
No hallarás un espejo sin el tuyo.
Pues será tu mirada aún capullo
Como ostra aún para el diamante.
Mírate el perfil, mírate de frente
Como Este a Oeste y Sur a Norte.
Evita pestañear.mírate siempre.
Que todo tu rostro se revele a esa
Efímera oscuridad, visión herida,
Que nace cuando el párpado nos pesa,
Vedándonos instantes de la vida.
Peor la noche y su cómplice genuino
Que surca nuestros días como el vidrio;
El Sueño vuelve, es ese su destino.
Cual triste Prometeo a su martirio.
Si pudieras revertir este principio
Reduciéndolo tan sólo al Sueño Eterno
Restarías a tu vida tantos ripios
Que estorban como Seres del Infierno.
Sospecho que en el lapso de los sueños,
Así como del breve pestañeo
Se manifiesta el dios del que no creo
Cuando de mi conciencia aún soy el dueño.
Así le habló aquel Río a su Estudiante:
"En tu reflejo no hallarás al mismo.
Heráclito, soy sólo tu espejismo,
No te busques en mí, mírate antes".
Mas como Adán, burlando la advertencia
El Aprendiz permaneció impasible
A aquella voz de género imposible.
No obstante, reanudó en esta sentencia:
"No peco de ignorante ni atrevido
al detenerme junto a tu ribera
y divisar mi rostro, cual si fuera,
el otro ser que hoy pude haber sido.
Si bien mi faz (merced de tus hazañas)
Flamea cual corola a la deriva,
No es esa imagen vana y tan nociva
Plausible de la gloria que me baña.
Detengo mi atención en el abismo
Que nunca se detiene. Y me macero
En un segundo río y un tercero,
Juzgándolos a todos como al mismo.
Celebro tu Dialéctica y confieso:
Desde hoy tu nombre está ligado al mío.
Heráclito es sinónimo de Río.
Todo esto aconteció allá en Efeso.
Soneto
No vuelve el corazón a vuestro puerto.
Lo observo ya perderse en lontananza.
Esconde su destino algo incierto.
Grabado lleva un nombre: Esperanza.
El condenado a muerte, desespera.
Y viejo llora su Dorada Infancia.
El sabio, pide a gritos su ignorancia.
Y la semilla sufre ser madera.
Si tú supieras que cada flor que acechas
Con tu mirar, es flor irrepetible,
La vida no sería tan terrible
Como lo es.si acaso tú supieras.
Ni el arco vuelve a ver jamás su flecha,
Ni aquella flecha, a quien, por ella muera.
Rembrandt
En Van Dick, Jan Van Goyen, Durero,
En Frans Hals y Rubens y Leonardo,
En Velásquez, Lorrain, Caravaggio,
Está el rostro de Rembrandt.¡Miradlo¡.
En Carracci, Poussin, Tintoretto,
Guido Reni, Jan Steen, en El Bosco,
Willen Kalf, Pieter Bloot y en El Greco,
Como a un ser irreal, veo su rostro.
De su Leiden humilde a la cumbre,
Sólo hubo una línea muy frágil.
Ser un hijo de Holanda no es fácil,
Fue una sombra luchando en la lumbre.
Y ya solo, ya frente a su espejo,
Decidió ser el otro. el reflejo.
El Rey poeta
Alegre el Cortesano llama a la multitud:
¡El Rey es un poeta, que viva el Rey, que viva¡
El pueblo fervoroso de pronto se cautiva
al ver al Rey Poeta blandiendo su laúd.
Arpegios delicados preludian su Rapsodia.
Su voz retorna al griego y empieza la batalla.
Sus versos enamoran y el público desmaya.
Lo adora el que lo ama, lo ama el que lo odia.
El pueblo encandilado no escucha lo que dice.
Él habla de la guerra, mas eso no interesa.
El público lo abraza, el público lo besa.
Palabra de Poeta nunca se contradice.
Y cuando el verso acaba, siguiendo el protocolo,
Regresa el Cortesano, volviendo al mismo grito:
¡El Rey es un poeta, que viva el Rey bendito¡
y como acto seguido, el pueblo queda solo.
A un Reino típico
Correcto y comedido, sonriente y educado
Cortés, considerado, cumplido y muy cordial.
Son reglas que conviven en este Principado
Donde ser bien tratado es la Ley Principal.
Eso si, ante todo y como ley suprema.
Como es costumbre, escrita en letra pequeñita
Se aclara, respetaos de hito en hito el lema:
"No pagues un centavo, El Rey te lo debita"
Si de ejemplos se trata, el Rey es un encanto,
Su urbanidad rebalsa sus tantas variedades
De copas, que en unción, venera como a un santo.
El Rey es un encanto, no tiene vanidades.
Eso si, el experto en modales y cristales,
Como acostumbra todo anfitrión de buena casa,
Conocerá del huésped sus datos principales:
El monto de su cuenta, lo digno de su raza.
Y gracias a su padre, el Príncipe, con creces
Disfruta el porcentaje de reino que le toca.
La antonomasia nunca pregunta si merece,
Más bien se identifica por cerrarnos la boca.
Pero no piense mal, y no se ponga tenso.
El Rey evita toda molestia a sus vasallos
Pues como dice el dicho "El silencio es consenso"
Y a veces la palabra se cae del caballo.
El príncipe es el típico ejemplar de Cuentos de Hadas
Con los particulares colores que amerita.
Lo azul de su linaje, el rojo de su espada
Que otorgan beneficios que a otros se les quita.
Pero todo se apoya en una causa noble,
Porque no es nada fácil ser Amo de Palacio.
Aunque por fuera el Príncipe se vea como un roble,
Por dentro apaña aspecto de mísero batracio.
Ya veros, mal pensados, el peso que este carga
Negando a duras penas que un soplo lo demuele.
Si el vulgo se le acerca la tristeza lo embarga.
De ver su culpa, al ciego, la mirada le duele.
Así es como disponen los naipes de este juego
Donde el envite sube en gracia de los mismos,
El Rey se ubica al frente en nombre de su ego
Y el príncipe a su sombra en pos del narcisismo.
Correcto y comedido, sonriente y educado
Cortés, considerado, cumplido y muy cordial.
Son reglas que conviven en este Principado
Donde ser bien tratado es la Ley Principal.
Hacia dónde me llevan.
Hacia dónde me llevan estos firmes renglones,
Cuando poso mi pluma riguroso de ellos.
Y no alterno el descenso sobre sus escalones,
Como brinda el amante su caricia al cabello.
Si soy fiel a la prosa por qué envidio a los versos.
Por qué miro su forma con oculto recelo.
Por qué tiento a mi pulso transgredir ese velo,
Como signo de furia, como juego perverso.
Si la hoja es el blanco, si la pluma el acero,
Si es el arco la Musa y el Poeta el arquero.
Si el amor es el pulso, la palabra es la herida
Y la tinta es la sangre del que entrega su vida.
Hacia dónde me lleva todo el tiempo que resta.
Me pregunto incesante, sin hallar la respuesta.
A mis poetas mayores
Fue su lecho de muerte unos brazos
Poderosos cual firmes alforjas.
Los del gran San Francisco de Borja.
Donde al fin descansó Garcilaso.
De tu herida el Danubio nacía.
De tu grito, el Latín de Virgilio.
Donde Laura y Petrarca yacían,
Para siempre en su mítico idilio.
Aún Salicio llora por su suerte,
Porque tú le has negado la risa.
Más allá de tu pluma y la muerte.
Tus sonetos, tus églogas gritan
Lo que oculto llevaste a la fosa;
Ya la rosa está helada.marchita.
Si de San Pedro Mártir, regresas
A los pies de esa terrible torre,
¡¡ No la escales por Dios!!, sólo corre
Nuevamente a San Pedro.allí reza.
……….
De la Barca bajaron tus sueños
Y llegaron a aquella Madrid.
Donde el viejo Juglar deambulaba
Recitando la gesta del Cid.
Cataluña te vio combatiendo
Y Toledo, del Rey, Capellán.
Con honor diste vida al gran Crespo,
Con honores tu paso inmortal.
Tus villanos brillaron cual rayo,
Segismundo aún clama: Yo sueño…
Tus Mañanas de Abril y de Mayo
Tendrán siempre su sol Madrileño.
………………………….
En la misma Madrid de Don Pedro
Donde el Moro en combate se entrega,
Un poeta derecho, cual Cedro,
A nacido, y es Lope de Vega.
Este hombre de amores diversos
Desterrado por sátiras crueles,
Destinó, como Lorca, sus versos
A exaltar a su tierra y sus fieles.
Su carácter complejo e inquieto
Impulsor de su obra de ensueño,
Le valió de Cervantes el reto
De ser, El Fénix de los Ingenios.
Peribánez y La Hermosa Fea,
Rey eterno, os miro, y Ocaña,
El Isidro y La Dorotea,
Dieron su alma a la vieja España.
……………………………
No hubo pluma que no se rindiese
Al momento de tallar la piedra,
Ante el gran creador de Entremeses;
Don Miguel de Cervantes Saavedra.
Fuiste hijo de Alcalá de Henares,
Talvez como Arcipreste de Hita.
Más el viento de tantos azares
Te llevó donde el mundo palpita.
De Madrid a Sevilla y a Roma,
Del heroico Lepanto a la ingrata
Ocasión, que por años te toma
Prisionero en Argel por piratas.
Rescatado y al fin decidido
A emprender esa ardua tarea,
De empeñar cualquier forma de olvido,
Diste vida a La Galatea.
Por error del destino eres preso.
Por justicia del mismo, inocente.
y tu impronta de tristes sucesos,
A una triste figura presiente.
En revancha al injusto barrote,
Y a aquel doble arcabuz Otomano,
De la Mancha llegó Don Quijote
A decirte que nada fue en vano.
……………………..
A esa misma llanura manchega,
Otro hidalgo ingenioso y valiente
Fue a morir; Don Quevedo y Villegas.
Desterrado cual un penitente.
Poco antes, por mismo motivo:
La Moral. (Que lo iguala a Plutarco),
Terminó varias veces cautivo
En la vieja prisión de San Marcos.
Como Alonso Quijano deseaba,
Deseó ser Don Francisco otro hombre.
Viendo al mundo cual él lo soñaba.
Pero el mundo no cambió de nombre.
Más la humilde palabra en sus labios
Tuvo sed de esa humilde fortuna.
Y apartó de su boca el resabio,
Y bebió de su sangrienta luna.
Soneto
La tímida mañana se enternece,
Al ver sobre tus manos a la luna.
Tus manos, me recuerdan a una cuna
En donde un frágil niño se adormece.
Lo observo con delicado detalle.
Con el ojo de un dios que nunca miente;
Tu pecho, la antesala de tu vientre.
Tu vientre; ese inmenso y alto valle.
Morada que el destino me reserva,
Para aguardar el instante preciso,
En que ya presto de un final feliz,
Con sabia voluntad (fiel a Minerva)
Y la ilusión de Dante y de Beatriz,
Me entregue finalmente al Paraíso.
La luna (dónde ha ido)
Por la luna, mujer, que es sagrada
Y platea estos árboles, juro.
Que mi amor es profundo y es puro.
Así habló el fiel Romeo a su amada.
Arto más que ese Disco de Plata
y esa luna Sangrienta Escarlata.
La omnisciente testigo del Hombre.
Voy en busca de aquel vasto nombre.
Esa ostia de la cual Dios comulga.
Ese faro en el mar de la noche.
Ese ojo del gran Polifemo,
Ya segado por obra de Ulises.
Ese rostro de mil cicatrices.
Esa inmensa ceniza del sol.
Baudelaire, la percibe ofendida.
Y Lugones maligna y campestre.
Federico ve un niño en su mano.
Lafontaine, un ratón en su centro.
Blanca piedra es la luna, Vallejo.
Alfonsina le teme al mirarla.
Cielo negro, Rubén. Luna opaca.
Y Neruda la ha anclado en su verso
Casi fuera del cielo.
Entre un par de montañas.
Sueña Banchs que es de mármol la luna.
Y ese mármol es un pozo seco.
Y ese pozo es sonoro y su eco
Espectral, palidece a la luna.
En un río, dos blancas canoas,
Se deslizan sin sus navegantes.
Con sus remos, su popa y su proa,
Me recuerdan a lunas menguantes.
No es la luna empedrada del charco,
Que estalló bajo el pie presuroso.
Ni es aquella del mar escabroso,
Que ilumina a los trágicos barcos.
Yo la busco en el vago ladrido.
Y en el grito de un hombre que muere.
En el llanto de niños, mujeres,
Solo quiero saber. dónde ha ido.
Oigo la hierba magra.
Oigo la hierba magra quebrarse bajo mis pies.
Queja de un herido es, el sonido que consagra,
A los sonidos del mundo, como necesaria ofrenda.
Siempre por la misma senda, más yo de culpa me inundo.
De culpa ante el acto impune mis pies que todo lo besan,
Se detienen de tristeza y a su lamento se unen.
En mi caminar sereno, noctámbulo o matinal,
Avanzaba un criminal tan íntimo como ajeno.
Si el Hombre ignorando peca, su inocencia le libera
De su víctima cual fuera. Más como ahora lo sé,
Que muera no dejaré, la indefensa hierba seca.
Réquiem
Si es que existe el lugar en que moras,
Si esa extraña región es posible,
Si resides en mi alma intangible,
Por qué entonces mis ojos te lloran?
Si además de habitar mi recuerdo,
Puedo oír palpitar junto al mío,
Tu jovial corazón como un río,
Por qué siento a la vez que te pierdo?
Por qué muevo indeciso las piezas
Cuando ya he concluido mi juego?.
Por qué dudo de toda certeza?,
Por qué acepto olvidar y me niego.
Si es que existe el lugar en que moras,
Por qué entonces mis ojos te lloran.
¿No ves?
¿No ves en la nube mansa lo efímero de la vida?
¿No ves también en la herida su futuro de bonanza?
¿Y que los árboles trinan cuando el ave se deshoja?
¿No ves que la luz te moja y que la lluvia ilumina?
¿No ves que el sol con el viento se comportan como hiedra,
Cubriendo la Inmensa Piedra de un color amarillento?
¿No lees en la mustia Luna un epitafio que expresa:
Aquí yace la belleza que alguna vez fue la Luna?
¿Y no oyes el gemido que viene de las alturas?
Es la tierna criatura que la montaña ha parido.
La vela teme a la llama, más esto el fuego lo ignora.
Él, al verla se enamora y lentamente la ama.
La noche llega a su fin y llora porque se marcha.
¿No te da pena la escarcha dispersa sobre el jardín?.
María
Quién pudiese de mí rescatarme,
Cual zahorí, a la cuenta de tres.
Ni Virgilio, ni el bueno de Horacio.
De mi idilio abarcar el espacio.
Cada paso en mi viaje es tardío.
Al llegar todo vuelve a estar lejos.
Y mi amor se refugia en Darío.
Soneto
Perderse.cual nube en el viento.
Lo mismo que una estrella vaga,
Que entre otros millares se apaga.
Ser uno y a la vez.ser cientos.
Cual rostro en antiguos espejos,
Me pierdo en un viaje sin fin.
Al ave, que en lágrima oscura,
¡Qué tristes se ven las flores!
¡Qué tristes se ven las flores que de tus ojos derramas!
No están marchitas ni rotas, descoloridas ni ajadas.
Tampoco son como aquellas que en los libros, olvidadas,
Detienen entre dos hojas, quizás por siempre, su trama.
Oh¡, golondrina viajera que lloras en mi regazo.
¡ Que tristes se ven las flores que de tus ojos derramas¡
Colores de primavera sobre tu cuerpo caen en pedazos.
Escoria de mil amores ¿ que no te aman.que no te aman?.
Ni el cielo que te conoce, ni el puño que el verso escribe,
Nadie me dirá quién eres si te lo impide tu llanto.
Sin embargo reconozco, en tu gemir, con espanto,
Que llegas desde muy lejos, de allá Donde Nadie Vive.
Y aunque no sepa tu nombre ni el por qué de tu destino,
Comprendo lo que es morirse, sola, a mitad de camino.
Soneto
Sus ojos son el fruto del Endrino.
Belleza que se esfuma como un sueño,
Al áspero sabor y cruel espino.
Sus labios, de morados a rosáceos,
Como la flor de Malva, palidecen.
Tan lejos de aquel brillo de Topacio,
En su propia mudez.desaparecen.
A las hojas de Dalia se asemejan
Sus manos, que al abrazo se resisten.
Y a la lluvia, su rostro bello y triste.
Y al olvido, su sombra que se aleja.
Sabe Dios, cuanto la quise un día.
Como sabe también.que todavía.
Soneto
Me dormí sobre una hoja tan vacía
De palabras, que la noche al observarla,
Sintió pena, y por amor, quiso poblarla,
Con su Gran Constelación de la Poesía.
¿ Me dormí sobre una hoja o ella era
quién dormía y yo velaba su letargo?
¿ O la noche nos soñaba y sin embargo,
a la vez, también la noche un sueño era?.
Todo es cierto.me lo dice la brillante
Creación, que de la Humana es tan distinta.
Como es cierto que asimismo es semejante,
A la vasta creación de Nuestra Tinta.
Me dormí sobre una hoja tan desierta,
Que mi mano decidió quedar despierta.
A la envidia
A la envidia (que es de todos) yo le temo.
A esa envidia de Caín, también de Remo.
Y a esa cólera de un Rómulo tan cruel,
Que ha hecho de su triste hermano, otro Abel.
Quizás seamos, como en cíclica leyenda
De ese misma loba, pronto alimentados.
Y el instinto finalmente nos sorprenda,
Liberándonos de culpa y de pecado.
Pero todo corresponde a un simple anhelo.
Porque ignoro qué ideal la mente trama.
Mientras tanto justifico al noble Otelo,
Que por celos mata y muere, como ama.
De una bíblica traición, de un ser ingrato,
Nacerá la envidia como fiel desmedro.
Y una triple negación condena a Pedro,
A mirar las limpias manos de Pilatos.
Tras la envidia, toda admiración se oculta.
Y es la cólera del Hombre un antifaz.
Que asesina nuestro amor y lo sepulta,
Redimiendo de la muerte a un Barrabás.
A la envidia (que es de todos). yo le temo
Al silencio de Enrique Banchs
Porqué ese silencio, preguntan a Enrique,
Cual al joven Rimbaud, los labios te besa.
He hallado una línea que lo justifique:
"El silencio es grande, lo demás flaqueza"
¿No es ese silencio acaso el gran reto
que toda palabra se debe a sí misma?
Lo supo tu verso final, tu soneto.
Cruzando el umbral del sólido prisma.
Como la paloma se va de la mano,
En Barcas pobladas de Elogios y Halcones.
Llevando en su pico un eco lejano
Después de haber dado sus cuatro estaciones.
Así se fue Enrique del blanco papel.
Más, oigo el repique de su Cascabel.
Bien vale un verso
Bien vale un verso esfuerzo y agonía.
Julietas, Dulcineas, cadalsos y cicutas.
Sentir la frente sangrando por la hirsuta
Corona y recibirlo con alegría.
Bien vale un verso la errática odisea,
De veinte años o la de sólo un día.
En donde ambos Ulises combatían,
Contra las olas del tiempo y sus mareas.
Lo supo Poe y lo supo Tomás Moro:
Bien vale un verso el opio y el cilicio.
Qué pensamientos, Nerón tiene. Lo ignoro,
Viendo impasible su Imperio que se quema;
¿Canjear cordura por pérdida de juicio?
Bien vale un verso arriesgar, todo el poema.
Dulce Frida
Hago mío este verso de Lugones:
No está muerta la flor, sino dormida.
Y me basta susurrar tu nombre: Frida.
Para que vuelvan a ti, todos tus dones.
Tus dones, como piedra de alquimista.
Tus dones, como elixir de la vida.
Tus dones son el alma de un artista.
Tus dones, oh, tus dones.dulce Frida.
En un rayo de luz la noche cesa.
En breve el sol inundará tu cama.
Tan poderoso el día que regresa.
Tan débil es mi voz cuando te llama:
Despierta. Frida.. Pero no despiertas.
Mi flor no está dormida, sino muerta
Dónde están mis manos
Dónde están mis manos que ya no las hallo.
Mis manos son fieles, mis manos leales.
Quizás se cansaron de todos mis males
Y al fin desistieron a ser mis lacayos.
Como en agonía de a poco las pierdo.
Oigo su confuso lejano aleteo.
Dónde están mis manos que ya no las veo.
Dónde, extrañas manos, que ya no recuerdo.
Tal vez, mendigando en algún Camposanto,
Un cuerpo más digno, dichoso y modesto.
O bien, entregadas a brazos impíos,
Que en cruentas batallas son fuertes y diestros.
Algo que jamás hallarán en los míos.
Dónde están mis manos.¡ las extraño tanto¡.
Te buscaré por el mundo con desesperada urgencia.
Sabiendo que tú me huyes en los brazos de un Medoro.
Te buscaré como Orlando busca a Angélica y su Moro.
Te buscaré aunque recorra el camino a la demencia.
Te buscaré en el exilio donde nadie nos espera.
Donde pronunciar tu nombre agita el viento con rabia.
Te buscaré como busco en el árbol muerto la savia.
Te buscaré eternamente, como quien, una quimera.
Más, cuando te haya encontrado pasarás inadvertida.
Y buscándote sin tregua iré pagando tu costo.
Porque será ese reencuentro otro punto de partida,
A las órdenes de mi dios, como a la pluma de Ariosto.
No obstante lo cual confieso, que te seguiré buscando.
Siempre en guerra con el mundo, como aquel. Furioso Orlando.
Soneto a Baudelaire
Aquel Hombre – Niño, que Nace – Agoniza,
Con un ojo ciego y un sordo lamento,
Perjura a su madre con su voz de brisa:
"Ya no soy el hijo ingrato y violento".
Aquel Hombre – Niño derrama su vaso.
Ya sin importarle, librado a su suerte.
Pero antes le advierte tendido en sus brazos:
"No vivirás madre, después de mi muerte".
Y así con Agosto, París, casi ausente,
Semejando, acaso, todos sus escritos.
Lo ha visto apagarse al Poeta Maldito,
Como a tenue lumbre de triste codal.
Mas, su alma obedece a esa Antorcha Viviente,
Por siempre presente en Las Flores del Mal.
A una guitarra
Qué trata mi mano derecha o izquierda,
Rindiendo a las cuerdas su culto profano.
Cuál es el sentido que busca el acorde,
Que espera la orden del firme rasguido.
Cuando se ejecutan tus tensas amarras,
Qué sientes, guitarra. Acaso disfrutas?
Un árbol pequeño soñó melodías.
Tú fuiste su sueño. Él, quien hoy serías.
Qué conjuro sombrío a tu especie la rige,
Cuando el Hombre te exige habitar tu vacío.
Que límites trasciendes, Oh, bramante alabanza ¡
Cuando oír ya no alcanza ni la mente comprende.
Guitarra, quién eres, aquí entre mis manos.
Y tú, ser humano, contesta.quién eres.
Soy la sombra
Y hay algo en ti que me asombra,
Es descubrir que en tu esencia,
Temiendo que el sol me alumbre,
Nunca
Nunca niegues el saludo del delirio
Que con su mano exiliada de otras manos,
Te dibuja, tembloroso, su martirio
Tras las rejas que lo alejan de lo humano.
Porque esas rejas son también rancios espejos,
Donde millones de miradas desfilaron,
Ciegas al cuerdo saludar de sus reflejos
Que nos encierra como a ellos encerraron.
Y así barrotes aprisionan carceleros.
Y no hay concepto que defina Libertad.
No llames último lo que es también primero.
No habrá mentira que no pueda ser verdad.
No confundas frenesí con inconciencia.
La ignorancia es la puerta que abre al miedo.
Tu saludo garantiza su existencia.
De tu mano nacerá su nuevo credo.
Y quizás, alguna vez salten murallas,
Para derribar así memorias viles,
Esas siempre a prueba de misiles
que sólo hacen del Hombre un fiel canalla.
Exijo libertad. (en dos sonetos)
Exijo libertad para los versos
Porque, para unos pocos, ya se sabe.
Es ella igual al vuelo de las aves
Que tienen como cielo el universo.
Exijo libertad, ya no la pido.
Porque mi petición esconde un ruego.
Y mis rodillas arden como el fuego,
De tanto trajinar por el olvido.
Exijo libertad de vuestra parte,
Como genuino hijo de la misma.
Para salvar al verso del estigma
Y devolverlo al seno de las artes.
Mi voz no se deshonra de arrogancia,
Al pretender la humilde jerarquía;
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Aquella que permite a la poesía,
Ser libre. Como única ganancia.
Señor Comendador, su boca abra
Y deje en libertad lo que ha comido.
O escupa letra a letra los sonidos,
Devuelva a la Poesía sus palabras.
Soy una voz cualquiera que se erige
Para recuperar siquiera sombras,
De aquella Libertad que no se nombra.
No obstante, y en silencio, aún se exige.
Yo sé que para usted no hay más sonidos
Que aquellos que hoy detiene tras su escarcha.
Aún mientras, dicha voz siga su macha,
Sepultados también, serán oídos.
Así es Macondo
(José Arcadio y Aureliano Buendía)
Con su suelo cenagoso y hediondo.
Con sus vidas harto centenarias.
Con sus mártires, Como con sus parias.
Tan real e irreal así es Macondo.
Con su peste de insomnio, con su olvido.
Con su alquimia y con su astrología.
Sus Melquíades y todos sus Buendía.
Tan Fantástica y vulgar Macondo ha sido.
Esa aldea de apenas veinte casas.
Nos afirma que el mundo es tan reciente.
A la orilla de un río transparente,
Que por un lecho de piedras se desplaza.
Quién ha sido el quijotesco patriarca
Que atraviesa la garganta a su rival.
(Esta distinguida práctica ancestral,
Enlutó por vez primera a la comarca)
Como el animal que ignora ya su muerte
Y se siente a cada instante enaltecido.
A este hombre colosal, astuto y fuerte,
El recuerdo de sus muertos lo ha vencido.
José Arcadio, triste, loco, solo, huraño,
Vivo y muerto, a un árbol atado,
Sin haber su manuscrito descifrado,
Inició una historia que duró cien años.
………………..
Quién ha sido en realidad el hombre aquel
Que ha enfrentado un pelotón, una derrota.
Recordando aquella tarde remota.
Aureliano Buendía, El Coronel.
Ha nacido antes que nadie el libertario
Que en tan sólo treinta y dos guerras perdidas,
Demostró que el Hombre tiene tantas vidas,
Que morir de vez es cuando es necesario.
Más su última muerte llegaría
Por la calle, cual desfile de carrozas.
Como rosa que se pierde entre las rosas,
Como un día que se aleja entre los días.
La mujer vestida de oro y su elefante.
Aquel triste Dromedario y aquel oso.
Aquel circo, no fue más que un sueño hermoso.
Un recuerdo que se olvida a cada instante.
Y entender que uno se muere es tan extraño,
Cuando el circo de la vida no regresa.
Ya ha metido entre los hombros su cabeza.
Ya su frente está apoyada en el castaño.
Sé de los llantos
Sé de los llantos que rozan el vicio.
De los llantos que sin fin se recrean.
¿Aun oyes aquel que por Galatea,
Derrama el pastor de nombre Salicio?
Pues bien; Es este acuoso ejercicio,
Autor de las más diversas leyendas.
La del Basilisco que pierde su juicio,
Llorando por siempre detrás de una venda.
Leyenda del niño huérfano de amor
Que vio adversidad y fortuna enorme.
Que fue Lazarillo de ciego señor.
Sobre las orillas de aquel Río Tormes.
…….
Otros, son los llantos que queman y arden.
Aquel que ha dejado sangre derrama´,
Un reloj inmóvil Cinco de la tarde.
Cinco de la tarde. ni un segundo más.
Llantos que rebalsan escolleras, diques.
Llantos que en palabras pueblan anaqueles.
Llantos que amargura dan a vuestras mieles.
Llanto de elegía lloras tú, Manrique.
El Minotauro muere ante Teseo.
Y el Rey de Atenas llora por su hijo.
El mito griego todo lo predijo.
Más impedirlo no fue su deseo.
Para que los dioses reciban ofrendas
Un mito ha querido bendecir El Nilo.
La historia que narra la triste contienda
Entre dos fraternos, nos mantiene en vilo.
Esta historia cuenta que el Caín egipcio,
Desmembró aquel cuerpo que fuera su hermano.
Y esparció los trozos con sus propias manos,
Por el dulce Río, cual un maleficio.
El caso es que todo se ha resuelto opuesto.
Quizás en consuelo para tal espanto.
Absorbiendo fuerza de los tristes restos,
Fecundóse el Río y calmó su llanto.
Las causas son muchas, los ojos son dos.
Dice aquel Romance que escribiera Luis.
Llorase Eloísa, llorase Beatriz,
Y llora Maria por su hijo. Dios.
Como todas las noches
La encontró, como todas las noches, desnuda entre los mismos pastizales y árboles. Esperándolo con los brazos siempre abiertos y una misma expresión de apasionada alegría. Como todas las noches, él corrió eufórico hacia ella mientras se despojaba salvajemente de su escasa vestimenta. Sin pestañear siquiera un instante por no perder el esplendor que proyectaba tanta belleza sobre sus ojos. Desnudo por completo la abrazó lleno de locura, bajo una gran luna observadora que junto a millares de estrellas compartía su secreto igual que ellos. En silencio.
El besó sus labios con tanto frenesí, que ella permaneció sigilosa como todas noches. Él entendió una vez más su reacción, cuando ella fijó sus estáticos ojos claros, sobre su rostro obnubilado y una palidez de inocente niña le manifestó su reservado amor. Ella siempre reservaba su exacta femenina posición para que él la pudiese reconocer hasta en las más intensas oscuridades. Entonces, él fue por sus hombros, como todas las noches, dibujándola con sus manos en una caricia que duró todo su cuerpo. Ella, como dormida se entregó a él. Y así, teniendo ya impresa en sus manos su temperatura de mujer silvestre. El camino limpio de sus largos brazos. La firmeza eterna de sus senos. El tímido párpado de su ombligo y la humedad de su casto pubis. Entonces, en lugar de sus manos colocó su boca y bebió gota a gota aquel cuerpo femenino.
Así los encontró el alba y así otra nueva luna. Pues esa precisa noche, ellos decidieron no separarse más. Hasta que una tarde lejana, harto ya de buscarlo. Personal del manicomio halló al enamorado, durmiendo desnudo entres los brazos de su amada; la desnuda estatua de la antigua fuente.
El niño duerme
tras el cristal la primavera llegó. Los niños dan fe de ello. Los colores se tornaron poderosos, la música llega de todos lados. Las campanadas del convento, los pájaros, los cánticos, las flores que adornan las cabelleras de las enamoradas y hacen de su perfume también una canción. Tras el cristal llegó la primavera. Y aquí dentro un niño duerme. Duerme y su madre lo observa con ojos de amor. Acariciando su cabello enrulado que también duerme. En silencio lo acaricia. Lo mira en silencio. Pensándolo. De vez en cuando voltea su mirada hacia el ventanal y aquella imagen vuelve. La primavera.
Al volver a su hijo, le susurra: Despierta hijo, que la primavera ha llegado desde muy lejos y pregunta por ti. El niño duerme.
La madre con un dulce gesto de emoción toma entre sus manos las dóciles manos de su hijo y continúa: despierta hijo, que sólo faltas tú y si no vas la primavera no podrá ser. El niño duerme.
La madre inclinándose, besa su frente con fuerza y luego de una pausa, insiste: despierta hijo, que las campanadas del convento, los pájaros, los cánticos, las flores y.los niños.
La madre rompe en llanto. Pues por dentro sabe que hoy su niño tampoco despertará. Como sabe también, que la primavera es sólo una imagen que transcurre fuera de los límites de este hospital.
La pregunta
Lo vi esa mañana del 23 de marzo de 1998, sentado en un gris banco de la plaza Garay. Veinte pasos me separaban de él. Mi ansiedad sólo uno.
Su longevo perfil me habló inmediatamente de ingleses, portugueses y criollos. O más bien de sajones, celtas y españoles. Observé que sus ojos (detrás de la ventana indecisa de sus párpados), buscaban los sonidos de una ciudad olvidada por otra Buenos Aires. No lo sé. Solamente mi recuerdo, mutado por los días y las ganas, podrá a través de algún sueño o algún lector, devolverme su espontáneo gesto perdido.
De sus superpuestas manos nacía un bastón color marrón opaco. Su inmóvil cuerpo fue, por un instante, traicionado por un leve movimiento de su cabeza. Pero tan leve y tan fugaz fue éste, que hoy, 4 años después, al querer describirlo, dudo de su autenticidad. Nadie más habitaba esa extraña mañana aquella plaza. Más recién ahora me percato de eso. Cuando observamos inexorables un punto fijo, su entorno se torna inútil e inexistente. Convirtiendo al observador en la persona observada. Aún siendo el propio Dios el entorno de Lucifer.
En ningún momento me desconcertó lo irracional de mi visión. Porque nunca (más allá de mi inconfesable euforia) creí inadmisible un suceso semejante.
Aún entre sombras y lejanía pude descifrar que sus labios modulaban un verso pausado, en un idioma, que a juzgar por su fervor, bañaba su sangre. Palabras para nadie que como un secreto descuidado compartió conmigo. Pues de aquel poema en sus labios mudos, llegaron a mí los nombres Dickens, Wells y Benett. Tal vez, ésta era la respuesta que necesitaba mi visión para convalidar mi ambiguo proceder. Verlo fue pensarlo. Entonces, entre el murmullo y el pensamiento, llegaron a mí éstas aclaradoras palabras "Yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires."
Entonces, casi innecesario corrí hacia él, esquivando y derribando gentes, cómo obstáculos que me parecían infinitos, y una vez a su lado, después de recorrerlo lenta y presurosamente, palmo a palmo con mis ojos, le pregunté.
– Perdón señor, ¿es usted Jorge Luis Borges? –
No tuvo que afirmarlo para contestarme. Al fin y al cabo "los hombres son muertos que hablan con los muertos".
De los odios literarios
Así como dice el dicho Sobre gustos no hay nada escrito. Diré que sobre odios hay mucho y muy variado. Desde los tiempos bíblicos el odio está presente en el Hombre determinando su destino en la Tierra. Recuérdese el odio de Caín hacia su hermano Abel, que dio origen al primer asesinato que la humanidad recuerda. O a Rómulo, ( el primer Rey de Roma) abalanzándose encolerizado sobre su hermano Remo y dándole muerte. En la edición de The Intelligent Woman´s Guide to Socialism, el premio Nóbel de literatura 1925, Bernad Shaw, escribió: "Los ricos y los pobres son aborrecibles. " Odio a los pobres y estoy anhelando la hora de su exterminio. Siento un poco de lástima por los ricos, pero deseo su exterminio también. Las clases obreras, las clases comerciales, las profesionales, las adineradas, las clases gobernantes, son igualmente odiosas: no tienen derecho a vivir. Yo desesperaría si no supiera que están condenadas a muerte y que sus hijos no serán como ellos". No menos sinceros aunque mucho más simpáticos son los sonetos de tono burlesco que Don Quevedo y Villegas, escribió para deshonrar la figura y la obra de su contemporáneo Don Luis de Góngora. Paso a detallar algunos versos determinantes: perros de los ingenios de Castilla.no escribas versos más.este, en quien hoy los pedos son sirenas.pues eres poco verme y mucho pus.tu lengua.suena a moco y tos.tú, puto, no lo niegues.etc.
Curiosamente, tres siglos después de estas alabanzas, otro poeta ibérico, Rafael Alberti, escribió un poema en contra del escritor Gómez de la Serna. Pero luego, Rafael equilibró los tantos, escribiéndose un poema titulado Yo Tonto.
Con el mismo respeto y admiración que les profeso, debo decirles, mis queridos Francisco y Rafael, que no había necesidad.
Un caso análogo aunque arto más protocolar, puede dilucidarse en el de Jorge Luis Borges al poeta español Baltasar Gracián, de título homónimo. Pero en la literatura no sólo los hombres se conceden odios. No. En la obra de Borges su poema Ajedrez, nos asegura que: los jugadores rigen las lentas piezas. El tablero los demora hasta el alba en su severo ámbito en que se odian dos colores. Stevenson nos habla de Keawe. Que terminó odiando a una botella de panza redonda y cuello muy largo. W.W. Jacobs, de manera análoga hizo odiosa una pata de mono.Estos dos ejemplo, aunque se que las comparaciones son odiosas, debo admitir que no hacen más que parodiar la legendaria historia de Los Tres Deseos.Baudelaire, escribió en Las Flores Del Mal, que el odio es un tonel de las blancas danaides. Estas son las hijas de dánaos, condenadas en los infiernos a verter eternamente agua en un tonel sin fondo. En el mismo poema escribe que el odio es un borracho que está en una taberna con su sed renaciendo lo mismo que la Hidra de Lerna. Esta es una serpiente moustrosa de siete cabezas que habitaba en las zonas pantanosas de Lerna, en Argélida: según la leyenda, al cortar una de sus cabezas, le nacían otras dos. En Verona se odiaron dos familias. Teobaldo lo resume con estas palabras. Como odio el infierno, odio a todos los Montescos. Ese mismo odio ( sin otro destino posible) los castigo con la tragedia. Al final de la obra, Escalo el Principe reflexiona a los pies de las dos victimas ¿ Dónde están esos enemigos? ¡ Capuletos ¡ Montescos! ¡ mirad que castigos a caido sobre nuestros odios!. Ya tarde, ya sin sentido, esas dos familias se unen en el dolor. Ernesto Sábato, nos habló de un odio al mejor estilo Dosvtoiski. Quiero decir, con una profundidad psicológica que en pocas obras argentinas se han logrado. El odio del pintor Juan Pablo Castel hacia María Iribarne, la mujer que tanto amaba. Esta aparente contradicción la podría justificar diciendo que el odio es el más sincero de los amores. Estaba desolado y sentía un odio sordo e impreciso. O creo que era contra mí mismo. En estas palabras del propio Castel se encuentra entretejido El Túnel del que nunca logró salir. Extenso y variado es el catálogo del odio en la literatura. No menor el del amor, ni menos competente el de la locura. Este equilibrio no es azaroso ni mucho menos intencionado. Sucede que tanto el odio, el amor y la locura se nutren en forma recíproca para existir. Como lo hace el Hombre con la Naturaleza. Por lo tanto, sólo me vasta experimentar cualquiera de los tres estados para reparar en los tres.
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