Descargar

Julio Verne – La vuelta al mundo en 80 días (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Partes: 1, , 3, 4, 5, 6

XV

El tren se detuvo en la estación. Picaporte se apeó el primero, y fue seguido de mister Fogg, quien ayudó a su joven compañera a descender al andén. Phileas Fogg pensaba ir directamente al vapor de Hong-Kong, a fin de instalar allí convenientemente a mistress Aouida, de quien no quería separarse mientras estuviese en aquel país tan peligroso para ella.

Cuando mister Fogg iba a salir de la estación, se acercó a él un agente de policía diciéndole:

-¿El señor Phileas Fogg?

– Yo soy.

-¿Es ese hombre vuestro criado? -añadió el agente designando a Picaporte.

-Sí.

-Tened ambos la bondad de seguin-ne.

Mister Fogg no hizo movimiento alguno que demostrase la menor sospecha. El agente era un representante de la ley, y para todo inglés, la ley es sagrada, Picaporte, con sus hábitos franceses, quiso hacer observaciones, pero el agente le tocó con su varilla, y Phileas Fogg le hizo seña de obedecer.

-¿Puede acompañarnos esta joven dama? -preguntó mister Fogg,

-Puede hacerlo -respondió el agente.

Mister Fogg, Aouida y Picaporte, fueron conducidos a un "palki-ghari", especie de carruaje de cuatro ruedas y cuatro asientos, tirado por dos caballos. Partieron sin que nadie hablase durante el trayecto, que duró unos veinte minutos.

El carruqie atravesó primeramente la ciudad "negra" de calles estrechas formadas por unos casuchos donde pululaba una población cosmopolita, sucia y andrajosa, y luego pasó por la ciudad europea, embellecida con casas de ladrillos, adornada de palmeras, erizadas de arboladuras, y que, a pesar de la hora, temprana, estaba ya recorrida por elegantes jinetes y magníficos can-uqies.

El "palki-ghari" se paró delante de un edificio de apariencia sencilla, pero que no parecía apropiado para usos domésticos. El agente hizo bajar a sus presos -pues podía dárseles ese nombre- y los llevó a un aposento con rejas, diciéndoles:

-A las ocho y media compareceréis ante el juez Obadiah.

Y luego se retiró cerrando la puerta.

-¡Vamos, nos han agarrado! —exclamó Picaporte dejándose caer sobre una silla.

Aouida procurando en vano disfrazar su emoción, dijo a mister Fogg:

-¡Es necesario que me abandonéis! ¡Os veis perseguido por mí! ¡Es por haberme salvado!

Phileas Fogg se contentó con responder que eso no era posible. ¡Perseguido por ese asunto del "sutty"! ¡Inadmisible! ¿Cómo se habían de atrever a presentarse los que se querellasen? Había sin duda alguna equivocación. Mister Fogg añadió que, en todo caso, no abandonaría a la joven y la conduciría a Hong-Kong.

-¡Pero el buque se marcha a las tres! –dijo Picaporte.

-Antes de las tres estaremos a bordo -respondió sencillamente el impasible gentleman.

Quedó esto afirmado tan terminantemente que Picaporte no pudo menos de decir para sí:

-¡Diantre, cierto será! Antes de las dos estaremos a bordo.

Pero esto no lo tranquilizaba.

A las ocho y media la puerta del cuarto se abrió. El agente de policía volvió a presentarse e introdujo a los presos en la pieza vecina. Era una sala de audiencias, y había un público bastante numeroso compuesto de europeos y de indígenas, que ocupaba el pretorio.

Mister Fogg, mistress Aouida y Picaporte, se sentaron en un banco frente a los asientos reservados para el juez y el escribano.

Ese juez, el juez Obadiah, no tardó en llegar seguido del escribano. Era un señorón regordete. Descolgó una peluca colgada de un clavo y se la puso con presteza.

-La primera causa —dijo; pero llevando la mano a su cabeza, exclamó-: ¡Eh! ¡Si no es mi peluca!

-En efecto, señor Obadiah, es la mía -repuso el escribano.

–Querido señor Oysterpuf, ¿cómo queréis que un juez pueda dictar una buena sentencia con la peluca de un escribano?

Se verificó el cambio de pelucas. Durante estos preliminares, Picaporte hervía de impaciencia porque la aguja le parecía andar terriblemente aprisa en el reloj grande del pretorio.

-La primera causa -repuso entonces el juez Obadiah.

-¿Phileas Fogg? –dijo el escribano Oysterpuf.

-Heme aquí -respondió mister Fogg.

-¿Picaporte?

-¡Presente! –espondió Picaporte.

-¡Bien! -dijo el juez Obadiah-. Hace dos días, acusados, que os están espiando en todos los trenes de Bombay.

-Pero, ¿de qué nos acusan? -exclamó Picaporte impaciente.

-Vais a saberlo -respondió el juez.

-Caballero –dijo entonces mister Fogg-, soy ciudadano inglés y tengo derecho…

-¿Os han faltado a los miramientos? -preguntó mister Obadiah.

-De ningún modo.

-¡Bien! Haced entrar a los querellantes.

Por orden del juez se abrió una puerta, y tres sacerdotes indios fueron introducidos por un alguacil.

-¿No lo decía yo? -dijo Picaporte-. ¡Esos bribones no son los que querían quemar a esa joven señora!

Los sacerdotes se mantuvieron de pie delante del juez, y el escribano leyó en voz alta una querella de sacrilegio formulada contra el señor Phileas Fogg y su criado, acusados de haber profanado un lugar consagrado por la religión brahmánica.

-¿Habéis oído? -preguntó el juez a Phileas Fogg.

-Sí, señor -respondió mister Fogg mirando el reloj-, y lo confieso.

-¡Ah! ¿Conque lo confesáis?

-Lo confieso, y estoy aguardando que esos tres sacerdotes declaren a su vez lo que querían hacer en la pagoda de Pillaji.

Los sacerdotes se miraron. No comprendían al parecer nada en las palabras del acusado.

-¡Sin duda! —exclamó impetuosamente Picaporte-. ¡En esa pagoda de Pillaji, ante la cual iban a quemar a su víctima!

Los sacerdotes volvieron a quedar estupefactos, asombrándose profundamente el juez Obadiah.

-¿Qué víctima? -preguntó-. ¿Quemar a quién? ¿En medio de la ciudad de Bombay?

-¿Bombay? –exclamó Picaporte.

-Sin duda no se trata de la pagoda de Pillaji, sino de la pagoda de Malebar-Hill, en Bombay.

Y como pieza de convicción, he aquí los zapatos del profanador -añadió el escribano colocando un par de ellos encima de la mesa.

-¡Mis zapatos! –exclamó Picaporte, quien altamente sorprendido no pudo contener esa involuntaria exclamación.

Fácil es comprender lo confundidos que quedaron amo y criado. Se habían olvidado del incidente de Bombay, y éste era precisamente lo que los traía ante el magistrado de Calcuta.

En efecto, el agente Fix había comprendido todo el partido que podía sacar de ese desgraciado asunto. Atrasando su marcha doce horas había ido a aconsejar lo que debían hacer los sacerdotes de Malebar-Hili. Les había prometido resarcimiento de perjuicios, sabiendo muy bien que el gobierno inglés se mostraba muy severo con esos delitos, y después por el tren siguiente los había hecho ir en seguimiento de los culpables. Pero a causa del tiempo empleado en dar libertad a la joven viuda, Fix y los indios llegaron a Calcuta antes que Phileas Fogg y su criado, a quienes los magistrados, prevenidos por despacho telegráfico, debían prender al apearse del tren.

Júzguese el despecho de Fix cuando supo que Phileas Fogg no había llegado a la capital del Indostán. Debió creer que el ladrón, deteniéndose en una de las estaciones, se había refugiado en una de las provincias septentrionales. Durante las veinticuatro horas, Fix estuvo de acecho en la estación, entregado a mortales inquietudes. ¡Cuál fue después su alegría al verlo aquella misma mañana bajar del vagón en compañía, es cierto, de una joven cuya presencia no podía explicar! Al punto envió contra él un agente de policía, y de esa manera Fogg, Picaporte y la viuda del rajá de Bundelkund fueron conducidos ante el juez Obadiab.

Y no estando Picaporte tan preocupado, hubiera visto en un rincón del pretorio al "detective", que asistía al juicio con interés fácil de comprender, porque en Calcuta como en Bombay y como en Suez, no tenía aún el mandato de prision.

Entretanto, el juez Obadiah había tomado acta de la confesión, que se le había escapado a Picaporte, quien hubiera dado todo lo que poseía por poder retirar sus imprudentes palabras.

-¿Los hechos se confiesan? –dijo el juez.

–Confesados -respondió mister Fogg.

-Visto -repuso el juez -que la ley inglesa entiende proteger igual y rigurosamente todas las religiones de las poblaciones indias; estando el delito confesado por el señor Picaporte; convencido de haber profanado con sacrílego pie el paviento de la pagoda de Malebar-Hili, en Bombay, el día 20 de octubre, condena al susodicho Picaporte a quince días de prisión y una multa de trescientas libras.

-¿Trescientas libras? -exclamó Picaporte, que sólo se manifestó impresionado por la multa.

-¡Silencio! –dijo el alguacil con áspera voz.

-Y -añadió el juez Obadiah-, considerando que no está materialmente probado que haya dejado de haber convivencia entre el criado y el amo, y que en todo caso éste es responsable de los hechos y gestiones de quieiles tiene a su servicio, condeno al señor Phileas Fogg a ocho días de prisión y ciento cincuenta libras de multa. Escribano, llamad a otros.

. Fix, en su rincon, experimentaba una satisfacción indecible. Phileas Fogg, detenido ocho días en Calcuta, era más de lo que necesitaba para dar tiempo a que el mandamiento llegase.

Picaporte estaba atolondrado. Esta sentencia arruinaba a su amo. Una apuesta de veinte mil libras perdida, y todo por haber tenido la curiosidad de entrar en aquella maldita pagoda.

Phileas Fogg, tan dueño de sí, como si la sentencia no te hubiese alcanzado, no había movido tan siquiera las cejas. Pero en el momento en que el escribano llamaba a otro juicio, se levantó y dijo:

-Ofrezco caución.

-Tenéis el derecho de hacerlo -respondió el juez.

Fix sintió frío en sus fibras, pero recobró su tranquilidad cuando oyó que el juez, atendida la cualidad de extranjeros de Phileas Fogg y su criado, fijaba la caución para cada uno de ellos en la enorme suma de mil libras.

Eran dos mil libras más de gasto para mister Fogg si no cumplía la condena.

-¡Pago! -exclamó el gentleman.

Y retiró del saco que llevaba Picaporte un paquete de billetes de banco que dejó sobre la mesa del escribano.

-Esta suma os será devuelta al salir de la cárcel –dijo el juez-. Entretanto, estáis libre.

-Venid —dijo Phileas Fogg a su criado.

-¡Pero al menos que me devuelban mis zapatos! –exclamó Picaporte con un movimiento de rabia.

Le devolvieron sus zapatos.

-¡Bien caros cuestan! –dijo entre dientes-. ¡Más de mil libras cada uno! ¡Sin contar que me hacen daño!

Picaporte siguió con actitud compungida a mister Fogg, que había ofrecido su brazo a la joven. Fix esperaba todavía que el ladrón no se decidiera a perder la suma de dos mil libras y que cumpliría sus ocho días de cárcel. Echó, pues, a andar tras de mister Fogg. Tomó éste un coche, en el cual Aouida, Picaporte y él subieron en seguida. Fix corrió detrás del coche, que se detuvo en uno de los muelles.

A media milla en rada, el "Rangoon" estaba aparejando con su pabellón de marcha izado sobre el mástil. Daban las once. Mister Fogg llegaba, pues, con una hora de adelanto. Fix lo vio apearse y entrar en un bote con Aouida y su criado. El agente dio con el pie en el suelo.

-¡Bribón! –exclamó-. ¡Se marcha! ¡Dos mil libras sacrificadas! ¡Pródigo como un ladrón! ¡Ah! ¡Lo seguiré hasta el fin del mundo si es menester; pero al paso que va, todo el dinero robado se habrá ido!

El inspector de policía tenía sus fundamentos para hacer esta reflexión. En efecto; desde que se había marchado de Londres, entre gastos de viaje, primas, compras de elefantes, cauciones y multas, Phileas Fogg había sembrado Ya más de cinco mil libras por el camino, y el tanto por ciento que se concede a los policías sobre lo recobrado iba siempre bajando.

XVI

El "Rangoon", uno de los buques que la Compañía Peninsular y Oriental emplea para el servicio del mar de China y del Japón, era un vapor de hierro, de hélice, con el aforo en bruto de mil setecientas toneladas, y la fuerza nominal de cuatrocientos caballos. Igualaba al "Mongolia" en velocidad, pero no en comodidades. Por eso mistress Aouida no estuvo tan bien instalada como lo hubiera deseado Phileas Fogg. Por lo demás, tratándose sólo de una travesía de tres mil quinientas millas, o sea de once a doce días, la joven no fue viajera de difícil acomodo.

Durante los primeros días de la travesía, mistress Aouida contrajo mayor intimidad con Phileas Fogg. En todas ocasiones le manifestaba el más vivo reconocimiento. El flemático gentleman la escuchaba, en apariencia al menos, con la mayor frialdad, sin que una entonación ni un ademán revelasen la más ligera emoción. Cuidaba que nada faltase a la joven. A ciertas horas acudía regularmente, si no a hablar, al menos a escucharla. Cumplía con ella los deberes de urbanidad más estricta, pero con la gracia y la imprevisión de un autómata cuyos movimientos se hubiesen dispuesto para ese fin. Aouida no sabía qué pensar de ello, pero Picaporte le había explicado algo de la excéntrica personalidad de su amo. Le había instruido de la apuesta que le hacía dar la vuelta al mundo. Mistress Aoulda se había sonreído; pero al fin te debía la vida, y su salvador no podía salir perdiendo en que ella lo viese al través de su reconocimiento. .

Mistress Aouida confirmó la noticia que el guía indio había hecho de su interesante historia. Pertenecía ella, en efecto, a esa raza que ocupa el primer lugar entre los indígenas. Varios negociantes parsis han hecho grandes fortunas en las Indias en el comercio de algodones. Uno de ellos, sir James Jejeebloy, ha sido ennoblecido por el gobierno inglés, y Aouida era pariente de ese rico personaje que habitaba en Bombay. Contaba ella con encontrar en Hong-Kong al honorable Jejeeh, primo de sir Jejeebloy. ¿Hallaría allí refugio y protección? No podría asegurarlo, y a eso respondía mister Fogg que no se inquietara porque todo se arreglaría matemáticamente. Estas fueron sus palabras.

¿Comprendía lajoven viuda la significación de tan horrible adverbio? No se sabe; pero sus hermosos ojos, límpidos como los sagrados lagos del Himalaya, se fijaban sobre los de Fogg, quien, tan intratable y tan abotonado como siempre, no parecía dispuesto a arrojarse en el referido lago.

Esta primera parte de la travesía del "Rangoon" se efectuó con excelentes condiciones. El tiempo era bonancible, y toda la porción de la inmensa bahía que los marineros llaman los "brazos del Bengala", se mostró favorable a la marcha del vapor.

El "Rangoon" no tardó en cruzar por delante del Gran Andaman, que era la principal isla de un grupo que los naveganes divisan desde lejos, por su pintoresca montaña de Saddle Peek, de dos mil cuatrocientos pies de altura.

Se fue siguiendo la costa de bastante cerca. Los salvajes papúas de la isla no se mostraron. Son unos seres colocados en el último grado de la escala humana, pero que han sido indudablemente considerados como antropófagos.

El desarrollo panorámico de las islas era soberbio. Inmensos bosques de palmeras asiáticas, arecas, bambúes, moscadas, tecks, mimosas gigantescas, helechos arborescentes cubrían el primer plano del país, perfilándose atrás los elegantes contornos de las montañas. Sobre la costa pululaban a millares esas preciosas salanganas, cuyos nidos comestibles son un manjar muy apetitoso en el Celeste Imperio. Pero todo este espectáculo variado, ofrecido a las miradas por el grupo de las Andaman, paso pronto, y el "Rangoon" se dirigió con rapidez hacia el estrecho de Malaca, que debía darle acceso a los mares de la China.

¿Qué hacía durante la travesía el inspector Fix, tan desgraciadamente arrastrado en aquel viaje de circunnavegación? Al salir de Calcuta, después de haber dejado instrucciones para que, si llegase el mandamiento, le fuese remitido a Hong-Kong, había podido embarcar a bordo del "Rangoon" sin haber sido visto de Picaporte, y confiaba en disimular su presencia hasta la llegada a puerto. En efecto, difícil le hubiera sido explicar por qué se hallaba a bordo sin excitar las sospechas de Picaporte, que debía creerle en Bombay. Pero la lógica misma de las circunstancias reanudó sus relaciones con el honrado mozo. ¿De qué modo? Vamos a verlo.

Todas las esperanzas, todos los deseos del inspector de policía se concentraban ahora en un solo punto del mundo, Hong-Kong; porque el vapor se detenía muy poco tiempo en Singapore para poder obrar en esta ciudad. La prisión debía verificarse por consiguiente en Hong-Kong, porque, si no, se le escaparía el ladrón sin remedio.

En efecto, Hong-Kong era todavía tierra inglesa, pero la última. Más allá, la China, el Japón, la América ofrecían un refugio casi seguro a mister Fogg. En Hong-Kong, si llegaba por fin el mandamiento de prisión, Fix prendería a Fogg, y lo entregaría a la policía local. No había dificultad; pero más allá de HongKong, no bastaría ya un simple mandamiento de prisión, sino que sería necesaria un acta de extradición. De aquí resultarían tardanzas, lentitudes y obstáculos de toda naturaleza,- que el ladrón aprovecharía para escaparse definitivamente. Si la operación no se podía verificar en Hong-Kong, sería, si no imposible, mucho más difícil poderla efectuar con alguna probabilidad de éxito.

"Por consiguiente -decía Fix para sí durante las dilatadas horas que pasaba en el camarote- o el mandamiento estará en Hong-Kong y prendo a mi hombre, o no estará y será necesario retrasar su viaje a toda costa. ¡Salido mal en Bombay y en Calcuta, si no doy el golpe en Hong-Kong, pierdo mi reputación! Cueste lo que cueste, es necesario triunfar. Pero, ¿qué medio emplearé para retardar, si fuese necesario, la partida de ese maldito Fogg?"

En última instancia, Fix estaba decidido a revelárselo todo a Picaporte, dándole a conocer el amo a quien servía y del cual no era ciertamente cómplice. Picaporte, con esta revelación, debería creerse comprometido, y entonces se pondría de parte de Fix. Pero éste era un medio aventurado que sólo podía emplearse a falta de otro. Una sola palabra dicha por Picaporte a su amo hubiera bastado para comprometer irrevocablemente el negocio.

El inspector de policía se hallaba pues, muy apurado, cuando la presencia de Aouida a bordo del "Rangoon", en compañía de Phileas Fogg, le abrió nuevas perspectivas.

¿Quién era aquella mujer? ¿Qué concurso de circunstancias la habían traído a ser compañera de Fogg? El encuentro había tenido lugar evidentemente entre Bombay y Calcuta. Pero, ¿en qué punto de la península? ¿Era él acaso quien había reunido a Phi leas Fogg con la joven viajera? Ese viaje al través de la India, por el contrario, ¿había sido emprendido con el fin de reunirse con tan linda persona? ¡Porque era lindísima! Bien lo había reparado Fix en la sala de audiencias del tribunal de Calcuta.

Fácil es comprender cuán caviloso debía estar el agente. Ocurriósele la idea de algún rapto criminal. ¡Sí! ¡Eso debía ser! Este pensamiento se incrustó en el cerebro de Fix, reconociendo todo el partido que de esta cireunsancia podía sacar. Fuese o no casada la joven, había rapto, y era posible suscitar en HongKong tales dificultades al raptor, que no pudiera salir de ellas ni aun a fuerza de dinero.

Pero no había que aguardar la llegada del "Rangoon" a Hong-Kong. Ese Fogg tenía la detestable costumbre de saltar de un buque a otro, y antes que la denuncia se entablase podía estar lejos.

Lo que importaba era prevenir a las autoridades inglesas y señalar el paso del "Rangoon" antes del desembarque. Nada era más fácil, puesto que el vapor hacía escala en Singapore, y esta ciudad se hallaba enlazada con la costa de China por un alambre telegráfico.

Sin embargo, antes de obrar, y con el fin de proceder con más seguridad, Fix resolvió interrogar a Picaporte. Sabía que no era muy difícil hacerle hablar, y se decidió a romper el disimulo que hasta entonces había guardado. Pero no había tiempo que perder, porque era el 31 de octubre, y al día siguiente el "Rangoon" debía hacer escala en Singapore.

Saliendo, pues, aquel día de su camarote, Fix apareció en el puente con intento de ir al encuentro de Picaporte con señales de la mayor sorpresa. Picaporte se estaba paseando a proa cuando el inspector corrió hacia él, exclamando:

-¡Vos aquí en el "Rangoon"!

-¡El señor Fiz a bordo! -respondió Picaporte, absolutamente sorprendido al reconocer a su compañero de travesía del "Mongolia"-. ¡Cómo! ¡Os dejo en Bombay y os encuentro en camino de Hong-Kong! Entonces, ¿también estáis dando la vuelta al mundo?

-No -respondió Fix- y pienso detenerme en Hong-Kong, al menos durante algunos días.

-¡Ah! – dijo Picaporte que tuvo un momento de asombro-. ¿Y cómo no os he visto desde la salida de Calcuta?

–Cierto malestar.. un poco de mareo… He guardado cama en mi camarote… El golfo de Bengala no me prueba tan bien como el Océano de las Indias. ¿Y vuestro amo mister Phileas Fogg?

-Con cabal salud y tan puntual como su itinerario. ¡Ni un día de atraso! ¡Ah, señor Fix, no lo sabéis; pero también está con nosotros una joven señora!

-¿Una joven señora? -respondió el agente, que aparentaba perfectamente no comprender lo que su interlocutor quería decir.

Pero Picaporte lo puso pronto al corriente de la historia. Refirió el incidente de la pagoda de Bombay, la adquisición del elefante al precio de dos mil libras, el suceso del "sutty", el rapto de Aouida, la sentencia del tribunal de Calcuta, la libertad bajo caución. Fix, que conocía la última parte de estos incientes, fingía ignorarlos todos, y Picaporte se dejaba llevar por el encanto de contar sus aventuras a un oyente que tanto interés demostraba en escucharlas.

-Pero en suma -preguntó Fix-, ¿es que vuestro amo intenta llevarse a esa joven a Europa?

-No, señor Fix, no. Vamos a entregarla a uno de sus parientes; rico comerciante de Hong-Kong.

-¡Nada por hacer! -dijo entre sí el detective disimulando su despecho-. ¿Queréis una copa de gin, señor Picaporte?

-Con mucho gusto, señor Fix. ¡Nuestro encuentro a bordo del "Rangoon" bien merece que bebamos!

XVII

Desde aquel día, Picaporte y el agente se encontraron con frecuencia; pero Fix estuvo muy reservado con su compañero y no trató de hacerle hablar. Sólo vio una o dos veces a mister Fogg que permanecía en el salón del "Rangoon", ora haciendo compañía a Aouida, ora jugando al whist, según su invariable costumbre.

En cuanto a Picaporte, se puso a pensar formalmente sobre la extraña casualidad que traía otra vez a Fix al mismo camino que su amo. Y en efecto, con menos había para asombrarse. Ese caballero, muy amable y a la verdad muy complaciente, que aparece primero en Suez, que se embarca en el "Mongolia", que desembarca en Bombay, donde dice que debe quedarse; que se encuentra luego en el "Rangoon" en dirección de Hong-Kong; en una palabra, siguiendo paso a paso el itinerario de mister Fogg, todo esto merecía un poco de meditación. Había aquí extrañas coincidencias. ¿Tras de quién iba Fix? Picaporte estaba dispuesto a apostar sus babuchas -las había preciosamente conservado que Fix saldría de Hong-Kong al mismo tiempo que ellos, y probablemente sobre el mismo vapor.

Aun cuando hubiera estado Picaporte discurriendo durante un siglo, nunca hubiera acertado con la misión de que estaba encargado el agente. Jamás se hubiera imaginado que Phileas Fogg fuera seguido a la manera de un ladrón, alrededor del globo terrestre. Pero como la condición humana quiere explicarlo todo, he aquí cómo Picaporte, por una repentina inspiración, interpretó la presencia permanente de Fix, y ciertamente que no dejaba de ser plausible su ocurrencia. En efecto, según él, Fix no era ni podía ser, más que un agente enviado en seguimiento de Phileas Fogg por sus compañeros del ReformClub, a fin de reconocer si el viaje se hacía efectivamente alrededor del mundo, según el itinerario convenido.

-¡Es evidente, es evidente! –decía para sí el honrado mozo, ufano de su perspicacia-. ¡Es un espía que esos caballeros han enviado tras de nosotros! ¡Eso no es digno! ¡Mister Fogg, tan probo, tan hombre de bien! ¡Hacerle espiar por un agente! ¡Ah! ¡Señores del Reform-Club, caro os costará!

Encantado Picaporte de su descubrimiento, resolvió, sin embargo, no decir nada a su amo, por temor de que éste no se resintiese con razón ante la desconfianza que manifestaban sus adversarios. Pero se propuso bromear a Fix con este motivo, por medio de palabras embozadas y sin comprometerse.

El miércoles 30 de octubre, por la tarde, el "Rangoon" entraba en el estrecho de Malaca, que separa la peínsula de ese nombre de las tierras de Sumatra. Unos islotes montuosos, muy escarpados y pintorescos, ocultaban a los pasajeros la vista de la gran isla.

Al siguiente día, a las cuatro de la mañana, habiendo el "Rangoon" ganado media jornada sobre la travesía reglametaria, anclaba en Singapore a fin de renovar su provisión de carbones.

Phileas Fogg inscribió ese adelanto en la columna de beneficios, y esta vez bajó a tierra, acompañando a Aouida, que había manifestado deseos de pasear durante algunas horas.

Fix, a quien parecía sospechosa toda acción de Fogg, lo siguió con disimulo. En cuanto a Picaporte, que se reía "in petto", al ver la maniobra de Fix, fue a hacer sus ordinarias compras.

La isla de Singapore no es grande ni de imponente aspecto. Carece de montañas y, por consiguiente, de perfiles, pero en su pequeñez es encantadora. Es un parque cortado por hermosas carreteras. Un bonito coche, tirado por esos elegantes caballos importados de Nueva Zelanda, transportó a mistress Aouida y a Phileas Fogg al centro de unos grupos de palmeras de brillante hoja y de esos árboles que producen el clavo de especia fon-nado con el capullo mismo de la flor entreabierta. Allí, los setos de arbustos de pimienta, reemplazaban las cambroneras de las cainpiñas europeas; los saguteros, los grandes helechos con su soberbio follaje, variaban el aspecto de aquella región tropical; los árboles de moscada con sus barnizadas hojas saturaban el aire con penetrantes perfumes. Los monos en tropeles, que ostentaban su viveza y sus muecas, no faltaban en los bosques, ni los tigres en los juncales. A quien se asombre de que en tan pequeña isla no hayan sido destruidos esos terribles carnívoros, les responderemos que vienen de Malaca atravesando el estrecho a nado.

Después de haber recorrido la campiña durante dos horas, Aouida y su compañero -que miraban un poco sin ver- volvieron a la ciudad, extensa aglomeración de lindos jardines donde se encuentran mangustos, piñas y las mejores frutas del mundo.

A las diez volvían al vapor, después de haber sido seguidos sin sospecharlo por el inspector, que también había tenido que hacer gasto de coche.

Picaporte los aguardaba en el puente del "Rangoon". El buen muchacho había comprado algunas docenas de mangustos, gruesos como manzanas medianas, de color pardo oscuro por fuera, rojo subido por dentro, y cuya fruta blaca, al fundirse entre los labios, procura a los verdaderamente golosos un goce sin igual. Picaporte tuvo una gran satisfacción en ofrecerlos a Aouida que se lo agradeció con suma gracia.

A las once, el "Rangoon", después de haberse abastecido de carbón, largaba sus amarras; y algunas horas más tarde los pasajeros perdían de vista las altas montañas de Malaca, cuyas selvas abrigan los más hermosos tigres de la tierra.

Singapore dista mil trescientas millas de la isla de Hong-Kong, pequeño territorio inglés desprendido de la costa de China. Phileas Fogg tenía interés en recorrerias lo «más en seis días, a fin de tomar en Hong-Kong el vapor que partia el 6 de noviembre para Yokohama, uno de los principales puertos de Japón.

El "Rangoon" iba muy cargado. Se habían embarcado en Singapore numerosos pasajeros, indios, ceilaneses, chinos, malayos, portugueses, la mayor parte de los cuales iban en las clases inferiores.

El tiempo, bastante bello hasta entonces, cambió con el último cuarto de luna. La mar se puso gruesa. El viento arreció, pero felizmente por el Sureste, lo cual favorecía la marcha del vapor. Cuando era manejable, el capitán hacía desplegar velas. El "Rangoon", aparejado en bergantín, navegó a menudo con sus dos gavias y trinquete aumentando su velocidad bajo la doble acción del vapor y del viento. Así se recorrieron sobre una zona estrecha y a veces muy penosa las costas de Anam y Cochinchina.

Pero la culpa la tenía más bien el "Rangoon" que el mar; y los pasajeros, que se sintieron la mayor parte enfermos, debieron achacar su malestar al buque.

En efecto, los vapores de la Compañía Peninsular que hacen el servicio de los mares de China, tienen un defecto de construcción muy grave. La relación del calado en carga con la cabida, ha sido mal calculada, y por consiguiente ofrecen al mar muy débil resistencia. Su volumen cerrado, impenetrable al agua, es insuficiente. Están anegados, y a consecuencia de esta disposición bastaban algunos bultos echados a bordo, para modificar su marca. Son, por consiguiente, esos buques muy inferiores -si no por el motor y el aparato evaporatorio- a los tipos de las mensajerías francesas, tales como la "Emperatriz" y el "Cambodge". Mientras que, según los cálculos de los ingenieros, estos buques pueden embarcar una cantidad de agua igual a su propio peso, antes de sumergirse los de la Compañía Peninsular, el "Golconda", el "Corea" y el "Rangoon" no podrían recibir el sexto de su peso sin irse a pique.

Convenía, pues, tomar grandes precauciones durante el mal tiempó. Era menester algunas veces estar a la capa con poco vapor, lo cual era una pérdida de tiempo que no parecía afectar a Phileas Fogg de modo alguno, pero que irritaba mucho a Picaporte. Acusaba entonces al capitán, al maquinista, a la Compañía, y enviaba al diantre a todos los que se ocupan de transportar viajeros. Tal vez también la idea de aquel mechero de gas que seguía ardiendo por su cuenta en la casa de Saville-Row entraba por mucho en su impaciencia.

-¿Parece que tenéis mucha prisa en llegar a Hong-Kong? -le dijo un día el detective.

-¡Mucha prisa! – respondió Picaporte.

-¿Pensáis que mister Fogg tenga también mucha prisa en tomar el vapor de Yokohama?

-¡Una prisa espantosa!

-¿Luego ahora creéis en ese extraño viaje alrededor del mundo?

-Absolutamente. ¿Y vos, señor Fix?

-¿Yo? No creo en él.

-¡Truhán! -respondió Picaporte guiñando el ojo.

Esa palabra dejó pensativo al agente. El calificativo lo inquietó mucho sin saber por qué. ¿Lo había adivinado el francés? No sabía qué pensar. ¿Cómo podía Picaporte haber descubierto su condición de "detective", cuyo secreto de nadie podía ser sabido? Y sin embargo, al hablar así, Picaporte lo había hecho con segunda intención.

Aconteció también que el buen muchacho se propasó aún más otro día, sin poder contener su lengua.

-Vamos, señor Fix -preguntó a su compañero con malicia-, ¿acaso una vez llegados a Hong-Kong tendremos el sentimiento de dejaros allí?

-¡Vaya -respondió Fix bastante desconcertado – no lo sé! ¡Tal vez … !

-¡Ah! –dijo Picaporte -. ¡Si nos acompañaseis, sería una dicha para mí! ¡Vamos! ¡Un agente de la Compañía Peninsular no debe quedarse en el camino! ¡No ibais más que a Bombay y ya pronto estaréis en China! ¡La América no está lejos, y de América a Europa hay sólo un paso!

Fix miraba con atención a su interlocutor, que le mostraba el semblante más amable del mundo, y adoptó el partido de reírse de él. Pero éste, que estaba de gracia, le preguntó si su oficio le producía mucho.

-Sí y no -respondió Fix sin pestañear. Hay negocios buenos y malos. ¡Pero bien comprenderéis que no viajo a mis expensas!

-¡Oh! ¡En cuanto a eso, estoy seguro de ello! –exclamó Picaporte riéndose más y mejor.

Terminada la conversación, Fix entró en su camarote y se entregó a la meditación. De un modo o de otro, el francés había reconocido su calidad de agente de policía. Pero, ¿se lo habría dicho a su amo? ¿Qué papel hacía en todo esto? ¿Era cómplice o no? ¿El negocio estaba descubierto y por consiguiente fallido? El agente pasó algunas horas angustiosas, creyéndolo algunas veces todo perdido, esperando otras que Fogg ignoraba la situación, y por último, no sabiendo qué partido tomar.

Entretanto, se estableció la calma en su cerebro y resolvió obrar francamente con Picaporte. Si no se encontraba en las condiciones apetecidas para prender a Fogg en Hong-Kong, y así Fogg se preparaba para salir definitivamente del territorio inglés, él, Fix, se lo diría todo a Picaporte. O el criado era cómplice del amo y éste lo sabía todo, en cuyo caso el negocio estaba definitivamente comprometido, o el criado no tenía parte alguna en el robo, y entoces su interés estaba en separarse del ladrón.

Tal era pues la situación respectiva de aquellos dos hombres, mientras que Phileas Fogg se distinguía por su magnífica indiferencia. Cumplía racionalmente su órbita alrededor del mundo, sin inquietarse de los asteroides que giraban en su derredor.

Y sin embargo, había en las cercanías -según expresión de los astrónomos – un astro perturbador que hubiera debido producir algunas alteraciones en el corazón de ese caballero. ¡Pero no! El encanto de Aouida no tenía acción alguna, con gran sorpresa de Picaporte, y las perturbaciones, si existían, hubieran sido más difíciles de calcular que las de Urano, que han ocasionado el descubrimiento de Neptuno.

¡Sí! Era un asombro diario para Picaporte, que leía tanto agradecimiento hacia su amo en los ojos de la hermosa joven! ¡Decididamente, Phileas Fogg sólo tenía corazón bastante para conducirse con heroísmo, pero no con amor, no! En cuanto a las preocupaciones que los azares del viaje podían causarle, no daba indicio ninguno de ellas. Pero Picaporte vivía en continua angustia. Apoyado un día en el pasamanos de la máquina, estaba mirando cómo de vez en cuando precipitaba éste su movimiento, cuando la hélice salió de punta fuera de las olas por un violento cabeceo, escapándose el vapor por las válvulas, lo cual provocó las iras de tan digno mozo.

-¡No están bastante cargadas esas vávulas –exclamó-. ¡Eso no es andar! ¡Al fin, ingleses! ¡Ah! Si fuese un buque americano, quizá saltaríamos, pero iríamos más de prisa.

XVIII

Durante los primeros días de la travesía, el tiempo fue bastante malo. El viento arreció mucho. Fijándose en el Noroeste, contrarió la marcha del vapor, y el "Rangoon", demasiado inestable cabeceó considerablemente, adquiriendo los pasajeros el derecho de guardar rencor a esas anchurosas oleadas que el v«íento levantaba sobre la superficie del mar.

Durante los días 3 y 4 de noviembre fue aquello una especie de tempestad. La borrasca batió el mar con vehemencia. El "Rangoon" debió estarse a la capa durante media jornada, manteniéndose con diez vueltas de hélice nada más, y tomando de sesgo a las olas. Todas las velas estaban arriadas, y aun sobraban todos los aparejos que silbaban en medio de las ráfagas.

La velocidad del vapor, como es fácil concebirlo, quedó notablemente rebajada, y se pudo calcular que la llegada a Hong-Kong llevaría veinte horas de atraso y quizá más si la tempestad no cesaba.

Phileas Fogg asistía a aquel espectáculo de un mar furioso que parecía luchar directamente contra él, sin perder su habitual impasibilidad. Su frente no se nubló ni un instante, y sin embargo, una tardanza de veinte horas podía comprometer su viaje, haciéndole perder la salida del vapor de Yokohama. Pero ese hombre sin nervios no experimentaba ni impaciencia ni aburrimiento. Hasta parecía que la tempestad estaba en su programa y estaba prevista. Mistress Aouida que habló de este contratiempo con su compañero, lo encontró tan sereno como antes.

Fix no veía las cosas del mismo modo. Antes al contrario. La tempestad le agradaba. Su satisfacción no hubiera tenido límites si el "Rangoon" se llegase a ver obligado a huir ante la tormenta. Todas estas tardanzas le cuadraban bien, porque pondrían a mister Fogg en la precisión de permanecer algunos días en Hong-Kong. Por último, el cielo, con sus ráfagas y borrascas, estaba a su favor. Se encontraba algo indispuesto; ¡pero qué importa! No hacía caso de sus náuseas, y cuando su cuerpo se retorcía por el mareo, su ánimo se ensanchaba con satisfacción inmensa.

En cuanto a Picaporte, bien se puede presumir a que cólera se entregaría durante ese tiempo de prueba. ¡Hasta entonces todo había marchado bien! La tierra y el agua parecían haber estado a disposición de su amo. Vapores y ferrocarriles, todo le obedecía. El viento y el vapor se habían concertado para favorecer su viaje. ¿Había llegado la hora de los desengaños? Picaporte, como si debieran salir de su bolsillo, no vivía las veinte mil libras de la apuesta ya. Aquella tempestad lo exasperaba, la ráfaga lo enfurecía, y de buen grado hubiera azotado a aquel mar tan desobediente. ¡Pobre mozo! Fix le ocultó cuidadosamente su satisfacción personal, e hizo bien, porque, si Picaporte hubiera adivinado la alegría secreta de Fix, éste lo hubiera pasado mal.

Picaporte, durante toda la duración de la borrasca, permaneció sobre el puente del "Rangoon". No hubiera podido estarse abajo. Se encaramaba a la arboladura y ayudaba las maniobras con la ligereza de un mono, asombrando a todos. Dirigía preguntas al capitán, a los oficiales, a los marineros, que no podían menos de reirse al verle tan desconcertado. Picaporte quería a toda costa saber cuánto duraría la tempestad, y le designaban el barómetro que no se decidía a subir. Picaporte sacudía el barómetro, pero nada obtenía, ni aun con las injurias que prodigaba al irresponsable instrumento.

Por fin la tempestad se apaciguó; el estado del mar se modificó en la jornada del 4 de noviembre. El viento volvió dos cuartos al Sur y se tomó favorable.

Picaporte se serenó juntamente con el tiempo. Las gavias y foques pudieron desplegarse, y el "Rangoon" prosiguió su rumbo con maravillosa velocidad.

Pero no era posible recobrar todo el tiempo perdido. Era necesario resignarse, y la tierra no se divisó hasta el día 6 a las cinco de la mañana. El itinerario de Phileas Fogg señalaba la llegada para el 5. Había, pues una pérdida de veinticuatro horas, y necesariamente se perdía la salida para Yokohama.

A las seis, el piloto subió a bordo del "Rangoon" y se colocó en el puente que cubre la escotilla de la maquina para dirigir el buque por los pasos hasta el puerto de Hong-Kong.

Picaporte ardía en deseos de preguntar a ese hombre si el vapor de Yokohama había partido; pero no se atrevió, por no perder la esperanza hasta el último momento. Había confiado sus inquietudes a Fix, quien trataba, el zorro, de consolarlo, diciéndole que mister Fogg lo arreglaría tomando el vapor próximo, lo cual daba inmensa rabia a Picaporte.

Pero si Picaporte no se aventuraba a hacer preguntas al piloto, mister Fogg, después de haber consultado su "Bradshaw" le preguntó con calma si sabía cuándo saldría un buque de Hong-Kong para Yokohama.

-Mañana a la primera marea -respondió el piloto.

-¡Ah! —exclamó mister Fogg sin manifestar ningun asombro.

Picaporte, que estaba presente, hubiera abrazado de buen grado al piloto, a quien Fix retorcería con gusto el cuello.

-¿,Cuál es el nombre de ese vapor? -preguntó mister Fogg.

-El "Carnatic" -respondió el piloto.

-¿No debía marchar ayer?

-Sí, señor, pero tenía que hacer reparaciones en su caldera y se aplazó la salida para mañana.

-Os doy las gracias -respondió mister Fogg, que con paso automático bajó al salón del "Rangoon".

En cuanto a Picaporte, tomó la mano del piloto y la estrechó vigorosamente diciendo:

-¡Vos, piloto, sois un hombre digno!

El piloto nunca habrá llegado a saber probablemente por qué sus respuestas le valieron tan amistosa expansión. Después de un silbido de la máquina, dirigió el vapor entre aquella flotilla de juncos, tankas, barcos de pesca y buques de todo género que obstruían los pasos de Hong-Kong.

A la una, el "Rangoon" estaba en el muelle y los pasajeros desembarcaron.

En esta circunstancia debemos convenir en que el azar había singularmente favorecido a Phileas Fogg. Sin la necesidad de reparar sus calderas el "Camatic" se hubiera marchado el 5 de noviembre, y los viajeros para el Japón hubieran tenido que aguardar durante ocho días la salida del vapor siguiente. Es cierto que mister Fogg estaba veinticuatro horas atrasado, pero este atraso no podía tener para él consecuencias sensibles.

En efecto, el vapor que hace la travesía del Pacífico desde Yokohama a San Francisco, estaba en correspondencia directa con el de Hong-Kong y no podía salir antes de la llegada de éste. Habría evidentemente veinticuatro horas de atraso en Yokohama, pero durante los veintidós días que dura la travesía del Pacífico sería fácil recobrarlas. Phileas Fogg se hallaba, pues, con veinticuatro horas de diferencia en las condiciones de su programa, treinta y cinco días después de su salida de Londres.

El "Carnatic" no debía salir hasta el día siguiente a las cinco, y por consiguiente podía mister Fogg disponer de dieciséis horas para sus asuntos; es decir, para los de Aouida. Al desembarcar ofreció su brazo a la joven y la condujo a una litera pidiendo a los porteadores que le indicasen una fonda. Le designaron el "Hotel del Club", adonde llegó el palanquín veinte minutos después, seguido de Picaporte.

Se tomó un cuarto para la joven, y Phileas Fogg cuidó que nada le faltase. Después le dijo que iba inmediatamente a ponerse en busca de los parientes en poder de quienes debía dejarla. Al mismo tiempo dio a Picaporte la orden de permanecer en el hotel hasta su regreso, para que la joven no estuviese sola.

El gentleman se hizo conducir a la Bolsa. Allí conocerían probablemente a un personaje tal como el honorable Jejeeh, que era uno de los más ricos comerciantes de la ciudad.

El corredor a quien se dirigió mister Fogg conocía en efecto al negociante parsi; pero hacía dos años que éste, después de haber hecho fortuna, había ido a establecerse a Europa -en Holanda, según se creía- lo cual se explicaba por las numerosas relaciones que había tenido con este país durante su existencia comercial.

Phileas Fogg volvió al "Hotel del Club", y al punto se presentó ante mistress Aouida, a quien sin más le manifestó que el honorable Jejeeh no residía ya en Hong-Kong, habitando probablemente en Holanda.

Aouida al pronto no respondió nada. Se pasó la mano por la frente y estuvo meditando durante algunos instantes. Después, dijo con suave voz:

-¿Qué debo hacer, mister Fogg?

-Muy sencillo -respondió el gentleman-. Venir a Europa.

-Pero yo no puedo abusar..

-No abusáis, y vuestra presencia no entorpece mi programa. ¿Picaporte?

-Señor -respondió Picaporte.

-Id al "Carnatic" y tomad tres camarotes.

Picaporte, gozoso de seguir el viaje en compañía de la joven que lo trataba con mucho agrado, dejó al punto el "Hotel del Club"

XIX

Hong-Kong no es más que un islote cuya posesión quedó asegurada para Inglaterra por el Tratado de Tonkín después de la guerra de 1842. En algunos años el genio colonizador de la Gran Bretaña había fundado allí una ciudad importante y creado un puerto, el puerto Victoria. La isla se halla situada en la embocadura del río de Cantón, habiendo solamente sesenta millas hasta la ciudad portuguesa de Macao, construída en la ribera opuesta. Hong-Kong debía por necesidad vencer a Macao en la lucha mercantil, y ahora la mayor parte del tránsito chino se efectúa por la ciudad inglesa. Los docks, los hospitales, los muelles, los depósitos, una catedral gótica, la casa del gobernador, calles macadamizadas, todo haría creer que una de las ciudades de los condados de Kent o de Surrey, atravesando la esfera terrestre, se ha trasladado a ese punto de la China, casi en las antípodas.

Picaporte se dirigió con las manos metidas en los bolsillos hacia el puerto Victoria, mirando los palanquines, las carretillas de vela, todavía usadas en el celeste Imperio, y toda aquella muchedumbre de chinos, japoneses y europeos que se apiñaban en las calles. Con poca diferencia, aquello era todavía muy parecido a Bombay, calcuta o Singapore. Hay como un rastro de ciudades inglesas así alrededor del mundo.

Picaporte llegó al puerto Victoria. Allí, en la embocadura del río Cantón, había un hormiguero de buques de todas las naciones: ingleses, franceses, americanos, holandeses, navíos de guerra y mercantes, embarcaciones japonesas y chinas, juncos, sempos, tankas y aun barcos-flores que fonnaban jardines flotantes sobre las aguas. Paseándose, Picaporte observó cierto número de indígenas vestidos de amarillo, muy avanzados en edad. Habiendo entrado en una barbería china para hacerse afeitar a lo chino, supo por el barbero, que hablaba bastante bien el inglés, que aquellos ancianos pasaban todos de ochenta años, porque al llegar a esta edad tenían el privilegio de vestir de amarillo, que es el color imperial. A Picaporte le pareció esto muy chistoso sin saber por qué.

Después de afeitarse se fue al muelle de embarque del "Carnatic", y allí vio a Fix que se paseaba de arriba abajo y viceversa, de lo cual no se extrañó. Pero el inspector de policía dejaba ver en su semblante muestras de un despecho vivísimo.

-¡Bueno! –dijo entre sí Picaporte-. ¡Esto va mal para los gentiemen del Reform-Club!

Y salió al encuentro de Fix con su alegre sonrisa, sin aparentar que notaba la inquietud de su companero.

Ahora bien, el agente tenía buenas razones para echar pestes contra el infernal azar que lo perseguía. ¡No había mandamiento! Era evidente que éste corría tras de él y no podía alcanzarlo sino permaneciendo algunos días en la ciudad. Y como Hong-Kong era la última tierra inglesa del trayecto, mister Fogg se le iba a escapar definitivamente si no lograba retenerlo.

-Y bien, señor Fix, ¿estáis decidido a venir con nosotros a América? -preguntó Picaporte.

-Sí -respondió Fix apretando los dientes.

-¡Enhorabuena! –exclamó Picaporte soltando una ruidosa carcajada-. Bien sabía yo que no podríais separaros de nosotros. ¡Venid a tomar vuestro pasaje, venid!

Y ambos entraron en el despacho de los transportes marítimos, tomando camarotes para cuatro personas; pero el empleado les advirtió que estando concluídas las reparaciones del "Carnatic" se marcharía éste aquella misma noche a las ocho, y no al siguiente día como se había anunciado.

-Muy bien –exclamó Picaporte –esto no vendrá mal a mi amo. Voy a avisarle.

En aquel momento, Fix tomó una resolución extrema. Resolvió decírselo todo a Picaporte. Era éste el único medio de retener a Phileas Fogg durante algunos días en Hong-Kong

Al salir del despacho, Fix ofreció a su companero convidarlo en una taberna. Picaporte tenía tiempo, y aceptó el convite.

Había en el muelle una taberna de atractivo aspecto, donde ambos entraron. Era una extensa sala bien adornada, en el fondo de la cual había una tarima de campaña, guarnecida de almohadas, y sobre la cual se hallaba cierto número de durmientes.

Unos treinta consumidores ocupaban en la gran sala unas mesetas de junco tejido. Los unos vaciaban pintas de cerveza inglesa, ale o porter, los otros, copas de licores alcohólicos, gin o brandy. Además, la mayor parte de ellos fumaba en largas pipas de barro colorado, llenas de bolitas de opio mezclado con esencia de rosa. Después, de vez en cuando, algún fumador enervado caía bajo la mesa; y los mozos, tomándolo por los pies y la cabeza, lo llevaban al tinglado para que allí durmiera tranquilamente. Estaban allí colocados como treinta de éstos, embriagados, unos junto a otros en el último grado de embrutecimiento.

Fix y Picaporte comprendieron que habían entrado en un fumadero frecuentado por esos miserables, alelados, enflaquecidos, idiotas, a quienes la mercantil Inglaterra vende anualmente millones de libras de esa funesta droga, llamada opio. ¡Tristes millones cobrados sobre uno de los vicios más funestos de la naturaleza humana!

Bien ha procurado el gobierno chino remediar este abuso por medio de leyes severas, pero en vano. De la clase rica, a la cual estaba al principio formalmente reservado el uso del opio, descendió el vicio hasta las clases inferiores, y ya no fue posible contener sus estragos. Se fuma el opio en todas partes, entregándose a esa inhalación no pueden pasar sin ella, porque experimentan horribles contracciones en el estómago. Un buen fumador puede aspirar ocho pipas al día, pero se muere en cinco años.

Fix y Picaporte habían entrado, por consiguiente, en uno de esos fumaderos que pululan hasta en Hong-Kong. Picaporte no tenía dinero, pero aceptó gustoso la fineza de su compañero, reservándose pagársela en su tiempo y lugar.

Se pidieron dos botellas de Oporto, a las cuales hizo el francés mucho honor; mientras que Fix, más reservado, observaba a su compañero, con suma atención. Se habló de diferentes cosas, y sobre todo de la excelente idea que había tenido Fix al tomar pasaje en el "Carnatic". Y a propósito de este vapor cuya salida se anticipaba, Picaporte, después de vaciadas las botellas, se levantó para advertir a su amo.

Fix lo detuvo.

-Un momento -le dijo.

-¿Qué queréis, señor Fix?

-Tengo que hablaros de cosas serias.

-¡De cosas serias! –exclamó Picaporte vaciando algunas gotas de vino que se habían quedado en el fondo de su vaso-. Pues bien, mañana hablaremos. No tengo tiempo hoy.

-Quedaos –dijo Fix-. ¡Se trata de vuestro amo!

Picaporte, al oír esto, miró con fijeza a su interiocutor.

La expresión del semblante de Fix le parecio singular, y se sentó.

-¿Qué tenéis, pues, que decirme? -preguntó.

Fix apoyó la mano en el brazo de su companero, y bajando la voz, dijo:

-¿Habéis adivinado quién soy?

-¡Pardiez! -dijo Picaporte sonriendo.

-Entonces voy a confesarlo todo…

-…¡Ahora que lo sé todo, compadre! ¡Ah! ¡Eso no tiene chiste! ¡Pero, en fin, seguid; mas antes dejadme deciros que esos caballeros hacen gastos bien inútiles!

-¡Inútiles! –dijo Fix-. ¡Habláis como queréis! ¡Ya se ve que no conocéis la importancia de la suma!

-Pero sí que la conozco perfectamente -respondió Picaporte-. ¡Se trata de veinte mil libras!

-¡Cincuenta y cinco mil! -repuso Fix, estrechando la mano del francés.

-¡Cómo! -exclamó Picaporte-. Mister Fogg se habrá atrevido… ¡Cincuenta y cinco mil libras!… Pues bien, razón de más para no perder momento -añadió levantándose otra vez.

-¡Cincuenta y cinco mil libras! -repuso Fix, que hizo sentar de nuevo a Picaporte, después de haber hecho traer un frasco de brandy-. Y si salgo bien, gano una prima de dos mil libras. ¿Queréis quinientas con la condición de ayudarme?

-¿Ayudaros? –exclamó Picaporte, cuyos ojos s abrían desmesuradamente.

-¿Eh? -dijo Picaporte-, ¿Qué estáis ahí diciendo? ¡Cómo! ¡No contentos con hacer seguir a mi amo y sospechar de su lealtad, esos caballeros quieren además promover obstáculos! ¡Me avergüenzo por ellos!

-¿Qué es eso? ¿Qué queréis decir? -preguntó Fix.

-Quiero decir que es muy poco delicado. Esto equivale a despojar a mister Fogg y sacarle el dinero del bolsillo.

-¡De eso precisamente se trata!

-Pero es una acechanza –exclamó Picaporte animándose por la influencia del brandy que le servía Fix y que bebía sin advertirlo-. Una verdadera asechanza. ¡Unos caballeros! ¡Unos colegas!

Fix empezaba a no comprender.

-¡Unos colegas! –exclamó Picaporte-. ¡Miembros del Reform-Club! Sabed, señor Fix, que mi amo es hombre honrado, y que cuando hace una apuesta trata de ganarla lealmente.

-Pero, ¿quién creéis que soy? -preguntó Fix clavando su mirada en Picaporte.

-¡Pardiez! Un agente de los socios del Reform-Club, con la misión de vigilar el itinerario de mi amo, lo cual es altamente humillante. Así es que, si bien hace algún tiempo que he adivinado vuestro oficio, me he guardado muy bien de revelárselo a mister Fogg.

-¿No sabe nada? -preguntó con viveza Fix.

-Nada -respondió Picaporte, vaciando otra vez su vaso.

El inspector de policía se pasó la mano por la frente y vacilaba antes de tomar la palabra. ¿Qué debía hacer? El error de Picaporte parecía sincero, pero dificultaba todavía mas su proyecto. Era evidente que el muchacho hablaba con absoluta buena fe y que no era el cómpl ice -de su amo, lo cual hubiera podido recelar Fix.

-Pues bien –dijo-, puesto que no eres cómplice suyo, me ayudarás.

El agente se había afirmado en su resolución, y por otra parte no había tiempo que perder. A toda costa era necesario prender a Fogg en Hong-Kong.

-Escuchad –dijo Fix con presteza; escuchadme bien. Yo no soy lo que pensáis; es decir, un agente de los miembros del Reform-Club…

-¡Bah! –dijo Picaporte mirándolo con aire burlón.

-Soy inspector de policía encargado de una misión…

-¡Vos… inspector de policía … !

-Sí, y lo pruebo -repuso Fix-. He aquí mi título.

Y el agente, sacando un papel de la cartera, enseñó a su compañero un nombramiento firmado por el director de la policía central. Picaporte miraba atónito a Fix, sin poder articular una sola palabra.

-La apuesta de mister Fogg -prosiguió Fix- no es más que un pretexto del que sois juguete vos y sus compañeros del Reform-Club, porque tenía interés en asegurarse vuestra inconsciente complicidad.

-¿Y por qué? –exclamó Picaporte.

-Escuchad. El día 28 de septiembre último se hizo en el Banco de Inglaterra un robo de cincuenta y cinco mil libras por un individuo cuyas señas pudieron recogerse. He aquí esas señas, que son una por una las de mister Fogg.

-¡Quita allá! -exclamó Picaporte hiriendo la mesa con su robusto puño-. ¡Mi amo es el hombre más honrado del mundo!

-¿Qué sabéis, puesto que ni siquiera lo conocéis? ¡Habéis entrado a servirle el día de su partida, y se marchó precipitadamente con ese pretexto insensato, sin equipaje y llevándose una gruesa suma de billetes de banco! ¿Y os atrevéis a sostener que es hombre de bien?

-¡Sí! ¡Si? -repetía maquinalmente el pobre mozo.

-¿Queréis, pues, que os prenda como cómplice suyo?

Picaporte se había asido la cabeza con ambas manos. No parecía el mismo. No se atrevía a mirar al inspector de policía. ¡Phileas Fogg, ladrón, el salvador de Aouida, el hombre generoso y valiente! ¡Y, sin embargo, cuántas presunciones contra él! Picaporte trataba de rechazar las sospechas que invadían su entendimiento. No quería creer en la culpabilidad de su amo.

-En fin, ¿qué queréis de mí? -Preguntó al agente de policía, conteniéndose por un supremo esfuerzo.

-Esto -respondió Fix-. He seguido a mister Fogg hasta aquí, pero no he recibido todavía el mandamiento de prisión que he pedido a Londres. Es necesario que me ayudéis a detemerio en Hong-Kong…

-¡Yo! ¿Que ayude a … ?

-¡Y partiremos la prima de dos mil libras prometidas por el Banco de Inglaterra!

-¡Jamás! -respondió Picaporte, que se quiso levantar y volvió a caer sintiendo que su razón y sus fuerzas le faltaban a un t»empo-. Señor Fix –dijo tartamudeado-, aun cuando fuese verdad todo lo que me habéis dicho… aun cuando mi amo fuese el ladrón que buscáis… lo cual niego… he estado… estoy a su servcio… lo conozco como bueno y generoso … Venderlo… jamás… no, por todo el oro del mundo … ¡Soy de un lugar donde no se come pan de esa especie!

-¿Os negáis?

-Me niego.

-Supongamos que nada he dicho -respondió Fix- y bebamos.

-Sí, bebamos.

Picaporte se sentía cada vez más invadido por la embriaguez. Comprendiendo Fix que era necesario a toda costa separarlo de su amo, quiso rematarlo. Habia sobre la mesa algunas pipas cargadas de opio. Fix puso una en manos de Picaporte, quien la tomó, la llevó a los labios, la encendió, respiró algunas bocanadas, y cayó con la cabeza aturdida bajo la influencia del narcótico.

-En fin -dijo Fix al ver a Picaporte anonadado-, mister Fogg no recibirá a tiempo el aviso de la salida del "Camatic"; y, si parte, al menos se irá sin ese maldito francés.

Y luego salió, después de haber pagado el gasto.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente