Descargar

El Sartre marxista y la teoría del compromiso

Enviado por [email protected]


    1.-Construcción sartreana del intelectual

    2.-

    3.-Sartre: el escritor que escribe sobre los hititas

    1970, entrevista a Sartre, veinticuatro años más tarde de la publicación de El existencialismo es un humanismo: "¿Cómo ve usted la relación entre sus primeros escritos filosóficos, en particular "El ser y la nada", y su trabajo teórico actual, digamos después de la "Crítica de la razón dialéctica"?

    Jean-Paul Sartre: El problema fundamental es el de mi relación con el marxismo. Quisiera tratar de explicar, por mi biografía, ciertos aspectos de mis primeros trabajos, pues eso puede ayudar a comprender por qué he cambiado tan radicalmente de punto de vista después de la segunda guerra mundial. Podría decir, recurriendo a una fórmula simple, que la vida me ha enseñado "la fuerza de las cosas" ". (SARTRE, 1970). Este Sartre se escandaliza del aludido en el apartado anterior: "El otro día, releí el prefacio que había escrito para una reedición de esas obras –Las moscas, A puerta cerrada y otras- y me sentí verdaderamente escandalizado. Había escrito esto: "Cualesquiera que sean las circunstancias, en cualquier lugar que sea, un hombre es siempre libre de elegir si será un traidor o no" Cuando leí eso me dije: "Es increíble: ¡lo pensaba verdaderamente!" ". (SARTRE, 1970).

    Se escandaliza de manera análoga a como los marxistas, a los que contraatacaba en aquel entonces, lo hacían. Es que este Sartre ha empalmado el existencialismo, tal y como él lo delineaba, al marxismo que lo acusaba de burgués en tanto abstracto y evasor de lo que en realidad es concreto: la sociedad. Posiblemente, algo en la categoría de libertad se haya ido desplomando junto con la ocupación alemana en París. Esa categoría absoluta en la abstracción de Sartre iba volviéndose cada vez más insostenible dentro del marco de la escasez de elecciones que ofrecía Europa en los primeros `40. Posiblemente, también, la categoría de determinación, que la crítica marxista no dejaba usar toda vez que de Sartre escuchara o leyera la palabra libertad, haya comenzado a ser vista por éste como una línea de continuidad con su teoría, indudablemente más feliz que su descarrilamiento metafísico y abstracto ya señalado más arriba, en el que caía minutos después de rechazar con contundencia la abstracción y la metafísica. O quizás, y esto es en definitiva lo más atendible, Sartre haya comenzado a ver, en las propias calles de la París sin opciones, aquello acerca de lo cual los críticos marxistas lo habían advertido: sólo es pensable una libertad si es en términos abstractos, es decir ciegos, y un teórico de la libertad en medio de esas condiciones objetivas es un teórico abstracto, es decir, ciego. Sartre vio el marxismo en la ciudad, una ciudad ocupada por el nazismo.

    Pero no demoró en verlo los veinticuatro años que separan El existencialismo es un humanismo de esta entrevista de "New Left": ya un texto como ¿Qué es la literatura?, publicado en 1948, establecía una evidente autocrítica, aunque implícita todavía, del Sartre de 1946.

    El de 1948 comienza a ser el Sartre que será más adelante: una suerte de vocero de la intelectualidad francesa y del proletariado del mundo, un hombre con megáfono, el intelectual conscientizador marxista del Mayo de 1968. Este Sartre, ya en germen y aún con la desconfianza de sus viejos críticos marxistas, es el que habrá orientado al marxismo sus categorías existencialistas, tales como la responsabilidad, el actuar de mala fe, el deber ser de la escritura y su función, el ser- en- situación y la libertad. Todas éstas, categorías englobadas por su noción principal desde este enfoque: el compromiso. Léase: el compromiso tal y como desde el segundo Sartre debemos entenderlo.

    "Todos los escritores de origen burgués han conocido la tentación de la irresponsabilidad; desde hace un siglo, esta tentación constituye una tradición en la carrera de letras" (SARTRE, 1948). Así comienza Sartre ¿Qué es la literatura?, obra a la que Edward Said llamó "una profesión de fe como intelectual" (SAID, 1994). Este Sartre en pleno viraje teórico no iba a dejar de abrir controversias, ahora con su teoría del compromiso, que tuvo influencia en intelectuales argentinos y que le ayudará más adelante a ser un referente en el Mayo francés del 68. En esta su presentación de Les Temps Moderns, que adherirá después al marxismo soviético, Sartre se posiciona especialmente contra la doctrina del arte por el arte y el realismo burgués. Sumergido aquí en lo concreto tal y como los marxistas que meses atrás lo criticaban entienden por concretud, el prólogo de ¿Qué es la literatura? es un manifiesto sobre la importancia y el peso de la escritura como herramienta de intervención política. Si la escritura es algo influyente, tal y como se presupone en esta obra de Sartre, habrá entonces que habitarla con esa conciencia y esa responsabilidad; su condena principal va dirigida a aquellos que la subestiman como herramienta de fuerza política y la practican en cambio como ejercicio estético y neutral. En la Introducción a este texto, Sartre plantea una pregunta central cuyos desdoblamientos ya nos sugieren un compromiso: ¿Qué es la literatura?:

    "Si podemos cumplir lo que prometemos, si hacemos compartir nuestras opiniones a algunos lectores, no sentiremos un orgullo exagerado; nos limitaremos a felicitarnos de haber vuelto a encontrar la tranquilidad de conciencia profesional y de que, al menos para nosotros, la literatura haya vuelto a ser lo que nunca debió dejar de ser: una función social" (SARTRE, 1948) Aunque resulte curioso, ninguna de las respuestas que Sartre da sobre literatura intentan definirla en sí misma, como hubieran hecho los críticos inmanentistas: aquí la pregunta se responde en el orden de un deber ser, al estilo de los teóricos de corte o influencia marxista más o menos ortodoxa, con sus diferencias y semejanzas: no importa qué es la literatura, a pesar del título de la obra: importa verdaderamente para qué sirve. Esto puede corroborarse en las subdivisiones que Sartre hace de aquella pregunta inicial. A ¿qué es la literatura? le sigue una pregunta como ¿para quién se escribe? Aquí, como bien señalará el crítico inglés Terry Eagleton en su obra Una introducción a la teoría literaria (EAGLETON, 1983), se alude directamente a una teoría de la recepción y de la escritura, que recuerda a lo que Iser llamará Lector implícito. En este caso, los lectores implícitos son para Sartre los contemporáneos: un planteo existencialista del aquí y el ahora, de la situación particular, reforzado ahora con tintes marxistas que corrigen sus deslices metafísicos, no podría menos de pretender escribir para su aquí y ahora, para su situación particular, en compromiso para con la única parcela de existencia que le corresponde al ser humano: su tiempo. Aquí encontramos su repudio a corrientes como la del arte por el arte, abstracta y reacia a vincular a la literatura con el conocimiento y la concientización.

    Si Sartre se preocupa, como escritor comprometido, por el peso que la palabra tiene en la recepción, instancia, por otra parte, constitutiva de la escritura misma, no sería muy difícil comenzar a alistarlo, como intelectual, en las filas marxistas, en tanto proclama e intenta ser consecuente con un perfil de escritor- intelectual que ve a la escritura en guerra con la falsa conciencia. El compromiso de Sartre, en esta dirección, es con la recepción contemporánea al escritor porque es ésta la única que puede dialogar con él; es la única a la que puede hablarle porque es la única época en la que cabalmente puede intervenir; véase si no el siguiente reparo de Sartre sobre los escritores "comprometidos" que, desatendiendo lo único que pueden atender: su época, pretenden hacerse cargo de un futuro inasible: "La inmortalidad es una terrible coartada: no es fácil vivir con un pie más allá de la tumba y con el otro más acá. ¿Cómo resolver los asuntos del día cuando son mirados desde tan lejos? ¿Cómo apasionarse por un combate o disfrutar con una victoria? Todo es lo mismo. Nos miran sin vernos; hemos muerto ya a sus ojos y vuelven a la novela que escriben para hombres que no verán jamás. Se han dejado robar sus vidas por la inmortalidad. Nosotros escribimos para nuestros contemporáneos y no queremos ver nuestro mundo con ojos futuros –sería el modo más seguro de matarlo -, sino con nuestros ojos reales, con nuestros verdaderos ojos perecederos. No queremos ganar nuestro proceso en la apelación y no sabemos qué hacer con una rehabilitación póstuma; es aquí mismo, mientras vivimos, donde los pleitos se ganan o pierden." (SARTRE, 1948). Si, en fin, la escritura y el intelectual mismo deben intervenir en lo social, tampoco deben hacerlo de cualquier manera. En este sentido podríamos decir que esta obra es también un manual de estrategias para el que toma la palabra, estrategias que, como se verá en la próxima sección, pueden terminar siendo objetadas por otros intelectuales justamente como de poco alcance. Entre las estrategias sartreanas, y en relación con lo dicho anteriormente sobre la recepción en la que debe pensar el escritor al momento de comprometerse, Sartre piensa también la cuestión temporal en el escritor mismo: si por un lado el escritor debe imaginarse una recepción que comparta su situación temporal, esto es, los debates y sucesos de su época común, también deberá tenerse en cuenta que el escritor mismo, si luego de un análisis de su propia textualidad, observa que su discurso ya no es contemporáneo a su época (obsolescencia crítica), debe silenciarse a sí mismo para no incurrir, ahora, en el desacierto de escribir apuntando a problemas o reflexiones pasadas, ya fuera de la situación del escritor y su recepción y, por tanto, fuera de toda efectividad crítica: "el deber del literato consiste, no solamente en escribir, sino también en saber callarse cuando es necesario" (SARTRE, 1948).

    El escritor deberá apuntar su lucidez crítica no solo al abordaje de los problemas de su época, no solo a desempolvar permanentemente su falsa conciencia y a combatir el discurso dominante que por todos lados lucha por habitarlo, sino también a no perder la perspectiva del devenir histórico, a marchar a la par de su ritmo, a leer a ritmo histórico el surgimiento de nuevos problemas y la extinción de los viejos. De acuerdo con el cuidado que se tenga en estos aspectos en particular, el escritor será alguien que tendrá o no tendrá algo para decir. Por eso nos hemos detenido en la cuestión temporal: de las preguntas que Sartre se hace, es quizás la más importante por contener en cierta forma las demás problemáticas que el intelectual sartreano no debería perder de vista.

    ¿Qué es escribir?, se pregunta luego Sartre, manifestando a cada momento y con cada una de las respuestas a las preguntas que él mismo se formula las enormes diferencias que separan la obra aludida en el apartado anterior y ésta: escribir es comprometerse, tomar una posición política en todos los casos, desde el mismo instante en que un bolígrafo traza palabras en un papel; es decir siempre algo, aunque esto mismo no se desee; la fuerza de la palabra es todavía contundente, aún cuando lo dicho sea por omisión: escribir es comprometerse directamente con la época, con la contemporaneidad del que escribe, bien o mal. En suma, Sartre fuerza a los escritores a tomar consciencia de que lo que están utilizando es una herramienta que, mal utilizada, puede resultar peligrosa y que, por tanto, debe ser utilizada con el cuidado que amerita su peso en la sociedad. No obstante, si Sartre observa que siempre se está comprometido con algo al momento de escribir, aún cuando ciertos escritores no quieran involucrar a la literatura con el compromiso político (y, estrictamente, por eso mismo) podría parecer que la teoría del compromiso sartreana no dice más que obviedades. Dicho en otros términos: ¿para qué sirve una teoría del compromiso tan "fácil", si siempre estamos comprometidos? La contradicción se libera cuando Sartre sostiene que debe escribirse con una plena conciencia de que se está tomando una postura y, más aún, de qué postura se está tomando. Así como anteriormente, en el existencialismo burgués visto en el apartado anterior, el compromiso era con la libertad y la mala fe era atribuir a factores externos situaciones en las que el sujeto es el verdadero responsable, en esta etapa sartreano- marxista del compromiso, el acto genuino se basa en la conciencia de ese compromiso, y con las cláusulas (la contemporaneidad, lo concreto, la funcionalidad social de la escritura) que Sartre mezcla con el marxismo: "Ya que el escritor no tiene modo alguno de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su época; es su única oportunidad; su época está hecha para él y él está hecho para ella. (…) Ya que actuamos sobre nuestro tiempo por nuestra misma existencia, queremos que esta acción sea voluntaria" (SARTRE, 1948).

    ¿Por qué se escribe? es la última pregunta de Sartre sobre literatura en esta obra: y la responderá instigando a que se escriba para hacer uso de esa herramienta social que es la escritura en la recepción, con el fin de multiplicar los márgenes de libertad en el individuo. Nótese, de paso, en comparación con el primer apartado, que la categoría de situación ahora ha penetrado en aquel Sartre abstracto hasta el punto de cambiar de plano lo que entendía dos años atrás por libertad: mientras que en El existencialismo es un humanismo se preguntaba qué hacer con la libertad y cómo conducirse en ella, aquí, aunque aún no abandone parte de su viejo discurso, acota un poco, matiza los márgenes de sus posibilidades de ejecución en el sentido de que aunque habitemos en ella, no lo hacemos de manera exclusiva: "Concebimos sin dificultad que un hombre, aunque su situación esté totalmente condicionada, puede ser un centro de indeterminación irreductible. Ese sector imprevisible que se muestra así en el campo social es lo que llamamos libertad y la persona no es otra cosa que su libertad. (…) Nosotros nos limitaremos a observar que, si la sociedad hace a la persona, la persona, por una vuelta parecida a la que Augusto Comte denominaba paso por la subjetividad, hace a la sociedad" (SARTRE, 1948). Se busca poner al hombre en relación con su responsabilidad y con su libertad matizada; poner al hombre en posesión activa de lo que es, haciéndolo consciente de lo que se ha hecho, en principio, de él. En esta doble visión (dialéctica) se basa, ahora, Sartre.

    En ¿Qué es la literatura?, entonces, Sartre, por momentos plenamente crítico en términos marxistas y por momentos defensor a ultranza de una cierta noción de "libertad en última instancia", traza, sin embargo, sus primeras líneas consistentes respecto del intelectual que terminará siendo. Función social, según citamos, dice Sartre en ¿Qué es la literatura? Una función social que tiene en común con ciertas líneas marxistas el ver a la obra literaria como un instrumento que debe estar al servicio de la conciencia de clase, una función social que tiene como corolario desnudar los presupuestos universalistas de la burguesía a lo largo de su historia de una manera que a un Foucault de veintidós años le serviría con seguridad para sus posteriores trabajos. Este desmantelamiento de los universalismos burgueses es trabajado por Sartre aquí según la lectura que realiza del espíritu de análisis, estrechamente ligado a la categoría de ideología, y que bajo la lente sartreana es componente fundamental del discurso a través del cual la burguesía se afianzó en el poder, denunciando las desigualdades a priori del feudalismo para con las otras clases sociales y, posteriormente a la época dorada de la burguesía como clase universal (esto es, después de que comiencen a producirse desfasajes de clase), refuncionalizando los viejos gritos de libertad, igualdad y fraternidad para conservar una universalidad de clase que comenzaba a ser falsa. El trabajo del Sartre de posguerra, la tarea del Sartre en tanto intelectual del compromiso (de este compromiso), es entonces, por una parte, develar los falsos presupuestos de la burguesía, y por otra, denunciar a los escritores que se eligen burgueses (cuando bien podrían haber renunciado a ser funcionales a la clase de la que surgieron: una parcela de libertad de elección desaprovechada o utilizada por ellos de mala fe). Cuando la función social objetiva que Sartre le atribuye a la literatura en sus tres preguntas antes analizadas es ignorada (generalmente en forma voluntaria), se está frente a un escritor que se ha elegido, en términos de Antonio Gramsci, orgánico: burgués, provenga de la clase que provenga.

    Compromiso, responsabilidad: retomamos términos que Sartre había utilizado muy de otra manera en sus primeros trabajos, en su faz "abstracta" que ahora el propio Sartre bien hubiera llamado "burguesa" como lo hicimos nosotros aquí. Burguesa porque él se mostraba en sus escritos pasivo frente a las problemáticas concretas e históricas que le rodeaban al cierre de la guerra. Burguesa, también, porque el propio Sartre, al decir en ¿Qué es la literatura?: "aunque nos mantuviéramos mudos y quietos como una piedra, nuestra misma pasividad sería una acción. Quien consagrara su vida a hacer novelas sobre los hititas tomaría posición por esta abstención misma. El escritor tiene una situación en su época; cada palabra suya repercute. Y cada silencio también. Considero a Flaubert y Goncourt responsables de la represión que siguió a la Comuna porque no escribieron una sola palabra para impedirla" (SARTRE, 1948), está ejerciendo una autocrítica visible sobre su trabajo inicial abstracto en tiempos donde los críticos marxistas le demandaban ser concreto. Esta asociación entre abstracción y burguesía es fundamental para comprender al Sartre de 1948, en la medida en que la burguesía no podrá sino ser abstracta (en tanto que falsamente universalista) precisamente para velar (a través del velo de la ideología) lo concreto, que nada tiene que ver, ahora, ni con la libertad ni con la igualdad ni con la fraternidad. El escritor que escribe sobre los hititas no dista del primer Sartre, el que habla de libertad universal, porque ninguno de los dos, por responsable que parezca el segundo en comparación con el primero, se involucra verdaderamente, en sus escritos, en la problemática que le concierne, en su época.

    Como sea, este apartado ha servido únicamente a lo que debemos entender por el Sartre de influencias marxistas, el que ya no discute las viejas críticas que sí discutía en El Existencialismo es un humanismo. Todo esto nos lleva ahora a continuar un recorrido que nos permitirá apreciar cómo Sartre termina construyendo una representación del intelectual de la que todavía no hemos hablado en forma específica.

    1.-Construcción sartreana del intelectual

    Puede ir observándose, según lo dicho hasta el momento, que Sartre pretende del intelectual un compromiso que abogue, por así decirlo, en pro de una concientización de la recepción, específicamente de las masas dominadas por la clase dirigente. El prototipo del intelectual sartreano queda implícito hasta este apartado, donde desarrollaremos el modelo que el propio Sartre sugiere manifiestamente.

    En Situations VIII, Autour de 68 [Situaciones VIII, Alrededor del 68], Sartre construye una representación del intelectual según la cual éste se vuelve tal a partir de una especie de momento de revelación, un momento en el que cobra consciencia de una contradicción entre su praxis y el destino que a ésta se le da: "(…) se los puede encontrar [a los intelectuales] en el cuadro de los que yo llamaría las técnicas del saber práctico. En realidad todo saber es práctico. Pero no hace mucho tiempo que eso se sabe, por ello empleo esas dos palabras juntas; los técnicos del saber práctico constituyen o utilizan, por medio de disciplinas exactas, un conjunto de conocimientos que tienden en principio al bien de todos. Ese saber tiende, naturalmente, a la universalidad: un médico estudia el cuerpo humano en general para poder curar, en no importa quién, una enfermedad cuyos síntomas habrá descubierto y para la cual conocerá los remedios. Pero el técnico del saber práctico puede ser, igualmente, un ingeniero, un sabio, o un escritor, un profesor. En todos los casos, en efecto, se encuentra la misma contradicción: el conjunto de sus conocimientos es conceptual, es decir universal, pero no sirve nunca a todos los hombres; sirve, en el conjunto de los países capitalistas, ante todo a ciertas categorías de personas, pertenecientes a las clases dirigentes y a sus aliados. Desde ese punto de vista, la aplicación de lo universal nunca es universal, es particular, concierne a particulares. De allí resulta una segunda contradicción, concerniente al técnico mismo que es universal en sus trabajos generales, en su manera de conocer, pero que se encuentra de hecho trabajando para los privilegiados y, de golpe, se pone de su lado: esta vez es él mismo quien está en juego. Aún no hemos definido el intelectual; hay técnicos del saber práctico que se acomodan muy bien a su contradicción o que se arreglan para evitar sufrir por ella. Pero cuando uno de ellos se da cuenta de que su trabajo universal sirve a lo particular, entonces la conciencia de esa contradicción –lo que Hegel llamaba conciencia desgraciada- , es precisamente lo que lo caracteriza como intelectual." (SARTRE, 1970)

    El intelectual es, entonces, un ser que percibe que ya no puede volver a ser el mismo, que acomodar su conciencia nueva a cualquier forma de conservación de su complicidad con la clase dirigente es nefasto porque la verdad objetiva se presenta como imposible de evadir y no hay siquiera la posibilidad de que actuar de mala fe le resulte convincente. En suma, el intelectual, al nacer en este cambio de perspectiva que va del alienado técnico del saber práctico a la conciencia desgraciada, se ve obligado, sin opciones ni posibilidad real de elegir, a resolver de alguna manera su contradicción en principio interna. Es llamativo cómo Sartre, aquí, no renuncia, como podría suponerse, a la categoría de libertad que era la columna vertebral de su filosofía abstracta: Sartre ve la libertad precisamente en toda esa praxis impredecible que, una vez que el intelectual se transforme en tal, se inclinará a ejecutar.

    Pero esta especie de criatura monstruosa que germina, el técnico que des- cubre la perspectiva objetiva del mundo, no lo hace simplemente por una crisis interna, casi adolescente, inmanente del sujeto; precisamente, esta contradicción es constitutiva del propio sistema, se trata de una contradicción que surge en su corazón mismo, y es así como el sujeto, al encontrarse con su desesperante situación (vale decir, al situarse forzosamente), ha comenzado a leer, con el mismo movimiento y para su alivio y desesperación simultáneos, una de las contradicciones inherentes al propio estado actual de cosas que simplemente lo penetra también en él. Su perspectiva nueva, entonces, desmiente, simultáneamente, la universalidad del hombre en el capitalismo, la rectitud ética de sí mismo en tanto individuo al ser cómplice de la reproducción de la dominación y los privilegios como constitutivos de la clase dirigente, y, finalmente, des- individualiza la crisis al cobrar, ese individuo, conciencia de su condición de mera metonimia de toda la sociedad capitalista, ahora una sociedad objetivamente injusta. De pronto está ante una nueva perspectiva, de repente está en el lugar exacto de quien debería ser un denunciante de la injusticia social, y entonces no puede vivir, en caso de que devenga intelectual, sino del otro lado de la dominación. Este pasaje al otro lado, no obstante, no es del todo posible: el técnico del saber práctico devenido intelectual es observado con desconfianza por aquellos con los que viene a solidarizarse, y es despreciado al mismo tiempo por las clases dirigentes que lo ven, mínimamente, como a un desagradecido, como un desertor y como alguien que ha pasado a "meterse en cosas que no le conciernen" (SARTRE, 1965)

    Sartre realiza, en este trabajo, una rápida tipología de intelectuales que poseen mayor o menor efectividad crítica de acuerdo a su praxis: entre los tipos de intelectual de los que se ocupa están los que buscan autoconstruirse como combativos sin terminar de ser funcionales a la clase dirigente, intelectuales aparentemente comprometidos pero formalmente orgánicos (Gramsci) ya que son funcionales a la clase dirigente en su posición de técnicos del saber práctico particularizado de hecho; este tipo de intelectual es llamado por Sartre intelectuales clásicos: "Nada mejor que denunciar la guerra de Vietnam para los profesores de la Universidad norteamericana. Pero esa denuncia es poca cosa (ineficacia relativa) después de los trabajos que algunos de ellos efectúan, en los laboratorios puestos a su disposición, para dar nuevas armas al ejército de los Estados Unidos." (SARTRE, 1970). Con todo esto no sostiene Sartre sino que, y en esto mucho tuvo que ver el Mayo francés de 1968, la figura del intelectual clásico no contenta o no debería contentar llanamente al técnico del saber práctico devenido intelectual. Es de suponerse que ese intelectual siga siendo orgánico mientras no pliegue radicalmente su existencia real y sus saberes (ahora "hurtados" a la clase dirigente) a las clases oprimidas. Con todo, esta clase de intelectual clásico, no del todo derribado finalmente por la revuelta metodológico- política del Mayo francés por insuficiente y por funcional al poder a pesar de todo, no constituye el escalafón más bajo en lo que podríamos llamar provisoriamente ineficacia estratégica: son aquellos a los que Sartre llama falsos intelectuales, o quizá, intelectuales reformistas, la clase de (pseudo) intelectual más peligrosa; ellos "Toman pues el porte del intelectual y comienzan por impugnar como él la ideología de la clase dominante, pero es una impugnación trucada y constituida de tal manera que se agota en sí misma y muestra así que la ideología dominante resiste a toda impugnación; en otros términos, el falso intelectual no dice no como el verdadero; cultiva el "no, pero…" o el "lo sé muy bien y sin embargo…" ". (SARTRE, 1965; el subrayado pertenece a la fuente) Ante estos falsos intelectuales, que falsean también las posibilidades de generar críticas al sistema y dan solo un efecto de impugnación, no cabría otra cosa, sostiene Sartre, que la radicalización de la posición del intelectual propiamente dicho, una radicalización estratégica, casi pedagógica, que limpia, en cierta forma, los relativismos maquiavelistas del falso intelectual.

    Está claro que Sartre ve el rol del intelectual como un agente que debe plegarse a las clases oprimidas de varias formas, no únicamente desde su denuncia verbal (intelectual clásico); esta representación de intelectual es la del que pone también el cuerpo, la figura del que denuncia, del que devela las formas encubiertas que tiene la clase dominante en tal y cual circunstancia de dar vigencia a su ideología; es por tanto, una figura intervencionista a todo nivel; resulta evidente, por un lado, cómo Sartre quiere escapar de esa construcción "cerebral" que se ha hecho del intelectual clásico, para configurar uno que, a raíz de su conciencia desgraciada, se sitúe, volviéndose concreto y activo, solidario con una clase a la que no pertenece (la oprimida), abogado y conscientizador de las masas, denunciador de injusticias de clase, portavoz de los oprimidos y, sobre todo, alguien que tome la mayor distancia posible de su condición a priori de orgánico al poder, esto es, de su condición de técnico del saber práctico. Por otra parte, es también evidente la manera en la que Sartre complejiza su categoría de compromiso y las estrategias del intelectual con el correr de sus obras. Al intelectual que pretende Sartre no le basta con el ejercicio crítico en su disciplina específica; es, en los términos que Edward Said utiliza en Representaciones del intelectual parafraseando a su vez a Michel Foucault, un intelectual universal (SAID, 1994).

    Como puede apreciarse, repasando, sobre todo en tren de culminar las comparaciones con el Sartre al que dedicáramos unos parágrafos en la primera parte de este trabajo, aquí hay varias cosas, a esta altura, que no se pueden elegir. La categoría de elección, estrechamente relacionada con la de libertad, cambia radicalmente entre El Existencialismo es un humanismo y el Sartre que ya prefigura ¿Qué es la literatura?. Pero aumentando la distancia entre un Sartre y otro, el Sartre del `68 francés será el predicador de una actitud a la que estamos obligados. Como técnicos del saber práctico, cobramos conciencia desgraciada; tan pronto como a partir de allí mismo, empiezan los compromisos obligados, a menos de actuar lo suficientemente de mala fe como para acomodar la conciencia desgraciada a un olvido artificial.

    Para finalizar esta sección, remito finalmente a dichos del propio Sartre: el primero corresponde a 1960 en una entrevista realizada por Madeleine Chapsal para Los escritores en persona: "(…) salvo un pequeño grupo de personas acomodadas, pertenecientes a la clase dirigente, la escritura o la política no se eligen. La situación decide. A los hombres del Frente de Liberación Nacional, por ejemplo, el problema político se les planteó inmediatamente, con violencia; es toda una generación que, desde la primera infancia, fue arrojada a la guerra. El recurso a la violencia no representa una opción, en este caso, sino una orientación por la situación. Después de esto, cuando la guerra termine, se encontrarán entre ellos, quizás, personas que escriban. Pero la política y la guerra habrán sido su herencia primero." (SARTRE, 1960); cito ahora nuevamente una entrevista a Sartre diez años después, en 1970, de la revista New Left, en donde puede verse claramente en qué ha terminado, diríase que desde ¿Qué es la literatura?, la categoría sartreana de libertad. Compárese sobre todo con las líneas iniciales dedicadas al Sartre burgués: "(…) hay que recordar que yo no estaba hecho para la política y que, sin embargo, la política me ha cambiado tanto que, finalmente, me he visto obligado a hacerla. Es esto lo que resulta sorprendente" (SARTRE, 1970).

    Las conclusiones que podríamos extraer de estas citas ya fueron sacadas en el transcurso de esta sección. La relación entre el intelectual (con su respectiva metamorfosis que va desde el técnico del saber práctico hasta la conciencia desgraciada, como se sintetizó arriba) y el compromiso involucra visiblemente un develarse de la falsedad del sistema capitalista, un develarse que se da desde el intelectual, que como hombre privilegiado por la clase dirigente, puede volverse consciente de la desigualdad constitutiva del sistema. Y este develarse va dirigido a las masas, a las clases oprimidas en tanto se pueda, que son las que, ante todo, deben volverse conscientes de la desigualdad que padecen: "Mostrar, demostrar, representar. Eso es el compromiso. Después de eso, la gente se mira y hace lo que quiere" (SARTRE, 1960). Ese es el rol del escritor en tanto intelectual. Ese es el rol del intelectual, que debe desempeñarse, ante todo, en la acción, esto es, no abandonando el bolígrafo, sino fuera de la esfera de su saber específico. Es la única forma de renunciar a ser orgánico.

    2.-Conclusiones

    Se han elegido algunas entrevistas a Sartre y algunos de sus trabajos más representativos en relación con los temas que nos conciernen. El existencialismo es un humanismo nos fue útil para descubrir los puntos de partida abstractos de un Sartre que forzosamente (cualquiera sea el alcance de esta palabra) se ha visto en adelante involucrado en un compromiso de índole política y por el cual tuvo que renunciar a su condición de teórico burgués. Esto comenzaba a vislumbrarse en ¿Qué es la literatura? En este sentido, es más que esperable que Sartre conciba al intelectual como un técnico del saber práctico que poco a poco va descubriendo su conciencia desgraciada, ya que es Sartre mismo el que experimenta esta conciencia a lo largo de sus trabajos.

    Toda lectura de Sartre que atienda a su construcción de una figura de intelectual debería ser una lectura de balance de su obra crítica, a menos que se desee descuidar lo más notable de este balance: que el proceso de conversión de un burgués a un intelectual se percibe tangiblemente en su propia obra crítica. Este proceso, explicado por Sartre en Alrededor del 68, se vuelve la glosa aclaratoria de toda lectura de Sartre que vaya por estos carriles.

    Podríamos decir que Sartre fue un intelectual que resolvió a lo largo de su vasta producción crítica y literaria, los problemas inmediatos de su tiempo y, para decir más, fue capaz de dar una perspectiva concreta al intelectual a través de la noción de situación; fue capaz de enmarcar las estrategias a llevar adelante por parte del intelectual de su tiempo a través de la noción de compromiso, fue capaz de concebir una posibilidad en el hombre de convertirse en crítico de la propia criatura en la que fue convertido por el sistema a través de la noción misma de intelectual, fue capaz de no perder finalmente la visión dialéctica (que demasiados marxistas pierden) entre la libertad y el condicionamiento, y, finalmente y quizá como el punto fundamental en la figura de Sartre como referencia obligada en lo que respecta a la relación escritor – política, ha podido articular todas estas nociones desde una autocrítica formidable, desde una revisión permanente de sus propias consideraciones y desde una agudeza crítica para con su propia existencia social, punto de referencia difícil de ver por estar demasiado cerca de los ojos.

    Algunos intelectuales sartreanos tienen la suerte de morir a tiempo sin tener que lidiar con una pregunta que debe ser al menos molesta: ¿cuándo se deja de ser actual? ¿cuándo se pierde uno de la lectura actualizada de su tiempo? ¿puede esto advertirse fácilmente? Vuelvo, para cerrar, a estas palabras: "el deber del literato consiste, no solamente en escribir, sino también en saber callarse cuando es necesario" (SARTRE, 1948).

    Provocaciones: afinidades entre un Sartre y Borges

    3.-Sartre: el escritor que escribe sobre los hititas:

    La imagen de intelectual de Sartre en el marco del fascismo internacional de 1946 dista demasiado poco de la del Borges de la Dictadura militar argentina entre 1976-1983, también en un marco de fascismo. Borges, pero también Sartre, dotados, en alguna de sus aristas (pues ya se hablará de Borges y su supuesta condición de a- crítico), de una abstracción sorprendente en un contexto donde era condenablemente poco ético serlo. Lo de Sartre, sin embargo, puede resultar quizás doblemente impugnable en la medida en que estaba, por voluntad propia, ligado a la discusión política y, no obstante ello, seguía aferrado a una abstracción teórica asimilable a la de la falsa conciencia. Borges, en cambio, según dijo en su arrepentimiento posterior por su evasión política (no podemos menos que creerle), desconocía por completo aquella su realidad histórica.

    La aseveración es polémica pero no carente de sentido, y obliga a preguntarse lo que sigue: ¿no es peor un escritor- vocero mal comprometido que un escritor del que sabemos claramente que podemos esperar poco en términos específicamente políticos? El primero, que es Sartre, se autoconstruye de tal manera que necesita que la recepción lo lea y se vea representada, en última instancia, por él en términos políticos. ¿No pretende ese escritor que se confíe demasiado ciegamente en él? ¿No es potencialmente mucho más dañino un falso responsable dando directivas (Sartre de 1946) que un abierto irresponsable que no representa demasiado a su recepción (Borges)? Este, por otro lado, no es un riesgo del intelectual en general, sino del intelectual de perfil sartreano- marxista, ese intelectual vocero y representante de aquellos por los que habla.

    Fernán Tazo