Tales respuestas evidencian y enfatizan las implicaciones filosóficas de la pregunta por la salud mental. Pues el amor, para el hombre, no es un rendimiento acrobático originado por hormonas (testosteronas) y el hecho de trabajar no se reduce a una ocupación asalariada de ocho horas diarias. A su vez, la capacidad de establecer relaciones íntimas, la capacidad de apreciar y valorar lo que hay de bueno en la vida, de estar convencido que se es verdaderamente un ser valioso, de buscar y realizar valores o de observar y respetar los límites impuestos por la vida, son cosas que apuntan a una esfera que está más allá de la medicina. Sugieren una visión de la vida, una imagen del hombre, una concepción del mundo. En otras palabras, tales afirmaciones comprometen la filosofía.
El hombre, en efecto, no sólo se enferma, sino que carga de símbolos sus padecimientos. Las enfermedades del hígado, de la vesícula, del riñón, del corazón se vuelven enfermedades más amplias que los órganos mismos que se ven afectados. Para colmo, hasta las desagradables hemorroides provocan no sólo tormentos, molestias, malestares y daños físicos, sino que trascienden el plexo venoso del tracto rectal y con las preocupaciones, intranquilidades, tristezas y angustias que suscitan, alcanzan el plano existencial.
Así es el mundo del hombre y con éste mundo tiene que vérselas la cuestión de la salud mental.
Aunque habitualmente se olvida, el ser humano es una totalidad integrada y asumida desde un plano simbólico, un ser que se apropia de la naturaleza a través de los símbolos, y de sus canales de expresión (lenguaje, mitos, religión, moral, construcciones sociales, arte. música, etc.), y da lugar a una nueva realidad, lo antropológico. La salud mental es inseparable de este plano.
De aquí, el interés de la psicología humanista y de la psiquiatría existencial de ocuparse, sin prescindir ni reemplazar las ciencias médicas, de la apertura mental del hombre a los valores, a la dimensión axiológica, al problema del sentido de la vida, etc., en cuanto se revelan íntimamente ligados a la salud mental.
En efecto, muchas personas acuden en terapia porque se encuentran en un gran conflicto no con su problema de diabetes o con la presión alta, sino, básicamente y en última instancia, con la defectuosidad misma de la vida.
En primer lugar, con su lado humano, pero, contemporáneamente, con el lado humano de las personas, con el lado imperfecto, con la insuperable defectuosidad de la vida, que les ha terminado ocasionando diabetes, adicciones, presión arterial alta, hemorroides y otras descomposiciones orgánicas.
El problema de la salud mental parece entonces emparentado con un asunto que denominamos la problemática del límite. Este conflicto, por ser antropológico, alcanza, por lo mismo, toda la realidad psicofísica del hombre, y aunque básicamente hunda sus raíces en el terreno filosófico, se expresa a través de símbolos.
En pocas palabras, el cliente puede acusar a su médico problemas gástricos, duodenales, inflamaciones de la boca del estomago, alergias, asma, colitis y otra serie de malestares, palpitaciones, arritmias, etc., pero al mismo tiempo que localiza el sitio del dolor, trasciende el órgano de su cuerpo y se alcanza a sí mismo como persona. Pero entonces, con su propia terminología, es decir, con el significado que atribuye a las circunstancias amargas de la vida, con la manera de percibir e interpretar lo que les acontece y con la manera de tratar la realidad, deja atrás el dolor y confiesa su sufrimiento.
Pero, ¿por dónde empieza el sufrimiento? ¿Acaso por el dolor localizado en un órgano del cuerpo? En la casi totalidad de los casos que empujan al cliente a buscar la ayuda de un terapeuta, el problema tiene un origen más remoto y menos manifiesto.
La lucha se origina en la relación del hombre con las circunstancias amargas de la vida. En su rechazo.
Lo que ha sucedido, especialmente las circunstancias desagradables y disgustosas, suele (como expresión de rechazo) ser calificado como "trauma". En efecto, muchos pacientes califican su vida como una sucesión de decepciones, pérdidas y derrotas afincadas en algún momento pasado de sus vidas.
Agrupan todo ese "material" y lo etiquetan bajo el concepto de "trauma", afectando con esta calificación la propia salud mental.
Lo que el paciente suele ignorar es que desde su propia terminología, desde el significado que atribuye a las circunstancias insoportables, él tiene la misma capacidad de hacerse el bien como la de fastidiarse la existencia. El paciente, en realidad, está perturbado y es víctima de su propia "semántica".
La semántica, en tanto rama de la lingüística o ciencia del lenguaje, se ocupa del significado de las palabras para llegar a la designación y precisión del concepto. Por lo que se refiere a la Terapia de imperfección, ésta arranca o despega de las mismas palabras que el paciente utiliza para formular lo que aconteció o está sobreviniendo en su vida a raíz de algo ocurrido.
De aquí, entonces, que la Terapia de la imperfección (TI) se interesa a la semántica del cliente pues arranca del significado que el paciente da a sus palabras. La semántica deja ver no sólo su manera de percibir, de interpretar y significar las circunstancias amargas de la vida (CAV), sino la "destreza"con que maneja el rechazo de lo irrevocable.
El paciente, en realidad, está perturbado y es víctima de su manera de discernir, enjuiciar, valorar, conceptuar y, por último, de calificar las circunstancias amargas de la vida, CAV (hechos, situaciones, relaciones, incómodas)
Pero "comprender es descifrar", afirma George Steiner, filósofo francés. Un hombre es su semántica. Un hombre es lo qué explica. El hombre es sus signos lingüísticos y sus símbolos.
La semántica es algo más profundo que la mera explicación que me hago del mundo. La semántica es la experiencia de la realidad. Mi manera de resistir, de rebelarme, de oponerme a las CAV.
La semántica manifiesta mis "reflejos-existenciales-a-la-realidad".
Así como el médico a través de un martillo puede examinar los reflejos fisiológicos del organismo a los pequeños golpes que recibe del exterior, la persona, a través sus reacciones anímicas y conductuales a los "golpes" que recibe de las circunstancias (fracasos, fallas, pérdidas, desilusiones, vacío de sentido, etc.), manifiesta su salud y funcionalidad frente a la vida.
La semántica construye mi verdad interna. Mi salud o mi "enfermedad". Me encarrilla o descarrila frente a la realidad. La semántica "descubre" lo que pensamos y sentimos. La semántica que uso son los titulares que aplico a las circunstancias. Desde una semántica hablo de trauma, de herida, del golpe de la vida, de callejones sin salida. Desde otra semántica puedo referirme a los mismos acontecimientos como accidentes, suspendiendo la simbolización significativa, en términos negativos, frenando el juicio y la aplicación de etiquetas sobre acontecimientos, eventos, relaciones que están en proceso evolutivo.
En la conducción de la Terapia de la imperfección, la primera sesión es llamada de la protohistoria y permite conocer la semántica del paciente. Se le deja "suelto" para hablar de lo que quiere y se favorece el desmantelamiento de su semántica a través de repuestas que faciliten su autoexploración.
En esta sesión el cliente aparentemente viaja sin rumbo. Gracias a ello, se recibe la información sobre lo que es su semántica. Y no sólo su punto de vista sobre las CAV, sino su manera de procesarlas. Su manera peculiar de colocarse ante la problemática del límite. Ante los límites existenciales inherentes a la vida. La primera sesión facilita trabajar programáticamente en las sesiones sucesivas y abrir la puerta al manejo de una semántica alternativa.
Por lo general, la "semántica" del paciente está desprovista de referencia al límite. Es una semántica que desconoce, desecha o impugna la realidad humana, el lado desperfecto, inconveniente, áspero, inclemente e inexorable de la vida.
Se trata de una semántica perfeccionista. Sus conceptos dominantes tienen como respaldo "deberías" y "no deberías", expectativas. Términos metafísicos como "siempre", "nunca" "jamás", "la verdad es que…", "¿por qué a mí?", etc., son frecuentes en su léxico.
Si el paciente es objetivo, lógico, racional, con sus problemas existenciales, no puede ser empático con sus problemas. Al racionalizar, se deja a un lado la intuición. Se abandona la posibilidad de reciclar, utilizar o, simplemente, de disfrutar de las cosas y de las relaciones y se vive el día bajo el procesador racional que, en muchas ocasiones, impide apreciar la belleza de las cosas que nos rodean y que de tan ordinarias y cotidianas pueden parecernos insignificantes, intrascendentes e inútiles.
La razón nos encierra en un mundo de cosas, no de personas. La Terapia de la imperfección reitera: si razonas y analizas, no serás compasivo. Sé compasivo y tu pensamiento y tu semántica será indulgente contigo mismo y con los demás.
Fundamentalmente, el procesador racional bloquea la posibilidad de realizar la conversión de valencias. La posibilidad de utilizar a nuestro favor las CAV.
De cara a los límites existenciales inherentes a las CAV, la razón puede crear un infierno. Batallas interminables contra la realidad irrevocable de dichas circunstancias. En cambio, "la recuperación de lo perdido y el proceso de volver a la vida lo muerto", es oficio de la emoción.
Así, pues, la crisis comienza con la semántica que utilizamos. La semántica determina el aprendizaje de la experiencia de los accidentes. En sí, los accidentes son fuentes de aprendizaje, de crecimiento, de maduración.
Ya localizamos lo que "arropa" la semántica, mi verdadera posición frente a la problemática del límite, pero, para calar en el trabajo terapéutico, cabe ahora preguntarse ¿qué se oculta detrás de esa "posición"?
En el fondo, la semántica está regida por la perspectiva. Podemos decir que somos nuestra semántica como somos igualmente nuestra perspectiva. La perspectiva que uso me hace el mundo vivible o insufrible. Así que lo más profundo del hombre desde el punto de vista perceptivo es su perspectiva.
Las crisis arrancan entonces desde la perspectiva desde la cual surge mi semántica, es decir, mi "diálogo" o "confrontación" con el mundo.
Una palabra sobre el asunto de la perspectiva
La Terapia de la imperfección achaca la responsabilidad de la salud mental no a la percepción, que procesa los estímulos externos, sino a la perspectiva, que en calidad de a priori o presupuesto, enmarca de alguna manera, encasilla, introduce una pauta, por así decir, en el modo de percibir lo que percibimos.
La percepción no "despega" desde cero, sino, básicamente, desde la perspectiva, verdadero "punto de partida" de la manera como a través de los procesos perceptivos (racionales y emocionales) se perciben como se percibe. [1]
Esto significa, contra la posición de la teoría cognitiva, que los "procesadores de estímulos" del sistema mental, razón y emoción, no constituyen el primer eslabón de la cadena del conocimiento.
La percepción organiza los estímulos, pero la perspectiva "pre-organiza" la manera como la percepción selecciona, "recopila", los estímulos. Es decir, la manera como la percepción da forma, arma, los estímulos, depende de la perspectiva dominante.
La percepción psicológica no es, pues, la que da forma a los estímulos, su función es otra: se limita a recoger, los estímulos que llegan de diversas formas a través de diversos receptores sensibles. La forma, sin embargo, como la percepción descarta y opta, está sugerida, inspirada, insinuada, "dictada" por los respectivos a priori perceptivos.
La percepción no es lo recóndito, no es el nivel más profundo de los procesos cognitivos. La percepción ya arranca desde algo que incide, encanala o encauza la forma de configurar los estímulos recogidos por la percepción.
En realidad, la percepción es una "parte" muy externa en el complejo proceso de procesamiento de la realidad. De aquí que lo que cuenta no son los estímulos en sí, la "manera como observamos y recibimos los estímulos". Lo que cuenta es algo anterior, es decir, la "manera como observamos lo que observamos", la "manera como percibimos lo que percibimos".
No es el ego percipio de Merleau-Ponty el verdadero agente de la configuración de los estímulos en el sistema mental. El trabajo invaluable está a cargo de la perspectiva del ego percipio.
Es válida la aseveración de la escolástica: Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu ("Nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en los sentidos") pero, con la estafetilla añadida, tres siglos después, por Leibnitz: …nisi intellectus ipse ("a no ser el entendimiento mismo").
Ese "intelecto mismo" es prueba de que la mente no se encuentra en "tabula rasa" antes de la percepción, como suponía Aristóteles y que sólo empieza a llenarse de "objetos" a partir de la misma. El "intelecto mismo", intelectus ipse, acoge secundum modum recipientis ("según la estructura del receptor"). Y en la estructura de éste receptor (intellectus ipse), divisamos la manera como la percepción acoge: en términos de validación o invalidación de lo real.
Esto lleva al terapeuta de la imperfección a hablar de perspectiva. Por supuesto, el discurso se vuelve epistemológico, no psicológico. Psicológica es la percepción; epistemológico es el nivel de la perspectiva. Así pues, la percepción está "montada" (hablamos de pre-supuesto, "puesto-encima-de") sobre un a priori que es la perspectiva.
Cada proceso mental, racional y emocional, dispone de su propia perspectiva: en el caso de los procesos racionales se habla técnicamente de una perspectiva de la indefección o indefectibilidad. Esto significa que propio de los procesos racionales es enmendar, corregir, completar, arreglar, solucionar lo perfectible (= defectuoso). En cambio, propio de los procesos emocionales (y esto tiene mucha importancia para la terapia en general) es la perspectiva de la defección o defectibilidad: o sea, la perspectiva que capacita la percepción para activar la compatibilidad con lo defectuoso, con la existencia como tal.
Esta es precisamente la perspectiva que la terapia de la imperfección quiere accionar en el cliente a fin de percibir los insalvables límites existenciales inherentes a la vida en términos de actitudes de aceptación y conductas de tolerancia, clemencia, paciencia, perdón.
Ilustración humana de lo humano
La TI recurre a una semántica, a una explicación, humana de lo humano pues, la manera de mostrar lo humano está ligada a la forma de relacionarse con los límites.
Cuando definimos al hombre como ser humano, con el término humano expresamos las dos caras de la moneda que ocupan todo el proceso terapéutico:
1. Una cara de la moneda: Lo humano no es algo resuelto, coherente, cumplido, finalizado. Lo incierto de sus posibilidades, la fragilidad de la aventura de la vida y la aventura de la propia fragilidad, lo precario de sus empresas, lo irresuelto de sus soluciones, lo incumplido de sus decisiones. Las historias que el paciente cuenta, desde su propia semántica, son las que, en definitiva, lo hacen infeliz, tergiversan su pensamiento y le provocan emociones desagradables.
Una de esas historias es "la historia de yo sé lo que es mejor para los demás": la historia de yo sé cómo deberían ser, cómo deberían comportarse, cómo deberían vivir, qué deberían decir, qué deberían hacer y qué deberían pensar. Historia alimentada, a todas luces, por el "ansía de perfección". Otra de las historias favoritas que el paciente se cuenta es la historia de que los demás deberían hacerlo feliz, deberían ser leales, amables, que las parejas deben ser fieles, que los demás tienen que apreciarlo, que los hijos deben escucharlo, que los amigos deben llamar, que tiene que irle bien en las iniciativas y decisiones que toma, que los otros no deberían juzgarlo, que el amor tiene que durar, que el matrimonio es para siempre, que los amigos tienen que ser leales y sinceros, que tienen que tomarlo en cuenta, que "querer es poder", que basta decidir para hacer milagros con su vida, con su personalidad.
2. La otra cara de la moneda: humano es la capacidad de comprender, acoger, aceptar, perdonar la propia humanidad entendida como fragilidad y falibilidad. Este ejercicio de compasión no tiene referencia con la autoconmiseración, que es vergüenza de ser, sino con la compasión que es orgullo de ser. Nada puede provocar más orgullo que la capacidad de perdonar, de recogernos de la caída.
Una reorganización semántica
La "reorganización semántica" que acomete la Terapia de la imperfección no se cumple sin una reorganización de las perspectivas. Si algo (un hecho, una situación, una circunstancia, una persona) me provocan sufrimiento, tensión, seguramente estoy manejándome desde una semántica que no incluye el limite, he dejado fuera de mi horizonte mental el límite y seguramente esta "semántica" tiene que ver con mi interpretación de cómo debería ser ese hecho, esa situación, esa circunstancia, esa persona. Tiene que ver con mi perspectiva.
De aquí que en la segunda sesión se plantea brevemente el marco ideológico de la Terapia de la imperfección al cual se va recurrir constantemente, con el que se va a trabajar o dentro del cual se cumplirá el proceso terapéutico: la accidentalidad de la vida. Se le explica algo así:
– "Durante el tiempo que nos veremos, haremos referencia a un marco ideológico de trabajo terapéutico. Meteremos todos los asuntos que te afectan dentro de este "contenedor": la accidentalidad de a vida.
Dentro de este marco ideológico, cada error es un "accidente" de la vida. Consideraremos cada "accidente" como material importante para alcanzar un grado de humanización superior, entendiendo en este caso por humano la otra cara de la moneda de la falla: la capacidad de ser clemente, compasivo, amoroso con el aspecto humano definido como falible.
¡Qué desilusión! Espontáneamente, el paciente espera otro tipo de ayuda, otro camino para solucionar sus problemas. Lo que ayuda, piensa el paciente, es disponer de soluciones inmediatas. Prácticas y eficaces que sean capaces de resolver sus problemas, ¿quién, en efecto, espera oír hablar de la accidentalidad de la vida cuando ya se siente suficientemente accidentado por la vida? ¿Quien desea recoger e identificarse con una semántica o terminología semejante? De aquí que puedan surgir resistencias y actitudes prevenidas, suspicaces, aprensivas.
En realidad, el perfeccionista se presenta al consultorio con una terminología que revela una concepción de la vida según la cual el "debería" es uno de los pilares centrales de su modelo mental.
El paciente maneja una semántica que revela una concepción, por así decir, tolemaica de la vida según el cual su manera de pensar al error es el centro de la tierra. El paciente gira alrededor de un sistema mental centrado entorno al error y al fracaso. De aquí que requiera una "teorización", para continuar con la metáfora, "galileana" del error y del fracaso.
La Terapia de la imperfección rompe con esas semánticas analíticas, lineales de causa efecto, simétricas. La TI usa una semántica diversa. Una semántica más creativa ante los errores y fracasos. Precisamente, el error y el fracaso abren hacia lo desconocido: la evolución en términos humanos.
Es a este propósito que la Terapia de la imperfección recurre a la metáfora clínica de la "accidentalidad de la vida". La vida no sabe que sean los fracasos y los éxitos. No conoce de clasificaciones ni de simplificaciones. Lo que realmente conoce la vida es el misterio que opera todos los cambios. Misterio que desde la razón vislumbramos como absurdo debido a su impenetrable luminosidad. Desde la semántica que expone la TI, los errores se mueven a nuestro alrededor en función de nuestro proceso de devenir humanos. Es más: sin errores, la vida no sabría a nada. Sin los límites, la vida sería insoportablemente empalagosa. Incluso, la muerte, aunque nos agobia y aturde a lo largo del camino, hace entretenida la vida, la carga de pasión por vivir.
El paciente gira alrededor de un sistema mental centrado entorno a "ficciones interpretativas" (pensemos en el celoso, en el obsesivo-compulsivo como caso extremo) acerca de cómo deberían ser las cosas, cómo deberían ser las personas, como deberían acaecer los hechos, en otras palabras, quiere poner una horma mental, un molde, un diseño, a las circunstancias de la vida. éstas deben embonar con su modelo mental de la vida.
Cuando el esfuerzo por mejorar se convierte en un calvario
En el trastorno del perfeccionismo no hay aspectos constructivos, curativos y creativos. De hecho, no existe una forma de perfeccionismo que pueda considerarse saludable, higiénica, provechosa. No hay un perfeccionismo positivo, porque el ansia de perfección no es un rasgo de tantos, un trazo cualquiera, una característica secundaria de la personalidad, sino una dinámica envolvente de toda la persona.
El perfeccionista "pinta la realidad": al idealizar el orden y el control. El perfeccionista quiere:
l que la gente no critique,
l que no se entrometan en los asuntos que no le corresponden,
l que sea prudente,
l que no ofenda,
l que no agobie,
l que no sea inoportuna,
l que no sea egoísta,
l que no sea manipuladora, etc.
l que los demás sigan sus indicaciones (porque sus indicaciones son lo mejor para los demás),
l que cada cosa esté en su respectivo lugar
l que la vida sea justa,
l que las cosas sean a su manera,
l reclama que los demás lo aprecien y lo hagan feliz.
l que los que lo rodean vean las cosas desde su punto de vista,
l que los demás piensen lo mismo que él,
l que el mundo cambie …
La dificultad radica aquí: en la obsesión por la normalidad. Mientras mantengamos en pie el ideal de la perfección, no cambiaremos nuestra manera de percibir, interpretar y significar las circunstancias de la vida. Seguiremos analizando, planificando, controlando, el mundo subjetivo.
De aquí que el perfeccionista requiera una nueva concepción de la vida donde el error y el fracaso vienen revalorizados como escalones para el propio crecimiento y desarrollo.
El error y el fracaso abren al proceso de humanización, pues no se es humano por nacimiento, sino por una opción referida a nuestra manera de percibir, procesar y significar la realidad.
La Terapia de la imperfección familiariza con una concepción humana de lo humano: si no abordamos los errores desde una concepción humana de lo humano, estamos destinados a amargarnos la vida, a desvalorizarnos, a caer en la culpa y en el autorechazo.
La celebración de lo que somos: la metáfora clínica de la "accidentalidad de la vida" nos permite convivir con nuestras imperfecciones, esto es, vivirlas creativamente, sacrificar el afán de control, el ansia de perfección, pactar con el error, lo cual supone introducir la mesura, la humildad, el amor a la vida, el amor a nosotros: la aceptación.
Cualquiera puede ser creativo con sus errores si quiebra su semántica de rechazo. Vivir más humanamente en el sentido de clemencia, condescendencia, filantropía hacia uno mismo es posible si se cambia de perspectiva. Si se asume una manera alternativa de percibir los fracasos y errores. Gracias a ellos, desechamos nuestros paradigmas perfeccionistas y descubrimos nuestra verdad. Cuando cambia nuestra perspectiva, cambia nuestra percepción y cambia nuestra semántica.
No estamos atados a los traumas de la infancia ni a los actuales episodios desagradables. Como dice Harold MacMillan, "deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá" [2]
¿A qué se debe que la TI aconseja ponerse, colocarse en el marco ideológico de la "accidentalidad de la vida"?
La existencia del hombre no se remata por lo sucedido, por el "accidente", sino por lo que el hombre decide hacer de lo sucedido, del "accidente". Se plasma, pues, en base a lo que el hombre determina hacer con lo ocurrido, y no por lo que meramente ha ocurrido en su existencia.
Así, que la pregunta no es acerca de cómo el paciente percibe las circunstancias de la vida, sino desde donde percibe como percibe: que perspectiva está en juego: la de los procesos de percepción racional (perspectiva de la indefectibilidad) o la perspectiva de los procesos de percepción emocional (perspectiva de la defectibilidad).
El cliente debe saber:
· que cada procesador o lector de la realidad (racional o emocional) forma parte profunda de su persona. Cada uno influye de diversa manera en la noción de si mismo, de los otros y del entorno. Son determinantes en el diálogo que mantiene consigo mismo y con los otros. Cada uno de ellos, la razón y la intuición, tiene el poder de influir y determinar la manera de encarar las circunstancias amargas de la vida (CAV).
· Debe preguntarse. ¿desde que procesador de la realidad lee las CAV? ¿Desde el procesador del análisis, del cálculo, de la competitividad, del control o desde el procesador de la compasión, de la bondad, del garbo, de la liberalidad?
· Cada lector tiene influencia sobre si mismo. La forma de conocimiento que elige para encarar las CAV, racional o emocional, determina los resultados de su forma de interpretar y responder a las CAV. Y no sólo en todo lo que ha ocurrido en tu vida pasada, sino en el presente.
Si a su forma de conocer falta el límite (por evasión o rechazo) las circunstancias de la vida afectaran de manera siniestra su existencia.
El cambio no acontecerá a nivel psicológico, sino epistemológico. Si el paciente se relaciona consigo mismo desde la forma de conocimiento que incluye el límite cambiara su semántica y cambiarán sus respuestas a las CAV.
El cambio surge desde la perspectiva. De aquí que el trabajo terapéutico consistirá en entrenar al recurso del procesador emocional (intuitivo) cuya perspectiva de la defectibilidad encamina hacia la aceptación.
Concluyendo: lo que el paciente califica como trauma, daño, descalabro, fracaso, etc., la TI lo vislumbra como "accidente": ni bueno ni malo en si mismo. El devenir del "accidente" no depende del accidente, sino del procesador o lector utilizado. A raíz de su desaprobación, rechazo y calificación negativa, el "accidente" ya no es el mismo. El carácter de fracaso el "accidente" lo obtiene desde el proceso racional. La terapia acontece en el cuadro mental de la accidentalidad de la vida. Consciente que la atención del cliente está centrada en el aspecto negativo, el terapeuta se mantiene en referencia a su marco ideológico. Así, donde el cliente habla de pérdida, desastre, decepción, la TI discurre de oportunidad de transformación. Donde el cliente evalúa desgracias y experiencias frustrantes, de naufragio, hundimiento, ruina, la TI acredita pasos o fases hacia la curación y la maduración del individuo. Donde el cliente nombra circunstancias y hechos con términos descalificativos (fracaso, falla, error), la TI, dentro del marco de la "accidentalidad de la vida", revaloriza y resignifica dichas circunstancias.
El tesoro inestimable
Todo lo desagradable, todo aquello que nos ha golpeado, herido, etc. constituyen nuestro tesoro inestimable: es ahí donde hay que sacar intereses. Este material es el potencial de la persona o de la relación de pareja, lo más valioso que se tiene. De aquí que al terminar la sesión se felicite sinceramente a quienes ha revelado poseer un tesoro incalculable. Eso significa que están, como diría Cervantes, "experimentados en las cosas del mundo". Tales sujetos son los mejores candidatos para ejercer la Terapia de la imperfección.
El cambio lo facilita el marco: de la lucha por la explicación pasar al recurso de la comprensión. Obviamente, este cambio lo aguijonea el terapeuta, pero, en definitiva, lo provoca el paciente. Es su tarea. Cualquier "accidente" tiene como propósito el derrumbamiento de las expectativas. Las expectativas son de mayor riesgo que los accidentes.
Desde la perspectiva de la defectibilidad, en el marco clínico de la "accidentalidad de la vida", el cliente aprende a dejar de "luchar para ganar", que es la forma segura de perder, pues es la combinación infeliz de la decepción, del desengaño.
Al cliente le queda claro, a lo largo de su proceso terapéutico, que la forma como percibe lo que percibe es una decisión suya. Decisión que puede estar manejando automáticamente y que a raíz de la terapia puede manejar responsable y conscientemente.
La forma de conocimiento que el individuo elige para abordar las circunstancias de la vida, racional o emocional, determina los resultados de su forma de interpretar y responder a las circunstancias de la vida.
El devenir del "accidente" no depende del accidente, sino del procesador o lector utilizado. A raíz de su desaprobación, rechazo y calificación negativa, el "accidente" ya no es el mismo. Ahora bien, el carácter de fracaso el "accidente" lo obtiene desde el proceso racional.
El proceso terapéutico o sanante acontece entonces en el cuadro mental de la accidentalidad de la vida.
Todo lo desagradable, todo aquello que nos ha golpeado, herido, maltratado, apenado, etc. constituyen el verdadero potencial de la persona. No puede desperdiciarse nada, absolutamente nada.
La función de la TI consiste en facilitar en el cliente el pasaje de un procesador a otro, de una manera de percibir e interpretar los "accidentes" -las circunstancias de la vida- a otra. A desplazarse de la actitud de lucha por la explicación y el entendimiento de los límites existenciales a la actitud de la comprensión y aceptación.
Moverse de una perspectiva de choque con la realidad limitada a una perspectiva compatible con la defectuosidad de la vida. Provocar el "traslado" de los procesos racionales a los procesos intuitivos-emocionales.
La Terapia de la imperfección propone algunas estrategias (nuevos caminos mentales: el manejo de las paradojas en terapia: "si el grano de trigo no muere, no vivirá") para el desarrollo y la conducción de la relación de ayuda. El terapeuta, sin embargo, debe acomodar las estrategias de la TI a su propio estilo. Esta adaptación es resultado de la experiencia de la TI en su propia vida. Si el terapeuta no mantiene un lazo existencial con la TI, no puede valerse auténticamente de la TI.
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