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Guerra submarina en Rusia 1918-1920


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. La nueva arma submarina
  3. Rusia y los Aliados frente a frente
  4. La armada rusa al estallar la guerra
  5. Los éxitos blancos de 1919
  6. La guerra en el Mar Báltico
  7. La victoria bolchevique
  8. Notas
  9. Bibliografía

La Revolución bolchevique y la salida de Rusia de la primera guerra mundial produjo, además de una contrarrevolución y varios movimientos secesionistas en territorio ruso, la intervención de las potencias aliadas contra los propios rusos. Éstas en un principio sólo pretendían poner a salvo ingentes cantidades de material bélico que habían entregado al Ejército Imperial Ruso, ahora prácticamente desmantelado por el caos revolucionario, que podían caer en manos de los Imperios Centrales -claros vencedores en el frente oriental a finales de 1917-, al tiempo que trataban de retener en Rusia al mayor número de efectivos alemanes y austro-húngaros que fuese posible. En esencia, la Guerra Civil Rusa (1918-1922) degeneró en un forcejeo entre los bolcheviques, por un lado, y una amalgama de fuerzas contrarrevolucionarias por otro, que iban desde el anarquismo hasta el zarismo, pasando por los socialistas revolucionarios, los mencheviques y otros partidos de la más diversa significación política. También combatían la Revolución diferentes movimientos secesionistas, elementos de las fuerzas austro-alemanas de ocupación, la Legión Checoslovaca, formada por ex-prisioneros de guerra checos, moravos y eslovacos pasados del ejército austro-húngaro al ruso, y unas reducidas fuerzas expedicionarias enviadas por las potencias aliadas vencedoras de 1918.

Desde que la humanidad aprendió a navegar y surcar los mares, no dejó de interesarse en descubrir los secretos que encerraban sus profundidades. Los escasos medios que la naturaleza ponía a su alcance y las limitaciones de su incipiente capacidad tecnológica, fueron durante siglos barreras insuperables para superar la superficie marina, barrera que separa dos mundos opuestos. Pero el ingenio, el afán por explorar lo desconocido y, sobre todo, la necesidad de recuperar valiosos patrimonios perdidos bajo las aguas, hizo que el hombre -tímidamente al principio- fuera adentrándose en el reino de los abismos marinos. Con la ayuda de artilugios y rudimentarios aparatos, los hombres de épocas pasadas suplieron la incapacidad que la naturaleza oponía a sus deseos.

El progreso tecnológico experimentado a partir de 1850 marcó la entrada en una nueva era, la de la Gran Industrialización, que puso al alcance de los inventores y proyectistas los medios necesarios para desarrollar máquinas cada vez más sofisticadas y capaces. A diferencia de otros muchos ingenios concebidos por el hombre, el submarino ha sido desde su origen el fruto del diseño y del desarrollo de un elemento netamente militar, dando la posibilidad de obtener una decisiva ventaja en un enfrentamiento con un enemigo superior en superficie, aprovechando la sorpresa de un acercamiento bajo el agua. Fue la historia de un nuevo David que se enfrentaba a un Goliath con milenios de tradición.

Ya iniciado el siglo XXI se puede considerar que las dos guerras mundiales fueron las coyunturas propicias para que el submarino demostrase todo su valor como arma de guerra marítima. En ambas contiendas, el papel jugado por estas pequeñas naves, tripuladas por reducidos grupos de hombres, fue decisivo. Se ha escrito mucho y se sabe mucho sobre las proezas y hazañas protagonizadas por los submarinistas, tanto alemanes como aliados, durante la segunda guerra mundial, olvidando que fue años antes, durante una aventura de ribetes tan épicos como los de aquélla, cuando el arma submarina desveló todo su potencial. Despreciado por muchos, por considerarlo un medio de combate indigno, revolucionario para otros, y temido por todos, el submarino se reveló durante los ominosos años de la primera guerra mundial como una impresionante arma estratégica, capaz de influir, casi por sí sola y de manera decisiva, en un conflicto que parecía no tener fin, estancado en unas sangrientas tablas en tierra.

El estallido de la "Gran Guerra" -nombre por el que fue conocida durante décadas la I Guerra Mundial (1914-1918)- dio origen a la aparición de toda una nueva generación de armas que fue llamada a revolucionar el arte de la guerra. El avión, el carro de combate, las armas químicas, el empleo masivo de la artillería pesada y la de los vehículos a motor de combustión interna, o la difusión de las radiocomunicaciones, alteraron para siempre el aspecto de los campos de batalla. Sin embargo, ninguna de ellas puede compararse con la aparición del submarino. En 1914 todas las marinas importantes tenían sumergibles en sus listas. La disparidad de sus características era notoria, siendo la calidad de su diseño y construcción el elemento determinante de sus prestaciones y limitaciones. En un principio, su empleo se circunscribió a la defensa costera, actuando en unas funciones similares a las del torpedero. Éste, ya claramente superado, limitaría su actuación a las horas de oscuridad, mientras que el submarino operaría de día. Muy pocos habían considerado en aquel momento la posibilidad de enviar al submarino a aguas lejanas o en funciones de corso, aunque a medida que iba avanzando su desarrollo, esa posibilidad se hizo tangible.

Tampoco los propios submarinistas despertaban muchas simpatías entre sus camaradas destinados a los grandes navíos de superficie, donde la pulcritud y la disciplina eran obsesivas, siendo considerados más como una especie de desaliñados apestosos que como los miembros de una de las ramas de su propia marina de guerra. Pese a su aspecto poco marcial, los tripulantes de los sumergibles a comienzos del siglo XX formaban unos eficientes equipos humanos, que aunaban buenas cualidades marineras, técnicas y militares. Las duras condiciones de vida a bordo de sus máquinas, el agotador trabajo y el peligro inherente a sus misiones, forjaron un espíritu de cuerpo que les ayudaría a afrontar las terribles pruebas de la guerra sin perder su cohesión. Tras las primeras semanas de guerra en 1914, se hizo evidente que muchas de las doctrinas militares de preguerra habían quedado desmentidas al ser confrontadas con la realidad bélica. El caso de los submarinos fue un ejemplo notorio. Éstos se demostraron capaces de realizar navegaciones cada vez más largas y descargar golpes de una escala inaudita contra toda clase de buques de superficie. De repente el submarino pasó a ser un "terror de los mares" al que nada parecía ser capaz de hacer frente. A partir de ese punto, las tácticas y las estrategias navales quedaron condicionadas por su mera presencia, obligando a introducir una nueva disciplina en la guerra marítima. Pero si en estos dos aspectos la irrupción del submarino pudo ser un verdadero cataclismo, en la faceta logística estuvo a punto de inclinar la balanza de forma casi decisiva por sí solo, algo que no estuvo prácticamente al alcance de ninguna otra arma, cuerpo o especialidad militar de los que se estrenaron en combate en la primera guerra mundial.

Las dos poderosas coaliciones en lucha se enfrentaron a problemas navales de muy diversa naturaleza. La Triple Entente -compuesta por los Aliados: serbios, rusos, franceses y británicos, a los que se sumaron belgas, japoneses, italianos, portugueses, rumanos, norteamericanos y, a finales del conflicto, algunos países latinoamericanos, además de otros países de menor importancia militar, que se vieron arrastrados al conflicto en algún momento de su desarrollo- estaba coliderada por Gran Bretaña, la mayor potencia marítima y financiera del mundo por aquel entonces. Desde el comienzo mismo de la guerra, su poderosa marina le iba a permitir el establecimiento un asfixiante bloqueo, que traería finalmente el colapso económico e industrial del Imperio Alemán, cabeza visible del bloque de los llamados Imperios Centrales y principal adversario de los británicos. La naturaleza insular del Reino Unido era uno de sus puntos fuertes militarmente hablando, pero al mismo también era una fuente de peligros estratégicos. La industria y la población británicas precisaban importar casi todas sus materias primas y alimentos, cosa que sólo podía realizarse por vía marítima. Lo mismo puede decirse de la distribución de armas y bienes de equipo que salían de las industrias británicas, y que eran el sostén fundamental del esfuerzo bélico de la Triple Entente. También el mantenimiento de fuerzas expedicionarias requería el concurso de un gran número de buques, por lo que los mares eran recorridos por barcos de todas clases al servicio del esfuerzo bélico del Imperio Británico y de sus aliados.

Cuando en Alemania se asumió que el país no iba a ser capaz de resolver la guerra a su favor en los frentes terrestres, los estrategas navales alemanes plantearon la aplicación de un contrabloqueo contra Gran Bretaña y sus aliados, mediante el uso libre e irrestricto de los submarinos contra el tráfico mercante. Las consecuencias de esta medida fueron catastróficas: en la primera mitad del año 1917, la suerte de la contienda pareció estar en manos de poco más de un centenar de submarinos alemanes, que cosecharon unas cifras de destrucción escalofriantes en su hasta entonces modesto palmarés. Sin embargo, ellos mismos y su acción sin restricciones contra buques civiles fue el argumento político y propagandístico que esgrimieron con éxito los partidarios de involucrar a los Estados Unidos en la Triple Entente. Utilizando eficazmente la indignación de la opinión pública por el hundimiento de buques mercantes y de pasajeros norteamericanos, que navegaban hacia puertos británicos -a los que el Reino Unido prácticamente tenía discretamente obligados a transportar material de guerra si querían seguir operando en ellos-, consiguieron que la clase política estadounidense aprobase la entrada en guerra de su gran país. Este hecho prácticamente decidió el curso de la guerra: Alemania, ya muy desgastada por el bloqueo británico y tres años de una guerra costosísima en vidas y material de guerra, no podría hacer frente a los inmensos recursos materiales y humanos de los Estados Unidos, y por simple cuestión de número y potencia de fuego acumulada, acabaría derrumbándose y capitulando. Sin embargo, un acontecimiento inesperado desvió momentáneamente la atención del mundo de los frentes de guerra en Europa occidental: en Rusia, el caos político interno había paralizado a una de las grandes esperanzas de la Triple Entente.

Desde comienzos del año 1917 se venía detectando un alarmante debilitamiento bélico del ejército ruso, que por su colosal escala había representado hasta el momento la "baza decisiva" de los Aliados frente a la determinación alemana de derrotarlos rápidamente, lo que estuvo a punto de ocurrir en el verano de 1914. A finales del mes de febrero de 1917, el Imperio Ruso dio alarmantes muestras de una descomposición política y social que sorprendió a propios y extraños. El estado mayor general ruso, temiendo una rebelión masiva en el ejército, forzó al zar Nikolai II a abdicar para que se abrieran paso las reformas políticas que los medios urbanos en la retaguardia reclamaban a gritos, situación de la que estaban sacando un vertiginoso provecho pequeños grupos revolucionarios de izquierdas, enemigos del Estado imperial. El recambio democrático de la autocracia zarista fracasó por la incompetencia y el egoísmo político de los partidos demócratas rusos, y la situación social y económica en las ciudades rusas no mejoró, sino todo lo contrario. En el campo, la milenaria vida rural rusa continuaba, con preocupación por la guerra y la revolución producida en las ciudades, pero sin cambios significativos. El fracaso democrático y el caos revolucionario prendieron en la moral del ejército ruso, que se derrumbó a lo largo de la primavera y el verano de 1917. En el otoño, las deserciones eran un problema gravísimo; los alemanes, que habían protegido e infiltrado secretamente en Rusia a diversos revolucionarios, enviados al exilio antes de 1914, como el socialista Vladimir Ilich Ulianov "Lenin", habían conseguido que "el coloso ruso" cayera por la acción destructiva de estos revolucionarios en su retaguardia. La operación de inteligencia político-militar alemana obtuvo su mayor triunfo cuando Lenin y sus partidarios desligaron a Rusia de sus compromisos internacionales con la Triple Entente y pidió la paz por separado al comenzar el invierno de 1917.

La irrupción de los bolcheviques y la salida de Rusia de la primera guerra mundial iba a propiciar, además de una contrarrevolución y de varios movimientos secesionistas en territorio ruso, la intervención de las potencias aliadas contra los propios rusos, sus aliados de la víspera. Éstas en un principio sólo pretendían poner a salvo ingentes cantidades de material bélico que habían entregado al Ejército Imperial Ruso, ahora prácticamente desmantelado por el caos revolucionario, que podían caer en manos de los Imperios Centrales -claros vencedores en el frente oriental a finales de 1917-, al tiempo que trataban de retener en Rusia al mayor número de efectivos alemanes y austro-húngaros que fuese posible. Esto era de especial importancia, puesto que Alemania, que tenía en el Frente Oriental casi 100 divisiones, estaba reorganizando su potente ejército imperial (Kaiserliches Heer) para lanzar en Francia una ambiciosa ofensiva, antes de que los contingentes de Estados Unidos pudieran desequilibrar la balanza militar en su contra. En esencia, la revolución en Rusia degeneró en un forcejeo entre los bolcheviques, por un lado, y una amalgama de fuerzas contrarrevolucionarias por otro, que iban desde el anarquismo hasta el zarismo, pasando por los socialistas revolucionarios (eseristas o SRs) o los socialistas moderados (mencheviques). También combatían la Revolución diferentes movimientos secesionistas en países no rusos -en Finlandia, Polonia, los Países Bálticos, Ucrania, el Cáucaso y Asia Central-, elementos de las fuerzas austro-alemanas de ocupación, la Legión Checoslovaca, formada por ex-prisioneros de guerra checos, moravos y eslovacos pasados del ejército austro-húngaro al ruso, y las limitadas fuerzas expedicionarias que las potencias aliadas decidieron enviar a suelo ruso. Tratar de resumir lo que sucedió en aquel tumultuoso y frenético conflicto escapa a cualquier esquematismo simplificador, así que cabe centrarse en aquellos sucesos en los que las fuerzas navales, y en especial las submarinas, tuvieron algún protagonismo.

La falta de una dirección unificada en la lucha contra los bolcheviques les permitió a éstos ir derrotando por separado a cada una de las fuerzas que se les oponían, acabando por consolidarse en el poder. También lograron someter a la mayoría de los países que se habían escindido del antiguo Imperio Ruso, con la excepción de Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Tampoco la vacilante actitud de los Aliados ayudó a componer un frente contrarrevolucionario sólido. Francia y Gran Bretaña estaban más interesadas en controlar la rica cuenca carbonífera del río Donetz y los pozos petrolíferos del Cáucaso que en instaurar un gobierno antibolchevique unificado. En ese sentido apoyaron la independencia de las provincias secesionistas bálticas y polacas, al tiempo que prestaban un tibio apoyo a los principales jefes militares "blancos" o contrarrevolucionarios rusos. Por su parte, los Estados Unidos, Japón e Italia tuvieron una participación más breve y secundaria en la Guerra Civil Rusa.

El primer paso de la intervención aliada contra la Revolución Bolchevique tuvo lugar en Murmansk el 9 de marzo de 1918. Ese día un contingente expedicionario británico, bajo el mando del Rear-Admiral Kemp, ocupó el mencionado puerto, donde se hallaba almacenada una gran cantidad de pertrechos de guerra de origen británico y norteamericano. En las siguientes semanas fueron llegando más tropas y fuerzas navales británicas, que se apoderaron de los barcos rusos de la Flotilla del Océano Ártico o Flotilya Severnogo Okeana. Esta Flotilla estaba compuesta por el acorazado pre-dreadnought Poltava -rebautizado como Chesma-, los cruceros protegidos Askold y Variag, seis cazatorpederos antiguos, varias embarcaciones menores y el submarino Suyatoy Georgi -rebautizado por los revolucionarios bolcheviques como Kommunar-. [1] Este sumergible, de construcción italiana, había llegado a Archangelsk el 9 de septiembre de 1917, bajo el mando del capitán ruso Ivan I. Rizni. Una parte de estos buques fue puesta a disposición de las tropas del general Miller, nombrado por la Interalliée como jefe de las fuerzas contrarrevolucionarias en la región del Mar Blanco.

El sumergible Kommunar se encontraba en el puerto ártico de Archangelsk el 2 de agosto de 1918, cuando aparecieron las fuerzas británicas. Dado que su tripulación simpatizaba con los bolcheviques, se decidió a hundirlo en las aguas del río Gran Dvina, que desemboca cerca de la localidad portuaria. El 13 de julio de 1920, una vez que los soviéticos vencieron a los blancos y recuperaron Archangelsk, el Kommunar fue reflotado y reintegrado al servicio activo un año más tarde. El 5 de julio de 1924 fue dedicado a funciones de instrucción, hasta causar baja en 1941. El crucero protegido Askold también fue recuperado por los soviéticos en el mismo puerto, pero su estado era tan lamentable que hubo de ser desguazado en 1921. Por su parte, el acorazado pre-dreadnought Chesma y el crucero protegido Variag fueron conducidos a Gran Bretaña, donde fueron desguazados entre 1923 y 1924. Así desapareció lo que podría haber sido el embrión de la que luego sería Flota Soviética del Norte, con base en Archangelsk.

La situación de la anticuada Flotilla Siberiana o Sibirskaya Flotilya era muy similar. El 5 de abril de 1918 un destacamento anfibio japonés, mandado por el Sho-Sho (contraalmirante) Kato, ocupó Vladivostok, en la costa rusa del Océano Pacífico, sin encontrar resistencia. Una docena de destructores viejos, dos cañoneros, dos minadores, cuatro dragaminas y varios barcos auxiliares atracados en el puerto de la ciudad fueron desarmados. La potente Flotilla del Río Amur, integrada por unos 20 cañoneros fluviales, algunos de ellos muy potentes, quedó amarrada y paralizada por una cambiante situación bélica en tierra. El 15 de agosto de 1918 llegaron más tropas japonesas al extremo oriental de Rusia, así como fuerzas expedicionarias británicas, chinas y norteamericanas -integradas en la llamada Polar Bear Expedition- con el pretexto de asegurar el reembarque y posterior traslado a los frentes europeos de la Legión Checoslovaca. Ninguna de estas fuerzas expedicionarias se interesó mucho por los barcos rusos a su disposición, así que gran parte de ellos permaneció amarrada hasta el final de la Guerra Civil Rusa.

La pequeña Escuadrilla del Mar Caspio, formada por cuatro cazatorpederos antiguos, dos cañoneros, media docena de patrulleros y varios transportes, quedó bajo el control de los bolcheviques. El 17 de agosto de 1918 una brigada de infantería procedente del Protectorado Británico de Irán, mandada por el general Dunsterville, desembarcó en Bakú -principal puerto del Caspio, en su orilla occidental- para apoderarse de sus campos petrolíferos. No obstante, los turcos, que aún seguían combatiendo en la primera guerra mundial junto a los Imperios Centrales- enviaron a la zona a su única División de Caballería, mandada por el general Nuri Pashá, que obligó a Dunsterville a retirarse, y tomó la ciudad, proclamada como capital de un recién creado estado islámico independiente de Azerbaiyán. Tras la capitulación del Imperio Otomano producida a finales de 1918, los británicos retomaron la ciudad, esta vez con el apoyo de fuerzas rusas blancas. Ante la amenaza que se cernía sobre el flanco meridional del territorio soviético, el 15 de noviembre de 1918 los bolcheviques decidieron enviar al Mar Caspio los sumergibles Makrel, Okun, Kasatka y Minoga. Éstos fueron desmontados y transportados por ferrocarril hasta Saratov. Allí, una vez reensamblados, fueron botados en el río Volga. Luego descendieron por el río hasta alcanzar Astrakhán, donde permanecieron hasta 1922, año en que fueron enviados al desguace.

En el río Volga, vía de capital importancia para los ejércitos enfrentados en la Guerra Civil Rusa, los bolcheviques emplearon una especie de "portaaviones fluvial" llamado Kommuna, que se revelaría como una muy útil plataforma aeronáutica. Se trataba de una gran gabarra automotriz de 900 tm, 140 m de eslora, 19 m de manga y tan sólo 1,1 m de calado. Estaba propulsada por un motor diesel de 120 c.v. con el que, dependiendo de la corriente, se podían alcanzar de 7 a 9 kt. La embarcación fue modificada en los Astilleros Sormovo de Nizhnij Novgorod en agosto de 1918, para poder transportar 6 hidroaviones Grigorovich M-9. Estos hidros disponían a ambos costados de sendas plataformas para poder ser lanzados y recuperados del agua con facilidad.

El colapso de los Imperios Centrales permitiría a los aliados intervenir de manera directa en el Mar Báltico y en el Mar Negro. El 25 de noviembre de 1918 el almirante británico Arthur Gough-Calthorpe apareció ante Sebastopol con una potente escuadra compuesta por barcos británicos, italianos y franceses. A lo largo del mes siguiente, dos divisiones de infantería francesas desembarcaron en Odessa y Sebastopol, empezando a ocupar militarmente toda la costa ucraniana del Mar Negro. Conforme iban cayendo en sus manos, los aliados iniciaron el reparto de los buques de guerra rusos, al tiempo que se dio comienzo a las tareas de reflotamiento de aquellos que habían sido hundidos. Cuando se disponían a entrar en Nikolayev, descubrieron que la ciudad estaba en manos del general ucraniano Skoropadski, un protegido de los alemanes, rodeado por tropas también ucranianas del general cosaco secesionista Petlyura. A su vez, estos dos encarnizados rivales ucranianos luchaban contra los rusos blancos y los soviéticos. Una vez tomada Nikolayev por la fuerza expedicionaria anglofrancesa, sus técnicos navales comenzaron a trabajar en los astilleros del puerto, de forma que se pudieron poner en uso algunas de las embarcaciones cuya construcción estaba más avanzada.

A comienzos de 1919 los bolcheviques supieron aprovechar la confusión reinante en el bando contrarrevolucionario y comenzaron a avanzar por territorio ucraniano. El 21 de enero de 1919 el presidente norteamericano Woodrow Wilson trató de concertar conversaciones de paz entre todos los partidos rusos enfrentados en la Guerra Civil, pero los blancos se negaron a tratar con los soviéticos y el intento de mediación internacional fracasó. Los bolcheviques prosiguieron su ofensiva en Ucrania, de manera que el gobierno británico decidió el 4 de marzo de 1919 apoyar de forma más decidida a los contrarrevolucionarios. Pese a ello, los franceses tuvieron que evacuar Nikolayev y Odessa, llevándose con ellos varios buques rusos a Sebastopol. A mediados de abril de 1919, los bolcheviques llegaron a los alrededores de la ciudad portuaria. Cuando se organizaban los preparativos para la defensa de la base naval, se produjo un motín en los barcos franceses mandados por el Vice-Admiral Amet, negándose la marinería comunista a combatir a sus "hermanos rusos" y exigiendo el regreso a Toulon. Entre los líderes del motín destacó Maurice Thorez, que luego sería un conspicuo dirigente del partido comunista francés durante buena parte del siglo XX. La revuelta pudo ser sofocada, pero puso de manifiesto la baja moral de las fuerzas expedicionarias francesas enviadas a Ucrania, y la impopularidad de la expedición militar en la opinión pública francesa.

El 22 de abril de 1919 el Rear-Admiral Seymour, comandante de la escuadra británica en el Mar Negro, ordenó la destrucción de los barcos rusos que no pudieran ser conducidos a Gran Bretaña. Las plantas motrices de los acorazados pre-dreadnought Ioann Zatloust, Eustafi -rebautizado Revolutsija-, Panteleimon -el que fuera Potemkin hasta 1905, ahora rebautizado Boretz za Svodobu- y Tri Sviatitelia, y la del crucero protegido Pamyat Merkurija fueron inutilizadas. Además, ocho cazatorpederos fueron hundidos, y la misma suerte corrieron los submarinos AG-21, Gagara, Karas, Karp, Kaschalot, Krab, Kit, Losos, Nalim, Narval, Orlan, Skat y Sudak. En Siberia, el 1 de diciembre de 1918, el Vitze-Admiral Kolchak se había proclamado jefe de todos los "rusos blancos", siendo reconocido por las potencias aliadas el 26 de mayo de 1919. Con el apoyo de la Legión Checoslovaca, un contingente formado por cerca de 60.000 ex-prisioneros de guerra capturados por los rusos durante la primera guerra mundial a los ejércitos austro-húngaros, Kolchak lanzó en mayo de 1919 una ofensiva desde Siberia que llevaría a sus vanguardias a 450 km al este de Moscú. El 8 de junio de 1919 las fuerzas de Kolchak tomaron la ciudad de Samara, y el 25 de julio siguiente, Yekaterinburg. En esta localidad, diez días antes de la llegada de Kolchak y sus tropas, los bolcheviques habían asesinado al zar Nikolai II y a toda su familia, en parte para evitar su liberación por los rusos blancos.

Por su parte, el 19 de mayo de 1919, el general ruso Denikin, jefe de los blancos en el sur, lanzó otra ofensiva. Hacia mediados de junio, y gracias al apoyo de la flota aliada, toda la Península de Crimea había cambiado de manos, mientras que Tzaritzin -luego Stalingrado y actualmente Volgogrado- fue conquistada frente a los bolcheviques mandados por Iósiv Stalin y su amigo Semyon Budienny. A finales de agosto de 1919 cayeron en manos blancas Kiev y Odessa y, dos meses más tarde, Denikin situó sus vanguardias a 200 km al sudoeste de Moscú. El verano de 1919 fue el punto culminante del éxito de los blancos en la Guerra Civil. Parecía que el régimen soviético estaba a punto de perecer, pero gracias a sus métodos terroristas y a la desunión en las fuerzas blancas, sobreviviría y vencería a costa de un gigantesco baño de sangre.

Hasta el verano de 1919, las fuerzas de intervención occidentales no habían encontrado oposición naval ni en el Ártico ni en el Mar Negro, pero en el Báltico las cosas serían muy diferentes. Tras la capitulación de Alemania en noviembre de 1918, la Royal Navy británica envió al Mar Báltico al Rear-Admiral Walter Cowan, al mando de los cruceros ligeros Caradoc, Cardiff, Cassandra, Ceres y Coventry, apoyados por seis modernos destructores de la clase "V". Su misión era apoyar a los secesionistas de los países bálticos. Las minas sembradas por los rusos en los años anteriores volvieron a cobrarse otra víctima, el 5 de diciembre de 1918, cuando el Cassandra se fue al fondo del mar en la entrada del Golfo de Finlandia con once de sus tripulantes. Cuatro días más tarde, 9 de diciembre, los barcos de Cowan atacaron los puertos de Libau y Riga, para luego dirigirse hacia Reval -hoy Tallinn, capital de Estonia-, entonces amenazada por los bolcheviques. [2] Como medida preventiva, el Tzentrobalt -el estado mayor de la flota soviética en el Báltico- envió a los submarinos rusos Panthera, Tigr y Tur a observar los movimientos de la flota británica. El 27 de diciembre de 1918 se produjo el primer enfrentamiento entre británicos y rusos bolcheviques. Ese día el crucero británico Caradoc y dos destructores apresaron, tras un breve combate, a los cazatorpederos soviéticos Kapitan Kinsbergen -rebautizado por los comunistas como Kapitan Pervogo Ranga Mikluho-Maklay– y Avtroil. Los barcos apresados fueron cedidos a los secesionistas estonios, que los rebautizaron como Wámbola y Lennuk, constituyendo el embrión de la Marina Nacional de Estonia. [3]

A comienzos de 1919, los bolcheviques mantenían activos bastantes barcos de la antigua Flota Imperial del Báltico o Baltiskij Flot: se trataba del acorazado dreadnought Petropavlovsk, el pre-dreadnought Andrei Pervozvannij, el crucero protegido Oleg, seis destructores modernos, cuatro cañoneros, varios dragaminas, varias embarcaciones auxiliares, y los submarinos Leopard, Panthera, Rys, Tigr, Tur, Vepr, Volk, Yaguar y Zmeya. El resto de los barcos permanecía en reserva, con tripulaciones reducidas al mínimo. El mando de la fuerza en activo lo ejercía el Spets Aleksandr P. Zelenoy. [4] Por su parte, Cowan había recibido refuerzos, contando con once cruceros ligeros, 26 destructores, un viejo monitor, un portahidros y una flotilla de lanchas torpederas. También fueron enviados desde Gran Bretaña los submarinos E-27, E-40, L-11, L-12, L-16 y L-55, pertenecientes a la 7ª Flotilla, junto con su buque nodriza Lucia. Al frente de esta fuerza submarina fue destinado un veterano submarinista con una larga experiencia ganada en la primera guerra mundial, el Captain Martin Nasmith.

Entre finales de 1918 y principios de 1919 la congelación invernal de las aguas del Mar Báltico mantuvo a la escuadra británica y a la bolchevique inmovilizadas, pero con la llegada de la primavera la actividad naval retornó con mayor energía. El 18 de mayo de 1919 el destructor soviético Gavriil, mandado por el Spets Vladimir Bavastionov, se hallaba protegiendo a un grupo de cinco dragaminas que rastreaban la Bahía de Koporskij, cuando se vio atacado por una escuadrilla de cazatorpederos británicos. La oportuna intervención de las baterías costeras del Fuerte Krasnaya Gorka permitió a los barcos soviéticos escapar y retirarse a su base. También los sumergibles de Nasmith comenzaron a actuar en la zona de Koporskij, situada a unas 40 millas al sudoeste de la gran base naval rusa de Kronstadt. El 29 de mayo de 1919, el submarino británico L-16 del Lt. Cdr. Alfred Hine detectó al destructor soviético Azard, mandado por el Spets Nikolai M. Nevitskij, y a media docena de dragaminas bajo la protección del acorazado Petropavlovsk. Debido a la gran distancia que lo separaba de estos objetivos, Hine no pudo maniobrar para intentar atacarlos. Al día siguiente en la misma zona marítima el sumergible británico E-27 del Lt. Alec Carrie lanzó dos torpedos sobre el Azard, que los pudo esquivar por muy poco margen. Por su parte, el Petropavlovsk abrió fuego sobre el crucero británico Cleopatra, que conducía una flotilla de cazatorpederos, obligándole a huir con su acompañamiento. Según fuentes británicas, el tiro ruso fue "intenso y preciso".

6.1. La extraña historia del L-55.

El relevo lo tomó el 4 de junio de 1919 el submarino L-55 del Lt. Cdr. Charles Chapman, otro veterano como Nasmith y buen conocedor de la costa báltica, puesto que había sido segundo comandante del E-9, submarino destacado hasta finales de 1917 en aguas del Mar Báltico, antes de la paz separada de Rusia con Alemania de marzo de 1918. Aquel día tuvo lugar otra escaramuza en la Bahía de Koporskij, entre destructores británicos y soviéticos. El Petropavlovsk acudió en ayuda de los suyos, siendo divisado por el L-55. Aunque no hay confirmación de ello, al parecer Chapman lanzó varios torpedos sobre el acorazado, a raíz de lo cual el L-55 perdió el trimado y asomó en la superficie. Los destructores soviéticos Gavriil y Azard detectaron al L-55 emergido y abrieron sobre él un certero fuego de cañón que lo echó a pique. Según otras fuentes, el fuego de los dos destructores soviéticos obligó al L-55 a sumergirse, metiéndose en un campo de minas próximo a su posición, chocando al poco tiempo con una de ellas y hundiéndose con todos sus tripulantes. El submarino L-12 del Lt. Cdr. Ronald Blacklock, antiguo segundo de Noel Laurence en el E-1 durante la primera guerra mundial, también se hallaba de patrulla cerca del L-55, aunque no se apercibió de lo ocurrido a éste. Durante unos días Nasmith se aferró a la esperanza de que el L-55 fuera a retornar tras alguna leve complicación imprevista, muy frecuente en los submarinos de entonces, pero finalmente se rindió a la evidencia de que el submarino había sido hundido.

En agosto de 1928 el buque soviético de salvamento Kommuna recuperó el pecio del L-55, que fue trasladado a Petrogrado -rebautizada como Leningrado tras la muerte del dictador revolucionario, y actual San Petersburgo- para su evaluación y posible rehabilitación. En un inesperado gesto de caballerosidad, los soviéticos permitieron que los restos del Lt. Cdr. Chapman y los 43 tripulantes del submarino hundido en 1919 fueran repatriados vía Suecia, siendo enterrados en el cementerio de Gosport. El L-55 fue puesto en grada y detenidamente estudiado, sirviendo su diseño y muchos de sus sistemas como modelo para el primer gran programa de construcción de submarinos que emprendería la URSS a principios de la década de 1930. Una vez totalmente rehabilitado fue incorporado a la Flota de la Bandera Roja del Báltico el 5 de octubre de 1931, conservando su numeral como L-55, a la que se añadió el propagandístico nombre de Bezbozhnik -en ruso, Ateo-. No fue muy afortunada aquella elección, puesto que el 24 de octubre siguiente, durante unas pruebas de inmersión en aguas de Kronstadt, sufrió un accidente aún no esclarecido y se fue al fondo con sus 50 tripulantes rusos. Entre 1934 y 1935, el L-55 fue reflotado por segunda vez, reconstruido y reintegrado al servicio activo. A comienzos de 1940, cuando ya era una unidad obsoleta, fue clasificado como "buque experimental" para servir de blanco en ensayos de armamento, probablemente. En el otoño de 1941, varios meses después de la entrada de la URSS en la segunda guerra mundial, se produjo una gran explosión en el interior del L-55 que le causó graves daños. Como consecuencia de ello, el submarino fue convertido en estación de recarga de baterías para otros submarinos en activo, con la designación PZS-2, sirviendo en esa oscura función otros diez años, hasta 1951, siendo luego desguazado.

6.2. Rusos frente a británicos.

Volviendo a 1919, la Historia se retoma pocos días después del hundimiento del L-55, cuando las guarniciones rusas de los fuertes de Krasnaya Gorka y Seraya Loshad se rebelan contra las autoridades bolcheviques. El 15 de junio siguiente, los acorazados Petropavlovsk y Andrei Pervozvannij, junto con el crucero protegido Oleg, recibieron la orden de bombardear los fuertes rebeldes. Al amanecer del 17 de junio, la lancha torpedera británica CMB-4 del Lt. Augustus Agar alcanzó con un torpedo de 18 pulgadas (457 mm) al Oleg, que se hundió en 12 minutos en aguas poco profundas, pereciendo cinco de sus tripulantes. El Oleg pudo ser reflotado, pero sus daños eran tan graves que hubo de ser desguazado. En todo caso, los fuertes rebeldes fueron finalmente tomados por los bolcheviques desde tierra firme, pasando por las armas sobre la marcha a todos los artilleros y demás personal que encontraron en su interior.

El éxito de Agar en la CMB-4, a quien se le concedió la Victoria Cross -la Cruz Victoria, la más alta condecoración militar concedida en Gran Bretaña- por el hundimiento del Oleg, animó a Cowan a organizar nuevas incursiones con las lanchas torpederas de su flota. A primeras horas del 18 de agosto de 1919, las lanchas CMB-24, CMB-31, CMB-62, CMB-67, CMB-72, CMB-79, CMB-86 y CMB-88, a las órdenes del Cdr. Claude Dobson, penetraron por sorpresa en la base naval de Kronstadt y torpedearon el acorazado Andrei Pervozvannij y el buque nodriza de submarinos Pamyat Azova -rebautizado como por los bolcheviques como Dvina-, que se hundió sin posibilidad de recuperación. El acorazado encajó el impacto y pudo ser enviado a Petrogrado -San Petersburgo- para ser reparado, pero la caótica situación de los astilleros de la ciudad, en plena desorganización revolucionaria, hizo que acabara en el desguace.

Los soviéticos reaccionaron con energía, en especial el activo destructor Gavriil del Spets Bavastionov, que destruyó las lanchas CMB-24, CMB-62 y CMB-67, mientras que la CMB-88 acabó por irse a pique. También tuvo que ser abandonada la CMB-86, que cayó en poder de los soviéticos. [5] Éstos también recogieron once cadáveres que fueron enterrados con honores militares. Además de las lanchas, los británicos perdieron un total de seis oficiales y nueve marineros en aquella arriesgada acción. Los atacantes creyeron haber alcanzado al Petropavlovsk, aunque lo cierto es que los dos torpedos que le fueron lanzados pasaron por debajo de la quilla y estallaron contra un muelle. En cualquier caso, el Cdr. Dobson y el Lt. Gordon Steele, comandante de la CMB-88, fueron recompensados con la Victoria Cross.

Antes de esta incursión, los sumergibles soviéticos habían dado muestras de actividad, llegando a realizar ataques contra las unidades de la Royal Navy. El 10 de agosto de 1919, el submarino Volk salió de patrulla pero, debido a serios problemas en sus motores, tuvo que regresar a Kronstadt al día siguiente. El 23 de agosto siguiente, el Panthera, mandado por el Spets Aleksandr N. Bakhtij, lanzó tres torpedos sobre el submarino británico E-40, aunque falló el golpe. Tres días más tarde, cerca de Kronstadt, el Vepr disparó un torpedo sobre el destructor británico Valourous, pero no dio en el blanco. Uno de los destructores de su misma flotilla, el Vancouver, acudió en su ayuda, y entre ambos atacaron al Vepr con cargas de profundidad, llegando casi a hundirlo. Pese a haber recibido fuertes daños, el podvodnaya lodka -submarino, en ruso- consiguió regresar a Kronstadt, con vías de agua que a punto estuvieron de alcanzar sus baterías y matar a todos los tripulantes por la formación de gases sulfúricos venenosos imposibles de evacuar del submarino. Pero sería el 31 de agosto cuando los submarinistas soviéticos alcanzarían su mayor éxito. Aquel día el Panthera de Bakhtij consiguió echar a pique el destructor británico Vittoria no lejos de la Isla de Seskar. [6] La pérdida del Vittoria fue un duro golpe para los británicos, que se vió redoblado cuatro días más tarde con el hundimiento del cazatorpedero Verulam en un campo de minas ruso.

Partes: 1, 2
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