Desde el 121 a. de C., el territorio del Languedoc formó parte de la provincia ro-mana de la Gallia Narbonensis, que conectaba Italia con Hispania, y fu muy influida por la cultura romana. Con el derrumbe del Imperio Romano, la región fue controlada por los visigodos durante el siglo V y conquistada parcialmente por los francos en el siglo VI. Septimania, la franja costera, estuvo bajo dominio árabe a principios del siglo VII y no fue conquistada por los francos hasta el año 759 ; bajo los carolingios fue transforma da en marca fronteriza para proteger Aquitania. La zona en torno a Toulouse fue reunificada, junto con la marca, en el 924, siendo éste el origen del condado de Toulouse. Hacia 1050 los condes de Toulouse eran soberanos no sólo de la Toulousiana y de Septimania, sino también de Quercy, Rouergue y Albi hacia el norte, con lo que el condado era uno de los mayores feudos de toda Francia. El poder de los condes sobre la mayor parte de este territorio era, sin embargo, básicamente nominal, viéndose limitado por la autonomía de sus vasallos, por las enormes posesiones eclesiásticas y por el autogobierno de las ciudades[138]
Según Jesús Mestre Godes[139]antes de convertirse en provincia francesa, el nombre de Languedoc no había servido para determinar ningún país, condado o comarca en concreto ; no era un territorio político, y la denominación únicamente designaba la lengua que se hablaba en la región. Tan sólo a comienzos del siglo XIII comenzaron a notarse en la zona los efectos de la expansión económica plenomedieval a que nos hemos referido en un apartado anterior ; hasta esos momentos, en que se comenzó a pasar de una economía cerrada a otra más abierta, la mitad de las tierras eran, como consigna Charles-Marie Higounet[140]aún alodiales y se encontraban pobladas mayoritariamente por campesinos no-libres (se conocen muy pocas "cartas de franquicia" de esa época). La base económica de la zona era una policultura cerealera de rotación bienal, con bajos rendimientos, ya que los agricultores no se auxiliaban del arado ni del caballo ; también se producía algo de aceite de oliva y de nogal[141]Dada la relativa escasez de pastos, sólo las regiones periféricas (v.gr., los Causses y los Pirineos) podían mantener un ganado ovino de importancia. La nobleza rural, de origen reciente, tenía un carácter bastante me nos militar que la del Norte de Francia ; su economía, sin embargo, no era muy boyante:
"Los señoríos parecen, por el contrario, haber sido por lo general más bien mediocres. El sistema clásico de dominio no se había implantado por todas partes. La "villa", con su reserva y sus mansos, se había aclimatado relativamente en la Septimania, mientras que en los márgenes del Alto Languedoc reinaba ya el sistema del "casal", o tenencia independiente no vinculada a reserva señorial alguna. Hacia 1200, todas las tierras señoriales se explotaban mediante aparcería à "fief" (es decir, a ciento). Los propietarios eran en realidad renteros ; no obstante, como los ingresos eran débiles y la mayor parte de las veces se confundían con los procedentes de otras fuentes del señorío y, además, solían repartirse entre varios coseñores, esa nobleza rural vivía más bien pobremente".
En cuanto a la sociedad urbana, aún poco desarrollada a la sazón, en ella cohabi-taban "milites", una burguesía mercantil y artesanal incipiente y un grupo importante de judíos y de extranjeros. Como en muchas otras ciudades de toda Europa, en un determinado momento a lo largo del siglo XII la pequeña nobleza y la burguesía de esas poblaciones se asociaron para intentar obtener de los grandes señores "libertades", privilegios económicos, leyes propias y derecho a instaurar un consulado ; Higounet lo explica como sigue[142]
"Esas ciudades del Languedoc albergaban desde el siglo XII a un artesa-nado –una manufactura– que se ha estudiado muy poco, relacionado con el mundo de la agricultura (la harinería tolosana[143]y sobre todo con la "industria textil. Narbonne tenía en 1130 molinos "batientes" y producía telas de lujo y colorantes ; el ramo textil de Montpellier fue regulado en 1181 y ocupaba un barrio de la ciudad desde 1194 ; asimismo se trabajaba la lana de Béziers, Nímes y Lodève. Sin embargo, en esos lugares no se había establecido hasta entonces ningún estatuto referente a "oficios".
La fortuna de las ciudades procedía, no obstante, mayoritariamente del comer-cio, con ferias y mercados (Nímes, Beaucaire, Carcassonne, Toulouse, Moissac) donde se llevaban a cabo las transacciones a nivel regional[144]Más tarde se establecieron re-laciones con las ciudades italianas. Narbonne, Montpellier con su puerto de Lattes y Saint-Gilles estaban ya en el siglo XII en relación con Génova y Pisa[145]Sin embargo, con el cambio de siglo esas ciudades rompieron en cierta medida sus vínculos con Italia para abrirse con más libertad al comercio con el resto de la Provenza y sobre todo con los puertos españoles".
En lo que se refiere a las ferias, según Fossier[146]no había casi nada en el Languedoc antes del año 1125, "… momento en que se citan cuatro ferias anuales en Moissac, o en 1151 y 1158, cuando se organizan dos por año en Carcassonne y Nímes , pero Saint-Gilles, Nímes, Béziers, Lodève y Pézenas, que no podemos menos que imaginar que tenían ya interés antes de 1100 por lo menos, no nos dicen nada seguro antes de 1150 o 1160 ; a pesar de todo, el dinero circula desde mucho tiempo antes y se necesi-tan hombres que lo lleven o lo busquen". Todo este proceso de recuperación económica se fue desarrollando a lo largo del siglo XII, como prólogo de la gran expansión del XIII, y René Nelli apostilla:
"La burguesía del Languedoc, rica y poderosa, había logrado durante el siglo precedente conquistar libertades y privilegios –en Moissac, por ejemplo, a partir de 1130-, y sobre todo imponer a los señores, casi siempre de forma pací-fica, instituciones consulares: Béziers en 1131, Toulouse en 1144-1173. Dichos consulados, que eran obra de la burguesía y no del "pueblo", se plantearon como objetivo reducir las trabas de todo tipo que las exigencias de los señores ponían al comercio. Era una época en la que los agentes señoriales hacían parar a los mercaderes a su paso y les hacían satisfacer "peajes". Si la libertad que se disfrutaba entonces era únicamente la de traficar, a menudo y por la fuerza de los acontecimientos adquiría un carácter político: los cónsules, al defender a los burgueses contra la autoridad señorial, garantizaban a todos los ciudadanos ciertos derechos esenciales, y por regla general también la seguridad personal. Propiciaban la creación de ligas –o amistansas– cuya acción sobrepasaba los intereses puramente comerciales y resultaba en que reinase una mayor justicia en las relaciones sociales. Por ejemplo, en Narbonne se constituyó, ya en el siglo XIII, una amistansa de este tipo, una especie de sindicato cuyos miembros se soco-rrían los unos a los otros y juraban defender los derechos de la ciudad o del bur-go de manera que se hiciese justicia a todos, tanto pobres como ricos. Se constata, por lo tanto, un cierto progreso de la consciencia moral en todos los aspectos. Narbonne, sin ir más lejos, fue la primera villa marítima en proclamar el principio de protección de los náufragos".
Por aquel entonces, efectivamente, y como constata Mestre Godes[147]"… el horizonte medieval gozaba de una prosperidad que ya se había iniciado a mediados del siglo anterior. Un hecho decisivo fue el incremento demográfico que, aún tratándose de un fenómeno generalizado, fue mucho más destacable en el Mediodía francés. Según Baratier, el recuento de número de fuegos y hogares existentes por esta época demuestra que la natalidad había progresado de forma considerable y se llegaba a contar con una media de cinco hijos por matrimonio, si bien debía tenerse en cuenta la baja expectativa de vida: 30 años. Se había ganado en esperanza de vida gracias al hecho de que, sumado al incremento de la natalidad, se había producido una baja notable de la mor-talidad. Las guerras que podríamos calificar de "menores" se estaban librando entre los Capetos, los franceses del Norte, y los ingleses, celosos de conservar la patria de ori-gen de sus reyes, la Normandía. Alguna vez que otra bajaban hasta los límites occidentales del Languedoc, pero provocaban más alerta que desazón. Las guerras locales, entre señores del país, eran parte integrante del mecanismo de la Baja Edad Media, pero a menudo se recurría a los "aragoneses" y a los "vascos", simples mercenarios que hacían el trabajo sucio". Todos estos elementos redundaron en un aumento general de la población, especialmente en el Languedoc. Un gran reflujo de gentes del campo se enca-minó a las nuevas villas y hacia los burgos ; la ciudad de Toulouse, por ejemplo, alcanzó a tener entre 20.000 y 30.000 habitantes en tiempos de la Cruzada Albigense, aventa-jando en tamaño a las demás ciudades de Occidente. Además, con el auge comercial se había desarrollado en el escenario plenomedieval un nuevo y cada vez más poderoso estamento junto a los ya clásicos oratores (los que rezaban), bellatores (los que guerreaban) u aratores (los que trabajaban la tierra) ; se trataba, por supuesto, de la burguesía. En esa época también se experimentaron igualmente avances considerables en el terreno educativo, creándose escuelas y Universidades ; a ese respecto comenta M.-H. Vi-caire[148]
"… no resulta en absoluto dudoso que la casi totalidad de las diócesis de Francia careciesen totalmente de escuelas en el seno de los capítulos de sus catedrales[149]Tenemos la prueba directa de esto en la diócesis de Toulouse. En 1073 el obispo de Isarn, de acuerdo con la reforma gregoriana, organizó en capítulo de canónigos regulares, apoyado por Hughes de Cluny y el abad Hunaud de Moissac, al clero de esa iglesia buscando la plenitud de la vida comunitaria "apostólica" y para asegurar su fidelidad en esta práctica acrecentó mediante una importante dotación sus bienes y entradas, que ellos procedieron a poner en común. Aparte de esto les concedió el derecho de elegir al preboste, al decano, a dos archidiáconos, al sacristán y al magister scholae, mandatarios que debían es-coger entre los suyos siempre que hubiese candidatos válidos. Finalmente, les envió las prebendas de dichos dignatarios, entre las cuales se contaba expresa-mente la del maestro de escuela, "capiscolae cunctum honorem"".
Por magister scholae ("caput scholae", "capiscol") se entendía un canónigo dignatario capitular que tenía a su cargo una escuela en la que impartía enseñanzas él mis-mo o alguien instituído por él para educar a los adolescentes que aspiraban a la disciplina canonial, y también a jóvenes clérigos procedentes del exterior. El cargo se responsabilizaba asimismo de toda la enseñanza que se impartía en la ciudad episcopal e incluso en la diócesis entera. El "capiscol" de Saint-Etienne de Toulouse, sin embargo, parece ser que no poseía esas atribuciones, ya que, según se sabe, durante los siglos XI y XII le estuvieron adscritas al "capiscol" de Saint-Sernin. Por otro lado, la fundación de la Universidad de Toulouse en 1229 estuvo relacionada con la creación de la orden de predica-dores dominica por parte de Santo Domingo de Guzmán y sus colaboradores ; precisa-mente como contestación a la solicitud de aquél –a finales de 1217- de la confirmación de su orden ante el Papa Honorio III, éste le respondió positivamente en Enero del año siguiente, cursando simultáneamente una petición a la Universidad de París de que enví-ase a varios de sus maestros y estudiantes a enseñar y predicar en Toulouse. Santo Do-mingo y su orden fueron los principales beneficiarios de las primeras lecciones públicas de Teología que se impartieron en aquella ciudad[150]
Implantación del catarismo
El movimiento cátaro en el Languedoc se desarrolló, como hemos visto, en profundidad ; no hubo región o localidad que no fuese tocada por la herejía, y todas las capas sociales fueron infectadas: nobles, clérigos, burgueses, campesinos, comerciantes y caballeros. Élie Griffe apostilla[151]"Después del grito de alarma emitido en 1163 por el Concilio de Tours, el "cáncer" cátaro no cesó de ganar terreno. Partiendo de la región que se ubica entre Toulouse y Albi, se había extendido hacia Carcassonne por todos los territorios dependientes de la soberanía de los vizcondes de Béziers. Hacia fines del si-glo había conquistado toda la planicie del Lauragais de un lado a otro de la sede de Naurouze. Se le podía encontrar enraizado tanto en el Sur como al Norte de la Montaña Negra. Por el Lauragais y el Carcassès había alcanzado el Razès. Sus ramificaciones penetraron hasta la región de Foix, y al extremo oriental, ni el Biterrois se vio libre por completo de él". Se ha barajado, para explicar este fenómeno, la teoría de que la expansión albigense fue favorecida por la propia avaricia de los potentados occitanos, que estaban ansiosos de hacerse con los bienes de la Iglesia. Fernand Niel se opone a esta hipótesis, pues piensa que dicha rapacidad fue un resultado del debilitamiento progresivo del clero en la época anterior a la reforma gregoriana, y no su causa ; por otro lado, este autor argumenta que los conflictos de intereses entre los señores y la Iglesia no se localizaron únicamente en el Languedoc, ni tampoco alcanzaron su mayor virulencia coincidiendo con el período de mayor expansión del catarismo[152]De todas formas, se-gún confirma Élie Griffe[153]fue precisamente la clase nobiliaria la que más ayudó a los predicadores cátaros a poner en jaque a una Iglesia ya de por sí en crisis, y añade[154]
"Fue gracias a los caballeros de Lombers como el catarismo puso pie en el Albigoeis y creó la primera diócesis herética de la Francia meridional. La famosa polémica desatada por el obispo de Albi en dicha localidad el año1165 no tenía tanto por objetivo convertir a los herejes de su diócesis como alejar de ellos a la nobleza de la región. ¿Acaso no habían prometido los caballeros de Lombers no apoyar más a los "bons hommes", como se les llamaba, si es que eran heréticos? … En una época en la que el país era recorrido constantemente por hombres de guerra, la mejor protección que podía tener un caballero era la presencia a su lado de un Perfecto. ¡Este se hallaba a salvo de cualquier enemigo: ab hostibus tutus" Con sus regulaciones concernientes a la paz de Dios, la Iglesia no podía permitirse ofrecer una seguridad comparable".
Por otra parte Nelli comenta a este respecto[155]"No está nada claro que el cata-rismo interesase demasiado a esos barones: los vizcondes de Carcassonne, el vizconde de Béarn, el conde de Armagnac, el conde de Comminges y, naturalmente los condes de Toulouse y de Foix lucharon todos –más o menos- contra Simón de Montfort, y más tarde contra la monarquía francesa y contra la Iglesia, pero sin adherirse, no obstante, a la herejía ; solamente defendían sus derechos". A pesar de todo, los cátaros disfrutaron por largo tiempo de libertad para circular, entrar en los dominios de los aristócratas y predicar a su gusto[156]aplicándoles, además, las exenciones que el derecho o la ley consuetudinaria reservaba a los clérigos, especialmente el no estar sometidos a la talla ni al servicio de guardia. En ese sentido conviene que nos detengamos en el desconcertante personaje del conde Raimundo VI de Toulouse, que estaba casado con Leonor de Aragón, hija del monarca aragonés Alfonso II, y había amado y favorecido a los herejes desde sus primeros años al frente del condado, según cuenta Pierre du Vaux-de-Cernay[157]Raoul Manselli, por su parte, comenta[158]
"El problema de la herejía cátara en Languedoc no es un problema exclusivamente religioso ; tuvo repercusiones de las más profundas en los más diversos ámbitos, y especialmente en el político, de forma que puede afirmarse sin miedo a exagerar que todo el destino histórico del Languedoc habría cambiado en gran parte si no se hubiese dado la acción ni la presencia de los cátaros".
Los cátaros del Languedoc se beneficiaron, por tanto, de un espíritu de toleran-cia desconocido hasta entonces, de un sentimiento de libertad individual que se reflejaba en la nueva tendencia democratizadora que se estaba introduciendo poco a poco en el gobierno de las ciudades y que favorecía indudablemente la eclosión de una religión nueva, aunque sin impedir, por supuesto, que la población del país continuase siendo mayoritariamente católica. Según Mestre Godes[159]en el período a que nos estamos refiriendo la proporción de siervos que recobraban la libertad fue superior en el Languedoc que en otras zonas de Francia ; esto indica una conservación en esa zona de regulaciones procedentes del Derecho Romano (no olvidemos que la Occitania fue en su día una zona fuertemente romanizada) que conducían a un progresivo relajamiento de los lazos de señores y vasallos, sobre todo en las ciudades. Esa circunstancia dio lugar, como he-mos visto, a un importante desarrollo comercial y al consiguiente crecimiento de la bur-guesía, todo ello acrecentado por una incesante afluencia de viajeros, sobre todo de peregrinos de camino hacia Santiago de Compostela.
A todo ello se añade la degradación del clero romano de la época. Mestre Godes comenta[160]"Con la preocupación política de tener de su parte a todos los reyes y nobles "católicos", tal vez desde Roma se descuidara la organización clerical. Este aspecto, unido a la otra constatación -se descuidaba en exceso su mensaje cristiano-, nos introduce en un momento especialmente difícil, global, para la buena salud de la Iglesia. Es en ese momento cuando aparecieron unas nuevas herejías. No las herejías de los primeros siglos del cristianismo, en las que, de hecho, todo quedaba reducido a una controversia entre estudiosos que podía acabar, como problema máximo, con la sepa-ración de un pequeño grupo de disidentes del seno de la Iglesia, y siempre dentro del orden de las ideas. Ahora sería diferente, dado que los herejes no se presentaban para combatir un punto teológico, sino que atacaban la propia razón de ser de la Iglesia. Es-ta fue acusada de no saber transmitir el mensaje cristiano, que, de acuerdo con las críticas, no llegaba ni podía llegar al pueblo por medio del clero que ejercía. Este pueblo empieza a escuchar nuevas voces, que le hablaban como lo hacían los primeros cristianos, con humildad, con simplicidad y austeridad". Y más adelante puntualiza[161]
"Todo nos lleva a concluir sin margen de duda que la reforma gregoriana no había surtido fruto en Occitania. Mientras al Norte del Loira estos momentos de finales del siglo XII son tiempos de profundas especulaciones teológicas en las que brillan los nombres de San Bernardo de Claravall y de Hugo de Saint-Victor, en el Languedoc, huérfano de teólogos, no se advierte nada parecido. Allí las preocupaciones van en otra dirección: obispos y abades están ensimismados en la administración de sus inmensas fortunas. Señores y prelados llevan por igual la misma vida fácil al margen de toda inquietud por las reglas más ele-mentales de la moral. No es de extrañar, pues, que la gente, el pueblo llano, los desprecie y acabe por menospreciar lo que ellos representan. Si recordamos que este desprestigio se encuadra en el marco de una sociedad con un espíritu de tolerancia desconocido en otros lugares, una sociedad que posee un elevado sentímiento de libertad individual, la suma de todo ello nos da una idea aproximada de la peligrosa situación en que se hallaba la Iglesia occitana y, por extensión, todo el estamento eclesiástico".
Fernand Niel, por su parte, matiza[162]"Todos esos motivos servirían en todo caso para justificar la eclosión y la difusión de un cristianismo disidente, y no la de una religión totalmente diferente. El catarismo mostraba otra característica a la que rara-mente se hace caso y que explica su éxito en gran medida. Los cátaros no eran unos rebeldes contra la Iglesia Católica ni disidentes, sino personas completamente convencidas. No se puede afirmar, en efecto, que a unos hombres que se tiran a las llamas antes que apostasiar una creencia les falte convicción. Una fe total no les venía por contraste o comparación, sino desde el interior. Por tanto, estaban persuadidos de estar en posesión de la verdad, y su sinceridad no puede ponerse en duda. Habría tal vez que buscar en el propio catarismo las razones de su éxito. Una religión simplista o pueril tal como con frecuencia se presenta a la fe cátara no habría producido mártires por millares. No habría exigido tampoco, para ser suprimida, una guerra de casi medio siglo ni una caza del hombre que duraría más de cien años".
Un aspecto fundamental del catarismo albigense que llamó la atención de la no-bleza local poderosamente y contribuyó a ponerla a su favor fue el tema del rechazo del matrimonio ; Nelli lo explica[163]"Rebeldes al orden romano, los señores occitanos lo estaban ya en todo lo que concierne al matrimonio, que ellos consideraban una formalidad sin importancia. Al compás de sus intereses políticos, o por seguir un humor más bien voluble, solían repudiar a sus mujeres y tomar o otras nuevas, con rentas más al-tas o de mejor apariencia[164]La Iglesia les amenazaba con la excomunión sin conseguir siempre hacerles volver al respeto de la fe jurada. La doctrina concerniente al amor que exaltaban los poetas ejercía entonces en los medios aristocráticos mayor in-fluencia incluso que el maniqueísmo. Como aquella parecía hacer depender los más al-tos valores humanos de una especie de instinto generoso innato al corazón de los no-bles, la Iglesia detectó en ella, no sin razón, un resurgir del naturalismo pagano e hizo todo lo que pudo para frenar su progreso. Esa "herejía" no debía nada al catarismo, pe-ro formaba parte de la misma corriente de pensamiento endurecido y reformista: incitaba a las mujeres aristocráticas a volverse cada vez más independientes de la potestas parcial y desacreditaba al matrimonio romano. Descrédito que, por otra parte, beneficiaba más a los maridos que a las mujeres"[165]. En cuanto a éstas. Nelli afirma[166]"Mientras eran jóvenes, y en esa época no lo permanecían por mucho tiempo, no se interesaban más por el catarismo que por el catolicismo., Casi todas habían sido casadas por un sacerdote católico, y según la costumbre de los hidalgos campesinos, iban a misa todos los domingos. Para ellos la ceremonia romana, celebrada por un cura a menú-do ganado al catarismo, y el sermón dominical del perfecto eran una y la misma cosa".
Cátaros y trovadores residieron unos junto a otros durante más de dos siglos en los mismos lugares de Occitania, especialmente en los condados de Toulouse y de Foix y en el vizcondado de Carcassonne. Como nos recuerda Nelli, "… participaban de la misma civilización, formaban parte de la misma sociedad (con frecuencia en el mismo sistema de dependencia vasallática): sus intereses se confundían a menudo ; tenían los mismos protectores. En los castillos, "bons hommes" y poetas tenían al mismo auditorio de barones y damas de alcurnia. Sus concepciones o ideologías respectivas –aunque bastante opuestas en el fondo- presentaban semejanzas innegables, o mejor dicho, en algunos puntos particulares –en lo que concernía al problema del matrimonio, sobre todo- una suerte de afinidad"[167]. La poesía trovadoresca[168]según expone Nelli[169]se proponía antes que nada "purificar" el amor de todo lo que no es en esencia , no pre-tendía, como el platonismo, eliminar la sexualidad. Los trovadores, de acuerdo con esto, situaban al verdadero amor fuera del matrimonio, considerando a éste venal y utilitario ; en ese sentido piensa Nelli que "… en la medida en que los cátaros aceptaban el matrimonio (no lo prohibían a los simples "creyentes"), es probable, como indican los registros de la Inquisición, que su concepción fuese similar a la que prefiguraba la erótica trovadoresca". De todas maneras, como bien advierte este analista, para que la erótica occitana pueda ser considerada en bloque como herética tenían que haberlo sido todos los trovadores, lo cual, por supuesto, no ha podido ser demostrado. De todas formas, en las descripciones que cierta literatura contemporánea de los trovadores hacen de dicho movimiento sí que aparecen algunos rasgos achacables a la influencia cátara más o me-nos directa[170]
a) Numerosas obras asimilan a los cátaros con los "boulgres" (búlgaros), o bien con los maniqueos.
b) Referencia a la distinción entre Lucifer (mal relativo) y Satán (mal absoluto) ; dualismo mitigado.
c) Idea gnóstica de que el Hijo de Dios es el Espíritu Santo y de que el auténtico Salvador es el Espíritu Universal, adoptada también por el maniqueísmo y el catarismo.
d) En los trovadores Peire Cardenal y Montanhagol hay conceptos de indudable influencia cátara, concretamente el de la ausencia de responsabilidad moral en el hombre y el de identificar al mundo con el infierno.
e) En el ya citado Maitre Ermengaud, por el contrario, nos encontramos con una refutación consciente del catarismo, defendiendo al matrimonio cristiano.
Por otro lado, hay autores, como es el caso de Robert Fossier[171]que intentan relacionar el movimiento literario de los trovadores con la lírica hispanomusulmana: "Se intenta calcular la importancia de la influencia de la lirica musulmana de España y de la lírica del país aquitano y puatevino en el culto del cuerpo de la mujer que se va elaborando hacia 1100 en Poitiers, en Ventadour, en Gascuña, en Santonge, en Toulouse, en Orange y en Cataluña ; desde el duque Guillermo XI de Marcabrun, el niño abando-nado, más de cincuenta poetas nos dejaron sus obras donde se glorifica el "fin amor", amor total que va desde aprovecharse de la ocasión en un pajar a la elevación espiritual del amante a los pies de su domna. Desde luego, no puede dudarse de que el con-texto social, favorable a la mujer en el país de oc, tuvo mucha importancia, pero extendido por los juglares ambulantes, los trobadors, o por los aquitanos que Leonor de Poitiers llevará hasta Luis VII y luego a Enrique II, en Francia y Normandía, la "cortesía" invade los países de oil …". Todo ese proceso se desarrollaba, por supuesto, ante los ojos siempre confiados de la Iglesia Católica[172]
"En realidad, la Iglesia consideró siempre a los poemas de los trovadores con una cierta desconfianza ; simplemente porque celebraban la pasión y el adulterio. Asimismo había la costumbre entre los poetas de arrepentirse, aunque tarde, de haber rimado tales locuras. Una leyenda cuenta que Ramón Llull –trovador tardío- compuso en sus años jóvenes canciones en ho-nor de las damas, lo que fue tomado por un grave pecado. Es posible que el obispo Foulque se arrepintiese también de haber cantado al amor, pero seguro que nunca lo hizo de haber sido cátaro. La Iglesia terminaría por prohibir el amor provenzal como contagiado de "naturalismo": lo condenaría en el De Amore de André le Chapelain. En Toulouse, las Leys d"Amors prohibie-ron expresamente a los neo-trovadores cantar al amor adúltero (es la primera vez que la palabra –azulteri– aparece en la literatura en lengua de oc). Pero nunca se acusó al amor de haber pactado con el catarismo (únicamente de una manera muy indirecta en relación con la deprevación de las costumbres, acusación que no parece en absoluto justificada). Debemos, pues, mantener la constatación de que en tanto que poetas del amor cortés, los trovadores no tienen absolutamente nada en común con el catarismo".
Como constata Le Roy Ladurie[173]en Girault Riquier, el "último trovador", la lírica pagana de sus predecesores del siglo XII había dejado su lugar a "… un sentimiento puramente espiritual y descarnado hacia la dama que sin dificultad se transforma en esas condiciones en canciones a la Virgen María: tanto se ha acercado el amor terrestre al amor celestial". Como lo pone Nelli[174]
"Hacia fines del siglo XIII la creencia en la eternidad del mundo se expande cada vez más, incluso entre el pueblo llano. Forma parte de la sabiduría popular. Se trata de una de esas proposiciones metafísicas que resultan de la caracteriología de la época más que de la reflexión filosófica individual y que uno se sorprende de verlas instaladas en los espíritus como otras evidencias. La certeza de que ambos órdenes, ambas naturalezas coexisten siempre corresponde a una visión de los encadenamientos cósmicos compatibles con la reencarnación que da seguridad a unos y aterroriza a otros. El mundo de la voluptuosidad, de las ilusiones carnales y materiales no llegará jamás a su fin: el universo satánico siempre estará abierto, tentador. El mundo espiritual estará también siempre ahí, dispuesto en toda ocasión a dar refugio al alma".
Implicación catalano-aragonesa en el problema cátaro
Según Mestre Godes, en la época de la herejía cátara y de la Cruzada todos los países que tenían frontera con el Languedoc, y especialmente la Francia del Norte y el reino de Aragón, tenían intereses de todo tipo en esa región, que como hemos visto, des-tacaba en la Europa del momento por su prosperidad[175]"El Languedoc tenía, pues, señores propios pero también mantenían actitud alerta otros señores poderosos. Nunca se llevó a cabo nada que, considerando en conjunto o en detalle, pudiera parecer una guerra de conquista, franca y declarada, pero muchos de los pasos que se efectuaron, antes y durante la Cruzada, fueron suficientemente explícitos. Si no se había producido un enfrentamiento abierto era a causa de las actividades bélicas en que estaban inmersos tanto Francia como Cataluña, las cuales hacían que se pospusiera cualquier decisión de intento de ocupación para un impreciso futuro, cuando se hubiera agotado la lucha contra los moros, por parte de la Corona de Aragón, y para cuando Normandía y Aquí-tania estuvieran ya incorporadas a Francia, por otra". Así, el linaje francés de los Ca-petos aducía razones jurídicas para hacerse con la región ; ellos, en efecto, se consideraban herederos de Carlomagno, y en consecuencia pensaban que los señores del Midi, sucesores a su vez de los nobles carolingios de la Marca Gótica, eran legalmente vasallos suyos. Aquellos, por otra parte, pertenecían a familias que estaban emparentadas más o menos directamente con la monarquía catalano-aragonesa ; concretamente, como hemos visto, Raimundo VI de Toulouse estaba casado con una hermana de Pedro II de Aragón y I de Cataluña ; éste había contraído a su vez nupcias con María, heredera del vizconde de Montpellier, que de esta manera se convertía en vasallo de los condes de Barcelona. Además, los condes de Foix estaban emparentados con linajes catalanes del Pirineo, y la Corona aragonesa no tenía aún decidido en esos momentos por dónde iba a llevar a cabo su política de expansión[176]Y había otras razones que vinculaban a ambas regiones ; Mestre comenta[177]
"Tal vez nunca como en aquellos siglos la gente de uno y otro lado de los Pirineos ha estado tanto en comunicación, en un contacto tan tranquilo y sostenido. Mucho más real que hoy, con las facilidades de comunicación y el afán turístico. A pesar de las dificultades orográficas, los hombres y mujeres de las dos vertientes de la cadena se conocían y mantenían relaciones que, tanto en el caso de los señores como de la gente del pueblo, acababan creando redes familiares. Había un poso romano en ninguna parte de la Gallia tan desarrollado como en la Narbonense, en ningún lugar de la Hispania tan enraizado como en la Tarraco-nense. Un poso que había desembocado, entre otras características, en una lengua casi común[178]Unas raíces comunes que, en su entorno, habían creado una cultura original, en la que los trovadores y el amor cortés humanizaban un horizonte medieval por lo general adusto, guerrero y oscuro, con un centro de irradiación occitana y una comprensión inmediata en este lado de los Pirineos".
Como dice Rafael Dalmau, no resulta difícil suponer que la nobleza catalana observase un comportamiento similar a la occitana, es decir, anticlerical y tolerante para con los herejes[179]"Y eso porque el poder y la riqueza que habían atesorado los prelados y las jerarquías eclesiásticas habían erigido una muralla suficientemente fuerte como para separar al clero de la nobleza. Por otro lado, a través de los Pirineos se llevaba a cabo un continuo intercambio, no sólo de elementos de las clases nobles, sino tam-bién de mercaderes, de trovadores, de canciones y de ideas. Existía, además, un encabalgamiento de hogares y de pactos políticos y familiares. Todo ello no solamente con-tribuía a crear un cierto confusionismo en las relaciones, sino que a la postre hacía que unas tierras apareciesen como la continuación de las otras". Como consecuencia de lo dicho, el catarismo se difundió rápidamente por Cataluña en el siguiente orden cronológico[180]
a) Tierras fronterizas con Occitania[181]
"La herejía cátara penetró en primer lugar en la llanura del Rosellón, donde se estableció el reducto cátaro de Corberes. La mayor parte de las grandes casas rosellonesas estaban emparentadas con sus vecinos occitanos. Además, la fusión de las familias y las relaciones comerciales, militares y demográficas habían dado lugar a una comunidad de intereses económicos y espirituales tan arraigada que era imposible distinguir entre una y otra de aquellas regiones".
b) Tierras montañosas del Noroeste[182]
"En estos lugares la propagación del catarismo adquirió una forma más parecida a lo que estaba ocurriendo en los vizcondados de los Trencavel, al otro lado de los Pirineos. Allí se verificaban los mayores esfuerzos expansivos a costa de los bienes del clero y de los latifundios monásticos, y se buscó el apoyo de la herejía para garantizar éxito en aquel cambio de las cosas establecidas que se estaba iniciando. Los Josa, los Castellbò y también los condes de Foix, en el cur-so de su enfrentamiento con la potencia del obispado de Urgel, acabaron por proteger o incluso adoptar la religión de los ancianos cátaros".
c) Tierras de repoblación[183]
"Muchos indicios nos llevan a pensar que las tierras de Castellbò fueron algo así como el centro de la expansión del catarismo por Cataluña. Unas decla-raciones recogidas por los inquisidores después de la toma de Montségur, fortaleza donde la presencia de defensores catalanes fue más importante de lo que en un principio se había creído, nos revelan que partiendo de Castellbò o de Berga los llamados "diáconos de Cataluña" iban a visitar a sus adeptos de lugares tan lejanos como las tierras del Priorato o de Lérida".
La principal razón de la difusión de las ideas heréticas por tierras catalanas fue, en opinión de Jordi Ventura[184]el comienzo de la formación, durante el siglo XIII, de un sentimiento nacional que unía a los habitantes de este país con los del Languedoc : a ello se unía la eclosión ya mencionada de la burguesía comercial, que desgajándose de la masa sujeta buscaba la complicidad de los poderes feudales tradicionales para garantizar unos intereses económicos comunes[185]"El catarismo como religión organizada era prácticamente inexistente en Cataluña al final del siglo XII. Habían, no obstante, evolucionado las circunstancias que favorecieron su establecimiento en el Occidente europeo, o sea la aparición de aquella nueva y poderosa clase de los burgueses merca-deres, que veían su poder de expansión limitado por las trabas y los privilegios de los grandes terratenientes, el mayor de los cuales era la Iglesia. Cuando esta nueva clase tomó un nuevo impulso expansivo, tras las dos grandes conquistas, peninsular [Murcia] y mediterranea [las Baleares], Cataluña se transformó de un país eminentemente agrí-cola en otro marítimo e insular, y ambos brazos, burgués y noble, aplicaron sus energías sobre las tierras recién conquistadas y dejaron en paz las de la metrópoli que la Iglesia poseía en abundancia". Todo apuntaba en aquellos momentos a la unión política de ambas regiones limítrofes ; Pierre Durban comenta lo siguiente al respecto[186]
"La historia oficial que se enseña en Francia no ha querido recordar que en 1213 Pedro II –prestigioso vencedor el año anterior en un terrible avance contra los moros en Las Navas de Tolosa- cruzó las montañas a la cabeza de una fuerte expedición para liberar a su pariente próximo Raimundo VI del verdugo cruzado. Su ejército iba acompañado de una numerosa tropa de notarios y juristas. ¿Qué iban a hacer esos últimos a tierras tolosanas? Sin duda a negociar la in-feudación definitiva del Languedoc al reino de Aragón … Parece evidente que los notarios aragoneses habían estudiado el establecimiento de un nuevo Estado bicéfalo centrado en Barcelona y Toulouse, y por lo visto Pedro II y Raimundo VI habían mantenido interminables conversaciones al respecto previas al "milagroso" desastre de Muret"[187].
La participación aragonesa en el conflicto albigense a favor de los cátaros no fue, desde luego, por motivos religiosos, ya que el rey Pedro II no sentía ninguna simpa-tía hacia los herejes ; como constata Dalmau, este monarca había reunido algunos años, en 1197, a los obispos catalanes en Gerona para discutir las medidas que podían arbitrarse para frenar su avance[188]Los primeros inculpados y perjudicados de la guerra albigense fueron, por otro lado, vasallos del mandatario aragonés, como Roger, vizconde de Béziers, contra el cual se dirigió el primer embate de la cruzada. En ese sentido, y teniendo en cuenta lo que disponían las leyes y costumbres del feudalismo, quedaba justificada la intervención activa de Aragón a favor de sus intereses vasalláticos, así como el interés que mostró Pedro II hasta el último momento por encontrar una solución pacífica al conflicto. Los acontecimientos inmediatamente anteriores a la desdichada aventura de este rey se pueden resumir como sigue[189]
A consecuencia del matrimonio de Ramón Berenguer III en 1112 con Dulce, heredera del condado de Provenza, se produjo la unión familiar de esta región con Cataluña.
Durante más de un siglo Provenza estuvo regida por príncipes de la casa de Barcelona ; la intervención catalana en los asuntos provenzales fue constante en esa época, y ambas regiones estuvieron bajo un único soberano con el citado Ramón Berenguer III (1096-1131) y con Alfonso el Casto (1162-1196).
Al morir Alfonso el Casto ambos países volvieron a separarse. Cataluña, Aragón y todas las tierras de la Galia meridional, desde Béziers hasta el puerto de Aspa, fueron para su primogénito Pedro, mientras que la Provenza pasó al dominio de su segundo hijo, Anfós.
Pedro el Católico (II de Aragón y I de Cataluña) se vio obligado, el año 1202, a intervenir militarmente en Provenza en ayuda de su hermano ; después de esta acción se casó con María de Montpellier, incorporando así nuevamente la Provenza a la Corona catalano-aragonesa.
Antes de morir Anfós I, Raimundo VI había sucedido a su padre en el con-dado de Toulouse ; en vista de la crítica situación de sus dominios y del empeoramiento de la cuestión albigense, éste decidió olvidar las viejas rencillas que le separaban de Cataluña y buscar allí amistades y alianzas fructuosas.
Pero II, por otro lado, entrevió en esta circunstancia posibilidades políticas, y por ello aceptó que su antiguo adversario Raimundo VI contrajese nupcias con su hermana Leonor.
Valls i Tabernes y Fernando Soldevila –citados por Dalmau- comentan: "Con una política sutil en ocasiones y violenta en otras, Pedro II buscaba colocar a todo e Mediodía francés bajo su férula, unificando oportunamente las tierras occitanas contra el peligro que las acechaba procedente de Roma y de la Francia del Norte. Puede que con la mirada puesta en ese peligro y con la idea de alejarlo de sus reinos, o bien para obtener la protección pontificia para la conquista de las Baleares que tenía en proyecto, Pedro II emprendió un viaje a Roma. En ese viaje fue coronado solemnemente por el Papa. Pedro, vasallo de la Santa Sede, se comprometía a defender la fe católica, respetar los privilegios de la Iglesia, luchar contra la herejía y satisfacer un tributo anual". Como dice Dalmau, es posible que este acto de sumisión a la Santa Sede por parte de Pedro II de Aragón respondiese a la suposición de que si ésta anatematizaba a los que habían sido sus feudatarios y demandaba auxilio al poder secular, no recurriría al rey de Francia para castigar a los herejes. También parece lógico deducir que el monarca aragonés, por sus vínculos familiares y señoriales, no inspirase demasiada confíanza al Papa Inocencio III y que éste esperase mantenerle sujeto de esta manera ; y también resulta plausible imaginar que el Papado considerara en realidad legítimo señor de las tierras del Languedoc al rey de Francia y que aceptase el vasallaje de Pedro II, al que únicamente coronó –significativamente- como rey de Aragón, para evitarse la ene-mistad del monarca francés, valioso e imprescindible aliado en su enfrentamiento con el Imperio. Dalmau concluye[190]
"Posiblemente los pobladores del Languedoc se imaginaban que la Cruzada que se estaba predicando no sería más que una cabalgada más o menos in-tensa ; en efecto, como el país estaba habituado a las rivalidades continuas entre los señores, creían seguramente que iban a poder defenderse con los medios acostumbrados y por un tiempo no muy largo. Por eso cuando aquel numeroso ejército de cruzados que se había reunido se puso en marcha causó una fuerte impresión en el país, según se afirma en la Canción de la Cruzada, que habla de un ejército como nadie había visto antes. Entonces, a comienzos de Julio de 1209, se inició una triste historia de desolación para la tierras occitanas".
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