Leona africana
Iniciada la década de 1970 yo tenía sólo 10 años de edad y vivía en un lindo pueblo de la provincia de Buenos Aires: San Carlos de Bolívar. Claro que por esos días la localidad no tenía la fama que le diera, una década más tarde, un famoso conductor de la televisión porteña nacido en esos pagos.
No. Bolívar en mi infancia no era tan conocido. De hecho, cada vez que alguien me preguntaba dónde vivía y le respondía, una enorme y sorprendida mayoría me decía: "¿Bolivia? ¿Tan lejos?".
Y sí. Así era entonces. De todos modos, para mí el pueblo estaba lejos de todo. Lejos de mis historietas favoritas (las de Editorial Novaro o las DC Cómic, con Batman y Superman, Flecha Verde y el Guasón a la cabeza, que no recibía ningún quiosco). Lejos de la televisión y mi serie amada (El Agente de CIPOL). Es que a Bolívar no llegaban las señales de TV y aunque a muchos les resulté extraño pasé gran parte de la infancia sin una pantalla de rayos catódicos ante mis ojos. La suplí con libros, revistas y esporádicos viajes a la casa de mi abuela en Capital Federal (momentos en los que exprimía cada programa que pasaban, en especial el Festival de Cine y Series de los días sábados por Canal 13). También estaban lejos los estrenos de las películas de moda, que llegaban con meses de atraso al "lejano interior". Lejos de la ajetreada vida de la metrópolis porteña, que siempre disfruté. Todo eso ha cambiado por completo. Pero hasta 1979, año en que me mudé, la situación era esa.
Tardé 30 años en volver y la vi idéntica a entonces.
Hasta el viejo nido de hornero, en el hombro de la estatua del General San Martín, estaba en su lugar. Dicen que trae mala suerte sacarlos. De todos modos, no pude contener unas nostálgicas lágrimas al observarlo. Y ni qué hablar cuando entré en mi antigua casa (hoy propiedad de quien fuera el querido almacenero del barrio). Fue como viajar en el tiempo y trasladarme a esos hermosos días en los me pasaba horas andando en bicicleta, jugando en la vereda y mirando, por las noches, el cielo estrellado con la esperanza de ver algún plato volador de origen extraterrestre pasándome por encima.
Bella infancia.
Llena de aventuras y amigos, despreocupaciones, libertad, contención y cariño.
Momento formativo. Esencial. Inolvidable.
Largo sería enumerar las anécdotas acumuladas. De hecho, a muy pocos les importarían. Pero siempre hay excepciones a la regla y por eso a una de ellas quiero dedicarle estas cortas líneas. Una historia que rondó mi cabeza por más de 40 años y que hoy, tras una interesante pesquisa, vuelvo a recordar y reconstruir con detalles que, seguramente, se irán puliendo gracias a la magia de Internet.
Ojalá así sea.
Buenos Aires, octubre 2017
PARTE 1
Anuncio sobre "grandes gatos" rondando en bosques ingleses
Desde la década de 1950 se vienen denunciando avistamientos de "grandes gatos" en lugares que, de acuerdo con el conocimiento zoológico que se tiene, no deberían estar rondando por esos parajes. Así todo, decenas de testigos juran y perjuran haber visto panteras, tigres y leones vagando libremente por la campiña inglesa, el interior de Francia y España, Italia, Finlandia, Luxemburgo, Canadá, Hawai y Estados Unidos.
Los amantes del misterio escribieron libros enteros sobre el tema y ?de a ratos? los medios de comunicación suelen dedicarles algunas páginas por un corto tiempo, para luego volverlos a sumergir en el olvido hasta la próxima "oleada gatuna".
Como los ovnis o el monstruo del Nahuel Huapi, los "gatos fantasmas" o ABCs (Alien Big Cats) ?así son denominados por singulares autores? aparecen y desaparecen sin previo aviso. Son por naturaleza evanescentes y tímidos, como el famoso Pie Grande de los bosques norteamericanos o el Yeti del Himalaya. Por tal motivo son tema de interés para los criptozoólogos y especialitas en lo extraño, que encuentran en ellos un motivo válido y entretenido para despertar suspicacias, volver exótico lo cotidiano y vender diarios.
Hace unos meses, El País de España se hizo eco de una historia de este tipo.
"La cadena local Guadalajara Media ha informado de que los vecinos de varios pueblos de la Sierra Norte de Guadalajara (España) aseguran haber visto un gran felino, una pantera o un puma, del que incluso existen imágenes lejanas. El Servicio de Protección de la Naturaleza (SEPRONA) de la Guardia Civil y la Consejería de Agricultura y Medio Ambiente de Castilla-La Mancha han realizado batidas para tratar de encontrar al animal, pero hasta ahora sin suerte. El zoólogo de Guadalajara ha informado que no ha perdido ningún felino, aunque podría tratarse de un animal de compañía mantenido de forma ilegal. Sin embrago, todos los casos que se han producido de avistamiento de grandes felinos se han quedado en nada. En Valladolid, en febrero 2017, se produjo una alerta por la posible presencia de un jaguar, pero fue desmentido por el SEPRONA".[1]
Pero no es el único caso, ni mucho menos. En 2013, el Departamento de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía desplegó una verdadera cacería en pos de una "pantera fantasma", avistada en las cercanías de la localidad de Berja. Tras nueve días de búsqueda, trampas, cebos y cámaras infrarrojas, sin absolutamente ninguna prueba de su existencia (no heces, ni huellas, ni víctimas producto de sus ataques) la persecución terminó en nada. El "gato" se había evaporado. Únicamente quedaban los testimonios de los supuestos testigos y las notas periodísticas. Que también prontamente desaparecieron de los medios.[2]
Idéntica situaciones se han denunciado en Inglaterra desde hace más de 50 años.[3] La isla es un verdadero paraíso de gatos o "leones quiméricos", como los denomina el folclorista Daniel Cohen, al punto de registrarse ya una serie de leones famosos, como el León de Surrey y el de Nottingham, de 1966 y 1976 respectivamente.[4]
Las explicaciones sobre el fenómeno abundan. Están las realistas y las delirantes. Dentro de las primeras nos encontramos con aquellas que sostienen que son animales escapados de zoológicos locales o circos, matizando el panorama con animales salvajes ?ilegalmente adquiridos? que, al crecer y no poder ser contenidos por sus dueños, son dejados en libertad. El tema es que, de los cientos de casos que hay registrados, nunca se confirmó ninguna de las tres posibilidades.
En lo que respecta a las explicaciones menos convencionales, están las que proponen que son bestias inexplicadamente teletransportadas (Charles Fort), remanentes prehistóricos de especies oficialmente extintas o manifestaciones paranormales orquestadas por una inteligencia superior y abstracta (John Keel). La comunión entre animales extraños y ovnis es ya un clásico del folclore contemporáneo, disponible en decenas de libros de criptozoología y obras referidas a la presencia de extraterrestres en nuestro planeta.[5]
A la hora de especular tampoco faltaron los que sostuvieron que estas fieras fuera de contexto eran hombres transformados en animales. Un típico caso de zooantropía del que incluso nuestro país no está exento de ejemplos. La cultura popular nos habla de seres humanos que ?ya sea a voluntad, como consecuencia de un pacto con el diablo o a causa de una maldición incontrolada? mutan en cánidos violentos y sedientos de sangre. El lobisón es el ejemplo más conocido. Pero también hay antiguas leyendas aborígenes en las ciertos felinos locales ?el jaguar, por ejemplo? suplantan al lobo o al perro.
En Misiones, Corrientes y en Paraguay, Adolfo Colombres señala al temido yaguareté-abá: "Viejos indios bautizados que de noche se vuelven tigres para comerse a sus compañeros y otras personas. ( ) Se los describe como un tigre de cola corta, casi rabón, y frente desprovista de pelo".[6]
Claro que hay una tercera vía interpretativa que sostiene que todo es producto de la imaginación, de la histeria colectiva y de la influencia de la prensa sensacionalista en épocas de crisis.[7] Es la que adherimos y la que ?en nuestra opinión? mejor explica el fenómeno tal y como ha sido investigado a lo largo de los años.
El yaguareté-abá ?Hombre-Tigre? del folclore mesopotámico argentino
Pero hubo una época en la en que mis actuales certezas no existían, ni conocía las correrías de los misteriosos "gatos fantasmas". Vivía ensimismado en mis juegos de infante por las calles de Bolívar. Todo era tranquilidad. Inocencia. Hasta que una noche escuché de boca de papá una historia que me heló la sangre: dos leones había deambulado libremente a menos de diez cuadras de mi casa y como prueba de ello había un policía herido en la clínica del pueblo.
No era un rumor, ni una leyenda urbana.
Un médico lo había atendido: mi propio padre.
PARTE 2
Circos con animales enjaulados. Una realidad que afortunadamente ya no existe
La llegada de un circo a Bolívar era para mí todo un acontecimiento. La adrenalina se disparaba a las nubes y sabía que, al menos por un corto tiempo, la rutina se vería alterada.
Es que, cuando la posibilidad de ver animales salvajes se encontraba a casi 500 kilómetros de distancia ?en el Zoológico de Buenos Aires?, tener acceso a leones, tigres y camellos, elefantes y chimpancés a muy pocas cuadras de casa, no era algo que se viviera todos los días. Y eso me encantaba. Me quitaba el sueño pensar que una cuota mínima de exotismo la tenía al alcance de la mano; en realidad a una pocas pedaleadas de bicicleta, que es con la que visitaba todos los días el predio donde las carpas se instalaban. Así fue como observé la manera en que un circo se armaba y desarmaba; y la enorme huella circular que dejaba el escenario al retirarse que, en días de lluvia, se convertía en una improvisada isla donde jugar.
En aquellos lejanos "70 los circos tenían animales entrenados. Sí, una verdadera crueldad. Pero era otra la sensibilidad. Uno iba al cine al ver las películas de Tarzán donde, carente de todo espíritu ecológico, el Rey de la Selva se despachaba un par de tigres o leones por film y nadie se ponía a llorar por los felinos. Menos que menos por los cocodrilos. El antropocentrismo venía recargado y uno esperaba que el héroe del celuloide actuara de ese modo.
Ni que hablar si la estrella era un cazador profesional. Uno de esos que Hollywood colocaba en África guiando un safari en pos de alguna ciudad perdida. Nadie esperaba de él piedad alguna. Antílopes, búfalos, elefantes, cebras; todos caía bajo el impacto de sus impiadosas balas.
Eran otros tiempos. Más violentos que el actual. Basta recordar la forma de hacer política de aquellos días para reconocer que el uso de la fuerza estaba naturalizado y que, del mismo modo que no se nos movía un pelo frente a un elefante baleado, poco se hacía por los miles de seres humanos que corrían la misma suerte en un contexto de intimidación política desatada.
Pero yo no era conciente de todo eso.
Tenía apenas 10 años de edad y no veía en los circos de entonces ninguna metáfora aleccionadora. Y, aunque esa vida trashumante no carente de privaciones siempre me producía cierto dejo de tristeza, los animales me encantaban. Estuvieran o no enjaulados.
¡Si hasta en Dumbo así se los mostraba!
Animalitos felices en sus jaulas
No recuerdo circos de categoría en Bolívar. La mayoría eran empresas de mala muerte, con carpas desgastadas y descoloridas, carromatos despintados y jaulas oxidadas. Con seguridad ya eran por entonces circos viejos, desahuciados. Los de calidad iban a Mar del Plata. Sólo allí desplegaban sus luminarias y lujo durante la temporada de verano. En ciudades sin atracciones turísticas, sin playas ni océanos, debíamos contentarnos con los más "rascas".
Me pregunto si alguno de los tantos circos que pasaron cuando era chico aún existen. Pero no tengo respuestas claras al respecto. En realidad, de aquellos días, tengo más dudas que certezas. La memoria suele ser flaca, poco confiable. La reconstrucción del pasado no es tan exacta como hubiera deseado un historiador positivista del siglo XIX. Está llena de huecos, de subjetividades. Especialmente cuando carecemos de documentación que la avale.
Para los carnavales de 1973 uno de esos circos había llegado a Bolívar. No recuerdo su nombre y nadie de las personas consultadas lo recuerda tampoco. Por ende, sin acceso al archivo del diario local y tanto desmemoriados dando vueltas, permanecerá en el anonimato hasta tanto alguien lo identifique, quizás leyendo estas líneas.
Lo que sí tengo presente es que la carpa se levantó en una zona del pueblo que yo no frecuentaba demasiado (a diez cuadras de mi casa) y, por lo tanto, hay muchas posibilidades de que ni siquiera hubiera visitado el predio durante su estadía. Sucede que los circos a los que yo tenía acceso fácil solían levantarse en otro sitio; en una manzana baldía que estaba a sólo trescientos metros de mi casa, por la calle Rafael Hernández (hoy por completo edificada).
Es extraño el tema de las distancias en un pueblo chico. Se experimentan de un modo raro. Doscientos metros dentro del casco urbano parecen mucho, pero apenas uno se asoma a la zona rural, cinco leguas no son nada.
Con sólo una década sobre mis espaldas, y aclimatado a esa percepción del espacio, las diez cuadras mencionadas más arriba debieron parecerme una barrera insuperable.
Así todo, es el circo que más recuerdo. No por haberlo visto y recorrido, sino por haber escuchado de él una historia extraordinaria, de boca de mi propio padre.
?Hoy operamos a un tipo que fue herido mientras perseguía a un león que se escapó del circo.
Palabras más, palabras menos, ese fue el comentario que hizo papá en una sobremesa, tras la cena. ¡Y me partió la cabeza!
Joder.
¡Un león había estado dando vueltas por las mismas calles en las que yo andaba en bicicleta! ¡Si ese día me hubiera desviado de mi recorrido habitual sólo unos pocos metros, tal vez me lo hubiera cruzado! ¿Y si la fiera hubiera subido por los techos metiéndose en el patio de casa? ¿Qué habría hecho?
Siempre me imaginé a ese león caminando cansinamente por las calles y ?no sé por qué? trepándose a los techados bajos del pueblo. Una escena de película. Como las de Tarzán, pero sin lianas.
Bolívar, diciembre 2007
30 años después de los hechos consignados en esta crónica
En enero de 2017 ?hace sólo unos meses?, mientras disfrutaba de mis vacaciones en Capilla del Monte (Córdoba), asistimos con mi esposa a un espectáculo circense.
Hacía más de 40 años que no entraba a un circo y, a pesar de la rimbombante publicidad desplegada por la empresa (panfletos, autos con parlantes y hasta una avioneta que sobrevolaba las sierras cordobesas con un enorme cartel), no me resultó un show tan diferente a los de mi lejana infancia.
El sonido, las luces, el olor a aserrín húmedo dispuesto por todo el piso de la carpa, incluso la vestimenta del anfitrión, de los equilibristas y payasos, eran tal como las recordaba. Pero había una enorme diferencia: el circo no tenía jaulas. No había animales adiestrados, a no ser un caniche–toy que iba y venía por el escenario libremente. La mascota personal del dueño del circo.
Como era de esperarse, esa misma noche traté de recordar las palabras de papá respecto del león bolivarense y advertí los pocos datos que tenía en mi memoria. Fue entonces cuando decidí reconstruir los hechos con mayor precisión.
Una historia mínima, pero que ?por algún motivo? consideraba mía.
Imaginé que iba a encontrar algunos datos en Internet. Me equivoqué. No había nada. Ni un solo registro periodístico. Ni siquiera un comentario, de los muchos que consulté en links referidos al pueblo. Era como si nada hubiera pasado.
Durante varias noches navegué por la Web casi hasta la madrugada. Mandé varios correos electrónicos al diario La Mañana de Bolívar. De seguro en sus archivos debían tener algo. Pero no encontré a nadie dispuesto ?como es lógico? a sumergirse en ese mar de polvo y hojas amarillentas. No recibí ninguna respuesta. Entonces decidí llamar por teléfono al médico que había participado en la cura del policía herido.
?Hola, ¿papá? Te llamo para que me amplíes respecto de un episodio ocurrido hace tiempo. ¿Te acordás de ?
Sí que se acordaba. Tenía el grueso de la historia muy presente, aunque ?como averiguaría más tarde? con algunos errores.
?Eso debió ocurrir entre 1975 o 1976 ?me dijo?. Lo recuerdo bien. Era un policía. Creo que se apellidaba Rey. Eso lo tengo poco claro. Lo que si me acuerdo es que yo le hice la anestesia y el doctor Gianni lo intervino. El pobre tipo había recibido un balazo en la pierna cuando trataba de atrapar a un par de leones que se habían escapado de un circo. Parece ser que al verlos empezaron a los tiros y una bala rebotó en el cuero de uno de los animales y terminó incrustada en la gamba del oficial. Más no podría decirte. Eso sí, el policía salió de la operación y se recuperó perfectamente. Los que terminaron mal fueron los dos leones: los acribillaron a balazos, según me dijeron, en el patio de una casa de familia al que habían entrado.
Sin muchas modificaciones, era el relato que yo recordaba. La única diferencia notable era que ahora disponía de dos datos nuevos: un posible marco cronológico y un apellido, también incierto. El malogrado policía empezaba gradualmente a tomar forma a pesar del tiempo transcurrido.
Fue entonces cuando decidí consultar por Facebook el listado de "amigos" de mis padres y ver si algún viejo conocido de Bolívar figuraba en él.
Detecté una media docena. Volví a comunicarme por teléfono y esta vez fue mamá la que se comprometió a investigar un poco por su cuenta. Al día siguiente recibí una escueta respuesta: las personas consultadas tenían un leve recuerdo del asunto. Se acordaban de los leones y del accidente sufrido por un oficial. No mucho más. Yo lo que quería eran detalles.
Pero la bola había empezado a rodar. Era cuestión de tiempo. Las voces empezaban a circular y las maravillas de las redes sociales, lentamente, comenzaron a armar un rompecabezas incompleto desde hacía más de cuatro décadas.
Mis vacaciones en Córdoba terminaron. Regresamos a Buenos Aires y ya con las clases iniciadas el tema se fue durmiendo de a poco. Sin nuevas noticias y con otros interese en mente, los leones se fueron esfumando como los famosos "felinos fantasmas" de las leyendas urbanas.
Entonces, hace unos pocos días (octubre de 2017) un mensaje llegó a mi correo electrónico. Era Freddy Álvarez, un exitoso empresario marplatense nacido en Bolívar e hijo de quien fuera mi querida primera maestra de primaria (Beba). Había leído en Facebook sobre mi pesquisa.
?Fer, conozco al yerno del policía que estás buscando ?escribió?. Se llama Claudio y vive en Bolívar. Te dejo el número de su teléfono. Llamalo. Es un tipo macanudísimo. De seguro él sabe algo. Ah, una cosita más: el apellido del policía no era Rey, sino Berreterreix. Chau y suerte.
PARTE 3
Leones en la niebla de la memoria
"Cada mañana al despertar no tenemos a mano sino
algunos trozos del tapiz de las vivencias que el olvido
ha tejido en nosotros."
Walter Benjamin (1892-1940)
Durante años me los imaginé con melenas tupidas, moviendo cansinamente sus caderas, mirando fijamente a un lado y otro con la displicencia propia de los reyes. Pero la memoria me jugó una mala pasada.
La conversación con Claudio resultó por demás productiva. Tal como me había anticipado Freddy, mi interlocutor era un tipo simpático y abierto a la hora del relato. Porque, convengamos algo: que un completo desconocido como yo lo llamara para averiguar algo respecto de un accidente familiar ocurrido hacía más de 40 años atrás, debió sorprenderlo. Yo me hubiera sorprendido. Aún así, tras un breve primer contacto, que él aprovechó para hacer algunas consultas y buscar datos en su núcleo familiar, combinamos la charla telefónica.
?Mirá ?me dijo?, hay varias versiones sobre qué pasó aquel día, pero mi suegra es la fuente más fidedigna de todas.
Era de esperarse que así fuera. Su marido había sido el principal involucrado y el único herido en todo el asunto. Sin embargo, la señora tenía un recuerdo un tanto desdibujado sobre ciertos detalles que me interesaban.
?Ella no guardó nada de aquella época ?prosiguió Claudio?. No tiene ningún recorte, ni nada, de las notas que salieron en el diario. Pero de lo que sí está segura es que el suceso ocurrió para la época de carnaval del año 1973. En cuanto a los animales, eran dos leonas las que se escaparon del circo.
Leonas, no leones.
Un profundo cambio de sexo. Las leonas no tienen melena, pero son las cazadoras. Las más peligrosas.
Todavía me cuesta imaginarlas peladas cada vez que reconstruyo el acontecimiento en mi cabeza. Pero los testimonios se imponían. Por otra parte, no era 1975 o 1976 el año en cuestión, sino 1973. Un año complicado, lleno de simbolismos políticos y, a la postre, esperanzas fallidas.
?Las leonas se escaparon de un circo que estaba armado en un terreno frente a la Escuela Nacional N°2 ?continuó mi informante?. Salieron caminando por la calle y deberían estar muertas de hambre porque se dirigieron directamente hasta la puerta de una carnicería que estaba a dos o tres cuadras del circo. Se plantaron allí, de seguro al olfatear comida. Fue cuando alguien debió verlas e hizo la denuncia. Cuando la policía llegó, las leonas ?que eran bastante mansas? empezaron a correr hasta meterse en un terreno baldío, donde fueron acorraladas. Entonces, uno de los policías, medio asustadizo, le sacudió un tiro con tanta mala suerte que la bala rebotó en una pared y se le metió en la pierna a mi suegro. Acto seguido los animales fueron muertos a balazo limpio.
Un episodio sencillo, pero poco convencional para un pueblo de la pampa húmeda. Un hecho que la mala memoria había moldeado a gusto. Ya no había techos, ni leones melenudos, ni siquiera un patio interno con una sorprendida viejita haciendo sus quehaceres domésticos. La historia de Claudio resultaba mucho más verosímil.
Después de tantos años podía recrear cómo habían ocurrido realmente las cosas y parte del dramatismo que le había impreso a la situación desapareció de un plumazo.
Así todo, todavía quedan detalles por conocer.
¿Cómo se llamaba el circo en cuestión? ¿Qué responsabilidades penales le cupieron a su propietario? ¿Quién hizo la denuncia y cuántas personas vieron a las leonas deambulando por la calle? ¿Dónde quedaba exactamente y cuál era el nombre de la carnicería? ¿En qué día de febrero o marzo de 1973 ocurrió la fuga? ¿Cómo fue posible que los animales se escaparan? Y tal vez lo más interesante, ¿cómo recordó lo acontecido la víctima del disparo? ¿Fue un momento decisivo de su vida o apenas una anécdota un tanto dolorosa?
Desconozco si estas preguntas puedan tener alguna vez respuestas claras. Posiblemente la Web haga el resto del trabajo y anónimos lectores puedan aportar nuevos datos a los conseguidos. Por lo que a mí respecta, me doy por satisfecho. Finalmente, aquellos leones… perdón, leonas, tomaron forma más concreta y una difusa historia de mi infancia se llenó de referencias comprobables, aunque más no sea a través del testimonio oral.
La furia leonina, simulada por un taxidermista
Hace unos pocos años me propuse conocer el paradero real del enorme muñeco de King Kong utilizado en la película producida por Dino de Laurentis en 1976 y del que se habían perdido todos sus rastros en la ciudad de Mar del Plata, hacia mediados del invierno del "79. Finalmente, y tras un periplo extraordinariamente divertido, en el que se entrecruzaron encuentros y desencuentros, coincidencias, pistas falsas y verdaderas, llegué a la conclusión de que el famoso gorila-animatrónico de Hollywood había terminado sus días en un oscuro depósito de Carolina del Norte (EE.UU.) y no pudriéndose en un baldío de Batán, a las afueras de Mar del Plata, como rezaba la leyenda urbana.
Como es de imaginar, en el tema de las leonas habría algunas preguntas más por hacer.
¿Dónde es que fueron a parar sus cuerpos? ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Los enterraron? ¿Se las llevó el circo o fueron tiradas en algún campo vecino para que se convirtieran en alimento de bestias carroñeras?
Para estas dudas tengo ?sí? una respuesta concreta: las leonas siguen estando en Bolívar. Al menos allí estaban a principios del año 1980.
Pero, ¿en dónde? ¿Deambulando como los "felinos fantasmas" que según dicen pululan por el mundo?
No, nada de eso. Los fantasmas, sean o no de grandes gatos, no existen. El destino de las leonas resultó mucho más prestigioso que la miserable jaula oxidada de la que se escaparon.
Paradójicamente, después de muertas, permanecieron a escasos doscientos metros de mi antigua casa. Y allí deberían seguir estando. Duras, tiesas, simulando una fiereza que tal vez no exhibieron al momento de ser acribilladas.
Me encantaría poder ir a visitarlas. Mirarlas a los ojos y, al mismo tiempo, contarle a alguien la breve historia del oficial Berretereix en aquel día de 1973.
Aunque, pensándolo bien, el encargado de ese lugar tal vez la conozca mucho mejor yo. Especialmente contándolas entre las piezas de animales embalsamados que se exhiben en el Museo Municipal Florentino Ameghino de Bolívar.
Buenos Aires
Octubre 2017
Nota de agradecimiento:
Quiero darle las gracias a Claudio Garayalde, a Freddy Álvarez e indirectamente a la esposa del entonces oficial Néstor Berreterreix, por los datos brindados que hicieron posible la redacción de esta crónica; cuyos errores ? si los hubieran ? corren por exclusiva cuenta de quien escribe.
Por último, vaya mi más amoroso agradecimiento a mis padres, Jorge y Enriqueta, por la búsqueda digital en la que se vieron involucrados y las historias que de chico supieron contarme exaltando mi imaginación.
FJSR
Autor:
Fernando Jorge Soto Roland*
[1] V?ase: ??Una pantera suelta en Castilla? Vecinos de la Sierra Norte de Guadalajara denuncian el avistamiento de un gran felino, un deporte nacional en el reino Unido? en El Pa?s, 23/08/2017. disponible en Web: https://politica.elpais.com/politica/2017/08/23/diario_de_espana/1503504575_383898.html
[2] V?ase el informe sensacionalista de Iker Jim?nez: Fauna m?tica: La pantera de Berja. Disponible en Web: http://www.ikerjimenez.com/cuartomilenio/9-temporada/9×02/videos/fauna-mitica/ //Asimismo v?ase: La Pantera fantasma. Disponible en Web: http://www.misteriosenlared.com/la-pantera-fantasma-de-berja/?i=1
[3] V?ase: Grandes gatos brit?nicos, Wikipedia. Disponible en Web: https://es.wikipedia.org/wiki/Grandes_gatos_brit%C3%A1nicos
[4] Cohen, Daniel, ?Leones quim?ricos? en La Enciclopedia de los Monstruos, Edivisi?n, M?xico, edici?n 1990, pp. 102-105.
[5] V?ase: ?Nueva oleada de panteras fantasmas?, revista A?o Cero. Disponible en Web: http://www.xn--revistaaocero-pkb.com/secciones/parapsicologia/nueva-oleada-felinos-fantasma
[6] Colombres, Adolfo, Seres sobrenaturales de la cultura popular argentina, Biblioteca de Cultura Popular, Ediciones del Sol, Buenos Aires, 1984, p?g. 36.
[7] V?ase: G?mez, Luis Alfonso, ?El gui?n de toda crisis panterol?gica? en Magonia, agosto 2013. Disponible en Web: http://magonia.com/tag/pantera-fantasma/