Descargar

El ensayo y su elan filosófico-cultural y complejo (página 2)

Enviado por Rigoberto Pupo


Partes: 1, 2

En América Latina, el ensayo deviene urgencia histórico-cultural. Su propia conformación histórica y su ímpetu de resistencia a no ser eco y sombra de culturas exógenas determinan una posición crítica ante su realidad y la alienación que la acompaña. Emancipación humano-cultural, política y social impulsan una específica actitud. Los hombres de letras y su producción espiritual se convierten en autoconciencia de las ansias de identidad, con vocación de raíz americana y espíritu ecuménico. A todo esto se une una cualidad inmanente al hombre latinoamericano, al "hombre natural", en el decir de José Martí: su rica espiritualidad y creciente humanidad emprendedora que lo llevan a ser imaginativo, soñador, utópico y a veces permeado de ingenuidad. Una cultura, fundada en una naturaleza diversa, cósmica, pero única en sus propósitos. Un ser pletórico de ilusiones que no tiene que esforzarse para revelar realismo mágico y lo real maravilloso porque está presente en sus propias circunstancias. Esto y mucho más cualifican la existencia de toda una pléyade de ensayistas latinoamericanos, capaces de "ver con las palabras y hablar con los colores" y expresar un discurso propio con imágenes y conceptos de alto valor cogitativo y numen cosmovisivo. En fin, tematizan su mensaje, uniendo filosofía y literatura como totalidad orgánica y con cauces culturales de riqueza inusitada. Porque, según expresa Martí en su magistral ensayo Nuestra América: "La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea." Cargada de idea por la vitalidad que le imprime el alma filosófico-cultural que lleva dentro el discurso.

La tesis reveladora de Juan Marinello de que el tratado dispone y el ensayo pone cualifica con creces la naturaleza expresiva y la inagotable riqueza subjetiva de éste. Dos rasgos esenciales dan sui-géneris particularidad al ensayo: el sello personal del escritor y el despliegue no sistemático del tema. Ambos imprimen sentido filosófico-cultural al discurso: por la cósmica aprehensión del asunto y por la sensibilidad de expresión con que se asume. Oigamos a modo ilustrativo el verbo de Martí en su grande estilo ensayístico: "Él traía su religión -se refiere al magno predicador Henry Ward Beecher- oreada por la vida. Él venía del Oeste domador, que abate la selva, el búfalo y el indio. La nostalgia misma de su iglesia pobre le inspiró una elocuencia sincera y amable. Hacía tiempo que no se oían en los púlpitos acentos humanos. Le decían payaso, profanador, hereje. Él hacía reir; él se dejaba aplaudir, ¡culpable pastor que se atrevía a arrancar aplausos! Él no tomaba jamás su texto del Viejo Testamento, henchido de iras, sino que predicaba sobre el amor de Dios y la dignidad del hombre, con abundancia de símiles de la naturaleza. En lógica, cojeaba. Su latín era un entuerto. Su sintaxis toda talones. Por los dogmas pasaba como escaldado. ¡Pero en aquella iglesia cantaban las aves, como en la primavera; los ojos solían llorar sin dolor y los hombres experimentaban emociones viriles!"

A los dos rasgos señalados -cualidades esenciales del ensayo- se derivan otros, que no por secundarios, restan valor al género. Todo lo contrario: emanan de ellos para completarlos: la imaginación, predominio de los sentimientos, las imágenes, las emociones. El discurso se resiste a cerrar, es sugestivo, suscitador y con ello, pleno de aperturas y aprehensiones. El estilo es dúctil, sugerente y tolerante. Hay espacio para la relatividad, si bien tiende a lo grande, a lo absoluto por su concentración, fuerza espiritual y subjetiva. No rehúye a la objetividad, a la responsabilidad, al deber, pero lo hace por cauces culturales con alto vuelo cogitativo. Se detiene también en los detalles, por ser cosas humanas, pero los inserta a la corriente que despierta semillas dormidas. Cultiva humanidad y axiología de la acción con nobles propósitos. Hay pedagogía en el discurso, pero teñida de numen filosófico-cultural. Por eso no es normativo, sino comunicativo. Parte del yo personal, pero como se dirige a la persona humana y a sus motivos capitales, respeta al otro. Fluye con desenfreno el mundo interior del escritor, con sentencias, frases aforísticas, ideas grandes por sus posibles varias recepciones e interpretaciones, metáforas, dichos populares, etc. pero no siempre con fines egocentristas, sino para comunicar con amenidad, encontrar consenso y lograr empatía. Medardo Vitier, en su estudio sobre el ensayo, refiere a la vida de D. Quijote y Sancho, de Unamuno, y descubre nuestro asunto con excelsa maestría: "Tiene (…) innegable objetividad en cuanto nos va presentando el contenido del Quijote. Pero no es esa objetividad pura, limpia de vetas personales que hallaríamos en una historia literaria donde el autor dedicase uno o más capítulos a la interpretación del famoso libro. Porque Unamuno se vierte todo él, con su irremediable desasosiego espiritual en esas páginas. Ese estilo suyo, que no busca tersura, pero que consigue inusitada fuerza, dibuja una angustia racial y a la vez de humana universalidad que él sazona con su propia psiquis atribulada. Su libro estudia, sí, el Quijote, y nos guía a verlo en lo profundo, pero las mejores esencias de este trabajo son de aportación personal. No es cosa de erudición sino de sugestión. Ni es la prosa didáctica que un plan frío ordena en yuxtaposiciones lógicas, mesuradas, sino el fluir creciente de un lamento que se enciende en profecía o se quiebra en lágrima viril. El vasco "fino y fuerte", aclimatado en Castilla es allí la voz viviente de la España grande. Nos da en ese libro un ensayo, no un tratado, no un estudio de riguroso método filológico."

Por supuesto, aquí nos detenemos en el ensayo literario-filosófico, bueno, con vuelo de altura. Hay ensayo y ensayo. Pero imbuido en el espíritu de este género, nos dirigimos a lo grande, a lo más perfecto, a los que han ganado status paradigmático por su excelencia espiritual y su trascendencia. No es posible pensar el ensayo en nuestro idioma sin recordar a Unamuno, Ortega y Gasset, José Martí, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, José Enrique Rodó, Pedro Henríquez Ureña, Juan Marinello, Medardo y Cintio Vitier, entre tantos que lo han cultivado en España y en nuestra América, con devoción, talento y oficio.

Estos grandes ensayistas, a veces sin abandonar otros tipos de prosa, como el tratado (texto didáctico, manual, etc.), la monografía, la crítica, el discurso, el artículo, etc. han convertido el ensayo, más que en un género literario, en una misión de creciente humanidad y eticidad concreta. Sus propensiones fundadoras les han permitido develar en el ensayo infinitos menesteres espirituales para sembrar al mismo tiempo ciencia y conciencia, razón y sentimiento, tan necesarios en la formación del hombre creador. "Bueno es dirigir, pero no es bueno -enfatiza Martí- que llegue el dirigir a ahogar (…) Garantizar la libertad humana -dejar a los espíritus su frescura genuina, no desfigurar con el resultado de ajenos prejuicios las naturalezas (puras y vírgenes)- ponerlos en aptitud de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una vía marcada, he ahí el único modo de poblar la tierra de una generación vigorosa y creadora que le falta. Las redenciones han venido siendo formales; es necesario que sean esenciales. La libertad política no estará asegurada mientras no se asegure la libertad espiritual. Urge libertar a los hombres de la tiranía, de la convención, que tuerce sus sentimientos, precipita sus sentidos y sobrecarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso. Este es uno de esos problemas misteriosos que ha de resolver la ciencia humana (…)"

Esto explica por sí solo, el por qué el ensayismo ha formado parte consustancial de los grandes humanistas, preocupados por el drama del hombre y por revelar todo lo que contribuya a la ascensión humana. Explica, además, por qué se relievan y se incrementan con más fuerza en los momentos de crisis existenciales, en las etapas de cambios y períodos transicionales que más afectan al hombre, los valores y la cultura.

Es en sí mismo, el ensayo, una escritura crítica de reflexión y búsqueda en torno a problemas sensibles del hombre o relacionados con él. Un discurso, a veces con ribete agónico, en función de las disyuntivas que presenta la realidad humana y su discernimiento para elegir lo que humanamente se considera más racional por parte del escritor. Por eso en su interior hay una intencionalidad expresa que signa la lógica del problema, pero ajeno a fórmulas o esquemas preconcebidos. Hay recursos técnicos -propios de cada escritor- pero coloreados por su subjetividad indagadora y su capacidad personal.

El ensayo, si es consecuente con su misión, no puede operar con rigidez discursiva. Ante la revisión de valores los esquemas sólo funcionan para crear esquemas y resultan ineficaces y poco atrayentes. La osadía, la exposición al riesgo y la valentía son atributos cualificadores del buen ensayista. Como también lo son la gracia, el tono y el relieve de las ideas. "Fue Ariel -refiere M. Vitier al excelente ensayo de Rodó- un arrullo por la forma y una señal (…) Observo en Ariel dos caracteres, que en los casos más logrados, el ensayo concilia: la dignidad de las ideas y el encanto de su comunicación. Flota en sus períodos también ese polvo inasible del misterio humano (…) Insisto en ese don de encanto intelectual que es atributo de los mejores ensayos. Dígase gracia estética si se quiere."

Gracia estética que, sin proponérselo el escritor, subyuga al lector, por la elocuencia, el tono, el color, el calor y el relieve y vitalidad de las idas. Unido a la coherencia del discurso, la armonía, la sinceridad y nobleza expresivas. El ensayo Cecilio Acosta, de Martí, subyuga, paraliza, nos hace cómplice y concentra la atención: "Ya está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y yerta, junto a la pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal, rebelde. Ha muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres; se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo ver morir, en lo más recio de la faena, a tan grande trabajador!

Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de crearlos. Para él el Universo fue casa; su Patria, aposento; la Historia, madre; y los hombres, hermanos; y sus dolores, cosas de familia que le piden llanto. El lo dio a mares (…) Cuando tenía que dar, lo daba todo; y cuando nada ya tenía, daba amor y libros (…) Él, que pensaba como profeta, amaba como mujer."

Estamos en presencia -por supuesto, ante un ensayo literario-, pero la belleza ensayística expresiva no está reñida con el tema de objeto discursivo. La sensibilidad del escritor, su creciente humanidad y el devenir en sus cauces culturales, imprime razón estética. La coherencia armónica y su consecuente gusto estético como están insertos a una cultura de la razón y de sentimiento, despierta esa bondad, verdad y belleza que el hombre lleva dentro, que sólo espera por cauces humanos para revelarse. ¿Quién puede negar la bondad, la verdad y la belleza de un ensayo científico, cuando un escritor con profesionalidad y oficio es capaz de insertar el discurso a la cultura, pues la cultura, más que acumulación de conocimiento, es sensibilidad humana para captar lo pequeño, lo grande y lo absoluto con sentido histórico, acorde con el presente y lo por venir, sin olvidar la buena tradición del pasado que sirve de raíz.

Por eso, en mi criterio, el elan filosófico-cultural es inherente al buen ensayo. Todavía más: es su mediación central. Porque lo dota de sentido cosmovisivo al hacer centro suyo la subjetividad en sus varios atributos cualificadores: conocimiento, valor, praxis y comunicación y al mismo tiempo porque los concibe insertos en la cultura. Los valores humanos, que tanto privilegia el ensayo, sólo funcionan cuando se culturalizan, cuando son alumbrados y guiados por una cultura de la sensibilidad y la razón.

En fin, el elan filosófico-cultural, inmanente al buen ensayo, implica conciencia crítica, razón utópica realista y cultura de la sensibilidad.

En los tiempos actuales, cuando la globalización se esfuerza por la homogeneidad cultural, en detrimento de nuestras culturas nacionales que sirven de pivotes de reafirmación identitaria, el buen ensayo tiene mucho que decir y hacer. ¿Oposición a la globalización? Por supuesto que no. Es un fenómeno objetivo, engendrado por la historia y la cultura. Pero no se puede olvidar la divisa principal de la herencia ensayística fundadora de nuestra América: la necesidad de partir de las raíces con vocación ecuménica.

El ensayismo latinoamericano, rico por su espiritualidad, no puede hacer coro con el presentismo, la idea del fin de la historia, el nihilismo cultural y la negación de los principios humanistas que propagan algunas corrientes postmodernistas. No se puede perder el sentido de identidad que une nuestros propósitos verdaderamente humanos ni subvertir la cultura del ser por la cultura del tener, fuente del desarraigo, la crisis de valores y los vacíos existenciales.

Ante el pesimismo y el escepticismo que tanto impera ya en los albores del siglo XXI nuestro ensayismo no puede olvidar que vivir es creer. Hay que asirse al valor de las ideas, pues como enseña el Apóstol de nuestra América: "no hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados (…) Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras".

En resumen, no permitamos que muera la utopía, porque es matar la esperanza. Los síntomas visibles de la crisis de la civilización no pueden aplastar los sueños que encarnan y dan vitalidad a nuestra espiritualidad. Hagamos que siga primando el ensayismo optimista y no el pesimista que también existe. La salvación de la humanidad y el progreso social que también hoy se pone en duda, debe encontrar su baluarte inexpugnable en la cultura. La cultura, como expresión del ser esencial humano y medida de su ascensión, continuará alumbrando las sendas del porvenir.

 

Dr. Rigoberto Pupo

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente