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Lugar. Repensando las transiciones intelectuales a la democracia (página 2)


Partes: 1, 2

Trabajos como los de Lesgart (Lesgart (2003; 2004), Quiroga (Quiroga: 2003), Mansilla (Mansilla: 2003), Hernandez Rodríguez (Hernandez Rodríguez: 2003) pertenecen a dicha corriente de pensamiento. Por lo general son trabajos muy documentados, hiperdescriptivos hasta la saturación y apologéticos en relación a los traspasos intelectuales. Los aduna intentar construir un ilustre lazo genealógico con aquella época, es más, su posición escrituraria construye una heráldica, un lazo de continuidad. Esta historia es la trama de una herencia, un hilo genealógico cuyo sentido unívoco es la apología identificatoria. Así, Lesgart plantea al principio de su estudio: "El autoritarismo, entendido como lo opuesto a la democracia y la práctica de la revolución, cómo aquello que también la niega, fueron las ideas en las que me formé académica, intelectual y epocalmente" (Lesgart, Cecilia: 2003, 13). La escritura sobre el tema es la historicidad de un derecho convenido con el pasado; estos estudios despliegan su recorrido y se desarrollan al interior del imaginario generado por el viraje intelectual alfonsinista. El lazo epigonal puede ser rastreado también en Mansilla, cuando dice que "a partir aproximadamente de 1980, los intelectuales jugaron un importante papel en el llamado proceso de transición a la democracia, cuando asumieron la importantísima función de redescubrir los valores permanentes (y no sólo instrumentales o temporales) de la moderna democracia representativa y pluralista y de los derechos humanos, de hacerlos públicos y adaptarlos a las realidades específicas de los países respectivos. Los intelectuales comenzaron a criticar, además la vinculación de dilatados sectores de las izquierdas con la tradicional cultura del autoritarismo, centralismo y burocratismo y con el rol fatal de las utopías globalizadoras" (Mansilla: 2003,27). Al mismo tiempo, Quiroga alaba el viraje por "el descubrimiento de la democracia y el compromiso que habrán puesto -los intelectuales- en su construcción" (Quiroga, Hugo: 2003, 213). Los estudios de esta corriente se basan en consolidar y naturalizar la racionalidad de las decisiones de pensamiento que habrán conducido a los intelectuales hegemónicos alfonsinistas de la revolución al consenso. Con estas posiciones el viraje deviene saber normalizado, genealogía, indagación del sitio de procedencia de una comunidad de pares. Hay un espejo hórrido para estos autores con el cual delimita la nueva configuración intelectual contemporánea al alfonsinismo: las pretensiones, vanas, del intelectual comprometido sesentista-setentista. En los 80" "mas que en cualquier otro momento, se estableción la responsabilidad de los intelectuales como militancia activa. No hubo opción para aceptar los compromisos de otra forma y menos como propios del pensamiento y reflexión. Las consecuencias fueron devastadoras para el medio intelectua.l (…) En América Latina la academia marxista cayó en el bizantinismo o en la más lamentable ideologización e impidió la creatividad y el avance de las disciplinas" (Hernandez Rodríguez, Rogelio: 2003, 53). Hay cierto finalismo en la lógica interna de estas interpretaciones. La parusía del espíritu profesional del cientista social ha tenido que pasar por momento de su radical negación, los compromisos emancipatorios, para llegar luego a su realización, a la superación de todas sus contradicciones y a reencontrarse con esencia extrañada: la profesionalización plena. Dentro de esta corriente, sin embargo, el aporte más importante lo realiza Lesgart, cuando plantea que es a partir del par dicotómico dictadura-democracia desde donde hay que pensar el viraje intelectual: "La democracia, marca la consitución de una idea límite que permite pensar en contra de lo no querido como proyecto de sociedad: el autoritarismo (…) la democracia, utilizada como término e idea, tiene el poder de impulsar otra historia, opuesta al autoritarismo, al ideario socialista aglutinado detrás de la idea de revolución" (Lesgart, Patricia: 2003, 68). El prismático conceptual que parte aguas en los virajes intelectuales de los 80" es el democrático, opuesto, como un espejo trágico, al autoritarismo de izquierda o derecha. De cualquier modo, ésta iluminación es pronto oscurecida por la debilidad de fondo de esta corriente interpretativa: la apología identificatoria constructora de una heráldica.

2 – Interpretación democrático socialista

Tenemos en este caso el trabajo de Burgos (Burgos, Raúl: 2004) acerca de los gramscianos argentinos. Entramos, con él, en la historia, no ya de un origen pleno de sentido, sino de un problema. Burgos problematiza el viraje político de los intelectuales que estudia (fundamentalmente el grupo fundador de de la revista Pasado y Presente que, a fines de los 70", inmersos en el exilio mexicano darán vida a la revista Controversia y con el advenimiento del proceso, como se dice, democrático, conformará el Club de Cultura Socialista y, finalmente, la revista La ciudad Futura). Para el autor, la dictadura abrió "una coyuntura histórica donde se constituye, en la izquierda intelectual y política, un nuevo modo de pensar la relación entre democracia y socialismo (…) estaba surgiendo la idea del socialismo como radicalizacion de la democracia"(Burgos, Raúl: 2004, 305). Lo que aparece es una nueva visión estratégica que lleva cuestionar el pensamiento y la praxis política pretérita: la idea de la dictadura del proletariado leninista, la conceptualización instrumental del estado y la política, el papel de la violencia. Al mismo tiempo este rechazo llevó a recuperar a las libertades políticas y el resguardo del derecho, para los intelectuales, como un bien preciado. Para el autor las contribuciones intelectuales de la época, signadas por dar un nuevo cauce al cambio social socialista, trataban "de pensar el proceso de transformación socialista que destacando la centralidad táctica y estratégica del concepto y de la práctica democrática" (Burgos, Raúl: 2004, 304) eran "contribuciones legítimas para el pensamiento transformador latinoamericano" (Burgos, Raúl: 2004, 209). Esa senda será una vía cerrada cuando se recupera la institucionalidad democrática argentina, pues para el autor, con la transición "la perspectiva institucional inmediata a la transición dislocaría la posición de algunos de los actores del debate de los planteos integrales (políticos y sociales) y estratégicos (democracia y socialismo) hacia un abordaje predominantemente institucional, que debería ofrecer los elementos teóricos para una transición segura a partir de los regímenes militares instaurados en el subcontinente" (Burgos, Raúl: 2004, 308). Así, los gramscianos argentinos, con la democracia, "adherirán a una posición fuertemente institucional de la acción política" (Burgos, Raúl: 2004,309). La lectura de Burgos nos hace recordar que el itinerario de la metamorfosis intelectual fue un proceso complejo, traumático y paulatino, no el mero devenir, el despliegue sin fisuras de una esencia profesionalizada. Lo interesante de la posición de Burgos es que enfatiza los quiebres en el itinerario bifurcado de los virajes intelectuales. En esa historia habrá habido también sendas abandonadas, decisiones de pensamiento laterales, que impiden la construcción de una vía recta. A lo sumo una debilidad tiene la interpretación: la cercanía, pero no empatía, que tiene el autor, con la senda de renovación del pensamiento socialista abandonada post-instauración democrática. La interpretación rezuma cierta nostalgia al hablar el autor de esa renovación posible como una oportunidad perdida para el pensamiento socialista.

3 – Interpretación de la izquierda tradicional

Sus exponentes principales son James Petras (1990, 1993) y Agustín Cuevas (1998). Para ambos autores los virajes intelectuales de los 80" se explican porque la violencia estatal dictatorial de un lado, y las agencias internacionales del Norte con su sistema de financiamiento intelectual, habrán cumplido efectos domesticadores e inhibidores sobre los otrora intelectuales orgánicos, trastocándose en intelectuales neoliberales. En palabras de Petras "la investigación conducida por institutos norteamericanos (…) revela un marco ideológico densamente influido por las agendas política de las agencias de financiamiento externo", y su objetivo sería "establecer la hegemonía ideológica entre los intelectuales latinoamericanos, dado que éstos sirven como un importante terreno de reclutamiento para la clase política de centro izquierda" (Petras, James: 1990, 92). Así, las metamorfosis intelectuales son explicadas por causas externas: venalidad intrínseca o la traición inducida. La dinámica denuncialista de la "traición intelectual" connota un sesgo conspirativo a la explicación. Cuevas sigue esa vía, "Perseguida por los militares y otros entes de derecha, y desde luego por las fuerzas más retrógradas del imperio, aquella elite intelectual no tardó en enrolarse en ciertas instituciones y organismos internacionales, así como en conseguir apoyo de fundaciones de los mismo Estados Unidos y, con mayor razón, de Europa Occidental. Si hasta hacía un lustro el sueño de todo sociólogo sudamericano había sido el de convertirse en guerrillero, ahora, su mayor anhelo consistía en montar un proyecto y, de ser posible, abrir su centro de investigación" (Cueva, Agustín: 1988, 34). Esta interpretación constata un viraje y lo impugna sin más. Por supuesto, su fortaleza es la evidencia palpable. Pero esa evidencia es cegadora, pues encierra una teleología. El porvenir de la cosa liberaría su verdad. Los autores toman una de las resultantes de los traspasos intelectuales, la mercantilización cada vez más abierta de la producción intelectual y lo transforman en prisma unívoco para conferir sentido al pasado. Pero la ceguera denuncialista no sería tan grave si no prescribiría un efecto restauracionista: la política marxista derrotada de los setentas no sufriría, desde esta óptica, ninguna crisis cualitativa, basta tan solo iniciar una cruzada contra los renegados para recupere el lugar perdido.

4 – Interpretación posmarxista

Lewcowicz, por su parte, analiza las metamorfosis intelectuales desde un abordaje por entero heterogéneo a los arriba reseñados. Para el autor, el viraje intelectual contemporáneo a la transición democrática inaugura las "prácticas Halperin" -obvio, por Halperín Dongui, emblema, gurú y guía de nuestras prácticas historiográficas-. Las prácticas Halperin marcará, para Lewcowicz, el devenir profesional del intelectual. Es más, la multiplicidad temporal que habitamos puede ser pensada por el querer tanto a Tulio. Lewcowicz hace de la consagración tardía de Halperín el nombre de una cesura y de un cambio intelectual. Esta cesura, esta metamorfosis, cuyo síntoma es Halperín, es inseparable del desfondamiento de la figura del intelectual moderno, pues, según Lewcowicz, en la figura subjetiva del profesional en ciencias sociales, invención situada y contemporánea a la transición alfonsinista, "el pensamiento conjetural de trincheras, se trastoca en moroso conocimiento de instituto". En esa configuración, las realidades han dejado de ser, para la nueva figura profesionalizada, el campo donde se plantean y resuelven los conflictos reales. Las "prácticas Halperin" indican la distancia con la cosa estudiada y la escritura desde una situación trascendente. La adopción del credo democrático, la apología de las formas consensuales de la política, hace uno con la conformación de un modo de producción intelectual profesionalizado cada vez más sustraído a los imperativos coaccionales, para el pensamiento, de la militancia. La supuesta liberación de los credos trascendentes es, en rigor, liberación del pensamiento de los problemas que indica la situación, y la adopción de un hiperrealismo sapiente. En esta configuración, el intelectual se trastoca en espectador calificado, es decir, en una figura profesionalizada, legitimada por su saber. La adopción de esas prácticas son un efecto inventivo de la derrota política de los proyectos transformadores anteriores, pues son precisamente los intelectuales de los 70" quienes adoptan la figura del profesional durante la transición democrática. Entonces, para pensar la metamorfosis intelectual alfonsinista no hay que pensar meramente un cambio de posición política: de la revolución a la democracia, de la ruptura al consenso o del socialismo revolucionario al liberalismo. Con la derrota política del proyecto cuyo emblema y guía es el Cordobazo, todos los protocolos de existencia intelectual son trastocados. De la misma manera que la producción de un orden, y no el desacuerdo, es el vector, en la versión profesionalizada, que ordena  la producción intelectual; el saber, al mismo tiempo, nominación clasificatoria de los predicados ya existente en la situación, reemplaza al pensamiento, que siempre abre agujeros en el saber, que produce en lo insabido. Del intelectual al profesional, de la revolución al consenso, del pensamiento al saber, son metamorfosis no separadas sino juntas, paralelas (Lewcowicz, 1997).

Con el aporte de Lewcowicz entramos directamente en la historia de las subjetividades intelectuales de la transición democrática. Es decir, historia de la invención de un nuevo lugar, un nuevo soporte efectivo y una nueva discursividad. Su mirada nos interesa porque, si bien desmontando sin concesiones el proceso analizado, no deja de ver su productividad, la invención polimorfa que, en la configuración de lo pensable y en lo subjetivo, habrá implicado.

En lo que sigue intentaremos profundizar las implicancias conceptuales de ésta cuarta vía. Es decir, intentaremos desplegar sus coherencias por el sesgo, método interno a la realidad textual de Lewcowicz, de la invención conceptual.

Desplegaremos para ello tres nombres para acercar a lo pensable los virajes intelectuales: Termidor, sujeto reactivo y sofista. Una vez más, un nombre es el soporte de unas determinadas prácticas de pensamiento, es el intento de construcción de un lugar a lo pensable. Es decir, esos nombres no intentan probar la catadura moral pecadora de tal o cual, sino situar un protocolo de pensamiento. Si una política no tiene héroes, no tiene por qué haber traidores. Por supuesto, todo lo que sigue es más experimental que otra cosa. Pero, acaso, la instancia colectiva de pensamiento que nos reúne, ¿no es el lugar adecuado donde desplegar invenciones, sopesar las lagunas de una apuesta, bifurcar los senderos?

Entonces lanzo los dados, asumo un riesgo y apuesto esos tres nombres para poder pensar los virajes intelectuales de los años alfonsinistas.

La intentona es hacer de termidoriano, sujeto reactisvo y sofista categorías del pensamiento; por entero sustraídas al dedo acusador que indica la culpa del traidor.  Construir, con esas categorías, no vectores de la moral, sino zócalos desde donde pensar una invención del pensamiento político. Una invención, claro está, reactiva del pensamiento político.

Indagar lo pensable de las bifurcaciones del pensamiento político de los intelectuales alfonsinistas en adentrarnos en los territorios de una cesación, de una clausura en las mallas del tiempo. La intelectualidad hegemónica de la transición a la democracia se constituye bajo el sesgo de un efecto de frontera respecto de un pasado radicalizado -ligado cambio violento- que se quería conjurar y las prescripciones consensuales para construir un orden.

Termidor

El concepto tiene mala prensa, teñido, ¡horror!, de trotskismo. Sin embargo su historia es más antigua, más remota. Si no hacemos caso de la pobreza catalogadora del presente, podemos asir mejor la categoría en su propia carnadura. Claro está, debemos sustraer el concepto con la diatriba moral que designa la traición, para erigirlo en un concepto del pensamiento. ¿Qué designa Termidor? Representa el mes en que son guillotinados los robespierristas, comienza la persecución contra los jacobinos y se clausura la etapa radicalizada de la revolución francesa. Casi un siglo y medio después, León Trotsky, el profeta desterrado, lo utilizará para nombrar la contrarrevolución stalinista. En ambos casos es el nombre que se le otorga al momento en que la revolución, al decir de Saint Just, se congela. En ambos casos es el nombre de que algo, en el interior de una política, ha cesado. Mi intensión es, deslizándome de cualquier prisión historicista, construir el concepto de aquella disposición del pensamiento, que es también una posición subjetiva (reactiva), que adviene ante la cesación de una política radicalizada. Termidor es el espacio subjetivo y discursivo que se abre cuando se agota una secuencia de la política emancipatoria. Termidor es la subjetividad, autoconciente, de un desplazamiento, pensante e inventivo, que emerge como efecto de una derrota política revolucionaria. Por supuesto, se objetará, con razón al fin y al cabo, que entre la revolución francesa, rusa, y el proceso post-69" argentino, no hay comparación histórica posible y que, de la manera, sus termidores son heterogéneos. Aquí, se comprenderá, no estamos hablando de historia, sino de conceptos que nombran determinados lugares de lo pensable. Cada secuencia política -así como los efectos de su derrota-  habrá tenido su propia singularidad, lo que no impide construir el nombre intemporal de lo que adviene bajo el signo de una cesación de la política. Creemos que los distintos termidores poseen rasgos formales pensables desde un nombre común.Con Termidor se abre al pensamiento aquello que operó en la derrota, del imposible, después de agotada una secuencia política, con el que topa su posible re-invención.

¿Qué similitud transtemporal podemos inferir de la subjetividad termidoriana como efecto de una cesura temporal y la clausura de un posible inicio?

a)     la subjetividad política, con Termidor, comienza a ser derivada de la necesidad de un orden estatal y a interiorizar la imposible concreción de las máximas políticas que movilizaban las conciencias en el pretérito. La subjetividad termidoriana es la que administra lo posible, lo posible de la política, pero también lo posible de lo pensable. Lo posible, racionalizado como naturaleza o con el nombre de realismo, es la organización de un estado ordenado, signado por la concordancia. El termidoriano es teórico de la conciliación, hermeneuta del orden consensual estatal. Termidor, entonces, es un proceso de estatización de las conciencias públicas. En rigor, un termidoriano no es mucho más que un donador de sentido al consenso societario-estatal. Su duelo -de la política emancipatoria- no es simplemente el registro de un mero abandono, es la invención interiorizada de una nueva senda, el realismo estatista como emblema y signo. A su vez, Termidor es el nombre del abandono de la fe en la potencia creativa de las masas, es decir, el rechazo de la presentación múltiple por la representación estatal. El termidoriano es el pensamiento de la inclusión estatal, no es casual que desde esta perspectiva se naturaliza que sólo es pensable aquel proceso que está incluido -representado- por el estado. Para el termidoriano cada cosa tiene que estar en su lugar.

b)    El pensamiento termidoriano, al estar signado por la utopía del acuerdo nacional, es un teórico de la reunificación nacional. Termidor opera clasificando, buscando que cada cosa coincida con su nombre y lugar. Por cierto, la política emancipatoria, cuando es, opera a contrario, desestructurando el orden de los seres, lugares y nombres. El termidoriano inventa nombres que distancian al pasado, ligado a los poderes de los sueños e ilusión, de un presente signado por la seriedad y responsabilidad política. Con Ranciére (Ranciére, Jacques, 1996), podemos decir que los termidorianos no cumplen funciones políticas, sino policiales, pues para la cuenta inclusiva policial, lo que no es incluido no merece dignidad existencial para el pensamiento. La utopía del termidoriano es el realismo posibilista.

c)     Si los termidorianos reniegan de la intentona militante pasada con fruición es porque, en todos los casos, ellos mismos han sido sus actores. De allí que al anunciar la clausura de esa experiencia, lo hagan con el fervor del recién converso. El juicio termidoriano sobre su propio pasado opera desarticulando la singularidad de la cual esa subjetividad proviene. La operación termidoriana consiste en desarticular el nexo entre las arbitrariedades y violencias que una decisión política pone en juego de las convicciones y principios que la han motorizado. El sintagma cansado de totalitarismo opera de ese modo. El marxismo habrá fracasado, desde ese paradigma, porque era un relato finalista, dador de un sentido total a la historia, que instrumentalizaba la política en simple medio para realizar y cumplir ciertos fines. Pero, más allá de esa admonición del imaginario liberal pos-festum, lo real es que nadie hace nada por la promesa de los días mejores. El sintagma totalitario no tiene por finalidad formalizar un balance de las intentonas revolucionarias derrotadas, sino formatear un mecanismo solapado de absolución: dado que los sueños libertarios más profundos llevaron a los más obscuros crímenes, no queda otra que promover el mal menor de la política que los evita: el liberalismo. Pero este sesgo interpretativo, al separar el activismo político de todo principio y situación, al no ver en esa militancia -irresponsable- más que la violencia sin más razón que el soporte de un imaginario finalista, no puede hacer más que ver la derrota -en el caso argentino, por ejemplo- que desde la trascendencia del imaginario liberal.

Termidoriano nombra una subjetividad que, inmersa en la cesación de una secuencia política, produce de esa tentativa su impensabilidad, por desarticulación de sus enunciados respecto a su propia situación y a favor de la estatización, del interés calculable y del emplazamiento.

Sujeto reactivo

No solamente la política radical tiene sus formas subjetivas. También hay una subjetividad que adviene con la derrota. Una subjetividad que balancea la derrota en clave derrotista. Esta subjetividad es reactiva en relación a aquello que se pensó e hizo durante la secuencia política derrotada. No puede entenderse su recorrido si no se advierte las convicciones de donde viene y de las cuales quiere escapar. Ante la cesación de un modo de pensamiento de la política emancipatoria -que habrá tenido sus decisiones propias, sus fundamentos etc.-habrá una subjetividad constituida en el balance negativo acerca de todo lo actuado. La subjetividad reactiva es una subjetividad delimitante, que refiere al pasado como aquello que debe ser rechazado, el telón negro que signa la historia trágica, y del cual el presente debe abjurar. Por eso es lógico que el sujeto reactivo componga ante todo cláusulas de interrupción temporal, es decir, las prescripciones del presente son internas a la distancia con el pasado. No debemos pensar tanto la productividad de esa figura reactiva de pensamiento como la analítica de un balance racional, sino como la confesión de un desgarramiento subjetivo. Es decir, como una analítica confesional. La confesión del devenir otro de la subjetividad política derrotada.

Sofista

Por supuesto, como en el caso de Termidor, hay dos advertencias a realizar. Sofista es la nominación de un lugar del pensamiento, no el dictamen de una sentencia. Del otro, no hacemos aquí mención a los sofistas históricos -Gorgias, Protágoras o Calicles-, sino a un concepto transtemporal, que indica, no una historicidad determinada sino, nuevamente, una emplazamiento de lo pensable. Lo que caracteriza al sofista es que trata de reemplazar la idea de verdad por la idea de regla.

No hay, para el pensamiento de la política, más que convenciones, regulaciones y relaciones de fuerza. Si pensamos la productividad de la metamorfosis intelectual de los 80" nos topamos que en ella la regla, la apelación a la norma y al derecho, es la esencia de la escena consensual democrática. Al fin y al cabo, lo que desean es la buena Ley, el buen Estado. En efecto, somos contemporáneos a la aparente perpetuación de ese ejercicio de pensamiento político sofístico. El pensamiento sofístico de la política es hoy hegemónico, mayoritario. Para el pensamiento sofístico el libre juego de las opiniones, el reino del coloquio y de la opinión, devienen parte constitutiva de la arkhé, en principio reunificante del cuerpo político. Así, la idea de verdad o de convicción es reemplazada por la idea de regla para pensar la política. La sofistica es un lugar de pensamiento que opera desplazando la categoría de verdad en política, instaurando el reinado de la libre opinión por la cosa pública y el primado de la regla consensual estatal. La crítica a la política marxista, rechazada por su univocidad de sentido, por la verdad total y totalitaria que habrá desplegado, fundando políticas criminales, implicó un retorno brutal y simple a la teoría liberal-sofística, regulada por el derecho, de la política. Además, la disposición intelectual sofística dispone un armazón conceptual que designa que lo criticado no debe regresar nunca más; el sofista declara el acta, los fundamentos de un destierro.

Vale aclarar que pienso estos conceptos, siguiendo a Adorno, como constelaciones. Vale decir, como fuentes primarias de luz y energía que intenta ordenar el pensamiento de una manera no jerárquica, sin priorizar un concepto sobre otro. Es más, los tres son indisociables. A lo sumo, enfatizan un aspecto  del problema. 

Sujeto reactivo nomina la relación de cesura de una subjetividad política en relación a su pasado. La escisión temporal es su fundamento, la discursividad del signa al sujeto reactivo marca el signo de un desgarramiento interno. Es decir, la sujetividad reactiva es una capacidad política de apelar al pasado por el sesgo de construir con él una tradición negativa, hórrida, que formatea la legitimación de un discurso organizado emplazando una frontera, un balance bifurcado respecto a aquellas experiencias.

La sofistica marca un lugar de lo pensable, una ubicación del pensamiento que tiene como principal vector la opinión -sin verdad- y la regla.

Y la termidoriana  prescribe y configura lo pensable de una política determinada -un estado liberal consensual-. En esta versión, el pensador político es un hermeneuta del consenso estatal, un agente de la concordancia.

Espacio de experiencias (sujeto reactivo), lugar de lo pensable (sofístico), y horizontes de expectativas (termidorianas) así, deben, en la cartografía del pensamiento político argentino de los intelectuales hegemónicos alfonsinistas, ser pensados conjuntamente.  La constitución de estas subjetividades, claro está, configura una invención para el pensamiento. Pero, si vemos como ha hecho abandonar sendas, obturar caminos renovadores para el pensamiento socialista, obsesionada -esa nueva figura- por garantizar un orden estatal consensual, también se comprenderá que configura un desastre para el pensamiento. A partir de su establecimiento, si la política es pensable, solamente lo es desde el sesgo de la despolitización de la voluntad transformadora. La termidoriana es una analítica sintomal de un agotamiento de la capacidad para re-pensar la política emancipatoria. El termidoriano piensa, no la política, sino su retiro estatal-consensual.

La crítica a la política marxista es, claro está, un retorno brutal y simple a la teoría liberal de la política, pero también el despliegue de estas constelaciones intelectuales dispone un armazón conceptual que designa que lo criticado no debe regresar nunca más.

No se puede más que estar de acuerdo cuando se postula la debilidad del pensamiento socialista para inventar nuevos itinerarios, las dificultades en realizar balances críticos de la experiencia setentista, etc. Pero esta situación problemática no es heterogénea a la clausura para el pensamiento socialista, en el registro de un abandono inventivo, que implicó el pensamiento renovador de los intelectuales alfonsinistas. Ellos habrán, coaccionados por las necesidades de brindar un sentido al orden parlamentario naciente, invisibilizado el posible legado de las experiencias setentistas. Sin embargo, no reviste menor importancia que la adopción del liberalismo -nominada bajo el sintagma de la renovación- no pudo hacer otra cosa que desviar sendas, impedir una verdadera reformulación al interior del pensamiento socialista. Termidor configura un desastre para el pensamiento socialista, pues lo hace travestir con el liberalismo. Indagar esos protocolos de pensamiento, desnaturalizar sus procedimientos, situar su discursividad, inventar conceptos para su desplazamiento, es condición esencial, creemos, para la configuración real de una izquierda posmarxista y postsetentista.

Bibliografía citada:

-BURGOS, Raúl: Los gramscianos argentinos; Buenos Aires; Siglo XXI; 2004.                           

-CUEVA, Agustín: "Sobres exilios y reinos. Notas críticas sobre la evolución de la sociología latinoamericana", en Estudios Latinoamericanos, Vol 3, México.

-HERNANDEZ RODRIGUEZ, Rogelio: "Los intelectuales y las transiciones democráticas" , en Intelectuales y política en América Latina (Hofmeister, Wilhelm y Mansilla, H.C.F comp), Homo Sapiens, 2003.

-LESGART, Cecilia: Usos de la transición a la democracia; Rosario; Homo Sapiens; 2003.

-LESGART, Cecilia: "Itinerarios conceptuales hacia la democracia", en La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay (Devoto, Fernando y Pagano, Nora edit.); Buenos Aires; Biblos; 2004.

-LEWCOWICZ, Ignacio: "Una mirada sin embargo sombría", en Discutir a Halperín (Trímboli, Javier y Hora, Roy comp.); Buenos Aires; El cielo por asalto; 1997.

-MANSILLA, H.C.F.: "Intelectuales y poder en América Latina, en Intelectuales y poder en América Latina (Hofmeister, Wilhelm y Mansilla, H.C.F. comp.); Rosario; Homo Sapiens; 2003.

-PETRAS, James: "Una pequeña parte de la lucha", en Revista Nueva  Sociedad Nª 123; Venezuela; Enero/Febrero 1993.

-QUIROGA, Hugo: "Intelectuales y política en la Argentina", en Intelectuales y política en América Latina, (Hofmeister, Wilhelm y Mansilla, H.C.F. comp.); Rosario; Homo Sapiens; 2003.

-RANCIERE, Jacques: El desacuerdo, Nueva Visión, 1996.

 

 

Autor:

Juan Manuel Nuñez

(UNR-CONICET)

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