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Tradición archivística ibérica y sus consecuencias en el uso de los archivos


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Tradición versus ciencia
  3. La tradición archivística. Elementos para su análisis
  4. La tradición archivística ibérica
  5. La tradición archivística en Portugal
  6. La tradición archivística en España
  7. Incidencia de la tradición en el uso de los archivos
  8. Conclusiones
  9. Referencias bibliográficas

Introducción

Los estudios sobre la tradición archivística son por el momento escasos y en su mayor parte se han construido sobre la base de su evolución1. Son además en mi opinión el resultado de esfuerzos dispersos que en muy contadas ocasiones2 reunidos nos permiten una visión panorámica y cíclica de una misma idea: la archivística. En esta ocasión y de acuerdo con mi calidad de docente universitaria mas que datos sobre la historia de la disciplina intentaré señalar las posibilidades que nos ofrece el estudio de la tradición para acercarnos a su verdadera naturaleza , mas aún, para centrar las metas que hoy tiene planteadas esta disciplina.

Entendida mas como proceso que como fenómeno la archivística como disciplina encargada de que los archivos sean útiles tiene una historia mucho menos dilatada que la de los propios archivos. Mientras la génesis de estos últimos se asocia con la voluntad de organizar la memoria, la disciplina que luego intenta sistematizar y establecer la metodología para poder desarrollar esta voluntad tiene, según afirmaciones recientes, un origen mucho más cercano en el tiempo. Ahora bien, si seguimos el dictado de las teorías más modernas, felizmente asentadas, que coinciden en señalar que no hay archivo si no hay orden debemos entender que cuando hablamos de archivo estamos también hablando de unos mecanismos, aún rudimentarios, que posibilitan aquel orden, tanto más comprensible cuanto más sencillo sea el mecanismo. Me atrevo a afirmar que se trata del punto que más altas cotas de acuerdo ha alcanzado: la Archivística como la disciplina que estudia la organización de archivos. Así lo han considerado gran parte de autores tal es el modo en que lo recogen en sus manuales en cuyos titulos lo han incluido. Desde el Methodus archivorum, seu modus eadem texendi ac disponendi, de Nicolo Giussani, pasando por el Handleiding voor het Ordenen en beschijven van archieven de Muller, Feith y Fruin, hasta llegar a muchos de los manuales mas al uso que definen la praxis del archivo a partir de su organización.

Lo que acabo de exponer no es, por obvio, poco importante y desde luego no ha surgido de la nada. Hubo un tiempo, que hoy nos parece ya muy lejano, en que la organización de archivos pendía exclusivamente de direcciones personales, aún personalísimas. Unas, el tiempo lo ha demostrado, fueron acertadas pero carecerían de sentido en otros contextos, otras tan poco convenientes que cayeron en el olvido y algunas, en fin, fueron evolucionando de forma natural al ritmo de las necesidades. La distancia que media entre la creación del primer archivo y la publicación del primer escrito que nos permite hablar de archivística no es un abismo es un tiempo cargado de pruebas, intentos, iniciativas, artes, etc. encaminados a conseguir ese orden que nos permite establecer la diferencia entre un depósito y un archivo.

A ese período mas o menos remoto por paises y culturas dedico mi atención con el convencimiento de que para la ciencia es tan importante lo pasado como lo por venir y para los científicos un buen camino para su identidad cuestión que hoy parece cobrar una urgencia directamente proporcional al incremento de funciones, competencias y responsabilidades con las que cuenta esta profesión y al número y tipología de profesionales que "amenazan" su campo de acción.

Las líneas que siguen van a ser un intento de esclarecer la posible existencia de una tradición archivística ibérica, sus marcos fundadores, las posibles alteraciones y por fin el modo en que la existencia o no de esta supuesta tradición ha repercutido en el uso de los archivos.

Tradición versus ciencia

Como todos sabemos, la archivística empieza a marcar su territorio con la publicación en 1898 del Manual de los holandeses. Por primera vez se aborda la función de archivos desde la necesidad de una metodología y se asume una función específica que justifica su "separación" de la biblioteconomía. Oddo Bucci, 3 afirma que el saber archivístico solo se expande en conexión con el origen del estado Moderno. En el manual aparecido recientemente en Portugal (MALHEIRO DA SILVA [et.al], 1999) se insiste en una idea que comparto: la teoría y la práctica estuvieron ligadas en origen, si bien ambas eran incipientes. Parece razonable pensar que los primeros intentos en la organización de archivos fueran resultado de un ejercicio intelectual previo.

Aun cuando, por el momento, está pendiente su consolidación conviene señalar que, aunque quisiéramos, no podríamos elaborar aquí un inventario de todos los logros alcanzados en apenas un siglo. Los asuntos pendientes no se limitan a problemas de indefinición, ni de falta de método, son mas bien asuntos estrechamente relacionados con la evolución social o el desarrollo tecnológico que le están exigiendo un esfuerzo constante de adecuación.

Tradición y ciencia equivalen a las dos posturas que aún conviven en el ámbito de la archivística, eso sí con otras tantas tan poco definidas como, a su manera, también necesarias4. Por un lado, los que siguen con la cantinela de que la archivística no va mas allá de mera técnica encargada de auxiliar otras áreas de conocimiento que han demostrado ser suficientemente interesantes para la sociedad, que han desarrollado una terminología tanto mas ininteligible cuanto más miedo tienen de perder su estatuto, que por fin parecen dueñas de un método que les garantiza aquella cualidad. Por el otro aquellos que preconizan la cualidad científica de la archivística afirmando que sus presupuestos han superado cualquier filtro temporal, razonamiento a todas luces inconsistente. Ni la primera ni la segunda son hoy opciones razonables. Creo estar en lo cierto al afirmar que tradición y ciencia no son realidades contrapuestas, tampoco como han querido ver algunos se trata de una sucesión lógica. No son dos momentos de un proceso son dos procesos independientes entre los que existen o pueden existir elementos que al fin armonicen diferentes conceptos y modos de avanzar en el tiempo.

La tradición archivística. Elementos para su análisis

Por el momento no parece existir unanimidad en cuanto a considerar la existencia de una tradición archivística en el caso de España. Mas no me parece que los argumentos sigan una misma dirección. Y es que personalmente creo que la cuestión fundamental no está del todo clara. ¿Qué se entiende por tradición archivística?. Los menos ambiciosos han optado por abordarla, lo decía al principio, desde la vertiente de su evolución en el tiempo. En mi opinión hay que considerar además otros parámetros.

La mayor parte de los diccionarios parecen coincidir en definirla como un modo peculiar de hacer las cosas. También como un conjunto de normas, yo diría mas bien, hábitos que en razón de su uso, que no de su conveniencia, justifican una existencia que se hereda de padres a hijos o de generación en generación extendiéndose en el tiempo.

Se entiende entonces que los estudios sobre tradición han de identificar ese modo peculiar de hacer o ese conjunto de normas. En el caso de la archivística, se trata de identificar aquellas que se relacionan con el uso de los archivos, o para ser más exactos con el tratamiento de sus fondos. Antes he recordado que no hay archivo si no hay orden. Ahora que desde sus orígenes todo archivo debe su existencia a una persona jurídica o física que es la que genera el conjunto de documentos que lo constituyen. De este modo, también desde sus orígenes, ese orden que lo cualifica tiene mucho que ver con el modo en que han de ser tratados los documentos, de acuerdo con el sujeto que los produjo y el uso posterior que vayan a tener. Esta es la razón por la que se habla de diferentes tradiciones archivísticas en relación con las distintas maneras en que los estados se organizan política y administrativamente y que, obviamente, desembocan en particulares maneras de generar la documentación y de tratarla a continuación. ¿Podemos hablar también de otras tantas tradiciones de acuerdo con el modo en que se organizan y funcionan otras instituciones productoras de archivos?.

Hay además otra cuestión que me parece notable y es la posibilidad de que tradiciones diferentes convivan en un mismo tiempo y en un mismo espacio en tanto que al fin la labor de archivo resulta del factor humano. Ningún otro factor puede como éste elevar a la potencia las posibilidades de singularizar la labor de archivo.

Sea como fuere parece claro que para estudiar la tradición, fuerza referirnos al pasado con el fin de identificar aquellos modos peculiares de hacer. Pero ¿de qué pasado hablamos si nos referimos a la tradición archivística?. ¿Cuál es la procedencia si hablamos de tradición ibérica? De existir, además, ¿tendremos que plantear también las diferentes actitudes ante esta tradición? Si queremos también establecer la repercusión de ésta en el uso de los archivos tendremos que detenernos, siquiera sea brevemente, en la biografía de aquellos. La respuesta a estas cuestiones nos obliga a un tiempo a conocer el profesional de archivos: sus orígenes, sus funciones, su evolución en el tiempo y, en fin, los problemas que ha tenido que enfrentar y el modo en que los ha encarado.

Los argumentos que nos pueden permitir establecer la existencia de una tradición archivística se construyen, entonces, a partir de elementos cuyo análisis ha de ser concebido de forma paralela e interreleccionada. A saber:

  • - Los archivos: génesis de los fondos documentales, normas para su organización, requisitos para su acceso;

  • - La archivística: origen de los textos, procedencia de los autores, tesis que defienden, críticas que suscitan, influencias que reflejan;

  • - El profesional de archivos: antecedentes, formación, funciones de origen, ampliación en su caso. Y aún habría que añadir un elemento más

  • - La organización archivística o política de archivos. Para lo cual habría que partir de un conocimiento de los sistemas político-administrativos, las principales instituciones y el lugar que en éstas ocupan los archivos

Son cuestiones que aisladamente han sido ya abordadas en más de una ocasión pero que en el estudio de una tradición adquieren una dimensión distinta en tanto, como he dicho deben analizarse, en forma paralela y desde luego interrelacionada. Constituyen, o mejor deben constituir, objeto de una línea de investigación mas que de una investigación aislada cualquiera que sea su dimensión.

Con el fin de no alejarme del tema principal de este seminario, los usos y usuarios de los archivos, y puesto que en su conjunto todos y cada uno de los elementos señalados no pueden ser abordados en un trabajo de esta naturaleza, he creído conveniente centrarme en el estudio de sus marcos fundadores: orígenes del pensamiento archivístico en España y Portugal y dedicar una atención especial al modo en que esta supuesta tradición ha podido repercutir en el uso de los archivos. Además como el elemento a todas luces fundamental es el humano, lo tomaré como guía para recorrer ese período de tiempo que separa, ya he dicho, la formación de los primeros archivos con la de los primeros textos que nos permiten hablar ya de archivística, con independencia de que la formalización de esta disciplina siga su curso.

La tradición archivística ibérica

¿Que es lo que queremos decir cuando hablamos de tradición archivística ibérica? ¿Hablamos de una sola tradición?. ¿Hablamos de dos tradiciones distintas?. Se trata de la suma de varios modos de encarar situaciones similares? De existir, ¿ha trascendido el o los marcos de sus orígenes?. ¿Podemos hablar de continuidad?

Para intentar dar respuesta a todas estas preguntas tendríamos que partir de un conocimiento previo de la evolución de los archivos y de la archivística en los espacios que constituyen la cultura ibérica. A pesar de que entendemos que la ibérica es una cultura que excede los limites de los principales países España y Portugal, por cuestión de método, también de brevedad, me limitaré a estas dos áreas geográficas tan unidas en algunos periodos históricos como desconocidas en otros. Como, además, la historia de los archivos es también la historia de los hombres que los han ido creando y la de aquellos que, a lo largo del tiempo, han procurando que su existencia perdure, me voy a detener, con toda certeza por menos tiempo del que merecen, en aquellos nombres de personas a cuyo cargo en un momento u otro de la historia estuvieron los archivos. Mencionaré su labor, cuando se les conozca, no encuentro otro modo mejor de abordar el estudio de la tradición y sobre todo de ponderar la incidencia que esta tradición pudo tener en el uso de los archivos. Muchas de las referencias a estos personajes las encontramos asociadas a la de la antigüedad de los archivos, así como a los resultados de su labor: instrumentos que han convertido los fondos en fuente de historia y en justificación de actos.

La tradición archivística en Portugal

¿Ha desarrollado Portugal un modo personal en el tratamiento de su patrimonio documental? ¿Existe una coherencia en la organización y funcionamiento de los archivos portugueses? ¿Su organización resulta de una metodología?

La referencia a la evolución de los archivos es obligada. Como quiera que su historia ya está mucho más que esbozada (MALHEIRO DA SILVA [et. al], 1999, p. 45-193) y que aquí no puedo hablar de todos ellos, me limitaré a considerar su antigüedad y la de los fondos que conservan así como el modo en que han llegado a nosotros, a partir como ya he señalado de la labor de los hombres encargados de estos depósitos. Aunque en Portugal su formación no es oficial hasta 1887 las noticias sobre los archivos nos han llegado unidas a las de algunos nombres de personas en los que nos detendremos.

En su testamento fechado en 1188, Sancho I se refiere a su archivo como el meo repositorio. Como en el resto de Europa, también en Portugal los primeros archivos fueron ambulantes. Las posibilidades de extravío llevaron a sus propietarios a formular algunas alternativas. La primera de ellas fue la copia manuscrita de originales, si no de todos si al menos de aquellos que se consideraba tenían mayor valor. Parece que estas se depositaron en conventos, algo con lo que no todos coinciden. Los que lo defienden señalan que: Santa Cruz, Alcobaça, S. Joao de Tarouca, S. Vicente de Fora, fueron algunos de los conventos a los cuales se confiaron originales. Otra opción fue la de confiarlas a prelados, obispos, arzobispos y a partir del s. XIII a autoridades reales, como alferes, cancilleres. Tras avatares varios se pensó en dotar a los archivos de una estabilidad. Así entre 1352 y 1378 el archivo real fija su sede en la torre del castillo de San Jorge en Lisboa

En el primer cuarto del siglo XV este archivo estaba en manos de un contador cuyas funciones fueron las de guardar y buscar los documentos. Podemos afirmar que en este tiempo la función del archivo era fundamentalmente de carácter jurídico. El servicio más importante era la expedición de certificados, las guardaba el contador y las pasaba al notario público y a continuación a los libros correspondientes. Conozcamos a sus primeros empleados

Fernando Lopez

Como guardador del registro del rey o guardador de escrituras, ejercía ya su cargo en 1418 y en 1434 fue además cronista real. A su mano se debe el documento por el que se trasladan al archivo de la Câmara Municipal do Pôrto, los registros y documentos pertenecientes a esta ciudad y que permanecerían en la Torre do Tombo, documentos que por otra parte pasan a constituir la mayor riqueza de este archivo: el llamado Livro Grande, su gran obra que cuenta con su rubrica en cada una de sus páginas. Si lo pensamos bien aquel traslado cuya finalidad no era sino dotar al consejo de los instrumentos jurídicos y los derechos necesarios contra los obispos y la nobleza, tuvo una consecuencia muy positiva para la archivística: puso en evidencia la necesidad de elaborar inventarios e índices que permitieran y facilitaran la búsqueda de documentos.

Gomes Eanes de Zurara

En 1454 le sucede Gomes Eanes de Zurara como el "primer cronista del-rei noso Senhor e guarda moor de sua Torre do Tombo", nombrado de forma oficial. Sobre él pesó la acusación de permitir la desaparición de gran parte de los documentos que constituían el archivo real. Mas tarde se pudo comprobar que de aquella desaparición no hubo mas responsabilidad que la del terremoto de 26 de enero de 1531 que para algunos fue tan violento como el de 1755, de hecho la mayor parte de aquellos documentos se encontraron después. Para entonces Manuel I inicia un trabajo de tal envergadura que en su testamento recomienda su continuación. Se trata de una relación de aquellos documentos que "pareceo que em algum tempo podiam ser necessários". En forma de libro este registro, cuya elaboración se alarga hasta la segunda mitad del s. XVI, se construyó sobre dos grandes divisiones: comarcas y asuntos.

Rui de Pina e Damiao de Gois

Entre los guardamores del siglo siguiente se encuentran Rui de Pina e Damiao de Gois , este último nombrado en junio de 1548 que ejerció su cargo durante 23 años. Entre sus logros: concluyó la reforma de los libros de leitura nova y sobre todo incrementó el fondo de la Torre do Tombo. Reclamó a la reina Catalina libros de su cámara real. También a instancias suyas y junto con el secretario de Estado Pedro de Alcaçova Carneiro recibía cerca de sesenta cajas de documentos originales. Estos documentos constituyeron después tres grandes fondos: Corpo Cronologico, Cartas Missivas y Fragmentos, denominaciones del siglo XVIII.

Manuel da Maia, Saraiva y el conde Santarém

Como nuevo guarda-mor de la Torre do Tombo, Manuel da Maia toma posesión el 22 de febrero de 1745 y lo ostenta por un periodo de veintitrés años. Es necesario destacar la labor de reconstrucción del archivo tras el desastre de 1755 que correspondió por entero a este hombre. Y es que para hablar de la evolución de los archivos en Portugal es imperativo referirnos a esa fecha como clave en su historia 1755, fecha del terremoto y posterior incendio que estremeció a Lisboa llevándola, a continuación, a una especie de renacimiento forzoso que la obligó a aprender de nuevo prácticamente todas las funciones de una ciudad. Con este incendio del que apenas quedan testimonios5 desaparecieron archivos enteros y en el mejor de los casos quedaron fondos completamente fragmentados. De este modo no solo pero principalmente en Lisboa se puede hablar de un antes y un después de este fenómeno natural.

Por estas fechas la ubicación de este archivo irá cambiando. Serán precisamente Saraiva y el conde Santarém quienes promuevan la modificacón de sus instalaciones sobre todo con el fin de incrementar la colección. Es a partir de 1820 cuando se inician las incorporaciones de documentos hasta tal punto que serán necesario dotarlo de nuevas instalaciones.

Por lo que hace a otros archivos las noticias que tenemos son algo mas escasas. Sabemos que en el Archivo de la Câmara Municipal de Pôrto a partir de 1513 se siguieron importantes esfuerzos para su organización. Joao Pedro Ribeiro, fundador de la Diplomática portuguesa, Manuel Joaquim de Oliviera Almeida Vidal, antes en la Torre do Tombo, que organizó en 1805 o Compêndio Historico cronológico e legislativo do cofre da cidade; Januario Luiz da Costa, paleógrafo y también ex empleado de la Torre do Tombo; Antonio de Oliveira Monteiro a quien se debe la creación de la primera comisión de valoración en 1888. Propone la creación de una comisión para determinar cuales documentos de los que constituyen este archivo merecen ser conservados por su valor histórico. Esta comisión estuvo integrada en un primer momento por Ricardo Jorge, José Carlos Lopes y Jose Caldas. Por falta de salud este último fue sustituido por Jose Pereira de Sampayo6

Por lo que se refiere al Archivo Municipal de Lisboa y siguiendo en la línea de subrayar la labor humana, tenemos que destacar la figura de Eduardo Freire de Oliveira autor de Elementos para a História do Municipio de Lisboa. Se trata de una publicación que es preciso entender en el marco de la celebración del centenario del Marques de Pombal en mayo de 1882. Otros responsables de este archivo fueron Jose Joaquim Gomez de Brito y Antonio Esteves Rodriguez da Silva, este último compartió esta ocupación con otras responsabilidades administrativas.

Lo que sabemos del Archivo de la Misericordia de Lisboa es que fue uno de los mas antiguos de Portugal, también uno de los mas castigados por el terremoto de 1755 y mas tarde por la invasión francesa. Los documentos que conserva anteriores a esta fecha son, en su mayoría, copia del original. Nada sabemos sobre su personal.

Se conoce también la existencia de dos figuras en el archivo Histórico de la India portuguesa7, cuya creación data de fines del s. XVI. Me refiero al cronista Diego de Couto, primer guardamor de este archivo llamado do Tombo do Goa, del que recibe las llaves el 23 de diciembre de 1596. El último Inácio Sebastiao da Silva, fallecido en 1840.

En cuanto a los archivos militares las noticias son mayores pero menos claras. El Archivo de la Administración Militar del que sabemos se crea en 1889 y el Archivo Histórico Militar que debe su existencia al decreto 11 de mayo de 1911 con el fin de recoger, estudiar y catalogar los documentos históricos del antiguo Archivo general del Ministerio de la Guerra. En su organización parte de un principio fundamental, la separación entre documentos históricos y administrativos que correrá a cargo de una comisión creada al efecto. En 1911 se nombra como primer director, el coronel Henrique Luiz Pachecho Simoes, antes de esta fecha por iniciativa de Maximiliano de Azevedo, coronel de artilleria, se procedió a la organización de una minima parte. Un nuevo director el coronel Henrique de Campos Ferreira de Lima se dedicó fundamentalmente a incrementar los fondos, incorporando documentación procedente sobre todo de archivos particulares.

Entorno a la formación

Después de este brevísimo repaso podemos concluir que la responsabilidad sobre los archivos durante mucho tiempo recayó sobre algunos hombres cuya labor fue mas bien el resultado de la improvisación, fundamentalmente debido al hecho de que esta responsabilidad no constituía su principal competencia. Cuando más adelante, analicemos el uso de los archivos, veremos que de su labor resultan instrumentos que permitieron el acceso a los fondos, pero ahí queda todo. La experiencia no se refleja en una literatura. La literatura que resulta no es archivística y sí mucho mas relacionada con otras disciplinas con las que naturalmente y con inflexiones de relativa importancia ha mantenido su relación a lo largo del tiempo: la historia, la diplomática y la que hoy constituye el contenido fundamental de las fuentes. Hasta bien avanzado el s. XIX estas tareas se desarrollan al margen de otras responsabilidades como las administrativas, a excepción del ya citado Antonio Esteves Rodriguez da Silva. A partir de este siglo, en España se ve muy bien, la función de los archivos adquiere una dimensión diferente.

En Portugal 1769, 1772, 1775, 1796, y los hechos que se sucedieron constituyen en realidad los antecedentes de lo que va a ser la formación en Archivística. Por la primera se aprueban las reglas principales del arte de la Diplomática, recogidas en el Plan de Estudios para la Congregación de los Religosos de la Orden Tercera de S. Francisco del reino de Portugal. En 1772, los Estatutos de la Universidad de Coimbra ordenan el exámen de diplomas que existen ocultos en archivos públicos de los monasterios y catedrales. Por carta regia de 9 de agosto de 1775 se crea la carrera de Diplomática en la Universidad de Coimbra. Meses mas tarde una nueva carta regia contempla que esta carrera se incorpore a la Facultad de Cânones y funcionase provisionalmente en Lisboa. Enseguida el aprovechamiento de esta carrera fue una condición que se empezó a exigir a los nuevos cargos del Arquivo Nacional da Torre do Tombo y los oficiales del notariado. Cuando la Facultad de Cânones se extingue estos estudios de diplomática se incroporan al liceo de Lisboa, creado por decreto de 17 de noviembre de 1836.

Hasta 1887 la formación del profesional de archivos se limita a conocimientos de diplomática. El 29 de diciembre de este año8 se inaugura el curso de Bibliotecario-archivista de nivel superior. En su conjunto las asignaturas se reparten en dos grandes grupos: generales (Historia patria y universal; filología comparada o ciencia del lenguaje, literatura latina, introducción sobre los orígenes, literatura moderan de Europa) y especiales (Diplomática, Numismática, Bibliología), estas últimas impartidas en la Biblioteca Nacional y el Archivo Nacional Torre do Tombo, respectivamente.

La infraestructura estaba servida y sin embargo, según testimonios del momento parece que este curso no tuvo el éxito esperado y dejó de tener frecuencia cuando por decreto de 14 de junio de 1913 se equiparan aquellos estudios con las asignaturas de la Facultad de letras de la Universidad de Lisboa. Así lo recoge Antonio Ferrao cuando analiza el decreto 4:885 de 5 de octubre de 1918 por el que se aprueba el reglamento de este curso superior. (FERRAO, 1920, p. 89). El mismo autor se detiene en otro dato importante: la necesidad de reducir en él el número de disciplinas teóricas y aumentar las de carácter práctico. Este ha sido, aún lo es el caballo de batalla. La práctica sobre la teoría, la teoría sobre la práctica. La práctica sin teoría, la teoría sin práctica. No es un problema de la archivística es mas bien un problema de desarrollo científico.

Si avanzamos en el conocimiento de lo que han sido los archivos, la archivística y la formación de sus profesionales en Portugal, nos encontramos luego un siglo XIX mucho menos fructífero de lo que cabría esperar. La ausencia de un profesional cualificado es seguramente la causa de la situación de sus archivos y de la escasa contribución a la teoría. Mientras en España este es un siglo tan rico como poco conocido, en Portugal solo se publican noticias sobre documentos9, y sobre algunos archivos10 Especialmente extensa es la bibliografía relativa al Archivo Nacional11, además de algún otro manual solo en parte relacionado con la archivística. Es por ejemplo el caso del Manual de escrivas de hacienda que se publica en Coimbra en 1868, en 8 volumenes 12.

Para ponderar la situación actual de la Archivística en Portugal es necesario referir algunas publicaciones que nos orientan sobre su madurez. Se trata de los tres tipos de publicación más emblemáticos para una disciplina que progresa. Un diccionario, una tesis de doctorado y un manual. En los tres casos, sobre todo en los dos últimos, se intenta precisamente paliar ese vacío en el conocimiento archivístico portugués.

En 1968 Mário Alberto Nunes Costa señala la necesidad de dotar a Portugal de un instrumento terminológico propio, lo hace en el V Coloquio Internacional de Estudios Luso-brasileiros (MALHEIRO DA SILVA [et. al]…1999, p. 234). Da lugar luego a la norma NP 4041/90 Documentaçao: terminologia arquivistica conceitos basicos. Esto de alguna manera posibilita que años mas tarde, concretamente en 1993 Portugal disponga ya de un instrumento terminológico propio. Estoy hablando del Diccionario de terminologia arquivistica.

Con la presentación en la universidad de Porto en 1998 de la tesis de doctorado O acceso à informaçao nos arquivos, Cándida Fernanda Antunes Ribeiro inicia una epoca de progreso para la archivística en Portugal. Se empezó a esbozar a penas dos décadas antes sin que ningún trabajo fuera especialmente significativo no para el desarrollo de la labor de archivos pero si para la consolidación científica de la archivística. El valor de este trabajo radica en la universalidad de sus resultados, en el planteamiento primero y por fin en el método utilizado que le permite alcanzar una idea que excede los limites de la goeografía en la que se desarrollan. Pero sobre todo representa la incorporación de una figura portuguesa al desarrollo de una ciencia como la archivística.

Solo un año después aparece publicada la obra a la que ya me he referido aquí en mas de una ocasión: Arquivistica: teoria e prática de uma ciencia da informaçao de los profesores de los cursos de Especialización en Ciencias documentales de las facultades de Letras de las Universidades de Coimbra y de Porto: Armando Malheiro da Silva, Fernanda Ribeiro, Julio Ramos y Manuel Luis Leal. Se trata de un autentico tratado comprometido en toda la extensión del término, en tanto no solo nos aporta una sistematización y una evolución de la disciplina sino que la presenta en sus valores teóricos. En el capítulo introductorio ellos mismos la denominan como ensayo exploratorio de epistomología archivística, con la que concuerdo plenamente.

La tradición archivística en España

A diferencia de Portugal en España la existencia de una tradición archivística, lo he dicho mas arriba, ha sido ampliamente estudiada y aunque el fondo en mi opinión sigue turbio son muchos los estudiosos cuyo autorizado parecer he de recordar aquí. Fue tema de unas conferencias organizadas por la asociación de archiveros de Castilla -León y celebradas en dos ciclos a lo largo del curso 1995/1996 y luego recogidas en un cuidado volumen que apareció bajo el titulo: La historia de los archivos y de la archivística en España en 1998.

Un recorrido por esta obra, entre cuyos colaboradores tengo el honor de encontrarme, nos da una idea muy aproximada de acuerdo con su titulo de la evolución de los archivos y de la archivística en España, mas de lo primero que de lo segundo. En su conjunto la mayor parte de los autores parecen coincidir en conceder un valor a los esfuerzos que se ha demostrado se sucedieron en España desde tiempos bien remotos hasta nuestros días. Obviamente en la medida que nos acercamos en el tiempo los síntomas que nos permiten identificar una tradición archivística son mucho mas evidentes. Sin embargo la supuesta tradición en España no es aceptada de modo unánime.

Como quiera que el origen y la evolución de los archivos ha sido ampliamente estudiada y magistralmente expuesta en el volumen citado me limitaré a subrayar y ponderar la medida en que las diferentes aportaciones van configurando un entramado teórico sobre el que descansan los argumentos de quienes defienden la existencia de una tradición archivística en España y los que permiten establecer la situación contraria.

A Rodriguez de Diego debemos la referencia sobre la noticia que nos habla de la primera disposición sobre conservación de la documentación, se refiere a una disposición de las cortes de Valladolid de 1299 en que el rey acuerda que los registros de los rregnos de Castilla, que los tenga el notario de Castilla y que el mio notario del rregno de Leo que tenga ls mioslibros e los mios registros (RODRIGUEZ DE DIEGO, 1989) Es en las ordenanzas de la Chancillería de Valladolid de 1485 donde por primera vez se contempla la existencia de un archivo en la reglamentación de un organismo administrativo. (GENERELO [coord.], 1998 p. 15)

No pasaré por la génesis de los archivos en España, ni siquiera de los principales, que, ya he dicho, ha sido estudiada. Baste con recordar que la misma se asocia a la necesidad de reunir en un único lugar los registros y sobre todo para poner a disposición del poder que la creó la documentación precisa para la defensa de sus intereses. En este sentido el archivero o el responsable de archivo, en sus orígenes tuvo también una función muy clara: guardar o mejor salvaguardar los documentos. La referencia sobre el primer archivero nos la da a conocer Rafael Conde quien asegura que éste fue creado por Pedro el Ceremonioso cuando exime a Pere Passeya de la obligación de seguir en la Corte como escribano en sus desplazamientos. A cambio le encarga de asistir diariamente al archivo, velar porque los documentos ne morsibus arnarum vastari valeant (GNERELO[coord.], 1998, p. 23).

No tenemos demasiadas noticias acerca de la formación de los archiveros antes de que la Escuela Superior de Diplomática empezase a funcionar. Sabemos que las Cortes de 1812 contemplaban la creación de cátedras de Historia literaria y Bibliografía, también de Numismática. Se propusieron, además, crear en Madrid la Universidad Central del Reino donde se establecerían dos cursos uno de Paleografía y otro de Diplomática (GARCIA EJARQUE, 1993, p.. 33-34) Las circunstancias políticas que se sucedieron en España a partir de entonces abortaron cualquier proyecto posterior. Esto nos lleva a plantear que la formación de los archiveros, como he dicho con carácter previo a la creación de la Escuela fue autodidacta. Agustin Torreblanca asegura que fue don Pascual de Gayangos y Arce el que tras una visita a Portugal donde tuvo ocasión de conocer el Aula Diplomática de Lisboa informó a la Real Academia de la Historia sobre su utilidad interesando a Luis Lopez Ballesteros quien en 1852 expone a la Academia la conveniencia de que se estableciese en España una escuela parecida, inspirada en la portuguesa o en l"Ecole des Chartes francesa. (GENERELO, [coord.] 1998, p. 80)

Los primeros instrumentos que nos permiten un acercamiento a los archivos tienen una génesis muy similar en España y Portugal. En el caso portugués no tenemos constancia de la publicación de otros textos. En el español, tuve ocasión de comprobarlo en el desarrollo de mi tesis doctoral13, a partir de 1828 se editan una serie de manuales que si bien son muy diferentes entre si, no solo en las tesis que defienden si no y eso me parece muy importante en la fuerza de sus argumentos, tienen todos ellos el poso de una preocupación común. Como quiera que ya he hablado de ellos primero en mi tesis doctoral, luego publicada (MARTIN-POZUELO, 1996) y más tarde en el capitulo que dedico a la formalización de la teoría archivística en la obra ya citada (GENERELO [coord] , 1998, p. 43-70) me limitaré aquí a recordar sus nombres y sus principales aportaciones.

Con precedentes tan importantes como la Instruccion para el gobierno del archivo de Simancas de 1588, y en su conjunto las Ordenanzas de los principales archivos, donde se pueden ya intuir los principios teóricos en los que luego se fundamenta la Archivística, esta disciplina tiene en España figuras de relieve por su juventud y por sus aportaciones.

En 1828 Froilán Troche y Zúñiga publica El archivo cronologico- topografico. Arte de archiveros: metodo facil, sencillo y poco costoso para el arreglo de los archivos particulares, util a los hacendados y poseedores de bienes que tienen documentos para conservar sus intereses, arreglo interior y economico de las casas direcion y manejo de los intereses de ellas. La tesis que recoge esta obra se sintetiza en una idea: el respeto a la naturaleza de los papeles como principio rector en la organización del archivo. Dos años mas tarde Facundo de Porras Huidobro en su Disertacion sobre archivos formula las reglas que han de regir la coordinación de archivos: orden, cronología, clasificación y simetría.. En 1851 será una Enciclopedia la que recoja en la voz Archivo, todas las observaciones y principios generales sobre la formación y arreglo de archivos. En poco mas de cincuenta páginas que divide en dos grandes apartados: Legislativo y Doctrinal desarrolla una auténtica sistematización de los valores propios de la archivística. Años mas tarde Marcelo Martinez Alcubilla se dedica a los archivos municipales en su obra El consultor de Ayuntamiento.

Tras un paréntesis de casi treinta años la aparición en 1871 de la Revista de Archivos Bibliotecas y Museos inaugura con la colaboración de las figuras mas importantes del momento, una de las décadas mas fructíferas de este siglo. En 1872, Timoteo Domingo Palacio publica una pequeña obra donde se recogen todos los fundamentos y medios para continuar y conservar la clasificación del Archivo del Ayuntamiento de Madrid que se publica en 1875 con el titulo Manual de empleo en el Archivo General de Madrid además del Prontuario de las clases de papeles que se custodian en el Archivo de la Secretaria del Excelentisimo Ayuntamiento, agrupadas y ordenadas por el Archivero D. Domigno Timoteo Palacio.

En 1876 Jose de Güemes y Villaume, archivero de la casa real publica un nuevo manual: Organización del archivo de la Corona aplicada a los archivos particulares . En 1877 aparece la obra que sin duda ilustra mas y mejor el avance de esta disciplina: Manual del archivero o sea teoria y practica de arreglo y clasificación de los archivos de las Diputaciones, Beneficencia, Gobiernos de provincia, Ayuntamientos y Administraciones económicas de Luis Rodriguez de Miguel . En ella se aborda el archivo como sistema, idea sin duda novedosa para el momento. Además a lo largo de sus páginas divididas en cuatro grandes partes : fundamentos científicos, operaciones de arreglo, medios materiales y archivos especiales, desarrolla una auténtica sistematización de los supuestos teóricos en que se fundamenta la práctica archivística. Por fin en 1879 José Morón y Liminiana publica el Manual de Arquivonomia. Tratado teórico-práctico del orden que debe observarse en los archivos para su arreglo, conservación y servicio.

Con él se da fin a una serie de obras que en su conjunto abordan los principales problemas de los archivos y en consecuencia representan el testimonio de que la Archivística en este pais en aquella época fue mas que un arte y aún mas que una técnica una disciplina con vocación científica que nos ha permitido, nos está permitiendo la reconstrucción de los tiempos en tantas facetas como el humano se preocupa de investigar.

Incidencia de la tradición en el uso de los archivos

En algún diccionario he podido leer que la voz archivar equivale a guardar muy escondidamente una cosa como para no hacer uso de ella. La archivística se ha preocupado de desmentir esta equivalencia y superado el siglo de existencia sus intentos de definir el uso de los archivos empezaron a dar sus frutos. Con sagacidad y erudición

Jose Luis Rodriguez de Diego, uno de los autores españoles que estoy convencida pasará a la historia de la archivística por sus muy valiosas aportaciones, sintetiza en uno de sus últimos trabajos publicados la triple función de los archivos que si él limita a la edad moderna bien se puede decir que además nos da idea de una evolución real: – -Archivos del poder, – de la administración y – de la historia.14 Esta es la triple coordeenada desde la que es obligado analizar el uso de los archivos sea cualquiera que sea el objeto último de nuestro análisis y la época que estemos estudiando. Cada una de estas tres funciones han sufrido alteraciones a lo largo de la historia según recogen algunos testimonios.

De 1726 data el informe que emite D. Agustín Riol sobre el estado de los archivos. El panorama de los archivos españoles durante el siglo XIX y el primer tercio del XX, no ha variado demasiado desde entonces, no es precisamente halagüeño. Así lo recogen algunos de los manuales citados mas arriba, concretamente Rodriguez de Miguel alude a una Real Orden de 1821 que encarga al gobierno la toma de medidas para recuperar documentos que estaban en manos de particulares. La guerra de la Independencia con todos los destrozos que regó a su paso es otra de las causas del abandono de los archivos. Luis Miguel de la Cruz, un buen conocedor de la época (GENERELO [Coord], 1998, p. 119-160), añade una causa más: la consecuencia de las Leyes desamortizadoras sobre todo para los archivos eclesiásticos, que obligaron a la recogida masiva de documentos que no estaban preparados para almacenar. Se suceden después una serie de tentativas encaminadas a facilitar la comunicación de los archivos. ¿cuál es la razón?. La principal, sin duda, facilitar a los estudiosos de la historia las fuentes originales.

En el caso de Portugal Antonio Ferrao (1920) recoge importantes testimonios. He seleccionado uno por cada siglo para ilustrar esta realidad. Jorge da Cunha en 1631 encontró la Torre do Tombo "em grande desconcerto e perdiçao", Cuando en 1792, Joao Pedro Ribeiro recorre los archivos del pais para reunir manuscritos y libros del mayor valor se quejaba del tiempo que perdía en consultar las obras donde venían impresos documentos de los archivos religiosos para evitar las duplicaciones de impresión. Así en una carta fechada en 27 de junio de este año dice al abad Corrêa da Serra "aquí me vou divertindo por este cartorio, sendo p. ª mim o mais penozo o tempo perdido em ver p.las Provas de H.J. Monarchia, Benedictina, etc.. o q já está impresso, p.ª nao repetir copias"15 Jose Feliciano de Castilho en 1873 publica en el Diário do Governo un informe sobre la Torre do Tombo. Señala el desamparo casi total de los mas importantes trabajos y la pérdida de documentos por la falta de una reforma oportuna "a ignoracia que existe por deficiencia de inventários e catalogos; a confusao de materias pela acumulaçao desordenada de cartórios; o estrago de papeis pela humidade e nas circunstcias de algtumas salas, a inconveniencia de colocaçao, perla exiguidade do local; e, numa palabra, a precisao inadivel de promptas e aceertadas providencias (FERRAO, 1920, ).

Partes: 1, 2
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