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Adolfo Hitler y George W. Bush

Enviado por lasenialmedios


    1. La importancia de la Unión Sudamericana
    2. Antecedentes y opiniones de interés
    3. Adolfo Hitler y George W. Bush
    4. Multiculturalidad y cerrazón
    5. Judíos, terroristas y pueblos
    6. Precaverse, y comprender

    El presidente venezolano Hugo Chávez dialogó, a comienzos de febrero pasado, ante una multitud de trabajadores de la cultura argentinos en el Teatro Ateneo, en la Ciudad de Buenos Aires. Allí desplegó una visión madura, firme e inteligente de la política popular y realizó varias consideraciones de interés; tomamos el guante y ahondamos en los disparadores lanzados por el líder bolivariano, especialmente en los aspectos relacionados con el comportamiento del imperialismo norteamericano durante el presente período.

    Chávez se refirió a las amenazas de Condoleeza Rice (Condolencia, ironizó) y al presunto poderío absoluto del presidente estadounidense George Bush La historia está cambiando, señaló; no siempre podemos palpar la importancia de estas transformaciones porque estamos insertos en ellas, las protagonizamos, pero la historia está cambiando.

    Y añadió que el presente se desplaza hacia los agrupamientos continentales, retomando aquella idea de Juan Domingo Perón que fuera poco evaluada en su momento. Con lucidez, el jefe revolucionario indicó que los Estados Unidos pretenden obturar esas unidades, en particular la de América latina, porque las mismas generan un debilitamiento de su hegemonía.

     Entonces, aquí vamos con un tenue aporte. Por un lado, la cuestión de la continentalización y el significado profundo del estilo de acción imperial, y por otro la identificación del mismo con el modo hitleriano de realización política.

       La importancia de la Unión Sudamericana  La reorganización de la Gran Rusia en derredor de Rusia, así como el accionar autocentrado de China más allá de los sistemas preeminentes, y la amalgama lograda por Europa, nos permiten comprender que los bloques geoeconómicos y los conglomerados humanos que los habitan tienden a aglutinarse para potenciar intereses comunes.

    Es duro de admitir para quienes el mundo se divide en tajos apriorísticos, pero no es tan extraño si se analizan las alianzas cruzadas durante la Segunda Guerra Mundial. Raúl Scalabrini Ortiz lo advirtió y lo comentó en detalle, pero los analistas políticos argentinos leen a Paul Samuelson (los "buenos", porque los "malos" escuchan a Carlos Escudé).

      Lo cierto es que, como advirtiera en su momento Juan Bautista Alberdi, los países de América latina entablaron equívocamente relaciones bilaterales con los centros de poder mundial, especialmente Gran Bretaña, desarticulando vínculos horizontales que hubieran permitido el enlace de economías complementarias. Y culturas ricas, diversas y a la vez comunes.

    Este desatino, explicable política y económicamente por el rédito que sectores internos obtuvieron y obtienen de aquellas relaciones, puede empezar a revertirse en el presente. De ahí que a pesar de las dudas que corroen el análisis a la hora de analizar cada gobierno de nuestra región, estimamos que una coalición subcontinental puede tener la fuerza necesaria para reorientar el camino.

      Es decir, la suma de las partes mejora las parcialidades.

     ¿Y Estados Unidos? Su lucha contra la industrialización de Nuestro Sur y su exigencia para el envío permanente de remesas de dinero que contribuyan a financiar su déficit será constante. En modo alguno se pueden desdeñar los desafíos que implica la adopción de una política regional independiente: la violencia en el proceder norteamericano es comprobable y su capacidad de presión mundial, innegable.

    Pero vale efectuar algunas consideraciones. Junto al déficit señalado surge la debilidad intrínseca del dólar. También, la dependencia del petróleo, en manos de los "otros". Y a su lado, un declive industrial paliado parcialmente por la comercialización de armas y drogas. En derredor, la siempre desmerecida y poco estudiada situación de minoría en la ONU.   Sí podemos afirmar algo: en poco tiempo, China, Europa y Rusia estarán en condiciones de limitar las pretensiones hegemónicas norteamericanas al punto de reforzar una tendencia visible: el naciente nuevo ultranacionalismo terrorista de ese país se parecerá cada vez más al de la Alemania nazi en un sentido profundo.

    Esto es, la afirmación compulsiva de una nación que no puede hacerse un lugar comercial adecuado en el nuevo orden mundial. Y ya sabemos como terminan las experiencias violentas de las potencias de segundo nivel. Nos adentramos por eso en el sentido hondo de la elaboración hitleriana y en las coincidencias que hallamos al observar el proceder bushista.

    Antecedentes y opiniones de interés  El profesor Hans-Hermann Hoppe, Doctor en Filosofía habilitado por la Johann Wolfgang Goethe-Univesität de Frankfurt am Main, enseña economía en la Universidad de Nevada, Las Vegas. O sea, en un nido de jugadores y mafiosos.  Este gentil caballero germánico publicó en 2001 (y lo reimprimió al menos una vez, en 2002), un tratado que lleva el título "Democracy: the God that failed" (La democracia, el Dios que fracasó), y como subtítulo "La economía y política de la monarquía, la democracia, y el orden natural".

     El volumen recopila discursos dictados con el patrocinio del Ludwig von Mises Institute, es decir que son la voz oficial del más granado círculo íntimo del pensamiento que se ha dado en llamar neoliberal. Ahorraremos al lector los detalles. Por suerte, el hombre es directo. El libro está escrito en 2000, y no hay que guardar apariencia alguna.

    Ya en la introducción,  Hoppe explica que, llevando hasta su lógica coronación las ideas ultraliberales y monetaristas de von Mises y su principal divulgador en EE.UU., Murray Rothbard, se podía demostrar que, la "debilidad por la democracia" y  "la transición de la monarquía a la democracia como un progreso", que aquejaba por igual a ambos maestros, eran erróneas.

     "Yo, por el contrario", se lanza Hoppe, "explicaré que el rápido crecimiento del poder del Estado a lo largo del siglo XX que tanto lamentaban Mises y Rothbard es la consecuencia sistemática de la democracia y del planteo intelectual democrático, es decir de la creencia (errónea) en la eficiencia y/o justicia de la propiedad pública y en el gobierno popular (de las mayorías)".

     La Introducción se inicia con la siguiente nostálgica rememoración:  "La Primera Guerra Mundial es una de las grandes divisorias de aguas de la historia moderna. A su término, Occidente completó la transición (iniciada con la Revolución Francesa) del régimen monárquico y de los reyes soberanos al régimen democrático-republicano.

    Hasta 1914, solo habían existido tres Repúblicas en Europa: Francia, Suiza y, después de 1911, Portugal; y de todas las grandes monarquías europeas, sólo podía clasificarse como parlamentaria (es decir, con el poder supremo en un parlamento electivo) la del Reino Unido. En sólo cuatro años, después del ingreso de EE.UU. a la guerra europea, con lo que determinó decisivamente su resultado, todas las monarquías habían desaparecido, y Europa, con todo el mundo, ingresó a la era del republicanismo democrático."

     En nuestras costas todavía tenemos trasnochados que despotrican contra la Revolución Francesa e incluso contra Giordano Bruno en nombre del Medievo y Santo Tomás.

    Pero se trata de fantochadas sin encarnadura posible. Los gremios medievales no retornarán jamás, y ya no hay modo de implantar el sistema feudal de vasallaje en el sector agrario. Hoppe es mucho más serio, cuando afirma que "Se puede caracterizar también esta transformación histórica de alcance global, el pasaje del ancien régime de gobernantes reales o principescos a la nueva era democrático-republicana de gobernantes electos o seleccionados democráticamente, como el pasaje de Austria y la vía austríaca a Estados Unidos y la vía estadounidense."  Para él, la Primera Guerra Mundial fue una guerra "ideológica; y Austria y los EE.UU. eran, respectivamente […] los dos países que corporizaban mejor las ideas en conflicto". La visión progresista de Austria, compartida por la élite wilsoniana del poder en Estados Unidos era, según un autor de la misma tendencia política que Hoppe más o menos la siguiente: "mucho más demoníaca que Alemania, existía en contradicción con el principio Mazziniano del estado nacional, había heredado muchas tradiciones y símbolos del Sacro Imperio Romano Germánico (…), su dinastía había reinado una vez sobre España, había liderado la Contrarreforma, encabezado la Santa Alianza, combatido al Risorgimento, reprimido la rebelión húngara de Kossuth, y otorgado apoyo moral al experimento monárquico de México. El nombre mismo de los Habsburgo evocaba recuerdos del catolicismo papal, de la Armada Invencible, de la Inquisición, de Metternich, de Lafayette encarcelado en Olmütz y Silvio Pellico en la fortaleza Spielberg de Brünn. Semejante estado debía ser destrozado, semejante dinastía tenía que desaparecer."

     Hoppe llora sobre las ruinas de semejante monstruo (admitamos que la pintura es bastante realista, aunque por cierto aliviana las culpas de la monarquía austrohúngara; sobre eso diremos algo más abajo): para el Imperio Austrohúngaro, Wilson tenía reservado el desmembramiento, algo que ni siquiera Alemania tuvo que soportar. En su lugar aparecieron países "artificiales", como Checoslovaquia y Yugoslavia, y Austria se redujo a un pequeño paisito de habla alemana.

    Adolfo Hitler y George W. Bush

     Hicimos estas extensas citas porque es difícil de creer que alguien pueda reivindicar, hoy en día, al Imperio Austrohúngaro. Pero el caso es que esta reivindicación, cuyo único mérito quizás sea el de la sinceridad, justifica casi punto por punto la política adoptada para Europa Central y Oriental (los casos de Checoslovaquia y Yugoslavia son los más evidentes, pero no los únicos) por las potencias occidentales que alguna vez habían considerado conveniente hacer desaparecer del mapa al imperio de los Habsburgo para imponer la pax Americana.

     Una serie de sofismas le permiten a Hoppe, a continuación, llegar a la siguiente, apabullante conclusión: "el sistema norteamericano y la pax Americana (…) no ha sido más que un desastre sin calmantes; y la Austria de los Habsburgo, y la era pre-democrática asumen un aspecto más amable".

    Lo importante, es la cita con que apoya este punto de vista "herético" el bueno de Hoppe: "Y sin embargo, si hoy se le ofreciera a uno la posibilidad de retornar a la Alemania de 1913, una Alemania dirigida por gente conservadora pero relativamente moderada, sin nazis y sin comunistas, una Alemania vigorosa, unida y sin ocupantes, plena de energía y confianza, capaz de jugar su papel de contrapeso al influjo ruso en Europa… bueno, desde muchos lados surgirían objeciones, y no todo el mundo estaría contento;  pero en muchos sentidos no estaría tan mal, comparado con el problema que tenemos hoy."  (Estas pías reflexiones las estampó George Kennan en su libro de 1951, American Diplomacy 1900-1950.  Este libro y el propio Kennan están en los cimientos mismos de la moderna geoestrategia norteamericana, y en particular de la CIA, de la cual fue uno de los padres, desarrollando entre otros el concepto de "mentira necesaria.")

    George W. Bush, en realidad, ha establecido su Nuevo Orden Mundial (interesante nombre para un reordenamiento planetario: idéntico al que había elegido Adolfo Hitler) a partir de premisas muy similares a las de Hoppe. No idénticas, porque Hoppe es miembro de un pequeño grupejo que propicia la inmediata eliminación de los bancos centrales y el pasaje repentino al patrón oro. Pero estructuralmente se trata de las mismas ideas: Bush y Hitler, en realidad, representan dos formas diversas y no tan disímiles de la restauración del Imperio Austro Húngaro.

    Multiculturalidad y cerrazón

     Los Estados Unidos de Bush marchan, en efecto, aunque no exactamente al modo que Hoppe desearía, hacia la "vía austríaca". El ideario y la estructura del imperio multinacional, opuesto radicalmente a la construcción de naciones, está en la raíz misma de la expansión imperialista. La lección de la segunda mitad del siglo XX es que, a medida que se iban transformando en naciones imperialistas, los países que habían liderado las luchas nacionales del período ascendente del modo de producción capitalista (básicamente, Europa Occidental y los EE.UU.) se iban transformando en partidarios de la "multiculturalidad". Esto era una lógica consecuencia de su vieja ambición (a veces lograda) de constituir imperios mundiales, "donde no se pone el Sol", como quería ya el Habsburgo Carlos V  (de Austria) y I de España .

     En un artículo que merece mayor conocimiento, Jorge Enea Spilimbergo desarrolló estas ideas hace ya cuarenta años.  El artículo se llamaba "De los Habsburgo a Hitler" (1967), y demostraba que, contra lo que solía creer la inmensa mayoría de la izquierda, no es en Bismarck y su unificación alemana que abrevaba el ideario nazi, sino por el contrario en el viejo Imperio multinacional de Viena. Muchas de las consideraciones que hace allí podrían aplicarse, sin demasiado esfuerzo, al pensamiento de George W. Bush y la acción del imperialismo norteamericano. Es que EE.UU. comparte hoy con la Alemania prehitleriana -angustiada por la necesidad de expandirse sobre el globo- la condición de imperialismo acosado; en el caso norteamericano el acoso se da, incluso, por motivos más profundos que en Alemania, y superan aún su capacidad aterradora de destrucción, la cual no le da ventaja económica frente a sus adversarios europeos y asiáticos más productivos y dinámicos. Pero hoy nos vamos a detener en lo siguiente, porque nos parece revelador de hasta qué punto la similitud entre el bushismo y el nazismo parten de la misma raíz austrohúngara.

    Judíos, terroristas y pueblos

     "La concepción expansiva del nacional-socialismo hitleriano sería difícil de explicar sin recurrir a los propios orígenes de Hitler, a su origen austríaco y, primordialmente a sus experiencias de juventud en la ciudad de Viena (…), joven sin parientes ni dinero que fluctúa en el límite entre la clase media ínfima y el 'lumpen-proletariat', traído y llevado por un destino adverso en la inmensa capital de dos millones de almas hacia la que afluyen trabajadores y buscavidas de todas las nacionalidades del imperio (…)  De allí surge un manojo de reacciones primarias, comenzando por el anti-marxismo o anti-socialismo frenéticos (…) el pequeño burgués desesperado por su hundimiento social rechaza [la] identificación que le propone el movimiento político de la clase trabajadora, sin poder aceptar, empero, las condiciones sociales insoportables en que se debate.  Como su inconformismo no puede canalizarse objetivamente, por un lado, recurre a explicaciones mágicas del mal;  por el otro, recompone su vigencia, pues solo quiere eludir sus efectos sobre él, pero desea su ventaja, se identifica con el régimen"

     ¿Cuál es el "responsable universal, estrictamente mágico, de la crisis"?  El judío. Sus métodos: "la 'descomposición', sus mil rostros, el marxismo, la democracia, el internacionalismo, la prostitución, el arte moderno, etc. ¿Qué experiencia vivencial revelaba esta ideología?  La de la disgregación real del imperio austrohúngaro, que es su historia desde 1866 hasta la primera guerra, y que esta última actualiza sin originarla (…) [En] la Alemania de Versalles y de la crisis del 30, 'el judío' atrae sobre su cabeza el odio del pequeño burgués desesperado que no se decide a buscar al gran capital con la mirada (…) Pero los fenómenos de la descomposición no se reflejaban únicamente a través de 'el judío', sino en el conflicto generalizado del 'germano pobre' con las nacionalidades oprimidas que pululaban en la Babel vienesa". 

    Y citando a Hitler mismo, Spilimbergo enumera algunas: "checos, polacos, húngaros, serbios y croatas y siempre aquel bacilo que es el solvente de la sociedad humana, el judío".

     Y dice Spilimbergo más adelante: "Si el pequeño burgués se aterroriza ante la idea de quedar nivelado con el obrero manual, el germano pobre siente pánico al verse en los umbrales donde se debaten las razas 'inferiores', y en uno y otro caso su reacción, espejo de su mala conciencia, es violentamente agresiva y subraya hasta el paroxismo las diferencias (…) Para salvar la unidad del Imperio, la monarquía había tenido que otorgar concesiones a las nacionalidades sometidas.

    La minoría germana se debatía furiosamente contra estos avances. Es simbólico que el primer partido 'nacional-socialista' se funde, no en Alemania, sino en la ciudad morava de Iglau, en 1913 (…) El pan-germanismo exacerbado, con tendencia a desligarse de toda determinación territorial y a expandirse por toda el área de las minorías sin perjuicio de abarcar nuevas áreas de colonización y población es peculiar de la Alemania austríaca, es decir de la nacionalidad dominante sobre un imperio multinacional en disgregación. El proyecto hitlerista puede definirse como la reconstitución en escala alemana y con alcance europeo de la estructura del Imperio austríaco, con los medios de la gran industria monopolista alemana y sin las 'debilidades' de los Habsburgo ante los pueblos sometidos".

     La actual política de los EE.UU. que no solo engendra "nacionalidades" a su gusto para mejor dominarlas, que invade países exacerbando en su propio beneficio las diferencias étnicas, que tiende a considerar a sus propios ciudadano más como miembros de comunidades iguales entre sí sólo en el plano del "multiculturalismo" (forma livianísima pero inequívoca de apartheid), que destruye así la idea fundamental de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, que incorpora nacionalidades privilegiadas (como la israelí) al pleno goce de los derechos norteamericanos, marcha desde hace varias décadas por el camino de la "austro-hungarización". Pero ahora, con Bush, encontró por fin su judío, su "responsable universal, estrictamente mágico, de la crisis": se lo llama "terrorista". Y puede ser cualquiera, dado que el término es mucho más práctico que el hitleriano. Despojado de raíz étnica o cultural, se aplica a quien convenga: el iraquí, el palestino, el venezolano, el argentino, los autores de estas notas o usted, que las lee en su hogar,  diciendo "qué interesante".

    Precaverse, y comprender

    Si bien no concebimos la historia como ciclos que se reiteran, pensamos que en el proceder de los imperios se observan antecedentes comunes que merecen caracterizarse como persistencias que brindan claves sobre su futuro. Si toda formulación a futuro, por objetiva que se muestre, incluye el sesgo de un deseo, es probable estimar que los anuncios continentalistas de Perón guardaban, además, el anhelo del equilibrio relativo. Así pareció esbozarlo también Chávez durante la conversación mencionada al comienzo, cuando indicó que el mundo marcha hacia una nueva multipolaridad. Esto es, hacia una combinación tensionada de fuerzas regionales que puede neutralizar las perspectivas de hegemonía absoluta de los proyectos más "radicales" de dominación.

     Si ese desarrollo se corrobora con los años, el destino de quienes busquen un aplastamiento global se revelará como dato de su propia debilidad. Las muertes causadas en el transcurso del intento no alcanzarán para paliar los dilemas y las insuficiencias estructurales que originaron, precisamente, planes de esa naturaleza.

    En medio de la Segunda Guerra, las divisiones panzer del hitlerismo atiborraban de temores los cerebros de buena parte de la humanidad; de hecho, quienes observaban –y mucho más, quienes padecían—sus avances, dudaban acerca de las posibilidades concretas de arrasar con semejante poderío.

    Por estos años, las irrupciones bélicas estadounidenses han sembrado en varias zonas del planeta la convicción de estar ante un imperio indestructible, capaz de llegar hasta la región más alejada sin despeinarse, violento hasta el punto de humillar a sus víctimas con torturas que conmueven. Es válido, a través del análisis histórico pero también de la evaluación de la correlación de fuerzas presente –una evaluación real, alejada de la propaganda hollywoodense–, precaverse de esa sensación de derrota completa y abarcativa, y comprender que la vida sobre este planeta se ha configurado de un modo sumamente complejo, difícil de "meter en caja" con un par de disposiciones castrenses y campañas comunicacionales que pretendan situar el "Mal" donde conviene cada vez.

    Gabriel Fernández

    Néstor Gorojovsky

    Marzo 2005 Revista Question Latinoamérica

     (*) Gabriel Jorge Emir Fernández es Director Periodístico de la Revista Question Latinoamérica y Director de La Señal Medios —Internet y Radio–.

     (**) Néstor Miguel Gorojovsky es miembro del Consejo de Redacción de la Question Latinoamérica y moderador de la Lista de Internet Reconquista Popular..