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Barrios populares e identidades colectivas (página 2)


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Estos espacios asociativos juveniles, por lo general fueron vistos con recelo tanto por las autoridades como por los líderes comunales, quienes los apoyaban siempre y cuando se les subordinaran; a la vez, los nuevos grupos veían en las JAC un obstáculo a sus proyectos e identidad. Así, las diferencias casi siempre tornaron en conflictos, que se agudizaban cuando aún habían espacios comunales cuyo uso estaba por definir; por ejemplo, mientras que los lideres comunales deseaban ver convertido un potrero en Salón Comunal o un parqueadero (que genere renta) los jóvenes pugnaban porque allí se estableciera una biblioteca o un parque.

Aunque en los últimos años esta emergencia de una identidad juvenil nucleada en torno a asociaciones culturales continúa y amplía sus contenidos a otros temas como la salud y el medio ambiente, también se hace evidente que muchos jóvenes populares – en un contexto de cierre de oportunidades educativas, laborales y sociales – buscan conquistar su identidad por medios menos institucionales y más contestatarios; aglutinándose como grupos informales y pandillas en torno al consumo (en algunos casos producción) musical de ritmos como el rock, el punk y el rap., y de otros productos y símbolos ¨juveniles¨ (botines, gorros, jeanes, chaquetas..), estos jóvenes conquistan o reterritorializan algunos espacios barriales: calles, rincones, parques o construcciones abandonadas.

Estas nuevas formas sui generis de construcción de identidad – algunas acompañadas del consumo de drogas y prácticas ¨delictivas¨ – genera resistencias entre las generaciones mayores y las autoridades. En algunos casos, los líderes comunales y los comerciantes de un barrio, con el apoyo de la policía, promueven o realizan acciones de ¨limpieza social¨ contra estos jóvenes, a quienes consideran una enfermedad o lacra social. Esta estigmatización – con consecuencias fatales – de los jóvenes afianza en ellos una identidad contestataria y de resistencia a la ¨normalidad¨ imperante. Tal vez por ello, hoy la juventud popular se ha convertido en objeto de estudio y de políticas públicas y culturales por parte de diversas instituciones del poder.

Algo similar ha sucedido con las mujeres de los barrios populares en las dos últimas décadas. En un contexto de pérdida de capacidad adquisitiva y pauperización familiar y contra todo prejuicio pretérito, cada vez más es el número de mujeres que se vinculan a la generación de ingresos; algunas lo hacen desde el espacio familiar y barrial (costura, fabricación y venta de alimentos, lavado de ropas); otras deben salir del asentamiento para ir a trabajar en fábricas, talleres, almacenes y casas de familia, dejando a sus niños al cuidado de vecinas o de los hijos mayores.

Frente a esta situación, ha sido común que varias mujeres se asocien para encargarse del cuidado y atención de los niños del barrio, asumiendo – como señala Martín Barbero – ¨una maternidad colectiva¨ que se extiende a otras actividades cotidianas de la vida barrial, dado que ellas son las que permanecen más tiempo en el asentamiento y por tanto deben afrontar sus problemas cotidianos e imprevistos. Como esta labor comunitaria de las mujeres – a pesar de haber sido institucionalizadas por el gobierno como Hogares Infantiles, Jardines o madres comunitarias casi nunca es valorada adecuadamente por sus maridos y los líderes comunales, también deben luchar contra estos micropoderes su reconocimiento social.

Es así como jóvenes y mujeres de los barrios representan hoy los actores más activos en la vida asociativa en los barrios y quienes asuman una mayor participación en actividades, proyectos y programas de desarrollo comunitario, así como en redes locales o sectoriales de carácter independiente. En torno a estas prácticas, a las relaciones que con pares de otros barrios y a sus luchas comunes frente a quienes se les oponen, estos sujetos urbanos van forjando una identidad propia; deben construirla y negociarla continuamente para poder reconocerse como productores de sentido y desafiar su manipulación por los aparatos de poder (MELUCCI 1996).

Para estos casos, algunos autores (PIZZORNO 1987) prefieren hablar de ¨identificaciones¨ más que de identidades, para subrayar su carácter procesual constructivo – deconstructivo y prevenir la connotación esencialista que el lenguaje común o algunas políticas culturales quieren darle al término ¨identidad¨; en nuestro caso, seguiremos usando este último retomando las precisiones conceptuales que hicimos previamente.

En fin, vemos como los barrios, además de ser fuente de identidad aglutinadora de sus pobladores frente a otros habitantes de la ciudad, también son un espacio donde se forjan y expresan diferentes fragmentaciones y conflictos sociales que generan identidades particulares, muchas veces contrarias entre sí, pero que por esto mismo, enriquecen la trama social y cultural del mundo popular urbano. Por ello, la heterogeneidad de sujetos e identidades barriales no debe asumirse como un factor que fulmina toda pertenencia local aglutinadora; aunque a los ojos externos, la diversidad de sujetos barriales puede parecer una realidad caótica disociante, para sus pobladores esta coexistencia simultánea de varias lógicas sociales, espaciales y temporales, representa un orden propio que les garantiza control y desenvolvimiento en el barrio y defensa frente a extraños.

4. Identidades barriales y producción de subjetividad

La ciudad tiene futuro como una realidad que le da juego a la diferencia. Una racionalidad que liquida la diferencia no podrá hacer de la ciudad nada más que un infierno y por lo tanto, lo que se opone a la lógica absurda de la ciudad uniformada es una ciudad diferenciada, llena de barrios, de costumbres distintas, de fiestas distintas, de iniciativas distintas y no una ciudad programada..

Estanislao Zuleta

Las previas consideraciones sobre las identidades barriales, no se agotan en el reconocimiento y descripción de los procesos aglutinadores y diferenciadores de los sentidos de pertenencia barrial por parte de los sectores populares citadinos; también implica reconocer el potencial emancipador de estas dinámicas socioculturales frente a los procesos homogeneizadores y empobrecedores de la subjetividad individual y colectiva, promovidos por los intereses dominantes del sistema económico y cultural hegemónico: el llamado por Guattari (1995) Capitalismo Mundial Integrado (CMI).

Los procesos identitarios generados en los barrios populares constituyen un ¨frente cultural¨ (GONZALEZ 1994 y 1997), una trinchera y una alternativa frente a los procesos de masificación homogenizante e individuación promovidos por las dinámicas de mundialización capitalista; las identidades que se tejen en los barrios son, por un lado, instituyentes de subjetividad, y por otro, condición para la emergencia de nuevos sujetos sociales, a su vez portadores de inéditos sentidos de construcción social; al contribuir a la pluralización cultural y social, los procesos identitarios también se convierten en fuerza democratizadora de la sociedad.

Analizar la relación identidad – subjetividad, requiere aclarar el sentido del segundo concepto. Diversos autores actuales están reivindicando la categoría de subjetividad, frente a otras como clase o ciudadanía, dada su mayor potencial analítico. Felix Guattari (1996), la define como ¨el conjunto de condiciones por las que instancias individuales o colectivas son capaces de emerger como territorio existencial sui"referencial, en adyacencia o en relación con una alteridad, a la vez subjetiva¨. Por otro lado, Boaventura de Sousa Santos (1994) también destaca la subjetividad como ¨espacio de las diferencias individuales, de la autonomía y la libertad que se levantan contra formas opresivas que van más allá de la producción y tocan lo personal, lo social y lo cultural¨.

La categoría de subjetividad social está estrechamente relacionada con los procesos de identificación colectiva, dado que ¨involucra un conjunto de normas, valores, creencias, lenguajes y formas de aprehender el mundo, conscientes e inconscientes, físicas, intelectuales, afectivas y eróticas, desde los cuales los sujetos elaboran su experiencia existencial, sus propios sentidos de vida¨ (LAGARDE 1993). Para Hugo Zemelman, la subjetividad nos remite a una amplia gama de aspectos de la vida social (espaciales, económicos, políticos, culturales, generacionales, corporales), ritmos temporales y escalas espaciales diferentes, desde los cuales se producen y reproducen redes de relación social más o menos

delimitadas, que desarrollan elementos culturales distintivos a partir de los cuales los individuos refuerzan sus vínculos sociales internos y construyen una identidad colectiva que tiende a ser contrastante frente a otras (ZEMELMAN 1997).

La subjetividad, además de alimentar y expresar las identidades colectivas emergentes, también es el terreno de producción de nuevos sentidos de lo social; como plano no totalmente subordinado a la determinación social, la subjetividad además de ser memoria, conciencia y cultura, es una dimensión donde se cuece y se expresa lo incierto, lo inédito; por ello hay que considerarla, no como un lugar social delimitado, sino como un continuo, un proceso dinámico que se concreta, se cristaliza en concepciones, en instituciones, en colectivos sociales, pero como un ¨magma¨ , la subjetividad vuelve a desbordarlas, generando nuevos aglutinadores sociales (ZEMELMAN 1997).

Por ello, la reivindicación de la subjetividad, nos conduce a otra concreción de lo social que más allá de las identidades colectivas: el de los sujetos sociales. Esta categoría – aún en formación- ha sido reivindicada por diversos cientistas sociales, por tener una amplitud y flexibilidad a otras como clase o movimiento social, propios de lo paradigmas ¨clásicos¨ de análisis social que los asocian a la existencia de un lugar o conflicto central que les otorga identidad y a un sentido histórico emancipador preexistente (LACLAU 1987).

Frente a estas concepciones esencialistas y teleológicas de los actores sociales, la categoría de sujeto social, busca expresar la multiplicidad de esferas de la sociedad donde se evidencian conflictos y posiciones de actuación social, las cuales no tienen una direccionalidad susceptible de ser preestablecida ¨a priori¨. Entenderemos por ¨sujetos sociales¨ a todos aquellos agrupamientos más delimitados y cohesionados que una población o una colectividad; no todo grupo social, así posea identidad, deviene en sujeto, en actor social; ser sujeto social implica una construcción histórica que requiere de la existencia de una memoria, una experiencia y unos imaginarios colectivos (identidad), de la elaboración de un proyecto (utopía) y de una ¨fortaleza¨ para realizarlo.

Por eso para Zemelman, un sujeto social es un nucleamiento colectivo que compartiendo una experiencia e identidad colectivas desplega prácticas aglutinadoras (organizadas o no) en torno a un proyecto, convirtiéndose en fuerza capaz de incidir en las decisiones sobre su propio destino y el de la sociedad a la cual pertenece. En un sentido similar, para Emir Sader (1990), ¨el sujeto es una colectividad donde se elabora una identidad y se organizan las prácticas, a través de las cuales sus miembros pretenden defender sus intereses y expresar sus voluntades, constituyéndose en esas luchas¨ .

De este modo, la identidad barrial es una de las condiciones para la construcción de sujetos sociales populares; esta modalidad de identidad colectiva urbana supone una memoria histórica, unas experiencias y espacios de interacción social y un horizonte compartidos que -ha venido definiendo por parte de las diferentes categorías sociales que habitan en los barrios populares, lo propio, frente a lo ajeno. Ello posibilita la capacidad de definición de intereses propios y el despliegue de prácticas dotadas de sentido (MELUCCI 1996) y de poder (ZEMELMAN 1995).

Por ello, en procesos de configuración de un nuevo sujeto colectivo se requiere hacer visibles, reconocibles y reflexivas estas dinámicas de construcción de sentido de pertenencia socioterritorial. Por ello, es necesario propiciar en los barrios y en los espacios populares suprabarriales (zonas, localidades) la realización de practicas e instituciones que activen la memoria, propicien el encuentro y reconocimiento y alimenten la utopía común.

Por ello valoramos positivamente las experiencias, los proyectos y programas que, desde las propias organizaciones de base o desde otras instituciones, buscan potenciar las identidades barriales; es el caso de los concursos de historias barriales (por primera vez realizados en Bogotá en 1997), la recuperación colectiva de la cultura y la historia barriales, la realización de festividades y ritos que animen procesos de identificación colectiva.

Para finalizar, reivindicar la subjetividad y la plural construcción de sujetos sociales desde los territorios e identidades populares urbanas, nos conduce a reconocer el potencial democratizador de tales procesos. En efecto, si la capacidad de ser sujeto social significa el poseer opción de construcción social propia (proyecto) y posibilidad de realizarla (fuerza), sólo podemos considerar como democrática una sociedad que permite la emergencia y existencia de diferentes subjetividades y proyectos, más allá de las normatividades e institucionalidades usualmente asumidas como democráticas: separación de poderes, existencia de partidos de oposición o el respeto a los derechos y garantías civiles.

Pensar la democracia más allá del plano normativo nos obliga a analizar las condiciones históricas y sociales donde tiene lugar, así como los modos como se da y se percibe la relación política – vida social. Reivindicamos la democracia como espacio de lo público donde pueden surgir diferentes creencias sobre lo posible, que pueden ser reconocidas y hacerse viables por todos los actores individuales y sociales como la capacidad para potenciar el desenvolvimiento y expresión de diferentes grupos sociales y políticos a través de proyectos, si no divergentes, al menos no coincidentes. Así, una sociedad democrática debe propiciar, o por lo menos permitir, diferentes «proyectos político ideológicos que conllevan distintas visiones de futuro, mediante los cuales los actores políticos y sociales definen el sentido de su que hacer, y por lo mismo, su propia justificación para llegar a tener presencia histórica» (ZEMELMAN 1995).

Desde esta perspectiva, la democracia no es posible dentro del actual proyecto económico y político dominante, llamado por algunos ¨era neoliberal¨ o por otros Capitalismo Mundial Integrado. En este contexto, no se crean, incluso se impiden, las posibilidades de formación de actores sociales y políticos con proyectos discrepantes del modelo económico y cultural hegemónico, marcado por el predominio absoluto de la economía capitalista de mercado, los procesos de globalización y la misma preeminencia de la democracia liberal. Por ello, se hace necesario reconocer y generar propuestas políticas y culturales alternativas que controviertan esta lógica integradora.

Una de las alternativas posibles es la reivindicacion de espacios de producción de sentido y de identificación social de gran significatividad para los sectores populares, como es el caso de los barrios populares. Estos son a la vez, memoria, experiencia y utopía, así como lugar de encuentro y reconocimientos social; como ya lo hemos señalado los barrios son una construcción histórica que resume las diversas temporalidades de las cuales se ha formado su entramado social, un lugar de relaciones intensas (algunas veces conflictivas) entre sus habitantes y de emergencia y expresión de nuevas subjetividades, actores y proyectos sociales inéditos.

Una democratización urbana que sólo contemple la ampliación de espacios de representación de ciudadanos individuales, desconociendo las identidades colectivas, las subjetividades y los sujetos sociales analizadas en este artículo, está condenada al fracaso; cuando mucho, contribuirá a una legitimación de las instituciones políticas de dominación modernas que crean una ficción democrática desde un uso controlado de la participación ciudadana y comunitaria.

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Enviado por: Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 2016.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE, JUAN BOSCH Y ANDRÉS CASTILLO DE LEÓN – POR SIEMPRE"®

 

 

 

Autor:

Alfonso Torres Carrillo.

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