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Capilla del monte, Erks y el Uritorco. El universo alternativo de la razón


Partes: 1, 2

  1. Introducción crítica
  2. La gran huella
  3. Leyendas modernas
  4. Ver para creer
  5. Insatisfacción
  6. Los sabios del Uritorco
  7. Quimeras
  8. Tribus urbanas y el prestigio del pasado
  9. Lo maravilloso y las fronteras de la realidad
  10. Así como es arriba es abajo
  11. ¿Un cuadrilátero de conflictos?

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Introducción crítica

Existen lugares en los que ya sea por cuestiones geográficas, históricas, espirituales o simple afán de dinero, todas las quimeras se concentran convirtiéndolos en "centros energéticos" que, como la miel a las moscas, atraen a miles de almas desesperadas por creer en algo trascendente. Capilla del Monte, en el Valle de Punilla (Córdoba, Argentina), es uno de ellos.

Desde mediado de la década de 1980, cuando según dicen un plato volador extraterrestre aterrizó en las laderas del cerro El Pajarillo dejando una inmensa huella, este pueblo cordobés se convirtió en la Meca del esoterismo más mediático que se pueda imaginar. A él convergieron locos de todo el planeta en pos de sanación, crecimiento espiritual, contactos con alienígenas, relaciones con entidades superiores, gnomos, elfos y hasta con los habitantes de una ciudad intraterrena que llamaron ERKS (sigla cuyo significado es el de Encuentro de Remanentes Kósmicos Siderales).

¿Qué es todo esto?

¿Qué extraña subcultura late detrás de estas historias?

¿Quiénes son y han sido los responsables de esta explosión de misticismo, que desde hace años mueve miles de millones de pesos y alimenta un turismo tan particular?

¿Qué tipo de gente es la que concurre a esta parte de Córdoba? ¿Qué buscan allí?

¿Y cómo es posible romper de forma tan flagrante, y sin ponerse colorado, con la herencia de la modernidad racionalista, cimentada desde el Renacimiento y la Ilustración? ¿Es que nadie advierte el delirante universo que han construido y en el que hundieron sus creencias?

Estamos frente a un síntoma más de la mentalidad New Age. De eso no hay duda. Pero, ¿qué estructuras cognitivas son las que permiten que se mezclen tantas cosas inconexas?

La mixtura no podría ser más completa. Basta con recorrer las calles de Capilla del Monte para reconocerlo.

El neo-hipismo esotérico de base individualista de los "90 ha echado raíces a la sombra del cerro más famoso del lugar, el Uritorco. Y bajo su ladera mística han proliferado grupos, sectas y energúmenos que, a partir de prácticas supuestamente espiritualistas, pretenden convertirse en las almas esclarecidas de una Nueva Era donde los iluminados alcanzarán el Nirvana en la tierra.

En Capilla del Monte todo se confunde en una sopa única. Espesa. Ambigua, pero sumamente interesante desde la perspectiva que nos da la historia de mentalidades. En este universo onírico, producto de la imaginación más desbocada, es posible encontrar, junto al ya famoso cerro (hoy de fama mundial), ovnis, luces misteriosas, apariciones, energías inteligentes, portales dimensionales, razas superiores, difusiónismo ario, duendes, frases de poder (mantras), niños índigos, budismo de country, leguajes cósmicos perdidos, intraterrestres, ecología new-age, reencarnación, filo-nazismo, magia, adivinación, tarotismo, angelología, avistajes programados, telepatía, videntes, sensitivos, abducciones extraterrestres, oratorios paganos, templarios, indios blancos, mercachifles de feria y antiguos espíritus guerreros germánicos que buscan dominar el mundo del futuro.

¿Cómo surgió todo esto? ¿Por qué? ¿Quiénes fueron sus responsables? ¿Dónde están sus raíces? ¿Qué significa este rebrote de pensamiento mágico a fines del siglo XX y principios del XXI?

Es lo que intentaremos explicar en las páginas que siguen.

Tarea, por cierto, bastante complicada.

Buenos Aires, febrero 2015.

La gran huella

Corría el mes de enero de 1986 cuando apareció.

Sorpresivamente, algunos vecinos de Capilla del Monte observaron claramente una "huella" delineada sobre una de las laderas del cerro El Pajarillo, anexo al Uritorco, y se desató la locura.

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En plena primavera alfonsinista, cuando la democracia daba su primeros y timoratos pasos tras ocho años de dictadura feroz, los extraterrestres parecieron interesarse por aquel rincón de Córdoba al punto de aterrizar en sus sierras, desencadenando un fenómeno de carácter social sumamente interesante y que dura hasta hoy.

Casi de inmediato, y a instancias de los medios masivos de comunicación, la marca o huella ovalada que se perfilaba en el cerro fue interpretada como el resultado del descenso de un ovni en el valle de Punilla.

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Como en tantas otras ocasiones, la televisión y los periódicos sensacionalistas se sumaron al fraude y lo popularizaron de tal modo que nadie quedó ajeno al asunto. De todas las notas publicadas o emitidas, las del Canal 9 de Buenos Aires fueron las más famosas y de mayor repercusión. De la mano de su reportero estrella y su camarógrafo, Nuevediario alcanzó topes de rating insospechados (47 puntos) y todas las noches el país entero se convocó frente a las pantallas de TV para ser testigo de las bizarras aventuras del periodista José de Zer y su inefable escudero, el camarógrafo Chango, persiguiendo aliens en las serranías cordobesas.[1]

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Nadie imaginó por entonces las perdurables consecuencias de aquellos informes de periodismo-ficción. Ni siquiera los habitantes de Capilla del Monte que, al principio y según consignara muchos años después Carlos "el Chango" Torres, no tomaron el tema con buen ánimo. Que la localidad empezara a ser famosa por cuestiones tan poco convencionales no cayó nada simpático. El país entero comentaba el tema con una sonrisa irónica e incrédula. Se estaba a un paso del ridículo y, según se dice, del ridículo no se regresa jamás. A más de 30 años de aquellos bizarros sucesos muchos los seguimos recordando con la misma ironía e suspicacia de entonces. Pero en el proceso, el status de toda la localidad cambió y Capilla del Monte se convirtió en un polo turístico alternativo, esotérico, de fama mundial. Miles de visitantes dejaron el ridículo a un lado. Lo reformularon. Lo cargaron de historias rimbombantes, teorías conspirativas, espiritualismo y delirios New Age, transformando esas serranías en el escenario ideal de sucesos extraordinarios, en donde todo era posible: desde el avistaje programado de ovnis (entendiendo el término como "naves de otros planetas") hasta el contacto con entidades energéticas (luces inteligentes) que protegen secretos inconfesables y auguran un Apocalipsis del que saldrán con vida sólo unos pocos iluminados. No faltaron, incluso, los que sostuvieron que en la región estaba el Santo Grial y que desde allí la humanidad se regeneraría al entrar en una nueva época de luz. Y así, lo que al principio fue visto con despecho se terminó convirtiendo en un filón de oro cuya veta inagotable llega hasta hoy.

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Capilla del Monte se hizo famosa y no se tardó mucho para que legiones de alucinados acudieran a ella tratando de develar y seguir alimentando sus misterios. En poco tiempo, el negocio floreció y los ventajeros de siempre tomaron parte en la ganancias convirtiendo al cerro Uritorco en un centro energético desde donde la humanidad iba a regenerarse espiritualmente, en contacto con "nuestros Hermanos Superiores del espacio exterior" (e interior).

Alguna vez se dijo que cuanto más grande es la mentira más fácil de creer es. Éste es un buen ejemplo de ello. Cuanto más incongruentes e irracionales son las historias que circulan por la zona, mayor es el número de adeptos.

Ejércitos de personas acuden anualmente a la ciudad en busca de experiencias paranormales. Y las encuentran al módico precio que fijan los guías turísticos y baqueanos locales. Hay que reconocer que al menos con José de Zer el asunto era gratis. Bastaba con prender la TV. Pero, ¿quién era José de Zer? Las nuevas generaciones no lo conocieron. Y aunque el sensacionalismo no murió con él, sí perdió el aire lúdico que supo imprimirle con verdadera maestría.

De Zer, con su voz ronca y agitada ha pasado a la historia de la televisión argentina. Es sin duda un capítulo interesante y revelador de cómo algunos hacen periodismo sin que la verdad importe, o cómo esa profesión puede ser la gran catalizadora de rumores y leyendas, tan perdurables como entrañables.

El Uritorco y sus misteriosas entidades le deben mucho al tipo de periodismo practicado por José de Zer. Aunque hoy día la mayoría lo oculte y no quieran ver en sus intervenciones gran parte del origen del éxito esotérico del pueblo. "Sin él es muy probable que la huella del cerro se hubiera perdido en las primeras semanas de febrero de 1986 entre noticias de accidentes automovilísticos, algún ahogado de la costa atlántica o la separación de una pareja del ambiente televisivo".[2]

El Uritorco, Erks y todos sus espejismos derivados, no son más que productos (mercancías) que se venden a un colectivo de personas que se tragan cualquier cosa aduciendo tener la "mente abierta" y una visión espiritualista (absolutamente acrítica).

De todo eso se alimenta en gran parte hoy Capilla del Monte.

Leyendas modernas

Una supuesta y presumida experiencia científica, junto a la exacerbada adoración a reconocidas autoridades constituyen las bases de esta irracional y risible creencia; alimentada por una ingenua e infantil manera de interpretar el mundo. No hay duda de que estamos, una vez más, ante el complejo, interesante y fascinante mundo de las leyendas contemporáneas.

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Cuando algunos de los gurús locales elucubra su historia paralela, tanto respecto de templarios escondiendo el Grial en las laderas del Uritorco, como de "misteriosos" indios comechingones descendientes de vikingos o pueblos germánicos, no hacen más que partir de hechos o argumentos no probados, inverosímiles y sumamente dudosos; pero aceptados de antemano como lógicos y evidentes. Una vez dado ese paso, cualquier cosa es posible.

En el delirante universo de Capilla del Monte, los conceptos, ideas y premisas más importantes (y disparatadas) se dicen siempre al pasar. Se da por sentado que todo ser inteligente "sabe" que las energías misteriosas, ETs y hermanos superiores del centro de la Tierra, existen. Y sobre esta plataforma levantan el edificio en el que se apoyan todas sus maravillosas teorías.

Temas como los nombrados están poblados de pseudo-sabios que en realidad no son más que conspiracionistas de gabinete que alimentan y son retroalimentados por legiones de crédulos e ignorantes que los siguen y consideran iluminados. La riqueza cultural de todo este fenómeno social radica, justamente, en ellos. Porque ellos son la única y principal usina de los ensueños disparatados que nos invaden.

Conforman lo que se ha dado en llamar las autoridades. Los sabios de turno.

Pero partamos de una premisa fundamental: los catedráticos, físicos, historiadores, curas, pilotos o limpia-parabrisas de las esquinas, dadas ciertas circunstancias, se equivocan. Nos equivocamos. Somos falibles la mayor parte del tiempo; mucho más cuando nos ponemos a opinar sobre temas ajenos a nuestras profesiones. Que un abogado o sociólogo opine libremente y con aire de sapiencia absoluta sobre fenómenos astronómicos, atmosféricos o geológicos, debería ponernos en alerta máxima.

El público es propenso a creer mentiras, máxime cuando ellas tienen que ver con sucesos maravillosos y extraños. En realidad convierten en algo cierto sus propios deseos y sueños. Esto es conocido de sobra por los medios de comunicación que se encargan de publicitarlos con grandes titulares, ilustraciones a todo color y música de fondo. Pero cuando ese suceso es convenientemente rebatido, el espacio que se le otorga al descargo es pequeño, insignificante o publicado en las páginas interiores del periódico.

Quieren creer, como demandaba el cartel que colgaba en el ficticio despacho del agente del FBI, Fox Mulder, en la serie Los Expedientes Secretos X.

Por eso, de todas las cosas que molestan y causan las más aireadas y vehemente intervenciones entre los fabricantes de mentiras, están las exigencias de pruebas. Las evidencias.

No hay duda que incomodan mucho.

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Ver para creer

Las neurociencias están de moda. El cerebro parece haberse convertido hoy en la vedette principal. Decenas de libros y documentales de TV se abocan a explicar las últimas investigaciones sobre su funcionamiento y, hay admitirlo, resulta muy interesante reconocer cuán equívoco y vago puede ser este fundamental órgano del cuerpo.

Su función principal parecería ser ahorrar energía. Es decir, hacer lo mínimo indispensable al momento de funcionar y ello conduce, casi inevitablemente, a una distorsión de la manera en que apreciamos e interpretamos el mundo. Especialmente cuando nos centramos en la forma en que lo vemos (lógicamente con los ojos).

Los especialistas están de acuerdo en sostener que "vemos con el cerebro". He ahí que reconozcan una serie de principios de funcionamiento que pueden interesarnos a la hora de explicar el fenómeno del Uritorco, Erks y todas las delirantes apreciaciones y que creencias que orbitan en torno al tema.

Empecemos por lo que se ha dado el llamar la falacia del experto.

Solemos creer cualquier disparate si quien lo dice/transmite viene apropiadamente arropado de profesionalismo y sabiduría. Se confía en las personas bien vestidas. Ellas encarnan el estereotipo socialmente difundido del "experto-investigador". Cualquier idiotez dicha usando saco y corbata tiene más posibilidades de ser digerida que, si quien la dice, aparece (se muestra) mal entrazado o no respeta los códigos que se cree debe tener un especialista.

Por eso, la apariencia, el tono de voz, la postura y los títulos académicos (reales o falsos) que anteceden al orador son tomados como prueba irrefutable y confiable de cualquier cosa. No en vano la bibliografía sobre la temática que nos ocupa (ovnis, ciudades intraterrenas y demás dislates), dedica páginas enteras en describir los currículum vitae de los expertos que la difunden, remarcando las universidades, institutos y academias de fama mundial (la NASA es una de ellas) a las que asistieron o supuestamente trabajan. Desde el vamos, el cerebro, ahorrando energía, prefiere confiar y aceptar lo que se dice si ello viene de autoridades de peso.

De todos modos, las creencias sobrenaturales no se transmiten exclusivamente por lo que se nos dice que debemos creer. Para Bruce M. Hood, "hay algo biológico que nos lleva a creer"[3]; además de existir la tendencia a creer que lo que pensamos podría ser cierto. El origen de esto puede estar fundado en una teoría ingenua sobre el funcionamiento de la vista y de las cosas. Existe cierta inclinación a confirmar prejuiciosamente que lo que creemos es cierto. A esto se lo denomina "el sesgo confirmatorio" y es muy fácil llegar a conclusiones falsas cuando desconocemos todos los datos y nos guiamos por ideas preconcebidas. Tal como lo señala Hood, "el sesgo confirmatorio revela que las ideas preconcebidas moldean fácilmente la manera como interpretamos la información".[4] Por otra parte, el simple hecho de que todos experimentemos algo no lo vuelve real necesariamente.

Claro que también debemos considerar otras opciones que parten de la psiquiatría y la psicología clínica. El hecho de que muchas personas se crean vigiladas por entidades extraterrestres o hermanos superiores manejando ovnis puede que se deba a un claro sentimiento de culpa o, más cruentamente, a un síntoma de esquizofrenia paranoide capaz de distorsionar la realidad. He ahí la base de todo pensamiento conspirativo y el origen de un trastorno psíquico conocido con el nombre de apofenia, que consiste en la tendencia anormal de ver conexiones en el mundo por todos lados. Una vez que esta inclinación se desboca las ideaciones mágicas se convierten en parte de la vida cotidiana.

Muchos las controlan.

Los locos no.

Insatisfacción

En una época en la que las religiones tradicionales parecen no dar respuestas satisfactorias a las grandes inquietudes humanas, y en la que las instituciones han perdido el prestigio de antaño, no es de extrañar que proliferen los más desatinados cultos esotéricos que, atentando flagrantemente contra la razón y el sentido común, hacen propios delirios sinsentido que, a simple vista, se dan de bruces con todo el conocimiento acumulado en los últimos 500 años.

No hay razonamiento que los convenza de lo contrario. Cuanto más grande el delirio, mayor es la difusión y adeptos que gana. La ignorancia y el desconocimiento representa el punto de partida en el que se apoyan esas creencias, la mayoría hoy transmutadas en lucrativos negocios. La fe y el dinero mueven montañas. En especial una: el Uritorco.

Como sucede con todos los creyentes, resulta imposible hacerlos entrar en razón. Después de absorber una cosmovisión que les da sentido a sus necesidades espirituales, de nada sirve tratar de convencerlos de lo contrario. El sentido de realidad está trastocado y la línea que separa lo posible de lo imposible se esfuma creando un universo alternativo en el que conviven sin problemas los duendes, los alienígenas, las energías misteriosas y ciudades del centro de la Tierra. El pensamiento mágico en su máxima exponencia.

Asistimos, pues, a una medievalización de la forma de interpretar el mundo. Hay una materialización de las fantasías que, en ese acto, dejan de serlo y se convierten en parte de la realidad.

Es este un camino muy angosto y peligroso. No resulta difícil desbancarse. Basta una crisis (social o personal) para que la New Age y su descomunal fárrago de mezclas capturen a las almas más indefensas y descontentas.

El legado de la modernidad racionalista perece sin más en un océano de palabras sin sentido; en ese alud mixturado de suposiciones, nombres, fechas y falsas autoridades. La mentira y la exageración se unen en el proceso y, a la postre, ambas se convierten en verdades reveladas a las que sólo los "herejes" atacan. Constituyen una inmensa y perdurable bola de nieve que, desde hace algunas décadas, viene creciendo y adquiriendo una fuerza imposible de frenar. Se lleva todo por delante. Arrasa con todo lo que se le cruza en el camino.

Como ya hemos dicho, los medios de comunicación contribuyen al engrandecimiento de estos nuevos cultos mistéricos y al pensamiento conspirativo (metastático en nuestros días) en el que se sostienen. Ya no se requieren pruebas para nada. Cualquier aseveración, revestida de supuesta sapiencia, pasa por ser cierta e incuestionable; máxime cuando sus difusores son profetas, iniciados (muchos de ellos con títulos universitarios).

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La falacia de la autoridad académica se impone. Cualquier grado académico, exhibido en un mundo que desconoce la universidad, es sinónimo de verdad. Por eso, repetimos, en sus discursos abundan los supuestos títulos de profesor y doctor con el que se ven imbuidos sus principales difusores. Como si el hecho de tenerlos llevara automáticamente a la verdad más absoluta. Nadie los discute y la retroalimentación del delirio resulta así poderosísima.

¿Cuáles son los mecanismos por los cuales mentes entrenadas caen en un hoyo tan profundo de irracionalismo? ¿Qué persiguen con todo ello? ¿Ganar dinero? ¿Fama? ¿Alcanzar algún objetivo político o ideológico? ¿O es una simple y estrambótica manera de criticar los tiempos que corren? ¿Estamos frente a una patología de carácter mitómano, en la que se termina creyendo las propias mentiras que se inventan?

En primerísima instancia pareciera que sí. De otro modo no se comprende cómo se divulgan en voz alta y con autoridad obispal, los dislates más rebuscados que uno pueda imaginar.

Los simples embusteros suelen disfrazar y cuidar cierta coherencia argumentativa. Pero estos grupos cultores del misterio no tiemblan un ápice al relacionar todo con todo y llegar a explicaciones del tipo siguiente: "Perdón por llegar tarde. Es que fui abducido por seres de luz de otro planeta y al regresarme a la Tierra, tras una peligrosa operación de cerebro, la autopista galáctica estaba muy congestionada. Como usted ya sabe, los fines de semanas son terribles".

En este universo de locos nadie duda. Nadie cuestiona nada. Cualquier aseveración es defendida a capa y espada. Los seños fruncidos y rostros de grave compromiso contribuyen a que los neófitos se terminen convenciendo de las "enseñanzas del sabio", convirtiéndose en fuerzas de choque despiadadas ante el más mínimo cuestionamiento. Por eso buscan cerrarse en ellos mismos. Por ese motivo los grupos de iniciados no aceptan herejes, ni librepensadores. No toleran la discusión porque no tienen argumentos sólidos en lo que apoyarse. ¿Qué pruebas científicas (materiales) pueden aducir o presentar a la hora de probar la existencia de mensajes telepáticos provenientes del Tíbet para descubrir la puerta de ingreso al reino de Erks? No las tienen. Nunca las tendrán. Por eso evitan la confrontación y buscan caminos explicativos emocionales en donde las energías, las fuerzas y los sentimientos pasan a ser los soportes de todo.

En el fondo de la cuestión hay una crisis de confianza en la ciencia y en la razón. Un neo-romanticismo galopante que nos demuestra la vigencia de cosmovisiones mágicas de muy larga data.

Los mundos para-"lelos" existen. Los tenemos a nuestro lado. Invaden todo. Auspiciados por el amor cósmico nos arrastran a una infantilización de la realidad para cuya crítica, muchas veces, faltan las palabras. Sólo nos queda la ironía porque, aún con las palabras adecuadas, intentar convencer de lo contrario es gastar pólvora en chimangos. De nada sirve. El fanatismo está instalado.

Los sabios del Uritorco

La galería de sabios que participaron en la construcción de esta moderna leyenda contemporánea, no fue al principio para nada extensa; y si bien hoy los creyentes son miles (tal vez millones), el universo onírico elaborado en torno al cerro Uritorco y la evanescente ciudad intraterrena de Erks, tiene un responsable original cuyo nombre era Ángel Cristo Acoglanis.

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La historia de este singular personaje es ya de por sí interesante y marca desde el inicio del tema el sinuoso camino que éste tomo. Un camino jalonado de mentiras, inventos y exageraciones esotéricas que sólo las mentes preclaras pueden develar y conocer en profundidad (generalmente a través de revelaciones divinas, siempre indiscutibles).

En un mundo de ignorantes y señoras gordas llenas de tedio, "ellos", los iniciados, la vanguardia moral e intelectual de la galaxia, son los únicos capaces de comprender cabalmente qué es lo que ocurre en el cosmos (palabrita que les encanta utilizar).

Son los sabios del Uritorco. Los que están de vuelta de todo. Los que tiene respuestas a todo Los herederos de la Tierra y sus conocimientos más secretos. Los Hermanos Superiores.

La raza superior.

Las veleidades de supremacía de toda esta fauna mete un poco de miedo. Sus rostros adustos, fruncidos, acompañados de sentencias casi papales sobre temas que ellos mismos inventan, es de por sí atrayente porque nos retrotrae a un clima de fanatismo irracional que, de no ser por sus peligrosas derivaciones, causaría gracia.

Las conexiones que practican son hilarantes; y como todo está relacionado con todo no les tiembla el pulso al unir mitología germana con creencias precolombinas, física cuántica (¡Oh divina física cuántica!), sociedades secretas, vidas pasadas y extraterrestres. Sin mencionar los "objetos de poder" (bastones de mando, piedras sagradas, copas místicas, etc.) a través de los cuales se canalizarían, según ellos, las energías de esa ciencia infusa que tanto idolatran.

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Lo que sí hay que reconocerles es la seguridad con la que vomitan sus alucinaciones. Como ya dijimos: nunca dudan. Viven en un contexto de convicciones envidiables, sintiéndose diferentes (superiores, más esclarecidos) al resto de los mortales. Tal vez por eso se creen sabios o suponen que sus popes lo son.

En el fondo, creen conocer el mundo a la perfección. Saben cómo funciona. Pero claro, ese conocimiento lo otorgan a cuenta gotas. Siempre hablan a medias tintas. Como responsables y guardianes de ese saber sagrado sienten ocupar un estrado más elevado. Más lúcido. Y no es para menos: han sido elegidos para desempeñar esa tarea. Una misión trascendente. Ellos son el nexo a un nuevo orden que conducirá a la humanidad a un nivel de conciencia más elevado.

¡Oh dioses del Olimpo! ¡Bienaventurados aquellos que los sigan!

Es imposible no sentir cierto grado de impotencia frente a esta farsa descarada; en especial cuando se advierte lo desvergonzada y estúpida es esa mentira, y cómo es seguida por miles de personas.

Entonces, a la impotencia se le suma la bronca.

¿Cómo es factible que millones de personas con cierto grado de educación formal puedan creer en tamañas boberías? La única explicación que encontramos a mano es la de la entender el fenómeno del mismo modo en el que se comprende en fenómeno religioso. No hay otra opción. Todo se reduce a la multívoca "fe". Omnipresente comodín que se saca de la manga cada vez que se quiere dar por terminada una discusión. Claro que, en este caso, estaríamos alejándonos a pasos agigantados de la ciencia, de la lógica y de la Historia, entendida ésta como disciplina rigurosa para comprender el pasado.

Pero, atención. Hay algo que debemos considerar.

Si cada pasado es interpretado a partir de un presente particular, el hecho de mistificar el devenir humano, adornándolo con sucesos que nunca ocurrieron, habla más del presente que del pasado propiamente dicho.

¿Cuál es ese presente que permite hablar tantas idioteces con voz aguda y segura?

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Esta es sin duda la cuestión de fondo de todo el asunto. Una época en la que todo está en crisis. En que la muerte de los grandes relatos, el fin de la idea de Progreso y la desconfianza, habilitan a buscar en el espacio exterior (o interior) lo trascendente, sin importar la rigurosidad de dicha búsqueda. Y así reescriben la historia en clave esotérica, a sabiendas de que sobre el papel todo es posible y de que el pasado se constituye en el caldero ideal para esas operaciones; ya que sus grandes espacios en blanco permiten ser rellenados con cualquier sandez imaginativa, teorías conspirativas y tramas secretas, cuando la honestidad intelectual se ausenta y sobreviven sólo las "señales".

Quimeras

Aún quienes en apariencia parecen ser personas racionales (y me refiero a periodistas e indagadores del tema), el esoterismo new-age, de honda raíz mágico-delirante, lo invade todo. Bajo el rótulo de investigadores o especialistas, una legión de diabólicos (como llama a los creyentes Umberto Eco, en su novela El Péndulo de Foucault) pululan por todos los medios masivos (radio, televisión y diarios) difundiendo la palabra que le da de comer a Capilla del Monte, desde enero de 1986.[5]

Incluso, a partir de los primeros años de la década de 2010, la municipalidad de la ciudad, cooptada por políticos que adhieren a estas creencias, pretende darle al tema ovni y a las energías del Uritorco, un cariz oficial que buscó (y busca) ejercer un mayor control sobre la razón de ser del turismo esotérico.

No hay en el fondo una intensión sincera por conocer la verdad, sino el deseo de explotar, aprovechar y sacar ventajas económicas de los dislates, errores y exageraciones que hacen de Capilla del Monte una verdadera Jerusalén del delirio.

Tardó poco más de veinte años el municipio en reconocer la importancia que el Uritorco cósmico tiene en el desarrollo de la ciudad. Más vale tarde que nunca, dirán los investigadores, que reconocen los beneficios adquiridos cuando el Estado municipal tomó parte en el asunto, inclinándose del lado de ellos.

Era la autoridad que faltaba en el currículum vitae.

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Pero a no sorprenderse. Algo similar ocurrió en otras partes del mundo. En Escocia, por ejemplo, los órganos gubernativos municipales han votado leyes/ordenanzas que protegen de cazadores inescrupulosos al mismismo monstruo del Lago Ness (un supuesto plesiosauro, remanente del período jurásico, que todavía nada en sus oscuras aguas); o en algunos territorios de Estados Unidos, que han hecho lo mismo con respecto al famoso Bigfoot (Pie Grande).

Leyes que protegen quimeras. No porque la quimera exista objetivamente (sería un despropósito), sino por la cuantiosa suma de dinero que ésta le genera a esas regiones.

Una vez oficializado el disparate éste cambia su estatus ontológico y "por decreto" adquiere una seriedad nunca antes reconocida. Y esto basta para seguir alimentando la leyenda.

En el fondo de todo está el capital. El único Santo Grial que mantiene el circo en marcha.

Tribus urbanas y el prestigio del pasado

Desde los más especializados buscadores de ovnis, pasando por alquimistas auto-reconocidos, tarotistas de poca monta, angelólogos, expertos en el poder de las gemas, ecologistas apocalípticos, sabios, parapsicólogos y antropólogos graduados en academias no oficiales, sin desechar a los lisa y llanamente mitómanos delirantes, toda una tribu de renovados hippies han copado el lugar, contrariando a los vecinos más incrédulos, quienes se han visto involucrados en un asunto del que será difícil salir en breve.

Decir hoy Capilla del Monte es hablar de platos voladores y muchas veces resulta complicado contener la sonrisa irónica cuando se hace referencia a la ciudad. Esto no es del agrado de todos, aunque los hoteleros, dueños de restaurantes y hosterías, sean los principales beneficiarios. El turismo se alimenta, desde 1986, de los contingentes de creyentes (diabólicos) que los visitan.

Pero hay un aspecto más que analizar. Lo hemos detectado in situ en Capilla del Monte, y es el deseo de darle a las creencias un antecedente histórico que lo prestigie y, al mismo tiempo, lo aleje del acontecimiento que dio el puntapié inicial a esta locura: la huella del cerro El Pajarillo del año 1986.

No son pocos los residentes y místicos que intentan remontar el fenómeno energético al pasado y darle al misterio una profundidad cronológica que parece no tener. "Lo extraño en la región ya estaba, sostienen. La huella fue sólo el catalizador que hizo ver lo que pocos veían antes". Incluso en las redes sociales (Facebook, por ejemplo) se observa la tendencia a buscar fotos antiguas que lo prueben. Aunque la más vieja que vimos (uno de los primeros tour-ovni por las sierras) data del año 1987 y es por tanto posterior a la huella).

La región es mágica desde épocas precolombinas.

Es lo que se pretende implantar. ¿Qué otra cosa podría esperarse de una zona habitada por indios que algunos no dudan en afirmar era altos, barbados, rubios y de ojos azules?

Lo maravilloso y las fronteras de la realidad

Como señaló el historiador francés Jaques Le Goff, cualquier abordaje que se realice al problema de lo maravilloso en una sociedad determinada debe partir del análisis del vocabulario que, como es de prever, cambia con el paso del tiempo.

Las palabras también tienen su historia. Un mismo término no siempre significa lo mismo en épocas distintas; por tanto, se corre el riesgo de caer en conclusiones anacrónicas si no se tiene en cuenta ese devenir semántico.

Un buen ejemplo al respecto es el de la palabra "Progreso".

Actualmente este concepto conlleva la idea de mejoría, de avance. Pero no siempre ha sido así. La idea de Progreso, tal como sobrevive (agoniza) hoy en día, es el producto de un profundo cambio, tanto epistemológico como de mentalidades, que se operó fundamentalmente en el siglo XVIII; responsable de ese nuevo mito que muchos arrastran y que se resumiría en una simple frase: "Todo tiempo pasado fue peor".

Pero la palabra Progreso existía y era usada mucho tiempo antes del siglo XVIII. La cuestión es que su significado no era el que hoy le damos. Antes de la modernidad progresar era trasladarse de un punto A a un punto B. Es decir, tenía una clara connotación espacial, muy lejana y ajena a la idea de "mejoría" que adoptó en el Siglo de las Luces.

Hoy, promediando la segunda década del siglo XXI, y tras las decepciones sufridas en la centuria anterior, muchos son los que ponen en duda el recalcitrante optimismo y confianza de los pensadores ilustrados. El mito del Progreso se ha revelado falso. No somos necesariamente mejores a los hombres de hace tres siglos. La tecnología no basta ni es suficiente para etiquetarnos como superiores a ellos.

Algo parecido pasó con lo maravilloso.

El contexto histórico condicionó su significado y Le Goff es bien claro al respecto: entre la gente letrada de la Edad Media, nuestro adjetivo "maravilloso" ("genial", "sorprendente", "curioso") se traducía en un término prolíficamente utilizado: "mirabilis". Pero no existía una categoría mental que se correspondiera a lo que nosotros (hoy) llamamos "lo maravilloso".[6]

En tanto que actualmente ésta es una categoría literaria y espiritual ("¡qué maravilloso es tal cosa!"), para la gente del medioevo, sin que mediara la palabra, era una categoría del universo mismo, que no atentaba (como los milagros) contra el esquema lógico de representación que tenían del mundo.

"Lo Maravilloso" no producía ninguna ruptura, ni turbaba (como hoy) a nadie. La existencia de gnomos, hadas, espíritus, dragones o sitios con caracteres "sobrenaturales" era aceptada como algo normal y cotidiano. Una parte más de la naturaleza. Con la misma entidad que podía tener un árbol o una vaca.

En una época en la que la ciencia desconocía el funcionamiento del universo y las intervenciones divinas se aceptaban como dogma de fe, es lógico que "lo maravilloso" como tal no existiera y careciera de sentido. Tampoco la categoría "sobrenatural" tenía sentido. Tuvimos que esperar al siglo XVIII para que las cosas, lentamente, cambiaran. Sólo a partir de entonces "lo maravilloso/sobrenatural" irrumpiría en nuestra conciencia, convirtiéndose en ideas ajenas a lo real.

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Pero en la historia de mentalidades las permanencias tienen una sostenida y larga inercia. La misma que detectamos en Capilla del Monte y sus fabulosas historias.

Dentro del catálogo de "maravillas" que hallamos en esta Meca de fantasías, es interesante notar las muchas similitudes que hay con los inventarios que los historiadores medievalistas hicieran del período que va del siglo XI al XIII.

En primer lugar nos topamos con los países y lugares maravillosos, protagonistas éstos de decenas de libros de caballería y demás relatos que vienen circulando desde por lo menos la Baja Edad Media y el primer Renacimiento.

La montaña hueca es uno de ellos.

Generalmente constituye, como lo indicara Daniel Granada, un lugar refugio. Un sitio alejado del neófito y al que sólo se accede dando pruebas de purea moral y espiritual. Es una reservorio de riquezas inconmensurables, que van desde cantidades ingentes de oro o plata, hasta la posibilidad de encontrar allí el conocimiento absoluto.[7]

¿Qué otra cosa representa Erks sino eso mismo?

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En Capilla del Monte, la montaña hueca es el Uritorco; cerro que concentra todos los demás elementos y seres maravillosos de las antiguas leyendas: las rocas mágicas (aún consideradas reservorios y productoras de extrañas energías), las fuentes y manantiales (hoy vistos como muy deseados por los extraterrestres), los árboles mágicos (a los que se acude para abrazar sus místicas emanaciones de fuerza telúrica), los gigantes y enanos (hoy identificados con dos de las razas alienígenas que visitan el lugar) y, finalmente, los hombres y mujeres con particularidades físicas y mentales (como es el caso de los Hermanos Superiores que habitarían Erks o el mismísimo Ángel Cristo Acoglanis con sus poderes místicos, capaces de convocar a seres de otras dimensiones).

Camuflados, ciertos objetos del imaginario medieval mantiene su vigencia en el corazón de las sierras cordobesas, a pesar de los siglos transcurridos. Objetos también mágicos, poderosos, protectores. Tal es el caso del Bastón de Mando de los comechingones, vuelto famoso por un místico abogado porteño, o el Santo Grial que, según afirman grupos esotéricos vernáculos, está escondido en Argentina.[8]

Capilla del Monte se ha convertido en un lugar donde las dudas se diluyen en un océano de certezas y la ilusión de los sentidos, producto de la imaginación desbocada o de una mala lectura de las leyes naturales, descarta la posibilidad de considerar que todo sea un error o una fantasía.

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Los diabólicos no vacilan. No plantean ambigüedad alguna frente a los fenómenos en los que creen. Por ende, otra categoría que carece de sentido dentro de ese universo mental es la categoría de lo fantástico; ya que, por los supuestos de los que parten, el concepto de lo imposible pierde peso y desaparece. Como dijimos más arriba, las fronteras entre lo real y la fantasía se diluyen, conviviéndose sin cuestionamientos con una cosmovisión que une la fe con la credulidad exagerada y la ignorancia.

Los supuestos fenómenos que sea dan en Capilla del Monte y sus inmediaciones (Los Terrones, Ongamira, Valle de la Luna, etc.) anuncian algo que Tzvetan Todorov clarificó perfectamente en su Introducción a la Literatura Fantástica: las consistentes diferencias que existen entre lo extraño y lo maravilloso.[9]

En tanto que lo extraño, según este autor, surge en un marco en el que las leyes de la realidad se mantienen firmes y lo inexplicado se reduce a hechos conocidos racionalmente (es decir, son explicados manteniendo el aparato epistemológico vigente), lo maravilloso requiere de nuevas leyes y permanece inexplicado, pero perfectamente aceptado a pesar de ello.

Cuando en la sierras de Capilla del Monte se oye hablar de extra o intraterrestres, o de seres de energía provenientes de otras dimensiones, sin que se produzca reacción alguna (conviviéndose con ese mundo onírico como si fuera una parte de la naturaleza misma), estamos ante lo maravilloso en su estado más puro.

Pero lo más interesante de todo es que, cuando Todorov hace mención de estas cosas, se refiere al mundo de la literatura, no al mundo real (como sí lo hacen los creyentes que pululan por el Uritorco, construyendo una realidad alternativa en la que lo invisible se manifiesta en lo mundano sin problema).

Las maravillas y los prodigios, antes signos de Dios, adquieren un nuevo formato. Las alas dejan paso a los propulsores o ingenios anti-gravitacionales y las antiguas entidades elementales adquieren un origen alienígena que pareciera anunciar a gritos la necesidad de un orden trascendente más acorde con los avances tecnológicos y científicos, que han desencantado al mundo desde hace por lo menos 300 años.

Partes: 1, 2
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