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El mayor engaño de la historia (página 2)


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En vista de que los medios para lograr tales resultados ya son conocidos y organismos como el Instituto Agustín Codazzi han realizado mediciones aerofotogramétricas de nuestra topografía, es de suponer que haya recopilado las necesarias para conocer las verdaderas dimensiones del país para de una vez por todas poner fin a la falacia iniciada desde la colonia y que siendo útil a intereses ocultos ha imperado hasta el presente, obstinadamente se continúa presentando la superficie terrestre de Colombia como totalizando 1´138.914 k2, cifra similar a la que durante siglos ha sido enseñada como cierta, cuando la verdadera supera los 2´700.000 k2, con lo cual es posible afirmar que existirían más de dos Colombias donde se hace creer que solo hay una. La en verdad colosal cifra resultaría de sumar los aproximadamente 700.000 k2 de superficies planas del país a los kilómetros obtenidos de transformar con los algoritmos correspondientes los casi 500.000 k2 de que mediría la mera base de las zonas montañosas en áreas verticales reales, cuyas elevaciones llegan hasta a duplicar las mayores de los Alpes Suizos, produciendo un total tentativo, pero bastante cercano, a los dos millones de kilómetros cuadrados.

También se le deben sumar el mar territorial (12 millas náuticas) y la zona económica exclusiva (200 mn), Potosí de riquezas naturales que van desde sus inmensos recursos ictiológicos a las vastas reservas mineralógicas, así como los tesoros coloniales que yacen en sus profundidades, guarismos que al multiplicarse por los 3.208 km de nuestras costas e incluir las porciones que correspondan a la Isla de Malpelo en el Océano Pacífico y de las islas y cayos del archipiélago de San Andrés y Providencia en el Mar Caribe significarían aproximadamente 1´400.000 de k2. Por lo tanto, la extensión total y real de esta nación es de más de 4´100.000 k2, iguales a casi el 50 % del territorio continental supuesto de todo Brasil o a la friolera de 100 veces la superficie terrestre de Holanda, un país casi totalmente llano pero extraordinariamente rico.

Las cifras resultantes de nuestro verdadero territorio también evidencian una insólita realidad: que su densidad demográfica sea bajísima, de menos de 17 habitantes por k2, de los cuales 10 (o un 60 %) viven desde bajo el nivel de la pobreza hasta en la más denigrante miseria, frente a por ejemplo 410 por k2 que habitan Holanda, cuyo nivel de vida y bienestar es similar al de las naciones más ricas, desproporción tal que significa que Colombia está por poco despoblada, así pocas ciudades causen la impresión opuesta, y aun lejísimos de ser un país superpoblado, como hacen creer aquellos cuya mezquindad resulta favorecida con tan engañosa suposición.

Tan escasa es la densidad demográfica del país y desmesurada su extensión terrestre, que si su verdadera superficie fuera equitativamente repartida entre todos sus habitantes a cada uno le corresponderían 6 k2, o su equivalente: 60 hectáreas. No obstante, cuando el mundo se halla en la Era del Conocimiento una reforma agraria cualquiera sería poco más que anacrónica y no conducente a resolver mejor nuestros problemas económicos y sociales; pues a Colombia más beneficiaría una educación primaria y secundaria gratuita y obligatoria para cada persona de ambos sexos; una formación superior al alcance de una gran parte de la población; programas efectivos de aprendizaje de inglés y otras materias que le puedan abrir las puertas del saber a quienquiera desee penetrarlo; capacitación intensiva para formar grupos poblacionales que se pudieran catalogar como mano de obra altamente calificada; incentivos tributarios y de otros géneros para empresas tecnológicas deseando contribuir a que más bien nos convirtiéramos en jaguares latinoamericanos que un día no lejano compitiéramos en pie de igualdad con los cada vez más prósperos tigres asiáticos, y tantas otras cosas que nos proyectarían a un futuro brillante, haciendo de Colombia y demás países de América Latina el conjunto de naciones más fuertes y ricas de la Tierra, como debió acontecer desde nuestra sólo imaginada independencia.

Siendo éste uno de los países más enormes del globo, ¿cuán extensa y rica es Latinoamérica, en su mayoría montañosa y flanqueada por los mayores océanos? Al ignorarse sus verdaderas dimensiones, que en vez de duplicar las de los Estados Unidos, como aun presumen, podrían hasta más que triplicarlas, no es de extrañar que aun se desconozcan sus auténticas riquezas, cuya naturaleza y cuantía solamente conocen gente clave de la banca internacional, poderosas multinacionales, organizaciones supranacionales y élites de las naciones dadas a saquear todos nuestros recursos naturales para mantener activa su industria y creciente su poder económico. A pesar de todo, podrían obtener buena parte de ellos aunque a cambio de proporcionarnos lo citado y transferirnos la tecnología requerida para que fuera realizable. Así, todos ganaríamos. Hasta los más acaudalados de Latinoamérica y el resto del globo, para cuyo beneficio surgiría una sociedad más enriquecida y ávida de todo lo que la mente pueda crear y producir, como sucedió con Alemania tras hacer caer el Muro de Berlín, al convertir a 16 millones de alemanes orientales, pauperizados por el marxismo, en similar número de muy solventes consumidores.

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¿Cuánto acrecería la capacidad de presión de América Latina sobre los otros poderes del globo, sobre todo representando descomunales territorios y riquezas de que todavía ni se sospecha? Sin duda tal coyuntura puede romper nudos gordianos como aquel con que los Estados Unidos ataran a México para impedirle participar en todo proyecto integracionista de América Latina que no cuente con su beneplácito, a tiempo que erigen un infame muro patrullado por más de 20 mil hombres armados y vigilado por una flotilla de aviones espía Predator, parafernalia que habrían envidiado quienes levantaran la también inicua Cortina de Hierro, más en esta ocasión para aislar su gente y la del resto de América Latina de la Norteamérica de los estadounidenses y canadienses y por ende de numerosos países a donde no se puede viajar sin paso visado por los suyos, así como puede permitir la unificación de toda Latinoamérica tornando realidad la nación que sería la más extensa y rica de la Tierra, cuyo creciente poderío le abriría numerosos caminos a la Revolución del Conocimiento dejando atrás siglos de miseria, violencia y muerte que únicamente han favorecido a su establecimiento y a sus cada vez más enriquecidos amos.

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La unión hace la fuerza. No obstante, permanecemos divididos por megapoderes como los de la Comisión Trilateral, el Grupo Bilderberg y otras organizaciones y manipulados mediante las más astutas maniobras presuntamente integracionistas y arteramente urdidas en conciliábulos secretos propios de señores feudales que para favorecer sus arrogantes fines personalistas tan sumisamente les orquestan titiriteros caudillos populistas que ni tan siquiera osarían consultar plebiscitariamente sus pueblos acerca de si crear y cómo una verdadera federación de estados latinoamericanos que sólidamente unificados puedan explotar para si las incalculables riquezas naturales de sus océanos, vastos territorios y subsuelos y todo el potencial oculto en el cerebro de su gente; pues no existiría proyecto de mayor envergadura histórica como sería el construir la mayor nación del planeta, cuya sobrecogedora inmensidad y riqueza sea patrimonio de cada uno de los latinoamericanos y no solo de unos cuantos oportunistas y gobernantes de opereta.

Tras fundarse los Estados Unidos, hoy la mayor superpotencia y líderes mundiales de la Era del Conocimiento, en 1957 se creó el Mercado Común Europeo, que a su vez en 1993 diera lugar a la Unión Europea, ahora con 27 naciones con pueblos de diversas razas y culturas que hablan numerosas lenguas, profesan varios credos y proceden de tan diferentes árboles genealógicos que los nombres en unos lugares a menudo ni se conocen en otros, a pesar de lo cual en solo dos décadas han llegado a ser el bloque socioeconómico más poderoso que jamás ha existido.

Contrariamente, desde cuando Bolívar formara la Gran Colombia, que anhelaba fuera la mayor nación de la Tierra yendo desde el Río Grande hasta la Patagonia, los autodenominados líderes de Latinoamérica solo atinan a estimular nacionalismos con la celebración de independencias que solo existen en la delirante imaginación de incontables patrioteros e instituir asociaciones con que dopar nuestros habitantes para evitar su verdadera unificación, como ha sucedido con organismos que van desde la inepta Organización de Estados Americanos (OEA) y tantos otros enormes nidos burocráticos para emplear familiares y amigos, hasta la tal Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) cuya primordial finalidad parece ser sabotear un eventual ingreso de México y los estados centroamericanos a un bloque monolítico e indestructible que formaran todas los naciones latinoamericanas, de llegar a surgir un carismático líder que las aglutinara. Lamentablemente, son pocos los humanos que alcanzarían tan elevadas cumbres de grandeza.

Si en vez de dilapidar energías como sumisos súbditos neocoloniales de poderes cuyo interés resulta ser el de explotar sin tregua nuestro descomunal y riquísimo territorio y tomáramos el toro por los cuernos y sin partidismos ni preferencias promoviéramos en cada país referendos no destinados a perpetuar en su engañoso poder a nuestros caudillos tropicales, sino a decidir el establecimiento de una verdadera e indisoluble Unión Latinoamericana que apruebe y haga efectiva una constitución política que diáfanamente afirme los derechos y deberes del pueblo y ponga en acción las políticas sociales y económicas a implementar otra sería nuestra historia. Indudablemente, habría de ser la de una crecientemente poderosa nación que fulguraría como pocas en la constelación de los pueblos del orbe, hasta llegar a ser tan grandiosa como las más.

¿Acaso durante siglos no se han dado todas las condiciones para que una Latinoamérica unida sea una realidad? Basta con saber que a tenor de la multifacética Europa etnias como la nativa, mestiza, bereber, blanca, negra y mulata pueblan una región donde, sin embargo, predominan lenguas muy parecidas, idénticos credos religiosos y por las venas de casi todos corre la sangre de Rodríguez, Castaños, López, Agudelos y tantos apellidos ibéricos que abundan por doquier.

¿O se precisarían de otros ingredientes, quizás de naturaleza esotérica, para unificar e integrar nuestros pueblos rompiendo las cadenas impuestas por poderes neocolonialistas auxiliados por los peones que contribuyen a perpetuar la reconquista de que América Latina es objeto? Además, los mayores dividendos de la unificación serían la paz y el desarrollo, solo posibles de convertirla con transparencia y honestidad en un emporio sin igual que le permita llegar a tan extraordinarias metas beneficiando a los nuestros y los demás con la riqueza, luz y poder que podrían emanar de una Latinoamérica que también hiciera la Revolución del Conocimiento. Caso contrario, habría de condenarnos a perpetuar nuestra miseria y abyecto sometimiento a insensibles poderes foráneos, legando a generaciones futuras no el paraíso en que podríamos convertir nuestra incomparablemente bella y rica tierra, sino un dantesco y horroroso infierno en cuyas feroces llamas de dolor y desesperanza todos habríamos de arder por siempre jamás!

EL MAYOR ENGAÑO DE LA HISTORIA

 

 

Autor:

José Fernando Jaramillo.

unionlatinoamericana[arroba]ymail.com

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